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viernes, 31 de mayo de 2024

EN ESTO PENSAD junio 2024

 

Cristo: El Gran “Yo Soy”

David Gilliland

Textos:  Éx. 3.13-14; Jn. 18.1-6
Los lectores de las obras de William Shakespeare conocen la pregunta de Juliet: “¿Qué hay en un nombre?” Para muchos hoy, los nombres y apellidos carecen de significado, y simplemente son tradiciones familiares. Pero generalmente, en tiempos bíblicos los nombres tenían un significado especial. Esto es especialmente así con los nombres de Dios. Para comunicar Sus características a Sus criaturas, Dios seleccionó nombres que revelan quién y cómo es Él. Uno de los más expresivos era el título que en nuestra Biblia es “Jehová”, que fue revelado a Moisés en el monte. Para el judío éste vino a ser el más sagrado nombre de la deidad, inescrutable, santo e incomprensible. Es el Tetragrámaton  impronunciable.
    El significado de este gran título se ha hecho más comprensible por la encarnación del Señor Jesús. Estuvo en el mundo uno cuyo nombre humano: Jesús, incluía el eterno Jehová. Frecuentemente, y sobre todo en el Evangelio según Juan, el significado de este título se aclara cuando el eterno “Yo soy” es revelado como el Verbo de Dios encarnado.
    A veces el Salvador reclama el título y lo utiliza sin calificativos. Cuando quiso impresionar a Sus oyentes con Su eternidad, declaró: “Antes que Abraham fuese, yo soy (Jn. 8.58). En otras palabras: “Sí, Abraham fue, pero yo soy”. Junto al pozo declaró a la mujer: Yo soy, el que habla contigo” (Jn. 4.26). Advirtió a los que dudaban de Su deidad: “… si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis” (Jn. 8.24).
    En siete ocasiones en este mismo Evangelio, acompaña la afirmación: “Yo soy” con una metáfora que enseña más acerca del Cristo inmutable. Estas declaraciones nos presentan un retrato comprensivo de la suficiencia del Salvador ante cualquier necesidad. A los espiritualmente hambrientos, dice: “Yo soy el pan de vida” (Jn. 6.35). A la oveja indefensa dice: “Yo soy la puerta” (Jn. 10.9), y “Yo soy el buen pastor” (Jn. 10.11). Consuela a los afligidos, diciendo: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn. 11.25). A los que están perdidos dice: “Yo soy la luz del mundo” (Jn. 8.12) y “Yo soy el camino” (Jn. 14.6). A los infructíferos declara: “Yo soy la vid verdadera” (Jn. 15.1).
    Comencemos nuestro día con la certeza de Su deidad, eternidad y suficiencia ante toda y cualquiera necesidad humana.

David Gilliland, Lurgan, Irlanda del Norte
lectura del 17 de febrero, Day by Day, Christ Foreshadowed (“De Día en Día, Cristo Revelado”), Precious Seed Publications

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 La Iglesia Local Profetizada
Camilo Vásquez Vivanco

“No será quitado el cetro de Judá, ni el legislador de entre sus pies, hasta que venga Siloh; y a él se congregarán los pueblos”. Génesis 49.10

El lugar de Siloh
Dios, conociendo las inclinaciones de los seres humanos hacia el mal,  estableció principios desde el Antiguo Testamento, a fin de redimir al pecador y atraerlo hacia Su Persona. No solo era necesaria la salvación, sino también la comunión entre un Dios Santo y Sus redimidos. Para esto el anciano Jacob profetizó dónde y en qué nombre sus descendientes deberían buscar a Dios. Su profecía indicaba que el cetro de Judá, es decir el pueblo que saldría de sus lomos, llamado Israel, perdería su dominio como nación cabeza y su legislador o gobierno sobre la tierra, sería quitado cuando viniera “SILOH”, y que a ÉL se congregarían las naciones. ¿No le parece sugerente lo dicho por el Señor Jesús respecto a esta verdad?


¿Quién Es Siloh?

    Es un lugar, y es una persona. Es un lugar donde Dios colocaría Su Nombre, y es una persona en cuyo nombre las naciones se congregarían. No cabe duda que la persona es CRISTO, y que el lugar es aquel donde Él ha puesto Su Nombre, en la actualidad LA IGLESIA LOCAL. Estos dos principios son suficientes para decirnos donde está hoy Dios como persona junto a Su pueblo. ¿Dónde ha prometido estar Él en persona? ¿Cuál es el lugar de Su Nombre? “Si tú no lo sabes, oh hermosa entre las mujeres, Ve, sigue las huellas del rebaño…” (Cant. 1.8)
 
Revisemos Cómo Silo Fue el Lugar para Su Tabernáculo

    Silo estaba en la tierra prometida en Canaán donde los israelitas llegaron tras el cruzar el río Jordán: “Toda la congregación de los hijos de Israel se reunió en Silo, y erigieron allí el tabernáculo de reunión, después que la tierra les fue sometida” (Jos. 18.1). Era allí en Silo donde moraba Dios en el tabernáculo de reunión: “... y mandó Josué a los que iban para delinear la tierra, diciéndoles: Id, recorred la tierra y delineadla, y volved a mí, para que yo os eche suertes aquí delante de Jehová en Silo” (Jos. 18.8).
    Ese lugar y el tabernáculo eran el diseño de Dios para colocar Su Nombre entre Su pueblo y para habitar en medio de ellos. Dios buscaba que se cumpliera lo que solo en Apocalipsis se consigue finalmente: “Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios” (Ap. 21.3). Este es Su deseo morar con nosotros y para esto nos ha dado instrucciones a fin de garantizar que Él esté entre nosotros. ¿Puede quedar esto a nuestro criterio? Se ve que Dios traza principios que apuntan a establecer cómo sería ese lugar donde Él estaría en la persona del Hijo y donde colocaría Su Nombre.
    Dios había dado a Moisés expresas instrucciones de cómo hacer Su habitación: Conforme a todo lo que yo te muestre, el diseño del tabernáculo, y el diseño de todos sus utensilios, así lo haréis” (Éx. 25.9). Tomó a Moisés cerca de 74 días construir el tabernáculo, la morada de Dios, para levantarlo en el segundo año de su salida de Egipto (Éx. 40.17). Y es Él mismo quién aprobó la construcción del tabernáculo de reunión colocando Su gloria en una muestra de Su absoluta satisfacción por lo hecho en perfecta obediencia: “Y Moisés hizo conforme a todo lo que Jehová le mandó; así lo hizo” (Éx. 40.16). Todo fue hecho conforme al modelo que Dios le mostro, nada quedó en la improvisación, sino todo era según la voluntad de Dios. Entonces y solo entonces Dios lo aprobó con Su gloria. “Entonces una nube cubrió el tabernáculo de reunión, y la gloria de Jehová llenó el tabernáculo. Y no podía Moisés entrar en el tabernáculo de reunión, porque la nube estaba sobre él, y la gloria de Jehová lo llenaba” (Éx. 40.34-35).

¿Tanto Detalle y Hermosura solo se Refería a un Diseño para Israel?

    El Espíritu nos dice claramente que el tabernáculo fue “figura y sombra de las cosas celestiales” (He. 8.5) de manera que todo lo que había en ese tabernáculo apuntaba al verdadero tabernáculo celestial “aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre” (He. 8.2). ¿Qué tabernáculo es ese? Algunos piensan que el Espíritu aquí está hablando del cuerpo del Señor Jesús como tabernáculo, sin embargo, el contexto y la revelación del Nuevo Testamento apunta hacia una morada y esta se da a entender en la Escritura en tres sentidos. Primero al creyente como templo del Espíritu y lugar de adoración (Jn. 4.21-24; 1 Co. 6.19; 2 Co. 5.1), segundo la iglesia como morada de Dios (1 Co. 3.16-17) y tercero a la ciudad celestial cual tabernáculo final de la habitación de Dios (Ap. 21.3). El libro de Hebreos parece referirse a la ciudad celestial como la morada final y verdadera (He. 11.16; 12.22), la cual fue a preparar el Señor (Jn. 14.2). Es cierto que el tabernáculo y sus muebles son también figuras de la persona de Cristo, pero siempre en vista de preparar un santuario donde Él moraría junto a Su pueblo. Ese santuario hoy en la tierra es Su iglesia local y para ella existe un orden basado en la antigua morada que Israel no supo apreciar. El sacerdocio, el incienso, los sacrificios aromáticos, las vestiduras santas, la expiación anual, y todo lo demás apuntaban a una santidad que no existía pero que hoy Cristo ha conseguido para Su pueblo. No somos llamados a practicar el judaísmo ni a realizar holocaustos, ni a guardar los sábados, ni los días de luna, pero sí somos llamados a congregarnos alrededor del sumo sacerdote que traspasó los cielos y eso requiere un orden revelado en el misterio de Cristo por el apóstol Pablo. Ese orden se llama “EN IGLESIA” y los ángeles vienen a contemplarlo como antes lo hacían sobre el propiciatorio (1 Co. 11.10 y 18 “como iglesia” = “EN IGLESIA”). Recomiendo que lea el artículo publicado como “LA IGLESIA FORMAL”.

continuará, d.v. en el siguiente número

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  Cristo En La Creación


Texto: Génesis 1.1-2.3
La Biblia comienza con esta declaración majestuosa: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”, y dirige nuestra atención a la fuente de toda vida y todo ser creado, esto es: Dios. De esta manera, en la primera línea de las Escrituras, se nos presenta la Persona principal del universo y de la Biblia: Dios. Su nombre aparece 32 veces en el primer capítulo, y en todos menos cinco de los primeros 31 versos. El primer verso declara que Él creó “los cielos y la tierra”. Manifiesta una verdad que hoy está bajo fuerte ataque: que nada existe debido al alzar, sino que Dios creó todo.
    El escritor de Génesis no intenta demostrar la existencia de Dios, sino la da por sentado. Los primeros dos capítulos de las Sagradas Escrituras enfatizan Su obra creadora. Luego, hallamos que textos en el Nuevo Testamento declaran que Cristo es el Creador. “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Jn. 1.3). En Colosenses 1.16 leemos: “Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él”. De modo que, el Nuevo Testamento explícitamente conecta la obra de la creación al Señor Jesucristo. Pero, ¿hay alguna indicación de eso en el Antiguo Testamento? La respuesta es afirmativa, pues se aplica el refrán: “El nuevo está ocultado en el antiguo, y el antiguóoestá revelado en el nuevo”.
    La primera mención de “Dios” es significativa. El nombre es la palabra plural: “Elohim”, sin embargo, el verbo creó es singular. En esto hay una fuerte sugerencia de la Trinidad actuando en unidad. Los tres miembros de la Deidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, operaban en la creación. Así que, en el primer verso de la Biblia está presente el Señor Jesús. Esto es desarrollado más en el verso 26 del capítulo 1, donde leemos: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”. No es que Dios consultara a las huestes angelicales, sino que se refirió a sí mismo en plural. Es otra fuerte indicación de la Trinidad, y que el Señor Jesús actuaba en el proceso de la creación que produjo la humanidad.
    Por lo tanto, nuestro Salvador es eterno, como el segundo miembro de la Trinidad, y Él creó este gran universo. Nuestro es el sublime privilegio de conocer a Dios, servirle y adorarle.

Paul Young, Gales, Reino Unido,  lectura del 1 de enero, Day by Day,
Christ Foreshadowed (“De Día en Día, Cristo Revelado”), Precious Seed Publications

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Los Efectos Perjudiciales del Pecado 

Vistos en 1 Juan


1. Pérdida de Comunión        1 Jn. 1.3, 6-7
    con Dios y con los hermanos
2. Pérdida de Gozo            1 Jn. 1.4

3. Pérdida de Luz            1 Jn. 1.6

4. Pérdida de Amor            1 Jn. 2.5, 15-17
    y el brote de otros amores
5. Pérdida de Paz            1 Jn. 3.4-10
6. Pérdida de Confianza en Oración    1 Jn. 3.19-22
7. Pérdida de Confianza en Su Venida 1 Jn. 2.28; 4.17

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Hallado Inocente

Texto: Daniel 6

    De todas las vidas de hombres que la Biblia presenta, Daniel era uno de los hombres más limpios de carácter y conducta. En su relación con Dios y los hombres, es descrito como “fiel”, y cuando sus rivales y adversarios buscaban ocasión para acusarlo, no hallaron ningún error o falta en la ejecución de su oficio como primer ministro. El testimonio de Daniel era: “ante él [Dios] fui hallado inocente” (v. 22). El profeta Ezequiel rindió homenaje al carácter justo de Daniel (Ez. 14.14, 20). Éste es el patrón y la meta para todos los siervos de Dios: integridad irreprochable y fidelidad firme en todas sus responsabilidades y relaciones. ¡Nuestro carácter debe corresponder a nuestro credo!
    La palabra que describe a Daniel también fue empleada para describir a otra persona. “Yo no hallo en él ningún delito” (Jn. 18.38) fue el veredicto de Pilato sobre Cristo. Aunque hombre, Él nunca pecó en pensamiento, palabra o hecho, ¡pues le era imposible pecar! No solo Pilato sino también otros inconversos lo llamaron “justo” (Mt. 27.19), “inocente” (Mt. 27.4), “ningún mal hizo” (Lc. 23.41), “era justo” (Lc. 23.47). Sus seguidores le declararon “sin mancha y sin contaminación” (1 P. 1.19). “El cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca” (1 P. 2.22). “No hay pecado en él” (1 Jn. 3.5). “No conoció pecado” (2 Co. 5.21); “sin pecado” (He. 4.15); “se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios” (He. 9.14). Él mismo profesó la perfección: “yo hago siempre lo que le agrada” (Jn. 8.29), y retó a Sus enemigos: “¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?” (Jn. 8.46). Durante Su vida terrenal, dos veces el Padre habló del cielo con una voz oída en la tierra, y testificó que Su Hijo siempre le complacía: en Su bautismo (Lc. 3.22) y en Su transfiguración (Mt. 17.5).
    Nunca tenía remordimientos de conciencia. Nunca se ruborizó con vergüenza. Nunca tuvo que lamentar ni retractar nada que había dicho, ni nunca tuvo que disculparse o pedir perdón. No solo era el mejor de los hombres, sino también el único hombre infalible, impecable; el único sustituto adecuado para nosotros los pecadores.


    “Se dio a sí mismo en amor, por hombres pecadores Él vino
    El pecado no le manchó, mas con nuestros pecados cargó”.
                                                            
–  Christopher Porteous
    

Alan Linton, Bristol, Reino Unido
lectura del 26 de noviembre, Day by Day, Christ Foreshadowed (“De Día en Día, Cristo Revelado”), Precious Seed Publications

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 EJERCÍTATE 
parte 3

viene del nº de abril

    Aunque Timoteo no era un apóstol, y además no tenía la edad de Pablo, podía seguir su ejemplo. Tenía la misma doctrina, conducta, propósito, fe, longanimidad, y paciencia. Además, en las pruebas, o cuando sufría por causa de su fe o piedad, reaccionaba como Pablo a las persecuciones y padecimientos. Se ejercitó para la piedad. No se echó atrás, aunque fuera encarcelado por su fe (He. 13.23).
    Si dejamos de congregarnos, como algunos hacen (He. 10.25), no vamos a crecer debidamente ni tener la fuerza y la salud necesarias para glorificar a Dios. Desde Hechos 2.41-42 en adelante, vemos que los creyentes “perseveraban” en la asamblea del Señor. Hoy unos no se congregan, pues no consideran importante la iglesia, y otros se congregan en lugares que no se conforman a las Escrituras. Eso deshonra al Señor, e impide que ellos crezcan en piedad, porque no hay obediencia a la Palabra de Dios. Si queremos crecer en la piedad, debemos congregarnos como el Señor dice, entre los que no toman otro nombre, y cuyas reuniones se conforman a Su Palabra. La iglesia que agrada al Señor anda en la verdad, “conforme al mandamiento que recibimos del Padre” (2 Jn. 4).
    Resumiendo, la salvación depende totalmente de Dios, pero nuestro crecimiento no es automático, ni es un don espiritual. Nuestra fortaleza viene de Él. Pero la piedad viene cuando cooperamos con Dios, y aprovechamos los medios que nos da para la piedad. Entonces, cada uno debe preguntarse: ¿Qué ejercicios hago o debo hacer para crecer en la piedad? Por ejemplo:

¿Leo cada día la Palabra de Dios? (Hch. 17.11; 1 P. 2.2)
¿Oro cada día, e intercedo por otros? (Ef. 6.18; Col. 4.2)
¿Adoro al Señor, y crezco en la adoración? (Jn. 4.23-24, Ro. 5.11; 1 Ti. 1.17)
¿Dedico tiempo al estudio personal de la Biblia? (Esd. 7.10; 2 Ti. 2.15; 3.15-17)
¿Me disciplino y organizo mi vida para aprovechar bien el tiempo? (1 Co. 9.27; Ef. 5.16)
¿Tengo metas para testificar del Señor y el evangelio? (Hch. 1.8; Ro. 15.19-20; 1 Ts. 1.8)
¿Controlo, refreno mi lengua? (Sal. 141.3-4; Pr. 18.21; 21.23; Ef. 4.29; Stg. 1.26; 3.1-2). ¿La uso para adorar a Dios? (Sal. 45.1).
¿Asisto a todas las reuniones de la iglesia, y saco provecho de ellas? (Hch. 2.42; 20.7; He. 10.25)
¿Me esfuerzo para leer buenos libros cristianos, y aplico lo que aprendo? ¿Paso más tiempo leyendo que en el teléfono o en internét? (1 Ti. 4.13; 2 Ti. 4.13)
¿Sirvo a otros creyentes, o me he acostumbrado a ser atendido y servido? (Mr. 10.45; 1 Co. 16.15)
¿Confieso el pecado y me mantengo en la luz de la comunión con el Señor, y con los hermanos? (Stg. 5.16; 1 Jn. 1.9)
¿Me esfuerzo para purificarme? ¿Hay algo que debo eliminar de mi vida? (He. 12.1; 1 Jn. 3.3)
¿De qué manera me ejercito para crecer en mi carácter y conducta? (2 P. 1.5-7)

Estos solamente son unos ejemplos, para invitarnos y estimularnos a pensar más en ejercitarnos para la piedad. La Palabra de Dios está llena de instrucciones acerca de cómo ejercitarnos y crecer en la piedad. Si tenemos ojos para ver, hay algo en cada página de las Escrituras que nos ayudará. Recordamos la condición de la bienaventuranza: “Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis” (Jn. 13.17). No seamos indolentes ni pasivos. “Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 P. 3.18).

Carlos

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Todavía No Nos Toca Reinar

“Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos” (Mt. 16.19). Algunos intentan usar este verso como prueba de que los creyentes pueden ocupar puestos de autoridad en el mundo. Pero observa bien: Pedro no recibió las llaves de la Iglesia, ni las del gobierno ni las de un sistema político, sino solo del reino de los cielos. Vemos qué sentido tiene esto, en el día de Pentecostés, cuando ofreció reconciliación a Israel. Cristo había llamado a Israel a arrepentirse ante el acercamiento del reino de los cielos (Mt. 3.2; 4.17). El reino fue predicado antes del comienzo de la iglesia, y será predicado después del arrebatamiento.
    Pero en nuestros tiempos, es vano todo intento de conseguir poder temporal. Los que reinarían en esta vida deben hacerlo sin los apóstoles (1 Co. 4.8), pues no pueden contar con su aprobación ni su apoyo.
    2 Timoteo 2.12 enseña que, “si sufrimos, también reinaremos con él”. Pero habla del futuro, cuando Cristo reinará sobre el mundo. En Apocalipsis 20.4 Juan vio ese día todavía futuro: “reinaron con Cristo mil años”. Al vencedor Cristo dará “autoridad sobre las naciones” (Ap. 2.26), y concederá “que se siente conmigo en mi trono” (Ap. 3.21). En el cielo cantan al Cordero de Dios y anticipan ese día: “reinaremos sobre la tierra” (Ap. 5.10), pero eso no habla de hoy, sino del futuro. Ahora estamos sujetos a las autoridades (Ro. 13.1; 1 P. 2.13-14). No somos los gobernadores, sino los gobernados, pero luego reinaremos con Cristo. El creyente no debe meterse en la política ni presentarse como candidato para una elección. De todos modos, si somos fieles al Señor, ¡nadie nos votará! Cristo advierte: “Seréis aborrecidos... por causa de mi nombre” (Mt. 10.22; 24.9; Mr. 13.13; Lc. 21.17), y se aplica en todo este tiempo presente, no solo en la Tribulación. Considera los siguientes textos.
    “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece. Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra” (Jn. 15.18-20). El creyente debe tomar su lugar con Cristo, fuera del sistema del mundo en todos los sentidos – político, social, religioso – y llevar Su vituperio. El Señor nos eligió “del mundo”, y no somos del mundo. Esto debe apagar cualquier aspiración de poder.
    “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn 16.33). La relación entre el discípulo de Cristo y el mundo es adversarial, siendo el mundo el adversario. No debemos amar al mundo (1 Jn. 2.15) ni las cosas que están en el mundo, como por ejemplo las riquezas, el poder político, la fama y el prestigio.
    “Nosotros somos insensatos por amor de Cristo, mas vosotros prudentes en Cristo; nosotros débiles, mas vosotros fuertes; vosotros honorables, mas nosotros despreciados. Hasta esta hora padecemos hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados, y no tenemos morada fija. Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos. Nos difaman, y rogamos; hemos venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de todos. No escribo esto para avergonzaros, sino para amonestaros como a hijos míos amados. Porque aunque tengáis diez mil ayos en Cristo, no tendréis muchos padres; pues en Cristo Jesús yo os engendré por medio del evangelio. Por tanto, os ruego que me imitéis” (1 Co. 4.10-16). Nadie que desea imitar el ejemplo de Pablo se enredará en la política ni buscará poder en este mundo.
    “Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Ti. 3.12). Nuestro deseo debe ser: “vivir piadosamente en Cristo Jesús”, no conseguir puestos en el gobierno o la sociedad. En estos postreros tiempos, seamos fieles al Señor, como la iglesia en Filadelfia (Ap. 3.8).

Carlos

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La Autoridad del Señor en Cada Iglesia Local 


Cada asamblea es responsable directamente al Señor... La idea de ser responsable a un evangelista, misionero o maestro es ajena al Nuevo Testamento... En las esferas del mundo, la asamblea local no tiene autoridad (1 Co. 5.12-13). Pero congregada en el Nombre del Señor Jesucristo, tiene Su autoridad, y debe actuar de acuerdo a Su santo Nombre en toda disciplina o corrección. Ninguna asamblea tiene autoridad sobre el gobierno de otra asamblea.  Cada iglesia local es responsable a Aquel que anda solo en medio de las iglesias (Ap. 1.12-20 y cc. 2-3). El Señor que está en medio de las iglesias tiene la última palabra de autoridad sobre cada una de ellas.

extracto de un artículo por Dennis Williamson, en la revista Assembly Testimony, marzo/abril 2023.

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BOCA CERRADA


 


  
El dicho: “En boca cerrada no entran moscas”, señala que nuestra boca causa muchos problemas. A menudo hablamos primero y pensamos luego... “no hubiera dicho esto”. En realidad, el problema es mucho peor de lo que pensamos.
    ¿Nunca has visto a una persona falsamente acusada? Casi seguro que lo has experimentado, desde los dos lados. Cuanto más acusaciones le caen, más se molesta. En tal situación, la cosa que menos se ve es una boca cerrada.
    En lugar de guardar silencio, más bien contraataca, expresa ira o indignación, y suele salir de la boca un torrente de palabras (y no muy bonitas o agradables).
    Cuando nos acusan, la realidad es que nos defendemos, argumentamos y dejamos bien declarado... “No tengo la culpa”, u “Otros son peores que yo”.
    Qué contraste cuando leemos en la Palabra de Dios de alguien que, aunque era inocente, reaccionó de manera totalmente diferente cuando le acusaron.
    Ese suceso fue profetizado por Isaías: “Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca(Isaías 53.7).
    Fue tan impresionante que Pilato, el gobernador romano, fue impactado y quedó perplejo. “Pero Jesús no le respondió ni una palabra; de tal manera que el gobernador se maravillaba mucho” (Mateo 27.14).
    A los seres humanos nos es difícil mantener la boca cerrada cuando pensamos que somos inocentes. ¿Y qué si somos culpables?
    ¿Has visto a un culpable tratar de justificarse o defenderse? Quizás no, porque es raro que una persona, aunque culpable, se dé por vencida. A veces lanza su propio ataque, y acusa o insulta a su acusador. De una manera u otra, y con muchas palabras, el culpable trata de esquivar la culpa o cambiar el enfoque para salir del asunto. Vemos esa reacción a menudo en el hogar, en la escuela, en el trabajo, en las redes sociales, y aun en el juzgado.
    A nadie le gusta ser acusado de un mal hecho, ni mucho menos sufrir las consecuencias. En realidad, muchos han evitado el castigo por sus malas obras, con la elocuencia de su defensa, o debido a su apellido, popularidad, posición social, o dinero.
    ¿Será que funcionarían esas estrategias cuando te presentes delante de Dios y eres acusado de tus pecados? La Sagrada Escritura contesta: “Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios” (Romanos 3.19).
    Cuando el Señor habla, declara y con toda justicia juzga aun los secretos de los hombres, todo ser humano quedará con la boca cerrada. Ni una palabra podrá sacar en su propia defensa. Si piensas que podrás discutir con el Señor, medita en esto: “Y nadie le poría responder palabra; ni osó alguno desde aquel día preguntarle más” (Mateo 22.46).
    ¿Por qué? Porque el Señor Jesucristo tiene la razón, no se equivoca,  y Su juicio es justo e inapelable. ¿Qué realmente podría decir la persona que rechazó a Jesucristo?

“El cual no hizo pecado,
ni se halló engaño en su boca;
quien cuando le maldecían,
no respondía con maldición;
cuando padecía, no amenazaba,
sino encomendaba la causa al que juzga justamente;
quien llevó él mismo nuestros pecados
 en su cuerpo sobre el madero...
y por cuya herida fuisteis sanados”.

1 Pedro 2.22-24


Amigo, no eres inocente, pero Jesucristo sí. Nunca dijo nada indebido. Sin embargo, Él cargó tus pecados en Su cuerpo, sufrió y pagó por tus culpas. Si te arrepientes y confías en Él, tendrás un perdón completo y vida eterno, porque Él sufrió y murió por ti.

sábado, 22 de febrero de 2020

EN ESTO PENSAD - enero 2020

La Humildad: Cualidad Rara

William MacDonald

Es bueno que cada uno conozca su medida justa. Cuando George Washington fue visto realizando una tarea manual, un amigo le dijo: "General, usted es un hombre muy grande para hacer eso". "No, no lo soy", respondió. "Tengo la medida justa".

"La humildad no consiste tanto en pensar mal de nosotros mismos, sino en no pensar en nosotros en absoluto. Soy demasiado malo como para merecer que se piense en mí; lo que quiero es olvidarme a mí mismo y mirar a Dios; ciertamente es digno de todos mis pensamientos" (William Kelly).

    Isaac Newton tuvo una de las mentes más brillantes de su época, y fue uno de los genios más magníficos que la humanidad ha producido. Sin embargo, Newton dijo de sí mismo:

"No sé qué opinion tenga el mundo de mí, pero yo creo ser apenas un niño que está jugando en la orilla del mar, quien cada tanto encuentra una piedrecita lisa o una ostra más hermosa que las comunes, mientras el gran océano de la verdad permanece delante de mí sin ser descubierto".

    Compara esta declaración con lo que dijo Oscar Wilde en la oficina de aduanas en Nueva York: "No tengo nada que declarar excepto mi genio".
    F. B. Meyer dijo sobre Dwight L. Moody: "Moody es un hombre que nunca parece haber escuchado de sí mismo. No es sorpresa que Dios le use en forma tan maravillosa. Un conferencista dijo una vez: "No hay nada que Dios no pueda hacer si alejamos nuestras manos de Su gloria". Otro predicador dijo: "Está bien que las personas te alaben, siempre y cuando no te intoxiques con ello".
    Es el orgullo que hace que multitudes no confiesen a Cristo y por consiguiente se pierdan en el infierno eterno. Es el orgullo que provoca que sea tan difícil que los creyentes se disculpen cuando han ofendido a alguien más. Es el orgullo que hace que sea imposible que Dios nos use. Esto mismo obstaculiza la espiritualidad y el testimonio. Por otro lado, nunca podemos ser demasiado pequeños para ser útiles a Dios.
    ...El valet de un Kaiser alemán dijo: "No puedo negar que mi señor era muy vanidoso. Él tenía que ser la figura central en todo. Si asistía a un bautizo quería ser el bebé; si iba a una boda quería ser la novia; si iba a un funeral quería ser el cadáver".
    El Rabbi Simeone Ben Jochai dijo: "Si tan solo existieran dos personas justas en el mundo, yo y mi hijo seríamos esas dos. Si tan solo existiera una, esa sería yo". Muy diferente es lo que F. B. Meyer dijo de sí mismo:

"Soy un hombre común y corriente. No tengo dones especiales, no soy un orador, no soy un profesor, no soy un pensador profundo. Si he logrado hacer algo para Cristo y mi generación, es porque me he entregado enteramente a Cristo Jesús, y he procurado hacer todo lo que Él quiso que hiciera".

    Carlos Wesley, hermano de Juan, dijo:
        "Mantenme pequeño y desconocido,
        Amado y valorado solo por Cristo"
William MacDonald, El Manual del Discípulo

Esto nos da todavía otra razón por la que la política no es para creyentes. El político no quiere ser pequeño y desconocido, sino grande y conocido. De hecho, si no es bien conocido y popular no puede hacer nada en la política. El político es protagonista de su perfil público y de sus ideas. Cultiva la sonrisa, y el arte de quedar bien para ser popular. El yugo del Cristo manso y humilde no es para los tales.
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"La política es el arte de servirse de los hombres haciéndoles creer que se les sirve a ellos".                     
                 Louis Dumur (1863-1933) 
                 escritor suizo

"La política es el arte de obtener el dinero de los ricos y el voto de los pobres con el pretexto de proteger a los unos de los otros".            Anónimo

"En la política el arrepentimiento no existe. Uno se equivoca o acierta, pero no cabe el arrepentimiento".            
                                Santiago Carrillo (1915-2012), político español

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El Testimonio De Cristo 
Acerca De Las Escrituras

El hecho de que la Biblia está inspirada por el Espíritu Santo está apoyado por muchas evidencias internas de que es, ciertamente, la Palabra de Dios, y está confirmado por el poder de la Palabra de Dios para influenciar y transformar a los hombres. De todas las evidencias, sin embargo, una de las más importantes es el testimonio de nuestro Señor Jesucristo mismo de que, efectivamente, la Biblia está inspirada por Dios.
    Dondequiera que Jesucristo citó la Escritura - y Él lo hizo con frecuencia-  lo hizo como teniendo la autoridad y el completo reconocimiento de que había llegado a manos de los hombres por la inspiración del Espíritu Santo.
    De acuerdo con Mateo 5:18, Cristo afirma que ni una jota ni una tilde de la Ley quedará sin cumplimiento. Con esto El expresaba que ni una jota (la letra más pequeña del alfabeto hebreo) o una tilde (la parte más pequeña de una letra que pudiese cambiar su significado) habrían de quedar incumplidas. Si la precisión y la inspiración se extienden a cada una de sus letras, Cristo estaba obviamente afirmando la inspiración de la totalidad del Antiguo Testamento.
    En Juan 10:35 Cristo afirmó que "la Escritura no puede ser quebrantada", no puede fallar. Una y otra vez el Nuevo Testamento afirma un exacto cumplimiento del Antiguo Testamento, como en Mateo 1:22, 23 (cf. Mt. 4:14; 8:17; 12:17; 15:7-8; 21:4-5, 42; 22:29; 26:31, 56; 27:9, 10, 35). Estas referencias procedentes del Evangelio de Mateo son típicas de lo que se difunde por todo el Nuevo Testamento en su totalidad. Incluso cuando afirma un cambio dispensacional o una modificación de una regla de vida, la autoridad y la inspiración de las declaraciones originales de la Escritura no se discuten en absoluto (Mt. 19:7-12).
    Las anotaciones procedentes del Antiguo Testamento se extienden a cualquier sección importante y con frecuencia son de libros que son los más discutidos por los críticos liberales, tales como el Deuteronomio, Jonás, y Daniel (Dt. 6:16; cf. Mt. 12:40; Dn. 9:27; 12:11; cf. Mt. 24:15). Es imposible poner en tela de juicio la inspiración del Antiguo Testamento sin dudar del carácter y veracidad de Jesucristo. Es por esta razón que la negación de la inspirada Palabra de Dios conduce a la negación del Verbo encarnado de Dios.
L. S. Chafer, Grandes Temas Bíblicos

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"He aquí, Dios es el que me ayuda" (Sal. 54:4). "De manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador" (He. 13:6).
¡Cuán pequeños deben parecerle nuestros problemas al Hacedor de los cielos y la tierra: "Las tinieblas y el desorden Su Palabra poderosa oyeron, y huyeron".
    Ningún problema o dificultad surgió para prevenir que Él terminara la gran obra de la creación en el tiempo que Él escogió. No tenía que extender la fecha tope ni alterar el diseño, ni omitir ninguna parte de Su gran proyecto. Cuando fue terminado, era exactamente lo que Él quiso y planificó. "Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera" (Gn. 1:31). ¡Qué satisfacción tuvo al ver Su obra vasta!
    Este Dios ha prometido ser nuestro ayudador, a intervenir a favor nuestro en nuestra fragilidad, y suplir toda nuestra necesidad. Que esta gran verdad nos ayude a centrarnos en Su grandeza y así ver menguar nuestros problemas ante la fuerza invencible del Omnipotente.  Isaac Watts escribió:

¡Dios, nuestro auxilio en los pasados siglos!
¡Nuestra esperanza en años venideros!
¡Nuestro refugio en hórrida tormenta,
Y protector eterno".

traducido de la revista Assembly Testimonio, enero/febrero 2019

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"Tengo Mi Propia Religión"

"Uno puede creer lo que quiera: todo es válido". "Todo el mundo tiene su propia creencia". "Con tal que crea en algo, y sea sincero, es suficiente".
Hoy se escuchan muchas expresiones así. Suenan bien, y ayudan a la gente a sentirse bien, pero los que dicen tener "la verdad" son menospreciados como arrogantes o intolerantes. Por alguna razón, la gente acepta la idea de que cualquier religión es válida siempre y cuando no sea considerada como la única verdad exclusiva. ¿Sabe por qué? Porque así Satanás logra que la gente crea cualquier cosa excepto la única que los libraría de su control y de la perdición.
     No es cierto que todas las creencias son válidas. Intente utilizar las expresiones de arriba con su profesor de matemática, o con el banco, y verá. El hecho de que todo el mundo tenga su propia creencia es, según Dios, el problema más grande de la humanidad: hemos cambiado Su verdad por nuestras creencias. "Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino" (Isaías 53:6). El camino del ser humano es amplio, tolerante, ignora el pecado y termina en destrucción. "Espacioso [es] el camino que lleva a la perdición" (Mateo 7:13).
    En un sentido sí es cierto que no importa lo que usted crea. ¡Sus creencias no cambian la verdad de la Palabra de Dios! Creer algo no hace que sea cierto. Saltar desde lo más alto de un rascacielos lo matará, sin importar cuán enfáticamente usted crea lo contrario. Entrar a la eternidad confiando en que Dios no existe, o que sus creencias o sus obras son lo suficientemente buenas como para merecer la aprobación divina, no cambiará el triste desenlace: "El que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego" (Apocalipsis 20:15).  
    No es cuestión de opiniones. Jesucristo no dijo: "Yo soy un camino", sino "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí" (Juan 14:6). Él es el único camino de salvación y la vida eterna.
    Nadie puede salvarse a sí mismo, porque la salvación no es por obras (Efesios 2:8-9). Dios es el que salva. Jesucristo es el único camino: "En ningún otro hay salvación" (Hechos 4:12). Crea en Él sin más demora.

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  DIOS EL ESPÍRITU
Parte 12
Camilo Vásquez Vivanco, Punta Arenas, Chile
 

viene del número anterior
EL BAUTISMO DEL ESPÍRITU SANTO,
SU SELLO, TESTIMONIO Y UNCIÓN

“Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Mt. 3:11).

El propio apóstol Juan distingue que su bautismo es distinto del bautismo de quién viene para realizar el bautismo del Espíritu Santo y de fuego. Aquí hemos de distinguir el medio en que se es bautizado y el agente bautizador. En el bautismo de Juan el medio fue “el agua” y el agente bautizador el propio profeta Juan (k). En estos otros dos bautismos el medio respectivamente son, el Espíritu Santo y el fuego y el agente bautizador es el Señor. Si distinguimos esto podremos entender a que se refieren estos bautismos anunciados por Juan. Nos remitiremos al bautismo “en Espíritu Santo” tal como lo dice el segundo evangelio: “Yo a la verdad os he bautizado con agua; pero él os bautizará con (en) Espíritu Santo” (Mr. 1:8). Se aprecia que se trata de ser sumergidos o zambullidos en un medio que en este caso es el Espíritu Santo. Recordemos que la palabra “bautismo” se deriva del griego: baptizo, cuyo significado es sumergir o zambullir. Esta verdad el Señor la volvió a repetir a Sus discípulos una vez resucitado: “Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con (en) el Espíritu Santo dentro de no muchos días” (Hch. 1:5). Refiriéndose a que los creyentes serían sumergidos dentro de poco, o bautizados en el Espíritu Santo, esto corresponde a ser incorporados en el cuerpo de Cristo que es la iglesia. Esto sucedió diez días después en la fiesta de Pentecostés tal como nos narra Lucas: “Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen” (Hch. 2:4). Ese es un día histórico pues allí nace la iglesia que el mismo Señor había prometido edificar (Mt. 16:18). Todos los ciento veinte creyentes allí reunidos, nacidos de Dios, fueron injertados en la iglesia recién formada como cuerpo de Cristo asunto que es explicado así: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1 Co. 12:13).
    Este bautismo no es algo que deba buscarse o por lo cual deba orarse, o esperarse, puesto que el cuerpo ha sido ya formado (l). Cuatro veces es mencionado en los Hechos de los Apóstoles la recepción del Espíritu Santo (Hch. 2, 8, 10 y 19). En cada uno de ellos hubieron manifestaciones milagrosas con la especial intención de enseñar a los judíos incrédulos que el judaísmo con la esclavitud de la ley quedaban atrás. No es que en cada uno de esos eventos se produjese un nuevo bautismo del Espíritu Santo, sino que al recibir a Cristo como Salvador cada uno de ellos fueron tomados por el Espíritu Santo y hechos parte del cuerpo de Cristo, la iglesia. La recepción del Espíritu Santo, tanto en Hch. 8:17 y 19:6, requirió de la imposición de manos de los apóstoles sólo como una señal de aceptación, tanto de los samaritanos y judíos incrédulos al cuerpo de Cristo. En el futuro la recepción del Espíritu Santo para el que cree sería como sucedió en casa de Cornelio, que estando todos escuchando la predicación de Pedro, al ejercer fe ellos recibieron al Espíritu Santo que descendió sobre ellos (Hch. 10:44).
    Distinguir este bautismo nos permitirá saber que es un evento único sin repetición como lo es la muerte del Señor en la cruz. El Señor no vuelve a morir en la cruz cada vez que un pecador cree para ser salvo, sino sólo comunica al que cree la virtud de Su muerte y resurrección. Del mismo modo el bautismo del Espíritu no se vuelve a repetir para ese pecador convertido pues en ese acto de creer es sellado por el Espíritu Santo (Ef. 1:13-14) y es hecho parte del cuerpo de Cristo, Su iglesia. Por esto se nos dice: “porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos” (Gá. 3:27). Ser bautizados en Cristo es sinónimo del bautismo del Espíritu Santo evento que sucedió hace dos mil años, y que se hace realidad para el que cree. Entonces Dios nos ha cambiado de dueño cuando nos convertimos pasándonos del poder del diablo al reino de Su Hijo (Col. 1:13) y del mismo modo nos ha cambiado de ser parte de un mundo pecaminoso a su iglesia por medio del bautismo del Espíritu Santo: “sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos” (Col. 2:12).
    Es interesante reconocer que ser “sellados” como dice Efesios 1:13-14, corresponde al título de propiedad de Dios sobre cada creyente y a su vez el Espíritu Santo es “las arras” o “la prenda de garantía” de que somos Suyos. Esta prenda es un adelanto de nuestra realidad celestial lo cual significa que ya estamos disfrutando de la vida eterna por la presencia del Espíritu Santo en nosotros. Es indispensable observar que este sellamiento del Espíritu Santo al creyente de hoy le asegura que participará del arrebatamiento, asunto que es sólo para la iglesia: “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención” (Ef. 4:30).
    Esto a su vez consiste en tener “el testimonio en sí mismo” (1 Jn. 5:10), pues se tiene la seguridad de la salvación y se tiene dentro de uno lo que Dios asegura acerca de su Hijo. Cada hijo de Dios posee este testimonio que es sencillamente el respaldado que el mismo Espíritu Santo da nuestro espíritu (1 Jn. 5:6), asegurando nuestra relación como hijos de Dios: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (Ro. 8:16). Insistimos en decir que tener el testimonio del Espíritu no consiste en alguna experiencia extra que se pide en oración para recibir poder del Espíritu Santo. Estas ideas no sólo no tienen el apoyo de la Biblia, sino que son delirios de experiencia carismáticas que confunden la fe de creyentes sencillos. Bastará citar lo que Dios declara de la obra de Su Hijo quien ha santificado y hecho perfecto para siempre al creyente, asunto que realizó Cristo con una sola ofrenda (He. 10:10-14). Y hemos de observar que esa obra santificadora da testimonio el Espíritu Santo al creyente en Cristo: “Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo…” (He. 10:15), declarando que Dios nunca más se acordará de nuestros pecados y transgresiones, y que además ha escrito en nuestras mentes Sus leyes y las ha colocado en nuestros corazones (He. 10:16-17). Entonces tener “el testimonio en sí mismo” es tener la seguridad de lo que Dios dice de Su Hijo y Su obra, y de la seguridad que se recibe por creer en Él.
    Por su parte la unción mencionada en las Escrituras corresponde también a una de las realidades como creyentes en Cristo, y que nos asegura nuestra fe en un mundo contaminado por doctrinas que atentan contra cada una de las Personas de laTrinidad. ¿Cuándo se recibe la unción? Primero observemos lo que dice el Espíritu Santo al respecto: “Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas” (1 Jn. 2:20). Como vemos los remitentes tenían esta unción de modo que no es algo que se pida posterior a la conversión y aún más añade el Espíritu Santo: “Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en él” (1 Jn. 2:27). Aquí se nos enseña que la unción se recibe de Dios y permanece en el creyente y que ella nos enseña todas las cosas, lo cual apunta directamente al ministerio del Espíritu Santo en el creyente señalado por el Señor de este modo: “Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber” (Jn. 16:14-15). Esto significa que el creyente ya ha sido ungido por el Espíritu Santo, en el momento de su conversión (2 Co. 11:21), y es enseñado por el Espíritu Santo sobre todas las riquezas que existen en la Palabra de Dios de la Persona del Hijo. En este sentido el creyente no necesita ser enseñado sobre qué es la verdad respecto a lo espiritual, pues posee morando en él al Espíritu de verdad que le enseña sobre quién es la Verdad, la gloriosa Persona del Hijo.
continuará, d.v., en el siguiente número



domingo, 30 de abril de 2017

EN ESTO PENSAD - mayo 2017

¿Que es el arrepentimiento?

H. A. Ironside

El llamado al arrepentimiento es algo que falta en la predicación en tiempos modernos. Algunos de nuestros hermanos casi tienen miedo de hablar del arrepentimiento, porque hay gente que cree que es algo meritorio. Pero no es una obra de mérito. El arrepentimiento es reconocer que uno no tiene méritos, que en sí mismo es un pecador que no merece sino castigo, reo del juicio divino. El Dios santo y justo “manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hch. 17:30).
    El arrepentimiento no debe confundirse con la penitencia. La religión define el arrepentimiento como "un sentido de pesar por algo que se ha hecho, y que, por algún motivo, deseamos no haberlo hecho". La penitencia es contrición o tristeza por el pecado, pero somos advertidos que “la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse” (2 Co. 7:10). No es tan solamente tristeza por lo que hemos hecho. A veces uno es triste porque ha sido descubierto o castigado. Puedo entristecer mi corazón al pensar de las cosas malas que he cometido, y de todo el daño que he causado a otros, pero a la vez no arrepentirme realmente para con Dios.
    El arrepentimiento tampoco debe ser confundido con los actos de penitencia. Esos son esfuerzos de expiación o reparación por cosas que uno ha hecho. Son una manera de sufrir voluntariamente; pero no hay sufrimiento físico ni negación propia que pueda pagar por lo malo que le hemos hecho a Dios o al hombre.
    El arrepentimiento no es una reforma personal. Algunas personas tienen la idea que el arrepentimiento es que uno intenta abandonar sus pecados, limpiarse y vivir justamente, es decir, obra para hacerse buena persona, para merecer la salvación. No es así. Cierto es que puede haber reformas personales sin el arrepentimiento, pero nunca puede haber un verdadero arrepentimiento que no produce cambios, porque si de veras me arrepiento y creo el evangelio, seguramente habrá cambios. La nueva naturaleza no es como la vieja. Ser guiado por la carne y el espíritu de desobediencia no es igual que ser guiado por el Espíritu. Cuando haya arrepentimiento y fe, la vida cambia.
     Es un cambio en mi forma de pensar acerca del pecado,  para verlo como Dios lo ve. Deseo apartarme del pecado, incluso lo renuncio, pero sin la ayuda del Señor no se puede llevar a cabo. No puedo limpiarme. Sólo Él nos limpia. Pero al arrepentirme, la media vuelta en mi forma de pensar, acompañada por la fe en el Señor, produce por Su poder el fruto, cambios, una media vuelta en la forma de vivir.       
 adaptado y ampliado de su comentario sobre el Evangelio según Lucas, escrito en 1947

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Los Padres Psicologizados

Los padres de Sansón no se lo dijeron (Jue. 14). David probablemente no se lo dijo muchas veces a Absalón. Elí tampoco empleó la palabra con sus hijos (1 S. 2). ¿Qué palabra es esta que estos padres no dijeron a sus hijos?  Es la palabra: “no”.
    Con todo el énfasis puesto en los hijos durante las últimas décadas, y de ello algo era necesario, el péndulo se ha ido demasiado a un lado. La verdad es que en muchas familias los hijos ahora son el centro de atención, y en demasiadas familias ellos realmente llevan la batuta. Como resultado, la disciplina falta completamente, o muchas veces es simplemente una amenaza que nunca se materializa, se dice pero no se administra. En algunos casos los hijos realmente se anteponen al propio matrimonio, es decir, antes de la pareja misma.
    Demasiados padres tienen temor de ofender al niño diciéndole: “no”. Los psicólogos han enfatizado tanto que los hijos necesitan amor y libertad, y que los padres deben dedicarles tiempo de calidad, que muchos padres harían cualquier cosa porque temen privar a su hijo de sus deseos. El resultado es una familia que va en torno a los hijos, y ellos marcan la pauta de la familia. Todo tiene su explicación: “a favor del niño”. Con frecuencia el tiempo demuestra que hacer esto es un error, pero claro, entonces es tarde para quienes lo han practicado.
    Como si sobraran los padres, los hijos deciden regularmente qué se les dará de comer, dónde irá la familia para sus vacaciones, o si la familia comprará esto o lo otro. Dictan tales cosas como la marca de ropa que llevarán, el corte de su pelo y el horario de la familia. Hay familias que dejan de comer juntos porque: “a los hijos les es difícil”. Las actividades como la gimnasia, el fútbol, las clases de música y otras parecidas ocupan el centro de la vida familiar como si fuesen las consideraciones más importantes, y el horario de todos los demás tiene que ajustarse y ponerse en raya para que los hijos puedan hacer lo que les apetece.
    Y como es de esperar, a menudo este proceder también entra en los asuntos de la asamblea, donde a los jóvenes se les permite hacer todo lo que quieren, y pronto la asamblea encuentra que quienes determinan su dirección y marcan la pauta son los jóvenes. Los ancianos se quedan como secuestrados en la iglesia, temiendo actuar con firmeza o tomar ciertas decisiones por miedo a la reacción de los jóvenes (o sus padres).
    Habiendo dicho esto, ¿queremos decir que simplemente hay que ignorar a nuestros hijos y a los jóvenes en la asamblea? ¡Por supuesto que no! No obstante, sí, debemos mantener todo en su perspectiva correcta, y los hijos y los jóvenes necesitan aprender que el mundo no gira en torno a ellos. (El hombre natural ya está en el centro sin que nosotros animemos más el asunto.) Una de las grandes lecciones que debemos aprender para crecer espiritualmente es: “mirando...cada cual...por lo de los otros” (Fil. 2:4). “Yo” y “mi” deben tomar el último lugar. Esto significa el preocuparse por los intereses de los demás, y quitar la mirada de uno mismo. Es difícil enseñar esto a los hijos, sobre todo, cuando los padres mismos son los primeros que los colocan en el centro, los miman y encuentran excusas y explicaciones para todo lo que ellos hacen. Pero el “yo” tiene que ir para abajo. Ésta es exactamente la actitud que se enfatiza en el texto hermoso que describe: “la mente de Cristo”. Él pensaba en los demás.
    El poner a los hijos o a los jóvenes por encima de los demás y darles todo lo que desean y demandan, simplemente permitiéndoles ir casi sin riendas, es en realidad una expresión de falta de amor y será causa de vergüenza al final (Pr. 29:15).
Stephen Hulshizer, de la revista Milk & Honey (“Leche y Miel”), Octubre 2000
traducido y adaptado con permiso
 
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¿Dónde Está Tu Corazón?
     Cristo advierte contra el hacer tesoros en la tierra. Es cuestión de si viven para esta vida o para el reino venidero. El Señor señala primero las ventajas de la inversión de transferir nuestros tesoros al cielo, donde no estorban ladrones, orín ni polilla. Entonces, llega al corazón del asunto, que es, el corazón humano. Declara: “donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mt. 6:21). El Señor quiere nuestro corazón. No quiere que tengamos doble visión, con los ojos puestos en los tesoros celestiales y también en los terrenales (6:22-23). Esto resultaría en no ver nada claro. No quiere que intentemos trabajar para dos amos. Esto resultaría en mal trabajo para ambos. No podemos vivir para el mundo y para el cielo. No podemos servir a Dios y al dinero.
    Observa que el tema de la vista es común en las dos primeras prohibiciones. Podemos hacer justicia para ser vistos por los hombres, para ganar alabanza o gloria de ellos, o podemos hacer nuestras justicias secretamente, confiando en nuestro Padre que ve en secreto, para que luego Él nos recompense abiertamente. Entonces, debemos preguntar dónde están puestos nuestros ojos – en los tesoros terrenales o los celestiales. ¿Hemos intentado enfocarnos sobre los dos con el resultado de que ahora tenemos doble visión? Nuestros ojos simbolizan nuestras ambiciones y motivos – donde ponemos la mira. El verdadero seguidor, dice Cristo, tiene sus ojos puestos en la recompensa celestial. El hombre con visión doble tiene tinieblas (6:23). El tal es un discípulo falso.

A. W. Wilson, de su libro Matthew’s Messiah (“El Mesías según Mateo”), pág. 92
 
 
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Estamos Aquí De Paso

¿Debe el creyente involucrarse en la politica o la sociedad de este mundo? C. H. Mackintosh comenta:

“Como cristianos, nuestro deber es atravesar el mundo como peregrinos y extranjeros, sin tener nada que ver con él, excepto que somos testigos pacientes de la gracia de Cristo. Como tales debemos brillar como luminares en medio de las tinieblas morales. Pero desgraciadamente fallamos y no mantenemos esta rígida separación; nos permitimos ser engañados a entrar en alianzas con el mundo, y como consecuencia, nos involucramos en problemas y conflictos que propiamente no nos corresponden”.

C. H. Mackintosh, Notas sobre Números capítulo 31

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   EL CONSEJO DE MARÍA

En el Evangelio según S. Juan leemos de una boda en Caná de Galilea. Allí María enfatizó la importancia de su hijo Jesús y Sus palabras. Observó que faltaba vino, y no pudiendo hacer nada, lo dijo a Jesús. María, entonces, aconsejó a los siervos, o bien podríamos decir, los mandó: “Su madre dijo a los que servían: Haced todo lo que os dijere” (S. Juan 2:5). Sólo aquí en la Biblia María da un consejo o mandamiento, y ciertamente todo buen católico romano, y especialmente los devotos de María, deben hacer caso de sus palabras: “Haced todo lo que os dijere”. Es un excelente consejo todos los días, no sólo en aquella boda. Entonces, ¿qué más dijo Jesús?
JESUCRISTO DIJO que es el único que puede ser nuestro Salvador, esto es, el único camino al cielo. “Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (S. Juan 14:6).
NO DIJO que confiáramos en santos, el Papa, la iglesia, ni siquiera en Su madre para nuestra salvación. Luego declaró el apóstol Pedro: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).
JESUCRISTO DIJO que la fe en Él es la única clase de fe que nos puede salvar, esto es, darnos perdón y vida eterna. “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (S. Juan 3:36).
NO DIJO que los sacrificios, sacramentos o buenas obras sean necesarias para salvarnos. Afirmó el apóstol Pablo: “Mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia” (Romanos 4:5).
JESUCRISTO DIJO
que Él, no la iglesia, da vida eterna. “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (S. Juan 5:24).
NO DIJO que fuera una vida temporal o condicional, que dependiera de nuestro comportamiento para no perderla. Al contrario, afirmó: “Y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (S. Juan 10:28)
JESUCRISTO DIJO que las palabras de Dios son la única autoridad que debemos seguir. “El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero” (S. Juan 12:48).
NO DIJO que las tradiciones o los mandamientos de los hombres fueran otra palabra Suya. “Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres...invalidando la palabra de Dios con vuestra tradición que habéis transmitido” (S. Marcos 7:7, 13).
       Amigo, sigue el consejo de María, y haz caso de todo lo que Jesucristo dice. Si ahora te arrepientes de tu confianza en tus obras o bondad, en los sacramentos y la iglesia, y en cualquier otra cosa y confías únicamente en el Señor Jesucristo, Él, el TODOPODEROSO, te salvará para siempre. Nada ni nadie más puede perdonarte y salvarte, sino sólo Jesucristo. 
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¿Qué Pensáis Del Cristo?(Part II)

Texto: Mateo 22:42-46

El otro día un hombre me dijo que no creía en Dios. Le pregunté qué pensaba de Cristo, y me dijo que creía que era bueno y hacía bien, pero ya está. Decía que tenía una Biblia en casa, pero no la lee. Y así están muchas personas. Creen en Cristo de alguna manera, pero no saben realmente quién era ni se toman la molestia para investigarlo para ver si su opinión cuadra con la verdad o no.
    Así como decíamos en el estudio anterior, si preguntamos a la gente qué piensa de Cristo, cada uno daría su opinión, pero no acertará porque no acaba de darse cuenta de quién es. El apóstol Juan informa que el propio pueblo judío no le conoció ni le recibió (Jn. 1:11). Pero hay un conocimiento de Cristo que es correcto y provechoso, cuando uno entiende quién es y por qué vino al mundo. Ojalá que cada uno pueda llegar a ese buen conocimiento, y pensar de Cristo como se debe.
    Tarde o temprano cada uno tendrá que presentarse ante Dios y dar cuenta de sí. Los creyentes van a estar con su Señor en un lugar de dicha eterna donde recibirán recompensa y serán benditos y consolados. Pero los que no piensan correctamente de Cristo irán a la perdición, porque su nombre no está en el libro de la vida del Cordero.
    Por eso los que somos creyentes tenemos que hablar bien de Cristo, con nuestros labios y con nuestra vida – nuestra manera de vivir. Debemos darle a conocer ante los demás. La pregunta es buena: “¿Qué pensáis del Cristo?”, y de la respuesta depende la felicidad ahora y por toda la eternidad.
    Vamos a seguir investigando qué pensaban diferentes personas en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, está el caso del paralítico en Betesda (Jn. 5: 1-18). Llevaba treinta y ocho años enfermo, y había estado mucho tiempo al lado del agua en Betesda pero nadie le ayudaba. Diría que en un momento Jesucristo  le había sanado completamente, que no hacía falta esperar más ni en ángeles ni otros. La solución de su problema estaba en un encuentro personal con Cristo.
    La viuda de Naín y los que le acompañaron dirían que Cristo resucitó de los muertos a su hijo (Lc. 7:11-17). Era su único hijo y además de amarle como hijo, probablemente dependía de él para vivir. Había perdido toda esperanza y estaba de luto, saliendo del pueblo aquel día yendo al entierro, cuando el Señor paró al funeral. Tuvo compasión de ella, tocó el féretro, y resucitó al hijo. Todos estaban maravillados y dijeron que un gran profeta se había levantado entre ellos (suenan como los musulmanes) y que Dios había visitado al pueblo. Así le compararon con Elías o Eliseo, pero no acabaron de ver que era el Dios de Elías. Muchos hoy también admiran a Cristo pero no entienden quién era.
    Consideremos la opinión de la mujer que quedó encorvada dieciocho años, con un problema incurable de la columna (Lc. 13:11-17). Cuando el Señor le sanó de su azote, ella glorificaba a Dios, pero el principal de la sinagoga sólo criticaba a Cristo porque la sanó en el día de reposo, por lo que el Señor le llamó “hipócrita”. El pueblo se regocijó en esa sanidad, y seguramente la mujer más. Había encontrado el poder de Dios en el Señor. Lo que no sabemos es si ella, al glorificar a Dios, reconoció que Jesucristo es Dios, o si le veía sólo como profeta.
    El caso de la muerte de la hija de Jairo trajo al Señor en contacto con sus padres y los de su pueblo (Lc. 8:41-42; 49-56). Claramente ella murió, y el Señor fue a resucitarla aunque la gente se burlaba de Él. Cuando la levantó de los muertos y la presentó a sus padres todos estaban espantados y maravillados. La más agradecida seguramente fue la niña, y después de ella sus padres. Habían visto el poder de Dios en el Señor Jesucristo. Cristo en otra ocasión dijo a Sus discípulos: “yo soy la resurrección y la vida”, y he aquí un caso que lo demuestra.
    La mujer samaritana en Juan 4 comenzó pensando que Jesús era simplemente un hombre judío. Luego decidió que era profeta. Pero en el versículo 29 dijo: “Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?”
    Consideremos el caso extraño de Judas Iscariote, el que le entregó. Porque después de entregar al Señor, el día siguiente se dio cuenta de su gran error y pecado, y dijo: “Yo he pecado entregando sangre inocente” (Mt. 27:4). Reconoció la inocencia del Señor y la injusticia de su traición y de los malos tratos que los líderes del pueblo le daban. Pero nada de eso absuelve al traidor de su terrible pecado. Una cosa es saber que Cristo fue tratado injustamente, y otra es arrepentirse y confiar en el Señor para ser salvo, lo cual Judas no hizo.
    Luego está el caso único del centurión que le crucificó. Era un verdugo profesional y veterano, que seguramente había matado a muchos. Pero nunca había visto a una persona así ni que muriera así. Los criminales al ser crucificados solían blasfemar y morir echando pestes, pero Cristo no abrió Su boca. La forma en que murió y los acontecemientos en la naturaleza mientras estaba en la cruz – las tinieblas a mediodía y el terremoto – le convincieron de modo que declaró: “verdaderamente éste era Hijo de Dios” (Mt. 27:54). Probablemente quería decir que era una persona justa que no merecía morir, pero tal vez le faltó el paso clave de reconocer que Cristo había muerto por él.
    Allí también estaban los dos ladrones que fueron crucificados, uno a la derecha y el otro a la izquierda. Al principio los dos blasfemaban e insultaban al Señor, pero después uno de ellos volvió en sí, reconoció al Señor como Rey, y le rogó que se acordara de Él cuando viniera a Su reino. Sabemos que confió en Cristo, porque el Señor reconociendo su fe le prometió: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.
    Hasta los demonios pensaban de Cristo mejor que muchos hombres, porque le llamaron: “Jesús, Hijo del Dios Altísimo” (Mr. 5:7). Sabían más que muchos judíos, y ciertamente más que los falsamente llamados “testigos de Jehová” y los mormones en nuestros días porque reconocieron la divinidad de Cristo. Pero no se sometieron a Él en fe para obedecerle. Reconocieron Su identidad y autoridad pero sin aceptarla, y así también son muchas personas en nuestros tiempos.
    Juan el bautista tuvo bastante que decir acerca de Cristo, ya que era Su precursor, enviado delante de Su faz para prepararle el camino. Anunció Su venida, diciendo: “Éste es el que viene después de mí, el que es antes de mí, del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado” (Jn. 1:27). Poco después, en Juan 1:29 le señaló y dijo: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Sabía quién es que quita el pecado, y no es María, los santos, la Iglesia ni otros, sino sólo Jesucristo. En Juan 3:30 dijo: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe”. ¡Qué bueno sería si todos tuvieran la misma opinión que Juan porque él acertó!
    Pedro confesó: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mt. 16:16) y luego dijo: “¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn. 6:68). Pero después, le negó tres veces. En Hechos 2:36, luego que recibió el Espíritu Santo, predicó así: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo”. En Hechos 3:14-15 le llamó: “el Santo y el Justo” y “Autor de la vida”. En Hechos 4:12 habló con gran denuedo en público diciendo: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. En Hechos 5:31 le llamó: “Príncipe y Salvador”. En Hechos 10:36-43 proclamó: “éste es Señor de todos”, y “Juez de vivos y muertos”. En el versículo 43 anunció que “todos los que en él creyeren recibirán perdón de pecados por Su nombre”. Luego en su primera epístola escribió: “Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (1 P. 2:24). ¡Pensar así como Pedro es confiar en Cristo para perdón y vida eterna!
    El apóstol Juan escribió en Apocalipsis 22:16 citando las palabras de Cristo: “Yo soy...la estrella resplandeciente de la mañana”. Esa es la estrella que aparece en el cielo de madrugada justo al clarear el alba, antes de que salga el sol. Así Jesucristo es la esperanza de todo creyente, porque antes de que Él venga como Sol de Justicia para juzgar al mundo y reinar, vendrá en el cielo como estrella resplandeciente y llamará a los Suyos al cielo para que estén con él y escapen del juicio venidero.
    Tomás el dudador fue vencido por su encuentro personal con Cristo. Cristo le invitó a meter su dedo en las heridas y no ser más incrédulo sino creyente. Tomás exclamó: “Señor mío y Dios mío” (Jn. 20:28).
    Saulo de Tarsis, el perseguidor, cuando encontró a Cristo en el camino a Damasco, cayó ante la luz de Su presencia y preguntó primero: “¿Quién eres, Señor?” Y al saber que era Jesucristo, dijo: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (Hch. 9:5-6). Con esas palabras reconoció el señorío de Cristo y se sometió a Él en fe. Luego en Filipenses 3:8 Pablo habló de “la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo”. Pablo perdió todo para ganar a Cristo, y muchos hoy en día fallan y no siguen ese ejemplo tan bueno, pues quieren a Cristo junto con todo lo demás que ellos planifican y desean para sí, y no están preparados a sacrificar nada. Es porque tienen bajos pensamientos de Cristo. En 1 Timoteo 6:15 Pablo le llamó: “el bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores”.
    Los llamados “testigos de Jehová” y otros no creen que Jesucristo es Dios, pero se equivocan, y su opinión defectuosa de Cristo les condena. El mejor testimonio es el del Padre en el cielo que dijo: “Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mt. 3:17). En Hebreos 1:1-4 leemos: “Dios...en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas,  hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos”.
    Así que, amigos, la Biblia da abundante testimonio y nos enseña cómo pensar y cómo no pensar acerca de Cristo. Pero cada uno debe llegar a una conclusión y convicción personal. Amigo, ¿qué piensas de Cristo? ¿Estás dispuesto a aceptar el testimonio de Dios y de Sus apóstoles? Sólo así podrás ser salvo.

de un estudio dado por Lucas Batalla

Hay más estudios del hermano Lucas en  internet:
http://estudios-lucas-batalla.blogspot.com.es