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viernes, 29 de noviembre de 2019

EN ESTO PENSAD -- diciembre 2019

¡PREPARA A TUS SUCESORES!
William MacDonald

    “Y Josué hijo de Nun fue lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés había puesto sus manos sobre él; y los hijos de Israel le obedecieron, e hicieron como Jehová mandó a Moisés” (Deuteronomio 34:9).   
  

Una importante lección que resulta de este versículo es que Moisés, sabiendo que su propio ministerio estaba llegando a su fin, designó a Josué como su sucesor, poniendo así un buen ejemplo a los  que están en lugares de liderazgo espiritual. Algunos pueden pensar que esto es demasiado elemental como para enfatizarlo, pero el hecho es que es frecuente este gran fracaso: no preparan sucesores ni pasan el testigo a nadie. Parece haber una resistencia innata a la idea de que somos reemplazables.
    Éste es un problema que enfrentan los ancianos y obreros en las iglesias locales. Es triste que los que enseñan bien o saben hacer obra pionera, a menudo mueren sin haber discipulado a nadie. Dejan “herederos” pero no discípulos. Por ejemplo, un anciano ha servido fielmente durante muchos años, pero se acerca el día cuando ya no podrá pastorear más el rebaño. No obstante, le es difícil enseñar a un hombre más joven para que ocupe su lugar. Quizá ve a los jóvenes como una amenaza para su posición o contrasta su inexperiencia con su propia madurez y concluye que no son idóneos. Se le olvida que una vez fue inexperto pero llegó a la madurez siendo enseñado para hacer obra de sobreveedor.
    Éste puede ser también el problema en el campo misionero. El misionero que establece una iglesia sabe que debe entrenar a algunos del lugar para que asuman la responsabilidad del liderazgo espiritual. Pero piensa que no pueden hacerlo tan bien como él, que cometen muchos errores y la congregación disminuirá si él deja a otros predicar. Y de todos modos, no son buenos líderes, pues no saben dirigir bien. La respuesta a todos estos argumentos es que debe verse a sí mismo como un ser prescindible, no como la clave para la obra. Debe discipular a hermanos y delegarles autoridad mientras que busca trabajo en otra área del ministerio en otro lugar. Siempre hay campos sin cultivar en otras partes. No tiene porqué estar desocupado.
    Cuando Moisés nombró a Josué como sucesor, la transición fue muy suave. No hubo falta de liderazgo. La causa de Dios no sufrió trauma. Así es como debe ser.
    Todos los siervos de Dios deben regocijarse cuando ven a los más jóvenes levantarse para ocupar lugares de liderazgo. Deberían considerar como un gran privilegio compartir su conocimiento y experiencia con estos discípulos, y pasarles el testigo antes de verse forzados a hacerlo. Debe existir la actitud desinteresada que mostró Moisés en otra ocasión cuando dijo: “Ojalá todo el pueblo de Jehová fuese profeta” (Nm. 11:29).
de su libro De Día en Dia, CLIE

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 Algunas Bendiciones de Dios

Texto: Efesios 1:1-23   El apóstol habla de las misericordias de Dios en Romanos 12, y aquí el Efesios 1 habla de las bendiciones de Dios. Es un texto muy conocido por nosotros, pero nos conviene leerlo otra vez, detenidamente, fijándonos en las palabras y meditando lo que leemos. Es así que sacaremos más provecho para nuestras vidas. El versículo 3 dice: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo”.
    Primero observamos en cuanto a las bendiciones de Dios que dice: “nos bendijo”. Fijémonos en el tiempo del verbo. Habla en el pasado, no que nos bendecirá en el cielo, sino que ya nos ha bendecido. No se trata de lo que recibiremos, sino lo que hemos recibido, y es mucho: “toda bendición espiritual”. Ahora bien, “toda” es un adjetivo de cantidad, y es un absoluto. No hay más. Toda bendición espiritual ya nos ha sido dada. Por esto cuando alguien dice: “Dios te bendiga”, podríamos responder: “‘Gracias, ya lo ha hecho!”
    Pasando por un momento al versículo 13, leemos estas palabras: “habiendo creído”, que son muy importantes porque sin fe no entramos en estas bendiciones. En el incidente de la higuera maldita que se secó, en Marcos 11:20-24 el Señor Jesús enfatiza a Sus discípulos la importancia de la fe. En el versículo 22 dice: “tened fe”. En el versículo 23 dice “creyere”, y en el versículo 24 otra vez exhorta: “creed que lo recibiréis”, o según la versión hispano-americana: “...creed que ya lo recibisteis”. El principio de la fe es de suma importancia para el creyente, no sólo respecto a la salvación, sino también respecto a la vida cristiana. “El justo vivirá por fe”. La fe la define el autor de Hebreos en el capítulo 11, donde dice que “es la certeza de lo que no se ve”. Estamos convencidos de algo que no vemos.
    Volviendo a Efesios 1:4, allí somos informados que “nos escogió en Él”. Con esto empieza a desgranar las bendiciones espirituales que ya hemos recibido. Es una de las bendiciones, que Él nos haya escogido. ¿Para qué nos escogió? No para ser salvos unos y perdidos otros. Habla de creyentes en el Señor: “nos escogió en Él”, no "para estar en Él", y a continuación aclara que es “para que fuésemos santos y sin mancha”. El propósito es la santidad, sin la cual nadie verá al Señor (He. 12:14). Entonces la santidad es una bendición espiritual.
    En el versículo 5 leemos: “en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad”. La predestinación bíblica es para los que creen. Ellos serán adoptados hijos suyos. “Adoptados” quiere decir que habiendo creído, pasamos a ser de la familia de Dios, y por lo tanto, herederos de Dios. Somos hijos de Dios, como 1 Juan 3:1 declara. ¡Qué bendición más grande es ésta! También el amor de Dios y el puro afecto de Su voluntad son bendiciones que hemos recibido. Y fijémonos que en este verso cuando habla de la predestinación, también habla de la buena voluntad de Dios – el puro afecto de Su voluntad. Nuestra mente especulativa y sabiduría limitada no pueden entrar en la predestinación. No podemos desmenuzar cosas que son demasiado altas o profundas para nosotros. Ante tales bendiciones debemos creer y adorar.
    El versículo 6 declara que “nos hizo aceptos en el Amado”, esto es, en el Señor Jesucristo. Somos aceptos delante de Dios porque estamos en Jesucristo Su Hijo, el Amado. Es otra de las bendiciones espirituales  que hemos recibido. Y todo esto, todas estas bendiciones, son “para alabanza de la gloria de su gracia” (repetido en los versículos 12 y 14).
    Es una bendición que estemos reunidos los domingos por la mañana recordando y alabando a Dios por Su obra en la cruz. Es una ocupación privilegiada, como la de los del cielo en Apocalipsis 4 y 5. Es un privilegio ser escogido para alabar a Dios – unos pocos reunidos en Su Nombre y recordando lo que Él ha hecho por nosotros.
de apuntes tomadas durante un estudio dado por J. Álvarez
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El Calvinismo Distorciona la Doctrina de Dios

    "Hemos hallado que la visión calvinista de la soberanía de Dios pone en duda el carácter santo de Dios. Pone límites injustificados y no bíblicos sobre la gracia, la justicia, el amor y la misericordia de Dios. Estos aspectos del carácter de Dios se extienden también a los incrédulos y no solamente a los creyentes. El calvinismo invierte la doctrina bíblica de Dios. El amor de Dios viene a ser odio para los no escogidos. La muerte de Cristo por todos los hombres viene a ser la muerte de Cristo por los pocos escogidos. El Dios justo se vuelve injusto. El Dios del calvinista no es el Dios descrito por la Palabra de Dios. Por lo tanto, el calvinismo socava y pone en ridículo al objeto de la adoración del cristiano, su consuelo en las pruebas y la esperanza de eterna salvación".
    "Los cristianos deben velar celosamente contra todo ataque sutil contra la naturaleza santa y el carácter de Dios, aunque venga formulado en palabras teológicas altilocuentes".


David Dunlap, Limitando Al Omnipotente, pág. 54
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PREPARADOS PARA SU VENIDA

“Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados” (1 Jn. 2:28).
 
La fecha de esa venida nos es ocultada. Ningún hombre puede decir cuándo Él vendrá. Hay que velar y estar siempre preparado, para que no seas avergonzado en Su venida. ¿Debe el cristiano entrar en la compañía y las diversiones mundanas? ¿No estaría avergonzado si viniera su Señor y le hallara entre los enemigos de la cruz? No debo ir a donde me daría vergüenza ser hallado cuando venga repentinamente mi Señor”.


C. H. Spurgeon, 12 Sermons On The Second Coming of Christ
(“12 Sermones Sobre La Segunda Venida de Cristo”), Baker Book House, pág. 134.
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¿ESTÁ EN LA BIBLIA?

     Alguien criticó a un hermano en Inglaterra porque no celebra la Navidad, y le dijo: "¡Está en la Biblia!" 
     Sí? ¿Dónde? ¡No la hemos encontrado! En la Biblia no hay árbol de navidad, fiestas con regalos, belénes (nacimientos), etc. Está en la Biblia que Jesucristo nació, murió, resucitó y ascendió. Cada domingo recordamos Su muerte hasta que Él venga, porque esto sí, ¡está en la Biblia!   

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MUCHO PARA NADA

Un día se me acercó un hombre diciéndome como debería vivir mi vida. Después de platicar con él un tiempo, llegué a la conclusión de que él estaba muy confundido. Obviamente tenía conocimiento de la Biblia porque me citaba versículo tras versículo. Pero no pude tomar su consejo en serio.
    La confusión de aquel hombre era que decía que Dios era su Padre, y profesaba amar al Señor Jesucristo, pero la realidad era otra. Su vida declaraba algo muy diferente, porque ese hombre era un borracho. En vez de aconsejarme a mí, le hubiera servido mejor obedecer lo que él sabía de la Palabra de Dios. Mejor le hubiera servido prestar atención a las advertencias en la Palabra de Dios sobre la embriaguez. "Ni los borrachos...heredarán el reino de Dios" (1 Corintios 6:10).
    Aunque quedé agradecido porque él se preocupaba por mi bienestar, me dio pesar porque todo el conocimiento que tenía no le servía. Ese hombre no tenía "el conocimiento de la verdad que es según piedad" (Tito 1:1). Más bien con su vida él llamaba a Satanás su padre y profesaba amar la bebida.
    En otra ocasión, un hombre llamó a la puerta de nuestra casa, queriendo platicar conmigo. Me preguntó si podría enseñarle la Palabra de Dios. Le invité a las reuniones de enseñanza bíblica que tenemos, pero él se molestó e insistió que quería una clase privada. Le pregunté por qué quería saber más de la Biblia, y dijo que su propósito era enseñar a otros. Preguntándole más sobre el asunto, me di cuenta de que él no leía la Biblia por su cuenta. Solamente abría la Biblia cuando estaba delante de otros en una reunión.
    Lo que él quería era conocimiento intelectual, superficial, para lucir delante de otros y aparentar un maestro. Quería tener en su cabeza datos bíblicos para decir a los demás. Luego me dijo que su meta era establecer una iglesia donde podría predicar la Biblia y ganarse la vida. Sus fines eran lucrativos, egoistas.
    El Señor Jesucristo culpó a los religiosos en Su día de esto mismo: tener conocimiento sin entendimiento. "Dejadlos; son ciegos guías de ciegos; y si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo" (Mateo 15:14). El conocimiento sin la obediencia a la fe no sirve para nada. El Señor Jesucristo describió esta condición vana de los religiosos: "Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí" (Mateo 15:8). Amigo, Dios quiere que seas salvo y vengas al conocimiento de la verdad (1 Timoteo 2:4)
tomado de un tratado escrito por Mitch Parent

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 DIOS EL ESPÍRITU
Parte 11
Camilo Vásquez Vivanco, Punta Arenas, Chile
 

viene del número anterior (La Renovación Del Espíritu)

    Aún así la Biblia nos dice: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Jn. 3:2). Cuán semejantes seamos a Él, no es sólo lo que la regeneración nos ha dado, sino que depende también de la vida privada de cada creyente (1 Co. 13:12; Fil. 3:8-11; Ap. 19:8). En esa renovación está involucrada la “santificación”, obra que el creyente debe iniciar lo más pronto posible, separándose de sus viejas amistades y de sus viejos hábitos: “Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna” (Ro. 6:22). Es vital entender que en la regeneración no existe progreso alguno, así como tampoco lo existe en la justificación. Es decir nadie es más regenerado y justificado de lo que fue desde el día de su conversión, pero en la renovación y en la santificación si hay progresos y avances. La santificación muestra cuán eficaz es la renovación cuando el creyente es obediente a la Palabra de Dios. Sansón es una figura de un creyente que atrofió su renovación echando por el suelo su santificación. Sin embargo como era un hijo de Dios (He. 11:32), y glorificó a Dios más con su muerte que con su vida (Jue. 16:30), cumpliéndose lo señalado por Dios: “Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (Ro. 11:29). Además es bueno resaltar que la santificación no es un grado más sobre los demás (Is. 65:5), sino que es un grado más sobre nuestra propia carnalidad. En esta santificación no sabe uno cuanto avance puede lograr. Si Sansón no sabía cuán bajo había llegado por su carnalidad (Jue. 16:20), del mismo modo el creyente obediente a la Palabra de Dios no sabrá el grado de su santificación como Moisés que no sabía que su rostro relucía de luz (Éx. 34:29) por su comunión con Dios.

LA ADOPCIÓN DEL ESPÍRITU

“Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” (Gá. 4:6).

    Es el mismo Espíritu que clama “¡Abba, Padre!” Y lo hace en nuestro corazón, es decir, nos enseña a acercarnos a Dios como nuestro Padre. Esta expresión dicha en arameo (Abba) procede de los labios balbuceantes de un recién nacido y la expresión griega que le acompaña (Pather) es la voz de un adulto dirigiéndose a Dios como Padre. Es la relación de confianza y seguridad que nos enseña el Espíritu ya que somos hijos de Dios con plenos derechos de adopción.
    La justificación satisface las demandas de Dios como Juez justo (Ro. 3:26) al dar a Su Hijo para que seamos justificados, no justos en la práctica, pues nadie de los santos ha sido hecho justo, sólo declarados justos (Ro. 5:19). Por Su parte la regeneración obrada por el Espíritu interiormente e inmediatamente con la justificación, no antes de ella, nos hace hijos legítimos de Dios (Jn. 1:12-13;Tit. 3:4-5), impartiéndonos su naturaleza divina (2 P. 1:4). La adopción nos es dada por el Espíritu como consecuencia de lo anterior por el hecho de haber sido hechos hijos, no para ser hijos, y nos coloca y prepara para ser herederos de Dios.
    Es preciso destacar que la adopción de Dios no nos hace hijos como sucede hoy en nuestra legislación sobre la adopción. Dios nos da “la adopción de hijos” no el “ser hijos adoptados”. Podemos decir que ningún creyente es hijo de Dios por adopción.  Lo somos por regeneración en el nuevo nacimiento obrado por el Espíritu. Es un error decir que Dios es un Padre adoptivo del nacido de nuevo (Jn. 1:12-13). La adopción bíblica como lo expresa el significado de su término griego (juiothesia) es muy distinto de la adopción de hoy y significa: “colocar en lugar y condición de hijo” a quién ya es un hijo. Por esto la idea relevante de Pablo a los Gálatas es la verdad de que cada creyente no está bajo la ley ni bajo tutores esperando la adopción sino que “hemos recibido la adopción de hijos” (Gá. 4:5). Aún más hoy nosotros podemos adoptar un niño y darle una nueva familia, pero nunca podremos darle nuestra naturaleza. La adopción de Dios no es recibir a un extraño; es colocar a un miembro de la familia en posición de gozar de los privilegios y bendiciones del adulto. Esto significa que incluso el cristiano más joven tiene todo lo que Cristo tiene y es rico en gracia. En la legislación romana un niño por ser menor de 12 años no se diferenciaba en nada de un esclavo: “…Entre tanto que el heredero es niño, en nada difiere del esclavo, aunque es señor de todo” (Gá. 4:1). Sólo al cumplir los 12 años se realizaba una ceremonia que lo colocaba como hijo verdadero y como heredero de su padre. A esa edad era adoptado como hijo legítimo, antes era considerado un “niño” solo un hijo de sangre de su padre y potencialmente un heredero, pero no gozaba del estado de verdadero hijo.
    El apóstol Pablo toma esta figura de adopción para señalar UNA DIFERENCIA Y NO UNA IGUALDAD respecto de la iglesia. Cada creyente siendo hijo de Dios por haber nacido de nuevo, no tiene que esperar la madurez, ni siquiera necesita guardar la ley (Gá. 4:9-11) para ser adoptado y reconocido como hijo legítimo de Dios. Este estado de ser miembro de la familia de Dios se nos es dado junto con el nuevo nacimiento (la regeneración), por eso se dice: “…a fin de que recibiésemos la adopción de hijos” (Gá. 4:5). Como somos hijos legítimos por la fe en Cristo (Gá. 3:26), entonces Dios nos dio inmediatamente la calidad de hijos por Su Espíritu, es decir, todos los derechos de ser herederos suyos. Esto es lo que diferencia el hecho de estar bajo la ley respecto de estar bajo la gracia (Gá. 4:3). El estar bajo la ley es sinónimo de no poseer la calidad de heredero: “el estar bajo la gracia es sinónimo de dignidad y madurez para heredar”.  Siendo que el Espíritu de Dios que está en cada creyente es el Espíritu del Hijo (Ro. 8:15), viene a ser en ellos el “Espíritu de Adopción”, esto produce en ellos los sentimientos de hijos para con Dios, y les asegura  la  dignidad y los privilegios como Sus hijos adultos. El nuevo nacimiento obrado al ejercer fe en el sacrificio de Cristo, nos hizo hijos de Dios y legítimos herederos de Dios. Tal asunto nunca se podría obtener bajo la ley. Cualquier creyente por muy imperfecto que sea es un genuino hijo de Dios y goza de una relación filial con Dios que lo sostiene para siempre. Esto el apóstol lo llama: “espíritu de adopción”, que es el estado de verdadero hijo aun cuando pequemos por error y seamos débiles en la fe. “Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” (Ro. 8:15). Aquí somos nosotros quienes clamamos seguros de ser escuchados porque poseemos el Espíritu de Dios.
    La Biblia nos dice que Los israelitas llegaron a ser hijos por adopción y no la iglesia: “Que son israelitas, de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas” (Ro. 9:4). Israel llegó a tener esta posición de hijos por adopción cuando Dios los eligió de entre las naciones (Éx. 4:22-23; Is. 1:2; Os. 11:1). Así Dios tiene actualmente una relación con esta nación como Creador (Dt. 32:6) y como Padre (Jer. 31:9; 1 Cr. 29.10), ya que Él los eligió de entre las naciones para ser Su pueblo terrenal (Dt. 7:6-7). Llegará un tiempo para que ellos nazcan como hijos verdaderos por el Espíritu de Dios tras pasar por los dolores de la semana 70 que le llevaran al arrepentimiento (Ap. 12:1-5). Ellos recibirán de Él el espíritu de adopción, que hará que clamen: ¡“Padre mío”! (Jer. 3:19). Como ya hemos señalado a diferencia de Israel nosotros en el nuevo nacimiento recibimos la adopción “la toga viril” y poseemos la condición de herederos. El apóstol Juan lo describe así: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios” (1 Jn. 3:1). Horacio Alonso en sus comentarios sobre este texto nos dice: “Dos aspectos tienen que ser subrayados aquí. El primero es que Dios nos ha dado no solamente el nombre sino también el carácter de hijos (“y eso somos”). El segundo es no menos importante, porque la expresión “nos ha dado” está en un tiempo verbal que indica que el don viene a ser una posesión permanente del que lo recibe. La consecuencia es enorme. Los santos han venido a ser el objeto permanente del amor de Dios” (j).


continuará, d.v., en el siguiente número

miércoles, 30 de octubre de 2019

EN ESTO PENSAD -- noviembre 2019


¿QUÉ HERENCIA DEJARÁS?


“El bueno dejará herederos a los hijos de sus hijos”
Proverbios 13:22

    Cuando leemos este versículo, no debemos llegar a la conclusión de que se trata de una herencia financiera. Es mucho más probable que el Espíritu de Dios se refiera a una herencia espiritual. Una persona pudo haber sido educada por padres que eran pobres pero piadosos; esta persona estará eternamente agradecida por la memoria de un padre y una madre que diariamente leían la Biblia, oraban juntos en familia y le criaron en el temor y amonestación del Señor, aunque no le hayan dejado dinero o bienes raíces al morir. La herencia espiritual es la mejor.
    Realmente un hijo o una hija podría arruinarse espiritualmente si heredara una gran cantidad de dinero. La riqueza que llega de repente es intoxicante y pocos son capaces de administrarla con sabiduría. Son pocos los que heredan fortunas y siguen bien para el Señor.
    Otra consideración es que las familias a menudo se rompen por celos y contiendas cuando se reparte una herencia. Es verdad lo que dice el refrán: “donde hay testamento, hay muchos parientes”. Los miembros de familias que han vivido en paz durante muchos años repentinamente se vuelven enemigos por unas cuantas joyas, porcelana o muebles.
    Con mucha frecuencia los padres cristianos dejan su riqueza a hijos inconversos, a parientes que están en religiones falsas o a hijos ingratos, cuando ese dinero podría haberse usado mejor para la difusión del evangelio.
    Algunas veces esta cuestión de dejar dinero a los hijos es una forma velada de egoísmo. Los padres en realidad desean retenerlo para ellos mismos mientras puedan. Saben que la muerte un día lo arrancará de su mano, de modo que siguen la tradición de darlo en herencia a sus hijos.
    Nadie ha legado todavía un testamento que no pueda romperse o disminuirse a causa de impuestos, cuotas y honorarios. Un padre no puede estar seguro de que sus deseos se cumplirán después que haya partido de este mundo.
    Por lo tanto la mejor política es dar generosamente a la obra del Señor mientras estamos todavía vivos. Como reza el dicho: “Da tu ofrenda en vida, porque así sabrás a dónde va”.
    Y la mejor manera de hacer un testamento es decir: “Estando en mis facultades mentales pongo mi dinero a trabajar ya para Dios en esta vida. Dejo a mis hijos la herencia de un trasfondo cristiano, un hogar donde Cristo fue honrado y la Palabra de Dios fue reverenciada. Les encomiendo a Dios y a la Palabra de Su gracia, que es capaz de edificarles y darles una herencia entre los santificados”.
William MacDonald, DE DÍA EN DÍA, Editorial CLIE

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¿Guardas Riquezas?

     En Lucas 12:19 aquel rico habló consigo mismo diciendo: “tienes guardados” – y eso indica que hizo lo contrario de lo que Cristo manda en Mateo 6:19, “No os hagáis tesoros en la tierra”. Hizo tesoro en la tierra. En vez de vivir humildemente y repartir todo lo demás, guardó lo que no necesitaba, y por lo visto era mucho. No pensó en nadie más. Tenía “muchos bienes... guardados para muchos años”. Ése no necesitaba orar pidiendo: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”, porque tenía mucho más de lo que necesitaba, y no vivía dependiente de Dios. Su caso no es el único, pues esto se repite diariamente en nuestros días en todas partes del mundo. 2 Corintios 8:13-15 enseña que Dios permite a algunos tener más para que lo compartan con los que tienen menos, y que “haya igualdad”. Pero la realidad es que no la hay. Los ricos suelen dar de lo que les sobra, y quedarse con la mayor parte, con más de lo que realmente necesitan. De este modo ellos siguen siendo ricos después de dar, y los pobres siguen pobres después de recibir. Los ricos podrían hacer mucho más, pero evidentemente no quieren. No hacen como Cristo que se hizo pobre para enriquecernos a nosotros (2 Co. 8:9), ni como la pobre viuda (Mr. 12:44) que de su pobreza echó todo su sustento. Meditemos en esto porque el Señor sabe no sólo cuánto damos en ofrenda y para ayudar a otros, sino cuánto nos queda después.

Lucas Batalla, de un estudio dado en 2017 sobre el rico insensato de Lucas 12
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  De Vuelta A Los Fundamentos
William MacDonald

     Nosotros enseñamos a nuestros hijos a acumular. Cristo los llama a renunciar a todo lo que poseen (Lc. 14:33).
    Nosotros les enseñamos que ser pobre no es loable. Jesús dijo: "Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios" (Lc. 6:20).
    Nosotros les decimos que se queden en casa y cumplan bien con todo. El Señor les dice: "Id por todo el mundo y predicad el evangelio" (Mr. 16:15).
    Nosotros los inducimos a asegurar su vida terrenal. El Salvador los exhorta a hacerse tesoros en el cielo (Mt. 6:20).
    Nosotros les proponemos que vivan para dos mundos. Cristo dice que eso no es posible (Lc. 16:13).
    Nosotros les enseñamos a "andar por vista". La Palabra les enseña a "andar por fe" (2 Co. 5:7).
    Hermanos, es hora de que nos replanteemos las ambiciones que tenemos para nuestros hijos a la luz de estos hechos ineludibles:
1. Por todo el mundo, hombres y mujeres sin Cristo se están perdiendo.
2. Los cristianos tenemos lo que ellos necesitan: el evangelio.
3. Si les privamos del pan de la vida, somos culpables de negligencia criminal, de homicidio del alma, en definitiva.
4. No nos pertenecemos. Hemos sido comprados con la sangre del Señor Jesús (1 Co. 6:19-20).
5. No tenemos derecho a vivir de forma egoísta. Debemos vivir para Aquél que murió y resucitó por nosotros.
6. Si pretendemos salvar nuestras vidas, las perdemos. Si las perdemos por Su causa, entonces las hallaremos; la realidad será nuestra.
7. Dentro de cien años, sólo la vida vivida para Cristo tendrá valor.
 
las páginas 19-20 de su libro: Seguir Espejismos o Seguir a Jesús, Llamada de Medianoche 

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Las ruinas de Éfeso
Apocalipsis 2:4-5
"Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido".

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 La Humildad de Cristo

    El orgullo es el padre del pecado. Comenzó en el cielo cuando el apuesto Lucifer procuró destronar a su Creador y Dios. Inflado con su orgullo cayó en la condenacion (1 Ti. 3:6). Cristopher Marlowe dijo que "respiraba orgullo e insolencia, por lo cual Dios lo arrojó del cielo". No queriendo sufrir solo los resultados de su error, incitó a Adán y Eva para que pecasen. De esa forma el orgullo entró en la naturaleza humana, y el triste resultado es que cada uno de nosotros tiene lo suficiente como para hundir toda una flota.
    J. Oswald Sanders dijo que el orgullo es la deificación del yo. "Piensa en forma más elevada de sí mismo de lo que debería. Se atribuye el honor que le pertenece únicamente a Dios".
     Cualquier retrato genuino del Señor Jesús debe revelarle como aquel que es manso y humilde de corazón. La palabra manso contiene la idea de estar quebrantado. Es la palabra que se usa para describir a un caballo joven que ha aceptado el arnés y pacientemente ara. Su cabeza se mueve hacia arriba y abajo, y sus ojos miran derecho hacia adelante.
    Nuestro manso Señor nos invita a llevar Su yugo y aprender de Él. Esto significa una aceptación completa de Su voluntad. Cuando las circunstancias adversas nos sobrevengan podremos decir: "Sí...porque así te agradó".
    Jesucristo fue humilde al nacer en un pesebre, nacimiento que no tomó prestada gloria alguna de este mundo. Fue humilde durante Su vida, sin una pizca de orgullo o arrogancia, ni una fracción de un complejo de superioridad. El ejemplo supremo de Su humildad fue cuando "se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil. 2:8).

"Tú, Salvador, fuiste manso y humilde,
¿Y acaso un gusano como yo,
Débil, pecador e impuro,
Me atrevo a elevar mi cabeza?"
                (H. F. Lyte)

"Él se humilló al pesebre,
E incluso al madero del Calvario;
Pero yo soy tan orgulloso e indispuesto,
Como para ser su humilde discípulo"
                (Anónimo)

William MacDonald, Manual del Discípulo, págs. 123-124

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¿EN QUÉ CLASE VIAJAS?

Amigo, estás viajando a la eternidad, lo creas o no, y no sabes cuán cerca estás de llegar a la gran terminal. Por eso, pregúntate sinceramente: "¿En qué clase viajo?" Sólo hay tres:

Tercera Clase: Indiferentes

    Muchos son cautelosos en cuanto a sus intereses en este mundo, pero parecen estar ciegos respecto a la eternidad. A pesar del amor infinito de Dios, la brevedad de la vida, el juicio después de la muerte y la posibilidad de terminar en el infierno, siguen su loca carrera hacia un trágico final, como si no hubiera Dios, ni muerte, ni juicio, ni cielo ni infierno. Pero su indiferencia no cambia la realidad y el horror de su destino eterno sin Dios. "Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo".
    La salvación es urgente. No la posponga. La Biblia dice: “He aquí ahora el día de salvación”.

Segunda Clase: Inseguros
    Éstos tal vez sienten o piensan que son salvos, pero se ven asaltados por las dudas, como un barco azotado por las olas y sin ancla. Pero ¿alguna vez has visto a un marinero echar el ancla dentro del barco para asegurarlo? ¡Nunca! ¡Siempre la echa afuera! “Dios...interpuso juramento, para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros”. Hay quienes enseñan que nadie puede saber, que hay que esperar el día final del gran juicio. Esto es incorrecto y contribuye a la confusión e incertidumbre. Dios quiere que salgas de dudas. O eres salvo o no lo eres, y debes salir de la inseguridad y conocer tu verdadero estado.

Primera Clase: Seguros
    La infalible Palabra de Dios resuelve el asunto. “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna” (1 Juan 5:13). El Señor Jesucristo mismo dijo: “De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna”.
    Puedes saber ahora mismo que tus pecados han sido perdonados y que tienes vida eterna. Arrepiéntete y confía en la obra de Jesucristo en la cruz, y descansa en la promesa segura de la Palabra de Dios. No tiene letra menuda ni condiciones ocultadas. Dios quiere que seas salvo y que lo sepas. Así podrás decir como Pablo: “Yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (2 Timoteo 1:12).
    Amigo, ¿ahora en qué clase viajas?

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DIOS EL ESPÍRITU
Parte 10
Camilo Vásquez Vivanco, Punta Arenas, Chile


viene del número anterior (La Regeneración...)

    La regeneración fue prometida para Israel por el profeta Ezequiel y lo hizo en el contexto de la futura conversión de ellos a Cristo: “Esparciré sobre vosotros agua limpia...Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros...Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu...” (Ez. 36:25-27). La acción de la Palabra de Dios queda demostrada como “esparciré agua limpia” por esto Santiago nos dice: “Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas” (Stg. 1:18). Además se señala por Ezequiel que Dios pondrá “espíritu nuevo dentro de vosotros”, lo cual equivale al nuevo nacimiento mencionado solo por Juan en su Evangelio: “...el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn. 3:5-6). Tal nuevo nacimiento o regeneración equivale a una nueva orientación de los apetitos y de la voluntad dando al creyente la posibilidad de renunciar al poder del pecado (Gá. 5:24). Pero no se crean nuevas facultades dentro de él sino que más bien se enriquecen sus facultades originales y éstas adquieren nobleza y poder (h). La carne como naturaleza propia del que cree no se convierte, pero recibe su herida mortal por el poder del Espíritu Santo y ese creyente tiene ahora la facultad de destruir el dominio  de la carne tal como Samuel terminó con el rey de Agag (1 S. 15:33). Que el pecador antes de ser regenerado este muerto en delitos y pecados (Ef. 2:1-5), no significa que no tenga espíritu y que todo cuanto hace sea corrupto, sino que está manchado por el pecado catalogado en su obrar como obras muertas (He. 9:14). El nuevo nacimiento regenera su espíritu y lo conecta con Dios colocando al que cree en la categoría de “hijo de Dios”, por lo cual Dios lo sella y lo habita con Su Espíritu como señaló Ezequiel al decir: “Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu...”. La escritura del apóstol Pablo es enfática en enseñarnos: “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” (Gá. 4:6). Así la regeneración en el presente da paso al sellamiento (Ef. 1:13), la habitación (1 Co. 6:19) y al  bautismo del Espíritu Santo incorporando al que cree en el cuerpo de Cristo, la iglesia (1 Co. 12:13). Ya señalaremos en el tema del “Bautismo del Espíritu”, que no es que se produzca el bautismo del Espíritu en la conversión, pero si se reciben los beneficios de ese evento ya ocurrido hace más de 2.000 años.
    Es indispensable notar que todos los creyentes de cada dispensación ha nacido de nuevo con la diferencia de que antes de Pentecostés no se recibía al Espíritu Santo como morada permanente, ni se producía el sellamiento ni el bautismo del Espíritu Santo, pues son realidades solo de la iglesia. Esto es aplicable en estricto rigor después que el Espíritu es enviado por el Padre para regenerar al que cree e incorporarlo a la iglesia. Los creyentes antes de Pentecostés gozaban de la calidad de hijos de Dios, esto por su fe en Su Persona y en el sacrificio futuro del Cordero. (Ap. 13:8; He. 11:4).
    Es solamente después de Pentecostés que el Espíritu comienza Su obra de creación para producir la iglesia como cuerpo celestial al cual pertenecen los nuevos “hijos de Dios” hechos semejantes al Hijo de Dios. Este concepto de “hijos de Dios” se usa en la Biblia en tres sentidos, a saber para los creyentes antes del diluvio, para los ángeles y para la iglesia (Gn. 6:2; Job 1:6; 2:1; 38:7; Lc. 20:36; Ro. 8:14-19). De ellos sólo la iglesia llega a ser “hijos de Dios” destinados a ser conforme al Hijo (Ro. 8:29). Los creyentes del Antiguo Testamento si bien fueron hijos de Dios por la fe en el sacrificio futuro del Redentor, no pertenecen al cuerpo de Cristo la iglesia. La razón de ser llamados así parece apuntar a una clase de creación originada directamente de Dios (2 Co. 5:17-18; Ef. 2:10; Gá. 6:15), y con el propósito de ser Sus administradores en la eternidad. En cuanto a los ángeles se nos dice que el mundo venidero no estará sometido a ellos (He. 2:5) y entendemos que lo estará a la iglesia (Ap. 5:9-10). De modo que es la iglesia el cuerpo especial planificado por Dios como “primicias de sus criaturas” (Stg. 1:18) con el cual Dios administrará Su nueva creación (Ap. 22:4-5). Tales “hijos de Dios” son predestinados para ser como lo es su Salvador, y siendo salvados por Él, inician esta transformación por el Espíritu de Dios. Debe quedar claro que la predestinación (Ro. 8:29), no es para ser salvos sino para ser como el Hijo, pues esto es lo que está “elegido”, una clase de vida que pertenece a los “hijos de Dios” (Ef.1:5-6). Nunca la elección ni la predestinación es para ser salvos, sino que es el estatus al cual están destinados  los que ya son salvos. En esta tarea es el Espíritu Santo quién está encargado de formar en el convertido esta imagen lo cual se llama “renovación”.
    Surge finalmente una pregunta sobre lo profetizado por Ez. 36:26. ¿Será regenerado en el futuro Israel? Evidentemente que sí pero no para ser parte de la esposa del Cordero, sino para ser la esposa de Jehová sobre la tierra nueva (Is. 54:5; Jer. 31:32; Os. 2:19). Así los convertidos de Israel como un remanente que será salvo (Ro. 9:27), disfrutarán de Dios como su esposo regocijándose sobre ellos: “Jehová está en medio de ti, poderoso, él salvará; se gozará sobre ti con alegría, callará de amor, se regocijará sobre ti con cánticos” (Sof.3:17). Tal regeneración futura para Israel será verdaderamente gloriosa descrita como “vida de entre los muertos” (Ro. 11:15).

LA RENOVACIÓN EN EL ESPÍRITU SANTO

    La renovación no está incluida en la justificación de nuestras almas, pero se deriva de ella porque el Espíritu que nos fue dado inicia esta obra de renovación: “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Co. 3:18). Este mirar a cara descubierta la gloria del Señor procede de la Palabra de Dios en especial del Antiguo Testamento (Jn. 5:39; Lc. 24:25-27). Es en esencia el Antiguo Testamento el espejo que refleja la gloria del Señor. Esto incluye incluso la ley de Dios que testifica la santidad de Cristo en toda Su vida. Si Dios nos invita a ser santos como Él es santo (1 P. 1:15), es una referencia a la ley de Dios (Lv. 11:45; 19:2) y en primer lugar hemos de verlo en el Señor. Debemos tener claro que hemos sido salvados de la maldición de la ley como medio de justificación pero debemos recordar que es la ley que nos guarda del mal y es usada por el Espíritu Santo para renovar nuestra mente caída: “La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; El testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo” (Sal. 19:7). Santiago invitaba a su auditorio a recibir la Palabra implantada que puede salvar sus almas (Stg. 1:21), siendo esto una referencia al Antiguo Testamento pues era lo único que ellos tenían como Palabra sembrada en sus corazones. Es por esto que la Biblia en sus 66 libros es esencial en esta tarea de renovación sobre el creyente (2 Ti. 3:16-17). Esto prueba el papel fundamental del Antiguo Testamento para la renovación de nuestras almas, en primer lugar como enseñanza: “Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Ro. 15:4), y en segundo lugar como ejemplo: “Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos” (1 Co. 10:11).
    Esta “renovación” se inicia inmediatamente ocurrida la regeneración o el nuevo nacimiento en el creyente (Tit. 3:5) y hemos de admitir que esta “renovación” puede ser atrofiada y detenida dada la negligencia del creyente.  La triste realidad es que tenemos en nuestra vida más “desemejanza” que semejanza respecto del Hijo, dada nuestra falta de consagración y por el dominio autorizado de la carne de nuestra parte.
    La “renovación” es efectuada por el Espíritu de Dios, pero requiere de la obediencia del creyente con una disposición voluntaria en su modo de pensar: “...en el espíritu de vuestra mente” (Ef. 4:23). Se trata por tanto de un cambio de modo de pensar cuya base es la Palabra de Dios: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Ro. 12:2). Para entender esto podemos imaginar un escultor que tiene en sus manos un grueso tronco de madera de lenga (nativa de Punta Arenas-Chile), y que cincel y martillo en mano comienza a tallar el busto de Caupolicán. Cuan parecido sea la obra al original marcará su grado de perfección. El Escultor en esta comparación es el Espíritu, la madera es el creyente y el boceto del cacique es Cristo. El trabajo del escultor será quitar todo lo que no se parezca al boceto original. Así en nuestra experiencia se combinan dolor, presión, sufrimiento, incomprensión, pruebas, enfermedades, sin sabores, postergaciones, abandonos, muerte, hambre, avances y retrocesos, cual medios del escultor para llegar a su fin. Como hemos indicado la colaboración del creyente es esencial. Es dejar que el Espíritu realice Su obra de renovación, y Pablo lo describe así: “...ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (Fil. 2:12). Todo el deseo y la energía para realizar este trabajo vienen directamente de Dios: “porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil. 2:13). Finalmente “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Ro. 8:28). La imagen final de Cristo en el creyente depende de la docilidad del material, al igual que la madera en manos del escultor. Debemos dejar entonces que el Espíritu realice Su obra de transformación y no estorbarla.

continuará, d.v., en el número siguiente 

 

domingo, 29 de septiembre de 2019

EN ESTO PENSAD -- octubre 2019

La Esfera Principal De
Servicio De La Mujer Creyente


Romanos 12:2 exhorta: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”. Una aplicación de esto se ve en la mujer creyente que acepta la esfera de ministerio que Dios le ha designado. Quien le marca la pauta no es el mundo, la sociedad, sino el Señor. No teme ser distinta a las demás mujeres. La Palabra de Dios, indica que su ministerio no está en el mundo de los negocios ni las carreras profesionales, sino más bien el hogar. No es cuestión de si ella tiene mente para esas cosas o es capaz de hacerlas, sino de qué quiere Dios de ella.
    En Proverbios 31 claramente la mujer piadosa sirve en su casa y através de ella toca vidas de otras personas. En 2 Reyes 4:8-10 la gran mujer de Sunem sirvió en su casa, hospedando al profeta. En Lucas 10:38-39 Marta y María recibieron al Señor en su casa en Betania. En Hechos 16:14 Lidia abrió su casa para hospedar a los siervos de Dios. 1 Corintios 14:35 dice que si las mujeres quieren aprender algo, “pregunten en casa a sus maridos”. La instruccicón apostólica acerca de las viudas jóvenes es: “que se casen, críen hijos, gobiernen su casa...”. Deben estar en casa para criar sus hijos, y mantener el orden y funcionamiento del hogar. Tito 2:5 las manda ser “prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos...”.
    Que el mundo hoy vea esto como una idea anticuada no es una sorpresa. Pero los creyentes no debemos conformarnos a este siglo. La discípula del Señor halla gran satisfacción en su ministerio, y rechaza la supuesta “liberación” que pretende sacarla del hogar. Esa “liberación” feminista es un atentado contra el orden divino, y trae confusión, desorden y disfunción al matrimonio, la familia y la asamblea. ¡Qué hipócrita es el movimiento feminista! Para “liberar” a una mujer de su casa para que tenga carrera, paga a otra mujer para servir en su casa en las tareas domésticas y el cuidado de su familia. ¿Cuál es el propósito de mandar a las mujeres a la universidad a prepararse una carrera, y para ganarse la vida en el mundo, si no es lo que Dios quiere para ellas? El dinero que ganan no suple lo que falta por estar ellas fuera del hogar. Deberían aprender la voluntad de Dios expresada en las Escrituras, no la voluntad de la sociedad. Los tiempos cambian, alegan algunos, pero respondemos que la Palabra de Dios no cambia. Les haría bien a muchos padres y mujeres jóvenes el librito de William MacDonald: En Pos De Sombras, del cual citamos respecto a la educación universitaria:

“La educación, el gran abracadabra y fraude de todos los tiempos pretende prepararnos para vivir, y se prescribe como la panacea universal para todos los males, desde la delincuencia juvenil hasta el envejecimiento prematuro. En su mayor parte sólo sirve para incrementar la estupidez, inflar la arrogancia, promover la incredulidad y dejar a los que están sujetos a merced de lavacerebros que tienen prensa, radio y televisión a su disposición”. (De “Jesus Rediscovered” por Malcom Muggeridge)

“Con demasiada frecuencia los jóvenes criados en hogares cristianos son formados para el mundo en lugar de para el Salvador; para el infierno más que para el cielo. Pregunta hoy a unos padres cristianos corrientes con qué propósito están formando a sus hijos. Muchos de ellos contestarán: ‘Para que tengan un buen empleo’, o ‘Para que sean independientes económicamente’, o ‘Para que puedan mantener una familia y vivir con cierta comodidad’.

“Queremos que asistan a las escuelas de renombre, cuanto más prestigiosas, mejor. Queremos que consigan trabajo en alguna institución que tenga prestigio en la comunidad. Queremos verlos bien casados, es decir, que consigan a alguien con cierto estatus social... Queremos además que dediquen sus noches libres y los domingos a la iglesia local”.          En Pos De Sombras, (pág. 3)

    Hay quienes objetan que el mundo hoy es muy diferente, y que fracasan los matrimonios y una mujer debe saber ganarse la vida. Oh, pues, ¿por qué no pensó el Señor en esto para decirnoslo? Él habló de otra manera:
“Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mt. 6:25, 31-33). Pero como en los tiempos de Jeremías, Dios habla pero Su pueblo no quiere oir. ¡Ojalá sea diferente con nosotros! “La mujer que teme a Jehová, ésa será alabada” (Pr. 31:30).     
Carlos Tomás Knott

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No Lo Separe El Hombre

“Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” Mateo 19:6
 
     El mundo hoy considera que el matrimonio es un contrato civil que puede ser invalidado por cualquiera de los dos. El Señor Jesús dijo que es mucho más que eso. El matrimonio es una unión establecida por Dios y atestiguada por Él. Debe mantenerse inviolado hasta que la muerte termine la relación. “No lo separe el hombre” es un mandamiento de Cristo. ¡Qué triste y vergonzoso es oír a un profesado cristiano hablar tranquilamente de su “ex” como dicen los del mundo. “Jehová Dios de Israel ha dicho que él aborrece el repudio” (Mal. 2:16).
     La permanencia del matrimonio es para el bienestar y la felicidad de todos. Dios requiere que cumplamos los votos que salen de nuestra boca (Nm. 30:2). El esposo y la esposa se necesitan. Además, son una figura de Cristo y la Iglesia (Ef. 5:23-32). Los hijos necesitan a ambos padres y la seguridad que un matrimonio cristiano amoroso puede proveer. El Señor les manda obedecer a sus padres (Ef. 6:1), no a uno de ellos. Si estáis casados, renovad o reafirmad hoy vuestros votos. Determinad ser fieles y leales cada uno a su cónyuge. Es la voluntad de Dios.

adaptado de una lectura de Donald Norbie en calendario devocional “Choice Gleanings”
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 "Todo"

He aquí una pequeña muestra de cómo la Biblia utiliza la palabra "todo".

todos pecaron                           Ro. 3:23  pecado
todo el mundo bajo el juicio    Ro. 3:19  condenación
todo aquel que en Él cree        Jn. 3:16    salvación
todas las naciones                    Ro. 1:5     alcance del evangelio
rescate por todos                     1 Ti. 2:6    expiación
gustase la muerte por todos     He. 2:9     expiación
a todos atraeré a mí mismo     Jn. 12:32   atracción
que todos vengan al arrepentimiento    2 P. 3:9  deseo divino
perdonándoos todos los pecados    Col. 2:13  perdón
 
todo tu corazón
toda tu alma
                   Mt. 22:37    el amor debido a Dios
toda tu mente
todas tus fuerzas            Mr. 12:30
 
todos los días                 Mt. 28:20    presencia del Señor
todas estas cosas            Mt. 6:33    provisión
toda bendición espiritual        Ef. 1:3        bendición
un nombre que es sobre todo nombre  Fil. 2:9    posición de Cristo
todo lo puedo                    Fil. 4:13    poder
toda vuestra necesidad      Fil. 4:19    oración
todo vuestro ser                1 Ts. 5:23    santificación
toda vuestra manera de vivir   1 P. 1:15    santidad de vida
toda vuestra ansiedad              1 P. 5:7        oración
toda diligencia              2 P. 1:5        crecimiento
todo ojo le verá            Ap. 1:7    manifestación 
1 Juan 2:2 declara acerca de Cristo: “Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo”. Cuando dice: “por nuestros pecados” obviamente habla de los creyentes. Luego dice: “no solamente por los nuestros”, y con esto va más allá de los creyentes y dice: “por los de todo el mundo”. No dice: “por los de los escogidos”, ni “por todo el mundo de los escogidos”, sino habla de todo el mundo sin restricción, es decir, el mundo de los seres humanos, el mismo mundo que Dios de tal manera amó en Juan 3:16. La palabra "todo" en esta frase no permite limitar así el sentido de la palabra “mundo”. ¡Cuán grande es el amor y la obra de Dios!
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El Cristo de Salvador Dalí

HAY UN ÓLEO FAMOSO que fue pintado en 1951 por Salvador Dalí. Se titula “Cristo de San Juan de la Cruz” y su ejecución fue inspirada en un dibujo hecho por un místico español, el monje carmelito Juan de Yepes, que vivió en el siglo dieciséis. Cualquiera que haya sido el propósito de ese hombre piadoso al hacer ese dibujo, lo cierto es que Dalí sacó de su obra una interpretación muy personal de la crucifixión.
    Su cuadro muestra a un Cristo crucificado, suspendido en el cielo e inclinado hacia el mundo, que está allí representado por el retrato de los dos pescadores con su red y pequeño bote. Lo que nos llama la atención es el Cristo, que no muestra ninguna señal de sufrimiento. Su cuerpo no está lacerado ni lastimado, no se ve sangre ni defecto físico alguno. No hay tensión ni fatiga en ese Cristo, quien más bien descansa sobre la cruz. Dalí mismo dice acerca de su obra: “Mi ambición estética fue completamente opuesta a todos los cristos pintados por la mayoría de los pintores contemporáneos... Mi Cristo sería hermoso, como el Dios que Él es”.
    La preocupación por un Dios hermoso no permite al pintor la libertad de representar los sufrimientos de Cristo, quien en verdad es Dios. En el citado óleo, hasta la cruz es hermosa, de buena madera lustrada. El cartel que hizo burla a su dignidad divina, queda en blanco. Si pensamos en los pescadores a la orilla del mar -como son representados por Dalí- estaríamos ante un Cristo divorciado de la realidad humana, un Cristo sin sangre, sin dolor, sin lágrimas; un Cristo demasiado bello.
    Muchas personas sienten emoción profunda al estudiar la obra. ¿A quién no le agrada estar en un culto religioso haciendo armonizar sus sentimientos y reflexiones con los actos solemnes allí realizados? Sin embargo, con tal actitud podemos caer en el peligro de hermosear a Cristo, reconociéndolo como un elemento más de una obra artística o de un culto religioso, sin aceptarlo como una persona histórica que aún vive.
    La Biblia dice de Cristo que “no hay parecer en él, ni hermosura”. El Cristo hermoso del óleo, que no vertió ni una gota de sangre, ni sudó, ni derramó una sola lágrima, carece de la vida necesaria para ser el Salvador de los hombres. Por eso, vez tras vez, las Sagradas Escrituras subrayan que “Jesucristo vino en carne”, o sea que Cristo es Dios con cuerpo humano, la segunda persona de la Trinidad.
    Lo hizo para acercarse a la condición humana y expresar el amor de Dios en términos que pudiéramos comprender. Él sufrió en carne propia el drama de la vida común: el desengaño, el cansancio, las lágrimas, la muerte. Colgado en la cruz, lo que le desfiguró tanto fue el hecho de ser contado como un pecador, siendo que Él era perfecto en todo; fue el castigo por nuestros pecados, siendo que era inocente de toda culpa.
    Hermosear a Cristo de esta manera, es sacarlo de la realidad, es colocarlo sobre una pared y olvidarnos que nuestra salvación requería que Él padeciera todo el furor de Dios por nuestra infracción a la ley divina. El Cristo verdadero vive ahora en el cielo y ofrece perdon, salvación y vida a todos los que confían en Él.
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 DIOS EL ESPÍRITU
Parte 9
Camilo Vásquez Vivanco, Punta Arenas, Chile


viene del número anterior, la sección "El Espíritu Cual Señor"

En la esfera de los ancianos como guías de la asamblea:
    La Biblia nos enseña que los hombres que apacientan la grey reciben tres nombres relativos a su función, a saber, obispos como sobreveedores, ancianos por su madurez y experiencia y pastores por su cuidado. Tales funciones no son dones sino campos de trabajo o ministerios a los cuales el Espíritu Santo llama y coloca para el cuidado de la iglesia local: “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre” (Hch. 20:28). El apóstol antes dice que reunió a los ancianos de Éfeso (Hch. 20:17) de modo que a los tales se les califica en estas tres funciones capacitados por el Espíritu Santo. No es que ser anciano sea un don, pues tal definición no aparece en la Palabra de Dios, se trata de que ellos son hombres facultados porque poseen los dones necesarios para su tarea cuál sobreveedores y pastores. Los ancianos al menos deben poseer el don de la misericordia, de servicio, de exhortación, de la enseñanza, de presidir o dirigir con sabiduría. En este sentido es muy posible que los hombres llamados “pastores” (Ef. 4:11), correspondan a hombres cuál un don como personas y no como dones tales como la enseñanza o la misericordia. Los ancianos cuál pastores son para servicio local en una determinada iglesia porque apacientan con amor a los creyentes de una localidad. Sin embargo los pastores como hombres dados cuál personas, son para la edificación de toda la iglesia (Ef. 4:12) y ellos son especialmente capacitados para enseñar y consolar con su ministerio a muchas iglesias (He. 13:7, 17, 24).
    Ya hemos señalado que a tales hombres llamados ancianos es la iglesia quien les reconoce (1 Ts. 5:12) pues esto está en consonancia con un llamado previo del Espíritu sobre sus vidas, al cual a sí mismo el que ha sido llamado para este oficio, se extiende (1 Ti. 3:1). Nunca ha de sugerirse a algún hermano que sirva como anciano por ser el más antiguo de la iglesia o por sus títulos universitarios, o posición social, tal asunto es obra humana y no un llamado del Espíritu Santo. Es así mismo muy significativo que sea el Espíritu Santo  quién apruebe las desiciones de los ancianos y las avale: “Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias” (Hch. 15:28). Es conveniente saber que no todas las decisiones de los ancianos son guiadas por el Espíritu Santo (1 Ti. 5:17 y 19-20) razón por la cual existirá un examen especial para ellos en el tribunal de Cristo (1 P. 5:2-4).

LA COMUNIÓN DEL ESPÍRITU SANTO

“La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros. Amén” (2 Co. 13:14).

    Históricamente Dios ha tenido una revelación progresiva de Su voluntad con el hombre, por ejemplo, se ve que Su trato con los patriarcas fue distinto al trato con Israel: “Y aparecí a Abraham, a Isaac y a Jacob como Dios Omnipotente, mas en mi nombre Jehová no me di a conocer a ellos” (Éx. 6:3). Sólo Israel llega a conocer a Dios como “Jehová”, nombre que tiene que ver exclusivamente con una comunión de pacto. Entonces podemos decir que el Padre sostuvo comunión con los patriarcas, que el Hijo de Dios tuvo comunión con los apóstoles, y que en esta presente dispensación el Espíritu mantiene comunión con la Iglesia.
    El Señor Jesús declaró a Sus discípulos: “separados de mí nada podeís hacer”, basado en esta comunión con ellos, pues Él estaba presente (Jn. 15:5). Ahora el Señor físicamente está ausente pero nos ha dejado Su Espíritu para estar mucho más cerca de nosotros, como lo asegura Su Palabra: “...y vendremos a él, y haremos morada con él” (Jn. 14:23). De modo que somos invitados a realizar todo por el Espíritu ya que el Señor declaró: “...Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad” (Jn. 16:13). Esto significa que somos invitados a tener comunión con el Espíritu y aprender de Él. Esta tarea la realiza el Espíritu solo con la Palabra de Dios, llenándonos y consolándonos y siempre en comunión con el pueblo de Dios: “para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu” (Ef. 3:16). El Espíritu no hace nada separado de la Palabra de Dios y no comunica nada separado del pueblo de Dios: “seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Ef. 3:18-19). A pesar de cualquier incomprensión y desatino en la asamblea, nunca deberíamos  separarnos de ellos pues a pesar de ellos y de nosotros, el Espíritu mora en Su pueblo y nos trae enseñanza que fortalece nuestro espíritu.
    Ahora bien, la comunión del Espíritu Santo tiene que ver principalmente con el mandamiento de no entristecerlo y es necesario entender que esta comunión se rompe por la presencia del pecado. Este mandamiento es dicho en términos corporativos, es decir en el ambiente de la iglesia: “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención” (Ef. 4:30), lo que implica que el Espíritu se entristece en aquellos hermanos sobre los cuales nosotros ofendemos con nuestras palabras duras y groseras, por esto nos señala antes de este mandamiento: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes” (Ef. 4:29). Somos nosotros los que entristecemos al Espíritu en otros y esto trae serio deterioro espiritual en la asamblea por lo tanto no existe comunión del Espíritu. Junto con esta verdad hemos de reconocer que el Espíritu se entristece frente a la presencia de cualquier pecado presente en nuestras vidas. Podríamos decir que existen siete aspectos que motivan la tristeza del Espíritu:

1.  El Espíritu de Dios se entristece si frecuento el pecado.
2.  El Espíritu de Dios se entristece si no confieso mis pecados.
3.  El Espíritu de Dios se entristece si ofendo a otra persona con mis palabras.
4.  El Espíritu de Dios se entristece si guardo rencor y amargura.
5.  El Espíritu de Dios se entristece si acostumbro a la ira y el enojo.
6.  El Espíritu de Dios se entristece si no perdono a quién me ha ofendido.
7.  El  Espíritu de Dios se entristece si no busco lo de Cristo en mi vida y en mi asamblea promoviendo la justicia, la paz y gozo en el Espíritu.

    La tristeza del Espíritu es una garantía de que Él está en nosotros y que somos hijos de Dios. Si el Espíritu se entristece la vida del creyente, se entristece, es decir no hay gozo espiritual, no hay crecimiento espiritual y por mucho que ese creyente intente disfrazar su pecado su vida se marchitará. David en su confesión de su pecado decía: “Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día” (Sal. 32:3), esto es marchitarse por no confesar los pecados (Sal. 32:4-5). En ese periodo cuando David no confesó su pecado, casi un año, el gozo celestial de la salvación no estaba en él (Sal. 51:12), puede haber éxito económico, intelectual, etc, etc, pero no espiritual. El asunto fundamental es que el Espíritu no abandona hoy al creyente como ocurrió con David (Sal. 51:11), sino que se entristece en ese creyente, en su familia y en su asamblea. Ese creyente puede estar aun participando de la cena del Señor en esa condición, sin confesar su pecado con el Espíritu entristecido. La mayor tristeza para el Espíritu en ese creyente, es que tiene que cambiar su ministerio de edificación por el de convencerle de su estado pecaminoso, tal como lo hace con un inconverso (Jn. 16:8).
    En el tema de la “morada del Espíritu” veremos que los creyentes del Antiguo Testamento perdían la presencia del Espíritu Santo por la militancia del pecado. Así pasó con Sansón, David, Saúl y todo otro sobre los cuales incluso se dice: “Mas ellos fueron rebeldes, e hicieron enojar su santo espíritu; por lo cual se les volvió enemigo, y él mismo peleó contra ellos” (Is. 63:10). Para la iglesia no existe este peligro, pues los creyentes han sido regenerados, sellados y hechos morada del Espíritu Santo, y por muy débil y torpe que sea un creyente, el Espíritu Santo no los abandona pues ha sido enviado para quedarse para siempre “con ellos” y “en ellos” (Jn. 14:16-17). Sin embargo aún siendo templos del Espíritu Santo la comunión del Espíritu Santo se rompe en el creyente de hoy por la presencia del pecado, pues se trata del Espíritu Santo y Él no puede tener comunión con el pecado.
    Los creyentes del Antiguo Testamento igual que nosotros gozaban de la salvación de sus almas y lo hacían en vista de la redención futura para ellos echa en la Cruz. Sin embargo ellos no pertenecen a la iglesia, el nuevo hombre creado por Dios tras la venida del Espíritu Santo. El sellamiento del Espíritu y la morada sucedieron después que el Señor fue glorificado edificando así Su iglesia como una nueva creación (Jn. 7:39; Mt. 16:18; Hch. 2:47; 2 Co. 1:22; Ef. 1:13).

continuará, d.v., en el siguiente número