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miércoles, 1 de junio de 2016

EN ESTO PENSAD -- junio 2016




 La Palabra de Dios

 
La Biblia es la Palabra inspirada de Dios. Consiste de sesenta y seis libros individuales, agrupados en dos grupos o tomos llamados el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. La división entre estos dos Testamentos marca el punto de la venida al mundo del Señor Jesucristo.
    La Biblia fue escrita por hombres, pero no hombres cualesquiera, sino hombres santos (2 P. 1:21), divinamente escogidos, guiados e inspirados por el Espíritu Santo de Dios. Dios les mandó y guió a escribir no sus propias palabras sino la Suya. Por eso es llamada la Santa Biblia o las Sagradas Escrituras. Hoy día ha sido traducida fielmente a casi todo idioma conocido. Cualquiera puede leerla, y debe ser leída por todos. Muchos desconfían de la Biblia o la critican sin haberla leído, porque se dejan influir por temores o prejuicios personales o de otros, de cosas que han escuchado o leído, pero sin leer ellos mismos la Biblia.
    Pero merece la pena leer y considerar el más grande de todos los libros. Nuestro propósito es ayudar, especialmente a creyentes jóvenes, a escudriñar, reverenciar y obedecer la Palabra de Dios, de modo que Su autoridad sea aceptada en toda faceta de nuestra vida.
   
La Autoridad de la Palabra
 
   Puesto que la Biblia es la Palabra de Dios, no de los hombres, debe ser la guía del creyente en todo. Ella contesta todas nuestras preguntas, ilumina nuestra senda en la vida, y nos guía especialmente a cumplir nuestras responsabilidades con Dios, con nuestros hermanos en Cristo y con el mundo. Dios ha hablado en Su Palabra, y por eso debemos escuchar atentamente.  La Palabra de Dios y sólo ella es nuestra autoridad final. Si el Libro nos dice: “así ha dicho el Señor”, esto resuleve todo. Leemos de personas que tuvieron temor de Su Palabra (Sal. 119:161). Otras la recibieron no como palabra de hombres, sino como es en verdad, la Palabra de Dios, que “la cual actúa en vosotros los creyentes” (1 Ts. 2:13). Los creyentes “sentían una misma cosa” (Fil. 2:2) en la medida que se sujetaban al Señor y fueron guiados por Su único Libro.
    Tenemos en nuestras manos y nuestro idioma este Libro para leer, entender y obedecer. Contiene toda la revelación de Dios, perfecta y completa. Nada puede ser añadida ni quitada de ella (Ap. 22:18-19). “Toda palabra de Dios es limpia” (Pr. 30:5), y “toda la Escritura es inspirada por Dios, y  útil...” La Biblia dice que es inspirada (Su testimonio interno), y la experiencia cristiana demuestra que es así. ¡Qué tesoro es!
    En este libro precioso, Dios ha guardado todo el consejo y conocimiento que necesitamos como hijos Suyos. Nos habla no sólo de la salvación, sino también de todo paso que debemos dar desde el día de nuestra conversión hasta que nuestros pies estén en las calles del cielo. Por eso debemos valorar mucho la Biblia, y hacerla nuestra compañera constante, consejero fiel y espiritual, el alimento para nuestra alma y la espada para nuestras batallas.
    Curiosamente, Satanás divide en partes la Palabra de Dios, llamando una parte “esencial” y otras partes “no esenciales”.  Pero el hijo de Dios que ama la Palabra de su Padre se deleita en decir: “...Estimé rectos todos tus mandamientos sobre todas las cosas, y aborrecí todo camino de mentira” (Sal. 119:128). En Su Palabra Dios ha revelado clara y plenamente Su voluntad, no sólo acerca de la salvación sino también acerca del bautismo, la comunión en la iglesia y el retorno del Señor Jesús. Ningún hombre ni grupo de hombres tiene derecho a modificar ni reemplazar con sus ideas el camino de la salvación ni la verdad de la Biblia acerca de esos otros temas.
    Así que, toma la Palabra de Dios y sólo ella como tu guía. Sujeta todo lo que oyes y lees de los hombres a la prueba de la Palabra. Si algo no se conforma a ella, recházalo aunque sean eruditos, estudiosos o famosos los que digan que es así. Ante los hombres que insisten que hay que obedecerles porque ellos tienen autoridad, recuerda siempre esto: hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.
    Es lo que hacían los de Berea al oír la predicación de nadie menos que el apóstol Pablo. La Palabra de Dios los pone como ejemplo, diciendo: “Y éstos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así” (Hch. 17:11). Dios los llamó “nobles” porque hicieron esto. Las tradiciones venerables de los hombres, aunque estén en lugares de autoridad, no deben ni pueden reemplazar la autoridad de la Palabra de Dios. Aunque tengamos que sufrir por ello, debemos decir, como los apóstoles: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch. 5:29).


traducido de Focus On The Word Of God, by John Ritchie Ltd., Kilmarnock, Escocia

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DOS HIJOS

“Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo”. Lucas 15:21  “Padre...yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese”. Juan 17:1, 4

En estos dos textos aparecen dos hijos, y cada uno vuelve a su casa. Cada uno habló con su padre acerca de los años que habían pasado. El hijo pródigo había vivido una vida egoísta y desenfrenada. Se salió con la suya, pero ¿a qué coste? Desperdició su porción de la herencia y ensució el honor de su padre. Por esto, tuvo que volverse humildemente a su padre, y reconocer sin reservas ni autojustificación el mal que había hecho, y reconocer la pérdida de sus derechos como hijo. Ya no podía demandar nada, pues todo lo había perdido.
    Pero el caso del otro hijo, el Señor Jesús, el Hijo eterno, fue completamente distinto. ¡Hermoso Hijo! Aunque poseía todo y tenía derecho a todo, nunca actuó por Su propia cuenta, ni desperdició nada de lo que el Padre le había dado. Sólo se marchó del cielo para hacer la voluntad de Su Padre. El honor del Padre era Su gran pasión, Su única delicia. A gran precio, el sacrificio de sí mismo, cumplió la voluntad del Padre. Fue obediente hasta muerte, y muerte de cruz. Entonces, Su vuelta a casa no fue en humillación ni con confesión, sino al contrario, en triunfo y con gozo, y se sentó a la diestra del Padre en la gloria. El Hijo de Dios es digno de nuestra adoración. Además, debemos también imitar Su ejemplo, ser obedientes aunque cueste gran sacrificio, y vivir para glorificar al Padre, no para nuestras pequeñas metas egoístas.        
 
adaptado del calendario devocional “Choice Gleanings”

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 El Lado Hermoso Del Calvario

Cuando nos reunimos para recordar al Señor, en la Santa Cena, a veces nos ocupamos solamente con el lado "feo" del Calvario, ¡y no debemos olvidarlo, por supuesto! Éramos pecadores y el Señor Jesús cargó con nuestros pecados, y sufrió el juicio del Dios santo y justo, en nuestro lugar. No obstante, debemos ocuparnos también con el lado hermoso del Calvario, que es el lado visto por los ojos del Padre. Con demasiada frecuencia no apreciamos que lo que ascendió fue un olor grato al Padre. Podríamos emplear las palabras del himno:

    Amados con un amor que no tiene medida,
    Excepto el amor del Padre hacia Ti.
    Bendito Señor, tesoros en nuestro corazón,
    Son todos los pensamientos del Padre acerca de Ti.

    Todo Su gozo, descanso y placer,
    Todo Su delicia profunda en Ti,
    Señor, sólo Tu corazón puede medir
    Lo que Tu Padre halló en Ti.

    Ese lado del Calvario es expuesto hermosamente en la ofrenda quemada, el holocausta (Lv. 1). Esa ofrenda tenía que estar ardiendo continuamente delante de Jehová, y nos ilustra las perfecciones y bellezas que el Padre halló en Su Hijo cuando Él se ofreció completamente a Dios. ¡Qué devoción! Fue la encarnación de la perfección absoluta, por dentro y por fuera. Exhaló pureza y perfección en todo aspecto de Su Persona: Su mente, energía, motivos y andar. Veamos también este lado hermoso del Calvario como el Padre lo vio. Aquella ofrenda fue grata a Dios, y nuestro es el privilegio de conocer, apreciar y compartir ese aspecto de Sus pensamientos acerca de Su Hijo. 

 Steve Hulshizer, de la revista “Milk & Honey” (Leche y Miel)

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¡GRACIAS!

al Señor, y también a todos por las oraciones a favor de la hermana Dolores Fernández después de su caída y la rotura de su fémur. Tras una semana en el hospital y una larga operación, le dieron el alta y ahora está en casa, en una cama especial, y tiene también silla de ruedas porque no debe ponerse de pie durante tres meses para que se cure bien de la operación. Luego necesitará fuerzas para comenzar la rehabilitación. Sigamos orando por ella y su marido Lucas.
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 En el año sólo hay dos días en que no se puede hacer nada. Uno es ayer. El otro es mañana. Hoy es día de salvación.
"Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones"

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 Cómo Hacer de los Hijos
unos Perfectos Delincuentes
                    1. Denle a su hijo, desde la infancia, cuanto desee: así crecerá convencido de que los demás en la vida le deben algo.
2. Si dice tonterías o hace algo indebido, ríense: creerá que es muy gracioso.
3. No le lleven a reuniones de la iglesia ni le dé ninguna formación espiritual. ¡Ya escogerá cuando sea mayor!
4. Nunca le digan: “Esto está mal”. Podría adquirir complejo de culpabilidad. Más tarde, si es detenido por alguna infracción, estará convencido de que la sociedad le persigue.
5. Recogan todo lo que él tire por los suelos: así creerá que todos están a su servicio y será más desconsiderado de otros.
6. Dejen que lea lo que se le antoje. Limpien con detergente desinfectante la vajilla en la que come, pero que su espíritu se recree en cualquier basura.
7. Discutan siempre delante de él. Se irá acostumbrando y, cuando la familia esté ya destrozada, no se dará ni cuenta.
8. Denle cuanto dinero pida, no sea que sospeche que para disponer de él se debe trabajar.
9. Nunca le digan: "no". Que todos sus deseos sean satisfechos... ¡de otro modo resultaría un frustrado!
10. Denle siempre la razón y defiéndanle aunque haga lo malo: son los profesores, la gente, la ley.., quienes la tienen tomada con el pobre muchacho.

Y cuando su hijo resulte ya un desastre, exclamen que nunca pudieron hacer nada con él. 
 

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 La  Formación 
del Carácter de los Niños

Philip Doddridge (1702-1751)


Hay que educar a los niños de modo que sean obedientes a sus padres.  Este es un mandato que Dios ordenó desde el Monte Sinaí anexando al mismo la singular promesa de larga vida, una bendición que los jóvenes desean mucho (Éx. 20:12). Es por eso que el apóstol observa que es el primer mandamiento con promesa, o sea, un mandato muy excepcional por la forma como incluye la promesa. Y es por cierto una disposición sabia de la Providencia la que otorga a los padres tanta autoridad, especialmente durante sus primeros años, cuando mentalmente no pueden juzgar y actuar por sí mismos en cuestiones importantes. Por lo tanto hay que enseñar temprano y con un convencimiento bíblico de que Dios los ha puesto en manos de sus padres. En consecuencia, hay que enseñarles que la reverencia y obediencia a sus padres es parte de sus deberes hacia Dios y que la desobediencia es una rebelión contra él. Los padres no deben dejar que los niños actúen directamente y resueltamente en oposición a sus padres en cuestiones grandes y chicas, recordando: “El muchacho consentido avergonzará a su madre” (Pr. 29:15). Y con respecto a la sujeción al igual que el afecto: “Bueno le es al hombre llevar el yugo desde su juventud” (Lam. 3:27).

    Hay que educar a los niños de modo que sean considerados y buenos con todos. El gran apóstol nos dice que “el cumplimiento de la ley es el amor” (Ro. 13:10), y que todas sus ramificaciones que se relacionan con nuestro prójimo se resumen en esa sola palabra: amor. Entonces, hemos de esforzarnos por enseñarles este amor. Descubriremos que en muchos casos será una ley en sí y los guiará bien en muchas acciones en particular, cuyo cumplimiento puede depender de principios de equidad que escapan a su comprensión infantil. No existe una instrucción relacionada con nuestro deber que se adapte mejor a la capacidad de los niños que la Regla de Oro (tan important para los adultos): “Así que todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos” (Mt. 7:12). Debemos enseñarles esta regla, y por ella debemos examinar sus acciones. Desde su cuna hemos de inculcarles con frecuencia que gran parte de la religión consiste en hacer el bien, que la sabiduría de lo Alto está llena de misericordia y buenos frutos, y que todos los cristianos deben hacer el bien a todos los que tengan oportunidad de hacerlo.

    Para que nuestros hijos reciban con buena disposición tales enseñanzas, hemos de esforzarnos usando todos los métodos prudenciales, por ablandar sus corazones predisponiéndolos hacia sentimientos de humanidad y ternura, y de cuidarse de todo que pueda ser una tendencia opuesta. En lo posible, hemos de prevenir que vean cualquier tipo de espectáculo cruel y sangriento, y desalentar con cuidado que traten mal a los animales. De ninguna manera hemos de permitirles que tomen en broma la muerte o el sufrimiento de animales domésticos, sino más bien enseñarles a tratarlos bien y a cuidarlos, sabiendo que no hacerlo es una señal despreciable de una disposición salvaje y maligna. “El justo cuida de la vida de su bestia; mas el corazón de los impíos es cruel” (Pr. 12:10).

    Debemos, igualmente, asegurarnos de enseñarles lo odioso y necio de un temperamento egoísta y animarles a estar dispuestos a hacerles a los demás lo que les gusta que les hagan a ellos mismos. Hemos de esforzarnos especialmente de fomentar en ellos sentimientos de compasión por los pobres. Hemos de mostrarles donde Dios ha dicho: “Bienaventurado el que piensa en el pobre; en el día malo lo librará Jehová”. El que muestra compasión hacia el pobre es como si lo hiciera para el Señor, y lo que le da le será devuelto. Y tenemos que mostrarles, con nuestra propia práctica que realmente creemos que estas promesas son ciertas e importantes. No sería impropio que alguna vez hagamos que nuestros hijos sean los mensajeros cuando enviamos alguna pequeña ayuda al indigente o al que sufre necesidad; y si descubren una disposición de dar algo de lo poco que ellos tienen que les permitimos llamar suyo, debemos animarlos con gozo y asegurarnos que nunca salgan perdedores por su caridad, sino que de un modo prudencial hemos de compensarlos con abundancia. Es dificil imaginar que los niños educados así vayan a ser más adelante perjudiciales u opresivos; en cambio serán los ornamentos de la religión y las bendiciones del mundo, y probablemente se cuenten entre los últimos que la Providencia deje sufrir necesidad.

    Hay que educar a los niños de modo que sean diligentes. Esto sin duda debe ser nuestra preocupación si en algo estimamos el bienestar de sus cuerpos o de sus almas. En sea cual fuere la posición que terminen ocupando en la vida, habrá poca posibilidad de que sean de provecho, y reciban honra y ventajas si no tienen una dedicación firme y resuelta de la cual el más sabio de los príncipes y de los hombres ha dicho: “¿Has visto hombre solícito en su trabajo? Delante de los reyes estará, no estará delante de los de baja condición” (Pr. 22:29). Y es evidente que el cumplimiento diligente de nuestras obligaciones nos mantiene lejos de miles de tentaciones que la ociosidad parece atraer, llevando al hombre a innumerables vicios y necedades porque no tiene nada mejor que hacer.

    Por lo tanto, el padre prudente y cristiano se ocupará de que sus hijos no vayan a caer temprano en un hábito tan pernicioso, ni encaren la vida como personas que no tienen más tarea que ocupar espacio y ser un obstáculo para quienes emplean mejor su tiempo. En lugar de dejar que vayan de un lado a otro (como muchos jóvenes hacen sin ningún propósito imaginable de ser útiles o como distracción) más bien les dará tempranamente tareas para emplear su tiempo, tareas tan moderadas y diversificadas que no los abrume ni fatigue su tierno espíritu, pero lo suficiente como para mantenerlos atentos y activos. Esto no es tan difícil como algunos se pueden imaginar, porque los niños son criaturas activas, les gusta aprender cosas nuevas y mostrar lo que pueden hacer. Por eso, estoy convencido de que si se les impone total inactividad como castigo aunque sea por una hora, estarán tan cansados que estarán contentos de escapar de esto haciendo cualquier cosa que usted les dé para hacer...

    Hay que enseñar a los niños que sean íntegros. Una sinceridad sencilla y piadosa no sólo es muy deseable, sino una parte esencial del carácter cristiano...Es muy triste observar qué pronto los artifícios y engaños de una naturaleza corrupta comienzan a hacerse ver. En este sentido, somos transgresores desde antes de nacer, y nos desviamos diciendo mentiras, casi desde el momento que nacemos (Sal. 58:3). Por lo tanto, debemos ocuparnos con cuidado de formar la mente de los niños de modo que amen la verdad y la sinceridad, y se sientan mal al igual que culpables si mienten. Debemos obrar con cautela para no exponerlos a ninguna tentación de este tipo, ya sea por ser irrazonablemente severos ante faltas pequeñas o por decisiones precipitadas cuando preguntamos sobre cualquier cuestión que quieren disimular con una mentira. Cuando los encontramos culpables de una mentira consciente y deliberada, hemos de expresar nuestro horror por ella no sólo con una reprensión o corrección inmediata, sino por un comportamiento hacia ellos por algún tiempo después que les muestre cuánto nos ha afectado, entristecido y desagradado. Actuar con esta seriedad cuando aparecen las primeras faltas de esta clase, puede ser una manera de prevenir muchas más.

    Agregaré, además, que no sólo debemos responder severamente a una mentira directa, sino igualmente, en un grado correcto, desalentar toda clase de evasivas y palabras de doble sentido, y esas pequeñas tretas y engaños que quieran atribuirse uno al otro o a los que son mayores que ellos. Hemos de inculcarles con frecuencia el excelente pasaje: “El que camina en integridad anda confiado; mas el que pervierte sus caminos será quebrantado” (Pr. 10:9). Demostrémosles cada día cuán fácil, cuán agradable, cuán honroso y ventajoso es mantener un carácter justo, abierto y honesto, y, por el contrario, qué necio es mostrar malicia y deshonestidad en cualquiera de sus formas, y cuán cierto es que cuando piensan y actúan maliciosa y deshonestamente, están tomando el camino más rápido para ser malignos e inútiles, infames y odiosos. Sobre todo, hemos de recordarles que el Señor justo y recto ama la justicia y rectitud, y mira con agrado a los rectos, pero los labios mentirosos son para él tal abominación que declaró expresamente: “Todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde de fuego y azufre” (Ap. 21:8).

(continuará, D.V.)

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