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miércoles, 31 de mayo de 2017

EN ESTO PENSAD -- junio 2017


El Problema de los Hijos Consentidos

William MacDonald


“Corrige a tu hijo mientras hay esperanza; pero no desee tu alma causarle la muerte” (Proverbios 19:18 BAS).

Vivimos en una sociedad tolerante. Especialmente en el área de la educación de los hijos, la gente escucha el consejo de los psicólogos y sociólogos en vez de oír las enseñanzas de la Palabra de Dios. Muchos adultos que fueron criados por padres que se atrevieron a disciplinarles deciden que sus hijos vivan y se expresen libremente. ¿Cuáles son los resultados?
    Tales hijos crecen con un profundo sentido de inseguridad y más tarde se convierten en inadaptados sociales. Encuentran difícil enfrentarse con los problemas y las dificultades de la vida, y buscan alivio en las drogas y el alcohol. Unos pocos años de disciplina les hubiera hecho mucho más fácil el resto de su vida.
    No es de extrañarse que sean indisciplinados. Su apariencia personal, sus habitaciones y hábitos personales dejan al descubierto su descuido y modo de pensar desordenado.
    Se sienten satisfechos con la mediocridad o con menos. Carecen de impulso e iniciativa para moverse con desempeño y disciplina en el trabajo, la música, el arte, los negocios y otras áreas de la vida.
    Estos hijos luego se alejarán de sus padres, los cuales suponían que al no castigarles, ganaban su amor eterno. Mas bien lo que han conseguido ha sido el odio y desprecio de sus hijos.
    La rebelión contra la autoridad de los padres se extiende a otras áreas de la vida, la escuela, el empleo y el gobierno. Si los padres hubieran quebrantado sus voluntades al comienzo de su vida, los hijos habrían podido someterse más fácilmente en las áreas normales de la vida.
    La rebelión se extiende a las normas morales expuestas en las Escrituras. Los jóvenes rebeldes se ríen de los mandamientos que hablan de la pureza y se abandonan a una vida temeraria y sin restricciones. Manifiestan una aversión profunda por todo lo bueno, y amor por lo anormal, obsceno y aborrecible.
    Finalmente, los padres que fracasan en quebrantar la voluntad de un hijo por medio de la disciplina, dificultan la salvación de ese hijo. La conversión implica el quebrantamiento de la voluntad en su rebelión contra el gobierno de Dios. Susana Wesley, la madre de Juan y Carlos Wesley, decía: “El padre que estudia cómo quebrantar la voluntad de su hijo colabora junto con Dios en la renovación y salvación de un alma. Los padres indulgentes realizan la obra del diablo, hacen que la religión sea impráctica, la salvación inalcanzable y que todo lo que está en él se eche a perder, su cuerpo y alma, para siempre”.
del libro De Día En Día, Editorial CLIE
 
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¡Ojos En Jesús!
 

“Puestos los ojos en Jesús...considerad a aquel...” Hebreos 12:2-3
La exhortación hace surgir la pregunta: ¿Dónde ponemos los ojos, y en qué ponemos la mente? Son dos consideraciones claves para cada creyente. El pasaje es principalmente una exhortación acerca de la vida cristiana – cómo debemos correr la carrera que tenemos por delante. Es la conclusión del tema del capítulo 11, la vida de fe. Si pones los ojos en lo que ofrece el mundo: poder, dinero, fama, influencia, placeres, serás desviado en la carrera de la fe.
    Pero ¿cómo podemos poner los ojos en Jesús? No se trata del uso de imágenes. El apóstol Pedro afirma que amamos al Señor “sin haberle visto” (1 P. 1:8). No aparece en visiones y sueños, y aunque está espiritualmente presente donde dos o tres se congregan en Su Nombre, sin embargo no es visible. Pero en Hebreos 11 leemos acerca de la fe de Moisés que rehusó la política y el poder de Egipto, y dejó sus riquezas, placeres y fama, “escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios” (He. 11:25). No estimó nada de lo que Egipto ofrecía, pues tenía “por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón” (v. 26). El galardón no es nada que el mundo ofrezca, recuerda que hemos de poner los ojos en Cristo y las promesas de Dios. Moisés “se sostuvo como viendo al Invisible” (v. 27). Así también debemos hacer nosotros, hermanos. Por la fe ponemos la mira en las cosas de arriba (Col. 3:1-4), “no en las de la tierra”. Es la mirada de fe. En Efesios 1:17-18 vemos el deseo y la oración de Pablo por los creyentes: “para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado”. No son físicos, los de la cara, sino “de vuestro entendimiento”, y así ponemos los ojos en el Señor Jesucristo. Por la fe le vemos en las Escrituras, y comprendemos dónde Él está ahora, y consideramos Sus virtudes, Su obra y triunfo, y Sus propósitos para con nosotros.
    “Puestos los ojos en Jesús” es la manera de evitar las trampas y enredos de este mundo, con su política, pompa, poder, prosperidad y placeres – todos deleites temporales que disiparán y desaparecerán en el día eterno. Ni el Señor ni Sus santos apóstoles tuvieron esas cosas en el mundo. El Señor sufrió contradicciones a manos de pecadores. ¿Para qué nos dejaremos convencer hoy de que las cosas que el mundo ofrece son legítimos u ofrecen ventaja? El que tiene la vista y la mente puestas en Cristo, no necesita nada del sistema de este mundo. Vivir de otra manera es contradecir el testimonio de los santos y la enseñanza de la Palabra.
    Estos dos versículos también ofrecen una meditación grata acerca de la Cena del Señor, y dan motivos de adoración. Cuando ponemos los ojos en Jesús, por la fe, por medio de la Palabra, y con los símbolos delante en la Cena del Señor, recordamos cómo Él sufrió la cruz y el oprobio, todo para salvar a los pecadores. ¡Gran amor le llevó a la encarnación y la pasión! Luego, triunfante se sentó a la diestra de Dios. Por nosotros, el glorioso Hijo de Dios, descrito en Hebreos 1:2-3, descendió y sufrió tal contradicción a manos de pecadores. Pero ahora, congregados alrededor de la mesa, no hay contradicción, sino honra, gloria, alabanza, adoración y acciones de gracias. ¿Quién no puede decir: “¡Gracias, Señor, por salvarme!”? No hace falta elocuencia, ni erudición, sino gratitud por la salvación, pues ¡aun nuestras madres nos enseñaron a decir “gracias” cuando alguien nos regala algo! Y en el cielo, las acciones de gracias constituyen adoración (Ap. 7:11-12).
    Un día no muy lejano nuestra fe dará lugar a vista, cuando por primera vez pongamos ojos en el Señor. ¡Que sea pronto! Hasta entonces, andemos en este mundo con los ojos, la mente y el corazón puestos en el Señor Jesús y las cosas de arriba, y no nos enredemos en este mundo (2 Ti. 2:4).
Carlos
 
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¿Tiene El Cristiano Parte En La Política?

C. H. Mackintosh
(Respuesta a la pregunta de un corresponsal)

Respecto de su pregunta: "¿Qué enseña la Palabra de Dios acerca de la posición de un cristiano cuando es convocado a votar por un miembro del parlamento?"  
    Tal vez se alarme cuando le digamos que su pregunta toca los mismos fundamentos del cristianismo. Le preguntamos, querido amigo, ¿a qué mundo pertenece el cristiano? ¿Pertenece a este mundo o al mundo de arriba? ¿Está su ciudadanía en la tierra o en el cielo? ¿Está él “muerto al mundo”, o está “vivo en él”? Si él fuese un ciudadano de este mundo; si su lugar, su porción y su hogar estuviesen aquí abajo, entonces, seguramente, nunca sería suficiente su comprometida actividad en los “asuntos de este mundo”. Si él fuese un ciudadano de este mundo, de hecho que debiera votar por concejales del municipio o por miembros del parlamento o por un presidente de la república; debe hacer todos los esfuerzos posibles para lograr poner al hombre correcto en el lugar adecuado, ya sea en el consejo municipal, en la cámara de los legisladores, o en el poder ejecutivo. Debe dedicar todos sus esfuerzos y medios a su alcance para mejorar y regular el mundo. Si, en  una palabra, él fuese un ciudadano de este mundo, debiera, con lo mejor de sus capacidades, desempeñar las funciones pertenecientes a tal posición.
    Pero, por otro lado, si fuere cierto que el cristiano está “muerto” con respecto a este mundo; si su “ciudadanía está en los cielos”, si su lugar, su porción y su hogar estuviesen en lo alto; si él sólo fuese un “extranjero y peregrino” aquí abajo, entonces sigue que él no es llamado a comprometerse de ninguna manera con la política de este mundo, sino a seguir su camino peregrino, “sometiéndose pacientemente a toda institución humana por causa del Señor”, prestando obediencia a las “autoridades” establecidas por Dios y orando “por todos los que están en eminencia” a fin de ser guardados y estar bien en todas las cosas.

continuará, d.v., en el número siguiente
 
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EL LIBRO DEL MES
 
El Cristiano Y La Política
por Carlos Tomás Knott
   
Nuestro Señor declaró: “Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían...” (Jn. 18:36). Sus apóstoles enseñaron: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Fil. 3:20).
    ¿Deben los ciudadanos del cielo involucrarse en la política de los reinos del mundo, o intentar mejorar al sistema del mundo? ¿Cuál es la actitud de Dios hacia el mundo, y cuáles las obligaciones bíblicas del creyente respecto al gobierno? El autor examina a la luz de las Escrituras esas cuestiones y el activismo cristiano. Lo que debe guiar al creyente es la Biblia, no la ciencia política ni la sabiduría humana.
precio:  5 euros
 
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¡Lee la Biblia todos los días!
 
 
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 Sentirse mal...una advertencia
Durante una visita rutinaria a su médico, un paciente le comentó: “Doctor, creo que he logrado cierta inmunidad frente a los parásitos y a otras infecciones que me molestaban mucho hace 20 años. Ahora puedo comer cualquier cosa, y beber agua de cualquier arroyo, sin sentir ninguna consecuencia”.
    Como respuesta, el médico le revisó muy cuidadosamente, y luego le dijo: “Usted está muy enfermo. Sufre de extrema debilidad. Un cuerpo sano reacciona rápida y violentamente frente a los gérmenes infecciosos, pero usted se ha acostumbrado a la presencia de esos elementos dañinos, y tiene una falsa sensación de bienestar. Tenemos que iniciar un tratamiento enérgico para que usted recobre su resistencia”.
    Suele suceder el caso de alguien que va a una fiesta y, dejando a un lado la prudencia, consume desmasiado alcohol. Cuando llega la hora de volver a su casa, insiste en conducir su automóvil, pues dice estar perfectamente bien: “Jamás me he sentido mejor”. Ya en la carretera, sus reacciones son lentas, su vista está nublada, y sus cálculos acerca de la velocidad y las distancias andan muy mal. Segundos antes de llevarse por delante un árbol, se le oyó decir: “Déjenme tranquilo. Estoy perfectamente bien”.
    El dolor es algo bueno. Cuando alguien está enfermo, debe sentirse enfermo. ¿De qué otro modo sabrá que algo anda mal? Uno de los grandes peligros del alcohol es el efecto anestésico que tiene sobre el raciocinio. Una persona puede acostumbrarse de tal modo a las condiciones anormales, que sin darse cuenta erige una defensa mental en contra del sufrimiento, y llega a no sentir nada.
    La falta de felicidad y paz es para el alma lo que el dolor es para el cuerpo: un aviso de que algo anda mal. La convicción de pecado, la culpa y el temor del juicio son cosas buenas, porque nos advierten para que arrepentidos, busquemos a Dios. Él  nos hizo para que fuésemos felices en comunión con Él. Pero debido al pecado en nosotros, nos hemos voluntariamente alejado de Él. Nuestra condición de pecadores nos condena y nos conduce al juicio divino y la perdición eterna en lugar de la comunión y la bendición. Pero curiosamente, una persona puede estar feliz en sus pecados, y satisfecha sin vivir cerca de Dios.
    El mundo está dispuesto a atraer a la gente y hacerla creer que la felicidad consiste en obtener comodidades materiales, nuevos inventos y placeres. Pocos se detienen a pensar que todas esas cosas tal vez sólo sirvan para mantener la ilusión de que ya no están mal y en gran peligro. Lo cierto es que así se engañan a sí mismos.
    No hay remedio alguno fuera de Dios. “En ningún otro hay salvación” (Hechos 4:12). “La paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Romanos 6:23).

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 EL CAMINO DE CAÍN

“Salió, pues, Caín de delante de Jehová”.  – Génesis 4:16

“No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué causa le mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas”.  – 1 Juan 3:12 

“¡Ay de ellos! porque han seguido el camino de Caín, y se lanzaron por lucro en el error de Balaam, y perecieron en la contradicción de Coré”.  – Judas 11
      
Puesto que Judas habla del “camino de Caín” especialmente como el camino de los postreros días, nos conviene inquirir acerca de su sentido. Fue malo, no bueno. Él era un pecador abierto y descarado, y en él el pecado se manifiesta a tope. Fue el primer hijo de la caída, el engendro de los caídos; no fue un transgresor común ni tuvo una carrera ordinaria de maldad. Al contrario, él va al extremo de la maldad. Es presentado como un faro, como un verdadero ser humano, una muestra del corazón humano en las circunstancias más favorables. Entró en el mundo, no maduro como Adán, sino como un niño, y por lo tanto con la menor cantidad posible de maldad. Fue el hijo de padres creyentes; porque Adán mostró su fe llamando a su mujer Eva, y Eva mostró la suya por la manera en que recibió a su primogénito. Caín tuvo un hermano piadoso, y era de una familia piadosa, nacido al lado del Paraíso, y desde su niñez fue enseñado el conocimiento del Dios verdadero.
       Que sepamos, no fue expuesto a tentación externa; no tuvo compañero en el pecado; sino que caminó solo en el camino ancho. No cabe duda de que fue advertido acerca de la serpiente y su simiente. Más de una vez Dios habló directamente con él. Tuvo toda posible ventaja en cuanto a la ausencia del mal y la presencia del bien. Se podía haber esperado mucho de él, pero él dio la espalda a Dios, al Paraíso, al altar, al sacrificio y a todo lo bueno y bendito. Pero examinemos más específicamente lo que el escritor inspirado llama: “el camino de Caín”.
        1. Es el camino de la INCREDULIDAD. Caín es el primer ejemplo de un hombre incrédulo. Sus padres eran pecadores, pero creyeron. Su hermano era pecador, pero creyó. Caín no fue ateo, ni fue un hombre sin religión. Reconoció a Dios y llevó sus frutos al altar. Pero no trajo ningún cordero, ninguna sangre, nada que hablara de muerte. Se acercó sin confesión, sin clamor pidiendo misericordia. No vio ninguna necesidad en la simiente de la mujer, ni peligro alguno en la simiente de la serpiente. No vio nada precioso y quizás nada verdadero en la promesa de la herida a la cabeza de la serpiente y el calcañar herido del Mesías. Tomó el lado de Satanás en contra de Dios; no el lado de Dios en contra de Satanás; porque toda incredulidad es tomar la parte de Satanás contra Dios. Dios no le fue el Dios de la gracia, ni la simiente de la mujer el Salvador de los perdidos. Tuvo una religión, pero fue de hechura suya, de cosecha propia, una religión humana, algo suyo, sin Cristo, sin sangre ni perdón. El amor de Dios le pareció una mera indiferencia al pecado. El rechazo de la verdadera religión de Dios y de Su Mesías, este es “el camino de Caín”.

        2. Es el camino de APOSTASÍA.  Él dio la espalda a Dios y se marchó; no quiso tener más que ver con Él. No es como los paganos entenebrecidos en nuestros tiempos que son ignorantes acerca del Dios verdadero. Caín conoció a Jehová; había oído Su voz; pero le dio la espalda y salió. Fue un apóstata (el primer apóstata) de la religión de su padre; un escarnecedor del Mesías; buscó su propio mesías– “un cristo que será”; no el Cristo de Dios, sino el del hombre, el anticristo. De qué comienzo pequeño brota la apostasía.

        3. Es el camino de MUNDANALIDAD. Habiendo abandonado al Dios de su padre, se hizo un dios para sí; ese dios es el mundo. Se marchó lejos del Paraíso, edificó una ciudad, se volvió un hombre completamente del mundo y vino a ser el padre de los inventores de todos los instrumentos curiosos. Encabeza la creciente multitud en su carrera de mundanalidad y vanidad– con el lema: “¡adelante, adelante, progreso, progreso!” Comen, beben, se casan y se dan en casamiento. Todo lo referente a Caín tiene que ver con este mundo malo. En nuestros tiempos, ¡qué espíritu de mundanalidad hay! Frecuentemente no es maldad abierta, sino simplemente mundanalidad, que absorbe al alma de tal manera que la arrastra de la región del “mundo venidero”.

       4. Es el camino de ODIO. Caín comenzó con envidia de su hermano, pasó al aborrecimiento, y terminó en el homicidio. Especialmente tuvo celos de su hermano por el favor que él halló con Dios. Sí, es extraño, porque él no quiso a Dios, pero no pudo soportar que su hermano tuviera comunión con Él. Lo que causó los primeros celos y el primer homicidio no fue el amor de hombre ni mujer, sino el amor de Dios. Caín aborreció a Dios, y tanto más porque Él amaba a su hermano.  Aborreció a Abel, y tanto más porque él fue amado por Dios. No pudo echar manos a Dios como sinceramente le hubiera gustado, pero alcanzó a Su favorito y así tomó su venganza. ¡Sí, el camino de Caín es el camino de envidia, celos, odio y homicidio!

    5. Es el camino del que  DESAFÍA A DIOS. Disimuló, limpió de sangre sus manos y su arma, diciendo en efecto: “¿Qué he hecho?” Mintió; procuró esconder de Dios sus hechos. Engañó a su hermano para que saliera al campo con él, y allí le mató, pensando que nadie intervendría y nadie vería. Actuó como el mentiroso e hipócrita que era en la misma presencia de Dios. El camino de Caín es el camino de hipocresía, falsedad y el desafío de Dios. Su respuesta no sólo fue mentira, sino una descarada pieza de impiedad: “¿Soy yo acaso guardador de mi hermano?” Así se burló de Dios; empleando el lenguaje de irreverencia y desafío:  “Él es tu favorito; ¿por qué no le guardaste? Yo nunca pretendía guardarle”. Aquí se manifiesta una mezcla de miedo, vergüenza, descaro y desafío. Quiso sinceramente negar el hecho, pero no se atrevió. Tembló y buscó esconder la verdad. Se mostró desafiante de postura y actitud, ¡como si con coraje pudiera salir ganando ante El que todo lo ve! Así es el camino de Caín.

Marquemos cuidadosamente su perdición.

        1. EL DESESPERO. No hubo clamor pidiendo misericordia, sino sólo la queja: “Grande es mi castigo para ser soportado”. Así es en todas las edades. Cuando los pecadores se desesperan en cuanto a la misericordia, o se quejan en contra de Dios por hacer tan grande su castigo, repiten la ofensa y la perdición de Caín. ¿Por qué se desesperará un pecador que está todavía en este lado del infierno? Hay perdón abundante; gracia que alcanza mucho más allá del extremo de la culpa humana. ¿Por qué no humillarse, arrepentirse y recibir el perdón, en lugar de quedarse con las quejas y críticas de Caín?
        2. LA SEPARACIÓN DE DIOS. Él salió de la presencia de Dios, como si no pudiera soportar el estar más allí. Se tuvo que alejar del Paraíso, del lugar nativo de la raza, del lugar de acercarse a Dios y adorar. ¿Pero qué es esto en comparación con la separación eterna? Caín no intentó quedarse lo más cerca posible, sino que se marchó lejos. No tuvo descanso; moviéndose de un lugar a otro sin esperanza ni propósito, como fugitivo y vagabundo, buscando reposo pero no hallando ninguno. ¡Triste maldición! Pero no fue nada en comparación con la perdición eterna.

        3. EL DESÁNIMO. Él mismo fue un desánimo para su madre, porque ella pensó que había engendrado el hijo de la promesa divina. Fue también un desánimo para sí mismo, porque desde el momento que puso su voluntad en contra de la de Dios, nunca encontró el contentamiento. De principio a fin, vemos en Caín un hombre insatisfecho, probando todo, teniendo éxito en nada, edificando ciudades, moviéndose de lugar en lugar, tratando de apaciguar su conciencia y llenar el vacío en su corazón. ¡Pero fue todo en vano!

        4. LA MUNDANALIDAD SIN FRUTO. Caín es el heredero de un mundo infructuoso; porque todo el mundo fue suyo. Fue el poseedor de la tierra hecha estéril por la sangre de su hermano; arando, sembrando,  pero sin cosechar. Fue un hombre cansado, trabajando por lo que no es pan; intentando sacar agua de las arenas del mundo y de sus cisternas rotas. Así es la carrera de miles de personas: mundanalidad infructuosa. Amigo lector, ¿eres tú una de ellas? ¿Fuiste criado como joven cerca de Dios, bajo el sonido de Su Palabra, en compañía de creyentes? Pero, mírate ahora, dónde estás y cómo te comportas. ¿Has salido, te has alejado, porque quieres las cosas como tú dices y no como Dios? Marca bien esta historia triste retratada en la vida de Caín, arrepiéntete y vuélvete mientras haya tiempo. El camino de Caín es una vida de vanidad; de un alma totalmente vacía, de una existencia totalmente derrochada.
Horatius Bonar, traducido y adaptado de su artículo hallado en www.gracegems.org

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