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martes, 1 de septiembre de 2015

EN ESTO PENSAD -- septiembre, 2015

EL PECADO QUE NADIE CONFIESA
William MacDonald

“Mirad y guardaos de toda avaricia” (Lucas 12:15).

La avaricia es el deseo excesivo por la riqueza o las posesiones. Es una manía que atenaza a la gente, causándoles desear más y más. Es una fiebre que les lleva a anhelar cosas que en realidad no necesitan.
     Vemos la avaricia en el hombre de negocios que nunca está satisfecho, que dice que se detendrá cuando haya acumulado una cierta cantidad, pero cuando ese tiempo llega, está ávido de más.
    La vemos en el ama de casa cuya vida es una interminable parranda de compras. Amontona toneladas de cosas diversas hasta que su desván, garaje y despensa se hinchan con el botín.
    La notamos en la tradición de los regalos de navidad y cumpleaños. Jóvenes y viejos igualmente juzgan el éxito de la ocasión por la cantidad de artículos que son capaces de acumular.
    La palpamos en la disposición de una herencia. Cuando alguien muere, sus parientes y amigos derraman unas lágrimas fingidas, para luego descender como lobos a dividir la presa, a menudo comenzando una guerra civil en el proceso.
    La avaricia es idolatría (Ef. 5:5; Col. 3:5). La avaricia coloca la propia voluntad en el lugar de la voluntad de Dios. Expresa insatisfacción con lo que Dios ha dado y está determinada a conseguir más, sin importar cuál pueda ser el coste.
    La avaricia es una mentira, que crea la impresión de que la felicidad se encuentra en la posesión de cosas materiales. Se cuenta la historia de un hombre que podía tener todo lo que quería con simplemente desearlo. Quería una mansión, sirvientes, un Mercedes, un yate y ¡presto! estaban allí instantáneamente. Al principio esto era estimulante, pero una vez que comenzó a quedarse sin nuevas ideas, se volvió insatisfecho. Finalmente dijo: “Deseo salir de aquí. Deseo crear algo, sufrir algo. Preferiría estar en el infierno que aquí”. El sirviente contestó: “¿Dónde crees que estás?”
      La avaricia tienta a la gente al riesgo, a la estafa y a pecar para conseguir lo que se desea.
    La avaricia hace incompetente a un hombre para el liderazgo en la iglesia (1 Ti. 3:3). Ronald Sider pregunta: “¿No sería más bíblico aplicar la disciplina eclesial a aquellos cuya codicia voraz les ha llevado al “éxito financiero” en vez de elegirles como parte del consejo de ancianos?”


   Cuando la codicia lleva a los desfalcos, la extorsión u otros escándalos públicos, exige la excomunión (1 Co. 5:11). Y si la avaricia no es confesada y abandonada, lleva a la exclusión del Reino de Dios (1 Co. 6:10).
del libro DE DÍA EN DÍA (CLIE), lectura para el 15 de agosto
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ESPERANDO...


“y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera” (1Ts. 1:10).

Esperamos el retorno inminente de nuestro Señor Jesús. Pero, nuestra esperanza no es pasiva. Esperamos preparando para las bodas del Cordero (Ap. 19:8), siendo fieles en nuestros afectos (2 Co. 11:2), y adornando Su doctrina (Tit. 2:7-10). Esperamos perseverando en bien hacer (Ro. 2:7), sirviéndole con paciencia (Stg. 5:7), despojándonos del desánimo, poniendo los ojos en Él (He. 12:2-3). Aguardamos la esperanza de Su venida (Tit. 2:13), y nuestra esperanza nace de confianza (He. 6:19-20) y de expectación gozosa (1 Ts. 4:13-18). ¡Él viene! ¡Quizás hoy!

George Ferrier, del calendio devocional “Choice Gleanings”

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¿ERES BUEN ALUMNO?

“Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente,  aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo...” (Tito 2:11-13).

Uno puede graduar de la escuela primaria, de la secundaria, y de la universidad, ¡y qué feliz es ese día, porque termina el curso y los estudios! ¡Ya no hay que acudir más, ni clavar los codos estudiando libros de texto, preparando exámenes y todo lo demás! Pero mis hermanos, no es así en la escuela de Dios, porque sólo Dios es omnisciente. Nunca terminamos de aprender de Su Palabra, nuestro libro de texto celestial. La vida está llena de pruebas y exámenes sin aviso previo, y si no aprendemos bien tenemos que repetir.
    El patriarca Jacob en su vejez se quejó: “contra mí son todas estas cosas” (Gn. 42:36), no sabiendo que Dios estaba obrando para bendecirle y reunirle con su hijo José. Luego, cuando llegó a Egipto y vio a su hijo, señor de aquella tierra, comenzó a entender los caminos de la providencia divina. Con ciento treinta años de edad, su testimonio ante Faraón fue así: “pocos y malos han sido los días de los años de mi vida, y no han llegado a los días de los años de la vida de mis padres en los días de su peregrinación” (Gn. 47:9). Es como si dijera: “No he aprendido bien las lecciones que Dios quería enseñarme” y “no doy la talla de los demás patriarcas”. Job no entendía bien la aflicción que Dios permitía en su vida, y pensaba que era Dios que le perseguía y afligía, porque no sabía de las conversaciones entre Dios y Satanás en los primeros dos capítulos. Pero todo esto fue escrito para enseñarnos y ayudarnos, para que sepamos lo que Job no pudo y seamos fieles. Además, de la paciencia de Job aprendemos que podemos ser fieles aun cuando no entendemos el por qué de las cosas.
    Romanos 15:4 informa: “Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza”. 1 Corintios 10:11 dice: “Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos”. Los que no leen ni estudian ni meditan en el Antiguo Testamento se quedarán espiritualmente ignorantes e incapaces de vivir como Dios quiere. Hoy en día en nuestras iglesias hay una gran y creciente ignorancia y superficialidad en cosas espirituales, que radica en el descuido de la lectura y estudio de la Biblia, especialmente el Antiguo Testamento. Observa que hay dos textos en el Nuevo Testamento que nos remiten al Antiguo para que aprendamos. Pero en todo lugar que visito hallo en las iglesias personas que nunca han leído la Biblia siquiera una vez, ni mucho menos la leen y estudian cada año, continuamente. Se saben cosas que no tienen importancia, como los nombres de los jugadores de equipos de fútbol, cantantes y la letra de sus canciones, actores y películas, y otras cosas así, pero no la Palabra de Dios. Su conocimiento del mundo es tan vergozoso como su ignorancia de la Biblia, y si somos de ellos, la culpa es nuestra, no de otros. Hermano, hermana, Dios quiere enseñarnos y ha provisto los medios, pero ¿realmente quieres aprender?
    Aun cuando asimilamos algunas lecciones, siempre tenemos más que aprender, acerca de nuestro Dios infinito, acerca de Sus pensamientos y caminos que son más altos que los nuestros, y acerca de cómo conducirnos y vivir para agradarle (1 Ts. 4:1) en un mundo torcido y arruinado por el pecado, y dominado por el príncipe maligo. Las palabras de este himno deben expresar el deseo de cada uno de nosotros:

“Más de Jesús quiero aprender, más de Su gracia conocer,
    Más del amor con que me amó, más de la cruz en que Él murió. 
Más de Jesús anhelo ver, más de Su hermoso parecer,
    Más de la gloria de su faz, más de Su luz, más de Su paz”.
Carlos 
Antes bien, creced en la gracia 
y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. 
A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén.

2 Pedro 3:18
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Se encontraba mal y acudió al médico. Después de realizar el diagnóstico, éste afirmó:
   — Hay que operar. A usted le toca decidir si operamos o no. Tiene que darnos su consentimiento.

Supongamos que el paciente respondiera:
— A mí ni fu ni fa. Lo mismo me da; me es igual...
 
El médico contestaría:
— ¿Qué quiere decir? ¿Se opera o no se opera? A mí, esto de “me da igual” no me dice nada. Usted tiene que decidir y tiene que decirme si quiere que realicemos la intervención que precisa o si quiere continuar como hasta aquí. Su respuesta no tiene sentido, ni para usted ni para mí.
 
    Está claro que el que necesita la cirujía sólo tiene dos opciones: o se somete a la operación propuesta por el médico, o sigue en su dolencia.
    También frente a Jesucristo, cada ser humano tiene que tomar una decisión de la que no puede escapar. Afirmar que no estamos ni a favor ni en contra de Jesucristo, como pretenden algunos, es una locura, porque equivale en realidad a una decisión negativa de hecho.
    Jesucristo viene a ofrecernos lo que no poseemos: la salvación, el perdón de nuestros pecados. Viene a darnos aquello que más anhelamos: vida eterna, vida abundante. Para esto vino. La religión no puede darle estas cosas, pero Jesucristo sí, puede. Él vino a este mundo, se dio en sacrificio en la cruz del Calvario, y allí murió como sustituto, sufriendo la pena de muerte por nosotros, por nuestros pecados. Al tercer día resucitó de la tumba, y cuarenta días más tarde ascendió vivo al cielo. Jesucristo no es una filosofía, es una Persona, Dios y hombre en uno, que vive y desea entrar en una comunión personal, íntima, con cada uno de nosotros.
 
Pero si uno le responde así:
 — A nosotros, todo esto ni fu ni fa...
 
Esto significaría haber escogido la frustración y la muerte. No nos engañemos: esta respuesta no afirmaría nuestra neutralidad, imposible, sino nuestra mala elección.
    El Señor afirma sin ambages que el que no cree en Él ya está condenado. Nuestra indiferencia es perdición. No tenemos que hacer nada, no tenemos que movernos; simplemente basta permanecer como estamos y así quedar en el estado de condenación en que nos hallamos, pues somos pecadores y esto es más que evidente. Ante el Señor Jesucristo la indiferencia no es neutralidad. Es locura y perdición.

“El que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo no tiene la vida”, dice la Biblia.  Jesucristo afirmó:“El que no es conmigo, contra mí es” (S. Mateo 12:30)
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LLAMADOS A SER DISCÍPULOS 
 
escribe O. J. Gibson

El Señor les dijo: “Sígueme” (Jn. 1:43; Lc. 5:27). Entonces abandonaron sus redes, sus barcas, negocios y hogares para emprender un peregrinaje que sorprendería al mundo. Multitudes rodearon al Señor Jesús, pero esto no parecía impresionarle. La mayoría de Su tiempo precioso lo usó con los individuos que Él había llamado y que vinieron a ser conocidos como Sus discípulos. El llamamiento fue únicamente hacia Él mismo. “Venid en pos de mí”, fueron Sus palabras (Mr.1:17, 20). La gran causa era el Señor mismo en persona. Él era el objeto, el punto principal, la única atracción. Todos los que habían sido apreciados antes de Él, se quedaron en nada. Eso no era cristianismo, como se vino a saber después, sino que Cristo mismo era el imán.
    Su llamado al discipulado fue primero dada a los doce, después a los setenta (Lc. 10:1), y entonces encargó a los apóstoles a proclamar el mensaje y hacer discípulos en todo el mundo. Esto es lo que se conoce como la Gran Comisión, que les fue dada sobre un monte alto de Galilea: “Por tanto, id, y hacer discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mt. 28:19). Observemos que todo creyente es llamado a ser discipulo. No apuntó un grupo selecto de los hermanos más devotos. Es un llamado a todos, y toca todo lo que son y poseen. Los principios del discipulado le capacitan a uno  a vivir correctamente para Dios, y así influenciar en su comunidad, en una nación, y en el mundo entero. Este es Su plan para alcanzar al mundo, usando el método de desarrollar a creyentes para que sean  discípulos que verdaderamente representen al Salvador ante la raza humana.

El origen del discipulado

    La palabra “discípulo” se empleaba mucho antes del tiempo del Señor Jesús. Se aplicaba a cualquiera que profesaba seguir a un maestro. Los griegos lo usaban en su relación profesor-alumno entre sus famosos filósofos y aquellos que seguían sus principios y manera de vivir. La palabra griega mathetes (aprendiz) vino a ser en latín discipulus (alumno, uno que aprende) y después se convirtió en nuestra palabra “discípulo”. Es mencionada veintenas de veces en los cuatro Evangelios, y también su palabra compañera: “imitar”, con la cual está frecuentemente conectada. La última de estas se usa en las otras partes del Nuevo Testamento: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Co. 11:1; Ef. 5:1; 1 Ts. 1:6). No fue dicho en una conferencia de misioneros, sino a todos los creyentes en esos lugares. Seguidores de varios maestros son mencionados en la Escritura: (a) los discípulos de Juan el Bautista (Mt. 9:14; Lc. 7:18; Jn. 3:25), (b) los discípulos de los fariseos (Mt. 22:15-16; Mr. 2:18; Lc. 5:33), y (c) los discípulos de Moisés (Jn. 9:28, como los fariseos solían llamarse).
    Así que, el término fue rápidamente aplicado a los discípulos de Jesús. No todos los llamados discípulos eran de la misma categoría. Había discípulos secretos, tales como José de Arimatea (Juan 19:38). Había discípulos que desertaron de Jesús, mostrando así que eran falsos (Jn. 6:66). Como muchos profesados “cristianos” de nuestros tiempos, pensaban que Sus enseñanzas eran difíciles de entender y demasiado exigientes. Le abandonaron para no tener que andar en pos de Él. El término también se aplicó de una manera especial a los Doce, que también fueron llamados apóstoles (Mt. 10:1-2; Lc. 6:13). La Biblia parece indicarnos  el uso de la palabra “discípulo” de tres maneras diferentes.

1. EL SENTIDO MÁS AMPLIO. Incluía a todos los que profesaban seguir a Jesús o venían a aprender (Mateo 5:1-2). Algunos de ellos eran simplemente curiosos, sin haberse comprometido realmente ni haberse sometido al Señor

2. EL SENTIDO GENERAL. Es usado a veces como sinónimo de “cristiano”. Los discípulos fueron llamados cristianos en Antioquía por primera vez (Hch. 11:26). “Cristiano” es un nombre dado por el mundo que sólo es usado tres veces en todo el Nuevo Testamento (Hch. 11:26; 26:26; 1 P. 4:16).  El término “discípulo” aparece varias veces (por ej. Hch. 6:1; 11:29; 21:16). Este uso incluye tanto a los verdaderos creyentes que a los que sólo profesaban seguirle.

3. EL SENTIDO PRECISO. Esta palabra describe a aquellos que poseían los requisitos de una devoción estricta dada por el Salvador. Ellos eran llamados por el Señor “verdaderos discípulos” (Juan 8:31). Esta clase de discípulos eran los que “permanecen en Mi palabra”, los que le seguían  a Él con la necesaria renuncia para su propia vida. Este es el grupo de discípulos que fueron reconocidos por el Señor Jesús como los verdaderos creyentes, que son los que nos conciernen en este estudio. Han sido sugeridas las siguientes definiciones de discípulos, en este sentido reducido:
    a) “Un discípulo no es meramente uno que aprende, sino un partidario; de ahí que se les mencione como imitadores de su maestro (Jn. 8:31; 15:8)”. (W.E. Vine, Diccionario Expositivo)

      b) “Esto implica que la persona no sólo acepta las opiniones del maestro, sino que también las practica como un partidario” (International Standard Bible Enciclopedia).

    c) “Uno que está total y completamente sometido a la Persona de Jesucristo y Su Palabra.... Reconoce Su derecho a gobernarle, y está completamente a Su disposición.... No queda la posibilidad de retener ciertos derechos para sí mismo”. Dwight Pentecost.

  d) “Un discípulo es un cristiano que está creciendo en conformidad a Cristo, lleva fruto en el evangelismo y trabaja para conservar su fruto” (Gary Kuhne, La Dinámica del Cuidado Personal de Nuevos Creyentes). A esto se le podría llamar una definición funcional de discípulo.
    Obviamente, estas definiciones implican a algo más que profesar ser un cristiano y asistir regularmente a las reuniones de una iglesia. Encierran las cualidades especificadas por el Señor para los que desean ser verdaderamente Sus discípulos.  Se trata de más que simplemente ser salvo del pecado.   

La Resistencia al Discipulado
   
    No hay ninguna razón por la cual esta clase de discipulado sea algo popular. Los que desertaron en Juan 6 le vieron, al igual que la mayoría de las  multitudes que oyeron Su invitación, sin embargo no respondieron positivamente (Lc. 14:25). Rendir la vida propia, sacrificar todo por Él, es algo que no tiene atractivo para la carne. Nuestro estilo de la vida fácil y cómoda, y el agradarnos a nosotros mismos, van en contra del espíritu de discipulado. Los institutos y seminarios no tienen lugar para el verdadero discipulado en sus esquemas y planes de ministerio y organización. Quizás no saben cómo hacer discípulos. Existen muchas objeciones al discipulado, procedentes de muchas fuentes y por razones distintas:

1. DICEN: "LA PALABRA 'DISCÍPULO' NO ESTÁ EN LAS EPÍSTOLAS".
Sin embargo, las palabras “seguir” y “seguidor” aparecen con este sentido en otras partes del Nuevo Testamento, como ya hemos notado. Además, hombres tales como Pablo, Timoteo y otros ejemplificaron discipulado. ¿Debemos descalificar la llamada del Señor Jesús a los creyentes en los Evangelios por el mero hecho de que en otros textos falta la palabra? ¿Con qué autoridad bíblica?
   
2. ALEGAN QUE ES ALGO LIMITADO A LOS DOCE O A ALGUNOS DEVOTOS EXCEPCIONALES.
Pero la Gran Comisión se dio para "todas las naciones". El Señor Jesús habló del discipulado a las multitudes. Nuestra misión no es conseguir decisiones, ni llenar locales, sino hacer discípulos. ¿No deben ser todos los creyentes devotos del Señor?

3. LOS DETALLES DEL DISCIPULADO SON DISCUTIDOS O RECHAZADOS.
Pero aunque algunos protesten contra las opiniones de ciertos escritores o discutan el significado de ciertos términos dados por el Señor, esto no puede  descartar la sencilla verdad de que Cristo busca discípulos. Cada creyente necesita afrontar, comprender y aceptar las demandas del Señor y Salvador..
    Tal vez el enemigo principal del concepto de hacer discípulos sea la táctica seudo intelectual de “devaluar” el término “discipulado”. Muchos usan la palabra de forma liviana, y el término está de moda ahora entre evangélicos, pero equivocadamente. El discipulado es a menudo visto como un pequeño estudio bíblico llevado a cabo durante un par de horas cada semana, o la tarea de perseverar trabajando con los nuevos creyentes, o se considera como un programa especial de la iglesia, una serie de charlas donde no estudian seriamente ni practican el seguir al Señor Jesús y Sus enseñanzas. Van a un campamento, o unos estudios o módulos especiales para recibir una semana de estudios. A eso lo suelen llamar: “hacer un discipulado”, pero sería mejor decir "conferencia" o "estudios", porque si sólo imparten conocimientos, y no toca la vida personal, ni moldea el carácter y la conducta de las personas, no son discípulos sino asistentes u oyentes. Ahora, es bueno que asistan y oigan, pero el Señor Jesucristo quiere y demanda mucho más. Él quiere nuestra vida.
    Parte de la gloria de Israel que se desvaneció fue el decaimiento de los “nazareos”, el grupo de los seguidores separados de Dios (Nm. 6). Estos que estaban consagrados eran “santos al Señor”, perteneciéndole a Él y dedicados a Su servicio. Desde los tiempos de Samuel (1 S. 1:11), hasta Juan el Bautista (Lc. 1:15), eran parte de la gloria espiritual de la nación (Lam. 4:5; Am. 2:11). Desaparecieron de vista a la medida que la nación se iba apartando de Dios. De la misma manera, el verdadero discipulado se ha marchitado en la iglesia pensando que era sólo celo en los tiempos apostólicos, volviéndose a la muerte espiritual. Hoy esto está reviviendo, sobre todo en los jóvenes que desean alcanzar el mundo para Cristo.

La Necesidad del Discipulado

    Fue dicho proféticamente, y realizado en el Nuevo Testamento, acerca del Señor Jesús: “El celo de tu casa Me consume” (Sal. 69:9, véase también, Jn. 2:17). El fuego del Espíritu de Dios ardía dentro de Él mientras servía al Padre. El Señor dijo de Juan el Bautista: “Él era antorcha que ardía y alumbraba” (Jn. 5:35). Los que alumbran para Dios en el fervor de su sumisión hacia Él son los que pueden hacer temblar al mundo en el poder del Espíritu. Esa energía y bendición espiritual solo fluye en las vidas que andan en comunión con Dios.
    La orden que Él dio hace 2000 años debería de tomarse en serio hoy en día también. Debemos llamar tanto a hombres como mujeres a “tomar su cruz” y a “negarse a si mismo”. Hoy en día sólo responderán unos pocos en verdad, tal como en aquel entonces. Pero esos pocos discípulos verdaderos pueden llegar a ser poderosos instrumentos de Dios dondequiera que vivan. Todavía hoy Cristo dice: “Sígueme”, ¿Lo harás? ¿Te unirás a Él para ser Su discípulo, tener tu vida cambiada radicalmente, dedicarte a aprender de Él cómo vivir una vida que agrada a Dios, proclamar el evangelio y hacer discípulos? ¿Quieres sólo creer cosas acerca de Cristo, o que Él solamente te perdone, o de verdad confías en Él y has decidido seguirle?

De su libro Viviendo Los Preceptos Del Discípulo