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jueves, 31 de diciembre de 2015

El Hermano Francis (Paco) Baldachino - 1918-2015





2 Timoteo 1:12 
"...no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día".

Nuestro muy amado hermano en Cristo, Paco Baldachino, fue llamado a la presencia del Señor el martes 29 de diciembre, 2015, estando en el cuidado residencial del hospital St. Bernard’s en Gibraltar. A los que nos quedamos, es una gran pérdida, pero para el hermano Paco, es la más grande de las bendiciones -- estar eternamente en la presencia de su Señor y Salvador Jesucristo. ¿Cómo será el verle cara a cara a nuestro Señor en toda Su gloria? Sólo podemos imaginarlo, y esperarlo. Paco siempre decía que quería estar con Cristo en gloria, y hablaba del Filipenses 1:23.

Nació en una familia católica romana y fue criado en todos los dogmas, credos y rituales de esa religión, Pero en el año 1954 le impactó la realidad de la muerte, mirando el ataúd de su tía, y escuchando la lectura bíblica de algunos creyentes allá presentes. Sintió interés y convicción, y comenzó a asistir a las reuniones de la iglesia, donde aprendió que la salvación se halla sólo en Cristo. Depositó su fe en el Hombre del Calvario y halló la salvación de su alma. Muchas veces contaba a quienes quisieran escuchcar la historia de su salvación y cómo su vida cambió. Su versículo favorito era 2 Corintios 5:17, “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas". Vivió 61 años después de su conversión y demostraba la verdad de ese versículo.

Era una persona bien conocida en Gibraltar. Frecuentemente distribuía tratados evangelísticos, y habla con los que encontraba acerca de su Salvador y cómo ellos también podrían ser salvos. Solía recordanos de cómo ponía una mesa con literatura evangelística en las fiestas de independencia de Gibraltar. Es cierto que muchos de Gibraltar se han quedado sin excusas acerca de la salvación de su alma. Paco utilizaba toda oportunidad para hablar de Cristo a los demás.

Estaba en comunión en el Local Evangélico (Gospel Hall) [antes llamada Iglesia Evangélica de Gibraltar] durante toda su vida cristiana. Dedicaba su vida a la predicación del Evangelio y vio un número de personas convertidas. Solía hablar con mucho denuedo de modo que los oyentes no podía quedarse con dudas acerca de su destino eterno si no aceptasen la gracia de Dios.

En los últimos años, cuando empezaban a fallar su salud y fuerzas, todavía insistía en asistir a las reuniones cada primer día de la semana, para partir el pan con los hermanos y recordar la muerte de su Señor y Salvador. Los hermanos le recogían en su silla de ruedas y le llevaban al local cada domingo. Durante ese tiempo, él aprendió un himno titulado "Redimido" [Redeemed] en el himnario de Sankey. Que sepamos, no ha sido traducido al Españo, pero su letra en inglés no es difícil de entender.

 
“I am redeemed, oh praise the Lord,
My soul from bondage free,
Has found at last a resting place,
In Him who died for me”.

Chorus: “I am redeemed, I am redeemed,
I’ll sing it o’er and o’er,
I am redeemed! Oh praise the Lord!
Redeemed forever more”.

“And when I reach that world more bright,
Than mortal ever dreamed,
I’ll cast my crown at Jesus feet,
And cry, Redeemed! Redeemed.


 
Hoy Paco está en esa tierra tan brillante y gloriosa, y si canta tan fuerte allá como cantaba en las reuniones en Gibraltar, las palabras: "¡Redimido”! “¡Redimido”! retumban en todo el cielo.
Gálatas 3:13;  1 Pedro 1:18; Apocalipsis 5:9.
 
¡El amado hermano Paco por fin está en su hogar eterno!

escrito por el hermano Denis Goodwin

miércoles, 2 de diciembre de 2015

EN ESTO PENSAD -- diciembre 2015


FIJA TUS OJOS EN CRISTO
 C.H. Spurgeon

“...puestos los ojos en Jesús...”  Hebreos 12:2

La obra del Espíritu Santo siempre es quitar nuestros ojos de nosotros mismos y fijar nuestra mirada en Jesucristo. Pero la obra de Satanás es justo lo opuesto, porque siempre intente hacernos considerarnos a nosotros mismo en lugar de Cristo. Insinúa: “tus pecados son demasiado grandes para ser perdonados; no tienes fe; no te arrepentiste lo suficiente; nunca podrás permanecer hasta el fin; no tienes el gozo de Sus hijos; no te has asido de Cristo con mucha fuerza, tus manos son débiles”, etc. Todos estos son pensamientos acerca de uno mismo, y jamás encontraremos consuelo o certeza mirando dentro de nosotros mismos. El Espíritu Santo quita nuestros ojos de nosotros mismos; nos dice que no somos nada, pero que Cristo es todo. Acuérdate, por lo tanto, que no te salvan tus manos asidas de Cristo, sino Cristo mismo. No es tu gozo en Cristo lo que te salva, sino Cristo. Ni siquiera es tu fe en Cristo, aunque es el instrumento, sino que es la sangre de Cristo y Sus méritos. Así que, no pongas tu confianza en tus manos con las que tienes asido al Señor, sino en el Señor mismo. No mires tu esperanza, sino a Jesucristo que es la fuente de tu esperanza; no mires tu fe, sino a Jesús el autor y consumador de tu fe. Nunca encontraremos felicidad mirando nuestras oraciones, nuestras obres, nuestros sentimientos, porque lo que da descanso al alma es la persona de Jesucristo y Su obra, no nosotros ni nuestras obras. Si queremos vencer a Satanás y tener paz con Dios, tiene que ser a través de esto: “puestos los ojos en Jesús”. Mantén siempre tu ojo en Él, desde cuando te levantes hasta que te acuestes, considera Sus sufrimientos, Su muerte, Sus méritos, Sus glorias, Su intercesión, y tenlos siempre presente en tus pensamientos. No permitas que tus esperanzas o temores se interpongan entre ti y el Señor. Síguele pegado, pues Él nunca te fallará.

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 “Quisiéramos ver a Jesús”

Estas palabras, en Juan 12:21, dichas a Felipe por dos griegos, expresan un buen deseo. No decían: “quisiéramos ver a la Virgen”, sino a Jesús. ¡Ojalá fuera el deseo de más personas! Hoy la gente quiere ver la tele, quiere ver diversiones, quiere ver cosas que no son para sus ojos, como por ejemplo la mujer del prójimo, y por eso en parte quiere ir a la playa, para ver a las mujeres media desnudas. Pero estos deseos y otros parecidos son malos y son pecados. En cambio, no es malo el querer ver a Jesús. ¡Sería la bendición más grande que pudiéramos tener! Estos dos griegos dijeron bien: “quisiéramos ver a Jesús”. Nosotros los que somos creyentes también le queremos ver. Pero no por lo que imaginamos es la cara de Jesús en las nubes, ni en un sueño, ni en el diseño de las quemaduras en una tortilla mejicana. Queremos ver a Jesús, cara a cara.
    Benditos los discípulos que anduvieron con Él y le vieron cada día, pero aun así algunos no se dieron cuenta de quién es Él. En Mateo 13:16-18 el Señor dijo a Sus discípulos: “Pero bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen. Porque de cierto os digo, que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron”. Ellos tenían el privilegio que habían deseado muchos profetas y justos a lo largo de la historia. Tenían delante suyo al Hijo de Dios, al Mesías, y le veían cada día. ¡Qué bendición, ver al Señor!
    Pero en Juan 14:9 el Señor pregunta a Felipe: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”. Puede que sea así también con algunos de nosotros, porque el tiempo que llevamos en el Señor no es una garantía de conocerle como debemos. Ellos le veían, pero no acabaron de entender ni de apreciar Su identidad. Nosotros no le vemos, excepto a través de Su Palabra, y sin embargo, como los discípulos, muchos no pensamos en Él como deberíamos.
    En Lucas 19 Zaqueo quería verle. Había oído de Él, y ya que Jesús pasaba por Jericó, Zaqueo determinó que iba a verle. De modo que subió a un árbol, se puso en alto para verle. Y vio al Señor, pero el Señor también le vio a él, y luego tuvo que bajar, porque el Señor le dijo: “Zaqueo, date prisa, desciende”. Pensemos en esto, que el Señor nos ve también a nosotros. Y aunque hayamos subido a un “árbol” de alta sociedad, intelectualismo, riqueza, fama, poder político u otra cosa, por altos que nos hayamos puesto, el Señor nos dice que si queremos verle a Él de manera personal, conocerle y tener comunión con Él, tenemos que descender. Para ver a Jesucristo así, hay que humillarse, hay que arrepentirse y creer el evangelio.
    En Juan 20:29 tenemos el caso de Tomás que no había estado con los demás discípulos cuando el Señor se les apareció, esta vez sí, estuvo, vio al Señor y creyó. Pero el Señor le comentó que creyó sólo porque había visto, y dijo: “Bienaventurados los que no vieron, y creyeron”. El deseo de ver a Jesús es bueno, pero no es necesario verle para creer. De hecho, después de Su ascensión vivo al cielo, no ha vuelto a manifestarse más. Muchos hablan de ver a Jesús en visiones, pero se equivocan.
    El apóstol Pedro dice en 1 Pedro 1:8, acerca del Señor Jesús: “a quien amáis sin haberle visto”, porque así es la condición de los creyentes después del tiempo de los apóstoles. Muchos han creído en el Señor y han recibido la bendición de la salvación por la gracia por medio de la fe, pero sin ver a Jesús. Todavía no le hemos visto, pero no es necesario verle para amarle. Cuanto más leemos acerca de Él en la Palabra de Dios, más le amamos.
    De momento nos quedamos con la esperanza de verle, y es una esperanza que un día pronto se cumplirá, porque el Señor ha prometido que vendrá a buscarnos y llevarnos a estar siempre con Él. Primero vendrá a arrebatar a la iglesia, ¡gloriosa reunión! “Y así estaremos siempre con el Señor” (1 Ts. 4:17). “Verán su rostro” (Ap. 22:4), no como juez, sino como su Dios, Señor y Salvador, su Compañero y Amigo eterno. Después vendrá a reinar en este mundo, y la Palabra de Dios dice: “He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá” (Ap. 1:7).
    Pero aquellos que no creen en el Señor Jesucristo, que no son Suyos, también le verán y le conocerán, no para bendición sino para maldición. Apocalipsis 20:11-12 dice: “Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos.  Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios”. Ellos también verán al Señor, pero Él será su Juez. Irán a la condenación eterna con la cara del Señor bien grabada en su memoria, habiéndole visto claramente, y siempre se acordarán del Hijo de Dios que murió por ellos pero que ellos rechazaron.
    Así que, todos veremos a Jesús, de una manera u otra. ¿Cómo le verás tú? ¿Es tu Señor y Salvador? ¿O sólo tienes curiosidad de verle y saber cómo parece? Prepárate ahora, porque quieras o no, pronto verás a Jesucristo.


de una predicación de Cándido Gijón, en agosto del 2006.
El hermano Cándido sirve al Señor en París, Francia.


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“¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?”  (Lc. 24:32).
 
El Señor hablaba de las Escrituras a estos discípulos, y su corazón ardía. Esto nos hace preguntar: ¿Qué hacer arder mi corazón? ¿El dinero? ¿La política? ¿El deporte? ¿La música? ¿La cocina? ¿La tele y las películas? ¿O tal vez el Señor Jesucristo y la Palabra de Dios? En el Salmo 1 leemos acerca de la persona bendita cuya delicia está en la ley de Jehová, la Palabra de Dios, y en ella medita de día y de noche.

“...de la abundancia del corazón habla la boca” (Mt. 12:34b). Se trata de causa y efecto. Cuando hay algo en abundancia en el corazón, la boca habla de esto. Por nuestra conversación se sabe en qué estamos pensando, y cuando hablamos mucho de algo, es porque pensamos mucho en esto. ¿Por qué algunos tienen tanta dificultad para hablar de temas espirituales, no sólo durante la semana, sino aun los domingos en compañía de creyentes? Se concluye la predicación, termina la reunión, y en seguida comenzamos hablar de temas que no tienen nada que ver con el Señor o la Palabra de Dios. ¡Qué extraño! De nuevo debemos preguntarnos: ¿Cuál es mi tema predilecto? ¿De qué me gusta hablar, y que sale de mí cuando abro la boca para hablar? ¿Sale un equipo o una pelota de fútbol? ¿Sale el coche del año? ¿Sale un partido político? ¿Salen chismes, críticas o cotilleo acerca de los demás? ¿O sale el Señor Jesucristo, textos bíblicos, testimonio personal acerca de cosas espirituales? Queridos hermanos, el control de la boca está en el corazón.
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El árbol de la navidad no es cosa de creyentes
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 UN REGALO PARA TI
¡ACÉRCATE UN POCO MÁS, HOMBRE!
    “La Biblia es como la arena del mar, un libro infinito”, ha dejado escrito Jorge Luis Borges. “Es un enigma sorprendente” dijo Diderot. Ningún otro manuscrito de la literatura clásica ha podido ser probado como ella.
    Los manuscritos más antiguos de los maestros clásicos pertenecen al siglo IX d.C., con muy pocos ejemplares. Del Antiguo Testamento, primera parte de la Biblia, existen hoy 1.490 manuscritos y miles de fragmentos, algunos del siglo IV a. C. Del Nuevo Testamento, segunda parte de la Biblia, existen 4.685 manuscritos, algunos de los siglos II y III d. C. Sólo el estudio cotidiano del documento más antiguo, más largo y mejor conservado de la historia de la humanidad, ya merece la pena.

¿POR QUÉ NO PROCURAS ESTUDIARLA MÁS?
    Todas las personas, creyentes o no, deberían investigar en sus páginas. La persona interesada en la historia, el escritor, el humanista, el educador, el jurista, el ser humano interesado en su propia formación, no debería ignorar este libro, el más traducido y publicado en el mundo, que viene hasta nuestras manos desde el fondo de los siglos.
    En ella tienes delante el mejor libro de todos. Un documento magistral que contiene milenios de vida, escrito por poetas, reyes, escribas, profetas, pescadores, médicos, recaudadores de impuestos, etc. Son los escribas, pero no el Autor.
    En ella hay hombres de letras y hombres sencillos, en una misteriosa coincidencia. Es el testamento de millones de seres a quienes transformó, y para todos ellos, el Testamento y el Testimonio de Dios, su verdadero Autor.

¿POR QUÉ NO INTENTAS CONOCERLA MEJOR? ¿POR QUÉ NO PROCURAS COMPRENDERLA?
    Si decides hacerlo, ¡ten cuidado! ¡Te puede cambiar la vida! Es Palabra de Dios para tu alma, semilla suya que busca corazones donde crecer, espejo que se nos pone delante para que nos veamos según nos ve Dios, espada suya que nos da la vida cuando hiere, escuela en que nos educa, Caballo de Troya que Dios ha metido en nuestra pequeña fortaleza. Es un libro que cambia la vida para bien, para vida eterna. Un libro transformador. Prueba y verás.

LA BIBLIA ES UN LIBRO ÚNICO, PODEROSO. 
¡NO TE QUEDES AL MARGEN!

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LAS CONTRIBUCIONES DE
LAS HERMANAS EN LA IGLESIA


Parte II 
Robert Gessner (1930-2014)

LA SEXTA NOCHE: Nuevamente leyeron en el capítulo 12 de Juan, pero esta vez Papá quería hablar de María. Donna había leído muchas veces la historia de cómo María tomó una libra de perfume de nardo puro, ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos. Donna se preguntaba cómo Papá aplicaría este relato al ministerio de las mujeres en nuestros tiempos cuando el Señor Jesús no está en el mundo. Pero esto es lo que él tuvo que decir: 
“María no habló ni una palabra, pero reflejó una actitud hermosa hacia Cristo y su fragancia llenó la casa. En una reunión de la asamblea, la actitud que trae una hermana llena de Cristo pronto influye a la reunión sin que ella diga palabra. Puede mostrarse en lágrimas que mojan sus mejillas, o en los ojos cerrados en oración reverente, o en ojos puestos atentamente en el predicador mostrando interés intenso en lo que dice. Puede verse en una sonrisa amigable, una palabra de bienvenida, o un saludo afectuoso después de la reunión”. De muchas maneras la actitud de la hermana piadosa se contrasta con la actitud crítica, infeliz y descontenta de las que no han estado caminando con Cristo, y que tal vez vienen sólo por obligación, o para aparentar, o para curiosear en las vidas de los demás.  En contraste, la hermana espiritual, en su amor de Cristo, Su Palabra y Su pueblo, puede decir con el salmista: “Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jehová; Mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo” (Sal. 84:2).

    LA SÉPTIMA NOCHE: Papá quería examinar a una mujer más en el Nuevo Testamento antes de ir al Antiguo. A Donna le pareció que escogió una mujer extraña para considerar esa noche. Leyó estas palabras en Filipenses 4:2, “Ruego a Evodia y a Síntique, que sean de un mismo sentir en el Señor”. Después de leer este versículo, contó a Donna que el predicador Alfred P. Gibbs solía llamar a Síntique “muy sensible”. Agregó que hacía muchos años que una hermana muy sensible se ofendió por algo que casi causó una división en la asamblea. Su lengua se tornó en arma de combate que causó gran daño. Comentó que una hermana puede usar su lengua para sanar y curar las heridas en una asamblea, y de manera pacífica. Puede contribuir mucho a la unidad de la asamblea si emplea su lengua de manera piadosa (véase Stg. 3). Las conversaciones cotidianas con los santos pueden ser como masajes que fortalecen los músculos y los tendones de la asamblea.

    Donna y su padre habían llegado a la mitad de su excursión planificada en las Escrituras sobre el ministerio de las hermanas en la asamblea. Papá empezaba a notar un cambio en la perspectiva de Donna. Ella estaba soprendida del número de ejemplos dados en las Escrituras.  Papá pausó en este punto para dar gracias a Dios por haberles ejercitado a él y su esposa a poner aparte tiempo en las noches para leer y comentar las Escrituras con sus hijos. Al principio fue una decisión difícil, porque significó recortar el tiempo gastado en otras cosas. Pero ahora reconocía de nuevo cuánto ese tiempo devocional influía en la actitud de sus hijos. En un libro: To the Parents of My Grandchildren (“A Los Padres De Mis Nietos”) un escritor anónimo apunta lo siguiente acerca del tiempo devocional con los hijos:

 “Oh, queridos padres jóvenes, ¡cuán poco solemos valorar esas reuniones familiares, quizás con nuestros hijos en nuestras rodillas o a nuestros pies! Quizás estando en la cama nos dicen: ‘¡Cuéntanos una historia!’  Probablemente más tarde en la vida darías todo por tener una oportunidad así, pero ahora la tienes. Ahora puedes enseñarles a amar al Señor y la patria celestial hacia donde viajas. Ahora es tu oportunidad para enseñarles el valor verdadero del cielo. Sus corazones son jóvenes y tiernos, y su amor tierno; ahora es el momento, la oportunidad que después nunca volverás a tener. Sé que el día ha estado lleno de actividad; sé que estáis cansados; sé cuánto más fácil es decirles que el Señor les ama, darles un besito y ‘buenas noches’. Pero es una oportunidad especial que no debe perderse, pues vale más que todo el oro en el mundo”.

    Así animado a seguir, Papá estaba listo para leer algunos pasajes del Antiguo Testamento que mostrarían a Donna más del ministerio de una hermana que amaba al Señor Jesucristo.
   
    LA OCTAVA NOCHE:  Esa noche Papá dirigió a la familia al hermoso capítulo cuatro de Ester. Mardoqueo le informó a Ester que su pueblo, esparcido en el imperio persa, estaba en peligro de perecer. Le rogó que entrara delante del rey para suplicarle y pedir por la vida de su pueblo. Ella arriesgó su vida e intercedió por miles de personas que no conocía. Papá siguió y explicó a Donna el maravilloso ministerio de orar e interceder por otras personas. Le contó de hermanas que pasan horas delante del trono de Dios, rogando por los inconversos en otros países, apoyando en oración a cientos de misioneros que salieron para llevar el evangelio a esos países. Esas hermanas oran por miles que nunca han conocido y por países que nunca han visto. Sólo Dios sabe cuántos misioneros han perseverado en la obra debido a las fieles oraciones de hermanas como éstas.

    LA NOVENA NOCHE: El estudio de esa noche dejó una profunda impresión en Donna mientras miraban la vida de Rahab en Josué 2:12-13. Escuchemos las palabras de esa mujer extraordinaria. “Os  ruego pues, ahora, que me juréis por Jehová, que como he hecho misericordia con vosotros, así la haréis vosotros con la casa de mi padre, de lo cual me daréis una señal segura; y que salvaréis la vida a mi padre y a mi madre, a mis hermanos y hermanas, y a todo lo que es suyo; y que libraréis nuestras vidas de la muerte”. Ella tenía espíritu de evangelista, porque no se preocupaba sólo por su propia alma sino por las de los demás. Si hubiera vivido en nuestros tiempos, habría visitado a sus vecinos, habría repartido cientos de tratados y orado encarecidamente por las almas de sus seres queridos que se acercaban a la destrucción. La narrativa sigue y nos informa que perdonaron a Rahab, su padre, madre, hermanos y todo lo que tenían. Una sola mujer fue empleada para perdonar la vida de muchas personas en una ciudad donde miles perecieron.

    LA DÉCIMA NOCHE: No toda hermana es una madre, pero para las que son o que un día serán madres, hay un ministerio de valor incalculable. Las siguientes dos mujeres ilustran este servicio. Ana a través de sus oraciones puso a su hijo en el servicio de Dios. En 1 Samuel 1 ella prometió a Dios que si Él le diera hijo, sería dedicado a Él. Nunca tambaleó ni se echó atrás de su promesa, sino mediante la oración diaria y con dedicación, el día llegó cuando le presentó a Dios. Miles de jovenes desde su tiempo han tenido sus vidas dirigidas hacia Dios por las fieles oraciones de una madre piadosa. Esas madres nunca se rindieron, y les debemos muchísimo.
continuará, d.v. en el siguiente número

El amado y estimado hermano Gessner era maestro de la Palabra de Dios y anciano en la asamblea en Allentown, Pennsylvania durante muchos años. Escribió varios libros y muchos artículos de edificacón.
 

viernes, 30 de octubre de 2015

EN ESTO PENSAD -- noviembre 2015

Dios Dará La Recompensa

Lucas Batalla

Texto: Efesios 6:7-8

El buen servicio es importante para el Señor. “Sirviendo de buena voluntad” habla no sólo de nuestro servicio sino también de la actitud con la que servimos. La buena voluntad es la disposición a servir, el deseo, el ánimo, la atención a la calidad del servicio y el interés sincero en agradar a aquel que es servido. En el último análisis, servimos al Señor, y con esto cualquiera debe tener suficiente motivación. Servimos al Señor en cosas sencillas como nuestros tareas cotidianas, y le servimos cuando asistimos a las reuniones con los hermanos para la alabanza, la oración y el estudio de Su Palabra. Le servimos cuando testificamos, y cuando dedicamos tiempo diariamente a la lectura de Su Palabra y la oración privada. Además de esto, surgen oportunidades para servir al Señor todos los días, en nuestro roce con los demás en el curso de la vida. Nos gustaría ver en seguida la recompensa, pero no siempre es así.
    Se cuenta de un pobre hombre campesino que un día caminaba en el campo oyó voces pidiendo socorro, y rescató a un joven, salvándole la vida. Resulta que el padre del joven era un nombre rico, un noble,  que vino a expresar su gratitud y a recompensarle. Pero aquel campesino dijo que no hacía falta ninuna recompensa ya que sólo había cumplida con su deber, lo que cualquiera hubiera hecho. Entonces el noble ofreció costear la educación del hijo del campesino, y éste aceptó. Su hijo, gracias a esta recompensa, llegó a cursar estudios universitarios y se hizo médico. Luego en sus investigaciones descubrió una medicina que salvó muchas vidas. Así que, sea parábola o historia verídica, esto ilustra la ley de la recompensa, de la siembra y la cosecha.
    No hay nada que hagamos sirviendo de buena voluntad que quede sin recompensa. La ley de la siembre y la cosecha funciona, pero no siempre da fruto instantáneamente. No obstante, aunque tarde en venir, la recompensa llegará, porque Dios lo promete. El versículo 8 promete: “el bien que cada uno hiciere, ése recibirá del Señor”. No siempre vamos a recoger de donde hemos sembrado, pero el Señor asegura que recogeremos, y Su promesa no falla.
    Hebreos 6:10 dice que “Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los santos y sirviéndoles aún”. Como creyentes servimos al Señor sirviendo a los santos. Y hermanos, tenemos tantas oportunidades todos los días, que nadie tiene excusa para ir al cielo con las manos vacías. Quitemos nuestros ojos de nosotros mismos y miremos alrededor las oportunidades que todos los días tenemos. Lucas 6:38 exhorta: “Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir”. También está hablando de la recompensa. Dios dice que “con la misma medida” nos recompensará, y esto debe hacernos pensar. Es una promesa y también una advertencia. Si somos parcos y mezquinos, entonces en la misma manera que hemos dado o rehusado, nos volverán a medir. ¡Cuidado! Es una lección que nos urge aprender, pero aparentemente hay quienes no creen, o no quieren aprenderla. Dios nos manda ser generosos y dar con buena medida. “Dad, y se os dará”.
    Habrá reconocimiento y recompensa, a veces aquí y ciertamente en el cielo. El que siembra abundantemente va a recibir de la misma manera. Dios explicó en Malaquías que no pudo bendecir a Su pueblo porque ellos eran mezquinos, engañadores y ladrones en las ofrendas y los diezmos. Hoy hay iglesias que Dios no puede bendecir porque no ofrendan como deberían, y no cuidan bien a los siervos de Dios. 2 Corintios 9:6-11 señala un principio importante para las iglesias. El versículo 6 afirma: “El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará”. No podemos sembrar un grano de trigo y luego esperar cosechar todo un campo de trigo. Ni podemos ofrendar de forma “simbólica”, negar el cuidado de los siervos de Dios y luego esperar una gran recompensa. Dios es generoso y quiere que Su pueblo también lo sea. En el versículo 7 aprendemos que Dios ama al dador alegre. Esto sigue la idea de Efesios 6:7, de la "buena voluntad”. En el versículo 8 habla de abundar para toda buena obra. Los versículos 9-10 prometen que Dios proveerá y multiplicará el fruto si sembramos así. El versículo 11 habla de “liberalidad” y asegura que las ofrendas que son así producirán acciones de gracias. La recompensa será como el servicio, y una de las maneras de servir a Dios es con nuestras ofrendas.
    Es cierto que va a redundar si hacemos lo que Dios dice. Gálatas 6:9-10 nos instruye: “No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos. Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe”. No nos cansemos de hacer bien, ni de servir bien. Aprovechemos todas las oportunidades que tenemos. “A todos” dice, y aunque no lo agradecen los del mundo, Dios sí, y en el cielo nos recompensará. Los hombres olvidan, pero Dios nunca lo hace. Y termina diciendo: “mayormente a los de la familia de la fe”. Porque la casa del Señor debe tener gran prioridad en nuestro servicio, incluso en nuestras ofrendas. Ser tacaños con nuestros hermanos, dejándolos pobres y necesitados, es una señal de problemas de corazón. Que el Señor nos ayude a recordar que en nuestro servicio le estamos sirviendo a Él, para que lo hagamos de buena manera y de buena voluntad. Él nos ayudará, si tomamos este compromiso. Que así sea para Su gloria. Amén.
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¿REALMENTE CREEMOS 
QUE ÉL VIENE PRONTO?

“Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados” (1 Jn. 2:28).
    La fecha de esa venida nos es ocultada. Ningún hombre puede decir cuándo Él vendrá. Vela y está siempre preparado, para que no seas avergonzado en Su venida. ¿Debe el cristiano entrar en la compañía y las diversiones mundanas? ¿No estaría avergonzado si viniera su Señor y le hallara entre los enemigos de la cruz? No debo ir a donde me daría vergüenza ser hallado cuando venga repentinamente mi Señor”.

C. H. Spurgeon, 12 Sermones Sobre La Segunda Venida de Cristo, Baker, pág. 134.

“La venida inminente de Cristo debe tener un efecto práctico increíble en las vidas de cristianos individuales y también la iglesia como entidad. El hecho de que el glorificado y santo Hijo de Dios podría venir por la puerta del cielo en cualquier momento, debería según Dios ser una motivación fuerte e incesanta para vivir en santidad y servirle agresivamente (incluso misiones, evangelización e instrucción bíblica). También debería ser gran remedio para la letargia y apatía. Debería hacer una gran diferencia en los valores, las prioridades y las metas de todo cristiano”.

Renald Showers, págs. 255-6 del libro, Maranatha, Our Lord Come! 
(“Maranata, ¡Ven Señor Nuestro!”)
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 LA CRUZ Y LA VARA: COSAS DISTINTAS
 
A. W. Tozer
La cruz y la disciplina están muchas veces juntas en las Escrituras, pero no son la misma cosa. La disciplina es impuesta sin el consentimiento del que la sufre. La cruz no puede ser impuesta por otro. Aun Cristo sufrió la cruz por Su sola y libre elección. Hablando de su vida que pondría en la cruz dijo: "Nadie me la quita; yo la pongo de mi mismo". El tuvo muchas oportunidades de escapar de la cruz, "pero afirmó su rostro como diamante, y se encaminó a Jerusalén". La única compulsión que conoció fue la compulsión del amor.
        El castigo es un acto de Dios; el llevar la cruz es un acto del cristiano. Cuando Dios en su amor pone la vara de corrección en las espaldas de Sus hijos, no les pide permiso. El castigo sobre el creyente no es voluntario, excepto en que él acepta la voluntad de Dios con el consentimiento de que la voluntad de Dios incluye castigo. "Porque Dios al que ama, castiga, y azota a cualquiera que recibe por hijo. Si soportáis el castigo. Dios se os presenta como a hijos, porque, ¿qué padre es aquel que a su hijo no castiga?"
         La cruz nunca viene insolicitada; la vara siempre lo hace. "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a si mismo, tome su cruz, y sígame". Aquí hay una clara, inteligente decisión, una decisión que debe ser hecha por el individuo con determinación y reflexión. En el reino de Dios nadie se encuentra de sorpresa con una cruz.
         Pero, ¿qué es la cruz para el cristiano? Obviamente no es el instrumento de madera que los romanos usaban para ejecutar la sentencia de muerte a los acusados de crímenes capitales. La cruz es el sufrimiento que el cristiano soporta como consecuencia de seguir a Cristo en perfecta obediencia. Cristo eligió la cruz al elegir el camino que conducía a ella: y así es con Sus seguidores. En el camino de la obediencia encontramos la cruz, y tomamos la cruz cuando entramos en ese camino.

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EL INFIERNO

¡Infierno! La prisión del desespero,
Voy a mostrarte algunas cosas que no encontrarás allí:
No habrá flores que se abran a los lados del Infierno,
Ni bellezas naturales a las que aquí tanto amamos,
No hay consuelos hogareños, músicas ni canciones,
No hallarás gozo amistoso entre aquellas multitudes;
Ni chiquillos que alegren la pesada y larga noche;
Ni una cariñosa sonrisa en la región de las noches;
No hay gracia, no hay perdón, misericordia y compasión.
Tampoco hay agua, oh Dios, ¡qué terrible lugar!
Los remordimientos del perdido nadie puede explicar,
Ni un momento de alivio,
¡No hay descanso en el Infierno!

¡Infierno! La prisión del desespero,
Te mostraré algunas cosas que allí estarán:
Fuego y azufre sabemos que hay,
Pues Dios en Su Palabra nos dice así,
Memoria, remordimiento, dolor y sufrimiento,
Llanto y gemido, mas todo en vano;
Blasfemos, maldicientes, aborrecedores de Dios,
Los que a Cristo rechazaron mientras en la tierra andaban;
Asesinos, jugadores, borrachos y mentirosos,
Tendrán en el lago de fuego su parte;
El sucio, el vil, el cruel y mezquino,
¡Qué horrorosa multitud será vista en el Infierno!
Sí, más que lo que cualquier humano 
sobre la tierra pueda describir,
¡Son los tormentos y desgracias del Infierno eterno!


                                                                                          - autor desconocido -


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 LAS CONTRIBUCIONES DE
LAS HERMANAS EN LA IGLESIA

 
Robert Gessner (1930-2014)

Introducción

    Si miramos en los libros acerca de la historia de la Iglesia, vemos nombres como Ignacio, Policarpo, Orígenes, Agustín, Wyclif, Tyndale, Lutero, Zwinglio, Darby, Wesley, Edwards, Spurgeon, Moody y la lista sigue. Los nombres mencionados son casi exclusivamente los de hombres, y rara vez hallamos el nombre de una mujer. Basándonos en esto, podríamos concluir que las mujeres han tenido un papel muy insignificante en los planes de Dios para avanzar Su programa. ¿Es válida tal conclusión? En primer lugar, nadie sino Cristo ocupa un lugar significativo en el programa eterno de Dios. Los siervos de Cristo, sean hombres o mujeres, deben esconderse en Él. Sin Su poder, sabiduría y guía, el siervo se vuelve un débil vaso de barro. “Y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia” (Col 1:18).
    Al estudiar en la Biblia los vasos humanos que Dios ha empleado, nos damos mucha cuenta de que Dios ha empleado a mujeres de muchas maneras maravillosas. Al principio, Dios declaró a la serpiente: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya” (Gn. 3:15). Y esa Simiente herirá la cabeza de la serpiente. Aunque la mujer fue hecha de la costilla del hombre, el varón Simiente que librará a la humanidad caída vendría de la mujer. Pasaron siglos, y Elisabet, llena del Espíritu Santo, dijo a María: “Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre” (Lc. 1:42). Y fue dada a aquella mujer humilde y apacible el ministerio más privilegiado que jamás ser humano alguno ha recibido de Dios. Ella dio a luz al Hijo de Dios, nuestro Redentor y la Fuente de toda nuestra bendición. Estudiando, se nos aclara también los que buscan el lugar más humilde son los instrumentos humanos del poder y la gloria de Dios que Él usa más y mejor. A diferencia de los imperios políticos y comerciales de este mundo, la grandeza en el reino de Dios viene a los que se humillan y están dispuestos a servir sin reconocimiento. Hay miles de mujeres que han servido en esta capacidad. Jesucristo dijo: “Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo” (Mt. 20:25-27). El siguiente relato ilustra por lo menos catorce maneras en que Dios ha usado a mujeres en la Biblia y sigue usándolas así hoy en la iglesia.
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    Donna, una muchacha de 15 años de edad, asistía a la reunión de jóvenes cada mes en su congregación, como era su costumbre, el último sábado de cada mes. Sus padres estaban en casa esperando su llegada, y disfrutaban escuchándole contar acerca de la reunión. Generalmente, llegaba a casa animada y con ganas de hablar. Pero esa noche abrió la puerta silenciosamente y caminaba hacia su habitación sin decir nada. Viendo que algo pasaba, su padre le invitó a sentarse y hablar de lo que le pasaba.  Entonces les contó que su amiga Luisa había venido a la reunión. Luisa y su familia siempre venían a todas las reuniones, pero hacía tres meses que dejaron de venir, y ahora asistían a una iglesia evangélica muy grande en otra parte de la ciudad. Donna dijo a sus padres: “Luisa me dijo esta noche la verdadera razón por la que se fueron de nuestra asamblea. Dijo que su madre opina que nuestra asamblea ha degradado a la mujer y le ha hecho una ciudadana de segunda categoría. No se le permite hablar en público; no puede ocupar ningún puesto de liderazgo; tiene que sentarse con las manos juntas en las reuniones, y con su cabeza cubierta como una esclava romana. Volviendo a casa, empezaba a pensar en esto, y Papá, realmente me molesta. Sé que la madre de Luisa rehusa aceptar el lugar de la mujer en la iglesia como la Biblia enseña. Sé lo que la Biblia dice, y no quiero tomar el lugar de los hombres en la asamblea. Pero, Papá, ¿qué debo hacer? ¡Me estoy haciendo mayor y quiero hacer algo para el Señor!”
    Papá pensaba en las veces que había tratado ese tema con Donna en sus devociones familiares a lo largo de los años. Su reacción inmediata era molestarse porque pensaba que ella debía saber las respuestas a esa cuestión. Como muchos padres, pensaba que si él lo había enseñado, entonces debe ser claramente entendido. Pero al levantar su corazón a Dios, dejó de sentir molestia, y el Espíritu de Dios le hizo ver la necesidad en la vida de Donna. Su amiga Luisa le había planteado un problema, un reto, y era su responsabilidad fortalecerla mediante la Palabra de Dios. “¿Sabes lo que me gustaría hacer, Donna? Me gustaría tomar las siguientes dos semanas en nuestro tiempo devocional de familia para hablar de algunas de las hermanas que yo he conocido en las asambleas y hablarte de cómo Dios las ha usado. Quizás al oir de ellas, Dios pondrá en tu corazón algo que podrás hacer para Él”. Y así acordaron que durante las siguientes dos semanas meditarían ese tema. Sentámonos con ellos para escuchar las historias contadas.

    LA PRIMERA NOCHE: Leyeron de Lucas 8, acerca de dos mujeres llamadas Juana y Susana que servían al Señor de sus bienes. “Conocí una vez a una mujer como Juana”, dijo Papá. “Cuando preparaba una comida, solía hacer extra y llevarla a la casa de algún hermano o hermana necesitada en la iglesia. Fue de su mesa a otra mesa. Y también conocí a una Susana. Cuando visitaba una casa y veía algún trabajo que necesitaba hacerse allí, puso manos a la obra y lo hizo como mejor podía”. Esas son mujeres que usan cualquier recurso que Dios les ha dado para ministrar a las necesidades de los demás. Son las “Florence Nightingale” de hoy, y muchos santos escuchan para oir sus pisadas acercándose a su puerta, y susurran una oración de gratitud a Dios por el toque de esas manos que alivian las necesidades en la vida.

    LA SEGUNDA NOCHE: Esa noche leyeron la historia de Dorcas en Hechos 9. Esa mujer estaba llena de buenas obras y limosnas. Cuando murió, las viudas estuvieron a su lado llorando y mostrando los vestidos que Dorcas les había hecho cuando estaba con ellas. Algunas hermanas se hacen distribuidores de ropa nueva y usada en la asamblea, a niños y también a adultos. “Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino...Porque ...estuve desnudo, y me cubristeis...Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos ...desnudo, y te cubrimos?... Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mt. 25:34-40).

    LA TERCERA NOCHE: Leyeron juntos el pequeño relato acerca de Febe en Romanos 16:1-2. El apóstol Pablo se refiere a ella como: “nuestra hermana Febe, la cual es diaconisa de la iglesia en Cencrea...ella ha ayudado a muchos, y a mí mismo”. Ahora bien, la palabra “diaconisa” simplemente significa: “servidora”, no es un oficio ni título en la iglesia. No dice de cuántas maneras Febe ayudó, pero Papá recordó a Donna un hogar de ancianos no muy lejos de la casa de ellos llamado: “Hogar de Febe”. Estaba lleno de personas enfermas y parece que recordaban a Febe como persona que pasaba horas visitando a los enfermos. Sólo la eternidad revelará cuántas personas que sufrían de enfermedades han sido consoladas por el toque de la mano de una hermana, por sus oraciones o por una lectura de una porción de las Escrituras.

    LA CUARTA NOCHE: Hechos 18 fue leído en esa ocasión, y a Donna se le explicó el ministerio de Priscila, la esposa de Aquila. Dondequiera que iba Aquila, Priscila le seguía. Servía acompañando y ayudando a su marido, y Pablo los llamó: “mis colaboradores en Cristo Jesús, que expusieron su vida por mí; a los cuales no sólo yo doy gracias, sino también todas las iglesias de los gentiles” (Ro. 16:3-4). Las hermanas casadas pueden aportar un ministerio muy importante si animan a sus maridos a seguir adelante en los caminos del Señor. Papá contó a Donna que él creía que había una esposa apoyando a cada hermano que servía en su asamblea. La esposa puede ayudar o impedir a un hombre respecto a su ministerio en la asamblea.

    LA QUINTA NOCHE: Esa vez leyeron algunos pasajes bíblicos acerca de la vida de Marta. “...Y una mujer llamada Marta le recibió en su casa” (Lc. 10:38). “Y le hicieron allí una cena; Marta servía” (Jn. 12:2). Era una mujer dada a la hospitalidad, y buena cocinera dispuesta a servir. Papá señaló que uno de los requisitos de un anciano es que sea hospitalario (1 Ti. 3:2). Esto sería imposible sin una esposa hospitalaria. Dicen que el camino al corazón del hombre es por el estómago, y sólo Dios sabe cuántos santos han sido calentados y bendecidos alrededor de la mesa, disfrutando de la comida preparada por las manos de una hermana amante.
continuará, d.v. en el siguiente número


El amado y estimado hermano Gessner, además de profesor en escuela pública, era maestro de la Palabra de Dios y anciano en la asamblea en Allentown, Pennsylvania durante muchos años.
Escribió varios libros y muchos artículos de edificacón.

jueves, 1 de octubre de 2015

EN ESTO PENSAD -- octubre 2015

DIOS NO ES DE 
NINGÚN EQUIPO DEPORTIVO

 
"¿De quién eres, del Madrid, del Barça, o cuál?" A menudo se escuchan preguntas así, y lo triste es, que hay creyentes que como los loros repiten el habla del mundo alrededor suyo. ¿Qué te importa un equipo deportivo? ¿Qué lugar ocupa en el gran esquema de la voluntad de Dios? Sin embargo, si entramos en el mundo de Twitter, Facebook y Whasapp veremos enseguida un montón de personas de iglesias evangélicas y aun de nuestras asambleas que casi no hablan de otra cosa que su equipo favorito, quién ganó, cuánto apuntaron y todo el rollo del mundo del fútbol. Igualito como los inconversos. No les llena el corazón Cristo y la Palabra de Dios, excepto domingos por la mañana. Y para el colmo, conozco personalmente el caso de dos hombres que llevaron un televisor al local de la iglesia y lo colocaron en la cocina para seguir un partido durante la Cena del Señor. Uno de ellos es un anciano. ¡Qué te parece!
    ¿Cómo es que conocen los nombres de los jugadores, y no los nombres de los apóstoles del Señor, o las siete iglesias de Asia en Apocalipsis 2 y 3. Pueden recitar jugadas famosos en partidos deportivos, pero no pueden dar un resumen de cada libro de la Biblia. ¿Es digno de nuestro apoyo, tiempo e interés un equipo de hombres incrédulos, pecadores no arrepentidos, que juego por dinero y vanagloria, y derrocha dinero? ¿Debe ocupar un lugar de responsabilidad en la iglesia uno que no puede renunciar al mundo? El apóstol Juan habló claro: "No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él" (1 Jn. 2:15). ¿Qué parte de "no améis al mundo" no entendemos?
    Tal vez algunos me dirán que William MacDonald escribió que Dios no condena el deporte. Bueno, quiero ayudar a tales personas a recordar y entender bien lo que el hermano dijo. Aquí está, de su libro DE DÍA EN DÍA, lectura del 3 de  agosto.
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“Ni se complace en la agilidad del hombre” (Salmo 147:10).

    ¡Qué expresión más interesante! ¡El Dios grande y trascendente no se complace en la agilidad del hombre!
    Podemos pensar en esto en relación con el mundo del atletismo. La estrella de la pista, ágil y veloz, que cruza la línea final con las manos extendidas hacia arriba en triunfo. El jugador de baloncesto, atravesando la pista para meter la canasta de victoria. El héroe del fútbol, fuerte y muscular, que avanza irresistiblemente y mete el gol.
    La multitud se desboca, salta, grita y aplaude (o alternativamente abuchea y silba). Son fanáticos que se involucran emocionalmente en cada jugada del partido. Podríamos decir que se complacen, ¡y tanto!, en la agilidad del hombre, es decir, en su habilidad para realizar el juego.
    Nuestro versículo no intenta prohibir el interés en los deportes a nivel personal. La Biblia habla del valor del ejercicio corporal. Pero el desinterés de Dios en la agilidad de un hombre debe recordarnos que debemos mantener nuestras prioridades en orden.
    Es fácil que un joven creyente esté tan absorto con algún deporte que éste se convierta desgraciadamente en la pasión de su vida. Sus mejores esfuerzos están encauzados para lograr la excelencia en el mundo. Se disciplina en el uso del tiempo, los alimentos y el sueño. Practica incansablemente perfeccionando su habilidad en toda jugada concebible. Mantiene un régimen planeado de ejercicio para conservarse en excelente condición física. Piensa y habla acerca de este deporte como si fuera su vida. Quizás en realidad lo es.
    En ocasiones, un joven cristiano como éste puede sorprenderse cuando de repente se da cuenta de que Dios no se complace en la agilidad del hombre. Si desea caminar en comunión con Dios, necesita adoptar la perspectiva de Dios.
    Entonces, ¿en qué se complace Dios? El versículo 11 del Salmo 147 nos dice: “Se complace Jehová en los que le temen, y en los que esperan en su misericordia”. En otras palabras, Dios está más interesado en lo espiritual que en lo físico. El apóstol Pablo se refiere a este mismo sistema de valores cuando dice que: “el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera” (1 Ti. 4:8).
    Cuando hayan pasado cien años y las aclamaciones dejen de resonar, cuando el estadio esté vacío y el marcador olvidado, lo que realmente contará es la vida que buscó primeramente el reino de Dios y Su justicia.
Amigo, la Biblia no apoya a los equipos deportivos, el deporteprofesional y todo ese rollo que el diablo tiene montado en el mundo para mantener a la gente satisfecha sin Dios. Practicar el deporte para la salud, el ejercicio corporal es algo que puede dar un beneficio en esta vida, pero no en la venidera porque para poco es provechoso. Pero el Espíritu Santo nos recuerda: "la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera" (1 Ti. 4:8). Dios ha escogido al piadoso para sí (Sal. 4:3). Sé uno de ellos. Ejercítate para la piedad y reuncia la impiedad y los deseos mundanos. Los estadios, los trofeos, y todo lo demás de este mundo perecerá. "La tierra y las obras que en ella hay serán quemadas" (2 P. 3:10). "¿De qué equipo eres?" De ninguno. Soy de Jesucristo, le amo y le sigo. ¿Y tú?            

   Carlos
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  LA BONDAD Y LA SEVERIDAD DE DIOS

La bondad de Dios a Su congregación era indescriptible, sin embargo para mantener el testimonio en santidad, Su disciplina era muy estricta. Los transgresores debían ser cortados de la congregación por comer levadura (Éx. 12:15-19); por comer sangre (Lv. 7:27); por comer la ofrenda de paz estando inmundo o después del segundo día (Lv. 7:20); por ver la desnudez de un hermano o una hermana (Lv. 20:17); por tocar cosas santas estando inmundo (Lv. 22:3); por componer ungüento semejante al aceite de la santa unción (Éx. 30:33); por no celebrar la Pascua (Nm. 9:13); por no usar el agua de purificación (Nm. 19:13) y por no circuncidarse, etc.
    Debía morir el idólatro (Dt. 13:9); el blasfemo; el falso profeta (Dt. 13:5-11); el pecador presumido o soberbio (Dt. 17:12); el que no guardaba el día de reposo (Éx. 31:14); el adivino (Lv. 20.27); el extraño que se acercara como sacerdote (Nm. 18:7); los homicidas (Nm. 35:31); el que hiriere o maldijere a padre o madre (Éx. 21:15, 17); los hijos contumaces y rebeldes (Dt. 21:20-21); los adúlteros, etc. (Lv. 20:10); y otras personas semejantes a ésas.
    Sin duda la mente liberal considera tales leyes muy severas e innecesarias, pero los que tienen inteligencia espiritual reconocen que se arruinaría el testimonio e Israel sería un falso testigo de Dios si tales cosas fuesen toleradas. El que tiene la mente liberal en cosas espirituales roba a Dios de Su autoridad, anula Su disciplina y le trata como si fuera un mero blandengue. Su amor y compasión no deben ser empleados como para compensar Su justicia y autoridad. Cuando Jesús cesa de ser reconocido como Señor y es considerado como alguien cuyo propósito principal es perdonar, hay algo radicalmente equivocado.
    El que extiende una mano calurosa de amor al injusto e insumiso, y frunce el ceño a los que obedecen la fe, está negando el señorío de Cristo. Si partimos el pan con cualquiera que profesa fe, en lugar de insistir en la comunión de los santos en una asamblea del Señor, esto es la forma más debilitante que hay del laodiceanismo. Exalta la voluntad del hombre y niega el señorío de Cristo. Dios no tiene menos cuidado en la Iglesia que tenía en Israel. (Véanse 1 Co. 5; 2 P. 2:10; 1 Ti. 1:9; 1 Co. 6:9; He. 10:26; Mt. 18:15-18; 2 Ts. 3:6-14; 1 Ti. 1:9-20; 6:3-5; 2 Ti. 2:16-21; 3:1-5; Ro. 16:17; Hch. 20:29; Ap. 2:2; 2 Co. 11:13; Tit. 3:10-11; Ef. 5:5; 2 Co. 11:1-13; Gá. 1:8; 1 Co. 10:20; 1 Co. 11:27-32).
Dr. E. A. Martin, de su libro: La Asamblea Modelo

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CRISTO SE CONGREGA.  ¿Y TÚ?

¿No necesitas reunirte con la iglesia? ¿Puedes quedarte en casa y adorar?, porque dices: "Dios está en todasa partes". Vamos a dejar al Señor Jesucrcisto responder: “...Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18:20). A Jesucristo le interesa mucho la congregación de los creyentes.
    William MacDonald escribe: Cuando el Señor pronunció estas palabras, se estaba refiriendo a una reunión de la iglesia convocada para tratar con un miembro pecador que rehúsa arrepentirse...  Pero el versículo ciertamente tiene una aplicación más amplia. Se cumple dondequiera y cada vez que dos o tres se reúnen en Su Nombre. Reunirse en Su Nombre significa juntarse como asamblea cristiana; congregarse con y por Su autoridad, actuando de Su parte; reunirse en torno a Él como cabeza y centro de atracción; congregarse de acuerdo con la práctica de los cristianos primitivos en doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones (Hch. 2:42). Quiere decir congregarse con Cristo como el centro, congregarse en Él (Gn. 49:10; Sal. 50:5).
     Dondequiera que los creyentes se reúnen de este modo a la Persona del Señor Jesús, Él promete estar presente. Mas alguien podría preguntar: “¿No está Él presente en todas partes? Siendo Él Omnipresente, ¿no está en todos los lugares a una y al mismo tiempo?” La respuesta es: por supuesto que sí. Pero Él promete estar presente de una manera especial cuando los santos se congregan en Su Nombre: “...allí estoy yo en medio de ellos”. Esa es, por sí misma, la razón más fuerte por la que debemos ser fieles asistiendo a todas las reuniones de la iglesia. El Señor Jesús está ahí de una manera especial.

citado de su libro: De Día En Día, CLIE
    
La Biblia exhorta: "no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre" (Hebreos 10:25). Y los creyentes de verdad responden como el rey David: "Yo me alegré con los que me decían: A la casa de Jehová iremos" (Sal. 122:1).
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ADVERTENCIA 
A TODOS LOS IMPÍOS

“¿No sabes ya de siempre, 
desde que el hombre fue puesto sobre la tierra, 
que es breve la exultación del malvado
 y dura un instante la alegría de los perversos? 
Si hasta el cielo subiera su arrogancia
 y tocare en las nubes su cabeza, 
cual un fantasma desaparece para siempre... 
aunque la maldad fuere dulce a su boca 
y la ocultara bajo su lengua...
su comida en sus entrañas se corrompería, 
siendo como hiel de áspides en su interior” 
(Job 20:4-14). 


“Cuando está para henchir su vientre, 
mandará Dios contra él el ardor de su cólera, 
haciendo llover contra su carne sus proyectiles... 
Toda suerte de tinieblas le están reservadas;
 le devorará un fuego no encendido (por hombre), 
que consumirá lo que reste en su tienda... 
Esta es la suerte que a perverso (reserva) Dios,
 y ésta es la dote que Dios le adjudica”  
(La Biblia: Job 20:23, 26, 29).
LA SAGRADA BIBLIA, VERSIÓN NÁCAR COLUNGA 

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RAZÓN DE MI FE CRISTIANA 
Ernesto Trenchard
 
Perdone el lector la forma personal de este escrito. No lo hago para darme importancia a mí mismo, sino con el propósito de expresar más clara y directamente lo que quiero decir. “Me seréis testigos”, dijo el Señor Jesucristo a Sus discípulos al despedirse de ellos, y considero que todo mensaje cristiano debe ser, hasta cierto punto, un testimonio personal por el cual el creyente refiere a otros su “visión celestial”.

SOY CRISTIANO
porque la vida material no puede satisfacer mis anhelos espirituales.
    Algunas veces los hombres de ciencia nos hablan con aire de superioridad, como si supieran todos los secretos de la Naturaleza, pero la verdad es que los conocimientos científicos, según manifestó el célebre Sir James Jeans, no son más que islotes luminosos rodeados por un océano de ignorancia. Los fisiólogos y los biólogos saben describir los complicados procesos de la vida, pero no aciertan a explicar la más mínima parte de ellos. En otras palabras, saben mucho del “cómo” y nada del “por qué” de las cosas. Ignoran el secreto de la vitalidad de la célula más pequeña de una hoja cualquiera, arrancada de una planta o de un árbol del jardín. Y si tan poco saben del misterio de la vida natural, ¿qué me pueden decir de la vida espiritual? Jesucristo rechazó una de las tentaciones del diablo diciendo: “No con sólo el pan vivirá el hombre” (S. Mateo 4:4), y estas palabras hallan eco en lo más profundo de mi ser. En otra ocasión resumió una de las lecciones más elementales de la vida en estas palabras magistrales: “¿Y qué aprovechará el hombre si granjeare todo el mundo, y perdiere su alma?” (S. Marcos 8:36). Al meditar estas palabras, me imagino que tengo todo el mundo a mis pies, cual otro César, con cuanto encierra de riqueza, poderío, placer y saber. Pero en el momento de gozarlo todo, la vida cesa, y la voz de Dios me llama ante Su alto Tribunal. Entonces, ¡cuán mísero y desnudo me hallo? Y los más de los hombres, lejos de granjearse el mundo, no hacen sino amontonar trabajosamente un montoncillo de basura. ¿Vale ello la pena?

SOY CRISTIANO
porque creo que Dios se ha revelado a sí mismo.
    Permita el lector que explique lo que quiero decir. Si Dios nos ha creado, me parece increíble que nos deje en la ignorancia de Su voluntad y nos esconda el camino de la salvación. Lejos de parecerme imposible que hable al hombre, no puedo comprender que deje de hacerlo. Ha revelado algo de sí mismo en el orden y la hermosura de la Naturaleza, pero sentimos que Dios tiene más que decir al hombre, y nos apercibimos a oír Su voz.

SOY CRISTIANO
porque creo que Dios nos ha hablado en Su Hijo.
    La Epístola a los Hebreos empieza con estas sublimes palabras: “Dios, habiendo hablado muchas veces y en muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos prostreros días nos ha hablado por el Hijo” (Hebreos 1:2). El inspirado autor de estas palabras vivió pocos años después de la Vida, la Muerte y la Resurrección del Señor Jesucristo, y, como miles de otras personas que habían presenciado los hechos, tenía la completa seguridad de que Dios se había manifestado en Jesucristo de Nazaret. Yo no puedo ver los mismo hechos con mis propios ojos, pero los testigos oculares dieron fe en los Santos Evangelios (San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan) de lo que habían visto, y al meditar en lo que han dejado escrito llego al convencimiento de que la gloria de Dios se trasparentó a través de la sagrada humanidad de Jesús. San Juan, que fue el amigo más íntimo del Señor en todas las etapas de Su ministerio, llegó a la misma conclusión, y escribió: “El Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (S. Juan 1:14). No hay lugar para más pruebas aquí, pero estoy convencido de que si el lector leyera las narraciones de la vida del Señor según se hallan en los Evangelios, y los meditara con ánimo dispuesto a hallar la verdad, llegaría a la misma conclusión, y aceptaría esta declaración que el Señor hizo de sí mismo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí” (S. Juan 14:6).

SOY CRISTIANO
porque necesito un Salvador.
    Miro dentro de mi corazón y descubro arraigado en él una flaqueza moral fatal. El bien que quisiera hacer se escurre de entre mis manos, mientras que caigo lleno en el mal que quisiera evitar. Por eso la historia íntima de mi vida se extiende detrás de mí llena de negras manchas y de feos borrones. Si la pureza, la justicia y la santidad son las condiciones imprescindibles para lograr la dicha de la presencia de Dios (y lo son), yo me hallo excluido de ella para siempre a no ser que Dios provea el remedio. Es una locura creer que mis buenos deseos y la buena fama que tenga entre mis semejantes puedan anular el hecho del pecado cometido, que se levanta gigantesco y amenazador entre mi alma y mi Dios. ¡Necesito un Salvador!, gime mi alma.

SOY CRISTIANO
porque creo que Cristo es el único Salvador.
    Cuando el ángel anunció a San José el misterio de la Encarnación, le dio este encargo: “Llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (S. Mateo 1:21); así se puso de relieve la misión salvadora del Señor Jesucristo aun antes de Su nacimiento. Durante los años de Su ministerio público, Jesús salvaba a todos los necesitados que acudían a Él, manifestando siempre una compasión infinita unida con la santidad más perfecta. Pero aún faltaba lo más importante; esto es: Su muerte expiatoria en la cruz del Calvario, para que yo pudiera ser salvado de mis pecados. La preciosa vida del Hombre perfecto termina, no en un Trono, sino en la vergüenza y la agonía del patíbulo, y me pregunto el porqué de aquello que parece ser un fracaso y una tragedia. Las Sagradas Escrituras me dan la respuesta, y me hacen saber que murió, no por sí mismo, pues ninguna razón había para ello, sino por la redención de los hombres. Citaré algunos textos bíblicos que señalan el camino de la salvación. En el Evangelio según San Marcos leemos estas palabra de los labios del mismo Señor: “El Hijo del Hombre (Cristo) no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (S. Lucas 10:45), y con esta declaración concuerda lo que Jesucristo dice de sí mismo en el Evangelio según San Juan: “Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas” (S. Juan 10:11). En su epístola a la iglesia en Roma, San Pablo explica el significado de la Cruz de esta forma: “Porque Cristo, cuando aún éramos flacos, a su tiempo, murió por los impíos” (Romanos 5:6). De una manera muy parecida se expresa San Pedro: “El cual mismo (Cristo) llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, siendo muertos al pecado, vivamos a la justicia; por la herida del cual habéis sido sanados” (1 Pedro 2:24). San Juan, apóstol del amor, abunda en lo mismo: “En esto consiste el amor: no que nosotros hayamos amado a Dios, sino que él nos amó a nosotros, y ha enviado a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 4:10). Por propiciación hemos de entender que la muerte de Cristo, de valor infinito a los ojos de Dios, satisfizo las justas exigencias de la Ley en cuanto a nuestro pecado.
    Aprendo, pues, tanto de los Santos Evangelios como de los escritos apostólicos, que Jesús no murió a cause de Sus propios pecados, pues no los tenía; tampoco murió porque no podía librarse de los hombres, ya que, en determinadas circunstancias, cuando así era la voluntad de Su Padre, manifestó Su omnipotencia y Su control de los hombres y de las fuerzas de la Naturaleza. Murió porque vino a salvarnos, y, haciéndose Representante de la raza humana, asumió su culpabilidad y sufrió la dondenación que los pecadores merecían. En la infinita agonía de la Cruz “gustó la muerte por todos” (Hebreos 2:9).

SOY CRISTIANO
porque Cristo es MI SALVADOR.
    El mismo sagrado Libro, la Biblia, que me enseña que Cristo es el Salvador de los hombres, me enseña también cómo puedo recibirle a los efectos de mi salvación personal. Los Apóstoles recibieron del Señor la comisión de predicar el Evangelio a toda criatura, y anunciaron que la virtud de la Obra de la Cruz podía remediar el triste estado de todo pecador que acudiera a Cristo arrepentido y con fe. El arrepentimiento, en su sentido bíblico, quiere decir un cambio de mente o de actitud, y señala el momento cuando empezamos a odiar el pecado, volviendo las espaldas a la vida antigua. La fe no es el mero asentimiento a ciertas doctrinas o enseñanzas, sino que indica, en el sentido bíblico, la confianza total en aquél que murió por mí. Tal fe establece un contatcto vital con el Salvador y nos identifica con Su obra salvadora. Las Sagradas Escrituras no saben nada de otros medios de salvación. Mis obras no pueden conseguir nada, pues todas llevan en sí la mancha del pecado; las ceremonias religiosas afectan al cuerpo solamente, y como no pueden adentrarse hasta el alma, es imposible que efectúen cambios espirituales. Vea otras palabras del Apóstol San Juan: “Dios nos ha dado la vida, y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; y el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida” (1 Juan 5:11-12), verdad que se aclara aún más por la declaración sencilla y terminante del Señor mismo: “El que cree en MÍ, TIENE LA VIDA ETERNA” (S. Juan 6:47). Por estas escrituras, y otras muchas parecidas, veo que, para recibir la salvación que Dios me ofrece, tengo que humillarme en Su presencia, confesar que soy pecador y aceptarle con fe sencilla.

SOY CRISTIANO
porque Jesucristo es el Señor de mi vida y procuro andar en Sus caminos.
    Las naciones persisten en llamarse “cristianas” aun en el momento de arrojarse las unas contra las otras con armas mortíferas para la destrucción de multitudes de seres. Los hombres se llaman cristianos al par que exaltan el “yo” y emplean todos los medios, sean lícitos o perversos, para ganar para sí dinero, placer, posición y poder. ¡Qué manera de burlarse del verdadero significado del hermoso título de cristiano! Para ser cristiano, en el sentido real de la palabra, es necesario aceptar a Cristo como Salvador, con la determinación de reconocerle también como Señor de la vida, que se ordena luego en conformidad con Su Palabra. El hombre que hace esto es nacido de nuevo, según la hermosa frase del Señor mismo, y se reconoce como otro. La carne quedará, y hará lo suyo, pero no vencerá al creyente que reclama con fe el auxilio del Espíritu Santo.
    Muchos años han pasado desde que comprendí el Evangelio y me entregué a mi Salvador. Fue el día más feliz de mi vida, y ahor puedo dar mi testimonio que Él me ha salvado, y de que aún me guarda, dando un valor real a una vida que, de otra forma, sería huera y desabrida. Desaría que el sencillo relato de mi propia experiencia llevara al amable lector a escudriñar las Palabras de Cristo y de los Apóstoles en el Nuevo Testamento, y que hallara a su vez la vida por medio de la fe en el Salvador. Fue San Agustín el que dijo: “Tú nos has hecho para ti, y ningún reposo hallan nuestras almas hasta hallarlo en ti”.      
           
                                                      
Los textos bíblicos citados son de la traducción Reina-Valera, revisión de 1909.
Impreso originalmente por Literatura Bíblica, Trafalgar, 32, Madrid

martes, 1 de septiembre de 2015

EN ESTO PENSAD -- septiembre, 2015

EL PECADO QUE NADIE CONFIESA
William MacDonald

“Mirad y guardaos de toda avaricia” (Lucas 12:15).

La avaricia es el deseo excesivo por la riqueza o las posesiones. Es una manía que atenaza a la gente, causándoles desear más y más. Es una fiebre que les lleva a anhelar cosas que en realidad no necesitan.
     Vemos la avaricia en el hombre de negocios que nunca está satisfecho, que dice que se detendrá cuando haya acumulado una cierta cantidad, pero cuando ese tiempo llega, está ávido de más.
    La vemos en el ama de casa cuya vida es una interminable parranda de compras. Amontona toneladas de cosas diversas hasta que su desván, garaje y despensa se hinchan con el botín.
    La notamos en la tradición de los regalos de navidad y cumpleaños. Jóvenes y viejos igualmente juzgan el éxito de la ocasión por la cantidad de artículos que son capaces de acumular.
    La palpamos en la disposición de una herencia. Cuando alguien muere, sus parientes y amigos derraman unas lágrimas fingidas, para luego descender como lobos a dividir la presa, a menudo comenzando una guerra civil en el proceso.
    La avaricia es idolatría (Ef. 5:5; Col. 3:5). La avaricia coloca la propia voluntad en el lugar de la voluntad de Dios. Expresa insatisfacción con lo que Dios ha dado y está determinada a conseguir más, sin importar cuál pueda ser el coste.
    La avaricia es una mentira, que crea la impresión de que la felicidad se encuentra en la posesión de cosas materiales. Se cuenta la historia de un hombre que podía tener todo lo que quería con simplemente desearlo. Quería una mansión, sirvientes, un Mercedes, un yate y ¡presto! estaban allí instantáneamente. Al principio esto era estimulante, pero una vez que comenzó a quedarse sin nuevas ideas, se volvió insatisfecho. Finalmente dijo: “Deseo salir de aquí. Deseo crear algo, sufrir algo. Preferiría estar en el infierno que aquí”. El sirviente contestó: “¿Dónde crees que estás?”
      La avaricia tienta a la gente al riesgo, a la estafa y a pecar para conseguir lo que se desea.
    La avaricia hace incompetente a un hombre para el liderazgo en la iglesia (1 Ti. 3:3). Ronald Sider pregunta: “¿No sería más bíblico aplicar la disciplina eclesial a aquellos cuya codicia voraz les ha llevado al “éxito financiero” en vez de elegirles como parte del consejo de ancianos?”


   Cuando la codicia lleva a los desfalcos, la extorsión u otros escándalos públicos, exige la excomunión (1 Co. 5:11). Y si la avaricia no es confesada y abandonada, lleva a la exclusión del Reino de Dios (1 Co. 6:10).
del libro DE DÍA EN DÍA (CLIE), lectura para el 15 de agosto
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ESPERANDO...


“y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera” (1Ts. 1:10).

Esperamos el retorno inminente de nuestro Señor Jesús. Pero, nuestra esperanza no es pasiva. Esperamos preparando para las bodas del Cordero (Ap. 19:8), siendo fieles en nuestros afectos (2 Co. 11:2), y adornando Su doctrina (Tit. 2:7-10). Esperamos perseverando en bien hacer (Ro. 2:7), sirviéndole con paciencia (Stg. 5:7), despojándonos del desánimo, poniendo los ojos en Él (He. 12:2-3). Aguardamos la esperanza de Su venida (Tit. 2:13), y nuestra esperanza nace de confianza (He. 6:19-20) y de expectación gozosa (1 Ts. 4:13-18). ¡Él viene! ¡Quizás hoy!

George Ferrier, del calendio devocional “Choice Gleanings”

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¿ERES BUEN ALUMNO?

“Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente,  aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo...” (Tito 2:11-13).

Uno puede graduar de la escuela primaria, de la secundaria, y de la universidad, ¡y qué feliz es ese día, porque termina el curso y los estudios! ¡Ya no hay que acudir más, ni clavar los codos estudiando libros de texto, preparando exámenes y todo lo demás! Pero mis hermanos, no es así en la escuela de Dios, porque sólo Dios es omnisciente. Nunca terminamos de aprender de Su Palabra, nuestro libro de texto celestial. La vida está llena de pruebas y exámenes sin aviso previo, y si no aprendemos bien tenemos que repetir.
    El patriarca Jacob en su vejez se quejó: “contra mí son todas estas cosas” (Gn. 42:36), no sabiendo que Dios estaba obrando para bendecirle y reunirle con su hijo José. Luego, cuando llegó a Egipto y vio a su hijo, señor de aquella tierra, comenzó a entender los caminos de la providencia divina. Con ciento treinta años de edad, su testimonio ante Faraón fue así: “pocos y malos han sido los días de los años de mi vida, y no han llegado a los días de los años de la vida de mis padres en los días de su peregrinación” (Gn. 47:9). Es como si dijera: “No he aprendido bien las lecciones que Dios quería enseñarme” y “no doy la talla de los demás patriarcas”. Job no entendía bien la aflicción que Dios permitía en su vida, y pensaba que era Dios que le perseguía y afligía, porque no sabía de las conversaciones entre Dios y Satanás en los primeros dos capítulos. Pero todo esto fue escrito para enseñarnos y ayudarnos, para que sepamos lo que Job no pudo y seamos fieles. Además, de la paciencia de Job aprendemos que podemos ser fieles aun cuando no entendemos el por qué de las cosas.
    Romanos 15:4 informa: “Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza”. 1 Corintios 10:11 dice: “Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos”. Los que no leen ni estudian ni meditan en el Antiguo Testamento se quedarán espiritualmente ignorantes e incapaces de vivir como Dios quiere. Hoy en día en nuestras iglesias hay una gran y creciente ignorancia y superficialidad en cosas espirituales, que radica en el descuido de la lectura y estudio de la Biblia, especialmente el Antiguo Testamento. Observa que hay dos textos en el Nuevo Testamento que nos remiten al Antiguo para que aprendamos. Pero en todo lugar que visito hallo en las iglesias personas que nunca han leído la Biblia siquiera una vez, ni mucho menos la leen y estudian cada año, continuamente. Se saben cosas que no tienen importancia, como los nombres de los jugadores de equipos de fútbol, cantantes y la letra de sus canciones, actores y películas, y otras cosas así, pero no la Palabra de Dios. Su conocimiento del mundo es tan vergozoso como su ignorancia de la Biblia, y si somos de ellos, la culpa es nuestra, no de otros. Hermano, hermana, Dios quiere enseñarnos y ha provisto los medios, pero ¿realmente quieres aprender?
    Aun cuando asimilamos algunas lecciones, siempre tenemos más que aprender, acerca de nuestro Dios infinito, acerca de Sus pensamientos y caminos que son más altos que los nuestros, y acerca de cómo conducirnos y vivir para agradarle (1 Ts. 4:1) en un mundo torcido y arruinado por el pecado, y dominado por el príncipe maligo. Las palabras de este himno deben expresar el deseo de cada uno de nosotros:

“Más de Jesús quiero aprender, más de Su gracia conocer,
    Más del amor con que me amó, más de la cruz en que Él murió. 
Más de Jesús anhelo ver, más de Su hermoso parecer,
    Más de la gloria de su faz, más de Su luz, más de Su paz”.
Carlos 
Antes bien, creced en la gracia 
y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. 
A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén.

2 Pedro 3:18
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Se encontraba mal y acudió al médico. Después de realizar el diagnóstico, éste afirmó:
   — Hay que operar. A usted le toca decidir si operamos o no. Tiene que darnos su consentimiento.

Supongamos que el paciente respondiera:
— A mí ni fu ni fa. Lo mismo me da; me es igual...
 
El médico contestaría:
— ¿Qué quiere decir? ¿Se opera o no se opera? A mí, esto de “me da igual” no me dice nada. Usted tiene que decidir y tiene que decirme si quiere que realicemos la intervención que precisa o si quiere continuar como hasta aquí. Su respuesta no tiene sentido, ni para usted ni para mí.
 
    Está claro que el que necesita la cirujía sólo tiene dos opciones: o se somete a la operación propuesta por el médico, o sigue en su dolencia.
    También frente a Jesucristo, cada ser humano tiene que tomar una decisión de la que no puede escapar. Afirmar que no estamos ni a favor ni en contra de Jesucristo, como pretenden algunos, es una locura, porque equivale en realidad a una decisión negativa de hecho.
    Jesucristo viene a ofrecernos lo que no poseemos: la salvación, el perdón de nuestros pecados. Viene a darnos aquello que más anhelamos: vida eterna, vida abundante. Para esto vino. La religión no puede darle estas cosas, pero Jesucristo sí, puede. Él vino a este mundo, se dio en sacrificio en la cruz del Calvario, y allí murió como sustituto, sufriendo la pena de muerte por nosotros, por nuestros pecados. Al tercer día resucitó de la tumba, y cuarenta días más tarde ascendió vivo al cielo. Jesucristo no es una filosofía, es una Persona, Dios y hombre en uno, que vive y desea entrar en una comunión personal, íntima, con cada uno de nosotros.
 
Pero si uno le responde así:
 — A nosotros, todo esto ni fu ni fa...
 
Esto significaría haber escogido la frustración y la muerte. No nos engañemos: esta respuesta no afirmaría nuestra neutralidad, imposible, sino nuestra mala elección.
    El Señor afirma sin ambages que el que no cree en Él ya está condenado. Nuestra indiferencia es perdición. No tenemos que hacer nada, no tenemos que movernos; simplemente basta permanecer como estamos y así quedar en el estado de condenación en que nos hallamos, pues somos pecadores y esto es más que evidente. Ante el Señor Jesucristo la indiferencia no es neutralidad. Es locura y perdición.

“El que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo no tiene la vida”, dice la Biblia.  Jesucristo afirmó:“El que no es conmigo, contra mí es” (S. Mateo 12:30)
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LLAMADOS A SER DISCÍPULOS 
 
escribe O. J. Gibson

El Señor les dijo: “Sígueme” (Jn. 1:43; Lc. 5:27). Entonces abandonaron sus redes, sus barcas, negocios y hogares para emprender un peregrinaje que sorprendería al mundo. Multitudes rodearon al Señor Jesús, pero esto no parecía impresionarle. La mayoría de Su tiempo precioso lo usó con los individuos que Él había llamado y que vinieron a ser conocidos como Sus discípulos. El llamamiento fue únicamente hacia Él mismo. “Venid en pos de mí”, fueron Sus palabras (Mr.1:17, 20). La gran causa era el Señor mismo en persona. Él era el objeto, el punto principal, la única atracción. Todos los que habían sido apreciados antes de Él, se quedaron en nada. Eso no era cristianismo, como se vino a saber después, sino que Cristo mismo era el imán.
    Su llamado al discipulado fue primero dada a los doce, después a los setenta (Lc. 10:1), y entonces encargó a los apóstoles a proclamar el mensaje y hacer discípulos en todo el mundo. Esto es lo que se conoce como la Gran Comisión, que les fue dada sobre un monte alto de Galilea: “Por tanto, id, y hacer discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mt. 28:19). Observemos que todo creyente es llamado a ser discipulo. No apuntó un grupo selecto de los hermanos más devotos. Es un llamado a todos, y toca todo lo que son y poseen. Los principios del discipulado le capacitan a uno  a vivir correctamente para Dios, y así influenciar en su comunidad, en una nación, y en el mundo entero. Este es Su plan para alcanzar al mundo, usando el método de desarrollar a creyentes para que sean  discípulos que verdaderamente representen al Salvador ante la raza humana.

El origen del discipulado

    La palabra “discípulo” se empleaba mucho antes del tiempo del Señor Jesús. Se aplicaba a cualquiera que profesaba seguir a un maestro. Los griegos lo usaban en su relación profesor-alumno entre sus famosos filósofos y aquellos que seguían sus principios y manera de vivir. La palabra griega mathetes (aprendiz) vino a ser en latín discipulus (alumno, uno que aprende) y después se convirtió en nuestra palabra “discípulo”. Es mencionada veintenas de veces en los cuatro Evangelios, y también su palabra compañera: “imitar”, con la cual está frecuentemente conectada. La última de estas se usa en las otras partes del Nuevo Testamento: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Co. 11:1; Ef. 5:1; 1 Ts. 1:6). No fue dicho en una conferencia de misioneros, sino a todos los creyentes en esos lugares. Seguidores de varios maestros son mencionados en la Escritura: (a) los discípulos de Juan el Bautista (Mt. 9:14; Lc. 7:18; Jn. 3:25), (b) los discípulos de los fariseos (Mt. 22:15-16; Mr. 2:18; Lc. 5:33), y (c) los discípulos de Moisés (Jn. 9:28, como los fariseos solían llamarse).
    Así que, el término fue rápidamente aplicado a los discípulos de Jesús. No todos los llamados discípulos eran de la misma categoría. Había discípulos secretos, tales como José de Arimatea (Juan 19:38). Había discípulos que desertaron de Jesús, mostrando así que eran falsos (Jn. 6:66). Como muchos profesados “cristianos” de nuestros tiempos, pensaban que Sus enseñanzas eran difíciles de entender y demasiado exigientes. Le abandonaron para no tener que andar en pos de Él. El término también se aplicó de una manera especial a los Doce, que también fueron llamados apóstoles (Mt. 10:1-2; Lc. 6:13). La Biblia parece indicarnos  el uso de la palabra “discípulo” de tres maneras diferentes.

1. EL SENTIDO MÁS AMPLIO. Incluía a todos los que profesaban seguir a Jesús o venían a aprender (Mateo 5:1-2). Algunos de ellos eran simplemente curiosos, sin haberse comprometido realmente ni haberse sometido al Señor

2. EL SENTIDO GENERAL. Es usado a veces como sinónimo de “cristiano”. Los discípulos fueron llamados cristianos en Antioquía por primera vez (Hch. 11:26). “Cristiano” es un nombre dado por el mundo que sólo es usado tres veces en todo el Nuevo Testamento (Hch. 11:26; 26:26; 1 P. 4:16).  El término “discípulo” aparece varias veces (por ej. Hch. 6:1; 11:29; 21:16). Este uso incluye tanto a los verdaderos creyentes que a los que sólo profesaban seguirle.

3. EL SENTIDO PRECISO. Esta palabra describe a aquellos que poseían los requisitos de una devoción estricta dada por el Salvador. Ellos eran llamados por el Señor “verdaderos discípulos” (Juan 8:31). Esta clase de discípulos eran los que “permanecen en Mi palabra”, los que le seguían  a Él con la necesaria renuncia para su propia vida. Este es el grupo de discípulos que fueron reconocidos por el Señor Jesús como los verdaderos creyentes, que son los que nos conciernen en este estudio. Han sido sugeridas las siguientes definiciones de discípulos, en este sentido reducido:
    a) “Un discípulo no es meramente uno que aprende, sino un partidario; de ahí que se les mencione como imitadores de su maestro (Jn. 8:31; 15:8)”. (W.E. Vine, Diccionario Expositivo)

      b) “Esto implica que la persona no sólo acepta las opiniones del maestro, sino que también las practica como un partidario” (International Standard Bible Enciclopedia).

    c) “Uno que está total y completamente sometido a la Persona de Jesucristo y Su Palabra.... Reconoce Su derecho a gobernarle, y está completamente a Su disposición.... No queda la posibilidad de retener ciertos derechos para sí mismo”. Dwight Pentecost.

  d) “Un discípulo es un cristiano que está creciendo en conformidad a Cristo, lleva fruto en el evangelismo y trabaja para conservar su fruto” (Gary Kuhne, La Dinámica del Cuidado Personal de Nuevos Creyentes). A esto se le podría llamar una definición funcional de discípulo.
    Obviamente, estas definiciones implican a algo más que profesar ser un cristiano y asistir regularmente a las reuniones de una iglesia. Encierran las cualidades especificadas por el Señor para los que desean ser verdaderamente Sus discípulos.  Se trata de más que simplemente ser salvo del pecado.   

La Resistencia al Discipulado
   
    No hay ninguna razón por la cual esta clase de discipulado sea algo popular. Los que desertaron en Juan 6 le vieron, al igual que la mayoría de las  multitudes que oyeron Su invitación, sin embargo no respondieron positivamente (Lc. 14:25). Rendir la vida propia, sacrificar todo por Él, es algo que no tiene atractivo para la carne. Nuestro estilo de la vida fácil y cómoda, y el agradarnos a nosotros mismos, van en contra del espíritu de discipulado. Los institutos y seminarios no tienen lugar para el verdadero discipulado en sus esquemas y planes de ministerio y organización. Quizás no saben cómo hacer discípulos. Existen muchas objeciones al discipulado, procedentes de muchas fuentes y por razones distintas:

1. DICEN: "LA PALABRA 'DISCÍPULO' NO ESTÁ EN LAS EPÍSTOLAS".
Sin embargo, las palabras “seguir” y “seguidor” aparecen con este sentido en otras partes del Nuevo Testamento, como ya hemos notado. Además, hombres tales como Pablo, Timoteo y otros ejemplificaron discipulado. ¿Debemos descalificar la llamada del Señor Jesús a los creyentes en los Evangelios por el mero hecho de que en otros textos falta la palabra? ¿Con qué autoridad bíblica?
   
2. ALEGAN QUE ES ALGO LIMITADO A LOS DOCE O A ALGUNOS DEVOTOS EXCEPCIONALES.
Pero la Gran Comisión se dio para "todas las naciones". El Señor Jesús habló del discipulado a las multitudes. Nuestra misión no es conseguir decisiones, ni llenar locales, sino hacer discípulos. ¿No deben ser todos los creyentes devotos del Señor?

3. LOS DETALLES DEL DISCIPULADO SON DISCUTIDOS O RECHAZADOS.
Pero aunque algunos protesten contra las opiniones de ciertos escritores o discutan el significado de ciertos términos dados por el Señor, esto no puede  descartar la sencilla verdad de que Cristo busca discípulos. Cada creyente necesita afrontar, comprender y aceptar las demandas del Señor y Salvador..
    Tal vez el enemigo principal del concepto de hacer discípulos sea la táctica seudo intelectual de “devaluar” el término “discipulado”. Muchos usan la palabra de forma liviana, y el término está de moda ahora entre evangélicos, pero equivocadamente. El discipulado es a menudo visto como un pequeño estudio bíblico llevado a cabo durante un par de horas cada semana, o la tarea de perseverar trabajando con los nuevos creyentes, o se considera como un programa especial de la iglesia, una serie de charlas donde no estudian seriamente ni practican el seguir al Señor Jesús y Sus enseñanzas. Van a un campamento, o unos estudios o módulos especiales para recibir una semana de estudios. A eso lo suelen llamar: “hacer un discipulado”, pero sería mejor decir "conferencia" o "estudios", porque si sólo imparten conocimientos, y no toca la vida personal, ni moldea el carácter y la conducta de las personas, no son discípulos sino asistentes u oyentes. Ahora, es bueno que asistan y oigan, pero el Señor Jesucristo quiere y demanda mucho más. Él quiere nuestra vida.
    Parte de la gloria de Israel que se desvaneció fue el decaimiento de los “nazareos”, el grupo de los seguidores separados de Dios (Nm. 6). Estos que estaban consagrados eran “santos al Señor”, perteneciéndole a Él y dedicados a Su servicio. Desde los tiempos de Samuel (1 S. 1:11), hasta Juan el Bautista (Lc. 1:15), eran parte de la gloria espiritual de la nación (Lam. 4:5; Am. 2:11). Desaparecieron de vista a la medida que la nación se iba apartando de Dios. De la misma manera, el verdadero discipulado se ha marchitado en la iglesia pensando que era sólo celo en los tiempos apostólicos, volviéndose a la muerte espiritual. Hoy esto está reviviendo, sobre todo en los jóvenes que desean alcanzar el mundo para Cristo.

La Necesidad del Discipulado

    Fue dicho proféticamente, y realizado en el Nuevo Testamento, acerca del Señor Jesús: “El celo de tu casa Me consume” (Sal. 69:9, véase también, Jn. 2:17). El fuego del Espíritu de Dios ardía dentro de Él mientras servía al Padre. El Señor dijo de Juan el Bautista: “Él era antorcha que ardía y alumbraba” (Jn. 5:35). Los que alumbran para Dios en el fervor de su sumisión hacia Él son los que pueden hacer temblar al mundo en el poder del Espíritu. Esa energía y bendición espiritual solo fluye en las vidas que andan en comunión con Dios.
    La orden que Él dio hace 2000 años debería de tomarse en serio hoy en día también. Debemos llamar tanto a hombres como mujeres a “tomar su cruz” y a “negarse a si mismo”. Hoy en día sólo responderán unos pocos en verdad, tal como en aquel entonces. Pero esos pocos discípulos verdaderos pueden llegar a ser poderosos instrumentos de Dios dondequiera que vivan. Todavía hoy Cristo dice: “Sígueme”, ¿Lo harás? ¿Te unirás a Él para ser Su discípulo, tener tu vida cambiada radicalmente, dedicarte a aprender de Él cómo vivir una vida que agrada a Dios, proclamar el evangelio y hacer discípulos? ¿Quieres sólo creer cosas acerca de Cristo, o que Él solamente te perdone, o de verdad confías en Él y has decidido seguirle?

De su libro Viviendo Los Preceptos Del Discípulo