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miércoles, 31 de agosto de 2022

EN ESTO PENSAD -- septiembre 2022

Gedeón: Protegido contra el Orgullo
Camilo Vásquez Vivanco


Parte 10, Gedeón: Un Joven Trasnformado En Un Siervo De Dios    

“...no sea que se alabe Israel contra mí, diciendo: Mi mano me ha salvado” (Jue. 7:2).
 

Pasamos ahora a estudiar la primera clasificación que Dios hace del pueblo de Dios, los que piensan que Dios no es del todo indispensable, los orgullosos. ¿Quién podría llegar a pensar así en el pueblo de Dios? Potencialmente todos incluso Gedeon y nosotros también.
    Una masa de soldados de 32.000 si lograran una victoria bien podrían creer que se debió a sus fuerzas o estrategia. Veremos que esto es un mal muy cercano a todos nosotros, se llama el orgullo que siempre se acompaña de la ingratitud. El diablo nos pasa por la cabeza que Dios no es indispensable en todo y que bien podemos hacer algo sin Él. Dios le dijo a Gedeón: “...no sea que se alabe Israel contra mí” (Jue. 7:2). Una traducción paralela lo vierte así: “...los israelitas se jactarán ante mí de que se salvaron con su propia fuerza”. El diablo intentó hacer esto con el Hijo de Dios y le dijo: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan” (Mt. 4:3), en que su insinuación apuntó a que siendo lo que era, podía usar Su poder en beneficio propio y así podía independizarse de Dios Su Padre. “¿Qué tiene de malo si solo esta vez usas tu poder? Tú bien puedes hacerlo pues eres el Hijo de Dios”. Esta insinuación fue parecida a la de su madre en la boda en Caná de Galilea, cuando faltó el vino, leemos: “la madre de Jesús le dijo: No tienen vino” (Jn. 2:3). “Actúa por ti mismo, pues lo puedes hacer” sigue siendo la tentación al orgullo humano. El Señor hasta ahora tanto frente al diablo como frente a su madre, aún no había realizado ningún milagro. Tenía todo el poder de hacerlo pero siempre se sujetó al Padre (Jn. 5:19 y 30). Allí, en aquellas bodas en Caná, el Señor haría Su primer milagro y manifestaría Su gloria por primera vez, con el único objetivo de honrar a Dios. Pero Él le dijo a Su madre: “...aún no ha venido mi hora” (Jn. 2:4), pues lo que debía hacer dependía del Padre, no de ella, y Él le diría cuando actuar. El orgullo es precisamente esto: el creer que tenemos libertad para proceder bajo nuestra iniciativa. El rey Saúl hizo esto: “me esforcé...” y Samuel respondió: “Locamente has hecho” (1 S. 13.12-13).
    En ese peligro estaba no solo el más sencillo de los soldados, sino  también Gedeón, y nosotros también tenemos que afrontarlo. Bien sabemos que el Señor no podía responder a esta insinuación del diablo, pues Él no buscaba Su propia gloría. “Pero yo no busco mi gloria; hay quien la busca, y juzga” (Jn. 8:50). Si el Señor dijo a Sus discípulos “...separados de mi nada podéis hacer...” (Jn. 15:5). Lo dijo porque somos dados a realizar muchas cosas por la energía de la carne. Podemos llegar a pensar que nuestras ideas y habilidades son mejores que las de Dios. Incluso tomamos decisiones que nunca Dios las ha aprobado. Finalmente estos pensamientos son orgullo de corazón, como dice Dios: “y digas en tu corazón: Mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza” ( Dt. 8:17).
    Aprender esta lección no fue fácil para el apóstol Pablo, pues el orgullo estaba a flor de piel por esto escribió: “... me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera” (2 Co. 12:7). Si se le ha pasado por la cabeza que sus logros son fruto de su experiencia, sepa usted que eso es caldo de cultivo para el diablo. Mucho más peligroso es que piense que sus fuerzas le han llevado a estar donde está, sin atribuir al Señor todo lo que usted es y todo lo que tiene. En esta trampa cayó el buen rey Ezequías cuando recibió las visitas de los babilonios (Is. 39:1-8). El profeta le preguntó: “...¿Qué han visto en tu casa? Y dijo Ezequías: Todo lo que hay en mi casa han visto, y ninguna cosa hay en mis tesoros que no les haya mostrado” (Is. 39:4). Ezequías habló a sus visitantes de todos sus logros menos del Dios que le sanó y le extendió la vida. Escondido bajo su pecho estaba el orgullo que le privó de testificar de la gracia del Dios verdadero: “Mas en lo referente a los mensajeros de los príncipes de Babilonia, que enviaron a él para saber del prodigio que había acontecido en el país, Dios lo dejó, para probarle, para hacer conocer todo lo que estaba en su corazón” (2 Cr. 32:31). Ezequías testificó a sus visitantes que Dios no es indispensable en todo, y que incluso su sanidad después de estar a punto de morir se debió a su buena suerte.
    Que triste realidad de nuestro corazón propenso al orgullo y la ingratitud, por esto el rey David oraba: “Preserva también a tu siervo de las soberbias; que no se enseñoreen de mí; entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión” (Sal. 19:13). No hemos de extrañarnos si Dios nos visita con alguna limitación para impedir que seamos orgullosos dejándonos incluso débiles y sin poder cumplir los planes que teníamos por delante. Esto suele ser el camino divino para humillarnos y permitir una enfermedad o incluso un incidente que no nos deja seguir con el mismo ritmo para que aprendamos a descansar en sus fuerzas: “Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo” (2 Co. 12:9). Recuerde esto es incidente más peligroso que puso en riesgo a todo el pueblo de Dios en tiempos de David, no fue cuando éste pecó contra Dios tomando a la mujer de Urías heteo, fue cuando Satanás lo incitó a realizar un censo de las fuerzas militares bajo sus órdenes (1 Cr. 21:1). Satanás quería que David confiara en sus fuerzas y estrategias así no necesitaría a Dios sino sólo su orgullo militar. Cuidemonos de esta amenaza que sigue vigente y derrumba a muy buenos creyentes (2 Cr. 26:16-23).

continuará, d.v. en el próximo número
Camilo Vásquez sirve al Señor en Chile

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        Juan Antonio Soldado Medina

 “con Cristo, lo cual es muchísimo mejor” 

Filipenses 1.23


El 28 de agosto del 2022, Juan Soldado, el que es ahora nuestro amado hermano en Cristo, pasó de este valle de lágrimas, por el portal de la muerte, a la presencia de su Señor Jesucristo. Estamos tristes porque no le veremos más en esta vida. Pero a la vez nos gozamos de que esté con el Señor, donde ya no padece de cáncer ni está rodeado de los pecados y problemas que afligen a este mundo caído.
    Juan había vivido más de 40 años en el camino de la perdición, cuando un día escuchó a algunos que predicaron el evangelio al aire libre. Manifestó su interés, y trás varios encuentros personales con ellos, entendió el evangelio, se arrepentió de sus pecados, y confesó al Señor Jesucristo como único y suficiente Salvador. Su vida cambió y todos lo hemos visto. Juan testificaba de Cristo a todos los que estaban cerca de él. El querido Juan está con Cristo, ¡dichoso de él! ¡Ojalá que su familia y amigos también se conviertan!

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TERMINA BIEN

Lucas Batalla

Textos: 2 Timoteo 4:1-8; 2 Corintios 5:10

Comenzar bien es bueno, pero terminar bien es mejor. En 2 Timoteo 4 hemos leído el testimonio del apóstol Pablo al final de su vida. Estuvo a punto de partir de esta vida y entrar en la eternidad, y dio instrucciones y advertencias a Timoteo su discípulo. Sus palabras invitan a pensar en los que comienzan mal pero terminan bien. Pablo ciertamente había comenzado mal, pues perseguía a los creyentes, y además Cristo le acusó de perseguir al Señor. Quien persigue a un miembro del cuerpo de Cristo, también persigue a Cristo la Cabeza. Así había vivido Saulo. Escuchemos su propio testimonio:
“Yo ciertamente había creído mi deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret; lo cual también hice en Jerusalén. Yo encerré en cárceles a muchos de los santos, habiendo recibido poderes de los principales sacerdotes; y cuando los mataron, yo di mi voto. Y muchas veces, castigándolos en todas las sinagogas, los forcé a blasfemar; y enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguí hasta en las ciudades extranjeras” (Hch. 26:9-11).
    Pero en el camino a Damasco Saulo conoció al Señor Jesucristo, y se convirtió en creyente, seguidor y siervo Suyo. Así son las conversiones genuinas. Después de conocer al Señor hubo un cambio en su vida. Llegó a declarar: “para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Fil. 1:21). Desafortunadamente, hoy muchos profesados creyentes no hablan ni viven así, pero ése era el testimonio de Pablo. Se convirtió de verdad, y su vida cambió. No sólo su forma de pensar, sino su carácter y su comportamiento; ¡toda su vida! En lugar de hacer a otros sufrir por su fe, él aprendió a sufrir por causa de Cristo y además, con gozo (Hch. 16:25). ¡Y cuánto sufrió por Cristo! Lo relata en 2 Corintios 11:23-28, “¿Son ministros de Cristo? (Como si estuviera loco hablo.) Yo más; en trabajos más abundante; en azotes sin número; en cárceles más; en peligros de muerte muchas veces. De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez; y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias”.
    Luego, en 2 Timoteo da testimonio de haber terminado bien. “He peleado la buena batalla”, “he acabado la carrera” y “he guardado la fe”, y no sólo se dirige a Timoteo, sino también a todos nosotros, para que sepamos lo importante que es terminar bien. Hermanos míos, la vida cristiana no es levantar la mano y decir que crees, luego ser bautizado, tomar la comunión y ya está. Pero muchos han hecho esto. Muchos son los que faltan en la congregación donde dijeron que creyeron en el Señor. Y ahora, ¿dónde están? No han peleado la buena batalla, ni han acabado la carrera, ni han guardado la fe. Se han vuelto al mundo. El cristianismo verdadero no está compuesto de esta clase de persona.
    Pablo, cuando era llamado Saulo de Tarso, había comenzado mal, como todos nosotros. Todos hemos nacido pecadores. Nadie ha sido creyente desde el principio. Unos hemos hecho más cosas que otros, unos hemos andado más lejos de Dios y con más antagonismo, pero lo cierto es que ante Dios TODOS hemos pecado (Ro. 3.23). Todos comenzamos mal,  pero no debemos terminar mal, porque el Señor Jesucristo vino para buscar y salvar a los se habían perdido. Dios no quiere que ninguno perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento. De modo que el que no se ha arrepentido no puede ser creyente de verdad.
    Dios quiere que los que hemos creído en el Señor terminemos bien la vida cristiana, Quiere que seamos fieles hasta el fin. “Sé fiel hasta la muerte” es la Palabra del Señor a los Suyos (Ap. 2:10). Hermanos, no hay que desviarnos, apartarnos, enfriarnos, ni desanimarnos, sino sigamos al Señor, como dice el himno:

Seguid al Maestro, no importa sufrir,
Aunque haya enemigos y obstáculos mil.
Si estrecha es la senda, no retroceder;
Siguiendo al Maestro podremos vencer.
Proseguid siempre adelante,
Con el escudo de Dios;
A las órdenes del Jefe,
Que nos guía con Su santa voz.


    Esto es lo que hace el verdadero creyente. Puede tropezar y caer en un momento, pero se levanta y sigue adelante. Aunque el justo caiga siete veces, ¡se levanta! (Pr. 24:16). El Señor tiene reservada la corona de justicia para todos los que aman Su venida, dice Pablo en 2 Timoteo 4:8, y esto indica cuán importante le es al Señor que seamos fieles y que terminemos bien la vida.
    Pero también están los que terminan mal. ¡Ay de ellos! Bajo esta descripción hallamos a todos los que profesaron creer pero luego se volvieron atrás. El rey Saúl en 1 Samuel 15 es un triste ejemplo de ese fracaso. Había empezado bien su reino, humilde, esforzado, luchando contra los enemigos de Israel Pero luego, en su poder y “éxito” como rey, pensaba que podía hacer lo que le parecía. No solo desobedeció, sino también se ensoberbeció, y resentido, no admitió la corrección. Por su desobediencia y obstinación, Dios lo desechó. Le había dado instrucciones claras, pero él no las siguió. Aunque había comenzado bien, Saúl perdió la bendición, y fue atormentado por un espíritu malo que Dios le mandó (1 S. 16.14). No le iba a ayudar ningún “consejero” o “psicólogo” porque su trastorno era un castigo de Dios. ¿Cuántas personas hoy tienen aflicciones en la mente y el cuerpo debido a una mala decisión suya? Saúl sentía envidia y celos del piadoso joven David y le perseguía. Lo  admitió en 1 Samuel 26:21, “He pecado... yo he hecho neciamente, y he errado en gran manera”. En sus momentos más lúcidos él lo sabía, pero no se arrepintió, no volvió de su mal camino. Acabó por consultar de noche a una mujer espiritista. El día siguiente, herido en la batalla, se suicidó y su cuerpo fue hallado y deshonrado por los filisteos. Terminó mal porque no tuvo fe, no confió en Dios, y la fuerza del carácter y la voluntad no pueden salvar a nadie.
    Sólo el Señor puede convertirnos de verdad y darnos una nueva vida con el poder para servirle y perseverar. Por esto es importante que cada uno se examine, como Pablo dijo a los corintios: “examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe” (2 Co. 13.5). Porque de nada sirve tener un buen comienzo, si no eres creyente de verdad y no vas a seguir y terminar bien. El creyente verdadero es como la buena tierra de Mateo 13.19-23. La semilla sembrada ahí permanece y da fruto.
   Que el Señor nos ayude a considerar estos dos ejemplos de uno que comenzó mal y terminó bien, y de otro que comenzó bien, pero terminó mal. Teniéndolos en cuenta, y a la luz de las Escrituras, cada uno debe examinarse y estar seguro de cuál es su verdadera condición espiritual.

de un estudio dado en enero del 2007

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El Lugar del Indocto

Norman Crawford


Se ha dicho que la única Escritura que habla de sentarse atrás es 1 Corintios 14:16, “Porque si bendices sólo con el espíritu, el que ocupa lugar de simple oyente, ¿cómo dirá el Amén a tu acción de gracias? pues no sabe lo que has dicho”. Luego nos dicen que aquel era indocto solo respecto a la lengua desconocida que alguien hablaba en el culto, y que eso nada tiene que ver con el asunto de estar en comunión en una asamblea. No creo que éste sea el único texto acerca de este tema, ni que sea la interpretación correcta de este verso.
    En esta epístola no es inusual que Pablo introduzca un tema sin desarrollarlo hasta más adelante. Toma por ejemplo la participación de las hermanas en las reuniones de la asamblea. Introduce el tema en 11:5, pero no nos dice hasta el 14:34 que está prohibido que las mujeres hablen públicamente. Creo que otro caso es él del indocto o simple oyente. Introduce el tema en el 14:16, y luego lo explica en los versos 23-25. En el caso hipotético visto en esos últimos versos, el indocto está asociado con otra clase llamado “incrédulo” (v. 24). Ninguno de ellos estaba en la asamblea, porque “toda la iglesia” ya estaba reunida cuando ellos entraron. De hecho, la asamblea no sabía a qué clase pertenecían éstos hasta que todos juzgasen (v. 24). El feliz resultado fue que al menos un hombre, siendo manifiesto lo oculto de su corazón, se postró sobre el rostro y adoró declarando que Dios en verdad estaba entre ellos (v. 25).
    ¿Cuál es el significado de “simple oyente”  en el verso 16? Si significa que desconoce una lengua que alguien habla en la reunión, esto implica que los de la asamblea la entendieron, pero él no. Pero, ¿el resto de la asamblea realmente entendía la lengua que un hermano hablaba por el Espíritu? Si leemos atentamente los versos 2, 4, 6, 9, 11 y 19 veremos que nadie entendía esa lengua (v. 2), ni siquiera el hombre que la hablaba (v. 14). Entonces el que visitaba no era el único que no entendía, y la expresión “simple oyente” (o que no entiende) tendría que aplicarse a toda la asamblea – cosa que no es el caso. Realmente significa que ese hombre ignoraba, no entendía la presencia de Dios en medio de Su pueblo (v. 25). Éste es el sentido de los versos 23-25 que le menciona con el incrédulo, porque no es parte de “toda la iglesia”.
    Es muy importante entender que “simple oyente” o “ignorante” no quiere decir que cierto nivel de conocimiento es necesario para entrar en la asamblea. Lo que necesita aprender para estar preparado para la comunión es: “verdaderamente Dios está entre vosotros” (1 Co. 14:25). Es en este mismo sentido que la presencia del Señor fue reconocida en medio de Israel (Éx. 40:34-35), cuando con Su presencia manifestó Su aprobación del patrón que habían seguido respecto al tabernáculo. No buscamos cierto nivel de conocimientos doctrinales, sino la evidencia de un espíritu receptivo a la enseñanza.
    Este “lugar atrás” donde sentarse y observar no se basa solo en este texto de las Escrituras. 1 Corintios 5:11-13 enseña que respecto a una asamblea hay dos lugares: “fuera” y “dentro” (v. 12). La comunión es una verdad espiritual, pero tiene una representación visible cuando la iglesia se congregue. Procuramos manifestar esto por un círculo u otro arreglo físico que separa y distingue entre los que están en comunión en la asamblea y los que no.
    Algunos preguntan: “¿Por qué es el asiento atrás solo para la Cena del Señor?” La razón está en 1 Corintios 10:16-17, “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan”. La Cena del Señor es la expresión de la comunión de los creyentes. En esta reunión todos los creyentes participan de un solo pan y una sola copa. Por esta razón menciona la copa primero en este pasaje. La sangre derramada de Cristo es la base de toda comunión con Dios y los unos con los otros. La participación del pan y de la copa es una expresión importante de una unidad comprada a precio de los padecimientos y la muerte de nuestro Señor. El verso 16 relaciona esa copa con Su sangre. Para ser coherente en nuestra traducción, debemos reconocer que la expresión: “del cuerpo de Cristo”, se refiere a Su cuerpo literal. El verso 17 presenta un segundo significado del pan. Este un solo pan es una expresión de aquel un solo cuerpo espiritual de Cristo. Entonces, la asamblea es una expresión visible de una comunión más amplia y espiritual. En esa más amplia comunión solo están los que verdaderamente son miembros de Cristo. De acuerdo a estas grandes verdades practicamos el principio de estar “dentro” de la comunión de la asamblea o “fuera” de ella.
    No es muy precisa la expresión: “el asiento de atrás”. Lo importante no es tanto el lugar, sino que haya una clara demarcación entre los que están “dentro” y los que están “fuera” de la asamblea. Muchos de nosotros hemos partido el pan en memoria del Señor en lugares donde “el asiento de atrás” estaba en la parte delante del edificio.

Norman Crawford, Congregados a Su Nombre, págs. 158-161, Berea Libros

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¿Quién Tiene La Preeminencia?

"para que en todo tenga la preeminencia"  Col. 1.18


Ningún hombre, sino solo Cristo tiene el primer lugar. Algunos afirman esto con la boca, pero en su conducta ellos buscan figurar (3 Jn. 9).
    Pensemos: ¿Qué significa la expresión "en todo"? “Todo” es un absoluto, que no tiene límite. No podemos limitar Su preeminencia a una reunión de una hora cada semana.
    Incluye todo asunto de la asamblea. ¿Tiene Cristo la preeminencia en las decisiones y los hechos de los ancianos? En la Cena del Señor, ¿hablamos de Él, como el ejemplo celestial en Apocalipsis 5, o hablamos de otras cosas. También en la enseñanza de la Palabra, Él debe ser preeminente.
    Además, "en todo" incluye todo asunto de mi vida personal. "Todo" incluye el noviazgo, el matrimonio, las amistades, el trabajo, el uso del dinero, y las actividades del "tiempo libre".
    En el cielo, y en la tierra, Cristo debe ocupar primer lugar. Dios le ha dado el lugar preeminente en el cielo. Reflexionemos: ¿Qué lugar ocupa realmente, en la práctica, en nuestras vidas?

Carlos 

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 ¡Escoje lo Mejor!

Pr. 16.19  Mejor es humillar el espíritu con los humildes que repartir despojos con los soberbios”.
    Hay humildad de fachada, practicada para agradar al ojo u oído con buenos modales, o para impresionar. Curiosamente, ¡los que así se conducen pueden estar orgullosos de su humildad! Pero otra cosa es la verdadera humildad en el espíritu de uno. Humillar el espíritu es responsabilidad nuestra. Los que tienen amor propio y soberbia no suelen humillarse voluntariamente, pero Dios le humillará. El altivo rey Nabucodonosor aprendió la lección bajo la mano de Dios, y declaró: “él puede humillar a los que andan con soberbia” (Dn. 4.37). La humildad y la identificación con los humildes es preferible al compañerismo de los soberbios aunque haya bienes materiales entre ellos.
    El gran ejemplo de la humillación voluntaria es el Señor Jesucristo: “el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres;  y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2.6-8). “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Fil. 2.5).
    
Pr. 16.32  Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad”.
    No dice: “nunca se aira”, sino que tarda en airarse. He aquí el valor de controlarse y no dar lugar fácilmente a la ira. Es mejor esto que ser fuerte y saber conquistar una ciudad. En lugar de buscar cómo conquistar y controlar a los demás, conquistemos nuestro espíritu y controlemos nuestro estado de humor y nuestras reacciones.
    Los caballos son dirigidos con las riendas. Las personas que no encuentran las riendas de su espiritu son como ciudad derribada y sin muro (Pr. 25.28). Son vulnerables, desprotegidas y les vienen muchos males porque no practican el domino propio. Dios da a los creyentes poder, amor y dominio propio (2 Ti. 1.7; 2 P. 1.6). En cambio, “El necio da rienda suelta a toda su ira” (Pr. 29.11).
    La ira del hombre no obra la justicia de Dios (Stg. 1.20), y por eso debemos ser tardos para airarnos. Pero no toda ira es mala, pues Dios tiene ira santa. Su ira se revela desde el cielo “contra toda impiedad e injusticia de los hombres” (Ro. 1.18). Sometamos nuestro carácter al Espíritu Santo para que Él produzca en nosotros Sus frutos, y seamos como nuestro Señor.

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"UNA VEZ PARA SIEMPRE"

 


Cuando Jesucristo murió en la cruzo, no dijo: "Comenzado es" sino "Consumado es" (Juan 19.30). Es el lenguaje de una obra terminada que no deja nada por hacer. Cuando se termina una obra, no hay que ir otro día a seguir trabajando en ella. Las otras Escrituras concuerdan, que no hay de ningún modo una continuación o perpetuación de la muerte de Cristo. Considera lo que la Palabra de Dios dice:

Solo un Sacrificio por los Pecados
“Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos”.  1 Pedro 3.18

“Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante”. Efesios 5.2

“Cristo padeció por nosotros… el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente; quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero… y por cuya herida fuisteis sanados. Porque vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas”. 1 Pedro 2.21-25

Solo un Camino
“Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí”.  S. Juan 14.6

“Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”.  Hechos 4.12  (predicación de Pedro)

“Todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre”. Hechos 10.43

“Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones. Pues donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por el pecado”.  Hebreos 10.17-18
 

Observa que el nombre no es María, ni otros, sino solo el Señor Jesucristo.

Solo un Mediador
“Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos”.  1 Timoteo 2.5-6

“Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios; y no para ofrecerse muchas veces… De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo; pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado. Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos”.  Hebreos 9.24-28

“En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre. Y ciertamente todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios... porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados”.  Hebreos 10:10-12, 14

Cristo, el Sacerdote Perfecto
“Pues se da testimonio de él: Tú eres sacerdote para siempre”.  “Y los otros sacerdotes llegaron a ser muchos, debido a que por la muerte no podían continuar” Hebreos 7.17, 23

“Mas éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos”.  Hebreos 7.24-25

“El punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos”.  Hebreos 8.1
 
Cuando murió Cristo y resucitó, Dios declaró que Él es sacerdote para siempre. Dios no pone a otros hombres como sacerdotes o mediadores, sino solo Cristo. Hasta que Él muera, los demás son usurpadores, y Él no morirá más porque vive para siempre. Así que, la Persona de Cristo y Su obra redentora en la cruz son suficientes para siempre, para todo aquel que cree.