Entradas populares

domingo, 30 de septiembre de 2018

EN ESTO PENSAD - octubre 2018

Ortodoxia y Ortopraxia

El celo por la sana doctrina (ortodoxia) es bueno. Oímos a algunos amigos nuestros comentar que alguien “está en la línea” o “no está en la línea”, no refiriéndose al pueblo al lado de Gibraltar, sino a la línea de doctrina. Se preocupan por la sana doctrina, y eso es bueno. ¿Por qué es bueno? Porque es ser fiel a la Palabra de Dios, a lo que ha sido divinamente inspirado y dado a nosotros, según verdad.
    Pero queridos hermanos, no olvidemos que la ortodoxia  y la ortopraxia (la sana práctica de la vida cristiana) no son mutuamente exclusivas. Ambas proceden de Dios. De hecho, lo que uno practica, eso es realmente lo que cree, a pesar de lo que dice. Proverbios 20:11 afirma: “Aun el muchacho es conocido por sus hechos, si su conducta fuere limpia y recta”. Se trata de lo que practica, no de sus teorías teológicas y los credos que sabe recitar. Uno no es ortodoxo porque tiene libros ortodoxos, escritos por autores ortodoxos, ni porque se reúne con una iglesia que tiene reputación ortodoxa o porque comparativamente sea más conservadora que otras iglesias. El punto de referencia es la Palabra de Dios, no los comentarios, ni los credos, ni las “líneas” que desarrollan los hombres. Entonces, uno es ortodoxo si cree la sana doctrina, y si uno la cree, la valora de tal manera que la pone en práctica. Podríamos decir que la ortodoxia es la causa y la ortopraxia es el efecto.
    Entonces, la ortodoxia produce una vida abundante, una vida espiritual, no carnal. La ortodoxia no debe ser entendida como fría ni muerta, porque eso sería negar el sentido de esta palabra. Los apóstoles de nuestro Señor eran ortodoxos, y aún una lectura superficial del libro de Hechos y de las epístolas revela que ni sus vidas ni la vida de aquellas iglesias podían ser clasificadas como frías ni muertas.
    Por tanto, la ortodoxia no debe sacrificar el avivamiento. Antes al contrario, si en nuestras vidas a nivel individual o en nuestras iglesias hubiera una verdadera  vuelta a la ortodoxia, esto produciría un avivamiento. Y en cuanto al  avivamiento, si es bíblico, no sacrificará la ortodoxia. Tanto lo uno como lo otro precisan ir juntos, lado a lado, porque se trata de causa y efecto. ¿Qué causa es aquella que no produce ningún efecto?  ¿Existen iglesias o creyentes ortodoxos cuyas vidas no son caracterizadas por la ortopraxia?  ¡Sólo en la imaginación o  los argumentos filosóficos acerca de cosas espirituales! 
    No vale el argumento de aquel que dice que conoce a personas o a iglesias muy ortodoxas pero que debido a la debilidad de la carne, etc. no han llegado a la ortopraxia. ¿Por qué no vale?  Porque es un argumento subjetivo, sólo basado sobre unas experiencias, sean pocas o muchas, da igual, porque carece de base bíblica. El Señor Jesucristo dice: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen” (Jn.10:27). Oír y creer en el Señor Jesucristo es la ortodoxia, y notemos por favor qué es lo que esto produce. No es opinión mía, pues la Palabra de Dios, citando a nuestro Señor mismo, dice: “y me siguen”. Dichas en otras palabras, la ortodoxia se manifiesta en ortopraxia. De acuerdo con esto, el Espíritu Santo habla en Santiago 2:26 y dice: “Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta”. El apóstol Pablo, escribiendo en Tito 1:16, advierte: “Profesan conocer a Dios” (ortodoxia profesada) “pero con los hechos lo niegan” (falta de ortopraxia), “siendo” (su condición verdadera) “abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra”. El apóstol Juan dice: “El que dice: Yo le conozco” (ortodoxia profesada) “y no guarda sus mandamientos” (falta de ortopraxia), “el tal es” (condición verdadera) “mentiroso, y la verdad no está en él” (1 Jn.2:4)  También dice: “El que tiene al Hijo, tiene la vida”.  El verdadero creyente no solamente tiene la doctrina, sino también la vida. ¿Qué vida? ¡No sólo vida que no termina, sino calidad de vida - la vida de Dios! Ortodoxia y ortopraxia. Hermanos, éste es el patrón apostólico y la única línea en que debemos estar.

 
de la revista Ahimaas, editado por Mariano Gonzáles, EE.UU.,  nº de Enero-Febrero-Marzo 1996, “Ultimato Nº 228", adaptado

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

"El que no sirve a Dios en donde se encuentra,
no servirá a Dios en ninguna otra parte".
 C. H. Spurgeon    
 
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

Salmo 23:6
El Señor Nos Cuida Todos Los Días

Este hermoso Salmo que muchos sabemos de memoria, está lleno de instrucción y esperanza para el creyente. Examinemos un poco el último versículo, donde se nos promete los cuidados de Dios “todos los días”.
    Hermanos míos, podemos confiar en el Señor todos los días de nuestra vida. Las personas nos pueden decepcionar, pero el Señor nunca lo hará. Nosotros mismos somos a veces inconstantes y hacemos las cosas a medias, pero el Señor es bondadoso y misericordioso siempre. Santiago 1:17 describe a Dios como sin 
sombra de variación”, esto es, inmutable, no cambiadizo. Esto debe darnos ánimo, consuelo y esperanza. Él es inmutable en Su misericordia y bondad hacia los Suyos. Por eso dice: “ciertamente” y “todos los días”. El salmista está confiado en Dios y sabe que no será abandonado.
    También dice: “Me seguirán”. Dios tiene cubierta nuestra espalda. Observamos que en el versículo 3 el salmista es guiado por sendas de justicia. El Señor nos rodea y Sus bienes nos siguen, viene detrás nuestro por si caemos – como un padre o una madre va detrás de un niño que aprende a caminar. El Señor corrige en amor nuestras deficiencias y nos ayuda. Deuteronomio 28:2 promete a los obedientes y fieles: “vendrán sobre ti todas estas bendiciones, y te alcanzarán”. Dios quiere hacernos bien, y Él nos encamina en las sendas de justicia, porque esto le agrada y porque ahí está la bendición. No puede bendecir la desobediencia o la deslealtad. Para esas cosas tiene la vara y el cayado, para que volvamos al lugar de bendición, a Su lado.
    Dios se siente gozoso como nuestro Padre amoroso cuando le pedimos cosas buenas. No es tacaño, sino generoso y bondadoso. Dios quiere darnos lo bueno. Este es Su deseo y es importante entender esto.
    Sigue siendo así incluso cuando el mundo nos maltrata, como en el caso del apóstol Juan, cuando le exiliaron a Patmos con criminales y presos políticos, pero mirad lo que sucedió. Allí el Señor le bendijo, y le dio una revelación de Jesucristo en Su gloria. El bien y la misericordia nos siguen todos los días. No faltarán ni un día.
    Pero si no seguimos en sendas de justicia (v. 3), lo que sufrimos es por nuestra falta de diligencia, o falta de consagración, o pereza espiritual, o desobediencia; no es culpa de Dios. Él quiere darnos el bien y la misericordia. Cada día debemos encomendarnos al Dios fiel, y pedir Su consejo y guía, y luego seguirlo. Él está todos los días a nuestro alcance. Estemos en el hospital, en la prisión, o donde sea – el Señor está con nosotros todos los días. Los amigos humanos pueden fallar, la familia también, pero el Señor no nos fallará nunca. Él está allí como Pastor para ayudarnos en todo momento. Bueno es esto, porque diariamente necesitamos Su guía, provisión y misericordia. Todos los días de nuestra vida, tenemos al Buen Pastor guiándonos, y al final, ¡moraremos en Su casa para siempre!
         Lucas Batalla 

 - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

NO LLORES MÁS


“¿Hasta cuándo llorarás a Saúl, habiéndolo yo desechado para que no reine sobre Israel?” (1 Samuel 16:1).
    Hay un  tiempo en la vida cuando es necesario dejar de llorar y lamentarse   por un pasado que no podemos cambiar y seguir trabajando para el presente.
    Dios había rechazado a Saúl como rey. La decisión fue definitiva e irrevocable. Pero a Samuel le costó aceptarla porque estaba estrechamente asociado con Saúl y ahora lloraba al ver sus esperanzas defraudadas. Continuó lamentando una pérdida que ya no podía recuperarse, hasta que Dios le dijo: “Deja de llorar y lamentarte. Ve y unge al sucesor de Saúl. Mi programa no ha fallado. Me he reservado un mejor hombre que Saúl para que entre en la escena de la historia de Israel”.
    Samuel no sólo aprendió la lección para sí mismo sino que la transmitió a David, quien sucedió a Saúl como rey. La historia muestra que David aprendió bien la lección. Mientras su bebé agonizaba, ayunó y lloró esperando que Dios sanara al niño. Pero cuando su hijo pequeño murió, David se bañó, cambió sus ropas, fue al Tabernáculo a adorar y después se sentó a comer. A aquellos que cuestionaron su realismo, les dijo: “Mas ahora que ha muerto, ¿para qué he de ayunar? ¿Podré yo hacerle volver? Yo voy a él, mas él no volverá a mí” (2 S. 12:23).
    Esta es una enseñanza que debemos aplicar a nuestra vida cristiana y servicio. Puede llegar a suceder que nos sea quitado un ministerio y le sea dado a otro. Lloramos por la pérdida de un medio de servicio.
    Puede romperse una amistad o sociedad, y como consecuencia tengamos que vivir con un doloroso vacío y una pesada monotonía. Puede llamar a nuestra puerta una cruel desilusión causada por alguien que nos era muy querido, y tengamos que  lamentarnos por la muerte de esa valiosa relación.
    Puede ser que algún sueño acariciado de toda una vida se haga trizas o se frustre alguna ambición. Nos afligirá la muerte de aquella noble aspiración.
    No hay nada malo en el llanto o en el lamento, pero el duelo no debe prolongarse al grado que anule nuestra capacidad para enfrentar los desafíos de esta hora. E. Stanley Jones decía que había que “recobrarse en una hora” de las aflicciones y los golpes de la vida. Quizás una hora no sea tiempo suficiente, pero no debemos estar desconsolados para siempre por las circunstancias que jamás podrán cambiar.

William MacDonald, del libro DE DÍA EN DÍA, CLIE
 
 - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
 
"Cuando era la hora, se sentó a la mesa, y con él los apóstoles".
Lucas 22:14

Hermano, hermana, piensa en el tiempo y disciplínate a llegar antes de la hora del comienzo de la reunión.
  - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -


Un amigo mío se compró recientemente un ordendor nuevo. Como yo, él tampoco es muy experimentado en la informática. Habiendo configurado varios programas y sus claves, intentó escribir su primer mensaje. Seguía diligentemente las instrucciones en la pantalla, se le pidió la clave, y él con cuidado la tecleó. ¡Un desastre! Un mensaje apareció en la pantalla: “acceso denegado”. Lo intentó varias veces más, pero con el mismo resultado. Entonces me contactó buscando ayuda. Lo único que podía hacer era preguntarle si estaba seguro de que había entrado correctamente su clave. Él insistía que sí, que no había hecho nada malo, estaba seguro de que todo era correcto, y que había algún fallo.
    Fui a verlo y nos quedamos sentados mirando ese mensaje. ¿Qué faltaba? ¿Dónde estaba el error? Nos aseguramos de las claves que él había establecido y apuntado. Había escogido las claves para los programas que anticipaba utilizar con más frecuencia – fecha de nacimiento de él, su esposa e hijos en orden de mayor a menor. Pero me dijo que cuando yo le dejé después que él había configurado todo, pensaba que sería demasiado fácil entrar cualquiera por esa clave tan obvio, y la cambió a la fecha del nacimiento de su madre. Con la emoción de usar por primera vez un ordenador, se le había olvidado de ese cambio. Por eso, estaba convencido que no se había equivocado, pero estaba en el error y no podía acceder.
    Así es con muchas personas que están convencidas de que irán al cielo, pero se quedarán fuera, sin acceso. Hay muchos que dependen de su religión, buenas obras, o las filosofías de los hombres, u otras cosas, pero la Palabra de Dios inerrante e inmutable asegura que sólo hay un camino. El Señor Jesucristo dijo en Juan 14:6, “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí”. El apóstol Pedro predicó en Hechos 4:12, “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. ¿Qué pasará si descuidamos la salvación que Dios ofrece? Hebreos 2:3 dice: “¿Cómo escaparemos nosotros si descuidamos una salvación tan grande?” No hay escapatoria; el acceso será denegado. El Señor Jesucristo claramente enseñaba esto cuando decía: “Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán. Después que el padre de familia se haya levantado y cerrado la puerta, y estando fuera empecéis a llamar a la puerta, diciendo: Señor, Señor, ábrenos, él respondiendo os dirá: No sé de dónde sois” (Lc. 13:24-25).  ¡Acceso denegado!
    ¿Hay esperanza? Gracias a Dios, sí, hay un camino de acceso provisto por Dios. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:16). Mediante la fe en el resucitado y exaltado Señor Jesucristo, todo pecado puede ser perdonado.

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 

LA OBEDIENCIA:  SU LUGAR EN 
LAS SAGRADAS ESCRITURAS  
(Parte 2)



(viene del número anterior)

7) Sólo una palabra más del Antiguo Testamento. Después del Deuteronomio, Jeremías es el libro más lleno de la palabra "obediencia", aunque, por desgracia, mayormente en relación a la desobediencia del pueblo. Dios resume Su trato con los padres, en las palabras: "Porque no hablé yo con vuestros padres...acerca de holocaustos...mas esto les mandé...ESCUCHAD MI VOZ Y SERÉ A VOSOTROS POR DIOS..." (Jer. 7:23).
    Conceda Dios que aprendamos que todo lo que Él habla de sacrificios, aún del sacrificio de su bienamado Hijo, está subordinado a una sola cosa: restaurar Sus criaturas a una plena obediencia. Para penetrar en el inconcebible sentido de la expresión: "seré a vosotros por Dios", no hay otra entrada que ésta: "Escuchad mi voz".

3. Lo Que Encontamos En El Nuevo Testamento

1) Inmediatamente pensamos en nuestro bendito Señor, y en el lugar prominente que Él le asigna a la obediencia, como causa única de Su venida al mundo. Él, que hizo Su entrada bajo la advocación de "He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad" (He. 10:7), expresó permanentemente que "...no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre" (Jn. 5:30).
    De todo lo que hizo, y de todo lo que sufrió, aun hasta la muerte, dijo: "Este mandamiento recibí de mi Padre" (Jn. 10:18).
    Y con respecto a Su enseñanza, surge permanentemente que la obediencia que Él rindió, es la obediencia que Él demanda de todo aquel que pretende ser Su discípulo. A lo largo de Su ministerio, desde el comienzo al final, la obediencia es
LA ESENCIA MISMA DE LA SALVACIÓN
    En esos términos comenzó con el Sermón del Monte: ninguna persona entrará en el reino sino "el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos" (Mt. 7:21). Y en el discurso de despedida, en qué forma admirable revela el carácter espiritual de la verdadera obediencia, cuando ella nace y está inspirada en el amor, despejando así el camino hacia el amor de Dios. Atesorad, en vuestro corazón, las maravillosas palabras consignadas en el Evangelio de San Juan, cap. 14:15, 16, 21, 23: "Si me amáis, guardad mis mandamientos... Y el Padre os enviará el Espíritu...El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y y el que me ama, será amado de mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a Él...El que me ama, mi palabra guardará, y mi Padre le amará, y vendremos a Él, y haremos morada con él".
    No hay palabras que pudieran expresar como éstas, de manera más sencilla pero al mismo tiempo con más énfasis, el lugar glorioso que Cristo asigna a la obediencia, en su doble faz de que solamente es posible adquirirla a un corazón que ama, y de que posibilita todo lo que Dios tiene reservado para dar de Su Santo Espíritu, de Su maravilloso amor, de Su morada en Cristo Jesús. No conozco ningún otro pasaje de la Escritura que revela más elocuentemente el sentido de la vida espiritual, o el poder de la obediencia basada en el amor, como única condición. Oremos a Dios encarecidamente que por Su Santo Espíritu, Su luz transfigure nuestra diaria obediencia con Su gloria celestial.
    Todo esto está confirmado en el capítulo siguiente. ¡Qué bien conocemos la parábola de la vid! Cuán a menudo y con cuánta insistencia hemos inquirido sobre la manera de poder morar permanentemente en Cristo. Hemos pensado en un mayor y mejor estudio de la Palabra, en ser más fieles, en orar más, en tener más comunión con Dios, y hemos dejado de ver la verdad tan simple y que Cristo enseña con tanta claridad: "Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor", con Su divina sanción de "...como yo también he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor" (Jn. 15:10). Permitidme preguntaros, si habéis sabido, u oído predicar, o creído y probado cierto en vuestra experiencia: ¿es la obediencia en la tierra la llave que abre la puerta a un sitio en el amor de Dios en el cielo? A menos de haber alguna correspondencia entre el pleno amor de Dios en el cielo, y nuestro pleno y obediente amor en la tierra, no puede Cristo manifestarse en nosotros, ni puede Dios morar en nosotros, ni nosotros en Su amor.

2) Pasando de nuestro Señor Jesucristo a Sus apóstoles, encontramos en los Hechos de los Apóstoles dos palabras de Pedro que nos demuestran cómo se había él compenetrado de las enseñanzas del Señor. En la primera de ellas leemos que "...el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen" (Hch. 5:32), probando con ellos que Pedro sabía muy bien cuál había sido la preparación de Pentecostés, es decir su rendición a Cristo. En la segunda, "Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hch. 5:29), tenemos el lado humano: la obediencia ha de ser hasta la muerte; nada en el mundo entero puede impedir u osar poner trabas a su cumplimiento en el hombre que se ha entregado a Dios.

3) En la epístola de Pablo a los Romanos, tanto en versículos iniciales como en los finales, tenemos la expresión: "para la obediencia de la fe en todas las naciones" (Ro. 1:5 y 16:26), como indicando la razón de su llamado a ser apóstol. Habla de lo que Dios ha forjado "...para la obediencia de los gentiles..." (Ro. 15:18). Enseñan que al justificarnos por la obediencia [muerte] de Cristo, nos tornamos en siervos de la obediencia en justificación. De la misma manera que la desobediencia en Adán y en nosotros fue la única causa forjadora de la muerte, así la obediencia en Cristo y en nosotros [la fe] es, según la enseñanza del Evangelio, en único camino que nos restaura a Dios y a Su favor.

4) Bien sabemos cómo Santiago nos previene de no ser sólo oidores sino hacedores de la Palabra, y explica cómo Abraham fue justificado y cómo su fe, por sus obras, fue perfeccionada.

5) En la primera epístola de Pedro, nos basta mirar el primer capítulo para ver el lugar que la obediencia ocupa en su sistema. En el versículo 2 habla de los "elegidos...en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo...", y de esa manera señala la obediencia como el eterno propósito del Padre, como el gran objeto del trabajo del Espíritu, y como una parte principalísima de la salvación de Cristo. En el versículo 14 escribe: "como hijos obedientes" –nacidos de la obediencia, marcados por la obediencia, sujetos a la obediencia– "sed también vosotros en toda vuestra manera de vivir".
    La obediencia es
EL VERDADERO PUNTO INICIAL 
DE LA AUTÉNTICA SANTIDAD
    En el verso 22 leemos: "Habiendo purificado vuestras almas en la obediencia a la verdad...", es decir que la total aceptación de la verdad de Dios no fue meramente una cuestión de asentimiento intelectual o de fuerte emoción, sino una sujeción de la vida al dominio de la verdad de Dios: la vida cristiana fue, en primer lugar, obediencia.

6) Sabemos bien lo fuerte de los enunciados de Juan. "El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso..." (1 Jn. 2:4).
    La obediencia es
LO ÚNICO QUE CERTIFICA EL CARÁCTER CRISTIANO
    "Amemos...de hecho y en verdad. Y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de él...porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él" (1 Jn. 3:18-19, 22). La obediencia es el secreto de una buena conciencia, y de la seguridad de que Dios nos oye. "Este es el amor de Dios, que guardemos sus mandamientos" (1 Jn. 5:3). La obediencia que guarda Sus mandamientos: he ahí el ropaje con que se revela, y por el cual es conocido, el escondido e invisible amor.
    Tal es el lugar que la obediencia ocupa en las Sagradas Escrituras, en la mente de Dios, y en el corazón de Sus servidores. Bien podremos preguntarnos: ¿Ocupa ese lugar en mi corazón y en mi vida? Hemos dado verdaderamente a la obediencia ese lugar supremo de autoridad sobre nosotros, tal como Dios pretende que sea, como inspiración de todos nuestros actos, y de todo nuestro allegarnos a Él? ... Tal vez veamos que las más profundas bendiciónes de la gracia de Dios, y el pleno e íntimo goce del amor Divino, nos han sido vedados, simplemente porque la obediencia nunca fue lo que Dios quiso que fuera, es decir, tanto el punto de partida como la meta de nuestra vida cristiana.
    Que éste, nuestro primer estudio, despierte en nosotros un ferviente deseo de conocer en su integridad la voluntad respecto de esta verdad. Unámonos en la oración de que el Espíritu Santo nos indique cuán defectuosa es la vida cristiana en la que la obediencia no reina suprema; y cómo esa vida puede ser cambiada por la entrega total a la obediencia absoluta; y cuán cierto es que Dios, en Cristo, nos posibilitará vivirla.

Andrés Murray, capítulo 1 de La Escuela De La Obediencia
Editorial Moody, 1970  

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
"Mas no habréis de alcanzar Sus tesoros de amor,
Si rendidos no vais al Señor,
Pues Su paz y Su amor sólo son para aquel
Que a Sus leyes divinas es fiel".

del himno: "Obedecer Y Confiar En Jesús", John H. Sammis, 1887