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martes, 30 de julio de 2019

EN ESTO PENSAD - agosto 2019

CLAVE PARA EL AVIVAMIENTO:
"HE OÍDO TU PALABRA, Y TEMÍ"
Lucas Batalla

Texto: Habacuc 3:1-2Desgraciadamente no muchos tienen hoy la reacción de Habacuc en el versículo 2, “he oído tu palabra, y temí”. José temía a Dios y por eso rehusó tomar a la mujer de Potifar. Exclamó: “¿cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?” (Gn. 39:9). Hoy pocos reaccionan a la tentación como él, porque hoy hasta los creyentes adolecen del buen temor de Dios. Ese temor es sano y bueno, no es miedo sino temor santo, reverencia. Habacuc lo tuvo porque oía con fe la Palabra de Dios. Necesitamos oír como él, porque nuestro Señor afirmó: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”.
    Así que, en el versículo 2 Habacuc sigue: “Oh Jehová, aviva tu obra en medio de los tiempos”. Es necesario hoy orar así, porque el humanismo y la mundanalidad han entrado en las iglesias, y los que ocupan lugares de liderazgo se han desviado. ¿Cuál es la obra de Dios? La que Él hace – no es cualquier cosa. El Señor obra en el mundo, y en los que creen, y toda la obra de Dios dura. “Todo lo que Dios hace será perpetuo” (Ecl. 3:14). Los imperios y los monumentos de los hombres pasarán y desaparecerán, pero la Palabra de Dios vive y permanece para siempre.
    La más grande de las obras de Dios es la de Cristo en la cruz. Pero Él obró en Israel en el Antiguo Testamento, y obra en la iglesia en el Nuevo Testamento y hasta hoy. Cuando vivimos de acuerdo a Su Palabra, manifestamos Su obra. “Edificaré mi iglesia” dijo el Señor (Mt. 16:18), pero Él sólo edifica conforme a Su Palabra. La iglesia es obra de Dios y por eso si alguien intenta destruirla, Dios le destruirá a él (1 Co. 3:17). Su Palabra obra eficazmente en los que oyen con fe (1 Ts. 2:13). Nosotros también como creyentes debemos obrar, haciendo buenas obras (Ef. 2:10), pero hay que nombrar a Cristo, para que sepan que es por Él que las hacemos, para que Él reciba la gloria.
    El pan de hoy deja a la gente con hambre mañana, pero la Palabra de Dios llena siempre. Habacuc oyó Su Palabra, temió, y pidió el avivamiento de Su obra – Israel en aquel entonces. Hoy, como entonces, si es avivada la obra del Señor, seremos obedientes y santos, y tendrémos Su guía, poder y protección.
continuará, d.v., en el número siguiente

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Pagando El Precio: El Rechazo

Hay algo más que una sugerencia en el Nuevo Testamento acerca del rechazo inevitable que produce la fidelidad a Cristo. El creyente que está determinado a obedecer, debe estar preparado para quedarse solo.
    Todos huimos del ridículo y de la burla, porque queremos ser aceptados. Anhelamos ese sentido de “pertenencia” que proviene de conformarnos a quienes nos rodean. Nadie quiere que los demás piensen que uno es raro – o un inadaptado – alguien que no es conformista.
    Pero el creyente que camina con Dios debe estar dispuesto a pagar ese precio. El Señor Jesús fue un objeto de burla para la gente de Su generación. Así sucederá también con cualquiera que lo siga.
    El mundo no puede soportar a una persona que está dedicada a la voluntad de Dios. La vida santa del discípulo devoto condena el pecado y el egoísmo de las personas mundanas.
    Pero algo aun más difícil de sobrellevar es el antagonismo de otros cristianos. Ya es suficiente tener a los impíos gruñendo como perros callejeros, como para que se agregue una copa más de amargura para beber – la mirada insidiosa de los santos no tan santos.
William MacDonald, de su libro Buscad Primeramente

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    Por eso, si quieres seguir al Señor, ponerle primero y agradarle, sufrirás aun de otros creyentes. Pero ¡ay de los que critican o hacen sufrir a los que desean obedecer y ser fieles!

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¿Guardamos El Día De Reposo?


El séptimo día, sábado, día de reposo, fue establecido por Dios. En Éxodo 16:23 leemos: “Mañana es el santo día de reposo, el reposo consagrado a Jehová”. En el monte Sinaí Dios dedicó uno de los diez mandamientos al día de reposo: “Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; mas el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó” (Éx. 20:8-11).
    Nadie debe dudar de la importancia del día de reposo. Pero muchos ignoran o no creen que fue un día establecido para la nación de Israel. Sin embargo eso es lo que la Biblia dice. En Éxodo 31:13 Dios mandó a Moisés así: “Tú hablarás a los hijos de Israel, diciendo: En verdad vosotros guardaréis mis días de reposo; porque es señal entre mí y vosotros por vuestras generaciones, para que sepáis que yo soy Jehová que os santifico”. Más adelante, en los versículos 16-17 leemos: “Guardarán, pues, el día de reposo los hijos de Israel, celebrándolo por sus generaciones por pacto perpetuo. Señal es para siempre entre mí y los hijos de Israel...”  Dios nunca mandó a las naciones que guardaran ese día – era una señal exclusiva entre Él e Israel. Pasamos adelante al libro de Ezequiel 20:3-12 donde Dios manda al profeta que recuerde a Israel Su fidelidad y Sus propósitos y mandamientos cuando Él los sacó de Egipto. En el versículo 12 leemos: “Y les di también mis días de reposo, para que fuesen por señal entre mí y ellos, para que supiesen que yo soy Jehová que los santifico”.  También el profeta Nehemías indica que Dios estableció ese día para Israel, Su pueblo terrenal: “Y sobre el monte de Sinaí descendiste, y hablaste con ellos desde el cielo, y les diste juicios rectos, leyes verdaderas, y estatutos y mandamientos buenos, y les ordenaste el día de reposo santo para ti, y por mano de Moisés tu siervo les prescribiste mandamientos, estatutos y la ley” (Neh. 9:13-14).
    Bajo el pacto de la ley establecido en el monte Sinaí, Israel estaba obligada a guardar el séptimo día como día de reposo – señal entre la nación y Dios. Pero no vivimos bajo ese pacto, sino bajo el Nuevo Pacto, y no pertenecemos a Israel, sino a la Iglesia. No guardamos el día de reposo porque no somos judíos. Nos reunimos el primer día de la semana, no sábado, sino domingo. En Mateo 28:1 leemos que “Pasado el día de reposo, al amanecer del primer día de la semana” es cuando vinieron las mujeres al sepulcro en busca del Señor. Eso fue el domingo por la mañana. No lo hallaron porque resucitó esa misma mañana. Marcos 16:9 dice: “Habiendo, pues, resucitado Jesús por la mañana, el primer día de la semana”. El domingo es el día de la resurrección del Señor. Los otros evangelios confirman lo mismo. Pasando a los Hechos de los Apóstoles vemos cuál era la costumbre de la Iglesia primitiva, la apostólica: “El primer día de la semana, reunidos los discípulos para partir el pan” (Hch. 20:7). La Iglesia se reunía el primer día de la semana, no el sábado sino el domingo, para la Cena del Señor y la predicación de la Palabra.
    Ese día cristiano de reunión, el día de la resurrección del Señor, no es llamado “día de reposo” porque como hemos visto, el día de reposo es el sábado y pertenece a Israel. El domingo no es un “día de reposo cristiano” porque la Palabra de Dios no nos autoriza a copiar y aplicar ese término a la Iglesia. Hay un himno que dice: “Hoy es día de reposo, día de santo solaz” – pero en ese caso sólo utiliza licencia poética para expresarse; no debemos tomar nuestra doctrina del himnario, sino de la Biblia.
    Los adventistas del séptimo día, los bautistas del séptimo día y algunos otros grupos se reúnen los sábados. Suelen señalar la importancia del cuarto mandamiento de la ley mosáica, porque no reconocen que ese día fue establecido entre Dios e Israel, no con nadie más. Los adventistas quieren hacerse pasar por evangélicos, pero en realidad ellos enseñan que el domingo es la marca de la bestia y los que se congregan ese día son malditos. Elena White, su fundador y profetisa, tuvo un sueño/visión en que vió el arca de Dios en el cielo, y las tablas de la ley, que brillaba sobremanera el cuarto mandamiento – “Acuérdate del día de reposo, para santificarlo”. Ella razonó que si Dios hubiera querido cambiar el día de culto del séptimo al primero, hubiera cambiado el cuarto mandamiento, pero no lo hizo. Otra razón por la que a las mujeres les es prohibido enseñar – mirad cuánta confusión. Ignoraba los otros textos bíblicos que hemos considerado. Hebreos 7:18 indica claramente acerca de la ley: “Queda, pues, abrogado el mandamiento anterior a causa de su debilidad e ineficacia”. Esto incluye el día de reposo.
Carlos Tomás Knott

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¿En qué se Parecen un Hombre Bueno 
y una Mujer Mala?

En capítulo 3 del evangelio según Juan se nos presenta un hombre “bueno”, religioso: Nicodemo. ¡Míralo!
    · principal entre los judíos    · hijo del pacto
    · simiente de Abraham         · maestro de las Escrituras
    · hombre de oración             · admirador de Cristo
    · buscador de la verdad        · dador de diezmos y ofrendas

En el siguiente capítulo, Juan 4, se nos presenta alguien muy diferente: una mujer “mala”. ¡Mírala!
    · de los despreciados samaritanos    · casada 5 veces
    · viviendo con otro sin casarse         · contenciosa
    · materialista                                     · no del pueblo escogido
    · no quería a los judíos                     · carnal y egoísta

    PERO de los dos, así como de todos nosotros, sea cual sea nuestra vida, la Palabra de Dios dice: “No hay diferencia, por cuanto todos pecaron”  (Romanos 3:22-23). “El hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 Samuel 16:7). Todo ser humano tiene un corazón malo, según Cristo (Marcos 7:20-23). Es inútil compararte con los demás, porque ante Dios somos todos pecadores.
    Cristo también dice: “Bienaventurados los de limpio corazón” (Mateo 5:8), pero el ser humano no es así por naturaleza, ni Nicodemo ni la mujer samaritana, ni yo ni tú, amigo lector.
    Para lograr limpieza de corazón, necesitamos ser perdonados y lavados por la sangre de Jesucristo. Él nos lava de nuestros pecados con Su sangre, esto es, mediante Su muerte por nosotros cuando llevó nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero.
    Necesitamos otra vida – “es necesario nacer de nuevo” (Juan 3:7). Para eso es necesaria la Palabra de Dios. “Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 Pedro 1:23). En ella aprendemos de nuestro pecado y necesidad del Salvador que “se dio a sí mismo en rescate por todos” (1 Timoteo 2:6). Seas religioso y "buena gente" o "mala persona", necesitas ser salvo. Sólo en el Señor Jesucristo hay perdón, limpieza y vida eterna. Él “nos amó y nos lavó de nuestros pecados con su sangre” (Apocalipsis 1:5). Tu religión, tradición, obras, reformas y sinceridad no pueden salvarte. Sólo el Señor Jesucristo es el Salvador de pecadores, y eso somos todos.
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 DIOS EL ESPÍRITU
Parte 7
Camilo Vásquez Vivanco, Punta Arenas, Chile

viene del número anterior
Respecto de la Guía
    “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (Ro. 8:14).
    El poder de la iglesia está en su comunión y guía del  Espíritu. Una iglesia puede tener un programa anual y mucha actividad, puede tener un amplio ministerio, también puede tener muchos recursos económicos, e incluso tener grandes hombres dotados pero sin “el amor del Espíritu” (Ro. 15:30; Fil. 2:1). Es así que una de las iglesias más dotadas estaba en peligro de desaparecer por haber dejado su primer amor o “mejor amor” (Ap. 2:4-5), y esto por la falta de comunión y guía del Espíritu que hace olvidarnos del amor a los hermanos como del amor supremo a Dios (Lc. 10:27; Ro. 13:9). Los programas y los hombres pueden estar lejos de la obra fundamental del Espíritu de glorificar al Hijo y ser guiados a toda la verdad y provistos de amor (1 Co. 16:14). El Señor señaló de Su Espíritu: “... él os guiará a toda la verdad...Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber” (Jn. 16:13-14). Siempre la guía del Espíritu será que podamos glorificar a Dios en nuestras vidas y en la participación colectiva de la iglesia (1 Co. 10:21; Ef. 3:21).
    Ahora bien, ¿Cómo nos guía el Espíritu? ¿Es asunto de algún éxtasis especial que nos sobrecoge según reclaman los carismáticos? Hemos de saber que la vida cristiana es un viaje de aprendizaje de la antigua vida bajo la carne a una nueva vida bajo el Espíritu (Ro. 7:6). Paralelamente a esto es un viaje de la vida sin la iglesia hacia la nueva vida del nuevo hombre, a saber El Cuerpo, la iglesia. La vida antigua puede dominar esporádicamente al creyente llevándolo a su deterioro y fracaso: “porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Ro. 8:13). Esta expresión: “hacer morir” es la acción del Espíritu en el creyente guiado por Su Persona mediante la obediencia a la Palabra de Dios. Es paralela a la expresión usada por el apóstol Pablo como “mortificad”: “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros...” (Col. 3:5). Tal cosa no es autoflagelarse sino que es el poder del Espíritu en el creyente que se somete en oración a Su dirección y guía: “Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles” (Ro. 8:26). Esta intercesión es en el corazón del creyente, ayudándolo a no preferir las obras de la carne, pues que el creyente no pida cómo conviene no se trata de que no sepa hablar bien. Es más bien que no sabe inclinarse a lo del Espíritu convenientemente y prima en el la carne por su inexperiencia en la santidad. El Espíritu no es un acomodador de oraciones, arreglando nuestras oraciones, sino uno que nos sugiere con gemidos indecibles que elijamos Su guía y abandonemos las obras de la carne.
    Esto es orar en el Espíritu, es decir, cuando escuchamos al Espíritu y no a la carne: “orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos” (Ef. 6:18). Este orar en el Espíritu es necesario que entendamos que es en comunión con la Palabra de Dios, pues nunca seremos guiados fuera de ella, por esto se nos dice: “Pero vosotros, amados, edificándoos sobre vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo” (Jud. 20). Esta santísima fe es “la fe una vez dada a los santos”, es decir, el conjunto de doctrinas de los 66 libros de la Biblia con todo el consejo de Dios (Jud. 1:3; Hch. 20:27). Un creyente que conoce el poder de su Salvador, que sabe además de la herencia a la cual ha sido llamado, y que de igual modo conoce los mandamientos del Señor, recibirá en su alma el “dominio propio” necesario como “templanza” que le hará decidir según la guía del Espíritu Santo (Gá. 5:22-23). En todo esto existe un caminar y un aprendizaje fruto de la oración y de la comunión con la Palabra de Dios: “Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios; Tu buen espíritu (Espíritu) me guíe a tierra de rectitud” (Sal. 143.10).
    Este es un caminar de aprendizaje espiritual ilustrado en el Antiguo Testamento por varios ejemplos, uno de ellos es el viaje de Abraham desde  la tierra en Ur de los Caldeos hacia la tierra prometida. En Ur estaba la vida antigua en la carne y en la tierra prometida la vida nueva gobernada por el Espíritu. Nosotros también somos llamados a dejar lo conocido y lo estático para tomar este viaje espiritual. Solamente el Espíritu de Dios nos puede llevar por este camino y dejarnos en nuestro destino final. En nuestro caso la ayuda de la iglesia es fundamental y sin su agencia es imposible crecer y ser fortalecido.
    En la Biblia se usa la figura de caminar o de andar para reflejar una vida en acción conducida por el Espíritu. Por eso se nos dice: “...Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne” (Gá. 5:16). Es así que se deja por sentado que la característica de un verdadero hijo de Dios es ser guiado por el Espíritu: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (Ro. 8:14). Esto es debido a que el creyente está ahora bajo el régimen del Espíritu (Ro. 7:6) y no bajo la ley: “Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley” (Gá. 5:18). Este verbo, ser “guiados”, es “siendo inducidos” mientras cooperamos. Significa dejarse llevar conscientemente, e implica la idea de sumisión y humildad para quien nos guía, en este caso al Espíritu. Este verbo se usa del Señor y Su ejemplo nos muestra como una Persona perfecta y poderosa como Él se deja ser conducido: “Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fue llevado (guiado) por el Espíritu al desierto” (Lc. 4:1). El evangelio de Mateo lo expresa así: “Entonces Jesús fue llevado (guiado) por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo” (Mt. 4:1). El Espíritu es una Persona llevando a otra persona, no es una fuerza, ni influencia divina que empuja despojando al conducido de su voluntad.

La guía del Espíritu por cinco mandamientos
    Como hemos visto se requiere de obediencia para dejarse llevar por el Espíritu. Para hacer posible esto existen 5 mandamientos de la libertad del Espíritu (2 Co. 3:17) implicados en la  idea de ser guiados, dos positivos y tres negativos:

•  “Sed llenos del Espíritu” (Ef. 5:18).
•  “Andad en el Espíritu” (Gá. 5:16).
•  “No contristéis al Espíritu Santo” (Ef. 4:30).
“No apaguéis al Espíritu” (1 Ts. 5:19).
•  No provocar a celos al Espíritu Santo  (Stg. 4:5; 1 Co. 10:22).

    La vida del Señor Jesús es un claro ejemplo de esta guía del Espíritu, pues el Espíritu vino sobre Él como prueba de Su absoluta santidad y obediencia al Padre, luego lo condujo hasta el lugar de la tentación para demostrar al diablo lo imposible que era hacerle pecar. Todos Sus milagros fueron por el dedo de Dios (Lc. 11:20), una figura del silencioso poder del Espíritu Santo sobre Su obrar (Mt. 12:28) ya que Él recibió como hombre perfecto el Espíritu sin medida (Jn. 3:34). Es tan perfecta Su comunión y guía del Espíritu Santo sobre Su vida que incluso Su entrega como sacrificio en la Cruz es guiado por la Persona del Espíritu (He. 9:14).
    Un ejemplo práctico de esta guía del Espíritu sobre nuestras vidas lo vemos en Rebeca siendo llevada por el siervo de Abraham para encontrar a su futuro esposo Isaac. Este siervo es figura de la Persona del Espíritu Santo guiando a toda alma a su encuentro con Cristo. Pero además es una hermosa figura del trabajo del Espíritu para guiar a la iglesia a su consagración a Cristo hasta ser presentada ante Él como una virgen pura (2 Co. 11:2). Primero ella fue llevada providencialmente por Dios hasta un pozo: “...he aquí Rebeca, que había nacido a Betuel, hijo de Milca mujer de Nacor hermano de Abraham, la cual salía con su cántaro sobre su hombro” (Gn. 24:15). Allí se encuentra con el siervo de Abraham quien había orado a Dios para poder encontrar la futura esposa para Isaac. El trabajo del siervo es sacar a Rebeca de su antigua vida y conducirla hacia las riquezas que su amo posee para ella como heredero de la tierra prometida. El único recurso de este siervo fue tomar una muestra de lo que pertenece a su amo y convencer a la prometida: “Y sacó el criado alhajas de plata y alhajas de oro, y vestidos, y dio a Rebeca; también dio cosas preciosas a su hermano y a su madre” (Gn. 24:53). Esto es precisamente lo que hace el Espíritu de Dios al traernos por la Palabra inspirada todas las riquezas de Cristo. Estas riquezas son las glorias de Su gracia (Ef. 1:6) relativas a Su triunfo en la Cruz, Su resurrección, Su ascensión a los cielos y Su glorificación, como también Su glorioso regreso que nos invitan a dejar la vida antigua para seguir al Espíritu. Así los familiares de Rebeca le preguntaron: “...¿Irás tú con este varón? Y ella respondió: Sí, iré” (Gn. 24:58). Ella se dejó guiar convencida de lo dicho por el siervo de Abraham, y cooperó en dejarse llevar de modo que vemos en ella la figura de los cinco mandamientos para poder ser guiados conscientemente por el Espíritu de Dios:

• Se dejó llenar o controlar por la voluntad de este siervo de
   llevarla hasta Isaac.
• Caminó guiada por este siervo.
• No lo entristeció pecando por incredulidad.
• No lo apagó menospreciando sus palabras.
• No lo provocó a celos con el mundo.

    Ella dejó la esfera terrenal de su familia para ir a la esfera de su Señor guiada por este siervo anónimo. Es anónimo aquí en este incidente pero sabemos que era el siervo más antiguo de la casa de Abraham llamado Eliezer (Gn. 15:2) cuyo nombre significa: “Dios es ayuda”, sugiriendo el trabajo del Espíritu Santo como el “parakletos”, el ayudante.

continuará, d.v., en el número siguiente