Entradas populares

miércoles, 30 de octubre de 2019

EN ESTO PENSAD -- noviembre 2019


¿QUÉ HERENCIA DEJARÁS?


“El bueno dejará herederos a los hijos de sus hijos”
Proverbios 13:22

    Cuando leemos este versículo, no debemos llegar a la conclusión de que se trata de una herencia financiera. Es mucho más probable que el Espíritu de Dios se refiera a una herencia espiritual. Una persona pudo haber sido educada por padres que eran pobres pero piadosos; esta persona estará eternamente agradecida por la memoria de un padre y una madre que diariamente leían la Biblia, oraban juntos en familia y le criaron en el temor y amonestación del Señor, aunque no le hayan dejado dinero o bienes raíces al morir. La herencia espiritual es la mejor.
    Realmente un hijo o una hija podría arruinarse espiritualmente si heredara una gran cantidad de dinero. La riqueza que llega de repente es intoxicante y pocos son capaces de administrarla con sabiduría. Son pocos los que heredan fortunas y siguen bien para el Señor.
    Otra consideración es que las familias a menudo se rompen por celos y contiendas cuando se reparte una herencia. Es verdad lo que dice el refrán: “donde hay testamento, hay muchos parientes”. Los miembros de familias que han vivido en paz durante muchos años repentinamente se vuelven enemigos por unas cuantas joyas, porcelana o muebles.
    Con mucha frecuencia los padres cristianos dejan su riqueza a hijos inconversos, a parientes que están en religiones falsas o a hijos ingratos, cuando ese dinero podría haberse usado mejor para la difusión del evangelio.
    Algunas veces esta cuestión de dejar dinero a los hijos es una forma velada de egoísmo. Los padres en realidad desean retenerlo para ellos mismos mientras puedan. Saben que la muerte un día lo arrancará de su mano, de modo que siguen la tradición de darlo en herencia a sus hijos.
    Nadie ha legado todavía un testamento que no pueda romperse o disminuirse a causa de impuestos, cuotas y honorarios. Un padre no puede estar seguro de que sus deseos se cumplirán después que haya partido de este mundo.
    Por lo tanto la mejor política es dar generosamente a la obra del Señor mientras estamos todavía vivos. Como reza el dicho: “Da tu ofrenda en vida, porque así sabrás a dónde va”.
    Y la mejor manera de hacer un testamento es decir: “Estando en mis facultades mentales pongo mi dinero a trabajar ya para Dios en esta vida. Dejo a mis hijos la herencia de un trasfondo cristiano, un hogar donde Cristo fue honrado y la Palabra de Dios fue reverenciada. Les encomiendo a Dios y a la Palabra de Su gracia, que es capaz de edificarles y darles una herencia entre los santificados”.
William MacDonald, DE DÍA EN DÍA, Editorial CLIE

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -  

¿Guardas Riquezas?

     En Lucas 12:19 aquel rico habló consigo mismo diciendo: “tienes guardados” – y eso indica que hizo lo contrario de lo que Cristo manda en Mateo 6:19, “No os hagáis tesoros en la tierra”. Hizo tesoro en la tierra. En vez de vivir humildemente y repartir todo lo demás, guardó lo que no necesitaba, y por lo visto era mucho. No pensó en nadie más. Tenía “muchos bienes... guardados para muchos años”. Ése no necesitaba orar pidiendo: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”, porque tenía mucho más de lo que necesitaba, y no vivía dependiente de Dios. Su caso no es el único, pues esto se repite diariamente en nuestros días en todas partes del mundo. 2 Corintios 8:13-15 enseña que Dios permite a algunos tener más para que lo compartan con los que tienen menos, y que “haya igualdad”. Pero la realidad es que no la hay. Los ricos suelen dar de lo que les sobra, y quedarse con la mayor parte, con más de lo que realmente necesitan. De este modo ellos siguen siendo ricos después de dar, y los pobres siguen pobres después de recibir. Los ricos podrían hacer mucho más, pero evidentemente no quieren. No hacen como Cristo que se hizo pobre para enriquecernos a nosotros (2 Co. 8:9), ni como la pobre viuda (Mr. 12:44) que de su pobreza echó todo su sustento. Meditemos en esto porque el Señor sabe no sólo cuánto damos en ofrenda y para ayudar a otros, sino cuánto nos queda después.

Lucas Batalla, de un estudio dado en 2017 sobre el rico insensato de Lucas 12
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -  
  De Vuelta A Los Fundamentos
William MacDonald

     Nosotros enseñamos a nuestros hijos a acumular. Cristo los llama a renunciar a todo lo que poseen (Lc. 14:33).
    Nosotros les enseñamos que ser pobre no es loable. Jesús dijo: "Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios" (Lc. 6:20).
    Nosotros les decimos que se queden en casa y cumplan bien con todo. El Señor les dice: "Id por todo el mundo y predicad el evangelio" (Mr. 16:15).
    Nosotros los inducimos a asegurar su vida terrenal. El Salvador los exhorta a hacerse tesoros en el cielo (Mt. 6:20).
    Nosotros les proponemos que vivan para dos mundos. Cristo dice que eso no es posible (Lc. 16:13).
    Nosotros les enseñamos a "andar por vista". La Palabra les enseña a "andar por fe" (2 Co. 5:7).
    Hermanos, es hora de que nos replanteemos las ambiciones que tenemos para nuestros hijos a la luz de estos hechos ineludibles:
1. Por todo el mundo, hombres y mujeres sin Cristo se están perdiendo.
2. Los cristianos tenemos lo que ellos necesitan: el evangelio.
3. Si les privamos del pan de la vida, somos culpables de negligencia criminal, de homicidio del alma, en definitiva.
4. No nos pertenecemos. Hemos sido comprados con la sangre del Señor Jesús (1 Co. 6:19-20).
5. No tenemos derecho a vivir de forma egoísta. Debemos vivir para Aquél que murió y resucitó por nosotros.
6. Si pretendemos salvar nuestras vidas, las perdemos. Si las perdemos por Su causa, entonces las hallaremos; la realidad será nuestra.
7. Dentro de cien años, sólo la vida vivida para Cristo tendrá valor.
 
las páginas 19-20 de su libro: Seguir Espejismos o Seguir a Jesús, Llamada de Medianoche 

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 

Las ruinas de Éfeso
Apocalipsis 2:4-5
"Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido".

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
 La Humildad de Cristo

    El orgullo es el padre del pecado. Comenzó en el cielo cuando el apuesto Lucifer procuró destronar a su Creador y Dios. Inflado con su orgullo cayó en la condenacion (1 Ti. 3:6). Cristopher Marlowe dijo que "respiraba orgullo e insolencia, por lo cual Dios lo arrojó del cielo". No queriendo sufrir solo los resultados de su error, incitó a Adán y Eva para que pecasen. De esa forma el orgullo entró en la naturaleza humana, y el triste resultado es que cada uno de nosotros tiene lo suficiente como para hundir toda una flota.
    J. Oswald Sanders dijo que el orgullo es la deificación del yo. "Piensa en forma más elevada de sí mismo de lo que debería. Se atribuye el honor que le pertenece únicamente a Dios".
     Cualquier retrato genuino del Señor Jesús debe revelarle como aquel que es manso y humilde de corazón. La palabra manso contiene la idea de estar quebrantado. Es la palabra que se usa para describir a un caballo joven que ha aceptado el arnés y pacientemente ara. Su cabeza se mueve hacia arriba y abajo, y sus ojos miran derecho hacia adelante.
    Nuestro manso Señor nos invita a llevar Su yugo y aprender de Él. Esto significa una aceptación completa de Su voluntad. Cuando las circunstancias adversas nos sobrevengan podremos decir: "Sí...porque así te agradó".
    Jesucristo fue humilde al nacer en un pesebre, nacimiento que no tomó prestada gloria alguna de este mundo. Fue humilde durante Su vida, sin una pizca de orgullo o arrogancia, ni una fracción de un complejo de superioridad. El ejemplo supremo de Su humildad fue cuando "se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil. 2:8).

"Tú, Salvador, fuiste manso y humilde,
¿Y acaso un gusano como yo,
Débil, pecador e impuro,
Me atrevo a elevar mi cabeza?"
                (H. F. Lyte)

"Él se humilló al pesebre,
E incluso al madero del Calvario;
Pero yo soy tan orgulloso e indispuesto,
Como para ser su humilde discípulo"
                (Anónimo)

William MacDonald, Manual del Discípulo, págs. 123-124

  - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -


- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -




 - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

¿EN QUÉ CLASE VIAJAS?

Amigo, estás viajando a la eternidad, lo creas o no, y no sabes cuán cerca estás de llegar a la gran terminal. Por eso, pregúntate sinceramente: "¿En qué clase viajo?" Sólo hay tres:

Tercera Clase: Indiferentes

    Muchos son cautelosos en cuanto a sus intereses en este mundo, pero parecen estar ciegos respecto a la eternidad. A pesar del amor infinito de Dios, la brevedad de la vida, el juicio después de la muerte y la posibilidad de terminar en el infierno, siguen su loca carrera hacia un trágico final, como si no hubiera Dios, ni muerte, ni juicio, ni cielo ni infierno. Pero su indiferencia no cambia la realidad y el horror de su destino eterno sin Dios. "Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo".
    La salvación es urgente. No la posponga. La Biblia dice: “He aquí ahora el día de salvación”.

Segunda Clase: Inseguros
    Éstos tal vez sienten o piensan que son salvos, pero se ven asaltados por las dudas, como un barco azotado por las olas y sin ancla. Pero ¿alguna vez has visto a un marinero echar el ancla dentro del barco para asegurarlo? ¡Nunca! ¡Siempre la echa afuera! “Dios...interpuso juramento, para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros”. Hay quienes enseñan que nadie puede saber, que hay que esperar el día final del gran juicio. Esto es incorrecto y contribuye a la confusión e incertidumbre. Dios quiere que salgas de dudas. O eres salvo o no lo eres, y debes salir de la inseguridad y conocer tu verdadero estado.

Primera Clase: Seguros
    La infalible Palabra de Dios resuelve el asunto. “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna” (1 Juan 5:13). El Señor Jesucristo mismo dijo: “De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna”.
    Puedes saber ahora mismo que tus pecados han sido perdonados y que tienes vida eterna. Arrepiéntete y confía en la obra de Jesucristo en la cruz, y descansa en la promesa segura de la Palabra de Dios. No tiene letra menuda ni condiciones ocultadas. Dios quiere que seas salvo y que lo sepas. Así podrás decir como Pablo: “Yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (2 Timoteo 1:12).
    Amigo, ¿ahora en qué clase viajas?

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 
DIOS EL ESPÍRITU
Parte 10
Camilo Vásquez Vivanco, Punta Arenas, Chile


viene del número anterior (La Regeneración...)

    La regeneración fue prometida para Israel por el profeta Ezequiel y lo hizo en el contexto de la futura conversión de ellos a Cristo: “Esparciré sobre vosotros agua limpia...Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros...Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu...” (Ez. 36:25-27). La acción de la Palabra de Dios queda demostrada como “esparciré agua limpia” por esto Santiago nos dice: “Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas” (Stg. 1:18). Además se señala por Ezequiel que Dios pondrá “espíritu nuevo dentro de vosotros”, lo cual equivale al nuevo nacimiento mencionado solo por Juan en su Evangelio: “...el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn. 3:5-6). Tal nuevo nacimiento o regeneración equivale a una nueva orientación de los apetitos y de la voluntad dando al creyente la posibilidad de renunciar al poder del pecado (Gá. 5:24). Pero no se crean nuevas facultades dentro de él sino que más bien se enriquecen sus facultades originales y éstas adquieren nobleza y poder (h). La carne como naturaleza propia del que cree no se convierte, pero recibe su herida mortal por el poder del Espíritu Santo y ese creyente tiene ahora la facultad de destruir el dominio  de la carne tal como Samuel terminó con el rey de Agag (1 S. 15:33). Que el pecador antes de ser regenerado este muerto en delitos y pecados (Ef. 2:1-5), no significa que no tenga espíritu y que todo cuanto hace sea corrupto, sino que está manchado por el pecado catalogado en su obrar como obras muertas (He. 9:14). El nuevo nacimiento regenera su espíritu y lo conecta con Dios colocando al que cree en la categoría de “hijo de Dios”, por lo cual Dios lo sella y lo habita con Su Espíritu como señaló Ezequiel al decir: “Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu...”. La escritura del apóstol Pablo es enfática en enseñarnos: “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” (Gá. 4:6). Así la regeneración en el presente da paso al sellamiento (Ef. 1:13), la habitación (1 Co. 6:19) y al  bautismo del Espíritu Santo incorporando al que cree en el cuerpo de Cristo, la iglesia (1 Co. 12:13). Ya señalaremos en el tema del “Bautismo del Espíritu”, que no es que se produzca el bautismo del Espíritu en la conversión, pero si se reciben los beneficios de ese evento ya ocurrido hace más de 2.000 años.
    Es indispensable notar que todos los creyentes de cada dispensación ha nacido de nuevo con la diferencia de que antes de Pentecostés no se recibía al Espíritu Santo como morada permanente, ni se producía el sellamiento ni el bautismo del Espíritu Santo, pues son realidades solo de la iglesia. Esto es aplicable en estricto rigor después que el Espíritu es enviado por el Padre para regenerar al que cree e incorporarlo a la iglesia. Los creyentes antes de Pentecostés gozaban de la calidad de hijos de Dios, esto por su fe en Su Persona y en el sacrificio futuro del Cordero. (Ap. 13:8; He. 11:4).
    Es solamente después de Pentecostés que el Espíritu comienza Su obra de creación para producir la iglesia como cuerpo celestial al cual pertenecen los nuevos “hijos de Dios” hechos semejantes al Hijo de Dios. Este concepto de “hijos de Dios” se usa en la Biblia en tres sentidos, a saber para los creyentes antes del diluvio, para los ángeles y para la iglesia (Gn. 6:2; Job 1:6; 2:1; 38:7; Lc. 20:36; Ro. 8:14-19). De ellos sólo la iglesia llega a ser “hijos de Dios” destinados a ser conforme al Hijo (Ro. 8:29). Los creyentes del Antiguo Testamento si bien fueron hijos de Dios por la fe en el sacrificio futuro del Redentor, no pertenecen al cuerpo de Cristo la iglesia. La razón de ser llamados así parece apuntar a una clase de creación originada directamente de Dios (2 Co. 5:17-18; Ef. 2:10; Gá. 6:15), y con el propósito de ser Sus administradores en la eternidad. En cuanto a los ángeles se nos dice que el mundo venidero no estará sometido a ellos (He. 2:5) y entendemos que lo estará a la iglesia (Ap. 5:9-10). De modo que es la iglesia el cuerpo especial planificado por Dios como “primicias de sus criaturas” (Stg. 1:18) con el cual Dios administrará Su nueva creación (Ap. 22:4-5). Tales “hijos de Dios” son predestinados para ser como lo es su Salvador, y siendo salvados por Él, inician esta transformación por el Espíritu de Dios. Debe quedar claro que la predestinación (Ro. 8:29), no es para ser salvos sino para ser como el Hijo, pues esto es lo que está “elegido”, una clase de vida que pertenece a los “hijos de Dios” (Ef.1:5-6). Nunca la elección ni la predestinación es para ser salvos, sino que es el estatus al cual están destinados  los que ya son salvos. En esta tarea es el Espíritu Santo quién está encargado de formar en el convertido esta imagen lo cual se llama “renovación”.
    Surge finalmente una pregunta sobre lo profetizado por Ez. 36:26. ¿Será regenerado en el futuro Israel? Evidentemente que sí pero no para ser parte de la esposa del Cordero, sino para ser la esposa de Jehová sobre la tierra nueva (Is. 54:5; Jer. 31:32; Os. 2:19). Así los convertidos de Israel como un remanente que será salvo (Ro. 9:27), disfrutarán de Dios como su esposo regocijándose sobre ellos: “Jehová está en medio de ti, poderoso, él salvará; se gozará sobre ti con alegría, callará de amor, se regocijará sobre ti con cánticos” (Sof.3:17). Tal regeneración futura para Israel será verdaderamente gloriosa descrita como “vida de entre los muertos” (Ro. 11:15).

LA RENOVACIÓN EN EL ESPÍRITU SANTO

    La renovación no está incluida en la justificación de nuestras almas, pero se deriva de ella porque el Espíritu que nos fue dado inicia esta obra de renovación: “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Co. 3:18). Este mirar a cara descubierta la gloria del Señor procede de la Palabra de Dios en especial del Antiguo Testamento (Jn. 5:39; Lc. 24:25-27). Es en esencia el Antiguo Testamento el espejo que refleja la gloria del Señor. Esto incluye incluso la ley de Dios que testifica la santidad de Cristo en toda Su vida. Si Dios nos invita a ser santos como Él es santo (1 P. 1:15), es una referencia a la ley de Dios (Lv. 11:45; 19:2) y en primer lugar hemos de verlo en el Señor. Debemos tener claro que hemos sido salvados de la maldición de la ley como medio de justificación pero debemos recordar que es la ley que nos guarda del mal y es usada por el Espíritu Santo para renovar nuestra mente caída: “La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; El testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo” (Sal. 19:7). Santiago invitaba a su auditorio a recibir la Palabra implantada que puede salvar sus almas (Stg. 1:21), siendo esto una referencia al Antiguo Testamento pues era lo único que ellos tenían como Palabra sembrada en sus corazones. Es por esto que la Biblia en sus 66 libros es esencial en esta tarea de renovación sobre el creyente (2 Ti. 3:16-17). Esto prueba el papel fundamental del Antiguo Testamento para la renovación de nuestras almas, en primer lugar como enseñanza: “Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Ro. 15:4), y en segundo lugar como ejemplo: “Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos” (1 Co. 10:11).
    Esta “renovación” se inicia inmediatamente ocurrida la regeneración o el nuevo nacimiento en el creyente (Tit. 3:5) y hemos de admitir que esta “renovación” puede ser atrofiada y detenida dada la negligencia del creyente.  La triste realidad es que tenemos en nuestra vida más “desemejanza” que semejanza respecto del Hijo, dada nuestra falta de consagración y por el dominio autorizado de la carne de nuestra parte.
    La “renovación” es efectuada por el Espíritu de Dios, pero requiere de la obediencia del creyente con una disposición voluntaria en su modo de pensar: “...en el espíritu de vuestra mente” (Ef. 4:23). Se trata por tanto de un cambio de modo de pensar cuya base es la Palabra de Dios: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Ro. 12:2). Para entender esto podemos imaginar un escultor que tiene en sus manos un grueso tronco de madera de lenga (nativa de Punta Arenas-Chile), y que cincel y martillo en mano comienza a tallar el busto de Caupolicán. Cuan parecido sea la obra al original marcará su grado de perfección. El Escultor en esta comparación es el Espíritu, la madera es el creyente y el boceto del cacique es Cristo. El trabajo del escultor será quitar todo lo que no se parezca al boceto original. Así en nuestra experiencia se combinan dolor, presión, sufrimiento, incomprensión, pruebas, enfermedades, sin sabores, postergaciones, abandonos, muerte, hambre, avances y retrocesos, cual medios del escultor para llegar a su fin. Como hemos indicado la colaboración del creyente es esencial. Es dejar que el Espíritu realice Su obra de renovación, y Pablo lo describe así: “...ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (Fil. 2:12). Todo el deseo y la energía para realizar este trabajo vienen directamente de Dios: “porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil. 2:13). Finalmente “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Ro. 8:28). La imagen final de Cristo en el creyente depende de la docilidad del material, al igual que la madera en manos del escultor. Debemos dejar entonces que el Espíritu realice Su obra de transformación y no estorbarla.

continuará, d.v., en el número siguiente 

 

No hay comentarios: