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jueves, 31 de agosto de 2023

EN ESTO PENSAD - septiembre 2023

Por Gracia Por Medio De La Fe

William MacDonald

Cuando pienso en la seguridad eterna del creyente, uno de los primeros pasajes que viene a mi mente es Efesios 2.8-10. “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas”.
    La salvación es por gracia. Esto significa que nadie la merece. Es el inmerecido favor de Dios a aquellos que solo merecen el castigo eterno. Es todo a cambio de nada, para uno que no merece nada. Es un don que, una vez dado, nunca será quitado (Ro. 11.29). El don es incondicional. Si añademos condiciones, todo cambia. Viene a ser una deuda, no gracia, y todavía Dios no está endeudado con nadie (Ro. 11.35). La gracia que tiene condiciones no es gracia. La única forma de que una persona pueda estar segura de su salvación es que sea por gracia (Ro. 4.16).
    En Efesios 2.8-9, Pablo recuerda a los efesios que fue por gracia que habían sido salvados. Cuando por medio de la fe recibieron a Jesucristo como Señor y Salvador, fueron salvados, y todavía lo eran. No había cláusulas condicionales en letra menuda. Era un suceso espiritual, puntual, con resultados permanentes. Ningún requisito legal había sido impuesto con amenaza de posible condenación eterna. No viene la palabra “si” después de la palabra “salvos”; su ausencia es notable.
    Dios da la salvación como un don gratuito, pero el pecador tiene que recibirlo. Es aquí que entra la fe. La fe es confianza implícita en la Palabra de Dios. El Señor no coacciona a nadie. No llevará al cielo a nadie que no quiera estar allí. Para ser salvo, cada uno debe recibir a Jesucristo por un acto deliberado de fe. La fe no tiene mérito, y por eso no deja lugar para jactancias. No es la cantidad de fe lo que importa, sino el objeto de la fe.
    Cuando Pablo agrega: “y esto no de vosotros”, no es extraño que algunas personas piensen que habla de la fe. Entonces, sacan la conclusión de que Dios da fe a algunas personas, pero a otras no. Pero es una conclusión extraña. El antecedente de “y esto no de vosotros” es la salvación “por gracia por medio de la fe”. Lo que Pablo está diciendo aquí es que no hay nada de mérito que nadie pueda hacer para ser salvo, ni para contribuir a su salvación. Todo el mérito está en Cristo; no hay nada en el creyente.
    Como hemos visto, la salvación es un don gratuito de Dios. Cuando Él da la promesa incondicional de vida eterna, nadie puede añadir luego restricciones para condicionar o anular aquella promesa. Cuando Él da un regalo, ninguna ley puede venir después para quitarlo.
    La salvación no es por obras, “para que nadie se gloríe”. No hay nada de mérito que nadie pueda hacer para obtenerla. De otro modo, el cielo se poblaría de los que se jactan de sus obras y méritos. La salvación es obra del Señor, de principio a fin. El hombre solamente es el receptor afortunado. Es, y siempre será, “solo un pecador salvado por la gracia”. La gracia y las obras son mutuamente exclusivas (Ro. 11.6).
    El versículo 10 de Efesios 2 enfatiza que las obras no son el medio de salvación, sino el resultado de ella. No son la raíz sino el fruto. No somos salvados por obras, sino para obras. Éste es el propósito de nuestra creación en Cristo Jesús. Antes de ser salvos, Dios preparó buenas obras para que las hiciéramos en nuestras vidas como creyentes.
    A lo largo de los siglos, millones de personas han hallado descanso, basando su bienestar eterno en la verdad de Dios en estos versículos en Efesios 2. Ninguna de ellas ha sido avergonzada ni ha faltado de llegar al cielo al final. Con gratitud podemos cantar el himno compuesto por James Gray: “Solo Por Gracia Salvo Soy”.

“¡Qué maravilla! Perdón recibí,
Cristo por gracia salvóme a mí.
Mis culpas todas Él las llevó,
Y solo por gracia salvo soy.

Solo por gracia salvo soy.
Solo por gracia salvo soy.
Esta es mi historia,
De Dios es la gloria
Que solo por gracia salvo soy”.

                                                James M. Gray (1851-1935)

capítulo 3 de Una Vez En Cristo, Para Siempre En Él,  Libros Berea

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EL DUEÑO DEL EVANGELIO

“Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios” (Ro. 1.1)

Notemos bien la expresión: “el evangelio de Dios”, pues el primer verso de la epístola le identifica como el dueño del evangelio. Dios origina. envía  y define el evangelio. Ningún hombre ni grupo de hombres, ni iglesia, ni concilio, ni congreso de evangelistas, ni escuela tiene derecho a definir o modificar el evangelio. Somos mayordomos, administradores, pero no dueños, y esto debe afectar nuestra actitud y conducta. Por eso Pablo declara en 1 Tesalonicenses 2.4, “…según fuimos aprobados por Dios para que se nos confiase el evangelio, así hablamos; no como para agradar a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestros corazones”. Esto descarta categóricamente las palabras lisonjeras, la avaricia y la búsqueda de gloria de los hombres (1 Ts. 2.5-6). Ser un siervo de Dios requiere un amor a Cristo, una vida de comunión con Él, una disposición a trabajar incansablemente y sufrir penalidades, con afecto sincero hacía las almas perdidas. Además, es necesario que sea santo, justo e irreprensible en carácter y conducta (1 Ts. 2.8-10). El llamamiento y la aprobación vienen solo del Señor, pues si buscamos el favor de los hombres, o les agradamos, no seremos siervos de Cristo (Gá. 1.10).

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Hablaron Desde El Infierno  (parte 4)

Sr. Dives Rico:  Lucas 16.19-31



viene del número anterior

Sentí que no tenía deseos de continuar la entrevista, pero me pareció que era importante probar al fondo su experiencia lo más posible.
—Señor, usted mencionó que vio al mendigo Lázaro en el Paraíso. ¿Él le vio a usted y pudo conversar con él?
—No, no hubo nada que indicara que él me viera o pudiera conversar conmigo. También vi al padre Abraham y con él pude conversar. En ese caso, fue una comunicación audiovisual, pero no con Lázaro.
    —Señor Rico, ¿le molestaría relatar el tono de su conversación con el venerable Abraham?
    —Le pedí que mandara a Lázaro con alivio; solo una gota de agua para aliviar mi lengua. Usted ve, las llamas del hades son tanto internas como externas.
    —¿Y cuál fue la respuesta del patriarca? ¿Lo admitió?
    —No, no lo admitió —respondió—. Abraham explicó que hay un abismo imposible de pasar entre el Paraíso y el Hades. Además, me recordó del divino principio igualatorio. “Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; pero ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado”. 
    Una vez más, apareció esa mirada de desesperación sin límites en el rostro del señor Rico. Cuando lo miré por primera vez, me di cuenta plenamente de la magnitud de las cargas del pecado, no de la muerte del cuerpo, sino de la muerte consciente que no tiene punto final. Una conciencia donde no hay esperanza de un mañana mejor, ni meses ni años, sino un eterno ahora. Noche sin aurora, tormento sin alivio, terror sin paz, juicio sin apelación, ansia sin esperanza, lamento sin perspectiva de perdón. Para estas desdichadas almas, no hay cambio para bien. Habrá solo un cambio, pero que solo aumentará el tormento: cuando la muerte y el Hades entreguen a los muertos que están en ellos. Entonces estarán finalmente delante del Gran Trono Blanco para el juicio final, y su entrega al Lago de Fuego (el Infierno), con Satanás y sus ángeles.  
—¿Puedo hacerle una pregunta a usted, ahora? —dijo el señor Rico.
—Por cierto —repuse—. ¿Qué es?
—Si usted ha leído el registro divino de mi vida, muerte y condenación, probablemente recordará que pedí al padre Abraham que mandara a Lázaro de nuevo al mundo de los mortales para advertir a mis cinco hermanos, para que no vinieran también a este lugar de tormento.
—Sí, recuerdo haber leído esto. De paso, ¿qué ocurrió con sus hermanos? ¿Alguien les advirtió?
—Estaban advertidos por los escritos de Moisés y los profetas, pero eso no tuvo efecto —y al mirar alrededor de la expansión, al parecer sin límites, de las llamas, agregó tristemente—. Allí están con los demás.
—Usted pensaba hacer una pregunta —le recordé.
—Oh, sí, el padre Abraham me dijo que si la gente no hacía caso de las advertencias de Moisés y los profetas, no sería influida ni persuadida por el hecho de que alguien se levantara de los muertos.
“Ahora bien, aquí sabemos que Alguien sí se levantó de los muertos. Aquél que ustedes conocen como Jesucristo. En relación con ese hecho, quisiera hacer no una sino dos preguntas.
—Siga adelante y hágalas —lo alenté.
—La primera pregunta: ¿Usted cree que si mis cinco hermanos se hubieran encontrado y escuchado a Jesús después de que Él se levantó de los muertos, hubieran seguido Sus advertencias?
—Para decir la verdad, yo…
—Por favor —interrumpió el señor Rico—, déjeme hacer la otra pregunta porque están relacionadas.
“Muchos años han pasado desde que Aquel volvió de los muertos al mundo de los mortales. Quedé convencido de que, si alguien volvía a los hombres de entre los muertos, ellos se arrepentirían. ¿Estaba acertado en mi convicción? Temo que no, pero quisiera saber su opinión.
No contesté inmediatamente. Dudaba de desilusionarlo.
—Lo siento, señor —repuse—. Comparativamente pocos se han arrepentido y creído en Aquel que se levantó de los muertos. Parece que en mi tiempo, tal como cuando usted disfrutaba de existencia mortal, los hombres escogen los placeres del pecado que duran solo por una temporada, antes que la alegría eterna en la comunión con Dios.
El señor Rico sacudió tristemente su cabeza.
—¡Qué necios son! Siembran en la carne y cosecharán corrupción eterna. ¡Necios, ciegos, ciegos! ¡Esclavos del pecado y siervos de Satanás! Y su única perspectiva es la de abrir sus ojos en el infierno y encontrarse en el tormento.
Me miró con una extraña expresión. Por un momento, pensé que pudo haber sido una sonrisa. Entonces dijo:
—Y fíjese quién está diciendo que los demás son necios, cuando yo fui el más grande de todos. Tenía la ley y los profetas que me advertían. Sabía de la ira de Dios que es revelada contra todos los hombres pecadores y malos, contra aquellos que alejan de sí la verdad (Ro. 1.18). Sin embargo, aun sabiéndolo, vendí mi alma por los fugaces placeres del pecado. Endurecí mi corazón y cuello, y finalmente en aquel lejano cumpleaños, ¡de repente fui cortado, y entonces ya no hay remedio!
Yo no sabía qué decir. No tenía más preguntas que hacer. No me estaba permitido dar simpatía o intentar llevar un consuelo. Antes de que pudiera agradecer su colaboración, se volvió y se alejó. Y entonces oí su voz que se unía al coro del Hades: “¡Demasiado tarde! ¡Demasiado tarde! ¡Es demasiado tarde!” (Pr. 29.1). Y desapareció entre las llamas.

del c. 1 de Hablaron Desde El Infierno, por C. Leslie Miller

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Las Cosas Movibles, y el Reino Inconmovible

“Aún una vez, y conmoveré no solamente la tierra, sino también el cielo. Y esta frase: Aún una vez, indica la remoción de las cosas movibles, como cosas hechas, para que queden las inconmovibles. Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia;  porque nuestro Dios es fuego consumidor” (He. 12.26-29).

“Movible” (gr. saleuo) “se traduce agitar, temblar, primariamente de la acción de vientos tormentosos, olas, etc... lit: cosas que son sacudidas” (W. E. Vine). Lo movible es frágil, temporal, agitable, y tiende a desaparecer (1 Jn. 2.17). “Lo que el viento se llevó”. Es mejor invertir el tiempo y las fuerzas en lo inconmovible. Todo lo gastado en “mejorar al mundo” que Dios ha condenado. Aunque sean “cosas buenas”, como escuelas, todo es echado en saco roto. Esto incluye toda la política, las campañas electorales, los puestos en el gobierno y la sociedad,  los movimientos sociales e ideológicas, el gastar tiempo y dinero en establecer escuelas y programas para alimentar a los pobres, etc. – todas son cosas movibles, agitables, de poco peso, baja importancia y corta duración. Tal no es la herencia del creyente, pues tenemos parte en el reino inconmovible del Señor Jesucristo. Es triste cuando hermanos que deben saber mejor se involucran en esas cosas, queriendo ser alguien importante en este mundo. “... La tierra y las obras que en ella hay serán quemadas. Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir” (2 P. 3.10-11).
    No es cuestión de qué opina una persona u otra, sino: ¿Qué dice nuestro Señor? “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia” (Mt. 6.33). En otra ocasión mandó: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; y tú ve, y anuncia el reino de Dios” (Lc. 9.60). Pablo, apóstol inspirado, escribió así: “Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado” (2 Ti. 2.4).
Así que, el escritor de Hebreos concluye: “tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios, agradándole con temor y reverencia” (He. 12.28). 

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 A Sabiendas

El apóstol Pablo dijo: “Voy a Jerusalén, SIN SABER lo que allá me ha de acontecer” (Hch. 20.22). Pero “Jesús, SABIENDO todas las cosas que le habían de sobrevenir, se adelantó” (Jn. 18.4). ¿Qué es peor, saber o no saber? La incertidumbre produce ansiedad, pero saber que el más intenso dolor de la historia humana está por delante sería mucho peor. Tener una idea general de que habrá sufrimiento en el futuro sería malo, pero Jesús sabía “todas las cosas”. Ningún detalle de su dolor le iba a sorprender. Pablo había sabido por algunas décadas que sufriría, pero el Señor Jesús siempre lo supo. Pero más asombroso es que Pablo sabía que sufriría persecución por Cristo, pero el Salvador sabía que sufriría el castigo de los pecadores y aun así “se adelantó”. Eso no nos deja ninguna duda hoy de que “él nos amó primero” (1 Jn. 4.19).

Juan Dennison, Devoción a Diario, Publicaciones Pescadores, lectura para 1 de mayo.

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Lecciones de los Primeros Años de Samuel

 Lucas Batalla


Texto:
1 Samuel 1-6


Samuel era especial, pues vino al mundo como respuesta de oración de su madre, Ana, una mujer piadosa. Entre otras cosas que indican su piedad, tres veces en el capitulo 1 leemos de la adoración (vv. 3, 19, 28). También, cuando Elí interpretó mal su oración, ella no se enojó ni disputó con él, sino pacientemente explicaba su caso, y al final Elí le bendijo. Pero lo más importante es que “Jehová se acordó de ella” (1.19).
    En el segundo capítulo, Ana oró en acción de gracias y alabanza a Dios, cuando dejó a su hijo Samuel en el tabernáculo en cumplimiento de su voto. Su oración manifiesta su espiritualidad y conocimiento de las Escrituras. Presentó a su hijo en sacrificio vivo al Señor, pero más adelante Samuel mismo tendría que presentarse a Dios. Luego en el capítulo vemos el marcado contraste entre Ana y su hijo, y Elí y sus dos hijos malvados (vv. 12-17; 22-25, 29). Elí los reprendía verbalmente pero les permitía seguir ejerciendo el sacerdocio, y no les castigó como Dios había mandado (véase Dt. 21.18-21). Por eso vino la reprensión del varón de Dios (vv. 27-36). “Habéis hollado mis sacrificios y mis ofrendas... has honrado a tus hijos más que a mí” (v. 29). Así que, Elí y sus hijos habían despreciado a Dios (v. 30), e hicieron a los hombres menospreciar los sacrificios de Jehová (2.17). Dios castigó a la familia de Elí y honró a Samuel, y todavía es operativo este principio: “Yo honraré a los que me honran, y los que me desprecian serán tenidos en poco” (2.30). La elección es nuestra, pero debemos recordar como dijo otro hermano: nuestras decisiones y hechos tienen consecuencias.
    El tercer capítulo se dedica a ciertos eventos del desarrollo del ministerio de Samuel. Primero, como joven le vemos ministrando en el tabernáculo (v. 1). Pasaba el tiempo, y el niño se había hecho joven o muchacho. Dice que la palabra de Dios escaseaba en esos días, y parece ser debido a los hijos de Elí y la condición del pueblo. Entonces, en el verso 4 comienza Jehová a llamar a Samuel y persistió hasta que Samuel se dispusiera a oír Su mensaje (vv. 4, 6, 8, 10). Es la siguiente fase en su desarrollo, cuando llegó a conocer personalmente a Dios y oír Su Palabra. El mensaje que Dios le dio (vv. 11-14) era el segundo mensaje para Elí (2.27-36), pero el primero para Samuel, y una gran prueba para el joven. Dios anunció el juicio de Elí y su casa, porque no estorbó a sus hijos. Esa negligencia culpable es común hoy en muchas casas, pues el mundo ha hecho creer que tenemos que dejar a los hijos hacer lo que les parece, y Dios protesta ese proceder. Como padre judío y además Sumo Sacerdote, Elí tenía que haber honrado a Dios, no a sus hijos, pero como hoy, los lazos emocionales y familiares hacen a muchos actuar con acepción de personas. Apreciamos el contraste: Ana sacrificó a su hijo para que sirviera a Dios, pero Elí no sacrificó (no castigó) a sus hijos malvados. Dios anunció a Samuel el juicio de la casa de Elí, y eso fue una prueba para el joven. Su primer mensaje no fue suave, sino duro y difícil. Pero fue fiel, declaró todo (3.18), y el resultado fue que Samuel creció espiritualmente y Dios hizo al pueblo conocerle como profeta (vv. 19-21). El primero verso del capítulo 4 realmente va con el capítulo 3 porque termina el comentario sobre la aprobación divina del ministerio de Samuel.
    El capítulo 4 relata el creciente conflicto con los filisteos, y la mala decisión de los israelitas. En lugar de orar, clamar a Dios y confiar en Él, el pueblo en su baja condición espiritual quiso usar al arca como un fetiche (4.2-6). Así que, el arca y los dos hijos de Elí llegaron al campo de batalla, sin saber que Dios preparaba Su juicio. Los versos 10-13 cuentan de la pérdida del arca y la muerte de los hijos de Elí. En los versos 14-22 vemos la muerte de Elí (v. 18), y la de su nuera al dar a luz al niño llamado “Icabod” (literalmente: “no gloria” o “sin gloria”, v. 21). Llegó el juicio que previamente había sido anunciado, y la nación se encontró sin el arca, el símbolo de la presencia de Dios. El profeta Ezequiel vio cuando la gloria abandonó al templo y Jerusalén (Ez. 10-11), quedando así la ciudad “sin gloria”. Y hoy, ¿no es cierto que sobre algunas iglesias habría que escribir “Icabod”, porque dejaron el primero amor y los caminos del Señor? Si no se congregan debidamente en Su Nombre, no cuentan con Su presencia (Mt. 18.20).
    El capítulo 5 se dedica a enseñar una lección muy importante – que Dios es muy capaz de defenderse a sí mismo. El Todopoderoso no necesita a nadie, y cierto es que no cuenta con los impíos de Su pueblo. Por los juicios de los ídolos (vv. 2-4), y las plagas sobre los filisteos (vv. 6-12), los filisteos acabaron temiendo a Dios más que los israelitas. Hay dos maneras de conocer a Dios. Una es creer a Su Palabra, y confiar en Él, y el otro es conocerle mediante Sus juicios. Pero por las buenas o por las malas, al final todos le conocerán, y no habrá más ateos.
    El capítulo 6 relata el retorno del arca a Israel (vv. 1-12), y la gozosa recepción de ella por los habitantes de Bet-semes (vv. 13-18). Un día salieron los hombres a trabajar en el campo, en la siega del trigo (v. 13), y vieron venir el arca. De manera similar, un día cuando estamos ocupados en nuestros trabajos, sin aviso previo aparecerá el Señor Jesucristo, y ¡qué gozo tendremos! Recibieron al arca con gozo, y ofrecieron holocaustos y sacrificios a Jehová (6.14-15).
    Pero después vino el juicio de Dios sobre los hombres de Bet-semes, “porque habían mirado dentro del arca de Jehová” (v. 19). En eso vemos que todavía al pueblo le faltaba el temor reverente, pues trataba al arca con familiaridad y curiosidad carnal, y Dios los hirió con gran mortandad, y el pueblo lloró. Preguntaron: “¿Quién podrá estar delante de Jehová, el Dios santo?” (v. 20). La respuesta está en los Salmos 15 y 24, “El que anda en integridad y hace justicia, y habla verdad en su corazón” (Sal. 15.2). “El limpio de manos y puro de corazón” (Sal. 24.4).
    Así que, el arca fue trasladado de Bet-semes a Quiriat-jearim – “ciudad de bosque” (6.21-7.2), a la casa de un hombre llamado Abinadab, situada en el collado (7.1). En este pueblo, aproximadamente nueve kilómetros de Jerusalén, reposó el arca durante 20 años. Santificaron a su hijo Eleazar para guardarla, es decir, para asegurar la debida reverencia, recordando el castigo ocurrido en Bet-semes. Como en aquel entonces, también el temor y la reverencia faltan hoy entre muchos profesados cristianos, y algunos afirman que en la edad de gracia no hay que tener temor de Dios. Pero hermanos, la Palabra de Dios dice: “Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia, porque nuestro Dios es fuego consumidor” (He. 12.28-29). La falta del temor de Dios es síntoma de ignorancia y mundanalidad.

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La Inmoralidad


Dijo un senador estadounidense, acerca de una ley del estado de Virginia: “Nadie debería pensar que puede ser procesado por esta práctica común. Muchos la consideran anticuada”. Continuó: “¡Es una ley estúpida! ¡Es una locura!” Se refería a una ley según la cual las relaciones sexuales prematrimoniales son ilegales, aun si son consensuales. Esta es la actitud de mucha gente hoy en día.
    Las posturas comunes son: “Es mi cuerpo, así que puedo hacer lo que quiera”; “Está bien si se aman; no hay necesidad de casarse”, “No hacemos daño a nadie”, etcétera. Pero ¿qué dice Dios?
    Las relaciones sexuales entre dos personas que no están casadas se llama fornicación, y Dios dice que es pecado. Dios manda que nos abstengamos de la fornicación (1 Tesalonicenses 4.3) y dice que ningún fornicario heredará el reino de Dios (Gálatas 5.19-21). También dice: “Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca” (1 Corintios 6.18).
    En el Antiguo Testamento, la infidelidad en el matrimonio era un pecado severamente castigado por Dios. “Si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos” (Levítico 20.10). El matrimonio es tan santo para Dios que divorciarse y volver a casarse implica cometer el pecado de adulterio, a menos que el divorcio haya sido por fornicación (Mateo 19.9). Dios dijo muy claramente: “No cometerás adulterio” (Éxodo 20.14).
  
 ¿Y qué de la pornografía? No tiene nada de malo mirar, ¿verdad? ¿Acaso no decimos “mire pero no toque”? Ante Dios eso también es pecado. Jesucristo declaró: “Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mateo 5.28). Este versículo enseña que podemos cometer un pecado sexual sin tener ningún contacto con otra persona. Eso incluye el sexting, revistas, sitios en Internet, videos, ciertos videojuegos, películas y cualquier medio por el cual codiciamos sexualmente a otra persona.
    En Levítico 20.11-19 se mencionan otros pecados sexuales, entre ellos el incesto y la homosexualidad. “Si alguno se ayuntare con varón como con mujer, abominación hicieron; ambos han de ser muertos; sobre ellos será su sangre” (Levítico 20.13). Lamentablemente, hoy en día el pecado sexual crece desmedidamente y pareciera que los seres humanos tenemos un apetito insaciable por el sexo. Esos pecados son “los deseos de la carne”, y se convierten en una obsesión y adicción. Esclavizan y arruinan a los que los practican. La paga de esos pecados es muerte. Apocalipsis 21.8 declara que “los fornicarios... tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda”. No es nuestra opinión, sino declaración de Dios.
    Sin embargo, nuestros días no son muy diferentes a los de los corintios en tiempos de la Biblia. Algunos practicaban varios de los pecados mencionados anteriormente (1 Corintios 6.9-10). Corinto era una ciudad famosa por la inmoralidad. Pero luego escucharon que todo eso es pecado, y hay perdón de pecados y salvación por medio de la muerte de Jesucristo. Él murió en la cruz como Sustituto, pagando por nuestros pecados. A los que se arrepintieron y creyeron en el Señor Jesucristo como su Salvador, se les dice: “Ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús” (1 Corintios 6.11).  Fueron librados de la adicción y esclavitud a la inmoralidad.
    Estimado lector, usted también puede ser lavado, santificado y justificado de su pecado por medio del Señor Jesucristo, quien vertió Su sangre para limpiarnos de todo pecado (1 Juan 1.7). Confíe hoy en Él.

adaptado del tratado escrito por Jasón Wahls, Publicaciones Pescadores
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