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sábado, 29 de junio de 2019

EN ESTO PENSAD - julio 2019

LA MÁS GRANDE INVERSIÓN
William MacDonald

“Respondió Jesús y dijo: De cierto os digo que no hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, mujer, o hijos, o tierras, por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, con persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna” (Marcos 10:29-30).

     La más grande de todas las inversiones es la de la propia vida por la causa de Jesucristo. Las consideraciones más importantes en cualquier inversión son la seguridad del capital y el porcentaje de ganancia. Visto desde este ángulo, ninguna inversión se puede comparar con la vida que se vive para Dios. El capital está absolutamente seguro porque Él es poderoso para guardar nuestro depósito para "aquel día" (2 Ti. 1:12). En lo que toca a las ganancias, éstas sobrecogen la mente por su inmensidad. En el texto citado arriba el Señor Jesús promete reembolsar cien veces más. Esto equivale a una tasa de interés del 10.000 %, algo inaudito en el mundo. ¡Y eso no es todo!
    A los que han abandonado las comodidades de un hogar para servir al Señor Jesucristo se les promete el calor y las comodidades de muchos hogares, donde se les mostrará la bondad de Dios por causa de Jesús.
    A aquellos que renuncian a los deleites del matrimonio y a una familia o que rompen otros tiernos lazos terrenales por causa del evangelio, se les promete una familia mundial, muchos de los cuales en verdad vienen a ser más cercanos que los parientes de sangre.
    A quienes abandonan tierras se les prometen tierras. Dejan atrás el privilegio de poseer unas cuantas hectáreas de propiedad, obtendrán el privilegio inmensamente más grande de reclamar países y aun continentes en el precioso Nombre de Jesús.
    Se les prometen también persecuciones. De entrada, ésta parece ser una nota agria en medio de una armoniosa sinfonía. Pero Jesús incluye las persecuciones como una ganancia positiva sobre nuestra inversión. Compartir el vituperio de Cristo es un tesoro más grande que todas las riquezas de Egipto (He. 11:26).
    Estos son los dividendos en esta vida. Luego el Señor añade: “...y en el siglo venidero la vida eterna”. Esto nos hace esperar la vida eterna en su plenitud. Aunque la vida eterna en sí es un don recibido por la fe, habrá diferentes capacidades para disfrutarla. Aquellos que lo han dejado todo para seguir a Jesús tendrán un grado mayor de recompensa en la Ciudad Cuadrangular.
    Cuando consideramos las ganancias trascendentes de una vida invertida para Dios, es extraño que la mayoría de la gente no participe. Los inversores pueden ser muy astutos cuando se trata de acciones y bonos, pero extrañamente torpes cuando se trata de la mejor inversión de todas.
del libro DE DÍA EN DÍA, CLIE
 
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DIEZ MUJERES 
QUE SIRVIERON A JESUCRISTO


1.  María Magdalena (de Magdala – “torre”).
    Mt. 27:56, 61; 28:1; Mr. 15:40, 47; 16:1, 9; Lc. 8:2; 24:10;
    Jn. 19:25; 20:1-2, 11-18
2.  Marta (dama), de Betania
    Lc. 10:38-42; Jn. 11, 12:2
3.  María (varios significados diferentes, incluyendo amargura,
    rebelión o fuerte), de Betania
    Lc. 10:39-42; Jn. 11, 12:3-8
4.  Juana (dada por Dios)
    Lc. 8:3; 24:10
5.  Susana (lirio)
    Lc. 8:3
6.  María la madre de Jacobo
    Mt. 27:56, 61; 28:1; Mr. 15:40, 47; 16:1; Lc. 24:10
7.  Salomé (fortaleza)
    Mr. 15:40; 16:1
8.  María mujer de Cleofas
    Jn. 19:25 (y Lc. 24:18)
9.  La suegra de Pedro
    Mr. 1:30-31
10. La mujer no identificada que ungió al Señor Jesús en casa de Simón en Betania.
    Mt. 26:6-13; Mr. 14:3-9

Este estudio nos revela el cuidado especial y la devoción con que mujeres piadosas sirvieron al Señor Jesús en Su peregrinación aquí en la tierra, la que se caracterizó por la pobreza, la soledad y el rechazo. Ellas reconocieron que sólo Él podía entender plenamente el corazón de la mujer y sabía satisfacer sus anhelos más profundos. El ministerio del Señor Jesús a las mujeres y a sus problemas fue sin igual.
Ernesto Moore (Chile), de su libro Mujeres que Profesan Piedad
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Los Padres (y Abuelos) Psicologizados

    Los padres de Sansón no se lo dijeron (Jue. 14). David probablemente no se lo dijo muchas veces a Absalón. Samuel tampoco empleó la palabra con sus hijos (1 S. 2). ¿Qué palabra es esta que estos padres no dijeron a sus hijos? Es la palabra: “no”.
    Con todo el énfasis puesto en los hijos durante las últimas décadas, y de ello algo era necesario, el péndulo se ha ido demasiado a un lado. La verdad es que en muchas familias los hijos, y los nietos, ahora son el centro de atención, y en demasiadas familias ellos realmente mandan. Como resultado, la disciplina falta completamente, o muchas veces es simplemente una amenaza que nunca se materializa, se dice pero no se administra. En algunos casos los hijos realmente vienen antes del propio matrimonio, es decir, antes de la pareja misma.
    Demasiados padres tienen miedo de ofender al niño diciéndole: “no”. Los psicólogos han enfatizado tanto que los hijos necesitan amor, y los padres deben dedicarles tiempo de calidad, que muchos padres harían cualquier cosa porque temen privar a su hijo de sus deseos. El resultado es una familia que va entorno a los hijos, y ellos marcan la pauta de la familia. Todo tiene su explicación: “a favor del niño”. Con frecuencia el tiempo demuestra que hacer esto es un error, pero claro, entonces es tarde para quienes lo han practicado.
    Los hijos (y nietos) deciden regularmente qué se les dará de comer, dónde irá la familia para sus vacaciones, o si la familia comprará esto o lo otro. Dictan tales cosas como la marca de ropa que llevarán, el corte de su pelo y el horario de la familia. Hay familias que dejan de comer juntos porque: “a los hijos les es difícil”. Actividades como la gimnasia, el fútbol, clases de música y otras parecidas ocupan el centro de la vida familiar como si fuesen las consideraciones más importantes, y el horario de todos los demás tiene que ajustarse y ponerse en raya para que los hijos puedan hacer lo que les apetece.
    A menudo este proceder también entra en los asuntos de la asamblea, donde a los jóvenes se les permite hacer todo lo que quieren, y pronto la asamblea encuentra que ellos determinan su dirección y marcan la pauta. Los ancianos temen actuar con firmeza o tomar ciertas decisiones por miedo a la reacción de los jóvenes (o sus padres).
    Habiendo dicho esto, ¿queremos decir que simplemente hay que ignorar a nuestros hijos y a los jóvenes en la asamblea? ¡Por supuesto que no! No obstante, sí, debemos mantener todo en su perspectiva correcta, y los hijos y los jóvenes necesitan aprender que el mundo no gira en torno a ellos. (El hombre natural ya está en el centro sin que nosotros animemos más el asunto.) Una de las grandes lecciones que debemos aprender para crecer espiritualmente es: “mirando...cada cual... por lo de los otros” (Fil. 2:4). “Yo” y “mi” deben tomar el último lugar. Esto significa el preocuparse por los intereses de los demás, y quitar la mirada de uno mismo. Es difícil enseñar esto a los hijos, sobre todo, cuando los padres mismos (y los abuelos) son los primeros que los colocan en el centro, en un pedestal, los miman y encuentran excusas y explicaciones para todo lo que ellos hacen. Pero hermanos, el “yo” tiene que ir para abajo y es importante empezar en la niñez aprendiendo esto. Ésta es exactamente la actitud que se enfatiza en el texto hermoso que describe: “la mente de Cristo”. Él pensaba en los demás.
    El poner a los hijos por encima de los demás y darles todo lo que desean y demandan, simplemente permitiéndoles ir casi sin riendas, es en realidad una expresión de falta de amor y será causa de vergüenza al final (Pr. 29:15).                                                         
  Steve Hulshizer, de la revista Milk & Honey ("Leche y Miel")
traducido y adaptado
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Los Días De Noé —  Déjà Vu

     Lo de Noé y el diluvio no es una leyenda. No fue un mero desastre ecológico, sino un juicio de Dios sobre un mundo impío – como el nuestro. Génesis 6:5 dice: “la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal”. Más adelante, el versículo 12 relata que “miró Dios la tierra, y he aquí que estaba corrompida; porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra”.
    Cuando la desobediencia y la maldad llegan a esos niveles de desenfreno y se extienden por todo el mundo, hasta tal punto que los gobiernos legalizan el pecado y la gente pierde la vergüenza y el temor de Dios, son otra vez los días de Noé. De eso habló Jesucristo, de la vuelta de “los días de Noé”. Son nuestros tiempos. Dios prometió no juzgar el mundo por agua otra vez, pero no prometió no juzgar al mundo. Eso sí lo hará y bien pronto. El tiempo se acaba. La fecha del juicio divino se avecina. Dios intervendrá en la historia otra vez para juzgar la maldad desenfrenada, la desobediencia y la impiedad que abundan. Cuando venga Jesucristo por segunda vez, no será en forma de bebé, ni manso y humilde, sino como Rey con gran poder y gloria. Lee en S. Mateo capítulo 24, y en el libro de Apocalipsis, capítulo 19, y lo verás. Prepárate amigo, créelo, tómalo muy en serio, reacciona, porque el juicio viene, como vino en los días de Noé.
    El apóstol Pablo advirtió de la próxima venida de Jesucristo para juzgar al mundo, no con agua, sino con fuego. ¡Habrá terribles juicios! En su 2ª Epístola a los Tesalonicenses, 1:7-9 dice: "cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder..."
    Como Noé en su día, nosotros anunciamos el juicio venidero y predicamos el perdón de pecados y la salvación, gratuitamente, por la gracia de Dios, sin obras, por la fe en el Señor Jesucristo. Amigo, si no te arrepientes y confías en el Señor Jesucristo, perecerás como los que perecieron en los días de Noé. Cristo dijo: “vino el diluvio y los destruyó a todos” (Lucas 17:27).

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EL ESPÍRITU CUAL SEÑOR
Parte 6
por Camilo Vásquez Vivanco, Punta Arenas, Chile

viene del número anterior
 
“Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (2 Co. 3:17).

     Esta declaración no sólo prueba la Deidad del Espíritu Santo sino que también Su señorío en la presente dispensación. El señorío de Cristo en la iglesia tiene que ver con la actividad del Espíritu desde que el Señor Jesús fue glorificado (Jn. 7:39). Ya hemos mencionado que el Padre es Señor (Sal. 109:21), que el Hijo es Señor (1 Co. 8:6) y que también el Espíritu es Señor, pero esto no significa que existan tres señores. Existe un solo Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio de Él. Ahora el Espíritu es Señor en la iglesia porque el Hijo lo ha enviado para ocupar Su lugar entre los hombres (2 Co. 3:17) y debemos obedecer los cuatro mandamientos de la libertad del Espíritu. Esta declaración no significa que el Espíritu sea igual que el Señor, como tampoco es igual el Padre que el Hijo, según sostienen los unitarios. Ellos tres son más que un mismo propósito, pues son una misma substancia (Jn. 10:30), pero son diferentes en Sus funciones, pues son tres Personas distintivas (Mt. 28:19). El Hijo ha dado paso a Su Espíritu para ser el Cofundador de la iglesia embelleciéndola y preparándola para ser la esposa de Cristo. Lo mismo hizo el Padre al colocar en el Hijo toda Su autoridad y declarar que Jesús es el Señor (Hch. 2:36). Del mismo modo el Hijo ha colocado en el Espíritu Santo toda Su autoridad y lo denomina Señor. Nunca somos exhortados a orar en el nombre del Espíritu pero si en el Espíritu (Ef. 6:18); del mismo modo nunca somos invitados a adorar al Espíritu pero sí a ser guiados en la adoración en el Espíritu (Jn. 4:23). Del mismo modo nunca somos invitados a servir al Espíritu pero si a servir en el Espíritu (Fil. 3:3). Entonces la idea del señorío del Espíritu en la vida del creyente y en la iglesia tiene que ver con Su guía para que glorifiquemos al Señor. Esto quiere decir que la iglesia es invitada a tener comunión con el Espíritu (2 Co. 13:14), a ser llena del Espíritu (Ef. 5:18; Ro. 15:13), a orar en el Espíritu (Ef. 6:18). En la medida que la iglesia mantenga esta comunión con el Espíritu será una iglesia guiada por el Señor pues el Espíritu tiene como obra principal glorificar al Señor: “El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber” (Jn. 16:14).
    Las obras presentes del Espíritu Santo que nunca antes fueron hechas, son, el bautismo del Espíritu Santo o incorporación en el cuerpo la iglesia, la morada y el sellamiento. En todas las dispensaciones ha ocurrido en nuevo nacimiento o la regeneración de lo contrario nadie habría podido obedecer a Dios. Sin embargo ninguno de los Santos del antiguo testamento fue hecho morada permanente, ni sellado por el Espíritu Santo, ni menos hecho parte de la iglesia. Existe un caso de llanura del Espíritu Santo en el Antiguo Testamento: “Mira, yo he llamado por nombre a Bezaleel hijo de Uri, hijo de Hur, de la tribu de Judá; y lo he llenado del Espíritu de Dios, en sabiduría y en inteligencia, en ciencia y en todo arte” (Éx. 31:2-3). Sin embargo esa llanura no fue para recibir algún don espiritual, sino un equipamiento natural para la confección del tabernáculo. Los dones espirituales son sólo recibidos por la iglesia. Tales obras hoy ocurren en la conversión del creyente regenerando su espíritu (Tit. 3:5), habitando en él (Hch. 19:2; 1 Co. 6:19) y sellándolo para el día de la redención (Ef. 1:13-14).
    Este señorío del Espíritu se nota en ser el dador de los dones necesarios para glorificar al Señor: “Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere” (1 Co. 12:11).
    Por el Espíritu vienen las cosas más esenciales del poder espiritual de la vida colectiva de la iglesia, y la personal de cada creyente. Él como cofundador posee todo poder para suministrar constantemente el amor vital, el gozo indispensable, la fortaleza necesaria y la guía que reconforta el alma (Fil. 1:19).

Respecto del amor:
    “y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Ro. 5:5).
    “Pero os ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu, que me ayudéis orando por mí a Dios” (Ro. 15:30).
    “quien también nos ha declarado vuestro amor en el Espíritu” (Col. 1:8).
    Sí, la Biblia nos exhorta: “andad en amor...” (Ef. 5:2). Esto es sinónimo de andar en el Espíritu (Gá. 5:16); pues el verdadero amor es comunicado por el Espíritu. Nosotros solemos amar por interés y siempre y cuando alguien lo merezca, además respondemos con una supuesta muestra de amor siempre y cuando nos acordemos. El amor en el Espíritu es el que promueve el bien incondicional para el pueblo de Dios y cimenta la unidad ya efectuada por el Espíritu (Ef. 3:17; 4:2-3). No sólo este amor hace nada indebido sino que es capaz de ejercerse naturalmente en toda ocasión ya que es fruto del Espíritu: “de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor” (Ef. 4:16). Tal cosa es el camino más excelente mencionado por el apóstol Pablo: “...Mas yo os muestro un camino aun más excelente” (1 Co. 12:31).

Respecto del gozo
    “porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Ro. 14:17).
    “Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo” (Ro. 15:13).
    “Y vosotros vinisteis a ser imitadores de nosotros y del Señor, recibiendo la palabra en medio de gran tribulación, con gozo del Espíritu Santo” (1 Ts. 1:6).
    El gozo viene del Espíritu Santo en medio de la tribulación y también está presente en periodos de paz. Ese gozo celestial no se acomoda a las circunstancias sino que se cimenta en la esperanza del retorno del Señor y Su futura gloria. Se puede estar siempre gozoso (Fil. 4:4; 1 Ts. 5:16) y regocijarse en el Señor, dado la salvación que poseemos y el futuro glorioso que nos aguarda, pues nada puede opacar la realidad de semejante esperanza.

Respecto de la fortaleza (Consuelo)
    “Entonces las iglesias tenían paz por toda Judea, Galilea y Samaria; y eran edificadas (estimuladas), andando en el temor del Señor, y se acrecentaban (aumentaban) fortalecidas (consoladas) por el Espíritu Santo” (Hch. 9:31).
    Una iglesia fortalecida por el Espíritu Santo no es una iglesia sin problemas. La fortaleza espiritual es la capacidad de levantarse con una lección aprendida. Después de la dura persecución obrada por Satanás usando a Saulo, este se convirtió y eso trajo paz y consuelo. La lección aprendida fue la extensión del evangelio que ayudó a mover el letargo de muchos en la naciente iglesia (Hch. 11:19). No solo nació la iglesia de Antioquia sino que el Espíritu llamó de allí a los misioneros para los gentiles con el legado doctrinal incalculable que hoy poseemos. Los problemas de una iglesia son transformados por el Espíritu Santo; pues los que no son aprobados se descubren pronto (1 Co. 11:19) y quedan los aprobados en Cristo (Ro. 16:10). Se puede decir que las crisis de una asamblea son ocasiones para que el Espíritu de Dios produzca Su fruto y ayuda a que emprendamos aquel camino más excelente (1 Co. 12:31), “para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder (aumentar en vigor) en el hombre interior (dentro) por su Espíritu” (Ef. 3:16).
    Este hombre interior no es necesariamente el creyente convertido con su nueva naturaleza, se trata más bien de la iglesia fortalecida como cuerpo, pues el nuevo hombre es el cuerpo de Cristo, la iglesia: “y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Ef. 4:24). No somos invitados a vestirnos de algo creado en nuestro interior como la nueva naturaleza, sino de algo corporativo efectuado por el Espíritu. El nuevo hombre está creado, acción efectuada por el Espíritu: “...para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz” (Ef. 2:15). Aquellas riquezas de Su gloria las posee el Espíritu (Juan 16:13-15) y son comunicadas por la Palabra de Dios a toda la iglesia por el ministerio del Espíritu. La mayoría de los intérpretes ven el nuevo hombre como aquella nueva naturaleza creada en la regeneración según sostiene por ejemplo John Owen (f), sin embargo en rigor del contexto de las cartas a los efesios y a los colosenses la aplicación de estos conceptos como “nuevo hombre” y “viejo hombre” (Col. 3:9-10) apuntan a la iglesia de quién Cristo es su cabeza (Ef. 1:22; Col. 1:18; 2:19).
    Entonces la iglesia en su seno, en su interior, necesita el poder del Espíritu Santo y esto no es cuestión de organización sino del vigor que produce el amor del Espíritu. Es por esto que somos invitados a vestirnos del nuevo hombre, es decir, de la realidad existente de la iglesia a la cual pertenecemos. Nada se avanza fuera de la comunión con los hermanos, ni existe fortaleza alguna del Espíritu separado de los hermanos pues el Espíritu Santo nos incluyó, nos bautizó en ese nuevo hombre (1 Co. 12:13). Si el Señor enseñó: “...porque separados de mí nada podéis hacer” (Jn. 15:5), lo hizo en el contexto de Él como la vid y nosotros los pámpanos ilustrando la realidad de la iglesia como aquel nuevo hombre. No existe ninguna otra alegoría que explique mejor lo que signifique la unidad del Espíritu a la cual somos invitados a guardar: “con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar (custodiar) la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Ef. 4:2-3). La unidad está hecha y solo debemos guardarla sin crear rivalidades y malestares entre hermanos que rompen la paz. No se trata de ponerse de acuerdo sobre qué creer o qué practicar sino de guardar lo revelado por el Espíritu como la fe una vez dada a los santos: “un Señor, una fe, un bautismo” Ef. 4:5; “...que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Jud. 1:3).                                                    
 continuará, d.v., en el siguiente número