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miércoles, 25 de junio de 2014

EN ESTO PENSAD -- julio 2014

EL MILAGRO DEL LIBRO
 

Dyson Hague

Cuanto más aumenta nuestra experiencia, tanto más el milagro de este Libro se nos abre; porque cuanto más intensamente escudriñamos en él, tanto más sólido llega a ser el conocimiento, de que la Biblia no es simplemente un libro, sino que es el Libro. Cuando Sir Walter Scott en su hora de muerte pidió que se le leyera en el Libro, su yerno le preguntó: “¿En  qúe libro?” Dio como respuesta: “Tan solo hay un Libro, la Biblia”. En el mundo entero este es “el Libro”. Comparados con él, todos los demás libros no son más que hojas, pedazos. Sí, es el único libro perfecto, el Libro eterno–la voz de la cual todos los demás a lo sumo son el eco. Es el Libro que se halla en inalcanzable y excelsa altura, en solitaria gloria, siendo misterioso en su influencia, tan soberano, muy por encima de todos los demás libros como el Cielo está por encima de la tierra, como el Hijo de Dios por encima de los hijos de los hombres.

El milagro de su formación

    La sola existencia de la Biblia es un milagro. Todo aquel que está enterado de la historia y el origen del Libro divino, queda abrumado por el asombro que le inspira la misteriosa manera de su amoldamiento. El que esta palabra llegase a ser libro y hoy en día es el Libro, ya en sí es un milagro literario, puesto que nunca se había entregado a ningún hombre la tarea de planear la Biblia. Tampoco fue concebida por un acuerdo alguno entre sus diversos escritores.
    La manera en que la Biblia gradualmente creció a través de los siglos es uno de los grandes misterios de los tiempos. Gradualmente, de un siglo a otro, una porción se agregaba a otra, en primer lugar inconexo, fragmentario, sin haber relación entre las porciones individuales (He. 1) escritas por distintos hombres y sin cualquier convenio respecto a su organización por parte de éstos. Uno escribió en Siria, otro en Arabia, otros más en Israel, Italia o en Grecia. Algunos escribieron centenares de años antes o después de otros; la primera porción se produjo 1.500 años antes de que naciere el hombre que escribió la última porción.
    Escoge al azar cualquier libro del conjunto, según tu anteojo momentáneo, y considera cómo llegó a la existencia. En nueve casos de diez esto se produce de modo que alguien, después de haberse propuesto escribir un libro, da cierto orden a sus ideas, junta el material, escribe o dicta sobre su contenido y lo manda imprimir en múltiples ejemplares. Tarda en esto dos, tres o más meses o años respectivamente. El promedio de los libros se prepara según parece, en un lapso de tiempo de desde uno hasta diez años. Pero para escribir la Biblia se tardó por lo menos 1.500 años, esto es a través de 60 generaciones.
    Cuán elevado se hace nuestro concepto de Dios, nuestra apreciación de Su paciencia, cuando le vemos observar con silenciosa y tranquila paciencia, el ajetreo y la febril intranquilidad de los hombres, mientras que el gran Libro lentamente y en máximo silencio va creciendo. Una porción se agrega a otra; aquí algo de historia, un poema, una carta, allá una profecía, una biografía, hasta que por fin sin alboroto alguno –cual el Templo en la época de Salomón (1 R. 6:7)– quedó perfecto y acabado en un mundo, que tan apremiantemente precisaba de él.
    Al morir Moisés, quedaban disponibles las primeras cinco partes; cuando David estaba sentado en el trono, algunos pergaminos se habían añadido. Príncipes, sacerdotes y profetas agregaban sus más o menos grandes aportaciones, hasta que finalmente se había terminado todo el Antiguo Testamento, letra por letra, palabra por palabra, frase por frase, libro por libro, igual como hoy todavía lo tenemos entre manos, intacto y perfecto. Y como lo testifica Josefo, nadie en el curso de los siglos se ha atrevido a añadirle algo o restar cualquier cosa, tampoco el texto del Antiguo Testamento ha sido modificado en lo más mínimo desde aquel día hasta hoy.
     Pero desde el punto de vista literario el Nuevo Testamento es un milagro aun mayor que el Antiguo. Todo el mundo sabe, los judíos no eran un pueblo dado a escribir. Como lo dijo una vez el sr. Westcott, los judíos fueron instruidos casi exclusivamente por vía oral, tenían una aversión hacia la literatura escrita. [nota del editor: Sin embargo, vemos claramente que Dios les mandó escribir: Éx. 17:14; Dt. 34:21-26; Is. 30:8; Jer. 36:2; Ro. 15:4; Ap. 1:11, etc. y lo hicieron] Además su Señor y Maestro tampoco era escritor. Jesucristo–que sepamos–nunca escribió ni siquiera un solo renglón para la divulgación, y el pensamiento de escribir adiciones o suplementos a la Biblia, probablemente nunca se le ocurrió a ninguno de Sus discípulos. Indudablemente se hubiesen espantado ante tan sólo el pensamiento de semejante temeridad. Cincuenta años después del nacimiento de Jesús no se había escrito, probablemente, ni un renglón del Nuevo Testamento. Pero entonces, por medio de la influencia misteriosa y la guía del todopoderoso Espíritu de Dios–sin cualquier colaboración colectiva humana o planeamiento unificado–pieza por pieza se iba produciendo; aquí una carta, allá una biografía, obra sobre obra. Así creció el Nuevo Testamento.
    Pero fíjate bien – no hubo, mirando desde el punto de vista humano, ningún plan, ninguna preordinación. Nada de esto que Mateo, Marcos, Lucas y Juan se hubiesen reunido y tras seria meditación y oración para recibir la guía del Espíritu Santo hubiesen determinado que Mateo habría de escribir sobre Cristo como Rey, Marcos le habría de depictar como infatigable Siervo, que Lucas debería emprender la tarea de mostrar al Señor como hombre, y Juan tendría el propósito de coronarlo todo, escribiendo sobre Él bajo Su aspecto de Hijo de Dios. Nada de esto, como si Pablo y Santiago bajo oración hubiesen acordado que Pablo escribiera sobre la doctrina, pero Santiago sobre la práctica del cristianismo. De eso no hubo nada parecido. Ellos sí escribieron impulsados por una necesidad íntima, para dar expresión a un solemne deseo, de poner a la clara luz del día una verdad maravillosa, mediante la carta, el tratado o una clase de mirada retrospectiva. Así esta composición de piezas encontró un camino en aquella maravillosa unidad que llamamos el “Nuevo Testamento”. Desde luego – el Libro es un milagro; sobrepuja todo y en su formación simplemente que

da inexplicable – a no ser que el verdadero autor es Dios mismo.
continuará, d.v. en el siguiente número
su libro "The Wonder of the Book" fue impreso del discurso que dio en Toronto, Canadá en 1912

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“Mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra”.  Salmo 121:2
Nuestro Dios es una maravillosa fuente de poder, consuelo, paz y esperanza. Todas esas manifestaciones de la gracia hallan toda su plenitud en Él. Sin embargo, muchas veces Él no es el primero que buscamos cuando tenemos necesidad. En lugar de Él, buscamos la ayuda de otras personas, y ponemos nuestra mira en ellas, o procuramos otra forma de ayuda. Pongamos nuestra fe y esperanza en el Señor Dios Todopoderoso –que nos entiende completamente y tiene omnipotencia para ayudarnos. Hoy y cada día vamos directamente a Él. ¡No nos desamparará!

del calendario “Choice Gleanings”

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LA AUTORIDAD DE 
LA PALABRA DE DIOS

Acuda a su Biblia y verá cómo Dios da advertencias como: "el alma que pecare, esa morirá" (Ez. 18:4), y "Los malos serán trasladados al Seol, todas las gentes que se olvidan de Dios" (Sal. 9:17). O también: "aquella persona será cortada de en medio de su pueblo" (Éx. 31:14), o "el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios" (Jn. 3:3). Y "antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente" (Lc. 13:3), y "No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre" (Mt. 7:21). O "ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios" (Ef. 5:5). Éstas son las terribles palabras de Dios. Transmite este mensaje único de una forma totalmente autoritaria.
    Nadie se atreve a intervenir y decir: "Vamos a explicar esto a la luz de lo que dijo Platón". Me da lo mismo lo que dijera Platón. He leído a Platón de vez en cuando, pero me es indiferente lo que diga cuando Dios dice: "el alma que pecare, esa morirá". Que Platón se arrodille ante la autoridad de la Palabra de Dios. Dios ha expresado su autoridad por medio de su Palabra; que no venga ningún papa a decir: "Explicaremos esta cuestión a la luz de lo que dijo el Padre tal o cual". Que el padre en cuestión guarde silencio. Pronto tendrá la boca llena de polvo. Y que todo el mundo cierre la boca cuando habla el Dios Todopoderoso. "¡Tierra, tierra, tierra! Oye palabra de Jehová" (Jer. 22:29). "Oíd cielos, y escucha tú, tierra; porque habla Jehová" (Is. 1:2).

A. W. Tozer, de su libro FE AUTÉNTICA, págs. 36-37, Editorial Portavoz

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EL ARCA DE NOÉ: DEJA VU

No es un cuento, ni una alegoría. Olvídate de la peli. No fue un desastre ecológico, sino un juicio de Dios sobre un mundo como el nuestro. Jesucristo advierte: "Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre".  ¿Cómo eran los días de Noé? Génesis 6:5 dice que "la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal". Génesis 6:11-12 nos informa: "Y se corrompió la tierra delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia. Y miró Dios la tierra, y he aquí que estaba corrompida; porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra".
    Deja vu. Esto describe el mundo de 2014. La corrupción, la violencia, la lujuria, el jolgorio y la juerga. La gente se ama a sí misma, al dinero y los placeres en lugar de Dios. Y el juicio viene pronto. ¿De qué te servirá pasarlo bien si luego lo pasas mal por toda la eternidad? Prepárate mientras puedas.
    Despierta de tu sueño placentero y engañoso. Viene la dura realidad, Dios es dueño y juez de este mundo y pronto lo verás, pero si no te preparas ahora, será tarde para salvarte. Perecerás como los que murieron en el diluvio. La Biblia dice que te espera el justo juicio de Dios, y luego...el rechazo eterno. La opinión de tus amigos será insignificante delante de Dios. Jamás les volverás a ver, porque estarás solo, sufriendo eternamente en el lago de fuego.
    ¿Cómo puedes salvarte de esto? Pues muy fácil: Entrando por la puerta del “Arca del Señor Jesús”. Jesucristo afirmó: “Yo soy la puerta; el que entre por mí entrare, será salvo” (S. Juan 10:9).
    No creas a tus amigos, pues ellos no te salvarán. La religión no te salvará. Tu santos tampoco. La filosofía no te salvará. Sólo Jesucristo puede salvarte. La Palabra de Dios pregunta: "¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?” (Hebreos 2:3).
           No demores más. Deja tu pecado, y busca a Dios mientras pueda ser hallado. ¡Se juega la eternidad! 
CTK 
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 Entrando En El Reposo De Dios
El Monte Sinaí
David Gooding

Texto: Hebreos 3-4

Un Ejemplo Espantoso
El ejemplo histórico al que el Espíritu Santo ahora nos dirige puede resumirse en pocas palabras de la siguiente manera: Los antepasados de los cristianos hebreos receptores de esta epístola, eran una vez esclavos en Egipto. Finalmente hallaron la libertad, siendo primero salvos de la ira de Dios mediante la sangre del cordero pascual; y luego libertados de la tiranía de Faraón por el poder sobrenatural de Dios. Fueron bautizados en Moisés en la nube y en el mar (1 Co. 10:2); y comenzaron a viajar hacia la tierra prometida, tierra del reposo. Pero pocos de ellos llegaron a ese destino. Se rebelaron contra el Señor de tal manera que Él juró que no entrarían en Su reposo. Y así fue: nunca entraron.
    Debemos tener doble cuidado aquí. Primero, debemos asegurar que entendemos exactamente qué es lo que el Espíritu Santo dice que falló, exactamente por qué causa nunca entraron en el reposo prometido. Y segundo, debemos ver cómo el escritor aplica la lección a sus lectores y a nosotros.
    Primero, consideraremos la afirmación llana y clara de Hebreos 3:19, “Y vemos que no pudieron entrar a causa de incredulidad”. El término es: “incredulidad”. No dice mundanalidad, descuido, falta de devoción, etc., sino incredulidad. “Sí, pero esto podría aplicarse a cualquiera de nosotros”, dicen algunos, “incluso a cualquier verdadero cristiano. Todo creyente puede ser a veces culpable de no creer. Pedro fue culpable cuando salió de la barca para andar sobre el mar e ir al Señor, y repentinamente perdió su fe y comenzaba a hundirse. Supongamos que el Señor me manda hacer algo para Él y me da una promesa para animarme, pero luego encuentro que me falta fe – no confío en la promesa. ¿No es eso incredulidad? ¿Y eso no me descalificaría de entrar en el reposo que Dios me ofrece?”
    Pues, ciertamente la incredulidad es incredulidad; pero debemos notar exactamente qué era lo que aquellos hebreos no creyeron. Lo encontramos en el 4:2, “Porque también a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva como a ellos; pero no les aprovechó el oír la palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron”. Y luego en el 4:6, “...y aquellos a quienes primero se les anunció la buena nueva no entraron por causa de desobediencia”. Estas declaraciones no podrían estar más claras; lo que no creyeron fue el evangelio. Lo escucharon; pero no les aprovechó porque nunca lo creyeron.
   
¿Qué Es El Evangelio?
    Ahora bien, si no tenemos la idea correcta de qué fue el evangelio en su caso (y qué es en el caso nuestro) tendremos dificultad para entender eso de que ellos nunca creyeron el evangelio. Nos inclinaremos a argumentar que después de todo, salieron de Egipto y fueron bautizados en Moisés. Aparentemente entonces creyeron el evangelio, o al menos parte del evangelio, porque de otro modo no habrían salido de Egipto. Solamente no creyeron las partes posteriores del evangelio, esto es, el informe de los espías (Nm. 13:27) y especialmente el informe de Josué y Caleb (Nm. 14:6-10), y así vino el desastre.
    Pero es justo aquí que cometemos un gran error. El evangelio predicado a los israelitas no consistía de dos o tres partes separadas para que pudieran creer y aceptar una parte sin necesariamente creer y aceptar las otras. Moisés no iba diciendo: “Mirad, lo principal es escaparse de la ira de Dios en la noche de Pascua, y luego escaparse de la esclavitud a Faraón en Egipto. Éste es el evangelio que Dios os ofrece. No compliquemos la cosa. Lo principal es salir de Egipto al desierto. Luego quizá os guste tomar alguno de los cursillos avanzados de Dios, tales como el caminar en comunión con Él en el desierto, y luego entrar al final en la herencia en la tierra prometida. Pero esos cursillos avanzados son opcionales. No tenéis que tomarlos si no queréis. Así que podéis decidir esto más tarde. De momento, simplemente creed el evangelio sencillo y salid de Egipto”.
    Por supuesto que no. Moisés no predicó así el evangelio, porque no hubo ninguna buena nueva así que predicar. El evangelio era que Dios había venido para redimirles; y la redención significaba ser librado de la ira de Dios mediante la sangre del cordero pascual, ser librado del poder de Faraón, ser aceptado como el pueblo de Dios, salir de Egipto, cruzar el desierto y entrar en la herencia en la tierra prometida. Fue todo un paquete o entidad indivisible. No podían creer y aceptar la primera parte pero rechazar el resto. Era todo o nada; y esto es lo que fue claramente expresado a ellos desde el principio (ver Éx. 6:6-8).
    Como sabemos, todos ellos profesaron creer el evangelio y salieron de Egipto. Pero cuando llegaron al lugar donde podían ver la tierra prometida, deliberada y persistentemente rehusaron entrar. ¿Qué demostró eso? ¿Que ellos habían creído el evangelio, pero no el resto de la Palabra de Dios? ¿O que ellos habían creído algunas partes del evangelio pero no otras partes? ¡No! Afirmar esto sería reducir la seriedad del veredicto del Espíritu Santo. Él dice que el mensaje que ellos oyeron no les aprovechó, no tuvo valor para ellos, porque ellos no lo acompañaron de fe. No creyeron el evangelio.
    Y “también a nosotros”, añade el escritor, “se nos ha anunciado la buena nueva”. Debemos asegurar que hemos entendido qué es el evangelio y que realmente lo hemos creído. Entonces tengamos mucho cuidado respecto a cómo lo presentamos a los demás. No debemos dar a la gente la impresión de que el evangelio solamente nos ofrece el perdón de pecados; y que después de esto hay algunos cursillos opcionales tales como progreso en santidad,  conformidad a Cristo al final, y entrar en nuestra gran herencia celestial. La esperanza del evangelio guardado para nosotros en los cielos es parte integral del evangelio, y los primeros predicadores cristianos solían dejar claro desde el principio este punto a sus oyentes inconversos (ver Col. 1:5). El evangelio es una entidad sola e indivisible. Lo crees todo o nada. Es cosa muy grave profesar creer el evangelio, y luego rehusar deliberada y persistentemente progresar en la senda de la santidad  ni entrar en la gran herencia guardada para nosotros “en lugares celestiales en Cristo Jesús” (Ef. 2:6). Tal comportamiento pone en duda si realmente hemos  creído el evangelio o no.

El Significado de “Desobediencia”
    Pero quizá tengas una objeción más o menos así: “Está bien que citas 3:19 y 4:2 y luego afirmas en base a estos versículos que aquellos que no entraron en la tierra prometida eran personas que no creyeron el evangelio, en otras palabras, totalmente incrédulas. Pero mira al 3:18 y 4:6; estos versículos dan otra razón. Dicen que el pueblo que no entró fue aquel que desobedeció. Y además, el 4:11 nos advierte que tengamos cuidado para no seguir su ejemplo de desobediencia. Seguramente no vas a decir que es imposible que un verdadero creyente jamás desobedezca. Todos nosotros desobedecemos al Señor a veces; y estos versículos seguramente nos advierten que un verdadero creyente podría desobedecer al Señor tan gravemente como para perder su salvación”.
    Pues, no, ciertamente no voy a decir que es imposible que un verdadero creyente jamás desobedezca. Tristemente, todos nosotros desobedecemos éste o aquel mandamiento del Señor de tanto en cuando, o bien porque desconocemos Su Palabra de modo que no sabemos que trasgredimos, o porque creemos que algunos de Sus mandamientos no son importantes, o porque la tentación o la voluntad propia nos sobrecoge y nos inunda. Además, si no nos arrepentimos de esto, conducirá a la disciplina en esta vida (ver 1 Co. 11:30-32) y pérdida de recompensa (no de salvación) en la vida venidera (ver 1 Co. 3:11-15). Esto es verdaderamente serio, y no tengo intención alguna de quitar su importancia.
    Pero de momento nuestra tarea es examinar qué clase de desobediencia es aquella a la que el Espíritu Santo se refiere aquí en los capítulos 3 y 4 de Hebreos. La palabra griega para “desobediencia” en 4:6 y 4:11 es apeitheía. Incluyendo estos dos textos, aparece un total de siete veces en el Nuevo Testamento(1).  Como verbo, apeitheo, “desobedecer”, aparece en Hebreos 3:18 y 11:31, y catorce veces más en el Nuevo Testamento, para un total de dieciséis veces
(2). El adjetivo, apeithes, “desobediente”, no aparece en Hebreos; pero sí en otros seis lugares(3) en el Nuevo Testamento. Entonces, esto da un total de veintinueve veces que aparecen el sustantivo, el verbo y el adjetivo, y ninguna vez se usa ninguno de ellos para describir la desobediencia de un verdadero creyente. Siempre cuando estas palabras son empleadas, los desobedientes son los que rechazan a Dios, rechazan Su ley, rechazan Su evangelio y rehúsan creer en Él o creer lo que Él dice.
David Gooding, de su libro Un Reino Inconmovible
continuará en el nº siguiente
Notas:
1. Ro. 11:30, 32; Ef. 2:2; 5:6; Col. 3:6; He. 4:6,11.
2. Jn. 3:36; Hch. 14:2; 17:5 (texto incierto); 19:9; Ro. 2:8; 10:21; 11:30-31; 15:31; He. 3:18; 11:31;        1 P. 2:7-8, 3:1; 20; 4:17.
3. Lc. 1:17; Hch. 26:19; Ro. 1:30; 2 Ti. 3:2; Tit. 1:16; 3:3.
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La Copa Mundial: ¿Aunque Pierdas?

Ante la enorme importancia que tantos dan al deporte y especialmente a la copa mundial, conviene advertir lo siguiente.
    Primero, al ganador de la copa y a sus fans (su fieles), la Palabra de Dios dice: “Oh vosotros que os alegráis en nada” (Am. 6:13). ¿Qué has ganado? Nada. Un trofeo que se puede comprar con poco dinero en una tienda de trofeos. Algo que se quemará porque 2 Pedro 3:10 avisa que “la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas”. Todos los trofeos se quemarán. Dios no los conservará porque no tienen valor. “¡Oh, no”, dices, “es lo que simboliza”. ¿Sí? ¿Qué simboliza? Nada eterno, nada espiritual, nada de valor duradero. En cien años nadie se acordará del trofeo ni de los ganadores, porque no tiene importancia en el gran esquema de las cosas.
    La exagerada importancia que se les da a los equipos y ganadores de trofeos, como si fuera gran cosa, cumple una profecía acerca de los postreros tiempos. 2 Timoteo 3:1-4 dice serán tiempos peligrosos, y que habrá hombres “amadores de los deleites más que de Dios”. Piensa en el tiempo, la emoción y el dinero que se gastan en la copa. Piensa en las horas gastadas delante de pantallas, mirando atentamente, emocionándose, siguiendo cada paso, cada jugada, cada partido y los rankings de cada grupo. Piensa en el dinero gastado en ropa, banderas, etc. de cada país para mostrar su afición.
    Dios dice además: “Ni en su valentía se alabe el valiente” (Jer. 9:23). ¡Pero cómo se alaban! Levantan los brazos, quitan la camisa y corren delante de sus fans, gritan con toda emoción, pavonean y se jactan de su destreza y su victoria. "¡Gooool! ¡Gol-gol-gol! ¡Golazo!" ¡Y todos piensan que son los mejores! Pero no han librado a nadie. No han establecido nada bueno duradero. No han vencido la maldad ni establecido la justicia. Sólo han ganado un trofeo, y dinero, los cuales no durarán mucho. “Su valentía no es recta” (Jer. 23:10).
    El Señor Jesucristo pregunta: “¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” Podría hacer una aplicación puntual diciendo: “¿qué aprovechará si ganare la copa mundial, y perdiere su alma?” La respuesta es: “Nada”. Luego no son ganadores, sino perdedores. La copa no tiene importancia. El alma sí. Pero la gente presta atención a la copa, se anima, pone ganas, y todo ese tiempo su alma sigue perdida. Para muchos vale más el deporte, la diversión, que su alma, que Dios y la eternidad. Su lema parece ser: "¡El fútbol, aunque me pierda!" Se cumple lo que 2 Timoteo 3:4 dice: “amadores de los deleites más que de Dios”. Amós 6:7 advierte: “se acercará el duelo de los que se
entregan a los placeres”. Amigo, estás en sobreaviso. ¡El fin viene!

Segundo, a los que profesan ser creyentes, la Palabra de Dios dice: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (1 Jn. 2:15). Lo triste es que en nuestros tiempos los llamados cristianos aman al mundo y sus cosas, y no ven nada malo en ello ni aceptan corrección. Bien pregunta el Señor Jesucristo: “¿Por qué me llamáis Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lc. 6:46). Es hora de arrepentirnos y hacer una buena limpieza en nuestras vidas y nuestras congregaciones. “Limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Co. 7:1).
    A ti que llamándote creyente has seguido el mundial con tanto interés, te invito a considerar honestamente tu respuesta a las siguientes preguntas. No como si respondieras a mí, porque no soy tu juez, sino como respondiendo al Señor.
    ¿Miras tan atentamente la Palabra de Dios? ¿La lees, estudias y meditas con gran interés y ganas?
    ¿Inviertes más tiempo en la Palabra de Dios y la oración que en el fútbol? “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos” (Ef. 5:15-16). Calcula todas las horas que has gastado hablando del mundial, mirando los partidos, leyendo artículos acerca de los equipos y partidos, etc. Entonces, ¿puedes decir que dedicas, no el mismo tiempo, sino más, a la Palabra de Dios y la oración? ¡Ellas son infinitamente más importantes! Cuidado, no digás “sí” con tu boca si no lo estás diciendo con tu vida.
    ¿Te emociona la Palabra de Dios, más que el fútbol? Salmo 119:97 dice: “¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación”.  ¿Puedes decir lo mismo a Dios? ¿Tienes ganas de leerla? ¿Ella te alegra? Salmo 119:162 declara: “Me regocijo en tu palabra como el que halla muchos despojos”. Jeremías 15:16 dice: “Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón”. ¿Qué les emociona a los del cielo? Lucas 15:10 dice que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente. En Apocalipsis 12:10-12 se alegran de la victoria sobre el diablo. En Apocalipsis 18:20 se alegran sobre el juicio de la gran Babilonia. Aparentemente en el cielo no siguen los deportes.    
    ¿Gastas dinero en libros para ayudarte a estudiar la Palabra y entenderla? ¿Cuánto gastas en el fútbol, en aparatos para ver el mundial, y tambien en juegos de x-box o playstation y horas pasadas mirando y jugando? Tu uso del dinero y el tiempo manifiesta tus valores e intereses. ¿Qué clase de creyente eres realmente?
    ¿Conoces los libros de la Biblia, los grandes personajes y las doctrinas de Dios mejor que conoces los equipos y sus jugadores? ¿Conoces a los patriarcas y profetas de Dios en el Antiguo Testamento? ¿Conoces a los reyes buenos del pueblo de Dios? ¿Conoces a los valientes de David? ¿Conoces a los héroes de la fe y sus hazañas en Hebreos 11? ¿Tu vida y tus intereses demuestran que valoras lo eterno sobre lo temporal?
    ¿Dedicas más tiempo a ganar almas, que a seguir la copa? ¡Piensa en el valor de un alma! Es mejor ganar almas que partidos y trofeos. “El que gana almas es sabio” (Pr. 11:30). ¿No lloras porque los que ganan la copa están igualmente perdidos como antes, y su fin es la perdición? Los trofeos y honores de este mundo son de muy poco valor. Dí al mundo y al mundial como Daniel dijo al rey Belsasar: “Tus dones sean para ti, y da tus recompensas a otros” (Dn. 5:17). Cultivemos un santo desdén por los honores del mundo.
    Analiza por ejemplo cuánto tiempo recientemente has pasado mirando el fútbol, pensándolo, hablando de eso, y cuánto tiempo durante esas mismas fechas has dedicado a la Palabra de Dios, el evangelio, la oración y la comunión de los santos. Si no sale la cuenta grandemente y sobremanera a favor de Dios, tienes de qué arrepentirte. A Dios lo primero y lo mejor. ¿Qué clase de cristiano blandengue y extraviado eres que no tienes ganas de las cosas de Dios como las tienes de las cosas del mundo, sea el deporte o cualquier otra cosa? C. T. Studd era un gran deportista que renunció el deporte con toda la fama y ganancia que podía haber tenido, y dedicó su vida a predicar el evangelio. El escribió: “Sólo una vida, pronto pasará. Sólo lo hecho para Cristo durará”.
    La iglesia en Laodicea no era ni fría ni caliente. Cristo la vomitó de Su boca (Ap. 3:16). ¿Qué tendrá que hacer con las iglesias hoy en día, dedicadas a los placeres, llenas de personas que aman los deleites y no aman a Cristo sino a todo lo que hay en el mundo? No, hermanos míos, no hay lugar para cristianos de doble corazón, es decir, con un pie en el mundo y otro en la iglesia, ni mucho menos para los que aman y se emocionan por las cosas del mundo. No te confundas, no lo prohibo yo, porque ¿quién sería yo para hacerlo? ¡Lo prohibe Dios!

     Alguien preguntará: "¿Entonces es malo el ejercicio?" Claro que no. "El ejercicio corporal para poco es provechoso" (1 Ti. 4:8). No dice "para nada", pues tiene beneficio a corto plazo. Y a muchos les hace falta. Pero mirar partidos en la pantalla o en el estadio no es ejercicio. No tiene nada que ver. Otro dirá, "Pero Pablo habló a los corintios de "los que corren en el estadio" (1 Co. 9:24)". Claro, ¡pero él no era uno de ellos! Con eso ilustraba cómo debemos dedicarnos a la vida de piedad y servir al Señor, ¡no al deporte!
    Así que, los que realmente somos creyentes, y no falsos hermanos, demostrémoslo. Que todos vean nuestro amor ferviente a Cristo. Dediquémonos a ganar algo más importante que una miserable y vanagloriosa copa de chatarra que pronto se quemará. En Filipenses 1:21 el apóstol declaró: “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia”. Pablo declaró al jóven Timoteo: “Gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento” (1 Ti. 6:6). El Señor quiere que todos, jóvenes y adultos, nos esforcemos y nos ejercitemos para la piedad. En Filipenses 3:8 Pablo dijo: “Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo”. ¡Eso es ganar! En el versículo 17 dijo: “Hermanos, sed imitadores de mí”. Esto es para nosotros – no sólo saber o estar intelectualmente de acuerdo, sino también seguir el ejemplo de Pablo. Y algunos padres y hermanos en lugares de responsabilidad en la congregación debemos pensar en qué ejemplo damos con nuestras vidas, porque si no podemos decir: “imitadme”, estamos fallando. Debemos dar ejemplo de amor a Cristo, la Palabra de Dios, los santos y las almas perdidas. Debemos demostrar la importancia de lo eterno sobre lo temporal. Hay que hacer más que hablar; hay que marcar pauta. Despeguémonos de la pantalla y pongámonos pegados a la Palabra, atentos y emocionados por lo que ella nos dice. Desechemos de nuestra mente a los jugadores y equipos, para llenarla de Cristo, “en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Col. 2:3). Entonces no resultará difícil hablar de Él, porque “de la abundancia del corazón habla la boca” (Mt. 12:34). Tener a Cristo, andar con Cristo y vivir para Cristo es ganar. Todo lo demás es perder.
Carlos Tomás Knott, junio 2014


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¿Son Inocentes Los Niños?
El 28 de diciembre los católico-romanos celebran “el día de los santos inocentes”, para conmemorar la matanza ordenada por Herodes de todos los niños menores de dos años en Belén. La Iglesia los llama “santos inocentes”. ¿En qué sentido puede considerarse una persona inocente?
    Por ejemplo, si uno es llevado a juicio y acusado de un crimen que no cometió, debería ser declarado “inocente” al final, y deben dejarlo en libertad. En Génesis 20:4 Abimelec preguntó: “Señor, ¿matarás también al inocente?” En Éxodo 23:7 Jehová manda: “no matarás al inocente y justo”. En estos y otros textos parecidos la idea es que son inocentes de haber cometido cierto pecado o crimen. Pero si un niño de cinco, ocho o diez años dice que no es pecador todavía porque según él: “soy un niño inocente”, ¿cómo le responderías? Seguramente sus padres quisieran que fuera así, y se oye esta clase de cosa porque seguramente así fueron enseñados. Si quiere decir con “inocente” que no tiene conocimiento de ciertos pecados o que no ha cometido ciertos pecados, estamos de acuerdo. Los niños deben gozarse de esa dicha, de desconocer muchos de los hechos y palabras pecaminosos que contaminan el mundo. Pero según la Palabra de Dios, nadie es inocente del pecado, sea niño o adulto, pues es la naturaleza misma del ser humano desde la caída de Adán y Eva. El diccionario define “inocente” así: “libre de culpa; que carece de malicia”. Pero la Biblia declara: “...todo el mundo quede bajo el juicio de Dios”, en otras palabras, todo el mundo es culpable ante Dios.
    Solemos llamar la primera dispensación la de “Inocencia”, porque en aquel tiempo del principio, Adán y Eva fueron creados sin el conocimiento del pecado. Lo ignoraban, y eran inofensivos. No habían cometido pecado. No eran malos, pero tampoco eran santos. El único que nació “santo” es el Señor Jesucristo (Lc. 1:35).
    Pero, esa condición de inocente se perdió para siempre cuando pecaron, y de ahí en adelante toda persona nace pecaminosa, no inocente. No vemos en la Biblia que haya edad ni estado de inocencia delante de Dios. Dice la Escritura: “Todos pecaron”, no “todos los adultos pecaron pero los niños son inocentes”.  Cuando el Señor Jesucristo describe el corazón humano en Marcos 7:20-23, dice que está contaminado con el pecado y que “todas estas maldades de dentro salen”. La palabra “hombre” no significa “adulto”, pues es de la palabra griega “anthropos” que significa “ser humano”. Todo ser humano tiene un corazón contaminado con el pecado, una naturaleza pecaminosa. Es cierto que ciertos pecados no se han manifestado, de acuerdo, pero el Señor dice que todas estas maldades están en el corazón. Desde la caída de Adán y Eva, toda la raza humana tiene un corazón que es manadero de pecado.
    El hecho de que los niños no matan ni cometen otros pecados “groseros” no es porque sean inocentes, sino más bien ignorantes, y también porque el fruto del mal que hay en ellos desde su concepción no ha madurado; no está muy desarrollado. Cuando tienes en tus brazos un niño pequeño, precioso e inofensivo, casi le tienes envidia, porque ni siquiera conoce toda la maldad y el dolor que hay en este mundo arruinado por el pecado. Sus preocupaciones son simplemente comer, beber y estar cómodo, y ¡qué feliz está en los brazos de sus padres! Da pena pensar que antes de que pase mucho tiempo todo esto cambiará. Pero uno diría: “¿Cómo puede ser pecador algo tan chiquitín e indefenso?” Si dejamos que nuestros ojos, sentimientos y lógica nos engañen, diremos que el niño es inocente. Pero escucha lo que Dios dice: “Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 S. 16:7). Como vimos en Marcos 7:20-23, el Señor no mira la apariencia externa, sino el corazón, y allí ve el pecado y la contaminación, no la inocencia.
    Un árbol naranjo lo es desde el principio. Lleva en su interior, en su composición, todo lo necesario para producir naranjas. Si lo arrancas antes de que produzca naranjas, arrancas a un naranjo. No cambia la naturaleza del árbol, sino el desarrollo del fruto. De igual modo el ser humano es pecaminoso, no inocente, desde su concepción, en su naturaleza.  Su naturaleza es pecaminosa y mala. Lleva en su interior todo lo necesario para cometer pecados. No hay ser humano que no sea pecador. La Biblia dice:

Sal. 51:5 “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre”.
    · David reconoce la condición natural del ser humano, que desde su concepción, cuando es formado en el vientre de su madre, ya viene contaminado por el pecado, lo sepa o no.

Sal. 58:3 “Se apartaron los impíos desde la matriz; se descarriaron hablando mentira desde que nacieron”.   
· no son inocentes en ningún momento, pues son “impíos” y descarriados por naturaleza.

Mr. 7:20-23 “...Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre”.
    · la maldad está entretejida en la fibra del corazón humano, cada uno que nace tiene un corazón malo y capaz de cometer los pecados nombrados aquí. Es una tierra sembrada con maldad, y unas semillas brotan, florecen y dan fruto antes que otras, pero todas están allí. El texto habla de los seres humanos, no sólo de adultos, sino de “antropos” (griego: “humano, genéricamente incluye todo ser humano”).

Ro. 3:10 “Como está escrito: No hay justo, ni aun uno”.  (véase Ecl. 7:20)
    · Ni siquiera un niño. Si hubiera un niño no pecador, habría justo, pero no lo hay.

Ro. 3:12 “Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles”.
    · No dice: “todos los adultos” – pues se trata de la raza humana entera: espiritualmente desviada e inútil.

Ro. 3:23 “todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios”.
    · No dice: “todos los adultos” ni “todos menos los niños”. Se refiere a todo ser humano sin excepción.

Ro. 5:12 “el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”.
    · la imputación del pecado de Adán a todo ser humano porque él actuó como cabeza de la raza .
    · todo ser humano es pecaminoso por naturaleza, y esto es punible, condenable.

1 Co. 15:22 “en Adán todos mueren” .
    · Esta expresión encierra todos los descendientes de Adán, todos los seres humanos, sean niños o adultos.

Ef. 2:1-3 “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás".
    · Este último describe la raza humana, la condición natural de todo ser humano. En estos textos no se trata de adultos, sino de los seres humanos, todos los descendientes de Adán. Que sean ignorantes acerca de ciertos pecados, no cabe duda, pero la Biblia no dice que sean inocentes.   
    A nuestro juicio no es aconsejable pensar y hablar así acerca de la “inocencia” de los niños. Pueden parecernos inocentes, porque sólo miramos lo de fuera, como 1 Samuel 16:7 nos recuerda, "pero Jehová mira el corazón". Él que mira el corazón dice que no hay bueno, ni siquiera uno. ¡Hasta los bebés pueden mentir y engañar, y aprenden pronto a hacerlo! Manifiestan enojo y desconformidad. Se retuercen, tienen berrinche, se niegan a hacer lo que deben, y demandan cual egoístas la atención y los mimos.
    Más adelante, manifiestan la rebeldía latente en todo pecador. Dicen que “no” y plantan cara. No vienen cuando se les llama. No hacen caso de la palabra de sus padres: “párate”, “ven”, “recoge esto”, “no lo tires al suelo”, “no lo toques”, “siéntate”, “cállate”, “cómelo”, etc. Si hacen algo que no deben, son capaces de decir que no lo hicieron, e incluso de señalar a otros como culpables. Pueden actuar egoístamente, no queriendo compartir, y con envidia, deseando tener lo que es de otros. Algunos se enojan de tal manera que incluso dejan de respirar, para rendir a los demás y salirse con la suya. Se pueden poner tristes o enojados y no hablar, ni jugar ni comer, si no se les dejan hacer lo que quieren. Y hay mucho más, pero estas son muestras del comportamiento pecaminoso de los pequeños. Salen de la cama cuando tienen que estar acostados, y si se les ve, dicen que tienen sed o tienen que ir al baño aun cuando no es así. Se inventan excusas para hacer lo que quieren. Son capaces de armar una mini guerra en la mesa porque no quieren comer algo. A algunos les gusta el protagonismo, el dominar la conversación, y no soportan el tener que callarse y escuchar. Quieren estar en el centro de la atención. Todos estos son más que “pequeños defectos de seres humanos”; son pecados. Los niños son pequeños pecadores, no inocentes. Son inocentes de homicidio y cosas así, claro, pero no son inocentes del pecado y lo manifiestan sobradamente. Cualquiera que ha criado hijos sabe que esto es verdad. Luego, andando el tiempo, estos “pecados de pequeños” se cambiarán en pecados de adultos – puede ser distinto el “tamaño” o “color” o “forma”, pero es el fruto malo, el pecado. Está allí desde la concepción, sólo que se manifiesta de diferentes maneras en diferentes etapas de la vida.
    “La necedad está ligada en el corazón del muchacho; mas la vara de la corrección la alejará de él” dice Proverbios 22:15. Los niños, como el resto de los seres humanos, tienen la necedad “ligada en el corazón”. Marcos 7:20-23 habla de lo que está en el corazón humano y va saliendo de ahí. El mal está en el interior del ser humano, no en la sociedad. No lo tiene que aprender de otros, pues todas las semillas de la maldad yacen ya en su propio corazón. Todo ser humano tiene un corazón pecaminoso, tenga la edad que tenga.
    La Palabra de Dios dice que “todos” deben arrepentirse para ser salvos (Hch. 17:30; 2 P. 3:9). Esto no excluye a nadie. Algunos preguntan de qué tendría un niño que arrepentirse. Parecen increíblemente ingenuos, o tal vez hacen acepción de personas con los niños. ¡Los que así preguntan dan la impresión de que no han criado hijos! Lee otra vez los párrafos y las Escrituras anteriores, porque hay bastante.
    Un texto que se suele citar a favor de la inocencia de los niños es Isaías 7:16, “Porque antes que el niño sepa desechar lo malo y escoger lo bueno, la tierra de los dos reyes que tú temes será abandonada”. Es cierto que los niños crecen y llegan a un punto de reconocer lo malo y lo bueno. Pero esto no quiere decir que sean inocentes, sino más bien ignorantes, como antes señalamos. Cuando un niño cree que es inocente, está en error, porque o ignora o no quiere reconocer lo que hay en su corazón. Uno puede ser inocente de haber cometido ciertos pecados, pero no es inocente de ser pecador. Sólo el Señor Jesucristo no fue pecador.
    Otro texto citado a menudo es Mateo 19:14, “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos”.  Esto no quiere decir que los niños estén todos en el reino de los cielos, ni que el Señor les haya aceptado y salvado a todos. Esto sería el universalismo, porque todo descendiente de Adán y Eva ha vendio al mundo como infante y ha sido niño. Los niños no son automáticamente salvos, porque eso significaría que se puede perder la salvación. Los adultos impíos y  perdidos, eran una vez “del reino de los cielos” cuando eran niños, según esa interpretación. Entonces, ¿hemos de creer que por ser niños, se salvan, pero cuando se gradúan de la niñez, de repente están perdidos? No, hermanos, Dios no da vida provisional, temporal ni condicional, sino vida eterna. Cuando uno es salvo, lo es para siempre.
    Entonces, ¿qué significa el texto? Hay que tomar en cuenta otro texto que habla de lo mismo, esto es, Mateo 18:3, “De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”. El Señor hablaba con adultos. ¿Qué deseaba, que se volvieran atrás en años y fuesen bebés o niños otra vez? No, porque si nos fijamos, usa la palabra “como”. Es un símil, una comparación. La sencillez y disposición a confiar que tienen los niños es lo que el Señor busca en los adultos. Que no vengan con argumentos complicados, filosofías, malas sospechas metidas en su cabeza por terceros, malicia, etc. sino sencillamente oyendo y creyendo lo que el Señor les dice. Así es cómo entrar por fe, y somos salvos por gracia por la fe, no por ser físicamente niños. En 1 Corintios 14:20 Pablo dice a los corintios: “sed niños en la malicia”. A los romanos escribe: “quiero que seáis sabios para el bien, e ingenuos para el mal” (Ro. 16:19).
    En el Salmo 25:7 David dice: “De los pecados de mi juventud, y de mis rebeliones, no te acuerdes”. Nosotros recordamos su pecado de adulto con Betsabé, pero él se acordaba de otros pecados de cuando era joven, y de rebeliones que no son nombrados. ¿Para qué hablar así si era inocente en aquel entonces? A veces cuando somos mayores nos damos cuenta de algunos de nuestros pecados como niños o jóvenes, y sentimos vergüenza. Pero estas cosas eran pecados cuando las hicimos, y no éramos inocentes entonces, sino culplables aunque tal vez ciegos, endurecidos, confundidos o ignorantes. No obstante, el pecado es pecado, lo sepamos o no, porque el Dios santo y justo lo sabe.
    2 Timoteo 3:15 dice: “y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús”. Luego los niños necesitan ser hechos sabios para la salvación. No nacen inocentes. Uno de los trabajos de sus padres es en amor ayudarles a saber que son pecadores. Cuando pecan de actitud, palabra, hecho u omisión, debemos amarles lo suficiente para hacerles saber que esto es pecado y desagrada a Dios. Es la parte de la educación de los niños que falta en muchos hogares.
    “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”, oró el Señor acerca de los adultos que le crucificaron. Los niños y los adultos pueden hacer cosas malas sin saber lo que hacen, pero todavía necesitan el perdón. Es bueno permitir que los niños tengan una niñez sencilla y feliz, sin exponerles a toda la maldad que hay en el mundo. Sin embargo, debemos enseñar a los niños la verdad, que son pecadores, no son inocentes, la maldad está en su corazón si bien no todavía en muchos de sus hechos, pero que Dios les ama y desea salvarles. Deben arrepentirse y creer el evangelio, igual como todos los demás. Hermanos, no hay dos evangelios – uno para niños y otro para adultos. El Señor mandó a Sus discípulos a predicar el evangelio “a toda criatura”. Entonces, no confundamos a un niño ni pongamos tropezadero delante suyo haciéndole creer que es inocente como sin pecado, cuando deberíamos enseñarle que es el pecador por quien el Señor Jesucristo murió en la cruz.
    Desde el tiempo del primer pecado y la caída de Adán y Eva, el único completa y verdaderamente inocente es el Señor Jesucristo, pues así le describe Hebreos 7:26, “Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos”.



Carlos Tomás Knott
julio 2013