¿Nace o se Hace?
Los genes y la conducta, parte 2
Dr. A. J. Higgins
viene del nº anterior
La genética y la criminalidad
Narciso se contempla |
El problema con ese modo de pensar es que muchos hombres tienen esta variante genética, pero no cometen crímenes ni son violentos. Hay algo más en el resultado final. Se ha intentado vincular perfiles genéticos con una tendencia a asesinatos en masa. Esos estudios también han dado resultados mixtos.
La genética y el movimiento transgénero
“Es mi cuerpo; ¡puedo hacer con él lo que quiera!” Habiéndose deshecho de todos los enlaces con la ética judío-cristiana, habiendo relegado la Biblia a la mitología antigua y a Dios como una deidad que no está a tono de los tiempos, la sociedad se ha quedado con sólo su propia mente entenebrecida. Como consecuencia, el egocentrismo ha alcanzado nuevas alturas. Es innegable que el hombre ha sido una criatura egocéntrica desde la caída.
Lo que ha cambiado en nuestra sociedad del siglo 21 es que ahora se aplaude este pensamiento como algo loable. Algunos han designado el siglo en curso como la sociedad “saturada del yo”. Sin ningún ser mayor que “yo”, y sin ninguna otra vocación más elevada que la autosatisfacción, hemos entrado en la Edad del Narcisismo.1 Esto ha marcado el comienzo de prácticas como las perforaciones corporales por voluntad propia, el tatuaje del cuerpo entero y la cirugía de reasignación de sexo. Este gusto por el narcisismo en nuestra sociedad ha dado lugar al movimiento transgénero. No solo lo ha permitido, sino que ha creado una presión sutil para identificarse con los ídolos del deporte y las estrellas de la pantalla que han exteriorizado su orientación sexual, y se han asociado con el movimiento LGBT (lesbianas, gais, bisexuales y transexuales). Ahora, ser una persona LGBT está de moda.
Aun sus promotores estarían de acuerdo en que la cirugía de cambio de género es una crisis de identificación. Aislados de Dios y de su Palabra, no es de extrañar que las personas no sepan quiénes son. La ironía en este movimiento es que un individuo puede ser de un género en lo físico, lo hormonal, lo genético y lo químico, pero decide cambiar porque “siente” que en realidad es del sexo opuesto. Toda la “evidencia” apunta en un solo sentido, pero una sensación de estar atrapado en un cuerpo del género equivocado conduce a un deseo de cambiar. Aunque intervienen muchos factores adicionales además de este modo de pensar, es significativo que las personas que se someten a una cirugía para cambiar de sexo tienen una más elevada tasa de suicidio que la población normal. Sin duda esto refleja la turbulencia emocional que viven estas personas.
Es significativo que los “sentimientos”, y no los hechos, hayan llegado a ser el punto de referencia para la realidad. La ética emotiva es ahora la base para la toma de decisiones y para establecer nuestras normas culturales.
Algunos pueden señalar los casos raros de personas que nacieron hermafroditas, o a la intersexualidad, como justificación para esta cirugía. Son individuos con órganos sexuales ambiguos y anomalías cromosómicas. Difícilmente pueden ser señalados como justificación para que se cambien de género aquellos con una composición cromosóm ica normal y un desarrollo unisexual.
Dios dispuso que nuestros cuerpos fuesen para su gloria y sus fines. Debemos presentarlos, Romanos 12.1-2, tenerlos en santidad, 1 Corintios 6.12-20, y vivir el resto de nuestras vidas conforme a la voluntad de Dios, 1 Pedro 4.2. Es interesante que recientemente una mujer estadounidense, Rachel Dolezal, haya sido confrontada con el hecho de que no era negra, sino hija de padres caucásicos, aun siendo una líder en la influyente organización pro-negros en aquel país. El hecho de que se sentía negra o se identificaba como negra no la hacía negra. Ella fue condenada rotunda y decididamente porque pretendía ser algo distinto a lo que estaba en su ADN. Pero, a la vez, los medios que la condenaron elogian a los que desafían su ADN al someterse a una cirugía de cambio de sexo. Obviamente hay una contradicción en esta actitud.
continuará, d.v. en el siguiente número
1 El narcisismo es el egoísmo. Excesiva complacencia en la consideración de las propias facultades u obras. En la mitología griega, Narciso se enamoró de su propia imagen.
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El Futuro Seguro de Israel
Debemos recordar que “Israel” nunca significa la Iglesia, pues son entidades distintas. La teología de la Reforma, como la del Catolicismo Romano, con sus raíces agustinianas, no reconoce esa importante distinción (1 Co. 10.32). Los falsamente llamados "padres" también fueron culpables. Orígenes (c.185-c.253 d.C.), Filo, y sobre todo Agustín quitaron la interpretación literal de la Biblia y usaron la interpretación alegórica. Los de la Reforma siguieron ese patrón malo, causando siglos de confusión y errores sobre Israel.
de Israel, Nación Única, cuarta edición, por Carlos Tomás Knott, Libros Berea
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La Iglesia Local Profetizada
Parte 4
Camilo Vásquez Vivanco
viene del nº anterior
Cristo Es la Gloria de Dios
“a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén” (Ef. 3.21).
En la iglesia siempre debe prevalecer la gloria de Cristo en toda práctica u objetivo: “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Co. 10.31). Algo es para la gloria de Dios cuando procede de Su voluntad y para Su agrado, tal como sucedió cuando Moisés terminó de construir el tabernáculo. Solo cuando todo se hizo según lo prescrito por Dios, solo entonces “… la gloria de Jehová llenó el tabernáculo” (Éx. 40.33-35). Si buscamos la gloria de Cristo en nuestra conducta, tendremos el respaldo de la gloria de Dios (2 Co. 8.23).
Sabemos que el Señor ha venido para dar a conocer la gloria de Dios el Padre (Jn. 1.14) y que Él es la manifestación de la gloria del Padre (He. 1.3). De este modo todas nuestras reuniones son para la gloria de Dios y podemos agregar nuestro “amén” cuando oramos y decimos la verdad respecto a Su Palabra (2 Co. 1.20). En nuestras reuniones el varón descubierto representa la gloria de Dios (1 Co. 11.7) ya que ese fue el propósito original de Su creación. Su servicio no es más que el de las hermanas, sin embargo, es el varón quién es llamado gloria de Dios, “… pues él es imagen y gloria de Dios; pero la mujer es gloria del varón”. Cada servicio público es realizado por los varones en vista de la gloria de Dios, y no para nuestro éxito o renombre. “Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén” (1 P. 4.11). Así cada vez que se predica el evangelio, la gloria de Cristo es anunciada (2 Co. 4.4) y Dios es glorificado por ello. Del mismo modo, cuando se enseña la Palabra de Dios, estamos anunciando y enseñando sobre las glorias de Dios: “… contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo” (Sal. 27.4).
Dios hoy mora por Su Espíritu en la iglesia, y ella debe guardar el modelo para congregarse en Su Nombre. Por eso, Pablo nos dice: “en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu” (Ef. 2.22). No es el mero hecho de ser sellados por el Espíritu, sino de vivir por el Espíritu que nos ha hecho Su morada. La llenura del Espíritu en una iglesia depende de la llenura de cada creyente, que es por su obediencia a Su Palabra. Si la Palabra de Dios crece, no en Biblias impresas, sino en la obediencia a ella, entonces el número de los discípulos aumentará (Hch. 6.7). Es notable que solo cuando se busca la gloria de Dios es cuando la Palabra de Dios crece y se multiplica (Hch. 12.24; 19.20).
Ahora cada creyente, como parte de la iglesia, ha sido salvado para reflejar la gloria de la gracia de Dios (Ef. 1.5-6) y se reitera: “a fin de que seamos para alabanza de su gloria…” (Ef. 1.12). Significando que toda nuestra existencia como hijos de Dios tiene como propósito fundamental reflejar la gloria de Dios. Esto no ha quedado a nuestro antojo, como tampoco a nuestra imaginación. Fuimos predestinados, no para ser salvos, sino para ser como el Hijo de Dios, y tal predestinación se cumple obedeciendo junto al pueblo de Dios la Palabra de Dios.
“Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18.20).
Dos o tres, la suma mínima para que conste un buen juicio delante de testigos (Dt. 19.15), y no una masa amorfa de gente haciendo cosas que nunca Dios ha ordenado (Ap. 17.15). No más de 50 o 100 personas, para que sean bien alimentados y cuidados (Mr. 6.40). El sacerdocio de todos y el silencio de las mujeres con sus cabezas cubiertas, en vista de los seres angelicales que anhelan mirar cómo se respeta “Su nombre” (1 Co. 11.10; 1 P. 1.12), y la prevalencia suprema de la Palabra de Dios (Col. 3.16), son solo algunos aspectos visibles de lo que el Señor anhela para que pueda estar presente: “... allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18.20). De otro modo Él no está presente, pues Su presencia es condicional. ¿Usted cree que Cristo puede estar presente donde una mujer habla, predica o enseña en una congregación? ¿Piensa usted que el Espíritu de Dios puede hacer morada donde no existe el orden establecido por Dios?
continuará, d.v. en el siguiente número
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La Dicha de Confiar en el Señor
Lucas Batalla
Texto: Salmo 125
Nos habla del crecimiento en la fe. El verso 1 dice: “los que confían”. Normalmente el ser humano confía en lo que ve, pero los creyentes confíamos en alguien que no vemos. Hebreos 11.1 describe la fe como “la convicción de lo que no se ve”. Confiamos, y amamos al Señor, como dice Pedro, “sin haberle visto” (1 P. 1.8). El creyente no necesita el arte religioso, las imágenes e iconos, porque “el justo vivirá por fe” (He. 10.38). Y el Señor nos guarda, guía y bendice porque confiamos en Él. Por eso estamos firmes. Muchos saben algo acerca de Dios pero no confían realmente en Él, no dejarían su vida en Sus manos. Lo tienen como los bomberos, sólo para llamar pidiendo socorro en casos extremos. Entonces están llevados en el vaivén del mundo. Pero cuanto más confiamos en Dios, más seguros estamos y más pronto viene a ayudarnos. Es curioso, pero la gente confía en muñecos de santos, esto es, en ídolos, estatuas y figuras, y les pide cosas y les rinde homenaje. Pero recuerda a los tres jóvenes hebreos en Babilonia que dijeron al rey que no se iban a doblar ante su imagen – porque ellos confiaron en el Señor, y por eso no cambiaron. No pudieron ser presionados a cambiar, porque tenían fe, convicción, confianza inquebrantable en Dios.
El verso 2 habla de cómo Jerusalén tiene montes alrededor de ella. Así Dios rodea y protege a los Suyos, “para siempre”. Job 1.10 habla de cómo Dios le protegía a Job. Salmo 94.12-14 dice que Jehová no abandonará a Su pueblo (Israel). El salmo que es nuestro texto fue cantado por el pueblo cuando subía a Jerusalén. Fue compuesto y cantado para estimular su confianza y gratitud, y tiene ese mismo efecto en nosotros, si permitimos que la Palabra de Dios more en nostotros en abundancia (Col. 3.16). Ella nos orienta y nos anima. El problema que tienen los judíos hoy es que no confían en Jehová, y de ahí su castigo y dolor. Pero no siempre será así.
El verso 3 declara que Dios no dejará reposar la vara de iniquidad sobre los Suyos. Los castiga, sí, pero cuanto más fuertes los golpes, más pronto trae el bálsamo para curar, y detiene la maldad para que no pase a los Suyos. Él quiere educar a Su pueblo, no aniquilarlo, ni lo permitirá, de ninguna manera.
El verso 4 expresa una petición: “Haz bien, oh Jehová, a los buenos, y a los que son rectos en su corazón”. No hay que pedir la bendición de los malos. La bendición es para los que caminan con Dios, esperan en Él, confían en Él, buscan Su rostro y le piden ayuda, porque como el versículo 1 dice, ellos “confían en Jehová”. Jehová es quien puede hacernos bien y ayudarnos, de modo que no necisitamos ni psicólogos ni otros tipos de “consejeros”. Me acuerdo de la ilustración del payaso. Un hombre fue a un psicólogo para contarle su depresión y desesperación, que se sentía tan afligido con sus problemas que había perdido toda esperanza. El psicólogo le dijo que necesitaba dejar de pensar en todo eso, distraerse y respirar otros aires. Le recetó visitar un circo que estaba en la ciudad, porque había un payaso en ese circo que hacía reir a la gente, y eso le iría bien. Entonces aquel hombre dijo: “Yo soy aquel payaso”. Todas sus risas y payasadas eran solo una fachada. Así vive mucha gente, con la sonrisa falsa, porque no confía en el Señor.
El verso 5 dice: “mas”, y marca un contraste. Dios no va a hacer bien a los malos, a los que se apartan tras sus perversidades. Viven solo para satisfacer la naturaleza humana, piensan y hacen cosas malas, blasfeman, viven en toda clase de pecado, y además, se enojan si alguien les habla de Dios, del pecado, de la justicia, de la salvación. Estos renegados correrán la misma suerte que los impíos del verso 3. Aquí el salmista predice el fin del malo.
Termina con “paz” (Shalom), no para los malos, sino para Su pueblo, para Israel. Aunque las naciones no quieran la paz de Israel, Dios sí, y así será. Hay paz también hoy para cualquier creyente: paz con Dios, paz en Cristo por Su sangre, paz ahora y en el futuro, paz ante la muerte que da miedo a los que no conocen al Señor, pero no a nosotros. Tenemos paz. Vivimos en paz. Nos iremos en paz, y la tendremos para siempre. Así es la dicha de los que confían en el Señor.
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Confesemos Nuestros Pecados
William MacDonald
Adicionalmente, si hemos perjudicado a alguien, entonces también deberíamos confesarlo a esa persona. No debemos confesar como un joven que dijo a una jovencita que había pensado sensualmente en ella. Hacer eso no es una confesión sino una provocación imprudente. Otro “confesó” a alguien que pensaba mal de él, y usó su “confesión” sutilmente como plataforma para presentar sus críticas. Eso era un abuso de la confesión. Una buena norma es, pecado en privado (por ej. los pensamientos), confesión en privado.
La verdadera confesión debería ser:
Inmediata – no deberíamos esperar hasta el fin del día o de la semana, ni hasta diez minutos antes de comenzar la Cena del Señor.
Incondicional – no digas: “Si he hecho algo malo...”, o “te perdonaré si tú me perdonas”. No seas como la mujer que dijo: “Si he hecho algo malo, estoy dispuesta a ser perdonada”. Tampoco vale decir: “Si he ofendido en algo, pido perdón”. No impliques a terceros diciendo que cada uno tiene su parte de la culpa. Limítate a reconocer el mal que tú has hecho.
Completa – un hombre confesó que había robado un trozo de cuerda, pero omitió decir que al otro cabo de la cuerda había un caballo.
Específica – dilo tal como ha sido. Llama al monstruo por su nombre: “borrachera”, no “falta de sobriedad”, “robo”, y no “tomar algo prestado, pero lo iba a devolver”. Pedro no dijo: “Soy un hombre inepto”, sino: “Señor ... soy hombre pecador”.
Decisiva –Debe ir acompañada de la determinación de dejar el pecado. Eso que sigue no es una confesión: “Robé una caja de peras, pero mejor que sean dos. Esta noche voy a por la otra caja”.
De corazón – sencillamente, con humildad, nombra lo que tú has hecho, no en términos generales. Y cuando es un mal hecho a otra persona, en vez de andar con rodeos y excusas de auto justificación, di esto: “Hice mal. Lo siento. Perdóname”. Parecen ser las cinco palabras más difíciles de decir para los seres humanos.
No dice: “Si pedimos perdón” o “si decimos lo siento”. sino “si confesamos”, que es diferente. Cuando a Dios confesamos con sinceridad nuestros pecados, podemos saber, por la autoridad de la Palabra de Dios, que hemos sido perdonados. Él ha prometido perdonarnos si confesamos, y Él es fiel a Su promesa (1 Jn. 1.9). Nos apropiamos del perdón por la fe.
Pero tal vez alguien nos diga: “No me siento perdonado”. Tal vez así sea, pero estás perdonado, lo sientas así o no. La certeza del perdón no viene de los sentimientos fluctuantes, sino de la Palabra inmutable.
Alguien más podría decir: “Sé que Dios me ha perdonado, pero yo no puedo perdonármelo”. Una actitud así es una forma innecesaria y egoísta de autotortura. La Biblia no nos manda a perdonarnos a nosotros mismos. Si Dios nos ha perdonado, la cuestión está cerrada; aceptémoslo por fe. ¿Para qué revolcarse en la culpa?
Es cierto que cuando Dios perdona, olvida (He. 10.17). Esto no significa que Dios tenga mala memoria, sino que determina a propósito nunca volver a sacar esos pecados en contra de nosotros.
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El Mundo
William MacDonald
Bunyan: la Feria de Vanidades |
Cuando hablamos del mundo en este sentido, no nos referimos al planeta tierra, a la naturaleza con su belleza, ni siquiera al mundo de la humanidad perdida. Más bien la referencia es a la civilización pagana que el mundo ha erigido en independencia de Dios. Es la sociedad humana excluyente de Dios. Es toda la esfera de asuntos y actividades mediante las que el hombre trata de hacerse feliz sin Dios. El mundo es un sistema organizado y encabezado por el diablo, con el propósito de mantener a los seres humanos felices sin Dios. Tiene falsos principios, falsos valores y falsos dioses. Se caracteriza por bajos deseos, egoísmo y egocentrismo. En realidad, es el ordenamiento humano de las cosas en oposición a Dios, con gran vanidad. No solo es el Señor descuidado y abandonado, sino que hay una profunda hostilidad contra Él. Es peor que la alienación: es la guerra.
El Mandamiento Olvidado: Sed Santos, próximamente disponible en Libros Berea
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Los Coros en el Nuevo Testamento
En esos últimos años, algunas iglesias han abandonado temporalmente el uso de un pan y una copa, citando cuestiones de sanidad. Pero otras se han ceñido al texto y al término “copa”, “no copitas”. Es correcto ceñirse al texto bíblico y les felicitamos. Pero algunas de ellas, en otro asunto, no han se han ceñido a la Escritura, sino se han tomado libertades. Tristemente, en algunas de esas iglesias, nuestros amados hermanos que son tan fieles respecto a la copa, introdujeron el uso de un coro, cosa que no está en el Nuevo Testamento. Es un doble estándar, algo incoherente, pues en eso no siguieron ningún patrón, sino sus propios razonamientos. ¿Qué base bíblica tienen para establecer un coro en una asamblea? Pues si no hay ninguna, deberían humillarse, admitir su error y cambiar. Consideremos el comentario del hermano Norman Crawford.
“Se suele argumentar que el Antiguo Testamento aprobaba el uso de coros e instrumentos musicales en el servicio a Dios. El Antiguo Testamento también aprobaba – mandaba – el sacrificio de animales y uso de incienso, pero nadie emplearía eso para deducir que debemos sacrificar animales o usar incienso en el Nuevo Testamento. Todos los rituales del judaísmo eran sombras que han caducado porque Cristo ha venido, y Él es el cumplimiento de las figuras. Consulta el capítulo 6 para repasar el contraste entre las sombras y la sustancia.
También notamos que aunque el sistema levítico empleaba algunos instrumentos musicales, ninguno jamás fue usado en el lugar santísimo. Esta palabra – santuario – es la que el Nuevo Testamento emplea para una asamblea (1 Co. 3.16-17). No es el atrio de afuera, sino el santuario interior.
Los pasajes en Colosenses y Efesios que mencionan el canto enfatizan que la verdadera melodía sale del corazón y se dirige a Dios. El uso de instrumentos musicales en el hogar no está prohibido, pero cabe recordar que la verdadera melodía a Dios no viene de instrumentos, sino de nuestros corazones. Esto pone el énfasis en su lugar debido – sobre lo que agrada al oído de Dios”.
Congregados a Su Nombre, capítulo 16, El Canto de la Asamblea, pág. 216
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¡Vida Nueva!
Hay quienes al comenzar el año se proponen hacer que las cosas cambien, pero pasan los días y los meses, y las cosas no cambian, y si cambian, es para peor. A menudo no hacemos el bien que queremos, sino el mal que no queremos hacer.
El problema no es la sociedad, sino nuestra propia naturaleza. Hay algo innato que nos aleja de nuestros ideales más nobles. Y el paso de los años agranda las frustraciones y los desengaños.
¿Qué podemos hacer? Lo ideal sería empezar una vida nueva, sin los errores del pasado. Ser una persona nueva, diferente. ¿Te parece un deseo imposible? ¿Un sueño? No lo es.
HOY PUEDES EMPEZAR UNA NUEVA VIDA, SI PERMITES QUE JESUCRISTO TE TRANSFORME.
¿Te preguntas cómo? Eso mismo nos hemos preguntado todos los que hemos experimentado el poder transformador de Jesucristo. Eso mismo preguntó Nicodemo, aquel religioso y gran maestro de Israel, y Cristo le dijo que debía nacer de nuevo para ver el reino de Dios. “¿Cómo puede hacerse esto?” (S. Juan 3.9)
La respuesta es creer que Jesucristo ha venido a sustituirnos en la cruz; donde al morir, siendo Él inocente y sin pecado, sufrió como sustituto el castigo de los pecados de cada uno de nosotros. Él pagó por nosotros en la cruz, y al final declaró: “Consumado es” (S. Juan 19.30), significando que todo estaba hecho. No podemos pagar por nuestros pecados, ni hacer nada para anularlos. Jesucristo hizo todo esto. A nosotros nos toca arrepentirnos personalmente, y confiar en Él como Señor y Salvador, para que nos dé perdón completo y una vida nueva y eterna. Viviremos de otra manera, obedeciendo Su Palabra y siguiendo Su ejemplo.
Si crees que Jesucristo murió pagando por tus pecados (sí, eres pecador), fue sepultado y resucitó el tercer día, esto es el Evangelio*. Si confías en Cristo y le recibes como tu Señor y Salvador, empezarás una vida nueva, cuyos frutos irás viendo poco a poco.
Jesucristo es el único que puede cambiarte, el único que puede hacer de ti una persona nueva.
Se trata de una transformación interior, de un cambio profundo que quitará la raíz de la mayoría de tus problemas personales.
Muchos hemos encontrado en Cristo la oportunidad que buscábamos. Cristo nos enseña a valorar las cosas en su justa medida y nos libera de las cargas que nos agobian. ¿Quieres disfrutar de una VIDA NUEVA?
Un hombre llegose de noche a Jesús,
Buscando la senda de vida y luz;
Mas Cristo le dijo: “Si a Dios quieres ver,
Tendrás que renacer”.
Y tú, si en el cielo quisieres entrar,
Y con los benditos allí descansar,
Si vida eterna quisieres tener,
Tendrás que renacer.
Amigo, no debes jamás desechar,
Palabras que Cristo dignose hablar;
Y si tú no quieres el alma perder,
Tendrás que renacer.
“Tendrás que renacer, tendrás que renacer;
De cierto, de cierto te digo a ti: tendrás que renacer”.
“Os es necesario nacer de nuevo”
dijo Jesucristo, en S. Juan 3.7
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Ciertamente “amén” es una palabra bíblica, y como tal debe estar en el vocabulario de los creyentes. Pero, ¿qué significa y cómo debe usarse? No debemos orientarnos por lo que vemos a otros hacer, sino siempre preguntar: “¿Qué dice la Escritura?”, porque “amén” viene de la Biblia, y no es propiedad de ciertas iglesias que siempre la gritan, ni es algo que debemos decir cada dos por tres en las reuniones.
Lastimosamente en algunas congregaciones las mujeres usan el “amén” para evadir el mandato del Señor que las mujeres deben callarse en la congregación (1 Co. 14.34), “porque no les es permitido hablar”. Por eso no se debe escuchar la voz de una mujer sola diciendo “Amén”, ni en voz baja, en las reuniones. Las hermanas pueden pensarlo y decirlo en su corazón sin salir del orden divino.
En otras los que presiden la utilizan como animadores para evocar una respuesta vocal de los demás: “¿Amén hermanos?” y así animados, los oyentes responden “¡Amén!”. Otras personas la intercalan constantemente en sus conversaciones, diciendo “Amén” cada dos por tres. ¿Cuál es el significado y uso correcto? Veamos, porque debemos hacer todo para la gloria de Dios.
Significa literalmente “firme” o “fiel” y de ahí el sentido adquirido, al comienzo de un discurso: “cierto”, “verdad”, y al final:“así es” o “así sea”. El primer uso de “Amén” en la Biblia ocurre en Números 5.22, como respuesta de la mujer acusada de infidelidad, cuando el sacerdote la juramenta (vv. 19-22) y anuncia la maldición de Dios sobre ella si ha sido infiel. “Y la mujer dirá: Amén, amén”.
El siguiente uso está en Deuteronomio 27.15-26 donde Dios manda a Israel responder a cada una de las doce maldiciones pronunciadas sobre el monte Ebal. Doce veces leemos: “Y dirá todo el pueblo: Amén”.
Aparece también en 1 Reyes 1.36; 1 Crónicas 16.36; Nehemías 5.13 y 8.6. En esta última cita Esdras bendijo a Dios en oración, y cuando terminó todo el pueblo dijo: “¡Amén! ¡Amén!”
Después de esto aparece cuatro veces en los Salmos. Los Salmos están organizados en cinco“libros” o secciones. Algunos piensan que esas secciones corresponden a los cinco libros del Pentateuco. Observa como cada uno termina.
Libro 1: Salmos 1-41 “Amén y amén” (41.13).
Génesis
Libro 2: Salmos 42-72 “Amén y Amén” (72.19).
Éxodo
Libro 3: Salmos 73-89 “Amén, y Amén” (89.52).
Levítico
Libro 4: Salmos 90-106 “Amén. Aleluya” (106.48).
Números
Libro 5: Salmos107-150 termina solo con “Aleluya”.
Deuteronomio
En el resto del Antiguo Testamento “amén” solo aparece dos veces en el libro de Jeremías (11.5 y 28.6), y ninguna vez en los demás profetas.
En el Nuevo Testamento la palabra griega ( amhvn) aparece 127 veces. El Señor la utiliza mucho, primero en Mateo 5:18 donde es traducida “de cierto” para afirmar una declaración, como muchas otras veces en Sus enseñanzas (por ej.: “de cierto, de cierto” en Jn. 1.51; 3.3, 5, 11; 5.19, 24-25; 6.26, etc.). En Mateo 6:13 la usa al final del padrenuestro, para enseñarnos cómo terminar la oración.
Fuera de ese uso por el Señor, aparece al final de cada uno de los cuatro Evangelios (Mt. 28.20; Mr. 16.20; Lc. 24.53; Jn. 21.25). Es una afirmación de la veracidad de los Evangelios.
De ahí pasamos a las epístolas y Apocalipsis. Diecinueve epístolas y el libro de Apocalipsis terminan con “Amén”, que es el mismo uso que al final de los cuatro Evangelios.
Observa que no es una palabra que los creyentes van intercalando constantemente en su conversación, sino que se utiliza solo en ciertas ocasiones y con un propósito específico, no como coletilla. Es empleada después de bendecir a Dios o hablar de Sus atributos en Romanos 1.25; 9.5; 11.36; Gálatas 1.5; Filipenses 4.20; 1 Timoteo 1.17 y 6.16; 2 Timoteo 4.18; Hebreos 13.21; 1 Pedro 4.11 y 5.11 y Apocalipsis 1.6-7.
1 Corintios 14.16 habla de decir “el Amén”, pero no en cualquier momento, sino cuando un hermano termina la oración de bendición o acción de gracias. Se dice como congregación, al final, no cada dos por tres, cuando entiende y está de acuerdo con lo que ha sido dicho en oración. Para esto, hay que prestar atención a las oraciones de los hermanos.
Pablo la utiliza en su oración y deseo para los hermanos en Romanos 15.33, “Y el Dios de paz sea con todos vosotros. Amén”. También la usa en Romanos 16.24 de modo similar: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros. Amén”.
En Apocalipsis 5.14 los cuatro seres vivientes dicen “Amén” respondiendo a la bendición del versículo 13. En Apocalipsis 7.11-12 los ángeles, ancianos, y cuatro seres vivientes se postran y dicen “Amén” dos veces, respondiendo a la adoración. En Apocalipsis 19.4 los ancianos y cuatro seres vivientes se postran y adoran a Dios diciendo “¡Amén! ¡Aleluya!”, parecido a Salmo 106.48. En Apocalipsis 22.20 el apóstol Juan responde a las palabras del Señor: “Amén; sí, ven, Señor Jesús”.
También la palabra “Amén” se usa para referirse al Señor Jesucristo. En Apocalipsis 3.14 Él es “el Amén, el testigo fiel y verdadero”, cuando se dirige a la iglesia en Laodicea. Él es firme, fiel y verdadero. Sostiene a los que confían en Él, y castiga a los que no. Dice 2 Corintios 1.20 que “todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén”, lo cual nos llena de consuelo, esperanza y ánimo. Nuestro Señor cumplirá todas las promesas de Dios. ¡Ninguna faltará! Así es el Amén, el Alfa y la Omega, el principio y el fin.
Hermanos, no es malo decir “Amén” si uno la dice correctamente. Es como la ley, que Pablo dice: “Sabemos que la ley es buena, si uno la usa legítimamente” (1 Ti. 1.8). De igual modo, la palabra “Amén” es buena si uno la usa correctamente. No debemos estar “améneando” constantemente, ni se debe usar la palabra para excitar o estimular el ambiente en la congregación. Para el uso cotidiano tenemos palabras como “vale”, “de acuerdo”, “es verdad”, “es cierto” y “bien”.
En todo caso, sea nuestro hablar “sí, sí; y no, no” (Mt. 5.37). Cuidemos nuestra forma de hablar, porque de cada palabra ociosa daremos cuenta al Señor (Mt. 12.36-37). Santiago 3 nos recuerda la importancia de dominar la lengua. “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno” (Col. 4.6).
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¡ALELUYA! ... ¿ ?
“Según el Nuevo Testamento, ¿cuántas veces resuena el ALELUYA sobre la Tierra?” Esta pregunta la hizo un predicador amigo, a un hermano que con impertinencia interrumpía sus prédicas voceando de voz en cuello “¡A l e e e l u u u y a!” en los momentos más inoportunos durante el sermón.
“¿Qué cuántas veces resuena el aleluya en la tierra?” “Pues... muchas, muchas veces”, respondió el hermano. “Pues vea”, le dijo el predicador: “Aleluya no resuena en la tierra ni una sola vez en el Nuevo Testamento. Resuena solo en el cielo y esto únicamente en un solo capítulo del último libro de la Biblia”.
Pese a ese limitado uso, aquí en la tierra escuchamos el Aleluyeo en cantidades astronómicas. Algunos lo usan superficialmente como si se tratara de un estribillo o de un refrán. Otros para hacer demostraciones de espiritualidad. Predicadores hay que cuando se les acaba la gasolina apelan al Aleluya como relleno para tomar impulso; como una pausa de punto y coma en lo que se les va ocurriendo más palabrerío para proseguir. Hay quienes lanzan aleluyas repetidamente, fuertemente, atronadoramente, como si fueran saetas incendiarias. Las envían para incitar emotivamente a los oyentes. En turno, éstos se las devuelven con estrepitosas andanadas como si se tratase de un ametrallamiento entre dos bandos. La gritería sube tanto de volumen y de color que es capaz de intimidar al más bravucón do de ensordecer a cualquiera.
El modelo de predicadores, Jesucristo, pronunció su sin igual Sermón del Monte de los capítulos 5, 6 y 7 de Mateo sin usar el recurso de los Aleluyas ni una sola vez. Los Aleluyas estuvieron ausentes de su brillante Sermón del Monte Olivar del capítulo 24. Lo mismo hizo su fogoso discípulo Pedro cuando le tocó predicar el histórico sermón del día de Pentecostés y su productivo mensaje en la casa del centurión Cornelio. Notamos la ausencia de los Aleluyas en el sermón de San Pablo a los filósofos sobre el Areópago ateniense y en sus discursos de defensa frente a los gobernadores Félix y Porcio Festo y ante los reyes Agripa y Berenice. Los predicadores contemporáneos más destacados, sustanciosos y fructíferos, tampoco incluyen los Aleluyas en sus mensajes.
Con amargo espíritu de juicio hay quienes se permiten clasificar de “fríos” los cultos donde el Aleluya brilla por su ausencia. Para ellos la temperatura de un culto se mide A l e l u y a m e n t e. Aún los creyentes individualmente son enjuiciados de “fríos” o absueltos como “calientes” dependiendo del número y del volumen con que truenen sus A l e l u y a s en el culto. Esta desafortunada consigna arroja resultados negativos. Promueve entre los nuevos convertidos un aceleramiento desproporcionado por aprender rápido lo que ellos perciben ser las leyes del juego y el carnet de pase a la aceptación. ¿Resultado? que muy pronto se les ve en el pleno descargue de Aleluyas al por mayor y detalle.
Este estado de cosas es por demás triste, deprimente e innecesario. Se hace intolerable al que llega a discernir que se puede llegar a este y a cualquier otro aspaviento sin tener raíz, ni profundidad en la vida espiritual. Cualquiera puede hacer esto. No es tan difícil condicionar la emoción, ni descargarla por el tubo de la rutina.
Resulta contraproducente cuando en medio de un sermón en el que el predicador dice “si no te arrepientes irás al infierno”, la gritería responda: “¡Amén! ¡Aleluya!” como si dijera: “¡Qué bueno que ese va para el infierno! ¡Así sea alabado Dios por ello!” A veces el orador narra con destreza e intensidad emocional una volcadura de automóvil en la que pierden la vida sus ocupantes. Ilustraciones de esta naturaleza suponen evocar en el auditorio un profundo sentimiento de pena, de identificación con la desdicha de los accidentados, pero... ¿cómo se responde? “¡Aleluya, gloria a Dios!”
Quede claro que no estamos inculpando a los que A l e l u y a n como quienes hacen estas inapropiadas intervenciones con intenciones de producir efectos negativos. Eso nunca. Todo lo que este asunto demuestra es que se puede ser víctima de psicosis, y que ésta puede estar barrenada tan hondamente, que ésta apriete el gatillo inconscientemente. Una vez sale este disparo, ya no se le puede hacer regresar. Pero es el caso que el uso inoportuno, inapropiado, indiscriminado de esta significativa palabra de alabanza, además de ser absurdo, deja impresiones muy desfavorables en el ánimo de las gentes. El sabio Salomón en Proverbios 25.11 exhorta: “Manzana de oro con figuras de plata es la palabra dicha como conviene”. Las palabras dichas con sazón en el tiempo adecuado son como la combinación de estos dos metales preciosos cuando se confecciona un ornamento. Son palabras sobre ruedas que se mueven, ensanchan su benéfica influencia, y no mueren. El proverbista subraya en su libro de que bajo el sol hay tiempo oportuno para todo. Esta filosofía debía servir como una saludable lección. San Pablo por su parte anima a los cristianos Colosenses a “andar sabiamente para con los de afuera” y para ello les recomienda: “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal” [4.5-6].
¿QUÉ SIGNIFICA ALELUYA?
Aleluya es un vocablo Hebreo compuesto del verbo Alelu que significa load y el nombre Ya que es una abreviación de Yavéh, Yaué, Yajué o Jehová. El nombre de la Deidad que invoca la palabra Aleluya, hace de ella una palabra de un significado profundo, muy profundo. Tan profundo como la inmensidad del Ser que forma parte de su estructura. Aleluya es tan sublime como el Dios a quien supone va dirigida su alabanza. El nombre de Yavéh que incluye la invocación de este vocablo debe hacernos pensar dos veces antes de ametrallar a mansalva a un auditorio con esta sagrada palabra. Aleluyar sin ninguna consideración, sin ninguna ciencia o discriminación, solo para darnos a conocer como cristianos o quizás solo para ser vistos u oídos, o para producir ruido, o para impresionar a otros de nuestra espiritualidad, para aparentar que “estamos en la cosa” o para “calentar” un culto, nos pone en el riesgo de usar el nombre de Yavéh en vano. Aleluya, repito, significa alabad a Yavéh. Yavéh es Dios, alto, sublimado, y su carácter es reverendo o reverenciable.
Los judíos tenían un concepto tan elevado y un escrúpulo tan profundo en cuanto al uso del Nombre del Inefable, que eran en demasía puntillares observando la prohibición del tercer mandamiento de la ley de Dios. Este mandamiento dice: “No tomarás el nombre de Yavéh tu Dios en vano; porque no dará por inocente Yavéh al que tomare su nombre en vano” [Éx. 20.7]. Poseídos de un profundo sentimiento de reverencia al Nombre de Yavéh, los judíos se abstenían de pronunciar este nombre y preferían substituirlo con otras designaciones como Adonai o Elohim. Al transcribir las Sagradas Escrituras cuando estas contenían el nombre Yavéh, los escribas pausaban y se lavaban mucho las manos antes de transcribir el nombre de la Deidad.
La única porción del Nuevo Testamento que contiene la palabra Aleluya en el capítulo 19 de Apocalipsis. En sus primeros seis versos encontramos una gran multitud en el cielo que la trae a colación cuatro veces. La primera vez se encuentra en el verso uno y dice: “Después de esto oí una gran voz de gran multitud en el cielo, que decía: ¡Aleluya! Salvación y honor y gloria y poder son del Señor Dios nuestro”. Como bien señaló el finado predicador canadiense, Boyd Nicholson, este es el Aleluya de redención o de salvación si se quiere. Lo entonan con regocijo los redimidos por la sangre del Cordero que ahora moran en la casa celestial.
La segunda vez se halla en el verso tres donde se lee: “Otra vez dijeron: ¡Aleluya! Y el humo de ella sube por los siglos de los siglos”. Este es el Aleluya de retribución o de juicio sobre la gran ramera que ha corrompido a la tierra con su fornicación, vengando la sangre de sus siervos de la mano de ella.
La tercera mención de la palabra se hace en el verso 4 y éste dice: “Y los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes se postraron en tierra y adoraron a Dios, que estaba sentado en el trono, y decían: ¡Amén! ¡Aleluya!” Este es el Aleluya de adoración que entonan los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes que se postran ante el trono de Yavéh - Yavéh - para adorarlo.
La cuarta y última mención de Aleluya la hace el verso 6 en estos términos: “Y oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos, que decía: ¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina!” Este es el Aleluya de subordinación a la majestad, al señorío, al reinado del Señor Dios Todopoderoso.
Aleluya, amigo nuestro, es una palabra para el uso exclusivo de los redimidos, de los que conocen al Señor, le aman, y le reverencian. Si usted lee este tratado ahora y todavía no ha sido redimido de sus pecados por la sangre preciosísima de Jesucristo, quiero invitarle a arrodillarse en cuerpo, y a inclinarse en espíritu ante la majestad de Dios, y allí, arrepentido de sus pecados, pídale a Él que lo perdone y lo reciba en su familia. La Biblia nos asegura que a los que reciben al Hijo de Dios como Salvador, Él los hace hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Acepte a Jesucristo hoy y aprenda en la sinceridad y en la profundidad de su corazón a decirle: ¡ALELU - YA!
Mariano González V.
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