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lunes, 28 de febrero de 2022

EN ESTO PENSAD - marzo 2022

 Señales de Pactos

 parte 3

Carlos Tomás Knott

 


viene del número anterior
La Cena del Señor

A diferencia del pacto de la ley, para establecer el nuevo pacto que es eterno, Dios envió a Su Hijo. “Aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros” (Jn. 1:14). No un profeta como Moisés, ni un arca, ni una nube, ni columna de fuego, sino el Señor Jesucristo: “Dios fue manifestado en carne” (1 Ti. 3:16). Y en la última pascua, antes de ser entregado para morir en la cruz, el Señor estableció la Cena del Señor para reemplazar la pascua. En 1 Corintios 11 Pablo relata la revelación que el Señor le dio y menciona el nuevo pacto.

“Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí. Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí” (vv. 23-25). (véanse también Mt. 26:28; Mr. 14:24; Lc. 22:20)

    Ahora bien, la Cena del Señor no establece el nuevo pacto. Solo lo recuerda y simboliza. Este último pacto fue hecho y sellado con la sangre de Jesucristo. Él es el Mediador del nuevo pacto, que es eterno (He. 12:24; 13:20), y la Cena del Señor, con los símbolos del pan y la copa, es la señal o el símbolo del sacrificio de Su cuerpo y sangre para redimirnos.
    Los seres humanos no inventaron esas señales, ni tienen autoridad para modificarlas. Todas ellas fueron divinamente dadas, y su significado fue asignada por Dios. Como tales, enfatizan Su bondad, misericordia y fidelidad. Es alentador saber que ninguna de ellas se estableció en base a nosotros o nuestras obras– todo procede de la buena mano de Dios.
    Todavía vemos en el cielo la señal del pacto –el arco iris. Nunca más ha destruido la tierra con diluvio. Un día en el cielo veremos el arco iris de gloria alrededor del trono de Dios y del Cordero.
    Las señales dadas a Israel – la circuncisión y el arca del pacto – nos causan admiración de Su carácter y poderosos hechos con Su pueblo escogido. Ese pueblo fue infiel e ingrato, pero Él siempre ha sido fiel. Pronto Dios cumplirá todas las promesas hechas a Israel.
    Y con especial amor, gratitud y esperanza guardamos esta señal del nuevo pacto – la Cena del Señor. Cada semana contemplamos el pan, símbolo de Su cuerpo entregado por nosotros, y la copa, símbolo de Su sangre derramada por nosotros, y recordamos el gran amor Suyo y el alto precio que pagó para redimirnos. “No con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros” (1 P. 1:18-20). Pronto le veremos cara a cara, y no tendremos más señales porque estaremos siempre con el Señor. Hasta entonces nuestro cántico será:

    ¡Santo Cordero! Por Tu llamamiento,
    Los convidados están aquí a Tu mesa.
    Ven a traernos el santo alimento;
    Ven a servirnos según Tu promesa.

    Lo que nos das, este pan y este vino,
    Fiel memorial de Tu pacto sagrado,
    Nos representa, Cordero divino,
    Tu sacrificio que expía el pecado.

    Por Tu mandato, Cristo, celebramos,
    Este convite de eterna memoria.
    Tu sacrificio cruento anunciamos,
    Hasta que vengas cubierto de gloria.
    Ven, ¡oh Señor! Aparece glorioso.
    Haz que la iglesia Te encuentre en las nubes.
    Desde esta mesa, triunfante y radioso,
    A Tu banquete celeste nos subes.

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Gedeón
Un Joven Transformado En Un Siervo De Dios
parte 4
Camilo Vásquez Vivanco


viene del número anterior

Gedeón Premunido de Genuina Humildad
  

“Entonces le respondió: Ah, señor mío, ¿con qué salvaré yo a Israel? He aquí que mi familia es pobre en Manasés, y yo el menor en la casa de mi padre” (Jue. 6:15).
    
Esta es la humildad necesaria de todos los siervos del Señor. Dios no usa a hombres dueños de sí mismos sino aquéllos que sienten su pequeñez frente a la gran tarea de honrar a Dios: “...pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (Is. 66:2).
    Si Moisés temblaba ante la gran responsabilidad de guiar a Israel lo hacía porque un buen siervo nunca confiará en sus habilidades (Éx. 4:10). Tal humildad hacía de Moisés el mejor instrumento en Sus manos, pues Dios suele usar esa clase de siervos para hacerlos útiles para Él. Como Moisés tenía tanta desconfianza en sí mismo, Dios envió a su hermano para acompañarlos ya que este sí sabía hablar (Éx. 4:13-16). Sin embargo Aarón no era el adecuado para esta tarea, pues aún siendo de fácil hablar o con elocuencia, fue él quien indujo al pueblo a la idolatría (Éx. 32:1-4).
    No hemos de fijarnos en los que hablan bien ni en los que tienen gran personalidad, pues son presa fácil de Satanás y tarde o temprano son atrapados en su propio ego. Saúl al comienzo se caracterizó por la humildad (1 S.9:21) pero bajo esa falsa humildad estaba su ego que le llevó a desobedecer la Palabra de Dios (1 S. 15:17-26) y por eso fue desechado.
    Usualmente los que sirven a Dios nunca buscaron ser destacados siervos y es Dios quien los escoge a pesar de sus debilidades. Gedeón pregunta ¿con qué salvaré yo a Israel? (Jue. 6:15) pues se da cuenta que no tiene ni la sabiduría ni un ejército para semejante empresa. Además Gedeón posee un sentimiento de verdadera pobreza al decir: “He aquí que mi familia es pobre en Manasés”. Esto era del todo cierto ya que Manasés como media tribu fue la más pequeña de Israel. Pero su humilde origen no los incapacitaba pues Dios suele escoger a los pobres para enriquecer este mundo, “Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?” (Stg. 2:5).
    Agrega Gedeón en tercer lugar: “... y yo el menor en la casa de mi padre” (Jue. 6:15). Esto fue muy importante de decir de sí mismo pues quienes han sido más útiles en las manos del Señor, han sido precisamente aquellos que tiemblan frente a Su Palabra y que sienten absoluta pequeñez de sí mismos (1 Co. 1:26-28). Fue al menor entre ocho hermanos, David, que Dios escogió para reinar sobre Israel (1 S. 16:11-13). Los salmos nos dicen de él: “Eligió a David su siervo, y lo tomó de las majadas de las ovejas; de tras las paridas lo trajo, para que apacentase a Jacob su pueblo, y a Israel su heredad” (Sal. 78:70-71).
    Como vemos, Dios se encarga de hacer de nosotros algo para su gloria: “... el cual da vida a los muertos, y llama las cosas que no son, como si fuesen” (Ro. 4:17) y aún más manifiesta su poder y gracia sólo en aquellos que son guiados por Su Espíritu: “...No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zac. 4:6). Mi tarea, y la tuya también, es mantenernos humildes y dispuestos a ser usados por el Señor, pues solo así Él nos podrá usar.
    
Gedeón se Asegura de Ser Llamado
    
“Y él respondió: Yo te ruego que si he hallado gracia delante de ti, me des señal de que tú has hablado conmigo” (Jue. 6:17).

    Gedeón recibe cuatro señales, todas son para confirmar su débil fe pues se trata de un joven con una fe que va creciendo la cual Dios no desprecia. La poca fe en una fe bendecida y así como una madre no desprecia a su pequeño hijo, así Dios no desprecia al que comienza a caminar en la fe. Estas señales fueron:


1. De aprobación de su llamado
2. De provisión sobre su débil fe, un vellón lleno de rocío y la tierra seca.
3. De gracia para todo el pueblo, un vellón seco y el rocío sobre toda la tierra.
4. Una torta de cebada girando en el campamento madianita, la frágil vida de Gedeón en manos de Dios.
 

    En primer lugar ¡Cuán importante es estar seguro de que Dios nos ha enviado a servirle! Para esto hemos de saber si estamos equipados y acompañados por la mano de Dios. Recordemos que no todos somos llamados a un servicio especial, así sucedió con Juan Marcos siendo ayudante de los predicadores Bernabé y Saulo (Hch. 12:25), él no fue apartado por el Espíritu Santo para esta clase de trabajo (Hch. 13:1-2) y del mismo modo es contraproducente intentar hacer algo que no es de la horma de tu calzado.
    En segundo lugar Gedeón está diciendo con esta primera prueba: “no deje que yo me convenza a mí mismo de un llamado divino del cual pueda estar equivocado”. Es decir está pidiendo una prueba e invita al Señor para que se quede con él, y que acepte su ofrenda así sabrá si esto es para él. El Señor frente a tan auténtica resolución no apaga el pábilo que humea ni quiebra la caña cascada (Is. 42:3), o no desanima a los débiles en la fe por esto responde claramente: “...Yo esperaré hasta que vuelvas” (Jue. 6:18).
    En tercer lugar la solicitud de Gedeón al decir “me des señal de que tú has hablado conmigo” indica que Gedeón deseaba comprobar que este visitante era más que un hombre común. De algún modo especial al igual que la visita que recibió Abraham debajo de su encina (Gn. 18), Gedeón presentía que su huésped era un enviado de Dios (He. 13:2) y es por esto que pidió esa señal.
    En nuestra experiencia debemos saber que Dios por Su Espíritu sigue llamando hombres para un servicio especial, algunos para servir a tiempo completo (Mt. 9:9; Lc. 5:10-11; Jn. 1:43), otros para cuidar al pueblo de Dios como ancianos (Hch. 20:28), otros para ayudar al pueblo de Dios (1 Co. 12:28; 16:15), otros como colaboradores en la obra de Dios (Flm. 1:24). También está el servicio especial de las hermanas como colaboradoras (Fil.4:3) y que ayudan como Febe en el servicio a la iglesia (Ro. 16:1-2). Tales hermanas nunca ejercieron un servicio público de enseñanza o de predicación, sino que se dedicaron anónimamente a servir con sus dones en la obra de Dios.
     Cualquiera sea el campo de trabajo para el cual el Espíritu Santo nos ha capacitado con sus dones (1 Co. 12:4-6 y 11) hemos de aceptar la medida de fe que se nos ha dado (Ro. 12:3). Esa medida de fe son los dones que el Espíritu personalmente nos ha concedido para honrar al Señor (1 P. 4:10). Para esto hemos de ser sinceros como Gedeon y pedirle a Dios por Su Palabra que nos confirme el área de trabajo en Su obra (Sal. 90:17; 119:38).
    Aprendamos hasta aquí que la convicción personal de que se ha sido llamado para servir es la fuerza del verdadero siervo, ya sea quién quiera llevar el evangelio o quién quiera cuidar al pueblo de Dios siendo un anciano en la asamblea, como quién quiera dedicar su vida al servicio y ayuda del pueblo de Dios. Todos necesitamos una confirmación para no obrar en la energía de la carne y este punto debe hacernos retroceder si solo estamos motivados por ilusiones y no por un genuino llamado desde el cielo. Esa respuesta siempre vendrá del Espíritu y esto usando la Palabra de Dios.

continuará, d.v., en el siguiente número

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¿Qué Significa La Expresión “Ir al Seol”?


En el Antiguo Testamento no había tanto revelado sobre la muerte y después como en el Nuevo Testamento. La palabra “Seol” aparece solo en el Antiguo Testamento. No equivale a un lugar que alberga muertos, como “el Hades”, “infierno” o “el lago de fuego” que son términos revelados después, en el Nuevo Testamento. Más bien Seol se refiere al sepulcro, la muerte en general, o a la región del más allá donde están los muertos, pues sin saber mucho más. A veces puede tener un sentido equivalente al Hades, la región de tormentos de los muertos inconversos, pero eso es por el contexto. Es decir, cuando el texto habla de la muerte o el juicio de los inconversos, puede entenderse así. Por ejemplo, en el Salmo 49:14, los ricos inconversos “son conducidos al Seol, la muerte los pastoreará”. Proverbios 7:27 también lo asocia con el castigo de los inmorales. El camino a la casa de la mujer inmoral no es camino de placeres, sino “Camino al Seol es su casa, que conduce a las cámaras de la muerte”.
    Pero generalmente significaba la muerte o la ultratumba. En 2 Samuel 22:6 y el Salmo 18:5 es un sinónimo de la muerte: “Ligaduras del Seol me rodearon; tendieron sobre mí lazos de muerte”. No son dos lugares, sino una misma cosa, pues es el paralelismo hebreo, en que riman los pensamientos, no las palabras. De nuevo en el Salmo 6:5 leemos: “Porque en la muerte no hay memoria de ti; en el Seol, ¿quién te alabará?” El Salmo 89:48 pregunta: “¿Qué hombre vivirá y no verá muerte? ¿Librará su vida del poder del Seol?” (véase también Sal. 116:3). Isaías 28:15 y 18 habla del pacto con la muerte y el convenio con el Seol. Oseas 13:14 dice: “Oh muerte, yo seré tu muerte; y seré tu destrucción, oh Seol”, pero cuando es citado por Pablo en 1 Corintios 15:54-55, habla de la muerte y el sepulcro. “Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” En este texto en lugar de “Seol” el Espíritu Santo pone “sepulcro”.
    Considera, por ejemplo, cuando el patriarca Jacob vio la túnica ensangrentada de su hijo José, le dio por muerto y lamentó. “Descenderé enlutado a mi hijo hasta el Seol” (Gn. 37:35). Y nuevamente: “haréis descender mis canas con dolor al Seol” (Gn. 42:38). Obviamente Jacob no anticipaba ir al lugar de tormentos, sino simplemente morirse. Su muerte se describe así: “expiró, y fue reunido con sus padres” (Gn. 49:33). En cierto sentido, puede referirse al hecho de ser sepultado como sus antepasados: “le sepultaron con sus padres” (2 R. 9:28).  Pero sabían que la muerte no termina nuestra existencia, y podría indicar eso.
    En 1 Samuel 28:19 cuando Samuel dijo a Saúl: “estaréis conmigo, tú y tus hijos”, no quiso decir un lugar, como el hades, el cielo o el infierno, sino la muerte. Es decir: “estaréis muertos como yo”.
    En el mismo sentido, en 2 Samuel 12:23 cuando David dijo: “yo voy a él, mas él no volverá a mí”, no tenía en mente un lugar o una reunión, sino simplemente que iba a morir, como su hijo. Muchos quisieran ver en sus palabras la promesa de una reunión con infantes y niños que murieron, lo cual es comprensible, pero equivocado, porque el texto no habla de eso. La vida es un camino de sentido único. Nacemos, vivimos y morimos. En Eclesiastés, Salomón repitió esta verdad que era para él frustrante: “un mismo suceso acontecerá al uno como al otro” (Ecl. 2:14; 3:19: 9:2-3).
    Es en el Nuevo Testamento que se nos revela más acerca de qué pasa después de la muerte. El Señor enseñó en Lucas 16 que el rico fue sepultado y “en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos” (Lc. 16:23). Apocalipsis 20:13-15 revela que cuando llegue el día del juicio del gran trono blanco, los muertos que están en el Hades serán resucitados, se presentarán ante Dios, y serán juzgados y lanzados al lago de fuego, que es el lugar de castigo eterno.

    En cambió, para el que es creyente en el Señor Jesucristo, nacido de nuevo por la fe en Él, la muerte, aunque sea penosa, será el instante de ir a la presencia de su Salvador. Para él, morir es estar ausente del cuerpo y presente con el Señor (2 Co. 5:8). Es “partir, y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor” (Fil. 1:23). Cristo en la cruz dijo al ladrón creyente: “hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc. 23:43). El cielo, la morada de Dios, es la morada eterna de los creyentes. Ahí los santos vivirán eternamente, ¡gracias al Señor!                                                                                                               Carlos

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DIOS PRESCRIBE LA CONFESIÓN

William MacDonald

“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).

Sería prácticamente imposible continuar en la vida cristiana sin la seguridad que nos brinda este versículo. A medida que crecemos en la gracia, tenemos una conciencia cada vez más profunda de nuestro pecado y miseria. Necesitamos tener provisión para la limpieza instantánea de nuestros pecados, de otro modo, quedaríamos condenados a culpa y derrota perpetua.
    Juan nos dice que a los creyentes se les ha hecho provisión por medio de la confesión. Por la fe en el Señor Jesús el inconverso recibe perdón judicial por la paga de sus pecados. El creyente, por su parte, recibe el perdón paternal y limpieza de la mancha de sus pecados cuando los confiesa.
    El pecado rompe la comunión en la vida del hijo de Dios, y la comunión queda rota hasta que el pecado es confesado y abandonado. Cuando confesamos nuestros pecados, Dios es fiel a Su Palabra; Él ha prometido perdonarnos. Es justo cuando perdona porque la obra de Cristo en la cruz ha provisto de la base de justicia necesaria.
    Lo que significa este versículo, entonces, es que cuando confesamos nuestros pecados, podemos saber que el expediente queda limpio, que somos purificados por completo y que el bendito espíritu familiar ha sido restaurado. Tan pronto como somos conscientes de que hay pecado en nuestra vida, podemos entrar en la presencia de Dios, llamar a ese pecado por su nombre, repudiarlo, y saber con certeza que éste ha sido borrado.
    ¿Pero cómo lo sabemos con certeza? ¿Nos sentimos perdonados? No es cuestión de sentimientos. Sabemos que hemos sido perdonados porque Dios así lo dice en Su Palabra. Nuestros sentimientos no son dignos de confianza, en cambio, la Palabra de Dios es  sólida y segura.
     Pero supongamos que alguien dice: “Yo sé que Dios me ha perdonado, pero no puedo perdonarme a mí mismo”. Eso suena muy piadoso, pero en realidad deshonra a Dios. Si Dios me ha perdonado, desea que me apropie ese perdón por la fe, que me regocije en Él, y que vaya y le sirva como un vaso limpio.                                          
                                                                         de su libro DE DÍA EN DÍA, CLIE

“El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia. Bienaventurado el hombre que siempre teme a Dios; Mas el que endurece su corazón caerá en el mal” (Pr. 28:13-14).

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 CONSÉRVATE PURO

“No impongas con ligereza las manos a ninguno, ni participes en pecados ajenos. Consérvate puro” (1 Ti. 5:22)

Conozco a alguien que es un buen amigo cristiano y buen técnico de ordenadores. Pero recientemente me dijo que ha dejado de reparar los ordenadores, debido a tanta pornografía que a menudo encontraba en los discos duros. Él rehúsa contaminarse con esa porquería inmoral. Hermanos, si vamos a vivir vidas puras, limpias y santas para Dios, nuestra mente y también nuestros discos duros y teléfonos deben mantenerse limpios. No hay lugar para la pornografía, pues destruye el alma. Como Pablo dijo al joven Timoteo: “consérvate puro”, y podríamos añadir, “y también tu ordenador y tu teléfono”.

Arnot P. McIntee, de un calendario devocional

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EN DIVERSAS PRUEBAS

“Jehová preside en el diluvio...”  Salmo 29.10

A veces los problemas entran inesperada y repentinamente en nuestras vidas, como un tsunami, y parecen que se desbordarán y nos inundarán. La violencia de la tormenta, la ira de las olas y el bramido del mar causan temor y alarma. Nos sentimos impotentes ante el ataque violento, y pensamos que seremos arrasados por el avance de la marea de maldades.
    Acuérdate de los discípulos cuando cruzaron el mar de Galilea. Mira en la tormenta y ve a tu Salvador, Señor de vientos y olas. Él camina en medio de la tormenta sin ser afectado por ella, y se acerca a ti. Tiene control perfecto sobre lo que tanto tememos. Las olas abofetean sin parar, pero Él no permitirá que tu barco se hunda.
    Escucha Sus palabras: “Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo, y si por los ríos, no te anegarán” (Is. 43:2). Estará contigo todos los días, en todo el camino, hasta que al final llegues al puerto celestial y reposas eternamente. Allá a Su lado nada estorbará la calma de la orilla celestial.

Roy Reynolds, Irlanda del Norte

Cristo está conmigo, ¡Qué consolación!
Su presencia quita todo mi temor.
Tengo la promesa de mi Salvador:
“No te dejo nunca; siempre contigo estoy”.

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La Salida Triunfante


Al final de Su ministerio público, Jesucristo entró en Jerusalén montado sobre un pollino, y la multitud le aclamó con gritos de “¡Hosanna al Hijo de David!” (Mt. 21:1-10). Este acontecimiento suele ser llamado “La Entrada Triunfante”.  Zacarías 9:9 profetizó que el Mesías vendría así. Pero cuando el Señor fue transfigurado en el monte y Moisés y Elías hablaron con Él, no hablaron de Su entrada, sino de “su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén” (Lc. 9:31). Así que, la Biblia no dice “entrada triunfante”. Triunfante hubiera sido como los generales romanos, victoriosos en batalla, con sus tropas, el botín y los cautivos en pos de ellos. Nada así fue para nuestro Señor.
    Pero en el caso de Cristo, la nación de Israel le había rechazado. Entró en Jerusalén sabiendo que ahí sería condenado a muerte. Solo le dieron una corona de espinas, antes de clavarle en una cruz con la acusación: “JESÚS NAZARENO, REY DE LOS JUDÍOS” (Jn. 19:19).
     Por eso, J. Vernon McGee lo llamaba “la salida triunfante”. Colosenses 2:15 describe el triunfo de Cristo en Su muerte: “despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz”.
    Antes de su arresto y “juicio” a manos de los de Su nación, el Señor dijo a Sus discípulos: “otra vez dejo el mundo, y voy al Padre” (Jn. 16:28).  Entonces, Cristo salió desechado y despreciado (Is. 53:3). Tuvo una entrada triunfante, no en la tierra sino en el cielo, cuando ascendió (Ef. 4:8; Sal. 68:18). Fue “recibido arriba en gloria” (1 Ti. 3:16), y se sentó a la diestra de la majestad en las alturas.
    Pero la historia no termina allí. Habrá una entrada triunfante en Jerusalén, de veras, en el futuro, cuando Jesucristo venga a reinar. Zacarías 14 profetiza Su segunda venida, cuando pondrá los pies nuevamente sobre el monte de los Olivos, y entrará en Jerusalén. El Salmo 24 anticipa Su llegada triunfante y gloriosa. Entonces todos sabrán que Jesucristo, el Mesías, es también Jehová, el Dios eterno:

“Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, y alzaos vosotras, puertas eternas, y entrará el Rey de gloria  ¿Quién es este Rey de gloria? Jehová el fuerte y valiente, Jehová el poderoso en batalla. Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, y alzaos vosotras, puertas eternas, y entrará el Rey de gloria.  ¿Quién es este Rey de gloria? Jehová de los ejércitos, Él es el Rey de la gloria. Selah” (Sal. 24:7-10).


¡Triunfo, triunfo! Cantemos la gloria
Del Rey poderoso, por cuya victoria
Quedó abolido el poder de la muerte.
El fuerte vencido por uno más fuerte:
Jesús vencedor, y vencido Satán.

El Crucificado, por Dios coronado,
Señor glorioso será proclamado.
Daránle honores, dominio y grandeza
Los siglos futuros, eterna realeza
De que Él ya es digno y muy pronto tendrá. 

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¿Tienes los Síntomas?

 


El brote del COVID-19 y la pandemia han causado mucho pánico y consternación en el mundo. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el primer caso fue en Wuhan, China, en diciembre del 2019, y desde entonces se extendió rápidamente a todos los países del mundo, en una pandemia de proporciones épicas. Pronostican que tendrá gran impacto sobre las esferas de medicina, economía, sociedad, política y educación, y afectará toda área de la vida en una escala sin precedente.
    Según el Instituto de Salud en el Reino Unido, los síntomas del virus son similares a los de la gripe común, la neumonía y el síndrome de disfunción multiorgánica. Ya que es una enfermedad nueva, queda mucho que aprender acerca de cómo es trasmitida y cómo puede ser curada eficazmente. Abundan las teorías y las supuestas curas caseras, y mientras tanto, avanza la cifra de mortalidad.
    Sin embargo, hay una enfermedad que es mucho más preocupante y urgente que jamás podría ser el COVID-19. Su contaminación es más extensa y las consecuencias son mucho más extremas. La Biblia nos informa de algo que contamina, aflige y amenaza con muerte a todo ser humano. “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). El pecado está en todo ser humano desde su concepción (Salmo 51:5) y pronto comenzamos a mostrar los síntomas – “se apartaron los impíos desde la matriz” (Salmo 58:3). Los síntomas se manifiestan en todo aspecto de nuestra vida. Están infectados nuestros pensamientos, palabras, hechos y aun los motivos del corazón (Romanos 3:3-19). Si lees Romanos 1:22-32, seguramente verás que tienes los síntomas – eres pecador. Ahora bien, el pecado no es una enfermedad, pero es comparable a una infección que se extiende de los pies hasta la cabeza (Isaías 1:5-6). Ningún ser humano puede jamás curar el pecado. Solo tienes que leer el periódico o mirar las noticias para saber que es así. Después de tantísimos siglos, la sociedad, los programas sociales, la educación, la medicina, la política, la religion y la filosofía son impotentes para curar el pecado. Tiene un índice de mortalidad de cien por ciento, y nadie está exento. “La paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23).
    En cuanto al COVID-19, se ofrecen ahora varias vacunas y tratamientos, pero aun han muerto personas vacunadas. Las mutaciones del virus hacen difícil su eliminación. En cambio, gracias a Dios, leemos en la Biblia que hay un remedio perfecto y eficaz para el pecado. En Su muerte en la cruz, el Señor Jesucristo “llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (1 Pedro 2:24), y por el sacrificio de sí mismo quitó de en medio el pecado (Hebreos 9:26). Aunque el pecado azota sin piedad a la raza humana, los que arrepentidos confían en Jesucristo tienen la certeza de que Él les ha lavado de sus pecados con Su sangre (Apocalipsis 1:5). La única manera de “curarse” del pecado y la muerte que causa es por la fe en el Señor Jesucristo, que murió y resucitó para salvar a todos y cualquiera que cree en Él. Ninguna iglesia ni filosofía puede salvarte – solo el Señor Jesucristo. ¿Por qué no acudes ahora a Él?

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