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viernes, 30 de junio de 2017

EN ESTO PENSAD -- julio 2017



¿TUERCES LA BIBLIA PARA JUSTIFICARTE?

Wiliam MacDonald

“...los indoctos e inconstantes tuercen... las otras Escrituras para su propia perdición” (2 Pedro 3:16b).

El Dr. P. J. Van Gorder acostumbraba hablar de un letrero, colocado fuera de una carpintería, que decía: “Se hacen toda clase de torceduras y vueltas”. Los carpinteros no son los únicos que sirven para esto; muchos que profesan ser cristianos también tuercen y dan vueltas a las Escrituras cuando les conviene. Algunos, como dice nuestro versículo, tuercen las Escrituras para su propia perdición.
    Todos somos expertos para justificar, es decir, excusar nuestra desobediencia pecaminosa ofreciendo elogiosas explicaciones o atribuyendo motivos dignos a nuestro proceder. Intentamos torcer las Escrituras para que se acomoden a nuestra conducta. Damos razones plausibles aunque falsas que den cuenta de nuestras actitudes. Aquí hay algunos ejemplos.
    Un cristiano y hombre de negocios sabe que está mal recurrir a los tribunales contra otro creyente (1 Co. 6:1-8). Más tarde, cuando se le pide cuentas por esta acción, dice: “Sí, pero lo que él estaba haciendo estaba mal, y el Señor no quiere que se quede sin castigo”.
    Mari tiene la intención de casarse con Carlos aún cuando sabe que él no es creyente. Cuando un amigo cristiano le recuerda que esto está prohibido en 2 Corintios 6:14, ella dice: “Sí, pero el Señor me dijo que me casara con él para que así pueda guiarle a Cristo”.
    Sergio y Carmen profesan ser cristianos, sin embargo viven juntos sin estar casados. Cuando un amigo de Sergio le señaló que esto era fornicación y que ningún fornicario heredará el reino de Dios (1 Co. 6:9-10), se picó y replicó: “Eso es lo que tú dices. Estamos profundamente enamorados el uno del otro y a los ojos de Dios estamos casados”. Una familia cristiana vive en lujo y esplendor, a pesar de la amonestación de Pablo de que debemos vivir con sencillez, contentos con tener sustento y abrigo (1 Ti. 6:8). Justifican su estilo de vida con esta respuesta ingeniosa: “Nada hay demasiado bueno para el pueblo de Dios”.
    Otro hombre de negocios codicioso, trabaja día y noche para amasar ávidamente toda la riqueza que puede. Su filosofía es: “No hay nada de malo con el dinero. Es el amor al dinero la raíz de todo mal”. Nunca se le ocurre pensar que él podría ser culpable de amar al dinero.
    Los hombres intentan interpretar sus pecados mejor que lo que las Escrituras les permiten, y cuando están resueltos a desobedecer la Palabra y esquivarla como puedan, una excusa es tan buena (o mala) como la otra.

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LA CONVICCIÓN VERDADERA

“...si me fuere, os lo enviaré [el Espíritu Santo]. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio”.  Juan 16:7-8

La misión especial del Espíritu Santo es la convicción, esto es, convencer y reprender al mundo. Muchos, cuando usan la palabra “convicción”, piensan en producir tristeza intensa y angustia a causa del pecado, que producirán lágrimas de confesión. La tristeza que acompaña esta experiencia es generalmente llamada “convicción”. Porque nunca han tenido una experiencia así, algunas personas cuestionan la realidad de su conversión aunque están verdaderamente confiando en el Señor.
    Lejos esté de mí hablar livianamente de semejante experiencia. Me alegraría de veras si viera a personas quebrantarse e irrumpir en lágrimas amargas por su maldad y su indiferencia a Cristo. Pero puede que haya tristeza y lágrimas sin la “convicción” de que nuestro Señor habla en este texto. Y también puede haber “convicción” genuina donde no cae ni una lágrima.
    No somos todos iguales, no expresamos todos nuestra convicción de la misma manera. Algunos son más sensibles, más fácilmente provocados a lágrimas; otros son más tranquilos y lógicos, ¡y pueden estar más genuinamente convictos que los que se emocionan! Dios habla a la inteligencia del hombre, no meramente a sus emociones. Sería un error, entonces, limitar la convicción a nuestra naturaleza emocional.
    A veces los creyentes intentan mover a lágrimas a la gente y procuran hacer surgir sus emociones con música sentimental, testimonios conmovedores y anécdotas tristes. Cuando algunos oyentes lloran a causa de estas actividades, entonces los pronuncian profundamente tocados y convertidos; sin embargo, ¡uno podría conseguir los mismos resultados dejándoles mirar una película mundana! Es el juicio de la persona que debe quedar convicto también, y no solamente sus emociones.
H. A. Ironside
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 LA OFRENDA

¿Dónde Ofrendamos?
    Principalmente, en la congregación donde estamos en comunión. Hay mil voces mendigas pidiendo ofrendas para "ministerios", pero la iglesia debe ser nuestra prioridad. En 1 Corintios 16:1-2 el apóstol enseña a poner aparte para la ofrenda, en el contexto de la iglesia local. Es allí donde aprendemos la Palabra del Señor, y Gálatas 6:6 instruye así: “El que es enseñado en la palabra, haga partícipe de toda cosa buena al que lo instruye” (véase 1 Co. 9:11, 14). Recibimos de ellos una ofrenda espiritual, la instrucción en la Palabra de Dios, para nuestro bien, y debemos responder con ayuda práctica, para su bien. No está bien enviarles con las manos vacías.
   
¿Cuándo Ofrendamos?  
    1 Corintios 16:2 dice: “cada primer día de la semana”, porque en la edad de la Iglesia es cuando los creyentes se reúnen, no el sábado. Tomamos la ofrenda ese día en la reunión del partimiento del pan, porque es sólo para los creyentes. Aunque otros puedan observar, no participan. No tomamos ofrendas de los inconversos (3 Jn. 7).
    Pero también Gálatas 6:10 dice: “según tengamos oportunidad, hagamos bien”, y esto incluye la posibilidad de una ofrenda espontánea a un hermano. Mateo 6:3-4 indica que debe ser en secreto, eso es, no llamando la atención. Dios es quien sabe lo que ofrendamos.

¿Cuánto Ofrendamos?
    En la ley Dios enseñaba a los judíos que debían diezmar, pero el diezmo no era una ofrenda, sino un deber, casi como un tributo. El judío debía a Dios la décima parte de todo, y al dar eso todavía no había ofrendado. Por eso leemos frases como “diezmos y ofrendas” (Dt. 12:11; Neh. 12:44; Mal. 3:8), porque eran cosas distintas.
    En la enseñanza del Señor y los apóstoles en el Nuevo Testamento, no aparece el diezmo. Está en los evangelios porque ellos tratan lo que sucedía al final de la dispensación de la ley.
    La norma para la ofrenda en la dispensación presente de la iglesia es por gracia, no por ley. El Señor comenzó a enseñar esto, aunque en otro contexto, en Mateo 10:8 al decir: “de gracia recibisteis; dad de gracia”. 2 Corintios 8:9 nos enseña la gracia del Señor Jesucristo, que siendo rico, se hizo pobre. ¿Qué quiere esa gracia de Dios enseñarnos a hacer?
    En 2 Corintios 9:7 el apóstol Pablo escribe: “Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre”.  Ofrendar “por necesidad” sería por ley, como por ejemplo el diezmo, u otras imposiciones por hombres. Hay pastores e iglesias que demandan cierta porción, pero están fuera de juego. Algunas iglesias dan una caja de 52 sobres a cada miembro con su nombre impreso en ellos. Es un sobre para cada domingo del año, para que traigan su ofrenda. Así les hacen sentir obligación, y controlan cuánto da cada uno. Pero nada de eso hay en el Nuevo Testamento.
    Bajo la gracia no preguntamos: “¿Cuánto tengo que dar?”, sino “¿Cuánto quiero y puedo ofrendar?” 1 Corintios 16:2 dice: “cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado”.
    Si uno desea personalmente usar el 10% como guía para sus ofrendas, puede, pero debe comprender que Dios no lo manda así. Alguien bien preguntó si un creyente bajo la gracia realmente no quiere dar más a Dios que un judío bajo la ley. La cuestión es proponer de corazón, y preparar de antemano cada uno su ofrenda, y venir a la reunión con ella preparada. Cuando llegue el momento de tomar la ofrenda, no debemos empezar a rascar el bolsillo y buscar de repente algo para echar, una monedita o cualquier cosa. Nuestra ofrenda debe ser apartada a propósito antes, y dada con alegría y gratitud al Señor que nos da la vida y toda cosa buena (2 Co. 9:6-11). Dios es generoso, ¡y cuánto nos gusta que así sea! Pero, debemos ser generosos en nuestras ofrendas.

Carlos

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30 Centímetros Iguales A 30 Metros
Yo tenía apenas un año viviendo en Venezuela, en Puerto Cabello, cuando recibí la triste noticia de la muerte de una niña en las afueras de la ciudad. Su madre no se había dado cuenta de que la criatura de poco más de un año de edad se había alejado de la casa y llegado a la boca de un pozo abierto en el cual, cayendo al fondo, se ahogó en treinta centímetros de agua.
    Di mi pésame, hablé a los vecinos de Jesucristo quien murió y vive para salvar a los niños (y adultos), y acompañé a los amigos de regreso a la ciudad. Pero no llegamos a buena hora como esperábamos, porque hubo otro funeral.
    Dos soldados apostados en el Cuartel Libertador habían recibido órdenes de buscar piedras en una cantera al otro lado de la bahía. Sobrecargaron su embarcación y naufragaron en un punto donde la profundidad de las aguas era de casi treinta metros. Uno de ellos fue arrastrado al fondo y su cadáver había sido encontrado cuando pasamos frente a la playa.
    Ahora, amigo, mi pregunta es: ¿cuál de los dos está más muerto? ¿La débil niña que se ahogó en treinta centímetros de agua, o un fuerte joven que se ahogó en treinta metros?
    “Ah”, dice usted, “no sea tonto. ¡Los dos están igualmente muertos”. Es verdad, y estamos de acuerdo. Así, otra pregunta: ¿Cuál está más muerto: el pecador “bueno”, o el “malo”? Desde luego, a lo espiritual y eterno me refiero. Estoy preguntando acerca de los que viven físicamente pero están, como dice la Biblia en términos apostólicos: “muertos en delitos y pecados”.
    No se apresure, amigo, en su respuesta. No vienen al caso las opiniones, los prejuicios y las teorías. Vayamos a la Biblia: “El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12). “Cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (Santiago 1:14-15). “No hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:22-23).
    Pero basta. Ya vemos que Dios habla de todos y cada uno: la gente religiosa, culta, de “treinta centímetros” de satisfacción propia porque practica su religión, y la gente antisocial a quienes tildamos de “treinta metros” de pecado a la vista. Usted está incluido y yo también, igualmente necesitados de la vida eterna.
    Pero, si “la paga del pecado es muerte...la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23). “El que oye mi palabra”, dijo Jesucristo, “y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24).

Santiago J. Saword
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“DIEZ SICLOS DE PLATA POR AÑO”
 
Donald Norbie

“Quédate en mi casa, y serás para mí padre y sacerdote; y yo te daré diez siclos de plata por año, vestidos y comida”. Jueces 17:10
   
Palabras tentadoras eran  ésas al joven levita que había viajado para “buscar un lugar donde servir”. Se le ofreció un hogar, una posición y unos ingresos seguros. El resultado de aquella oferta hecha hace más de tres mil años todavía es testimonio de su atractivo: “Y el levita se quedó”.
    ¿Acaso no podría servir al Señor en ese lugar? Era una puerta abierta; quizá Jehová había abierto esta oportunidad para él. Seguramente uno debe aprovechar las oportunidades que le son dadas en esta vida.
    Y unos ingresos seguros, ¿no podría esto aliviar su mente de ansiedad para que sirviera a Dios más eficazmente? Después de todo, el siervo de Dios tiene bastantes otros problemas por los cuales necesita fe.
    Dicen que los tiempos cambian y a veces uno necesita ajustarse. Además, razonan, no todos tienen el mismo don de fe. Seguro que el levita encontraba muchas razones que a su mente le parecían buenas, para quedarse. Con ese salario podría dedicar más tiempo a la obra. “Y el levita se quedó”.
    Hoy este método de apoyar económicamente a los “obreros del Señor” es muy extendido por la cristiandad. Una casa o piso pagado por la congregación, un título y una posición de autoridad, un pequeño salario mensual, estas cosas son consideradas como necesidades prácticas en el “ministerio cristiano”. Cuando una iglesia se reúne con un candidato para el pastoreo, una de las primeras preguntas que generalmente se hacen es: “¿Cuánto es el salario?” Después de todo, uno de los deseos básicos del hombre es seguridad. ¿Y qué le ofrece más seguridad al morador de la tierra que el dinero? Un banco en nuestra área recientemente hizo publicidad con esta frase llamativa: “¡Qué sensación más buena, dinero en el banco!”
    Hay cierto movimiento hoy en día entre los hermanos que profesan seguir la verdad del Nuevo Testamento acerca de la iglesia, y es preocupante porque se trata de la introducción de estos métodos no bíblicos para el sostenimiento de la obra de Dios. Estos métodos de apoyo económico no son nuevos. Hace cientos de años que varias entidades religiosos han tenido tales arreglos para su clero. Sin embargo, a lo largo de los siglos también han existido pequeños grupos viriles de no conformistas que han renunciado las prácticas religiosas corrientes, y han enseñado y practicado una vuelta a la fe sencilla del Nuevo Testamento. Por tales hermanos damos gracias a Dios. Su camino no ha sido fácil. Han conocido la  hostilidad y oposición amarga de la religión organizada.
    Es posible servir al Señor con varios grados de obediencia a Su Palabra. Dios en Su gracia maravillosa bendice lo que es de Él. Es posible que aun un predicador incrédulo proclame el evangelio y que alguien se convierta. Pero, ¿quién diría que semejante proceder es conforme a las Escrituras? Lo que sirve de guía para el creyente no es si algo tiene éxito, si otros creyentes o iglesias lo hacen, o si parece conveniente, sino las Escrituras.
    Las Escrituras no dan ninguna instrucción ni ejemplo acerca de arreglos económicos entre el obrero y el pueblo de Dios. Es más; las Escrituras enseñan lo contrario. El que sirve a Dios sale a la obra sin ningún compromiso ni garantía de finanzas. Con fe sencilla mira a Dios, y si es necesario, puede trabajar con sus manos. Los del pueblo de Dios que son ejercitados espiritualmente comparten sus bienes temporales con el labrador. Todo esto promueve una sencillez deleitosa y un ejercicio de corazón de parte de todos. Cada uno está compartiendo en la obra de Dios de manera muy personal.
    Cuando el Señor Jesús envió a los doce, les exhortó: “No os proveáis de oro, ni plata, ni cobre en vuestros cintos...porque el obrero es digno de su alimento” (Mt. 10:9-10). Habían estado con el Señor por un tiempo y habían compartido Su vida sencilla; una vida fragante con una fe como la de un niño y una dependencia en Su Padre. No tenía reservas de fondos, ni nada  en el mundo para asegurar unos ingresos fijos. Ahora Él anima a Sus seguidores, al salir ellos de Su presencia inmediata, a que vayan como Él. Dios les cuidaría. Habrá algunas personas de corazón sensible y ejercitado, a través de quienes Dios puede proveer las necesidades de la vida. El obrero hoy en día que escoge otro camino no está siguiendo el ejemplo de su Señor.
    Al escudriñar el resto de las Escrituras, no se halla ninguna evidencia de que los apóstoles u otros obreros o ancianos de aquel entonces tuvieran arreglos en cuanto a finanzas, ni con las iglesias locales, ni con individuos, ¡ni mucho menos con el gobierno! Pablo encontró que a veces le era necesario trabajar con sus manos (Hch. 18:3). No obstante, la mayoría del tiempo tenía lo suficiente debido a las diferentes ofrendas de individuos o asambleas. Una persona como Lidia puede proveer alojamiento para el siervo del Señor (Hch. 16:15). Repetidas veces grupos de  creyentes mostraron su preocupación y amor a través de sus ofrendas (Fil. 4:15) Así el amado apóstol se dedicaba a trabajar para el Señor, y dijo: “Imítame”. No hay forma más bienaventurada de servir a Aquel que dijo: “El siervo no es mayor que su señor” (Jn. 13:16).
    ¿Cuáles son algunas de las ventajas prácticas de hacer así la obra del Señor? Primero, esto estimula una saludable dependencia en Dios. El hombre que tiene sus finanzas prometidas y calculadas tiende a sentirse independiente de Dios; tiene y sabe de dónde viene lo que necesita para procurar las cosas de esta vida. Así que, es bueno que el siervo del Señor sea pobre y no tenga grandes reservas: “como pobres, más enriqueciendo a muchos...” (2 Co. 6:10). Esto le mantiene en una posición de dependencia temerosa de Dios en todo momento. Puede que llegue a su último céntimo y pedazo de pan. Se ha comprometido a un camino de no anunciar sus necesidades a otros. Está encerrado al lugar secreto de oración donde con agonía de alma clama a Dios. Debe quedarse allí hasta que pueda salir con un corazón sereno y labios que no murmuran, contento de descansar como un niño destetado en los brazos del Padre. Los que han conocido tales tiempos pueden testificar que la dependencia íntima en Dios es la flor dulce que viene después del brote amargo de la prueba. Cuando vea al Padre contestar, obrando de manera maravillosa y secreta, ¿quien cambiaría esto por un salario mensual?
    Segundo, este modo de servir a Dios hace que ofrendar sea un santo ejercicio del alma. Ofrendar ya no es un deber programado de cierta reunión el domingo. La oración y el ofrendar van brazo en brazo en el camino de la vida de devoción cristiana. Cada creyente sabe que la obra de Dios depende de él y de su interés. Los creyentes se dan cuenta individualmente y como asambleas que la obra de Dios crece y lleva fruto como resultado de sus oraciones y ofrendas. Cada cual tiene una parte vital; todos comparten esta obra gloriosa.
    Tercero, esta forma de servir anima al hombre a ser siervo del Señor. Puesto que nadie le paga un salario ni una mensualidad regular, no puede ser mandado por hombres, ni tentado a andar de puntillas al proclamar la verdad de Dios. No tiene que cosquillar las orejas para mantener sus ingresos. Puede sentirse dichosamente libre para proclamar todo el consejo de Dios. Pablo podía decir con fervor: “¿Busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gá. 1:10). Esto también deja libre al siervo para ir donde Dios quiere que vaya. Depende de Dios para su dirección, y no está mirando a los hombres. De nuevo, esto produce profundo ejercicio de alma mientras que uno espera en el Lugar Santo. Sin duda, para los que sólo son siervos de Otro, ni desean ser más, ¡qué sensación más buena!
    Finalmente, libra para siempre al obrero de la acusación de amar al dinero. Puede ocuparse en la obra de Dios sin nunca tener que pedir una ofrenda. El mundo puede burlarse y pensar que tal hombre es necio, pero no podrá acusarle de avaricia. Tendrá que confesar que su obra no es con ánimo de lucro, sino una pasión por Dios. Con Pablo, él podrá decir: “os he predicado el evangelio de Dios de balde” (2 Co. 11:7).
    El camino de fe es para la iglesia que desea seguir el patrón del Nuevo Testamento. Requiere que los creyentes sean ejercitados espiritualmente; hombres y mujeres que conocen y confían en Dios, no en una organización. ¿No es un comentario trágico sobre el bajamar en la vida espiritual cuando enfatizamos un edificio de piedra en lugar del Cuerpo de Cristo, cuando hacemos publicidad en lugar de oración, y buscamos la certeza de un salario en lugar de depender del Dios vivo?

“He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona”  (Ap. 3:11).
Donald Norbie nació en Minnesota en 1923, y nació de nuevo en 1938. Fue encomendado a la obra del Señor en 1949 y ha servido fielmente desde entonces, evangelizando, predicando y escribiendo. Desde 1970 vive en Colorado y colabora en una asamblea allí. 
Su libro: LA IGLESIA PRIMITIVA, está disponible de Editorial Berea. www.editorial-berea.com

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