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lunes, 28 de febrero de 2022

EN ESTO PENSAD - marzo 2022

 Señales de Pactos

 parte 3

Carlos Tomás Knott

 


viene del número anterior
La Cena del Señor

A diferencia del pacto de la ley, para establecer el nuevo pacto que es eterno, Dios envió a Su Hijo. “Aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros” (Jn. 1:14). No un profeta como Moisés, ni un arca, ni una nube, ni columna de fuego, sino el Señor Jesucristo: “Dios fue manifestado en carne” (1 Ti. 3:16). Y en la última pascua, antes de ser entregado para morir en la cruz, el Señor estableció la Cena del Señor para reemplazar la pascua. En 1 Corintios 11 Pablo relata la revelación que el Señor le dio y menciona el nuevo pacto.

“Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí. Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí” (vv. 23-25). (véanse también Mt. 26:28; Mr. 14:24; Lc. 22:20)

    Ahora bien, la Cena del Señor no establece el nuevo pacto. Solo lo recuerda y simboliza. Este último pacto fue hecho y sellado con la sangre de Jesucristo. Él es el Mediador del nuevo pacto, que es eterno (He. 12:24; 13:20), y la Cena del Señor, con los símbolos del pan y la copa, es la señal o el símbolo del sacrificio de Su cuerpo y sangre para redimirnos.
    Los seres humanos no inventaron esas señales, ni tienen autoridad para modificarlas. Todas ellas fueron divinamente dadas, y su significado fue asignada por Dios. Como tales, enfatizan Su bondad, misericordia y fidelidad. Es alentador saber que ninguna de ellas se estableció en base a nosotros o nuestras obras– todo procede de la buena mano de Dios.
    Todavía vemos en el cielo la señal del pacto –el arco iris. Nunca más ha destruido la tierra con diluvio. Un día en el cielo veremos el arco iris de gloria alrededor del trono de Dios y del Cordero.
    Las señales dadas a Israel – la circuncisión y el arca del pacto – nos causan admiración de Su carácter y poderosos hechos con Su pueblo escogido. Ese pueblo fue infiel e ingrato, pero Él siempre ha sido fiel. Pronto Dios cumplirá todas las promesas hechas a Israel.
    Y con especial amor, gratitud y esperanza guardamos esta señal del nuevo pacto – la Cena del Señor. Cada semana contemplamos el pan, símbolo de Su cuerpo entregado por nosotros, y la copa, símbolo de Su sangre derramada por nosotros, y recordamos el gran amor Suyo y el alto precio que pagó para redimirnos. “No con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros” (1 P. 1:18-20). Pronto le veremos cara a cara, y no tendremos más señales porque estaremos siempre con el Señor. Hasta entonces nuestro cántico será:

    ¡Santo Cordero! Por Tu llamamiento,
    Los convidados están aquí a Tu mesa.
    Ven a traernos el santo alimento;
    Ven a servirnos según Tu promesa.

    Lo que nos das, este pan y este vino,
    Fiel memorial de Tu pacto sagrado,
    Nos representa, Cordero divino,
    Tu sacrificio que expía el pecado.

    Por Tu mandato, Cristo, celebramos,
    Este convite de eterna memoria.
    Tu sacrificio cruento anunciamos,
    Hasta que vengas cubierto de gloria.
    Ven, ¡oh Señor! Aparece glorioso.
    Haz que la iglesia Te encuentre en las nubes.
    Desde esta mesa, triunfante y radioso,
    A Tu banquete celeste nos subes.

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Gedeón
Un Joven Transformado En Un Siervo De Dios
parte 4
Camilo Vásquez Vivanco


viene del número anterior

Gedeón Premunido de Genuina Humildad
  

“Entonces le respondió: Ah, señor mío, ¿con qué salvaré yo a Israel? He aquí que mi familia es pobre en Manasés, y yo el menor en la casa de mi padre” (Jue. 6:15).
    
Esta es la humildad necesaria de todos los siervos del Señor. Dios no usa a hombres dueños de sí mismos sino aquéllos que sienten su pequeñez frente a la gran tarea de honrar a Dios: “...pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (Is. 66:2).
    Si Moisés temblaba ante la gran responsabilidad de guiar a Israel lo hacía porque un buen siervo nunca confiará en sus habilidades (Éx. 4:10). Tal humildad hacía de Moisés el mejor instrumento en Sus manos, pues Dios suele usar esa clase de siervos para hacerlos útiles para Él. Como Moisés tenía tanta desconfianza en sí mismo, Dios envió a su hermano para acompañarlos ya que este sí sabía hablar (Éx. 4:13-16). Sin embargo Aarón no era el adecuado para esta tarea, pues aún siendo de fácil hablar o con elocuencia, fue él quien indujo al pueblo a la idolatría (Éx. 32:1-4).
    No hemos de fijarnos en los que hablan bien ni en los que tienen gran personalidad, pues son presa fácil de Satanás y tarde o temprano son atrapados en su propio ego. Saúl al comienzo se caracterizó por la humildad (1 S.9:21) pero bajo esa falsa humildad estaba su ego que le llevó a desobedecer la Palabra de Dios (1 S. 15:17-26) y por eso fue desechado.
    Usualmente los que sirven a Dios nunca buscaron ser destacados siervos y es Dios quien los escoge a pesar de sus debilidades. Gedeón pregunta ¿con qué salvaré yo a Israel? (Jue. 6:15) pues se da cuenta que no tiene ni la sabiduría ni un ejército para semejante empresa. Además Gedeón posee un sentimiento de verdadera pobreza al decir: “He aquí que mi familia es pobre en Manasés”. Esto era del todo cierto ya que Manasés como media tribu fue la más pequeña de Israel. Pero su humilde origen no los incapacitaba pues Dios suele escoger a los pobres para enriquecer este mundo, “Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?” (Stg. 2:5).
    Agrega Gedeón en tercer lugar: “... y yo el menor en la casa de mi padre” (Jue. 6:15). Esto fue muy importante de decir de sí mismo pues quienes han sido más útiles en las manos del Señor, han sido precisamente aquellos que tiemblan frente a Su Palabra y que sienten absoluta pequeñez de sí mismos (1 Co. 1:26-28). Fue al menor entre ocho hermanos, David, que Dios escogió para reinar sobre Israel (1 S. 16:11-13). Los salmos nos dicen de él: “Eligió a David su siervo, y lo tomó de las majadas de las ovejas; de tras las paridas lo trajo, para que apacentase a Jacob su pueblo, y a Israel su heredad” (Sal. 78:70-71).
    Como vemos, Dios se encarga de hacer de nosotros algo para su gloria: “... el cual da vida a los muertos, y llama las cosas que no son, como si fuesen” (Ro. 4:17) y aún más manifiesta su poder y gracia sólo en aquellos que son guiados por Su Espíritu: “...No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zac. 4:6). Mi tarea, y la tuya también, es mantenernos humildes y dispuestos a ser usados por el Señor, pues solo así Él nos podrá usar.
    
Gedeón se Asegura de Ser Llamado
    
“Y él respondió: Yo te ruego que si he hallado gracia delante de ti, me des señal de que tú has hablado conmigo” (Jue. 6:17).

    Gedeón recibe cuatro señales, todas son para confirmar su débil fe pues se trata de un joven con una fe que va creciendo la cual Dios no desprecia. La poca fe en una fe bendecida y así como una madre no desprecia a su pequeño hijo, así Dios no desprecia al que comienza a caminar en la fe. Estas señales fueron:


1. De aprobación de su llamado
2. De provisión sobre su débil fe, un vellón lleno de rocío y la tierra seca.
3. De gracia para todo el pueblo, un vellón seco y el rocío sobre toda la tierra.
4. Una torta de cebada girando en el campamento madianita, la frágil vida de Gedeón en manos de Dios.
 

    En primer lugar ¡Cuán importante es estar seguro de que Dios nos ha enviado a servirle! Para esto hemos de saber si estamos equipados y acompañados por la mano de Dios. Recordemos que no todos somos llamados a un servicio especial, así sucedió con Juan Marcos siendo ayudante de los predicadores Bernabé y Saulo (Hch. 12:25), él no fue apartado por el Espíritu Santo para esta clase de trabajo (Hch. 13:1-2) y del mismo modo es contraproducente intentar hacer algo que no es de la horma de tu calzado.
    En segundo lugar Gedeón está diciendo con esta primera prueba: “no deje que yo me convenza a mí mismo de un llamado divino del cual pueda estar equivocado”. Es decir está pidiendo una prueba e invita al Señor para que se quede con él, y que acepte su ofrenda así sabrá si esto es para él. El Señor frente a tan auténtica resolución no apaga el pábilo que humea ni quiebra la caña cascada (Is. 42:3), o no desanima a los débiles en la fe por esto responde claramente: “...Yo esperaré hasta que vuelvas” (Jue. 6:18).
    En tercer lugar la solicitud de Gedeón al decir “me des señal de que tú has hablado conmigo” indica que Gedeón deseaba comprobar que este visitante era más que un hombre común. De algún modo especial al igual que la visita que recibió Abraham debajo de su encina (Gn. 18), Gedeón presentía que su huésped era un enviado de Dios (He. 13:2) y es por esto que pidió esa señal.
    En nuestra experiencia debemos saber que Dios por Su Espíritu sigue llamando hombres para un servicio especial, algunos para servir a tiempo completo (Mt. 9:9; Lc. 5:10-11; Jn. 1:43), otros para cuidar al pueblo de Dios como ancianos (Hch. 20:28), otros para ayudar al pueblo de Dios (1 Co. 12:28; 16:15), otros como colaboradores en la obra de Dios (Flm. 1:24). También está el servicio especial de las hermanas como colaboradoras (Fil.4:3) y que ayudan como Febe en el servicio a la iglesia (Ro. 16:1-2). Tales hermanas nunca ejercieron un servicio público de enseñanza o de predicación, sino que se dedicaron anónimamente a servir con sus dones en la obra de Dios.
     Cualquiera sea el campo de trabajo para el cual el Espíritu Santo nos ha capacitado con sus dones (1 Co. 12:4-6 y 11) hemos de aceptar la medida de fe que se nos ha dado (Ro. 12:3). Esa medida de fe son los dones que el Espíritu personalmente nos ha concedido para honrar al Señor (1 P. 4:10). Para esto hemos de ser sinceros como Gedeon y pedirle a Dios por Su Palabra que nos confirme el área de trabajo en Su obra (Sal. 90:17; 119:38).
    Aprendamos hasta aquí que la convicción personal de que se ha sido llamado para servir es la fuerza del verdadero siervo, ya sea quién quiera llevar el evangelio o quién quiera cuidar al pueblo de Dios siendo un anciano en la asamblea, como quién quiera dedicar su vida al servicio y ayuda del pueblo de Dios. Todos necesitamos una confirmación para no obrar en la energía de la carne y este punto debe hacernos retroceder si solo estamos motivados por ilusiones y no por un genuino llamado desde el cielo. Esa respuesta siempre vendrá del Espíritu y esto usando la Palabra de Dios.

continuará, d.v., en el siguiente número

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¿Qué Significa La Expresión “Ir al Seol”?


En el Antiguo Testamento no había tanto revelado sobre la muerte y después como en el Nuevo Testamento. La palabra “Seol” aparece solo en el Antiguo Testamento. No equivale a un lugar que alberga muertos, como “el Hades”, “infierno” o “el lago de fuego” que son términos revelados después, en el Nuevo Testamento. Más bien Seol se refiere al sepulcro, la muerte en general, o a la región del más allá donde están los muertos, pues sin saber mucho más. A veces puede tener un sentido equivalente al Hades, la región de tormentos de los muertos inconversos, pero eso es por el contexto. Es decir, cuando el texto habla de la muerte o el juicio de los inconversos, puede entenderse así. Por ejemplo, en el Salmo 49:14, los ricos inconversos “son conducidos al Seol, la muerte los pastoreará”. Proverbios 7:27 también lo asocia con el castigo de los inmorales. El camino a la casa de la mujer inmoral no es camino de placeres, sino “Camino al Seol es su casa, que conduce a las cámaras de la muerte”.
    Pero generalmente significaba la muerte o la ultratumba. En 2 Samuel 22:6 y el Salmo 18:5 es un sinónimo de la muerte: “Ligaduras del Seol me rodearon; tendieron sobre mí lazos de muerte”. No son dos lugares, sino una misma cosa, pues es el paralelismo hebreo, en que riman los pensamientos, no las palabras. De nuevo en el Salmo 6:5 leemos: “Porque en la muerte no hay memoria de ti; en el Seol, ¿quién te alabará?” El Salmo 89:48 pregunta: “¿Qué hombre vivirá y no verá muerte? ¿Librará su vida del poder del Seol?” (véase también Sal. 116:3). Isaías 28:15 y 18 habla del pacto con la muerte y el convenio con el Seol. Oseas 13:14 dice: “Oh muerte, yo seré tu muerte; y seré tu destrucción, oh Seol”, pero cuando es citado por Pablo en 1 Corintios 15:54-55, habla de la muerte y el sepulcro. “Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” En este texto en lugar de “Seol” el Espíritu Santo pone “sepulcro”.
    Considera, por ejemplo, cuando el patriarca Jacob vio la túnica ensangrentada de su hijo José, le dio por muerto y lamentó. “Descenderé enlutado a mi hijo hasta el Seol” (Gn. 37:35). Y nuevamente: “haréis descender mis canas con dolor al Seol” (Gn. 42:38). Obviamente Jacob no anticipaba ir al lugar de tormentos, sino simplemente morirse. Su muerte se describe así: “expiró, y fue reunido con sus padres” (Gn. 49:33). En cierto sentido, puede referirse al hecho de ser sepultado como sus antepasados: “le sepultaron con sus padres” (2 R. 9:28).  Pero sabían que la muerte no termina nuestra existencia, y podría indicar eso.
    En 1 Samuel 28:19 cuando Samuel dijo a Saúl: “estaréis conmigo, tú y tus hijos”, no quiso decir un lugar, como el hades, el cielo o el infierno, sino la muerte. Es decir: “estaréis muertos como yo”.
    En el mismo sentido, en 2 Samuel 12:23 cuando David dijo: “yo voy a él, mas él no volverá a mí”, no tenía en mente un lugar o una reunión, sino simplemente que iba a morir, como su hijo. Muchos quisieran ver en sus palabras la promesa de una reunión con infantes y niños que murieron, lo cual es comprensible, pero equivocado, porque el texto no habla de eso. La vida es un camino de sentido único. Nacemos, vivimos y morimos. En Eclesiastés, Salomón repitió esta verdad que era para él frustrante: “un mismo suceso acontecerá al uno como al otro” (Ecl. 2:14; 3:19: 9:2-3).
    Es en el Nuevo Testamento que se nos revela más acerca de qué pasa después de la muerte. El Señor enseñó en Lucas 16 que el rico fue sepultado y “en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos” (Lc. 16:23). Apocalipsis 20:13-15 revela que cuando llegue el día del juicio del gran trono blanco, los muertos que están en el Hades serán resucitados, se presentarán ante Dios, y serán juzgados y lanzados al lago de fuego, que es el lugar de castigo eterno.

    En cambió, para el que es creyente en el Señor Jesucristo, nacido de nuevo por la fe en Él, la muerte, aunque sea penosa, será el instante de ir a la presencia de su Salvador. Para él, morir es estar ausente del cuerpo y presente con el Señor (2 Co. 5:8). Es “partir, y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor” (Fil. 1:23). Cristo en la cruz dijo al ladrón creyente: “hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc. 23:43). El cielo, la morada de Dios, es la morada eterna de los creyentes. Ahí los santos vivirán eternamente, ¡gracias al Señor!                                                                                                               Carlos

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DIOS PRESCRIBE LA CONFESIÓN

William MacDonald

“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).

Sería prácticamente imposible continuar en la vida cristiana sin la seguridad que nos brinda este versículo. A medida que crecemos en la gracia, tenemos una conciencia cada vez más profunda de nuestro pecado y miseria. Necesitamos tener provisión para la limpieza instantánea de nuestros pecados, de otro modo, quedaríamos condenados a culpa y derrota perpetua.
    Juan nos dice que a los creyentes se les ha hecho provisión por medio de la confesión. Por la fe en el Señor Jesús el inconverso recibe perdón judicial por la paga de sus pecados. El creyente, por su parte, recibe el perdón paternal y limpieza de la mancha de sus pecados cuando los confiesa.
    El pecado rompe la comunión en la vida del hijo de Dios, y la comunión queda rota hasta que el pecado es confesado y abandonado. Cuando confesamos nuestros pecados, Dios es fiel a Su Palabra; Él ha prometido perdonarnos. Es justo cuando perdona porque la obra de Cristo en la cruz ha provisto de la base de justicia necesaria.
    Lo que significa este versículo, entonces, es que cuando confesamos nuestros pecados, podemos saber que el expediente queda limpio, que somos purificados por completo y que el bendito espíritu familiar ha sido restaurado. Tan pronto como somos conscientes de que hay pecado en nuestra vida, podemos entrar en la presencia de Dios, llamar a ese pecado por su nombre, repudiarlo, y saber con certeza que éste ha sido borrado.
    ¿Pero cómo lo sabemos con certeza? ¿Nos sentimos perdonados? No es cuestión de sentimientos. Sabemos que hemos sido perdonados porque Dios así lo dice en Su Palabra. Nuestros sentimientos no son dignos de confianza, en cambio, la Palabra de Dios es  sólida y segura.
     Pero supongamos que alguien dice: “Yo sé que Dios me ha perdonado, pero no puedo perdonarme a mí mismo”. Eso suena muy piadoso, pero en realidad deshonra a Dios. Si Dios me ha perdonado, desea que me apropie ese perdón por la fe, que me regocije en Él, y que vaya y le sirva como un vaso limpio.                                          
                                                                         de su libro DE DÍA EN DÍA, CLIE

“El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia. Bienaventurado el hombre que siempre teme a Dios; Mas el que endurece su corazón caerá en el mal” (Pr. 28:13-14).

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 CONSÉRVATE PURO

“No impongas con ligereza las manos a ninguno, ni participes en pecados ajenos. Consérvate puro” (1 Ti. 5:22)

Conozco a alguien que es un buen amigo cristiano y buen técnico de ordenadores. Pero recientemente me dijo que ha dejado de reparar los ordenadores, debido a tanta pornografía que a menudo encontraba en los discos duros. Él rehúsa contaminarse con esa porquería inmoral. Hermanos, si vamos a vivir vidas puras, limpias y santas para Dios, nuestra mente y también nuestros discos duros y teléfonos deben mantenerse limpios. No hay lugar para la pornografía, pues destruye el alma. Como Pablo dijo al joven Timoteo: “consérvate puro”, y podríamos añadir, “y también tu ordenador y tu teléfono”.

Arnot P. McIntee, de un calendario devocional

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EN DIVERSAS PRUEBAS

“Jehová preside en el diluvio...”  Salmo 29.10

A veces los problemas entran inesperada y repentinamente en nuestras vidas, como un tsunami, y parecen que se desbordarán y nos inundarán. La violencia de la tormenta, la ira de las olas y el bramido del mar causan temor y alarma. Nos sentimos impotentes ante el ataque violento, y pensamos que seremos arrasados por el avance de la marea de maldades.
    Acuérdate de los discípulos cuando cruzaron el mar de Galilea. Mira en la tormenta y ve a tu Salvador, Señor de vientos y olas. Él camina en medio de la tormenta sin ser afectado por ella, y se acerca a ti. Tiene control perfecto sobre lo que tanto tememos. Las olas abofetean sin parar, pero Él no permitirá que tu barco se hunda.
    Escucha Sus palabras: “Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo, y si por los ríos, no te anegarán” (Is. 43:2). Estará contigo todos los días, en todo el camino, hasta que al final llegues al puerto celestial y reposas eternamente. Allá a Su lado nada estorbará la calma de la orilla celestial.

Roy Reynolds, Irlanda del Norte

Cristo está conmigo, ¡Qué consolación!
Su presencia quita todo mi temor.
Tengo la promesa de mi Salvador:
“No te dejo nunca; siempre contigo estoy”.

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La Salida Triunfante


Al final de Su ministerio público, Jesucristo entró en Jerusalén montado sobre un pollino, y la multitud le aclamó con gritos de “¡Hosanna al Hijo de David!” (Mt. 21:1-10). Este acontecimiento suele ser llamado “La Entrada Triunfante”.  Zacarías 9:9 profetizó que el Mesías vendría así. Pero cuando el Señor fue transfigurado en el monte y Moisés y Elías hablaron con Él, no hablaron de Su entrada, sino de “su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén” (Lc. 9:31). Así que, la Biblia no dice “entrada triunfante”. Triunfante hubiera sido como los generales romanos, victoriosos en batalla, con sus tropas, el botín y los cautivos en pos de ellos. Nada así fue para nuestro Señor.
    Pero en el caso de Cristo, la nación de Israel le había rechazado. Entró en Jerusalén sabiendo que ahí sería condenado a muerte. Solo le dieron una corona de espinas, antes de clavarle en una cruz con la acusación: “JESÚS NAZARENO, REY DE LOS JUDÍOS” (Jn. 19:19).
     Por eso, J. Vernon McGee lo llamaba “la salida triunfante”. Colosenses 2:15 describe el triunfo de Cristo en Su muerte: “despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz”.
    Antes de su arresto y “juicio” a manos de los de Su nación, el Señor dijo a Sus discípulos: “otra vez dejo el mundo, y voy al Padre” (Jn. 16:28).  Entonces, Cristo salió desechado y despreciado (Is. 53:3). Tuvo una entrada triunfante, no en la tierra sino en el cielo, cuando ascendió (Ef. 4:8; Sal. 68:18). Fue “recibido arriba en gloria” (1 Ti. 3:16), y se sentó a la diestra de la majestad en las alturas.
    Pero la historia no termina allí. Habrá una entrada triunfante en Jerusalén, de veras, en el futuro, cuando Jesucristo venga a reinar. Zacarías 14 profetiza Su segunda venida, cuando pondrá los pies nuevamente sobre el monte de los Olivos, y entrará en Jerusalén. El Salmo 24 anticipa Su llegada triunfante y gloriosa. Entonces todos sabrán que Jesucristo, el Mesías, es también Jehová, el Dios eterno:

“Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, y alzaos vosotras, puertas eternas, y entrará el Rey de gloria  ¿Quién es este Rey de gloria? Jehová el fuerte y valiente, Jehová el poderoso en batalla. Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, y alzaos vosotras, puertas eternas, y entrará el Rey de gloria.  ¿Quién es este Rey de gloria? Jehová de los ejércitos, Él es el Rey de la gloria. Selah” (Sal. 24:7-10).


¡Triunfo, triunfo! Cantemos la gloria
Del Rey poderoso, por cuya victoria
Quedó abolido el poder de la muerte.
El fuerte vencido por uno más fuerte:
Jesús vencedor, y vencido Satán.

El Crucificado, por Dios coronado,
Señor glorioso será proclamado.
Daránle honores, dominio y grandeza
Los siglos futuros, eterna realeza
De que Él ya es digno y muy pronto tendrá. 

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¿Tienes los Síntomas?

 


El brote del COVID-19 y la pandemia han causado mucho pánico y consternación en el mundo. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el primer caso fue en Wuhan, China, en diciembre del 2019, y desde entonces se extendió rápidamente a todos los países del mundo, en una pandemia de proporciones épicas. Pronostican que tendrá gran impacto sobre las esferas de medicina, economía, sociedad, política y educación, y afectará toda área de la vida en una escala sin precedente.
    Según el Instituto de Salud en el Reino Unido, los síntomas del virus son similares a los de la gripe común, la neumonía y el síndrome de disfunción multiorgánica. Ya que es una enfermedad nueva, queda mucho que aprender acerca de cómo es trasmitida y cómo puede ser curada eficazmente. Abundan las teorías y las supuestas curas caseras, y mientras tanto, avanza la cifra de mortalidad.
    Sin embargo, hay una enfermedad que es mucho más preocupante y urgente que jamás podría ser el COVID-19. Su contaminación es más extensa y las consecuencias son mucho más extremas. La Biblia nos informa de algo que contamina, aflige y amenaza con muerte a todo ser humano. “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). El pecado está en todo ser humano desde su concepción (Salmo 51:5) y pronto comenzamos a mostrar los síntomas – “se apartaron los impíos desde la matriz” (Salmo 58:3). Los síntomas se manifiestan en todo aspecto de nuestra vida. Están infectados nuestros pensamientos, palabras, hechos y aun los motivos del corazón (Romanos 3:3-19). Si lees Romanos 1:22-32, seguramente verás que tienes los síntomas – eres pecador. Ahora bien, el pecado no es una enfermedad, pero es comparable a una infección que se extiende de los pies hasta la cabeza (Isaías 1:5-6). Ningún ser humano puede jamás curar el pecado. Solo tienes que leer el periódico o mirar las noticias para saber que es así. Después de tantísimos siglos, la sociedad, los programas sociales, la educación, la medicina, la política, la religion y la filosofía son impotentes para curar el pecado. Tiene un índice de mortalidad de cien por ciento, y nadie está exento. “La paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23).
    En cuanto al COVID-19, se ofrecen ahora varias vacunas y tratamientos, pero aun han muerto personas vacunadas. Las mutaciones del virus hacen difícil su eliminación. En cambio, gracias a Dios, leemos en la Biblia que hay un remedio perfecto y eficaz para el pecado. En Su muerte en la cruz, el Señor Jesucristo “llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (1 Pedro 2:24), y por el sacrificio de sí mismo quitó de en medio el pecado (Hebreos 9:26). Aunque el pecado azota sin piedad a la raza humana, los que arrepentidos confían en Jesucristo tienen la certeza de que Él les ha lavado de sus pecados con Su sangre (Apocalipsis 1:5). La única manera de “curarse” del pecado y la muerte que causa es por la fe en el Señor Jesucristo, que murió y resucitó para salvar a todos y cualquiera que cree en Él. Ninguna iglesia ni filosofía puede salvarte – solo el Señor Jesucristo. ¿Por qué no acudes ahora a Él?

miércoles, 27 de febrero de 2019

EN ESTO PENSAD - marzo 2019

Facetas Hermosas De La Salvación
La salvación de Dios es tan maravillosa que jamás nos cansaremos de contemplarla y disfrutarla, y ella será causa de nuestra alabanza y adoración por toda la eternidad. Considerarla es como girar una piedra preciosa para apreciar sus diferentes facetas. Newell en su excelente libro: Romanos Versículo Por Versículo, menciona algunos aspectos de la obra de Dios. Vamos a ampliar esto y considerar seis importantes facetas de esta “salvación tan grande”.
    Primero, vemos el gran amor de Dios al mundo, que amó de tal manera que envió a Su Hijo unigénito (Jn. 3:16). “Él nos amó primero” (1 Jn. 4:19). Dios ama a los débiles e impíos (Ro. 5:6), a los pecadores (Ro. 5:8) y a los enemigos (Ro. 5:10). El amor del Padre se expresa así en 1 Juan 4:10, “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”. La salvación es por gracia por medio de la fe, esto es, es gratuita, pero esto no quiere decir que no costó nada. ¡Al contrario, lo que le costó al Padre salvarnos! “No escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros” (Ro. 8:32). El profeta Zacarías lo expresó así: “Levántate, oh espada, contra el pastor, y contra el hombre compañero mío, dice Jehová de los ejércitos. Hiere al pastor...” (Zac. 13:7). Isaías dijo: “Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento” (Is. 53:10). Romanos 3:25 dice acerca de Cristo: “a quien Dios puso como propiciación”. ¡Cuán hermoso y valioso es este gran amor de Dios nuestro Salvador!
    Segundo, vemos la muerte de Cristo en propiciación por nuestros pecados – propiciación por medio de Su sangre. El Padre le envió al mundo, pero también vino voluntariamente para redimirnos. Hebreos 10:5-7 enseña esto: “...entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; mas me preparaste cuerpo. Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron. Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad”. Él llevó nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero (1 P. 2:24). Llevó la culpa y la condenación de nuestros pecados y satisfizo las justas demandas de Dios una sola vez para siempre. “Cristo murió por nuestros pecados” (1 Co. 15:3). Es el tema central de la Cena del Señor, y por toda la eternidad adoraremos y cantaremos Sus alabanzas: “El Cordero que fue inmolado es digno” (Ap. 5:12).
    Tercero, vemos la identificación de Cristo con nosotros en conexión con Adán. Él no descendió de Adán, sino que es segundo hombre, el postrer Adán, nacido santo (Lc. 1:35). Tiene una humanidad genuina, pero distinta, santa, impecable, no la humanidad caída de Adán. En Su encarnación fue hecho “semejante a los hombres” (Fil. 2:7), expresión que marca la distinción entre Él y los demás hombres. Así Cristo fue hecho pecado por nosotros (2 Co. 5:21) y padeció la muerte en nuestro lugar, liberándonos de Adán, su esclavitud al pecado, su condenación y sentencia de muerte. Romanos 6:6 declara que “nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado”. Todos los que descienden de Adán mueren, pero todos los que confían en Cristo vivirán.  “Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia” (Ro. 5:17).
continuará, d.v., en el siguiente número
Carlos
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Las Pruebas de los Creyentes

Son hermosas las palabras del himno: “A Los Que A Dios Aman”, y me animan a considerar estos versículos en Romanos 8 y otros pasajes similares.
Del amor divino ¿quién me apartará?
Escondido en Cristo ¿quién me tocará?
Si Dios justifica ¿quién condenará?
Cristo por mí aboga ¿quién me acusará?
Coro:    A los que a Dios aman todo ayuda a bien,
    Esto es mi consuelo, esto es mi sostén.

Las pruebas vienen de muchas maneras. Puede ser persecuciones, enfermedades, pérdidas, escasez económica, la soledad, el desamparo, la traición, las tensiones y presiones en el trabajo o la falta de trabajo, y muchas otras cosas. Desde el primer libro de la Biblia hasta el último hay pruebas, y además, en la vida de personas creyentes. No estamos exentos.
    El apóstol Pablo desde que se convirtió no tuvo nada más que problemas. No hubo tregua. Pero Dios le sostuvo siempre. Esto va en contra de los que predican que si te conviertes, no tendrás problemas y todo te irá bien. Vivimos en un mundo arruinado por el pecado y cuyo príncipe es Satanás, así que hay problemas. La diferencia entre nosotros y otros es que Dios está con nosotros. Romanos 8:31-39 declara que Dios cuida de los Suyos aun en los problemas que tienen.
    El versículo 39 afirma que nada nos separa del amor de Cristo. ¿Hemos tenido problemas? Sí. En Juan 16:33 el Señor dice: “En el mundo tendréis aflicción”. ¿Esto nos separa del amor de Dios? ¡No, nunca! Los problemas nos prueban, enseñan, fortalecen, desarrollan, purifican y dan testimonio a otros de qué tipo de personas somos los creyentes, pero no nos separan del Señor, ni apagan el amor divino. En todo momento Él está con los que le aman y esperan en Él.
    ¿Cómo dicen algunos que el creyente no tiene que sufrir? ¡Qué va! ¿De dónde sacan esas ideas? En las pruebas adquirimos la experiencia de confiar en el Señor y de serle fieles pese a las circunstancias. Esperamos en Él para que nos dé fuerza y ánimo, y que mande la solución a su tiempo. Aprendemos paciencia, perseverancia, y nuestra fe es fortalecida. Esto no lo dan los libros, ni la universidad, sino la escuela de la experiencia en las cosas de Dios, confiando en Su Palabra y recibiendo fortaleza de Su Espíritu en nosotros.
    Además, debemos recordar que nuestro amado Señor Jesucristo sufrió “en los días de su carne”, como Hebreos 5:7-8 indica. Aprendió, en el sentido de experimentar el sufrimiento en Su cuerpo. Hubo “gran clamor y lágrimas”, y claro que Sus sufrimientos eran otros y más severos que los nuestros, pero no nos sorprenda si en nuestra vida también hay tiempos de clamor y lágrimas. Él conoce las lágrimas.
    Tenemos problemas y sufrimientos, pero Dios nos ayuda en ellos. Un creyente que no tiene problemas, desgraciadamente tiende a olvidarse de Dios. Por eso los puritanos decían que la miseria nos educa en la oración. Dios es glorificado cuando clamamos a Él y perseveramos hasta el final de la prueba, como Job. Él está con nosotros siempre. No nos desampara, ni nos deja (He. 13:5). Nos ayudará. 1 Pedro 5:7 dice: “él tiene cuidado de vosotros”. Así que, firmes y adelante, hermanos, y glorifiquemos a Dios aun en medio de las pruebas. Sólo los que le aman y confían en Él pueden hacer esto.
Lucas Batalla

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La Fe Y La Oración
"Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve" (He. 11:1). Fe no es un sentimiento, ni autohipnosis, sino simplemente confianza inquebrantable en Dios y en Su Palabra, en Su veracidad y fidelidad. Es la firme  convicción de que lo dicho por Dios es verdad, y lo prometido por Dios sucederá. Tiene que ver principalmente con el futuro y lo invisible: "lo que se espera".
    Whittier dijo que "los pasos de la fe se posan en el aparente vacío, y no obstante encuentran la roca debajo". ¡Pero esto no es así! La fe NO es un salto a la oscuridad, al vacío. Exige la evidencia más segura, y la halla en la Palabra de Dios, porque Él no puede mentir, equivocarse o incumplir lo que dice.
    Algunas personas creen equivocadamente que pueden obtener cualquier cosa que pidan si creen con toda su fuerza que vendrá. Pero eso es credulidad, no fe, y es fe en tu fe, no fe en Dios. La fe necesita apoyarse en la revelación de Dios y aferrarse a Sus promesas. Toda esa revelación y todas esas promesas están escritas en la Palabra de Dios. Ya no habla por visiones, impresiones, voces, sueños ni otras cosas, sino por Su Palabra.  Si el Señor hace alguna promesa, entonces es tan segura como si ya hubiera sucedido. Ya que Él preside sobre el futuro, ciertamente se cumplirá. En otras palabras, la fe trae el futuro al presente y hace visible lo invisible.
    No hay riesgo en creer a Dios. Es totalmente fiable. ¡Grande es Su fidelidad! Creerle es lo más racional, sano y lógico que una persona puede hacer. ¿Qué hay más razonable que la criatura creyendo al Creador?
    La fe no está limitada por las posibilidades, sino que invade el mundo de lo imposible. Alguien ha dicho: "La fe comienza donde las posibilidades humanas terminan". La mayor gloria de Dios en el asunto de la oración está en responder a peticiones que quedan más allá de nuestras posibilidades.
Fe, poderosa fe, que la promesa ve
 y mira a Dios solamente;
 De las imposibilidades ríe 
y clama: "Se hará ciertamente". 
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El tiempo es un recurso que debemos aprovechar para Dios. La puntualidad es parte de la buena administración de ese recurso.





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La Luz De Dios

La luz es esencial para la vida. Si no lay luz, no puede haber flores, fruta o follaje. Pero Juan dice que la vida es esencial para la luz. El Señor Jesús, Hijo de Dios, y Dios mismo, es la fuenta de toda vida y de ahí viene la explicación de toda luz. Toda luz física y toda luz espiritual tiene su origen en Dios porque “Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él” (1 Juan 1:5). 

Luz de la Creación
    Dios dio a todo ser humano la luz de la creación. Como niño me fascinaba saber que el sol siempre brilla, y cuando en un lado del mundo se acuestan, en el otro lado se levantan a la luz del mismo sol. El salmista declara: “Los cielos cuentan la gloria de Dios...un día emite palabra a otro día...no hay lenguaje, ni palabras, ni es oída su voz...” (Salmo 19:1-3). No es casualidad cósmica sino misericordia divina que el sol, la luna y las estrellas que iluminan están a distancias correctas para hacer bien y no destruir el mundo. Dios en Su sabiduría nos ha dado esa luz.
 
Luz de la Conciencia
    Como seres humanos somos conscientes del bien y el mal. Todo ser humano siente culpa (Romanos 2:15). La luz de nuestra conciencia nos recuerda Su Santidad y nuestra necesidad de perdón. Podemos suprimir o acallar la conciencia y amar más las tinieblas que la luz porque nuestros hechos son malos (Juan 3:19).

Luz de Las Escrituras
    Las Sagradas Escrituras son “lámpara a mis pies y lumbrera a mi camino” (Salmo 119:105). En ellas la luz es asociada con Dios y las tinieblas con el mal (Proverbios 4:18-19; Efesios 5:8). Dios mora en luz inaccesible (1 Timoteo 6:16). Las Escrituras revelan que Jesucristo, el Hijo de Dios, es “la luz del mundo” (Juan 8:12), y la única esperanza de salvación.

Luz del Espíritu Santo
    El Espíritu Santo, no una fuerza sino una Persona divina, ilumina a toda persona y trae convicción de pecado, la justicia de Dios y el juicio de Dios sobre los pecadores (Juan 16:8). ¿Cuándo fue la última vez que reconociste que Dios te habla con Su Palabra por medio de Su Espíritu? Si hoy oyereis Su voz, no endurezcáis vuestro corazón.

Luz del Hijo de Dios, el Señor Jesucristo
    Al nacer en Belén una estrella apareció en el cielo en Su honor. Cuando murió, el sol se ennegró durante tres horas a mediodía. Cuando venga al mundo por segunda vez, “el sol se oscurecerá, la luna no daré su resplandor, y las estrellas caerán del cielo” (Mateo 24:29). Cuando el apóstol Pablo predicaba el evangelio, Cristo le dijo que era “para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios, para que reciban, por la fe...perdón de pecados” (Hechos 26:18). 
    Amigo, si no te has convertido por la fe en el Señor Jesucristo, todavía vives en tinieblas y la potestad de Satanás. Arrepiéntete y confía en Cristo para que tengas la luz y la vida de Dios. Las peores tinieblas son las que envuelven a los que rechazan la luz. Para esos “está reservada eternamente la oscuridad de las tinieblas” (Judas 13).
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DIOS EL ESPÍRITU
Parte 2
por D. Camilo Vásquez Vivanco, Punta Arenas, Chile

     Es muy posible que la doctrina de la Trinidad nos sea confusa al tener que aceptar la verdad de un solo Dios y a su vez la existencia de tres Personas. De hecho existen explicaciones o intentos de ella, que más que aclarar esta verdad proponen nociones falsas. Así por ejemplo tratan de explicarlo con esta ecuación 1+1+1=1, donde claramente esta ecuación es falsa. La Trinidad no es un “triteismo” con la unión de tres dioses, ni tampoco es un “tripartito” como la unión de tres partes. Dios es una sola sustancia con subsistencias separadas de tres personas. Aunque este término Trinidad no aparece en la Biblia se aprecia Su existencia de forma clara. Otros intentan ocupar la analogía de un huevo con sus tres partes, la clara, la yema y su cáscara, resultando ser la más absurda explicación de la Trinidad pues no es la unión de tres partes. Otros intentan usar la figura de un padre, una madre y un hijo para decir que la Trinidad tiene que ver con tres roles, lo cual es otra absurda idea. En este estudio veremos que el Espíritu existe dentro de la Trinidad como una especial y particular persona de este Triuno-Dios actuando en pleno acuerdo con las otras Personas de la deidad.

ATRIBUTOS DEL ESPÍRITU

 
    Al Espíritu de Dios se le reconocen atributos que son aplicables a la Deidad solamente. Él es "el Espíritu eterno" (He. 9:14), es omnipresente: "¿Adónde me iré de tu Espíritu?" (Sal. 139:7) y está presente a la misma vez en todos los creyentes: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros...” (1 Co. 6:19); “el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros” (Jn. 14:17); “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” (1 Co. 3:16). Es Omnisciente: "el Espíritu todo lo escudriña" (1 Co. 2:10). Es soberano: "Todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere" (1 Co. 12:11). Él es el Señor Espíritu: "Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad" (2 Co. 3:17). Es superior a los ángeles: "...qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo... cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles" (1 P. 1:11-12). Se le reconoce como Dios en Hechos 5, donde Pedro acusa a Ananías de haber mentido al Espíritu Santo y dice: "No has mentido a los hombres sino a Dios" (v. 4). Es además vivificante como lo es el Padre: “El espíritu es el que da vida” (Jn. 6:63); “Como el Padre levanta a los muertos, y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida” (Jn. 5:21). De hecho es el Espíritu quien nos resucitará para cuando venga el Señor por Su iglesia: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros” (Ro. 8:11).

LA PERSONA DEL ESPÍRITU
 
    El Espíritu es alguien capaz de ejercer voluntad y expresar sentimientos. Tales sentimientos son propios de Dios y solo se pueden conocer si el Espíritu los comunica. Alguien puede definir el amor pero si no posee el Espíritu nunca podrá conocerlo: “...porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Ro. 5:5). Hemos de entender que Dios es amor porque Él es Espíritu y es solo por Su Espíritu que Él expresa amor (Ro. 15:30). La ausencia de amor no es otra cosa que la ausencia del Espíritu. Para los arrianos de donde descienden los falsamente llamados T.J., el Espíritu es la fuerza activa de Dios, para los judíos es algo parecido “el poder influyente de Dios”. Para los musulmanes es un ángel inminente. Para nosotros los cristianos el Espíritu es Dios (Jn. 4:24).
    ¿Cuáles son las características distintivas, o marcas, de la personalidad? El conocimiento, sentimiento o emoción, y la voluntad. Cualquier entidad que piensa y siente y quiere es una persona. Cuando decimos que el Espíritu Santo es una persona, hay quienes no entienden este sentido y piensan que ha de tener pies, manos, los ojos, oídos y la boca, y así sucesivamente, pero éstas no son las características de personalidad, sino de la existencia corporal. El Espíritu Santo posee entendimiento, conocimiento y sabiduría (1 Co. 2:10-12) y tal conocimiento y sabiduría son insondables; “¿Quién enseñó al Espíritu de Jehová, o le aconsejó enseñándole?” (Is. 40:13). Entonces el Espíritu posee mente (1 Co. 2:14-16), puede oír (Jn. 16:13), puede hablar (Ro. 8:16; Ap. 2:7). Es así que el Espíritu posee poder (Lc. 4:14; Ef. 3:16), posee voluntad (1 Co. 12:11). El enseña (Lc. 12:12; Jn. 14:26; 1 Jn. 2:27; Neh. 9:20), y posee la facultad de señalar y llamar a Sus siervos como misioneros (Hch. 13:1-3). El Espíritu guía y prohíbe los pasos que Sus siervos han de emprender (Hch. 16:6-10). Del mismo modo establece ancianos en las iglesias (Hch. 20:28) y faculta con sus dones para el servicio en ellas (1 Co. 12:7-11). Además el Espíritu puede ser tentado, no al mal sino a dar un castigo (Hch. 5:3-4) pues Él es Dios como bien lo reconoció Pedro al decir a Ananías: “...No has mentido a los hombres, sino a Dios”. El Espíritu Santo puede ser resistido. (Hch. 7:51) como también puede ser contristado (Ef. 4:30). Siente celos al ver que los hijos de Dios son mundanos (Stg. 4:5) y en tal caso puede ser apagado o sofocado en Su actividad de dar luz por la Palabra de Dios (1 Ts. 5:19-20). Alguien puede rebelarse en contra de Él, molestar o enojar, y blasfemar (Is. 63:10; Mt. 12:31-32) lo cual constituye un grave peligro. Todo esto demuestra que el Espíritu Santo no es una influencia divina sino una Persona divina como lo es el Hijo o como lo es el Padre. Respecto a esta verdad del Espíritu como Persona comenta Ritchie: “Aunque hay tres personas en una misma Deidad, vale notar de paso que cada una de las tres es distinta. Esto queda de manifiesto, por ejemplo, en la escena de Mt. 3:16-17. Dice que Jesús, el Hijo, subió del agua después de Su bautismo; a la vez el Espíritu descendió cual paloma sobre el Hijo obediente; y del cielo dijo una voz: "Este es mi Hijo amado", proclamando así el contentamiento del Padre” (c).

LA TERCERA PERSONA
 
    Posiblemente el tecnicismo “Tercera Persona” referido al Espíritu suene despreciativo siendo que el Espíritu es parte de la deidad trinitaria y posee los mismos atributos que las otras personas de la deidad. Sabemos que Dios se ha revelado a nosotros en tres Personas siendo un solo Dios (Dt. 6:4; Is. 44:6 y 8; Mr. 12:29-32; 1 Ti. 2:5; Stg. 2:19). No son tres influencias o manifestaciones sino tres Personas distintivas. Cada una de estas Personas es distinta de las otras dos y posee una obra especial relacionada con cada persona. Es así que El Padre nos da al Hijo (Jn. 3:16), el Hijo nos da a conocer al Padre (Mt. 11:27) y el Espíritu nos da a conocer al Hijo (Jn. 16:13-14). Es el Padre que envía tanto al Hijo como al Espíritu (Jn. 6:38; 14:26) y es también el Hijo quien envía al Espíritu (Jn. 15:26; 16:7). Sin embargo nunca el Hijo o el Espíritu envían al Padre y tampoco el Espíritu envía al Hijo. Entonces el Hijo procede del Padre y El Espíritu procede de ambos. También el Padre es mayor que el Hijo (Jn. 14:28) porque el Hijo procede del Padre, no obstante no es menos divino que el Padre (Jn. 10:30). Por Su parte el Hijo no es mayor que el Espíritu porque ambos son enviados y son inseparables (2 Co. 3:17). A su vez el Espíritu no es menos divino que el Padre y tampoco que el Hijo porque Dios es Espíritu (Jn. 4:24). En resumen ver al Hijo es ver al Padre (Jn. 14:9) y tener al Espíritu es tener al Padre y al Hijo (Jn. 14:23). Se puede observar también que el Espíritu Santo es expirado (soplado) por el Padre y por el Hijo en la trinidad (Gn. 2:7; Job 32:8; Jn. 20:22), no así el Padre ni el Hijo. En esta relación de prioridad en la trinidad, no de inferioridad, es el Verbo, la segunda persona, quién es encarnado y es el Espíritu, no el Padre ni el Hijo, en el cual la iglesia es bautizada o sumergida. No puede existir otro orden. Así es el Padre, el Padre de los creyentes pues es la primera persona en la trinidad, y es el Hijo la segunda persona, el que redime con Su sangre. El Espíritu cual tercera persona en este orden, no viene sin antes esperar que el Hijo realice Su obra redentora y ascienda al cielo para ser glorificado, solo después de esto es enviado (Jn. 7:39) como la tercera persona eficaz y poderosa comparado al siervo anónimo de Abraham que es enviado a buscar esposa para su hijo Isaac (Gn. 24:1-67). Hemos de advertir que el Espíritu viene a formar la iglesia solo cuando el Hijo es glorificado, antes no. Eso quiere decir que el Espíritu también como el Padre, aprueba la redención del Hijo. Algunas veces vemos al Espíritu mencionado en tercer lugar como en la conocida gran comisión: "Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo" (Mt. 28:19). Ya hemos mencionado que “en el nombre” enfatiza la existencia de un solo Dios y luego se mencionan las tres personas de aquel Dios tri-unitario. Así se le ve también en la despedida de las cartas de Pablo a los Corintios: "La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros. Amén" (2 Co. 13:14. No obstante, ser la tercera Persona de la Trinidad no significa que sea inferior pues en la iglesia aparece en primer lugar en Su obra de dar sus dones espirituales: "Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo" (1 Co. 12:4-6). Su mención en primer lugar en la asamblea se debe a que es el Señor (2 Co. 3:17) enviado por el Hijo en Su lugar con el propósito de enseñar, consolar, guiar y glorificar al Hijo (Jn. 14:26; 15:26; 16:13-15). Así podemos decir que el bienestar de la iglesia depende del ministerio del Espíritu Santo; "Entonces las iglesias tenían paz por toda Judea, Galilea y Samaria; y eran edificadas, andando en el temor del Señor, y se acrecentaban fortalecidas por el Espíritu Santo" (Hch. 9:31).
continuará, d.v. 
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ENCUESTA SOBRE LA TELEVISIÓN

por Santiago Walmsley.
Publicado en la revista La Sana Doctrina


Son muchos los argumentos que se aducen para justificar que un creyente tenga un televisor en casa. Son pocos los que ahora se conforman con un solo televisor, pues, se necesita uno para papá, otro para mamá y otro todavía para los hijos. Hay que mantenerse al día en cuanto al desarrollo de las cosas. Hay violencia y corrupción en el mundo y es bueno que la familia se acostumbra a ello en el ambiente del hogar. Además, es educacional la televisión. Frente a estos argumentos y otros es necesario hacer algunas preguntas para avalorar acertadamente la situación y saber si la televisión trae beneficios al hogar o si trae atrasos para el creyente y sus hijos.
    Es mejor presentar en forma de encuesta algunas preguntas sobre esta materia, dejando que cada hermano y hermana las conteste en el temor del Señor.
  1. ¿Son menos educados aquellos hermanos que han eliminado la televisión de su hogar? En este caso son interesantes los comentarios de un hermano, profesor en un liceo, que durante varios años preparó una encuesta basada en informes facilitados por los mismos estudiantes. Descubrió que para la edad de 18 años, algunos que literalmente habían pasado años de su vida frente a una pantalla. No eran mejor educados que los demás.
  2. Desde el día cuando Ud. abrió las puertas de su hogar para abrazar al mundo, que es lo que la televisión proporciona, ¿Ud. dedica más o menos tiempo a la lectura privada de la Biblia?
  3. ¿Puede decir con verdad que ahora Ud. dedica más tiempo a la oración?
  4. ¿Asiste mejor a los cultos de la semana o tiene preferencia la telenovela?
  5. ¿Toma interés en los casos necesitados, no solamente en la asamblea sino también en el vecindario, para visitar y ayudar de manera práctica, o encuentra que no le queda tiempo ahora para tales actividades?
  6. ¿Después del culto, dispone del tiempo necesario para informarse de la situación de otros hermanos, o sale corriendo para ver la televisión?
  7. Los hijos que Ud. está educando mediante los medios televisivos, ¿Ud. lo encuentra dificil llevarlos al culto de predicación del evangelio?
  8. Si ellos prefieren quedarse en casa viendo la televisión, ¿quién puso delante de ellos este estorbo que impide su salvación? Un siervo del Señor decía con razón, ¡¡Ud. no es buen padre, ni buena madre, si está educando a su hijo solamente para el infierno!!
  9. ¿Ud. está más activo en la evangelización, tiene más interés en asistir a las conferencias, etc., desde el día cuando llegó a su casa la televisión?
  10. ¿Los programas que está viendo le proveen de material para conversar con sus familiares y amigos del evangelio, o encuentra Ud. que ahora habla con ellos de sus programas preferidos?
  11. Ya que la televisión se propaga como instrumento de la educación, ¿puede contar de cómo le ha ayudado en los caminos del Señor, esa educación? ¿Conduce ella a las sendas de justicia?
  12. Bajo la influencia de la televisión, ¿Ud. lo encuentra más fácil ahora creer la Biblia y aceptar como justas y buenas las normas que ella establece para la vida cotidiana, o halla que Ud. ahora está en riña con ciertas enseñanzas bíblicas?
  13. ¿Puede testificar de la ayuda espiritual que recibe a través de la televisión, o su influencia le ha sido perjudicial?
  14. Como muchas de las telenovelas se basan en la infidelidad conyugal, ¿Cómo ve Ud. estos casos? ¿Los consiente?
     Hay muchas preguntas más que se podrían hacer para aclarar todo el caso de la televisión y la tremenda influencia perjudicial que ejerce sobre la mente. En muchos países se reconoce ahora que su influencia ha sido el factor determinante que ha conducido a la violencia y a la destrucción del hogar como entidad básica de la nación. Lamentablemente ninguna nación ha descubierto la manera de cambiar decisiones que se tomaron en el pasado, con el triste resultado que la televisión permanecerá siendo fuente de todos los males.
     Alimentarse de esta fuente de violencia y corrupción moral traerá graves consecuencias para el verdadero creyente. Con el tiempo la televisión sustituye la Biblia como poder que amolda la vida y el creyente pierde su utilidad y poder para servir al Señor.
     El testimonio dado por Dios acerca de Job, fue: No hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal. Hay santos en la tierra que se conocen por abstenerse de toda especie de mal. No tienen televisor en su casa ni pasan a la casa vecina para ver algunos programas.