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jueves, 30 de septiembre de 2021

En Esto Pensad -- octubre 2021


 CUANDO MUERE UN CREYENTE

William MacDonald

“...los que durmieron en él” (1 Tesalonicenses 4:14).

    ¿Cómo debemos reaccionar cuando uno de nuestros seres queridos muere en el Señor? Algunos cristianos se derrumban emocionalmente. Otros, aunque afligidos, son capaces de sostenerse heroicamente. Todo depende de cuán profundamente estemos arraigados en Dios y hasta qué punto nos hayamos apropiado de  las grandes verdades de nuestra fe.
        En primer lugar, debemos ver la muerte desde el punto de vista del Salvador.  Es una respuesta a lo que Él oró en Juan 17:24, “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria...” Cuando nuestros seres queridos van a estar con Él, Él ve el fruto de Su aflicción y queda satisfecho (Is. 53:11). “Estimada es a los ojos de Jehová la muerte de sus santos”  (Sal. 116:15).
        En segundo lugar, debemos tomar en consideración qué significa la muerte para aquel que la experimenta. Se le permite ver al Rey en Su hermosura. Es librado para siempre del pecado, la enfermedad, el sufrimiento y las penas. Es arrebatado de la aflicción (Is. 57:1). “Nada se compara con la partida de un santo de Dios ...llegar a la casa del Padre, dejar atrás aquellos viejos terrones de lodo, ser libertado de la esclavitud de lo material, recibido por la innumerable compañía de ángeles”. Ryle escribió: “En el mismo momento en que los creyentes mueren, entran al paraíso. Han peleado la batalla, su contienda ha terminado. Por fin tocan el otro lado de ese valle tenebroso por el que un día hemos de caminar. Desembarcan en la otra orilla de ese oscuro río por el que algún día tenemos que cruzar. Han bebido esa última copa amarga que el pecado ha mezclado y preparado para el hombre. Han llegado a aquel lugar donde la pena y el gemido ya no existen más. ¡Ciertamente no debemos desear que regresen otra vez!  Es por nosotros mismos y no por ellos que tenemos que llorar”. La fe se apropia esta verdad y se fortalece como árbol plantado junto a corrientes de aguas.
        Para nosotros, la muerte de un ser querido va acompañada de tristeza. Pero no debemos entristecernos como los demás que no tienen esperanza (1 Ts. 4:13). Sabemos que nuestros seres queridos están con Cristo, lo que es muchísimo mejor. Sabemos que la separación es tan sólo por un poco de tiempo. Después nos reuniremos en las laderas de la tierra de Emanuel, y nos volveremos a ver en mejores circunstancias que en las que nos conocimos aquí abajo. Esperamos con ansia la venida del Señor cuando los muertos en Cristo resucitarán primero, luego nosotros los que vivamos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para salir al encuentro del Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor (1 Ts. 4:16,17). Esta esperanza hace la diferencia.
        El consuelo de Dios no es demasiado pequeño (Job 15:11). Nuestra tristeza está mezclada con gozo, y nuestro sentido de pérdida está más que compensado con la promesa de una bendición eterna.

del libro DE DÍA EN DÍA, CLIE

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 “CIERTAMENTE MORIRÁS”


La muerte no es una teoría, sino una triste realidad bien conocida en todo el mundo. Ha causado temor, dolor y lágrimas, separación, pérdida y tristeza en todo el mundo. Muchos filosofan sobre la muerte, y algunos quisieran ignorarla, pero todos mueren. Alguien dijo que la muerte es el igualatorio divino, porque anivela toda raza y clase humana, todo rango social y económico. La gran pregunta no es “¿moriremos?” ni siquiera “¿cuándo o cómo?” sino “¿por qué morimos?” Se suele decir filosóficamente que es simplemente parte natural del ciclo de la vida: nacemos, vivimos, morimos.
    La ciencia y la medicina pueden posponer a veces la muerte, pero no pueden pararla. Los forenses pueden explicar la causa de la muerte – que es porque para el corazón, o porque se asfixia, o por trauma de un golpe fatal, por hemorragia interna, etcétera. Emplean términos médicos o biológicos. Hasta allí llegan, y no más. Sus consejos, medicinas y operaciones pueden alargar la vida un poco, pero moriremos. Se oye decir: “De algo hay que morir”, pero la cuestión es, ¿por qué? Pero la Biblia da la historia y el origen de la muerte, la razón de ella, y la presenta desde el punto de vista de Dios el Creador. No había muerte en el mundo perfecto que Él creó. Todo era “bueno en gran manera” (Gn. 1:31). La muerte entró después, pero ¿por qué y cómo?
    La primera vez que la Biblia menciona la muerte, sale de la boca de Dios en Génesis 2, cuando dijo a Adán: “mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Gn. 2:17). Incluye, pero es más que la muerte física. Génesis 5 da amplio testimonio de la muerte física. Es llamado el cementerio de Génesis, o el campanario de la muerte, porque se repite la frase: “y murió”. El libro de Génesis – orígenes – que comienza con vida en Edén, termina “en un ataúd en Egipto”, porque intervino el pecado de incredulidad y desobediencia, con sus amargos frutos.
    Esto sigue por toda la Biblia – pecado y muerte. Porque como Dios advirtió a Adán en Génesis 2:17, “ciertamente morirás”. De ahí que la Palabra de Dios afirma que “está establecido para los hombres que mueran una sola vez” (He. 9:27). “El alma que pecare, ésa morirá” (Ez. 18:4), porque “la paga del pecado es muerte” (Ro. 6:23). Los cementerios en todo el mundo testifican que la Palabra de Dios dice la verdad, pero eso solo es la primera muerte.
    Se puede morir dos veces. Hebreos 9:27 avisa de la muerte física, y dice: “y después de esto el juicio”. Podríamos decir que la muerte física solo es paga y señal de la gran, eterna y penosa segunda muerte. Los muertos serán juzgados, porque su fallecimiento físico no satisface la justicia divina. La segunda muerte viene después del juicio del gran trono blanco que Apocalipsis 20:11-15 describe. Los muertos inconversos serán resucitados, estarán de pie ante Dios, cada uno será juzgado por sus obras, condenado y lanzado al lago de fuego. “Ésta es la muerte segunda” (Ap. 20:14-15), y es eterna. “Los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Ap. 21:8). Es eterno el cielo, y eterno el infierno. “Una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quisieren pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá” (Lc. 16:26).
    Aquí hay una lección sabia y sobria. Eclesiastés 7:2 aconseja: “Mejor es ir a la casa del luto que a la casa del banquete; porque aquello es el fin de todos los hombres, y el que vive lo pondrá en su corazón”. Esto es cierto, pero aún Salomón, en sus años de desvío, al considerar la muerte concluyó que la vida es vanidad. Cuando pensó y escribió así por su cuenta, omitió parte de la verdad. Hay mucha vanidad y vanagloria en el mundo, pero no todo es así.
    No es vana la vida de los que creen en el Señor Jesucristo y buscan el reino de Dios y Su justicia. El inspirado apóstol Juan nos comunica el mensaje celestial: “Oí una voz que desde el cielo me decía: Escribe: Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen” (Ap. 14:13). Hablando de la resurrección que espera a los creyentes, Pablo escribe: “Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano” (1 Co. 15:58).

Carlos
del libro Pena de Muerte, Libros Berea

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La Recompensa de los Fieles

El profeta Elías dijo: “sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida” (1 R. 19:10, 14). Dios no le dijo “pobrecito”, sino: “yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron” (1 R. 19:18).
El profeta Elías había gastado su vida en sacrificio vivo, sirviendo a Dios. Tuvo que ir contra la corriente popular para ser fiel a Dios, y Dios le sostuvo pese a las dificultades y la oposición. Pero aunque era fiel, solo era un hombre, y en ese momento sentía la soledad, enemistad y falta de apoyo, y estaba desanimado por la aparente falta de resultados. Luego el Señor le declaró que Él, no Elías, haría que quedaren en Israel siete mil fieles. ¿Fueron éstos en parte el resultado de ver el coraje y la fidelidad de Elías? Si estás desanimado, sigue adelante. Recuerda que hay mucho que no sabemos acerca de cómo Dios ha estado obrando por medio nuestro. Quizás no nos permite ver esos frutos para mantenernos humildes y dependientes de Él. Recibiremos galardón en el cielo, no aquí. Así que, lo que nos toca en esta vida es ser fieles hasta el fin. “Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano” (1 Co. 15:58). 

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¿Morirás Bien?

Una Meditación Sobre La Muerte Que Se Avecina

por Donald Norbie (1923-2017)


Moisés dijo en su salmo: “Los días de nuestra edad son setenta años; y si en los más robustos son ochenta años, con todo, su fortaleza es molestia y trabajo, porque pronto pasan, y volamos” (Sal. 90:10). Un himno dice: “Nuestra vida acabará, cual la hoja caerá”. Comparado con la eternidad, nuestra vida es un puntito minísculo en la pantalla del tiempo. Durante 2004 murió una señora a los 115 años de edad, y dijeron que era la mujer más vieja en los Estados Unidos. Antes de morir, dijo: “Morirse es difícil. ¡Espero hacerlo bien!” No se sabe si era cristiana o no. Hace años que Kenneth Hildebrand compuso una canción en la que dijo: “Si vivo bien, ¡alabado sea el Señor! Si muero bien, ¡alabado sea el Señor!”
    Es posible morir bien, en paz con Dios y los hombres, sabiendo que durante su vida uno ha hecho la voluntad de Dios. El apóstol Pablo escribió al final de su vida: “Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe”(2 Ti. 4: 6-7). Fue ejecutado en Roma por su fe, probablemente le decapitaron. Suya fue una entrada triunfante en la gloria del cielo. Pablo murió bien.
    El predicador en Eclesiastés declaró: “Mejor es la buena fama que el buen ungüento; y mejor el día de la muerte que el día del nacimiento” (Ecl. 7:1).  Los padres se gozan en el nacimiento de su pequeñito. Es una vida nueva, vigorosa, radiante con esperanza. Pero, ¿quién sabe como resultará esa vida? Puede que aquel bebé, al crecer, confíe en el Señor y viva una vida productiva, en feliz matrimonio y sea bendecido con hijos. Pero también es posible que tome otro camino, sea rebelde, rechace a Dios y desprecie a sus prójimos. Puede morir joven, habiendo malgastado su vida. Recuerda los últimos días de Sansón, después de haber juzgado a Israel veinte años. El comienzo de la carrera es importante y emocionante, pero el final de la carrera es lo que determina quién corrió bien. El día de la muerte es más importante que el día del nacimiento. Entonces se conocerá la calidad de la vida de esa persona. ¡Cuán importante es vivir sabiamente!

Una Muerte Segura

    Considera bien las palabras de Pablo: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Ti. 4:7-8). Aunque afronta la muerte, rebosa confianza. Es un clamor de triunfo. Triunfó en la lucha contra el diablo, la carne y el mundo. Había sido una batalla larga y recia, pero la ganó. Su vida era una carrera de maratón, y le eran necesarios concentración y fuerte perseverancia. Pablo corrió bien y terminó la carrera. No claudicó en la verdad de Dios. Pudo exhortar a Timoteo: “Retén la forma de las sanas palabras que de mí oíste, en la fe y amor que es en Cristo Jesús” (2 Ti. 1:13). Una vida triunfante es una vida fiel al Señor y a Su Palabra. ¿Podremos terminar la vida en triunfo como Pablo?

Prepárate Para Morir

    Desde el día de tu nacimiento debes preparar para el día de tu muerte. Escuché a un anciano rogando encarecidamente a los jóvenes a dedicarse al Señor temprano en la vida. Dijo: “No desperdicies tu vida. No esperes hasta la vejez para comenzar a servir a Dios. La vejez es un tiempo de deterioro de salud, energía y visión. Escoge sabiamente en tu juventud para que vivas una vida fructífera y significativa”. ¡Buen consejo! En la vida sabia habrá metas sabias. La decisión de poner a Dios en primer lugar en tu vida es la más importante decisión que harás después de la conversión. Afectará para bien todas las demás decisiones. Si determinas amar a Dios por encima de todo, esto te guiará a consagrarte a Él, no contaminarte en el mundo, y buscar cómo servirle. Pablo implora a los creyentes: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Ro. 12:1-2).
    Una vez en un encuentro un joven se me acercó después de la reunión y dijo: “Tío Donald (así le llamaron) hace años que creo en el Señor para salvación, pero siento que realmente no me he consagrado a Él. Quiero hacerlo ahora”. Oramos juntos y él derramó su corazón delante de Dios. Después, durante más de cuarenta años su vida ha sido una bendición al pueblo de Dios. Esa decisión dio rumbo bueno a su vida hacia Dios y las cosas del Señor.  
    Esa decisión te guiará a una vida disciplinada. Comenzarás a ver que la vida es preciosa y no debe ser desaprovechada. Hay que rechazar y evitar todo lo que estimularía a las tendencias pecaminosas en ti. Debes actuar sin misericordia en esto, y eliminar el contacto con cualquier cosa que despierta o provee para los deseos de la carne (Ro. 13:14). Debes someter tu vida interior de los pensamientos al control de Cristo (2 Co. 10:5). El pecado comienza en los pensamientos y los deseos (Stg. 1:14-16).
    En la vida disciplinada programarás tiempos regulares para leer, meditar y estudiar la Palabra de Dios, y para orar. No hay atajos para la espiritualidad y la madurez. Amar a Dios es amar Su Palabra. En la vida disciplinada aprovecharás sabiamente el tiempo. Habrá que escoger lo mejor antes que lo bueno. Un buen libro de agenda podría ayudarte. Siempre deben tener prioridad las cosas de Dios. Cada día se presentarán oportunidades que no debes perder. Para una vida sana debes apartar tiempo para ejercicio y relajamiento, pero no en demasía. “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor” (Ef. 5:15-17).
    Una vida piadosa será marcada por una buena conciencia. “Pues el propósito de este mandamiento es el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida” (1 Ti. 1:5). Para mantener una buena conciencia debes confesar y apartarte de todo pecado. Debes guardarte sin mancha del mundo (Stg. 1:27). Para morir bien, debes mantener pura tu conciencia. “Consérvate puro” (1 Ti. 5:22). Un espíritu perdonador también es vital para la salud espiritual y la bendición. Un espíritu resentido y no perdonador amargará tu vida y contaminará a otras personas (He. 12:14-15). Es seguro que durante los años de tu vida serás a veces ofendido por otros y también ofenderás. Necesitamos el perdón del Señor y de los demás, y también debemos perdonar, como Dios nos perdonó (Ef. 4:32). Para eso son necesarios la humildad, el arrepentimiento y la confesión. Es triste ver a un creyente llegar al final de su vida con un corazón cargado de amarguras.
    Para vivir y morir bien, debes aceptar tu situación en la vida. Pablo lo expresó así: “He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación” (Fil. 4:11). En ese momento Pablo estaba preso en una cárcel en Roma, esperando un juicio.  Algunas personas siempre parecen infelices y quejosas de su trabajo, el clima, la iglesia, y casi cualquier cosa. Con la vejez llegarán algunas limitaciones físicas que son difíciles de aceptar, la sordera, problemas con los ojos, poca energía y muchos achaques y dolores. Quizás antes de la vejez tendrás una minusvalidez o discapacidad. Será difícil no mirar con envidia a los que tienen más salud. No es fácil someterse a las pruebas de la vida y aceptarlas como de la mano del Señor. Pero si resientes y lamentas tu situación, solo sufrirás más.  Siempre hay otros cuyas circunstancias son peores. Recuerdo a un hombre en una silla de ruedas que dijo: “Estoy tan agradecido que puedo usar mis brazos. Si me hubiera herido más arriba en la columna, estaría totalmente paralizado”. Su vida destacó la gratitud. Para morir bien, debes aceptar las circunstancias de la vida y reconocer que Dios está obrando a tu favor, para tu bien y Su gloria (Ro. 8:28).  Y la gloria celestial está adelante. El apóstol mismo declara: “pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor” (2 Co. 5:8).  
    Aprovecha la gracia de Dios y comienza temprano en la vida a escoger bien, a tomar decisiones sabias en vista de la eternidad. Entonces, si el Señor no viene antes, morirás bien, ¡triunfantemente!
 
p.d. El amado hermano Norbie murió bien, y por su vida de fiel servicio dejó ejemplo que seguir, gracias a Dios. “Estimada es a los ojos de Jehová La muerte de sus santos” (Sal. 116:15).


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¿¿¿Oh, cuánto amo yo tu ley???

Si los creyentes tomaran todo el tiempo que pasan con el teléfono, el internet y el televisor, y lo usaran para leer y estudiar la Biblia y orar, su vida espiritual y la de su familia e iglesia mejorarían mucho. Decimos con la boca que la Biblia es la Palabra de Dios, pero ¿cómo demostramos que realmente lo creemos? 

Dios habla por la Biblia, no por la tele, ni por Facebook, ni por el teléfono

 


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 ¡Cuidado Con La Cizaña!

Lucas Batalla  

                                  
Texto: Mateo 13:24-30

Es una llamada de atención a los que no tienen discernimiento. No todo lo que sale es bueno. Los del Señor siembran la buena semilla, pero hermanos, hay un enemigo que siembra cizaña en todo el mundo, y el campo es el mundo. Su deseo es confundir, hacer daño y arruinar la cosecha.
    ¿Cómo puede suceder eso? El versículo 25 dice: “mientras dormían”, que es algo que no debemos espiritualmente, como creyentes, relajarnos y no mirar, no velar, no vigilar, no ser diligentes sino distraídos e indiferentes. El diablo aprovecha nuestra inatención y descuido para meter la cizaña. Tenemos que despertarnos y discernir. Entre evangélicos no todo es bueno, y teólogos y hombres letrados también traen la cizaña. Quieren cambiar las cosas y la gente lo permite porque no se da cuenta, ni estudia ni conoce bien la verdad, ni la ama. Así que aun en las iglesias vienen cambios en doctrina y evangelio, todo para que venga más gente, ¡aunque sea cizaña! Y por eso las iglesias de hoy no se parecen en nada a las iglesias de hace veinte años, y no estamos hablando de progreso sino degeneración y ruina.
    Y el grupo más grande de cizaña que profesa el cristianismo es la Iglesia Católica Romana, enorme y en todo el mundo, pero su tamaño y poder no son señales de éxito ni bendición. El Señor advierte acerca de estas cosas porque le importa la verdad. En Hechos 20:28-30 el apóstol Pablo guiado por el Espíritu Santo advierte de la posibilidad de que desde dentro de la iglesia se levanten hombres con errores. Deberían apacentar la iglesia del Señor, ¿con qué? Con la Palabra de Dios, no con filosofía, psicología, sociología, etc. sino con la sana doctrina. Advierte que vendrán lobos rapaces que no perdonarán al rebaño, que desvían al rebaño y (v. 30) arrastran tras sí a los discípulos, para que no sigan al Señor. Hablan quitando y modificando doctrinas y prácticas enseñadas y establecidas por los apóstoles, y la gente carnal y sin discernimiento les sigue.
    Por esto hay tantas iglesias hoy en día desviadas de la verdad. La gente sigue a los hombres más que a Dios. Busca comodidad, no la verdad. No compra la verdad sino que la vende a cambio de “éxito”. El enemigo así ataca a los discípulos. Hay guerra de engaño y desvío. El ataque desde adentro es difícil de defender. Se requiere discernimiento y valentía, amor a Cristo y a la verdad.
    En el versículo 31 el apóstol llama a los hermanos a velar y recordar las advertencias y enseñanzas que había recibido de él. Esto tiene aplicación para nosotros. No dejemos que nos seduzcan para ir cambiando la doctrina.
    El apóstol Juan, en 1 Juan 4:1-3 advierte acerca del discernimiento diciendo: “no creáis a todo espíritu”. Tenemos que examinar porque hay cizaña. El enemigo ha trabajado mucho y por siglos. El versículo 1 declara: “porque muchos falsos profetas han salido”, y esto fue en aquel tiempo y ahora han pasado más de veinte siglos. Entre los falsos profetas en nuestros tiempos están los llamados “Testigos de Jehová”, que no confiesan la divinidad del Señor Jesucristo.
    Filipenses 2:15 describe la situación de la iglesia. ¿Dónde estaba? En medio de la cizaña – una generación maligna. En Filipenses 3:18 dice: “porque por ahí andan muchos...que son enemigos de la cruz de Cristo”. En 1 Timoteo 4:1-3 habla de más cizaña en los postreros tiempos.
    Así que, no digamos que no tiene importancia, porque tiene mucha. Todo desvío conduce al mal, por pequeño que sea. El Señor quiere que nos demos cuenta de quién ha hecho esto. Mateo 13:28 lo declara: “un enemigo”. Es nuestro adversario el diablo. Tenemos la luz y la espada de la Palabra de Dios para ayudarnos en esta lucha y tarea del discernimiento.
    Pero leer la Biblia sin la ayuda del Espíritu Santo no tiene provecho porque es un libro espiritual. El Espíritu Santo quiere guiarnos a toda la verdad (Jn. 16:13). Guió a los apóstoles a escribir y completar las Escrituras: “toda la verdad”. Y hoy en día nos guia iluminándonos y ayudándonos a entender lo que fue escrito por inspiración en aquel entonces. Si andamos en comunión con el Señor, no contristando el Espíritu Santo sino permitiéndole guiarnos en la lectura, meditación y obediencia de la Palabra de Dios, esto nos ayuda a no caer en error.
    Los que ahora creemos y seguimos la Palabra de Dios tenemos como dice 2 Pedro 1:1, “una fe igualmente preciosa” – la misma que en tiempos apostólicos – y no la cambiemos por la cizaña del enemigo. Amén.


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¿Hasta Cuándo?


Es difícil esperar cuando sufrimos o pasamos tiempos de escasez, porque naturalmente queremos que acabe lo antes posible. Por eso es común la expresión: “¿Hasta cuándo?” Por ejemplo, en el Salmo 6:3 David gime: “Mi alma también está muy turbada; y tú, Jehová, ¿hasta cuándo?” En el Salmo 13, impaciente y desesperado oró diciendo: “¿Hasta cuándo, Jehová? ¿Me olvidarás para siempre? ¿Hasta cuándo esconderás tu rostro de mí?” Sentía que le urgía una respuesta, pero Dios nunca responde tarde. El profeta Habacuc exclamó a Dios: “¿Hasta cuándo?”, porque sufría viendo toda la maldad alrededor suyo (Hab. 1:2). En Apocalipsis 6:9-10 aun las almas de los mártires clamaron “¿Hasta cuándo...?” y esperaban el juicio y la venganza de Dios. ¿Cuál fue la respuesta divina? “Se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo” (v. 11). Aunque ya habían muerto, todavía debían esperar. Dios siempre responde a tiempo – pero Su tiempo, no el nuestro. Santiago nos recuerda: “Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna” (Stg. 1:4). Pidamos a Dios sabiduría (Stg. 1:5) y esperemos en Él.
    Sobre todo, esperemos en Dios. El salmista testifica: “Pacientemente esperé a Jehová, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor. Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos. Puso luego en mi boca cántico nuevo, alabanza a nuestro Dios. Verán esto muchos, y temerán, y confiarán en Jehová” (Sal. 40:1-3). Otra vez en el Salmo 61 dice: “Oye, oh Dios, mi clamor; a mi oración atiende. Desde el cabo de la tierra clamaré a ti, cuando mi corazón desmayare” (vv. 1-2).
    El profeta Jeremías lo expresó así: “Acuérdate de mi aflicción y de mi abatimiento, del ajenjo y de la hiel; Lo tendré aún en memoria, porque mi alma está abatida dentro de mí; Esto recapacitaré en mi corazón, por lo tanto esperaré. Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad. Mi porción es Jehová, dijo mi alma; por tanto, en él esperaré. Bueno es Jehová a los que en él esperan, al alma que le busca. Bueno es esperar en silencio la salvación de Jehová” (Lam. 3:19-26).

    Cristo está conmigo: ¡Qué consolación!
    Su presencia quita todo mi temor.
    Tengo la promesa de mi Salvador:
    “No te dejo nunca; siempre contigo estoy”
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Carlos, del libro DIVERSAS PRUEBAS, Libros Berea

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 LA MEJOR INVERSIÓN


Te queremos ayudar a invertir tu dinero. No te preocupes. No te vamos a hablar de porcentajes, intereses u otros números. Sólo queremos orientarte citando unas palabras de uno de los hombres más ricos que han existido jamás. Él era conocedor a fondo del mercado “export-import” de su país y un sabio y hábil inversor, y dijo así:

 “El que ama el dinero no se saciará de dinero y el que ama el mucho tener, no sacará fruto. También esto es vanidad”.  

“Dulce es el sueño del trabajador, coma mucho, coma poco; pero al rico no le deja dormir la abundancia”.  

“Hay un mal doloroso que he visto debajo del sol: las riquezas guardadas por sus dueños para su mal”

Luego continuó así: 

“Como salió del vientre de su madre, desnudo, así vuelve, yéndose tal como vino; y nada tiene de su trabajo para llevar en su mano”. 

Evidentemente si alguien entiende de finanzas esa es la muerte. Ella se queda con todo lo que dejamos cuando volvemos –desnudos, como vinimos– al polvo. La muerte sabe que estás invirtiendo a su cuenta durante toda tu vida. Su negocio no falla.
    Por último, ese hábil inversor dijo: “El fin de todo el discurso oído es éste, Teme a Dios y guarda sus mandamientos, porque esto es el todo del hombre, porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala”.
    Este hombre, ya es hora que lo digamos, fue Salomón, rey de Israel y uno de los hombres más poderosos que han existido nunca.
    Estas palabras están registradas en el libro de Eclesiastés, en la Biblia, junto con muchos otros escritos que te pueden ayudar a invertir bien no sólo tu dinero, sino también tu tiempo, tu persona; en una palabra: tu vida. Sólo tienes una. Amigo, no vivas para acumular dinero y cosas. Busca a Dios mientras haya tiempo, y déjale gobernar tu vida. Será la mejor inversión que habrás hecho en la Tierra y que seguirá proporcionando rentas por toda la eternidad. "La dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro".