¡PREPARA A TUS SUCESORES!
William MacDonald
“Y Josué hijo de Nun fue lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés había puesto sus manos sobre él; y los hijos de Israel le obedecieron, e hicieron como Jehová mandó a Moisés” (Deuteronomio 34:9).
Una importante lección que resulta de este versículo es que Moisés, sabiendo que su propio ministerio estaba llegando a su fin, designó a Josué como su sucesor, poniendo así un buen ejemplo a los que están en lugares de liderazgo espiritual. Algunos pueden pensar que esto es demasiado elemental como para enfatizarlo, pero el hecho es que es frecuente este gran fracaso: no preparan sucesores ni pasan el testigo a nadie. Parece haber una resistencia innata a la idea de que somos reemplazables.
Éste es un problema que enfrentan los ancianos y obreros en las iglesias locales. Es triste que los que enseñan bien o saben hacer obra pionera, a menudo mueren sin haber discipulado a nadie. Dejan “herederos” pero no discípulos. Por ejemplo, un anciano ha servido fielmente durante muchos años, pero se acerca el día cuando ya no podrá pastorear más el rebaño. No obstante, le es difícil enseñar a un hombre más joven para que ocupe su lugar. Quizá ve a los jóvenes como una amenaza para su posición o contrasta su inexperiencia con su propia madurez y concluye que no son idóneos. Se le olvida que una vez fue inexperto pero llegó a la madurez siendo enseñado para hacer obra de sobreveedor.
Éste puede ser también el problema en el campo misionero. El misionero que establece una iglesia sabe que debe entrenar a algunos del lugar para que asuman la responsabilidad del liderazgo espiritual. Pero piensa que no pueden hacerlo tan bien como él, que cometen muchos errores y la congregación disminuirá si él deja a otros predicar. Y de todos modos, no son buenos líderes, pues no saben dirigir bien. La respuesta a todos estos argumentos es que debe verse a sí mismo como un ser prescindible, no como la clave para la obra. Debe discipular a hermanos y delegarles autoridad mientras que busca trabajo en otra área del ministerio en otro lugar. Siempre hay campos sin cultivar en otras partes. No tiene porqué estar desocupado.
Cuando Moisés nombró a Josué como sucesor, la transición fue muy suave. No hubo falta de liderazgo. La causa de Dios no sufrió trauma. Así es como debe ser.
Todos los siervos de Dios deben regocijarse cuando ven a los más jóvenes levantarse para ocupar lugares de liderazgo. Deberían considerar como un gran privilegio compartir su conocimiento y experiencia con estos discípulos, y pasarles el testigo antes de verse forzados a hacerlo. Debe existir la actitud desinteresada que mostró Moisés en otra ocasión cuando dijo: “Ojalá todo el pueblo de Jehová fuese profeta” (Nm. 11:29).
de su libro De Día en Dia, CLIE
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Algunas Bendiciones de Dios
Texto: Efesios 1:1-23 El apóstol habla de las misericordias de Dios en Romanos 12, y aquí el Efesios 1 habla de las bendiciones de Dios. Es un texto muy conocido por nosotros, pero nos conviene leerlo otra vez, detenidamente, fijándonos en las palabras y meditando lo que leemos. Es así que sacaremos más provecho para nuestras vidas. El versículo 3 dice: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo”.
Primero observamos en cuanto a las bendiciones de Dios que dice: “nos bendijo”. Fijémonos en el tiempo del verbo. Habla en el pasado, no que nos bendecirá en el cielo, sino que ya nos ha bendecido. No se trata de lo que recibiremos, sino lo que hemos recibido, y es mucho: “toda bendición espiritual”. Ahora bien, “toda” es un adjetivo de cantidad, y es un absoluto. No hay más. Toda bendición espiritual ya nos ha sido dada. Por esto cuando alguien dice: “Dios te bendiga”, podríamos responder: “‘Gracias, ya lo ha hecho!”
Pasando por un momento al versículo 13, leemos estas palabras: “habiendo creído”, que son muy importantes porque sin fe no entramos en estas bendiciones. En el incidente de la higuera maldita que se secó, en Marcos 11:20-24 el Señor Jesús enfatiza a Sus discípulos la importancia de la fe. En el versículo 22 dice: “tened fe”. En el versículo 23 dice “creyere”, y en el versículo 24 otra vez exhorta: “creed que lo recibiréis”, o según la versión hispano-americana: “...creed que ya lo recibisteis”. El principio de la fe es de suma importancia para el creyente, no sólo respecto a la salvación, sino también respecto a la vida cristiana. “El justo vivirá por fe”. La fe la define el autor de Hebreos en el capítulo 11, donde dice que “es la certeza de lo que no se ve”. Estamos convencidos de algo que no vemos.
Volviendo a Efesios 1:4, allí somos informados que “nos escogió en Él”. Con esto empieza a desgranar las bendiciones espirituales que ya hemos recibido. Es una de las bendiciones, que Él nos haya escogido. ¿Para qué nos escogió? No para ser salvos unos y perdidos otros. Habla de creyentes en el Señor: “nos escogió en Él”, no "para estar en Él", y a continuación aclara que es “para que fuésemos santos y sin mancha”. El propósito es la santidad, sin la cual nadie verá al Señor (He. 12:14). Entonces la santidad es una bendición espiritual.
En el versículo 5 leemos: “en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad”. La predestinación bíblica es para los que creen. Ellos serán adoptados hijos suyos. “Adoptados” quiere decir que habiendo creído, pasamos a ser de la familia de Dios, y por lo tanto, herederos de Dios. Somos hijos de Dios, como 1 Juan 3:1 declara. ¡Qué bendición más grande es ésta! También el amor de Dios y el puro afecto de Su voluntad son bendiciones que hemos recibido. Y fijémonos que en este verso cuando habla de la predestinación, también habla de la buena voluntad de Dios – el puro afecto de Su voluntad. Nuestra mente especulativa y sabiduría limitada no pueden entrar en la predestinación. No podemos desmenuzar cosas que son demasiado altas o profundas para nosotros. Ante tales bendiciones debemos creer y adorar.
El versículo 6 declara que “nos hizo aceptos en el Amado”, esto es, en el Señor Jesucristo. Somos aceptos delante de Dios porque estamos en Jesucristo Su Hijo, el Amado. Es otra de las bendiciones espirituales que hemos recibido. Y todo esto, todas estas bendiciones, son “para alabanza de la gloria de su gracia” (repetido en los versículos 12 y 14).
Es una bendición que estemos reunidos los domingos por la mañana recordando y alabando a Dios por Su obra en la cruz. Es una ocupación privilegiada, como la de los del cielo en Apocalipsis 4 y 5. Es un privilegio ser escogido para alabar a Dios – unos pocos reunidos en Su Nombre y recordando lo que Él ha hecho por nosotros.
Primero observamos en cuanto a las bendiciones de Dios que dice: “nos bendijo”. Fijémonos en el tiempo del verbo. Habla en el pasado, no que nos bendecirá en el cielo, sino que ya nos ha bendecido. No se trata de lo que recibiremos, sino lo que hemos recibido, y es mucho: “toda bendición espiritual”. Ahora bien, “toda” es un adjetivo de cantidad, y es un absoluto. No hay más. Toda bendición espiritual ya nos ha sido dada. Por esto cuando alguien dice: “Dios te bendiga”, podríamos responder: “‘Gracias, ya lo ha hecho!”
Pasando por un momento al versículo 13, leemos estas palabras: “habiendo creído”, que son muy importantes porque sin fe no entramos en estas bendiciones. En el incidente de la higuera maldita que se secó, en Marcos 11:20-24 el Señor Jesús enfatiza a Sus discípulos la importancia de la fe. En el versículo 22 dice: “tened fe”. En el versículo 23 dice “creyere”, y en el versículo 24 otra vez exhorta: “creed que lo recibiréis”, o según la versión hispano-americana: “...creed que ya lo recibisteis”. El principio de la fe es de suma importancia para el creyente, no sólo respecto a la salvación, sino también respecto a la vida cristiana. “El justo vivirá por fe”. La fe la define el autor de Hebreos en el capítulo 11, donde dice que “es la certeza de lo que no se ve”. Estamos convencidos de algo que no vemos.
Volviendo a Efesios 1:4, allí somos informados que “nos escogió en Él”. Con esto empieza a desgranar las bendiciones espirituales que ya hemos recibido. Es una de las bendiciones, que Él nos haya escogido. ¿Para qué nos escogió? No para ser salvos unos y perdidos otros. Habla de creyentes en el Señor: “nos escogió en Él”, no "para estar en Él", y a continuación aclara que es “para que fuésemos santos y sin mancha”. El propósito es la santidad, sin la cual nadie verá al Señor (He. 12:14). Entonces la santidad es una bendición espiritual.
En el versículo 5 leemos: “en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad”. La predestinación bíblica es para los que creen. Ellos serán adoptados hijos suyos. “Adoptados” quiere decir que habiendo creído, pasamos a ser de la familia de Dios, y por lo tanto, herederos de Dios. Somos hijos de Dios, como 1 Juan 3:1 declara. ¡Qué bendición más grande es ésta! También el amor de Dios y el puro afecto de Su voluntad son bendiciones que hemos recibido. Y fijémonos que en este verso cuando habla de la predestinación, también habla de la buena voluntad de Dios – el puro afecto de Su voluntad. Nuestra mente especulativa y sabiduría limitada no pueden entrar en la predestinación. No podemos desmenuzar cosas que son demasiado altas o profundas para nosotros. Ante tales bendiciones debemos creer y adorar.
El versículo 6 declara que “nos hizo aceptos en el Amado”, esto es, en el Señor Jesucristo. Somos aceptos delante de Dios porque estamos en Jesucristo Su Hijo, el Amado. Es otra de las bendiciones espirituales que hemos recibido. Y todo esto, todas estas bendiciones, son “para alabanza de la gloria de su gracia” (repetido en los versículos 12 y 14).
Es una bendición que estemos reunidos los domingos por la mañana recordando y alabando a Dios por Su obra en la cruz. Es una ocupación privilegiada, como la de los del cielo en Apocalipsis 4 y 5. Es un privilegio ser escogido para alabar a Dios – unos pocos reunidos en Su Nombre y recordando lo que Él ha hecho por nosotros.
de apuntes tomadas durante un estudio dado por J. Álvarez
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El Calvinismo Distorciona la Doctrina de Dios
"Hemos hallado que la visión calvinista de la soberanía de Dios pone en duda el carácter santo de Dios. Pone límites injustificados y no bíblicos sobre la gracia, la justicia, el amor y la misericordia de Dios. Estos aspectos del carácter de Dios se extienden también a los incrédulos y no solamente a los creyentes. El calvinismo invierte la doctrina bíblica de Dios. El amor de Dios viene a ser odio para los no escogidos. La muerte de Cristo por todos los hombres viene a ser la muerte de Cristo por los pocos escogidos. El Dios justo se vuelve injusto. El Dios del calvinista no es el Dios descrito por la Palabra de Dios. Por lo tanto, el calvinismo socava y pone en ridículo al objeto de la adoración del cristiano, su consuelo en las pruebas y la esperanza de eterna salvación".
"Los cristianos deben velar celosamente contra todo ataque sutil contra la naturaleza santa y el carácter de Dios, aunque venga formulado en palabras teológicas altilocuentes".
David Dunlap, Limitando Al Omnipotente, pág. 54
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PREPARADOS PARA SU VENIDA
“Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados” (1 Jn. 2:28).
La fecha de esa venida nos es ocultada. Ningún hombre puede decir cuándo Él vendrá. Hay que velar y estar siempre preparado, para que no seas avergonzado en Su venida. ¿Debe el cristiano entrar en la compañía y las diversiones mundanas? ¿No estaría avergonzado si viniera su Señor y le hallara entre los enemigos de la cruz? No debo ir a donde me daría vergüenza ser hallado cuando venga repentinamente mi Señor”.
C. H. Spurgeon, 12 Sermons On The Second Coming of Christ
(“12 Sermones Sobre La Segunda Venida de Cristo”), Baker Book House, pág. 134.
(“12 Sermones Sobre La Segunda Venida de Cristo”), Baker Book House, pág. 134.
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¿ESTÁ EN LA BIBLIA?
Alguien criticó a un hermano en Inglaterra porque no celebra la Navidad, y le dijo: "¡Está en la Biblia!"
Sí? ¿Dónde? ¡No la hemos encontrado! En la Biblia no hay árbol de navidad, fiestas con regalos, belénes (nacimientos), etc. Está en la Biblia que Jesucristo nació, murió, resucitó y ascendió. Cada domingo recordamos Su muerte hasta que Él venga, porque esto sí, ¡está en la Biblia!
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MUCHO PARA NADA
Un día se me acercó un hombre diciéndome como debería vivir mi vida. Después de platicar con él un tiempo, llegué a la conclusión de que él estaba muy confundido. Obviamente tenía conocimiento de la Biblia porque me citaba versículo tras versículo. Pero no pude tomar su consejo en serio.
La confusión de aquel hombre era que decía que Dios era su Padre, y profesaba amar al Señor Jesucristo, pero la realidad era otra. Su vida declaraba algo muy diferente, porque ese hombre era un borracho. En vez de aconsejarme a mí, le hubiera servido mejor obedecer lo que él sabía de la Palabra de Dios. Mejor le hubiera servido prestar atención a las advertencias en la Palabra de Dios sobre la embriaguez. "Ni los borrachos...heredarán el reino de Dios" (1 Corintios 6:10).
Aunque quedé agradecido porque él se preocupaba por mi bienestar, me dio pesar porque todo el conocimiento que tenía no le servía. Ese hombre no tenía "el conocimiento de la verdad que es según piedad" (Tito 1:1). Más bien con su vida él llamaba a Satanás su padre y profesaba amar la bebida.
En otra ocasión, un hombre llamó a la puerta de nuestra casa, queriendo platicar conmigo. Me preguntó si podría enseñarle la Palabra de Dios. Le invité a las reuniones de enseñanza bíblica que tenemos, pero él se molestó e insistió que quería una clase privada. Le pregunté por qué quería saber más de la Biblia, y dijo que su propósito era enseñar a otros. Preguntándole más sobre el asunto, me di cuenta de que él no leía la Biblia por su cuenta. Solamente abría la Biblia cuando estaba delante de otros en una reunión.
Lo que él quería era conocimiento intelectual, superficial, para lucir delante de otros y aparentar un maestro. Quería tener en su cabeza datos bíblicos para decir a los demás. Luego me dijo que su meta era establecer una iglesia donde podría predicar la Biblia y ganarse la vida. Sus fines eran lucrativos, egoistas.
El Señor Jesucristo culpó a los religiosos en Su día de esto mismo: tener conocimiento sin entendimiento. "Dejadlos; son ciegos guías de ciegos; y si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo" (Mateo 15:14). El conocimiento sin la obediencia a la fe no sirve para nada. El Señor Jesucristo describió esta condición vana de los religiosos: "Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí" (Mateo 15:8). Amigo, Dios quiere que seas salvo y vengas al conocimiento de la verdad (1 Timoteo 2:4)
tomado de un tratado escrito por Mitch Parent
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DIOS EL ESPÍRITU
Parte 11
Camilo Vásquez Vivanco, Punta Arenas, Chile
Parte 11
Camilo Vásquez Vivanco, Punta Arenas, Chile
viene del número anterior (La Renovación Del Espíritu)
Aún así la Biblia nos dice: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Jn. 3:2). Cuán semejantes seamos a Él, no es sólo lo que la regeneración nos ha dado, sino que depende también de la vida privada de cada creyente (1 Co. 13:12; Fil. 3:8-11; Ap. 19:8). En esa renovación está involucrada la “santificación”, obra que el creyente debe iniciar lo más pronto posible, separándose de sus viejas amistades y de sus viejos hábitos: “Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna” (Ro. 6:22). Es vital entender que en la regeneración no existe progreso alguno, así como tampoco lo existe en la justificación. Es decir nadie es más regenerado y justificado de lo que fue desde el día de su conversión, pero en la renovación y en la santificación si hay progresos y avances. La santificación muestra cuán eficaz es la renovación cuando el creyente es obediente a la Palabra de Dios. Sansón es una figura de un creyente que atrofió su renovación echando por el suelo su santificación. Sin embargo como era un hijo de Dios (He. 11:32), y glorificó a Dios más con su muerte que con su vida (Jue. 16:30), cumpliéndose lo señalado por Dios: “Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (Ro. 11:29). Además es bueno resaltar que la santificación no es un grado más sobre los demás (Is. 65:5), sino que es un grado más sobre nuestra propia carnalidad. En esta santificación no sabe uno cuanto avance puede lograr. Si Sansón no sabía cuán bajo había llegado por su carnalidad (Jue. 16:20), del mismo modo el creyente obediente a la Palabra de Dios no sabrá el grado de su santificación como Moisés que no sabía que su rostro relucía de luz (Éx. 34:29) por su comunión con Dios.
LA ADOPCIÓN DEL ESPÍRITU
“Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” (Gá. 4:6).
Es el mismo Espíritu que clama “¡Abba, Padre!” Y lo hace en nuestro corazón, es decir, nos enseña a acercarnos a Dios como nuestro Padre. Esta expresión dicha en arameo (Abba) procede de los labios balbuceantes de un recién nacido y la expresión griega que le acompaña (Pather) es la voz de un adulto dirigiéndose a Dios como Padre. Es la relación de confianza y seguridad que nos enseña el Espíritu ya que somos hijos de Dios con plenos derechos de adopción.
La justificación satisface las demandas de Dios como Juez justo (Ro. 3:26) al dar a Su Hijo para que seamos justificados, no justos en la práctica, pues nadie de los santos ha sido hecho justo, sólo declarados justos (Ro. 5:19). Por Su parte la regeneración obrada por el Espíritu interiormente e inmediatamente con la justificación, no antes de ella, nos hace hijos legítimos de Dios (Jn. 1:12-13;Tit. 3:4-5), impartiéndonos su naturaleza divina (2 P. 1:4). La adopción nos es dada por el Espíritu como consecuencia de lo anterior por el hecho de haber sido hechos hijos, no para ser hijos, y nos coloca y prepara para ser herederos de Dios.
Es preciso destacar que la adopción de Dios no nos hace hijos como sucede hoy en nuestra legislación sobre la adopción. Dios nos da “la adopción de hijos” no el “ser hijos adoptados”. Podemos decir que ningún creyente es hijo de Dios por adopción. Lo somos por regeneración en el nuevo nacimiento obrado por el Espíritu. Es un error decir que Dios es un Padre adoptivo del nacido de nuevo (Jn. 1:12-13). La adopción bíblica como lo expresa el significado de su término griego (juiothesia) es muy distinto de la adopción de hoy y significa: “colocar en lugar y condición de hijo” a quién ya es un hijo. Por esto la idea relevante de Pablo a los Gálatas es la verdad de que cada creyente no está bajo la ley ni bajo tutores esperando la adopción sino que “hemos recibido la adopción de hijos” (Gá. 4:5). Aún más hoy nosotros podemos adoptar un niño y darle una nueva familia, pero nunca podremos darle nuestra naturaleza. La adopción de Dios no es recibir a un extraño; es colocar a un miembro de la familia en posición de gozar de los privilegios y bendiciones del adulto. Esto significa que incluso el cristiano más joven tiene todo lo que Cristo tiene y es rico en gracia. En la legislación romana un niño por ser menor de 12 años no se diferenciaba en nada de un esclavo: “…Entre tanto que el heredero es niño, en nada difiere del esclavo, aunque es señor de todo” (Gá. 4:1). Sólo al cumplir los 12 años se realizaba una ceremonia que lo colocaba como hijo verdadero y como heredero de su padre. A esa edad era adoptado como hijo legítimo, antes era considerado un “niño” solo un hijo de sangre de su padre y potencialmente un heredero, pero no gozaba del estado de verdadero hijo.
El apóstol Pablo toma esta figura de adopción para señalar UNA DIFERENCIA Y NO UNA IGUALDAD respecto de la iglesia. Cada creyente siendo hijo de Dios por haber nacido de nuevo, no tiene que esperar la madurez, ni siquiera necesita guardar la ley (Gá. 4:9-11) para ser adoptado y reconocido como hijo legítimo de Dios. Este estado de ser miembro de la familia de Dios se nos es dado junto con el nuevo nacimiento (la regeneración), por eso se dice: “…a fin de que recibiésemos la adopción de hijos” (Gá. 4:5). Como somos hijos legítimos por la fe en Cristo (Gá. 3:26), entonces Dios nos dio inmediatamente la calidad de hijos por Su Espíritu, es decir, todos los derechos de ser herederos suyos. Esto es lo que diferencia el hecho de estar bajo la ley respecto de estar bajo la gracia (Gá. 4:3). El estar bajo la ley es sinónimo de no poseer la calidad de heredero: “el estar bajo la gracia es sinónimo de dignidad y madurez para heredar”. Siendo que el Espíritu de Dios que está en cada creyente es el Espíritu del Hijo (Ro. 8:15), viene a ser en ellos el “Espíritu de Adopción”, esto produce en ellos los sentimientos de hijos para con Dios, y les asegura la dignidad y los privilegios como Sus hijos adultos. El nuevo nacimiento obrado al ejercer fe en el sacrificio de Cristo, nos hizo hijos de Dios y legítimos herederos de Dios. Tal asunto nunca se podría obtener bajo la ley. Cualquier creyente por muy imperfecto que sea es un genuino hijo de Dios y goza de una relación filial con Dios que lo sostiene para siempre. Esto el apóstol lo llama: “espíritu de adopción”, que es el estado de verdadero hijo aun cuando pequemos por error y seamos débiles en la fe. “Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” (Ro. 8:15). Aquí somos nosotros quienes clamamos seguros de ser escuchados porque poseemos el Espíritu de Dios.
La Biblia nos dice que Los israelitas llegaron a ser hijos por adopción y no la iglesia: “Que son israelitas, de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas” (Ro. 9:4). Israel llegó a tener esta posición de hijos por adopción cuando Dios los eligió de entre las naciones (Éx. 4:22-23; Is. 1:2; Os. 11:1). Así Dios tiene actualmente una relación con esta nación como Creador (Dt. 32:6) y como Padre (Jer. 31:9; 1 Cr. 29.10), ya que Él los eligió de entre las naciones para ser Su pueblo terrenal (Dt. 7:6-7). Llegará un tiempo para que ellos nazcan como hijos verdaderos por el Espíritu de Dios tras pasar por los dolores de la semana 70 que le llevaran al arrepentimiento (Ap. 12:1-5). Ellos recibirán de Él el espíritu de adopción, que hará que clamen: ¡“Padre mío”! (Jer. 3:19). Como ya hemos señalado a diferencia de Israel nosotros en el nuevo nacimiento recibimos la adopción “la toga viril” y poseemos la condición de herederos. El apóstol Juan lo describe así: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios” (1 Jn. 3:1). Horacio Alonso en sus comentarios sobre este texto nos dice: “Dos aspectos tienen que ser subrayados aquí. El primero es que Dios nos ha dado no solamente el nombre sino también el carácter de hijos (“y eso somos”). El segundo es no menos importante, porque la expresión “nos ha dado” está en un tiempo verbal que indica que el don viene a ser una posesión permanente del que lo recibe. La consecuencia es enorme. Los santos han venido a ser el objeto permanente del amor de Dios” (j).
continuará, d.v., en el siguiente número
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