Entradas populares

domingo, 30 de abril de 2017

EN ESTO PENSAD - mayo 2017

¿Que es el arrepentimiento?

H. A. Ironside

El llamado al arrepentimiento es algo que falta en la predicación en tiempos modernos. Algunos de nuestros hermanos casi tienen miedo de hablar del arrepentimiento, porque hay gente que cree que es algo meritorio. Pero no es una obra de mérito. El arrepentimiento es reconocer que uno no tiene méritos, que en sí mismo es un pecador que no merece sino castigo, reo del juicio divino. El Dios santo y justo “manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hch. 17:30).
    El arrepentimiento no debe confundirse con la penitencia. La religión define el arrepentimiento como "un sentido de pesar por algo que se ha hecho, y que, por algún motivo, deseamos no haberlo hecho". La penitencia es contrición o tristeza por el pecado, pero somos advertidos que “la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse” (2 Co. 7:10). No es tan solamente tristeza por lo que hemos hecho. A veces uno es triste porque ha sido descubierto o castigado. Puedo entristecer mi corazón al pensar de las cosas malas que he cometido, y de todo el daño que he causado a otros, pero a la vez no arrepentirme realmente para con Dios.
    El arrepentimiento tampoco debe ser confundido con los actos de penitencia. Esos son esfuerzos de expiación o reparación por cosas que uno ha hecho. Son una manera de sufrir voluntariamente; pero no hay sufrimiento físico ni negación propia que pueda pagar por lo malo que le hemos hecho a Dios o al hombre.
    El arrepentimiento no es una reforma personal. Algunas personas tienen la idea que el arrepentimiento es que uno intenta abandonar sus pecados, limpiarse y vivir justamente, es decir, obra para hacerse buena persona, para merecer la salvación. No es así. Cierto es que puede haber reformas personales sin el arrepentimiento, pero nunca puede haber un verdadero arrepentimiento que no produce cambios, porque si de veras me arrepiento y creo el evangelio, seguramente habrá cambios. La nueva naturaleza no es como la vieja. Ser guiado por la carne y el espíritu de desobediencia no es igual que ser guiado por el Espíritu. Cuando haya arrepentimiento y fe, la vida cambia.
     Es un cambio en mi forma de pensar acerca del pecado,  para verlo como Dios lo ve. Deseo apartarme del pecado, incluso lo renuncio, pero sin la ayuda del Señor no se puede llevar a cabo. No puedo limpiarme. Sólo Él nos limpia. Pero al arrepentirme, la media vuelta en mi forma de pensar, acompañada por la fe en el Señor, produce por Su poder el fruto, cambios, una media vuelta en la forma de vivir.       
 adaptado y ampliado de su comentario sobre el Evangelio según Lucas, escrito en 1947

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 

Los Padres Psicologizados

Los padres de Sansón no se lo dijeron (Jue. 14). David probablemente no se lo dijo muchas veces a Absalón. Elí tampoco empleó la palabra con sus hijos (1 S. 2). ¿Qué palabra es esta que estos padres no dijeron a sus hijos?  Es la palabra: “no”.
    Con todo el énfasis puesto en los hijos durante las últimas décadas, y de ello algo era necesario, el péndulo se ha ido demasiado a un lado. La verdad es que en muchas familias los hijos ahora son el centro de atención, y en demasiadas familias ellos realmente llevan la batuta. Como resultado, la disciplina falta completamente, o muchas veces es simplemente una amenaza que nunca se materializa, se dice pero no se administra. En algunos casos los hijos realmente se anteponen al propio matrimonio, es decir, antes de la pareja misma.
    Demasiados padres tienen temor de ofender al niño diciéndole: “no”. Los psicólogos han enfatizado tanto que los hijos necesitan amor y libertad, y que los padres deben dedicarles tiempo de calidad, que muchos padres harían cualquier cosa porque temen privar a su hijo de sus deseos. El resultado es una familia que va en torno a los hijos, y ellos marcan la pauta de la familia. Todo tiene su explicación: “a favor del niño”. Con frecuencia el tiempo demuestra que hacer esto es un error, pero claro, entonces es tarde para quienes lo han practicado.
    Como si sobraran los padres, los hijos deciden regularmente qué se les dará de comer, dónde irá la familia para sus vacaciones, o si la familia comprará esto o lo otro. Dictan tales cosas como la marca de ropa que llevarán, el corte de su pelo y el horario de la familia. Hay familias que dejan de comer juntos porque: “a los hijos les es difícil”. Las actividades como la gimnasia, el fútbol, las clases de música y otras parecidas ocupan el centro de la vida familiar como si fuesen las consideraciones más importantes, y el horario de todos los demás tiene que ajustarse y ponerse en raya para que los hijos puedan hacer lo que les apetece.
    Y como es de esperar, a menudo este proceder también entra en los asuntos de la asamblea, donde a los jóvenes se les permite hacer todo lo que quieren, y pronto la asamblea encuentra que quienes determinan su dirección y marcan la pauta son los jóvenes. Los ancianos se quedan como secuestrados en la iglesia, temiendo actuar con firmeza o tomar ciertas decisiones por miedo a la reacción de los jóvenes (o sus padres).
    Habiendo dicho esto, ¿queremos decir que simplemente hay que ignorar a nuestros hijos y a los jóvenes en la asamblea? ¡Por supuesto que no! No obstante, sí, debemos mantener todo en su perspectiva correcta, y los hijos y los jóvenes necesitan aprender que el mundo no gira en torno a ellos. (El hombre natural ya está en el centro sin que nosotros animemos más el asunto.) Una de las grandes lecciones que debemos aprender para crecer espiritualmente es: “mirando...cada cual...por lo de los otros” (Fil. 2:4). “Yo” y “mi” deben tomar el último lugar. Esto significa el preocuparse por los intereses de los demás, y quitar la mirada de uno mismo. Es difícil enseñar esto a los hijos, sobre todo, cuando los padres mismos son los primeros que los colocan en el centro, los miman y encuentran excusas y explicaciones para todo lo que ellos hacen. Pero el “yo” tiene que ir para abajo. Ésta es exactamente la actitud que se enfatiza en el texto hermoso que describe: “la mente de Cristo”. Él pensaba en los demás.
    El poner a los hijos o a los jóvenes por encima de los demás y darles todo lo que desean y demandan, simplemente permitiéndoles ir casi sin riendas, es en realidad una expresión de falta de amor y será causa de vergüenza al final (Pr. 29:15).
Stephen Hulshizer, de la revista Milk & Honey (“Leche y Miel”), Octubre 2000
traducido y adaptado con permiso
 
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 
 
¿Dónde Está Tu Corazón?
     Cristo advierte contra el hacer tesoros en la tierra. Es cuestión de si viven para esta vida o para el reino venidero. El Señor señala primero las ventajas de la inversión de transferir nuestros tesoros al cielo, donde no estorban ladrones, orín ni polilla. Entonces, llega al corazón del asunto, que es, el corazón humano. Declara: “donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mt. 6:21). El Señor quiere nuestro corazón. No quiere que tengamos doble visión, con los ojos puestos en los tesoros celestiales y también en los terrenales (6:22-23). Esto resultaría en no ver nada claro. No quiere que intentemos trabajar para dos amos. Esto resultaría en mal trabajo para ambos. No podemos vivir para el mundo y para el cielo. No podemos servir a Dios y al dinero.
    Observa que el tema de la vista es común en las dos primeras prohibiciones. Podemos hacer justicia para ser vistos por los hombres, para ganar alabanza o gloria de ellos, o podemos hacer nuestras justicias secretamente, confiando en nuestro Padre que ve en secreto, para que luego Él nos recompense abiertamente. Entonces, debemos preguntar dónde están puestos nuestros ojos – en los tesoros terrenales o los celestiales. ¿Hemos intentado enfocarnos sobre los dos con el resultado de que ahora tenemos doble visión? Nuestros ojos simbolizan nuestras ambiciones y motivos – donde ponemos la mira. El verdadero seguidor, dice Cristo, tiene sus ojos puestos en la recompensa celestial. El hombre con visión doble tiene tinieblas (6:23). El tal es un discípulo falso.

A. W. Wilson, de su libro Matthew’s Messiah (“El Mesías según Mateo”), pág. 92
 
 
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 

Estamos Aquí De Paso

¿Debe el creyente involucrarse en la politica o la sociedad de este mundo? C. H. Mackintosh comenta:

“Como cristianos, nuestro deber es atravesar el mundo como peregrinos y extranjeros, sin tener nada que ver con él, excepto que somos testigos pacientes de la gracia de Cristo. Como tales debemos brillar como luminares en medio de las tinieblas morales. Pero desgraciadamente fallamos y no mantenemos esta rígida separación; nos permitimos ser engañados a entrar en alianzas con el mundo, y como consecuencia, nos involucramos en problemas y conflictos que propiamente no nos corresponden”.

C. H. Mackintosh, Notas sobre Números capítulo 31

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 
 
   EL CONSEJO DE MARÍA

En el Evangelio según S. Juan leemos de una boda en Caná de Galilea. Allí María enfatizó la importancia de su hijo Jesús y Sus palabras. Observó que faltaba vino, y no pudiendo hacer nada, lo dijo a Jesús. María, entonces, aconsejó a los siervos, o bien podríamos decir, los mandó: “Su madre dijo a los que servían: Haced todo lo que os dijere” (S. Juan 2:5). Sólo aquí en la Biblia María da un consejo o mandamiento, y ciertamente todo buen católico romano, y especialmente los devotos de María, deben hacer caso de sus palabras: “Haced todo lo que os dijere”. Es un excelente consejo todos los días, no sólo en aquella boda. Entonces, ¿qué más dijo Jesús?
JESUCRISTO DIJO que es el único que puede ser nuestro Salvador, esto es, el único camino al cielo. “Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (S. Juan 14:6).
NO DIJO que confiáramos en santos, el Papa, la iglesia, ni siquiera en Su madre para nuestra salvación. Luego declaró el apóstol Pedro: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).
JESUCRISTO DIJO que la fe en Él es la única clase de fe que nos puede salvar, esto es, darnos perdón y vida eterna. “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (S. Juan 3:36).
NO DIJO que los sacrificios, sacramentos o buenas obras sean necesarias para salvarnos. Afirmó el apóstol Pablo: “Mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia” (Romanos 4:5).
JESUCRISTO DIJO
que Él, no la iglesia, da vida eterna. “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (S. Juan 5:24).
NO DIJO que fuera una vida temporal o condicional, que dependiera de nuestro comportamiento para no perderla. Al contrario, afirmó: “Y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (S. Juan 10:28)
JESUCRISTO DIJO que las palabras de Dios son la única autoridad que debemos seguir. “El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero” (S. Juan 12:48).
NO DIJO que las tradiciones o los mandamientos de los hombres fueran otra palabra Suya. “Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres...invalidando la palabra de Dios con vuestra tradición que habéis transmitido” (S. Marcos 7:7, 13).
       Amigo, sigue el consejo de María, y haz caso de todo lo que Jesucristo dice. Si ahora te arrepientes de tu confianza en tus obras o bondad, en los sacramentos y la iglesia, y en cualquier otra cosa y confías únicamente en el Señor Jesucristo, Él, el TODOPODEROSO, te salvará para siempre. Nada ni nadie más puede perdonarte y salvarte, sino sólo Jesucristo. 
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -  
¿Qué Pensáis Del Cristo?(Part II)

Texto: Mateo 22:42-46

El otro día un hombre me dijo que no creía en Dios. Le pregunté qué pensaba de Cristo, y me dijo que creía que era bueno y hacía bien, pero ya está. Decía que tenía una Biblia en casa, pero no la lee. Y así están muchas personas. Creen en Cristo de alguna manera, pero no saben realmente quién era ni se toman la molestia para investigarlo para ver si su opinión cuadra con la verdad o no.
    Así como decíamos en el estudio anterior, si preguntamos a la gente qué piensa de Cristo, cada uno daría su opinión, pero no acertará porque no acaba de darse cuenta de quién es. El apóstol Juan informa que el propio pueblo judío no le conoció ni le recibió (Jn. 1:11). Pero hay un conocimiento de Cristo que es correcto y provechoso, cuando uno entiende quién es y por qué vino al mundo. Ojalá que cada uno pueda llegar a ese buen conocimiento, y pensar de Cristo como se debe.
    Tarde o temprano cada uno tendrá que presentarse ante Dios y dar cuenta de sí. Los creyentes van a estar con su Señor en un lugar de dicha eterna donde recibirán recompensa y serán benditos y consolados. Pero los que no piensan correctamente de Cristo irán a la perdición, porque su nombre no está en el libro de la vida del Cordero.
    Por eso los que somos creyentes tenemos que hablar bien de Cristo, con nuestros labios y con nuestra vida – nuestra manera de vivir. Debemos darle a conocer ante los demás. La pregunta es buena: “¿Qué pensáis del Cristo?”, y de la respuesta depende la felicidad ahora y por toda la eternidad.
    Vamos a seguir investigando qué pensaban diferentes personas en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, está el caso del paralítico en Betesda (Jn. 5: 1-18). Llevaba treinta y ocho años enfermo, y había estado mucho tiempo al lado del agua en Betesda pero nadie le ayudaba. Diría que en un momento Jesucristo  le había sanado completamente, que no hacía falta esperar más ni en ángeles ni otros. La solución de su problema estaba en un encuentro personal con Cristo.
    La viuda de Naín y los que le acompañaron dirían que Cristo resucitó de los muertos a su hijo (Lc. 7:11-17). Era su único hijo y además de amarle como hijo, probablemente dependía de él para vivir. Había perdido toda esperanza y estaba de luto, saliendo del pueblo aquel día yendo al entierro, cuando el Señor paró al funeral. Tuvo compasión de ella, tocó el féretro, y resucitó al hijo. Todos estaban maravillados y dijeron que un gran profeta se había levantado entre ellos (suenan como los musulmanes) y que Dios había visitado al pueblo. Así le compararon con Elías o Eliseo, pero no acabaron de ver que era el Dios de Elías. Muchos hoy también admiran a Cristo pero no entienden quién era.
    Consideremos la opinión de la mujer que quedó encorvada dieciocho años, con un problema incurable de la columna (Lc. 13:11-17). Cuando el Señor le sanó de su azote, ella glorificaba a Dios, pero el principal de la sinagoga sólo criticaba a Cristo porque la sanó en el día de reposo, por lo que el Señor le llamó “hipócrita”. El pueblo se regocijó en esa sanidad, y seguramente la mujer más. Había encontrado el poder de Dios en el Señor. Lo que no sabemos es si ella, al glorificar a Dios, reconoció que Jesucristo es Dios, o si le veía sólo como profeta.
    El caso de la muerte de la hija de Jairo trajo al Señor en contacto con sus padres y los de su pueblo (Lc. 8:41-42; 49-56). Claramente ella murió, y el Señor fue a resucitarla aunque la gente se burlaba de Él. Cuando la levantó de los muertos y la presentó a sus padres todos estaban espantados y maravillados. La más agradecida seguramente fue la niña, y después de ella sus padres. Habían visto el poder de Dios en el Señor Jesucristo. Cristo en otra ocasión dijo a Sus discípulos: “yo soy la resurrección y la vida”, y he aquí un caso que lo demuestra.
    La mujer samaritana en Juan 4 comenzó pensando que Jesús era simplemente un hombre judío. Luego decidió que era profeta. Pero en el versículo 29 dijo: “Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?”
    Consideremos el caso extraño de Judas Iscariote, el que le entregó. Porque después de entregar al Señor, el día siguiente se dio cuenta de su gran error y pecado, y dijo: “Yo he pecado entregando sangre inocente” (Mt. 27:4). Reconoció la inocencia del Señor y la injusticia de su traición y de los malos tratos que los líderes del pueblo le daban. Pero nada de eso absuelve al traidor de su terrible pecado. Una cosa es saber que Cristo fue tratado injustamente, y otra es arrepentirse y confiar en el Señor para ser salvo, lo cual Judas no hizo.
    Luego está el caso único del centurión que le crucificó. Era un verdugo profesional y veterano, que seguramente había matado a muchos. Pero nunca había visto a una persona así ni que muriera así. Los criminales al ser crucificados solían blasfemar y morir echando pestes, pero Cristo no abrió Su boca. La forma en que murió y los acontecemientos en la naturaleza mientras estaba en la cruz – las tinieblas a mediodía y el terremoto – le convincieron de modo que declaró: “verdaderamente éste era Hijo de Dios” (Mt. 27:54). Probablemente quería decir que era una persona justa que no merecía morir, pero tal vez le faltó el paso clave de reconocer que Cristo había muerto por él.
    Allí también estaban los dos ladrones que fueron crucificados, uno a la derecha y el otro a la izquierda. Al principio los dos blasfemaban e insultaban al Señor, pero después uno de ellos volvió en sí, reconoció al Señor como Rey, y le rogó que se acordara de Él cuando viniera a Su reino. Sabemos que confió en Cristo, porque el Señor reconociendo su fe le prometió: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.
    Hasta los demonios pensaban de Cristo mejor que muchos hombres, porque le llamaron: “Jesús, Hijo del Dios Altísimo” (Mr. 5:7). Sabían más que muchos judíos, y ciertamente más que los falsamente llamados “testigos de Jehová” y los mormones en nuestros días porque reconocieron la divinidad de Cristo. Pero no se sometieron a Él en fe para obedecerle. Reconocieron Su identidad y autoridad pero sin aceptarla, y así también son muchas personas en nuestros tiempos.
    Juan el bautista tuvo bastante que decir acerca de Cristo, ya que era Su precursor, enviado delante de Su faz para prepararle el camino. Anunció Su venida, diciendo: “Éste es el que viene después de mí, el que es antes de mí, del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado” (Jn. 1:27). Poco después, en Juan 1:29 le señaló y dijo: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Sabía quién es que quita el pecado, y no es María, los santos, la Iglesia ni otros, sino sólo Jesucristo. En Juan 3:30 dijo: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe”. ¡Qué bueno sería si todos tuvieran la misma opinión que Juan porque él acertó!
    Pedro confesó: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mt. 16:16) y luego dijo: “¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn. 6:68). Pero después, le negó tres veces. En Hechos 2:36, luego que recibió el Espíritu Santo, predicó así: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo”. En Hechos 3:14-15 le llamó: “el Santo y el Justo” y “Autor de la vida”. En Hechos 4:12 habló con gran denuedo en público diciendo: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. En Hechos 5:31 le llamó: “Príncipe y Salvador”. En Hechos 10:36-43 proclamó: “éste es Señor de todos”, y “Juez de vivos y muertos”. En el versículo 43 anunció que “todos los que en él creyeren recibirán perdón de pecados por Su nombre”. Luego en su primera epístola escribió: “Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (1 P. 2:24). ¡Pensar así como Pedro es confiar en Cristo para perdón y vida eterna!
    El apóstol Juan escribió en Apocalipsis 22:16 citando las palabras de Cristo: “Yo soy...la estrella resplandeciente de la mañana”. Esa es la estrella que aparece en el cielo de madrugada justo al clarear el alba, antes de que salga el sol. Así Jesucristo es la esperanza de todo creyente, porque antes de que Él venga como Sol de Justicia para juzgar al mundo y reinar, vendrá en el cielo como estrella resplandeciente y llamará a los Suyos al cielo para que estén con él y escapen del juicio venidero.
    Tomás el dudador fue vencido por su encuentro personal con Cristo. Cristo le invitó a meter su dedo en las heridas y no ser más incrédulo sino creyente. Tomás exclamó: “Señor mío y Dios mío” (Jn. 20:28).
    Saulo de Tarsis, el perseguidor, cuando encontró a Cristo en el camino a Damasco, cayó ante la luz de Su presencia y preguntó primero: “¿Quién eres, Señor?” Y al saber que era Jesucristo, dijo: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (Hch. 9:5-6). Con esas palabras reconoció el señorío de Cristo y se sometió a Él en fe. Luego en Filipenses 3:8 Pablo habló de “la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo”. Pablo perdió todo para ganar a Cristo, y muchos hoy en día fallan y no siguen ese ejemplo tan bueno, pues quieren a Cristo junto con todo lo demás que ellos planifican y desean para sí, y no están preparados a sacrificar nada. Es porque tienen bajos pensamientos de Cristo. En 1 Timoteo 6:15 Pablo le llamó: “el bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores”.
    Los llamados “testigos de Jehová” y otros no creen que Jesucristo es Dios, pero se equivocan, y su opinión defectuosa de Cristo les condena. El mejor testimonio es el del Padre en el cielo que dijo: “Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mt. 3:17). En Hebreos 1:1-4 leemos: “Dios...en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas,  hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos”.
    Así que, amigos, la Biblia da abundante testimonio y nos enseña cómo pensar y cómo no pensar acerca de Cristo. Pero cada uno debe llegar a una conclusión y convicción personal. Amigo, ¿qué piensas de Cristo? ¿Estás dispuesto a aceptar el testimonio de Dios y de Sus apóstoles? Sólo así podrás ser salvo.

de un estudio dado por Lucas Batalla

Hay más estudios del hermano Lucas en  internet:
http://estudios-lucas-batalla.blogspot.com.es
 

No hay comentarios: