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jueves, 1 de octubre de 2015

EN ESTO PENSAD -- octubre 2015

DIOS NO ES DE 
NINGÚN EQUIPO DEPORTIVO

 
"¿De quién eres, del Madrid, del Barça, o cuál?" A menudo se escuchan preguntas así, y lo triste es, que hay creyentes que como los loros repiten el habla del mundo alrededor suyo. ¿Qué te importa un equipo deportivo? ¿Qué lugar ocupa en el gran esquema de la voluntad de Dios? Sin embargo, si entramos en el mundo de Twitter, Facebook y Whasapp veremos enseguida un montón de personas de iglesias evangélicas y aun de nuestras asambleas que casi no hablan de otra cosa que su equipo favorito, quién ganó, cuánto apuntaron y todo el rollo del mundo del fútbol. Igualito como los inconversos. No les llena el corazón Cristo y la Palabra de Dios, excepto domingos por la mañana. Y para el colmo, conozco personalmente el caso de dos hombres que llevaron un televisor al local de la iglesia y lo colocaron en la cocina para seguir un partido durante la Cena del Señor. Uno de ellos es un anciano. ¡Qué te parece!
    ¿Cómo es que conocen los nombres de los jugadores, y no los nombres de los apóstoles del Señor, o las siete iglesias de Asia en Apocalipsis 2 y 3. Pueden recitar jugadas famosos en partidos deportivos, pero no pueden dar un resumen de cada libro de la Biblia. ¿Es digno de nuestro apoyo, tiempo e interés un equipo de hombres incrédulos, pecadores no arrepentidos, que juego por dinero y vanagloria, y derrocha dinero? ¿Debe ocupar un lugar de responsabilidad en la iglesia uno que no puede renunciar al mundo? El apóstol Juan habló claro: "No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él" (1 Jn. 2:15). ¿Qué parte de "no améis al mundo" no entendemos?
    Tal vez algunos me dirán que William MacDonald escribió que Dios no condena el deporte. Bueno, quiero ayudar a tales personas a recordar y entender bien lo que el hermano dijo. Aquí está, de su libro DE DÍA EN DÍA, lectura del 3 de  agosto.
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“Ni se complace en la agilidad del hombre” (Salmo 147:10).

    ¡Qué expresión más interesante! ¡El Dios grande y trascendente no se complace en la agilidad del hombre!
    Podemos pensar en esto en relación con el mundo del atletismo. La estrella de la pista, ágil y veloz, que cruza la línea final con las manos extendidas hacia arriba en triunfo. El jugador de baloncesto, atravesando la pista para meter la canasta de victoria. El héroe del fútbol, fuerte y muscular, que avanza irresistiblemente y mete el gol.
    La multitud se desboca, salta, grita y aplaude (o alternativamente abuchea y silba). Son fanáticos que se involucran emocionalmente en cada jugada del partido. Podríamos decir que se complacen, ¡y tanto!, en la agilidad del hombre, es decir, en su habilidad para realizar el juego.
    Nuestro versículo no intenta prohibir el interés en los deportes a nivel personal. La Biblia habla del valor del ejercicio corporal. Pero el desinterés de Dios en la agilidad de un hombre debe recordarnos que debemos mantener nuestras prioridades en orden.
    Es fácil que un joven creyente esté tan absorto con algún deporte que éste se convierta desgraciadamente en la pasión de su vida. Sus mejores esfuerzos están encauzados para lograr la excelencia en el mundo. Se disciplina en el uso del tiempo, los alimentos y el sueño. Practica incansablemente perfeccionando su habilidad en toda jugada concebible. Mantiene un régimen planeado de ejercicio para conservarse en excelente condición física. Piensa y habla acerca de este deporte como si fuera su vida. Quizás en realidad lo es.
    En ocasiones, un joven cristiano como éste puede sorprenderse cuando de repente se da cuenta de que Dios no se complace en la agilidad del hombre. Si desea caminar en comunión con Dios, necesita adoptar la perspectiva de Dios.
    Entonces, ¿en qué se complace Dios? El versículo 11 del Salmo 147 nos dice: “Se complace Jehová en los que le temen, y en los que esperan en su misericordia”. En otras palabras, Dios está más interesado en lo espiritual que en lo físico. El apóstol Pablo se refiere a este mismo sistema de valores cuando dice que: “el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera” (1 Ti. 4:8).
    Cuando hayan pasado cien años y las aclamaciones dejen de resonar, cuando el estadio esté vacío y el marcador olvidado, lo que realmente contará es la vida que buscó primeramente el reino de Dios y Su justicia.
Amigo, la Biblia no apoya a los equipos deportivos, el deporteprofesional y todo ese rollo que el diablo tiene montado en el mundo para mantener a la gente satisfecha sin Dios. Practicar el deporte para la salud, el ejercicio corporal es algo que puede dar un beneficio en esta vida, pero no en la venidera porque para poco es provechoso. Pero el Espíritu Santo nos recuerda: "la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera" (1 Ti. 4:8). Dios ha escogido al piadoso para sí (Sal. 4:3). Sé uno de ellos. Ejercítate para la piedad y reuncia la impiedad y los deseos mundanos. Los estadios, los trofeos, y todo lo demás de este mundo perecerá. "La tierra y las obras que en ella hay serán quemadas" (2 P. 3:10). "¿De qué equipo eres?" De ninguno. Soy de Jesucristo, le amo y le sigo. ¿Y tú?            

   Carlos
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  LA BONDAD Y LA SEVERIDAD DE DIOS

La bondad de Dios a Su congregación era indescriptible, sin embargo para mantener el testimonio en santidad, Su disciplina era muy estricta. Los transgresores debían ser cortados de la congregación por comer levadura (Éx. 12:15-19); por comer sangre (Lv. 7:27); por comer la ofrenda de paz estando inmundo o después del segundo día (Lv. 7:20); por ver la desnudez de un hermano o una hermana (Lv. 20:17); por tocar cosas santas estando inmundo (Lv. 22:3); por componer ungüento semejante al aceite de la santa unción (Éx. 30:33); por no celebrar la Pascua (Nm. 9:13); por no usar el agua de purificación (Nm. 19:13) y por no circuncidarse, etc.
    Debía morir el idólatro (Dt. 13:9); el blasfemo; el falso profeta (Dt. 13:5-11); el pecador presumido o soberbio (Dt. 17:12); el que no guardaba el día de reposo (Éx. 31:14); el adivino (Lv. 20.27); el extraño que se acercara como sacerdote (Nm. 18:7); los homicidas (Nm. 35:31); el que hiriere o maldijere a padre o madre (Éx. 21:15, 17); los hijos contumaces y rebeldes (Dt. 21:20-21); los adúlteros, etc. (Lv. 20:10); y otras personas semejantes a ésas.
    Sin duda la mente liberal considera tales leyes muy severas e innecesarias, pero los que tienen inteligencia espiritual reconocen que se arruinaría el testimonio e Israel sería un falso testigo de Dios si tales cosas fuesen toleradas. El que tiene la mente liberal en cosas espirituales roba a Dios de Su autoridad, anula Su disciplina y le trata como si fuera un mero blandengue. Su amor y compasión no deben ser empleados como para compensar Su justicia y autoridad. Cuando Jesús cesa de ser reconocido como Señor y es considerado como alguien cuyo propósito principal es perdonar, hay algo radicalmente equivocado.
    El que extiende una mano calurosa de amor al injusto e insumiso, y frunce el ceño a los que obedecen la fe, está negando el señorío de Cristo. Si partimos el pan con cualquiera que profesa fe, en lugar de insistir en la comunión de los santos en una asamblea del Señor, esto es la forma más debilitante que hay del laodiceanismo. Exalta la voluntad del hombre y niega el señorío de Cristo. Dios no tiene menos cuidado en la Iglesia que tenía en Israel. (Véanse 1 Co. 5; 2 P. 2:10; 1 Ti. 1:9; 1 Co. 6:9; He. 10:26; Mt. 18:15-18; 2 Ts. 3:6-14; 1 Ti. 1:9-20; 6:3-5; 2 Ti. 2:16-21; 3:1-5; Ro. 16:17; Hch. 20:29; Ap. 2:2; 2 Co. 11:13; Tit. 3:10-11; Ef. 5:5; 2 Co. 11:1-13; Gá. 1:8; 1 Co. 10:20; 1 Co. 11:27-32).
Dr. E. A. Martin, de su libro: La Asamblea Modelo

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CRISTO SE CONGREGA.  ¿Y TÚ?

¿No necesitas reunirte con la iglesia? ¿Puedes quedarte en casa y adorar?, porque dices: "Dios está en todasa partes". Vamos a dejar al Señor Jesucrcisto responder: “...Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18:20). A Jesucristo le interesa mucho la congregación de los creyentes.
    William MacDonald escribe: Cuando el Señor pronunció estas palabras, se estaba refiriendo a una reunión de la iglesia convocada para tratar con un miembro pecador que rehúsa arrepentirse...  Pero el versículo ciertamente tiene una aplicación más amplia. Se cumple dondequiera y cada vez que dos o tres se reúnen en Su Nombre. Reunirse en Su Nombre significa juntarse como asamblea cristiana; congregarse con y por Su autoridad, actuando de Su parte; reunirse en torno a Él como cabeza y centro de atracción; congregarse de acuerdo con la práctica de los cristianos primitivos en doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones (Hch. 2:42). Quiere decir congregarse con Cristo como el centro, congregarse en Él (Gn. 49:10; Sal. 50:5).
     Dondequiera que los creyentes se reúnen de este modo a la Persona del Señor Jesús, Él promete estar presente. Mas alguien podría preguntar: “¿No está Él presente en todas partes? Siendo Él Omnipresente, ¿no está en todos los lugares a una y al mismo tiempo?” La respuesta es: por supuesto que sí. Pero Él promete estar presente de una manera especial cuando los santos se congregan en Su Nombre: “...allí estoy yo en medio de ellos”. Esa es, por sí misma, la razón más fuerte por la que debemos ser fieles asistiendo a todas las reuniones de la iglesia. El Señor Jesús está ahí de una manera especial.

citado de su libro: De Día En Día, CLIE
    
La Biblia exhorta: "no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre" (Hebreos 10:25). Y los creyentes de verdad responden como el rey David: "Yo me alegré con los que me decían: A la casa de Jehová iremos" (Sal. 122:1).
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ADVERTENCIA 
A TODOS LOS IMPÍOS

“¿No sabes ya de siempre, 
desde que el hombre fue puesto sobre la tierra, 
que es breve la exultación del malvado
 y dura un instante la alegría de los perversos? 
Si hasta el cielo subiera su arrogancia
 y tocare en las nubes su cabeza, 
cual un fantasma desaparece para siempre... 
aunque la maldad fuere dulce a su boca 
y la ocultara bajo su lengua...
su comida en sus entrañas se corrompería, 
siendo como hiel de áspides en su interior” 
(Job 20:4-14). 


“Cuando está para henchir su vientre, 
mandará Dios contra él el ardor de su cólera, 
haciendo llover contra su carne sus proyectiles... 
Toda suerte de tinieblas le están reservadas;
 le devorará un fuego no encendido (por hombre), 
que consumirá lo que reste en su tienda... 
Esta es la suerte que a perverso (reserva) Dios,
 y ésta es la dote que Dios le adjudica”  
(La Biblia: Job 20:23, 26, 29).
LA SAGRADA BIBLIA, VERSIÓN NÁCAR COLUNGA 

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RAZÓN DE MI FE CRISTIANA 
Ernesto Trenchard
 
Perdone el lector la forma personal de este escrito. No lo hago para darme importancia a mí mismo, sino con el propósito de expresar más clara y directamente lo que quiero decir. “Me seréis testigos”, dijo el Señor Jesucristo a Sus discípulos al despedirse de ellos, y considero que todo mensaje cristiano debe ser, hasta cierto punto, un testimonio personal por el cual el creyente refiere a otros su “visión celestial”.

SOY CRISTIANO
porque la vida material no puede satisfacer mis anhelos espirituales.
    Algunas veces los hombres de ciencia nos hablan con aire de superioridad, como si supieran todos los secretos de la Naturaleza, pero la verdad es que los conocimientos científicos, según manifestó el célebre Sir James Jeans, no son más que islotes luminosos rodeados por un océano de ignorancia. Los fisiólogos y los biólogos saben describir los complicados procesos de la vida, pero no aciertan a explicar la más mínima parte de ellos. En otras palabras, saben mucho del “cómo” y nada del “por qué” de las cosas. Ignoran el secreto de la vitalidad de la célula más pequeña de una hoja cualquiera, arrancada de una planta o de un árbol del jardín. Y si tan poco saben del misterio de la vida natural, ¿qué me pueden decir de la vida espiritual? Jesucristo rechazó una de las tentaciones del diablo diciendo: “No con sólo el pan vivirá el hombre” (S. Mateo 4:4), y estas palabras hallan eco en lo más profundo de mi ser. En otra ocasión resumió una de las lecciones más elementales de la vida en estas palabras magistrales: “¿Y qué aprovechará el hombre si granjeare todo el mundo, y perdiere su alma?” (S. Marcos 8:36). Al meditar estas palabras, me imagino que tengo todo el mundo a mis pies, cual otro César, con cuanto encierra de riqueza, poderío, placer y saber. Pero en el momento de gozarlo todo, la vida cesa, y la voz de Dios me llama ante Su alto Tribunal. Entonces, ¡cuán mísero y desnudo me hallo? Y los más de los hombres, lejos de granjearse el mundo, no hacen sino amontonar trabajosamente un montoncillo de basura. ¿Vale ello la pena?

SOY CRISTIANO
porque creo que Dios se ha revelado a sí mismo.
    Permita el lector que explique lo que quiero decir. Si Dios nos ha creado, me parece increíble que nos deje en la ignorancia de Su voluntad y nos esconda el camino de la salvación. Lejos de parecerme imposible que hable al hombre, no puedo comprender que deje de hacerlo. Ha revelado algo de sí mismo en el orden y la hermosura de la Naturaleza, pero sentimos que Dios tiene más que decir al hombre, y nos apercibimos a oír Su voz.

SOY CRISTIANO
porque creo que Dios nos ha hablado en Su Hijo.
    La Epístola a los Hebreos empieza con estas sublimes palabras: “Dios, habiendo hablado muchas veces y en muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos prostreros días nos ha hablado por el Hijo” (Hebreos 1:2). El inspirado autor de estas palabras vivió pocos años después de la Vida, la Muerte y la Resurrección del Señor Jesucristo, y, como miles de otras personas que habían presenciado los hechos, tenía la completa seguridad de que Dios se había manifestado en Jesucristo de Nazaret. Yo no puedo ver los mismo hechos con mis propios ojos, pero los testigos oculares dieron fe en los Santos Evangelios (San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan) de lo que habían visto, y al meditar en lo que han dejado escrito llego al convencimiento de que la gloria de Dios se trasparentó a través de la sagrada humanidad de Jesús. San Juan, que fue el amigo más íntimo del Señor en todas las etapas de Su ministerio, llegó a la misma conclusión, y escribió: “El Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (S. Juan 1:14). No hay lugar para más pruebas aquí, pero estoy convencido de que si el lector leyera las narraciones de la vida del Señor según se hallan en los Evangelios, y los meditara con ánimo dispuesto a hallar la verdad, llegaría a la misma conclusión, y aceptaría esta declaración que el Señor hizo de sí mismo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí” (S. Juan 14:6).

SOY CRISTIANO
porque necesito un Salvador.
    Miro dentro de mi corazón y descubro arraigado en él una flaqueza moral fatal. El bien que quisiera hacer se escurre de entre mis manos, mientras que caigo lleno en el mal que quisiera evitar. Por eso la historia íntima de mi vida se extiende detrás de mí llena de negras manchas y de feos borrones. Si la pureza, la justicia y la santidad son las condiciones imprescindibles para lograr la dicha de la presencia de Dios (y lo son), yo me hallo excluido de ella para siempre a no ser que Dios provea el remedio. Es una locura creer que mis buenos deseos y la buena fama que tenga entre mis semejantes puedan anular el hecho del pecado cometido, que se levanta gigantesco y amenazador entre mi alma y mi Dios. ¡Necesito un Salvador!, gime mi alma.

SOY CRISTIANO
porque creo que Cristo es el único Salvador.
    Cuando el ángel anunció a San José el misterio de la Encarnación, le dio este encargo: “Llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (S. Mateo 1:21); así se puso de relieve la misión salvadora del Señor Jesucristo aun antes de Su nacimiento. Durante los años de Su ministerio público, Jesús salvaba a todos los necesitados que acudían a Él, manifestando siempre una compasión infinita unida con la santidad más perfecta. Pero aún faltaba lo más importante; esto es: Su muerte expiatoria en la cruz del Calvario, para que yo pudiera ser salvado de mis pecados. La preciosa vida del Hombre perfecto termina, no en un Trono, sino en la vergüenza y la agonía del patíbulo, y me pregunto el porqué de aquello que parece ser un fracaso y una tragedia. Las Sagradas Escrituras me dan la respuesta, y me hacen saber que murió, no por sí mismo, pues ninguna razón había para ello, sino por la redención de los hombres. Citaré algunos textos bíblicos que señalan el camino de la salvación. En el Evangelio según San Marcos leemos estas palabra de los labios del mismo Señor: “El Hijo del Hombre (Cristo) no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (S. Lucas 10:45), y con esta declaración concuerda lo que Jesucristo dice de sí mismo en el Evangelio según San Juan: “Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas” (S. Juan 10:11). En su epístola a la iglesia en Roma, San Pablo explica el significado de la Cruz de esta forma: “Porque Cristo, cuando aún éramos flacos, a su tiempo, murió por los impíos” (Romanos 5:6). De una manera muy parecida se expresa San Pedro: “El cual mismo (Cristo) llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, siendo muertos al pecado, vivamos a la justicia; por la herida del cual habéis sido sanados” (1 Pedro 2:24). San Juan, apóstol del amor, abunda en lo mismo: “En esto consiste el amor: no que nosotros hayamos amado a Dios, sino que él nos amó a nosotros, y ha enviado a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 4:10). Por propiciación hemos de entender que la muerte de Cristo, de valor infinito a los ojos de Dios, satisfizo las justas exigencias de la Ley en cuanto a nuestro pecado.
    Aprendo, pues, tanto de los Santos Evangelios como de los escritos apostólicos, que Jesús no murió a cause de Sus propios pecados, pues no los tenía; tampoco murió porque no podía librarse de los hombres, ya que, en determinadas circunstancias, cuando así era la voluntad de Su Padre, manifestó Su omnipotencia y Su control de los hombres y de las fuerzas de la Naturaleza. Murió porque vino a salvarnos, y, haciéndose Representante de la raza humana, asumió su culpabilidad y sufrió la dondenación que los pecadores merecían. En la infinita agonía de la Cruz “gustó la muerte por todos” (Hebreos 2:9).

SOY CRISTIANO
porque Cristo es MI SALVADOR.
    El mismo sagrado Libro, la Biblia, que me enseña que Cristo es el Salvador de los hombres, me enseña también cómo puedo recibirle a los efectos de mi salvación personal. Los Apóstoles recibieron del Señor la comisión de predicar el Evangelio a toda criatura, y anunciaron que la virtud de la Obra de la Cruz podía remediar el triste estado de todo pecador que acudiera a Cristo arrepentido y con fe. El arrepentimiento, en su sentido bíblico, quiere decir un cambio de mente o de actitud, y señala el momento cuando empezamos a odiar el pecado, volviendo las espaldas a la vida antigua. La fe no es el mero asentimiento a ciertas doctrinas o enseñanzas, sino que indica, en el sentido bíblico, la confianza total en aquél que murió por mí. Tal fe establece un contatcto vital con el Salvador y nos identifica con Su obra salvadora. Las Sagradas Escrituras no saben nada de otros medios de salvación. Mis obras no pueden conseguir nada, pues todas llevan en sí la mancha del pecado; las ceremonias religiosas afectan al cuerpo solamente, y como no pueden adentrarse hasta el alma, es imposible que efectúen cambios espirituales. Vea otras palabras del Apóstol San Juan: “Dios nos ha dado la vida, y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; y el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida” (1 Juan 5:11-12), verdad que se aclara aún más por la declaración sencilla y terminante del Señor mismo: “El que cree en MÍ, TIENE LA VIDA ETERNA” (S. Juan 6:47). Por estas escrituras, y otras muchas parecidas, veo que, para recibir la salvación que Dios me ofrece, tengo que humillarme en Su presencia, confesar que soy pecador y aceptarle con fe sencilla.

SOY CRISTIANO
porque Jesucristo es el Señor de mi vida y procuro andar en Sus caminos.
    Las naciones persisten en llamarse “cristianas” aun en el momento de arrojarse las unas contra las otras con armas mortíferas para la destrucción de multitudes de seres. Los hombres se llaman cristianos al par que exaltan el “yo” y emplean todos los medios, sean lícitos o perversos, para ganar para sí dinero, placer, posición y poder. ¡Qué manera de burlarse del verdadero significado del hermoso título de cristiano! Para ser cristiano, en el sentido real de la palabra, es necesario aceptar a Cristo como Salvador, con la determinación de reconocerle también como Señor de la vida, que se ordena luego en conformidad con Su Palabra. El hombre que hace esto es nacido de nuevo, según la hermosa frase del Señor mismo, y se reconoce como otro. La carne quedará, y hará lo suyo, pero no vencerá al creyente que reclama con fe el auxilio del Espíritu Santo.
    Muchos años han pasado desde que comprendí el Evangelio y me entregué a mi Salvador. Fue el día más feliz de mi vida, y ahor puedo dar mi testimonio que Él me ha salvado, y de que aún me guarda, dando un valor real a una vida que, de otra forma, sería huera y desabrida. Desaría que el sencillo relato de mi propia experiencia llevara al amable lector a escudriñar las Palabras de Cristo y de los Apóstoles en el Nuevo Testamento, y que hallara a su vez la vida por medio de la fe en el Salvador. Fue San Agustín el que dijo: “Tú nos has hecho para ti, y ningún reposo hallan nuestras almas hasta hallarlo en ti”.      
           
                                                      
Los textos bíblicos citados son de la traducción Reina-Valera, revisión de 1909.
Impreso originalmente por Literatura Bíblica, Trafalgar, 32, Madrid

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