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martes, 31 de agosto de 2021

En Esto Pensad - septiembre 2021

 Lecciones de la Obediencia de Cristo

Andrés Murray


Estudiemos la obediencia de Cristo de tal manera que, como Él, vivamos como siervos de obediencia para justicia.


1) En Cristo, esta obediencia era un principio vital.
 

    La obediencia, para Él, no se reducía a hechos aislados de obediencia esporádica, ni siquiera a una serie de actos de obediencia, sino que era el espíritu que animaba Su vida entera. “He descendido del cielo, no para hacer mi voluntad” (Jn. 6:38). “He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad” (He. 10:9). Había venido al mundo en cumplimiento de un solo propósito. Vivió únicamente para hacer la voluntad de Dios. La obediencia era, en Su vida, el poder supremo y dominante.
    Su deseo es que así sea con nosotros. Esto es lo que prometió cuando dijo: “Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre” (Mt. 12:50). El vínculo de unión de una familia se revela cuando se hace vida en común con participación de todos sus componentes, y cuando hay una semejanza familiar. El vínculo de comunión con Cristo es que hagamos, justamente, la voluntad de Dios.

2) En Cristo, esta obediencia era un gozo.

 
    “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado” (Sal. 40:8). “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió” (Jn. 4:34). El alimento que ingerimos es nuestro refrigerio y nos vigoriza. El hombre sano come su pan con regocijo. Pero el alimento es más que placer; el alimento es indispensable para la subsistencia corporal. La comida que Cristo ansiaba era hacer la voluntad de Dios, desprovisto de la cual no podía vivir; era lo único que aplacaba Su hambre, lo único que le aliviaba y fortalecía, lo único que le regocijaba. Algo así era lo que David quería significar cuando expresaba que las palabras de Dios eran “dulces más que miel, y que la que destila del panal” (Sal. 19:10). Cuando hayamos comprendido y aceptado este principio, la necesidad de obedecer se nos tornará más natural y más necesaria, y de más sustento que nuestro alimento.

3) En Cristo, esta obediencia le impelía a ponerse al servicio de la voluntad de Dios.
 

    Dios no le reveló a Cristo encarnado toda Su voluntad de una sola vez, sino día a día, de acuerdo a las circunstancias de la hora [Is. 50:4]. Aunque era perfecto, en Su vida terrenal de obediencia había crecimiento y progreso, la lección más difícil fue la última. Cada acto de obediencia le capacitaba para un nuevo descubrimiento de las siguientes órdenes del Padre. Él dijo: “Has abierto mis oídos... el hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado” (Sal. 40:6-8). Cuando  obedecer es la pasión de nuestra vida, desde entonces el Espíritu de Dios abrirá nuestros oídos para escuchar Sus enseñanzas, y no nos contentaremos con nada menos que ser guiados a conocer Su divina voluntad.

continuará, d.v. en el número de noviembre

del capítulo 2 del libro La Escuela de la Obediencia, Andrés Murray, Editorial Moody

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El Capitán del Titanic


¿Cuál de los dos hubieras preferido ser, el capitán del Titanic, o uno de los que ayudaba a meter a la gente en las barcas salvavidas – capitán de un fracaso gigantesco y tragedia, o remero en una pequeña barca que salvó vidas?
    Los que se presentan como candidatos para puestos políticos se hacen voluntarios para capitanear el Titanic. La política es un fracaso corrupto, sin Cristo, que pronto se hundirá con la tierra condenada. En lugar de buscar la distinción de ser un oficial del gobierno y hacer unas pocas cosas para acomodar a la gente en su viaje fatal, sería mejor meter a cuantos puedas en la barquita de rescate antes de que se hunda la gran nave. Cuando el Señor venga y Sus terribles juicios caigan sobre este mundo, ¿qué jactancia será decir: “Yo fui alcalde, miembro de congreso o presidente de aquel naufragio fatal”? ¡Tomen nota todos los aspirantes capitanes del Titanic! 

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Judas Iscariote,
El Peor De La Tribu De Judá

Posiblemente en el tiempo del nacimiento del Salvador, nació un niño en el pueblo de Queriot en Judá (Jos. 15:25), en la casa de un hombre llamado Simón. Dieron al niño el nombre relacionado con la tribu: “Judas”. Si duda esperaban que manifestaría las cualidades superiores de Judá: liderazgo, coraje y lealtad. Quizás luego cuando vino a ser discípulo de Jesús, cobraron ánimo las esperanzas de sus padres. Probablemente era el único de los doce que no era de Galilea.
    Aunque Judas llegó a ser el tesorero de la banda apostólica, nunca fue fiel. Pero sus condiscípulos no detectaron que él estaba vacío por dentro, ni se preguntaron por qué nunca llamaba a Jesús “Señor”. No descubrieron hasta después el hurto – que sustraía de la bolsa, ni vieron tras la fachada sutil de su personalidad disimulada. Pero con la marcha del tiempo Judas Iscariote (“Judas de Queriot”), regresó moralmente y se transformó de “hijo de Simón” (Jn. 6:71) en “hijo de perdición” (Jn. 17:12). Su nombre es injuriado; él es para siempre la encarnación de la traición e ingratitud – el traidor.
    Recordamos en Génesis 37 que el progenitor de la tribu, Judá, vendió a su hermano José como esclavo a los madianitas por veinte piezas de plata. Ahora nuestras mentes luchan con el descendiente más vil de Judá, porque con pleno conocimiento del Señor Jesucristo, porque “fue a los principales sacerdotes, y les dijo: ¿Qué me queréis dar, y yo os lo entregaré? Y ellos le asignaron treinta piezas de plata. Y desde entonces buscaba oportunidad para entregarle” (Mt. 26:14-16). Recordamos las palabras del profeta: “Y pesaron por mi salario treinta piezas de plata” (Zac. 11:12). Era el precio de compensación por un siervo muerto, según Éxodo 21:32.
    El beso de Judas añadió a su infamia. El hombre que besó a Aquel que es “la puerta” del cielo (Jn. 10:9), pronto se hundiría en el infierno. Judas fue el hombre en quien “Satanás entró” (Jn. 13:27, también Lc. 22:3). Judas, con Satanás a dentro, corrompió y degradó la muestra de afecto y lealtad cuando se atrevió a besar el rostro del Hijo de Dios. En ese beso lo diabólico tocó lo divino, pero la pureza prevaleció. Allá en la entrada de Getsemaní, por un breve momento, estuvieron cara a cara dos hombres de la tribu de Judá: Judas – lo absolutamente peor de la tribu, y el Señor Jesucristo: lo absolutamente mejor – divino, noble, dignificado, majestuoso, entristecido pero sereno. Decimos de nuestro Salvador: 

“Mil virtudes Suyas brillan, y de ellas la mejor,

Este Salvador es mío y yo sé que Suyo soy”.


    El Señor sintió profundamente la traición. En el aposento alto empleó las palabra de David cuando fue traicionado por Ahitofel: “El que come pan conmigo, levantó contra mí su calcañar” (Jn. 13:18; Sal. 41:9).


Ian McKee, traducido de un artículo suyo sobre la tribu de Judá en la revista Assembly Testimony (“Testimonio de las Asambleas”), nº 410, noviembre-diciembre 2020.
www.assemblytestimony.org

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 “Y también Judas, el que le entregaba, conocía aquel lugar” (Jn. 18:2).
    En ningún lugar es más grave y doloroso el engaño que en la salvación. Cuando una persona cree que es salva, y en realidad no lo es, esto es sumamente triste. Le puedes predicar, hablar, y advertir aun con lágrimas, y no te hará caso porque cree que no tiene necesidad. Es más, ¡se molestará si tratas de ayudarle!
    Judas viajaba con el Señor Jesús durante más o menos tres años. Como supuesto discípulo, tenía privilegios que los demás no tenían. Había visto todos los milagros y recibido las enseñanzas del Señor Jesús durante todo ese tiempo. Aun había llegado a ser el tesorero de la pequeña banda. Pero guardaba más que el dinero; guardaba malas actitudes en el corazón, que más tarde saldrían a la luz.
    Intelectualmente Judas sabía todas las frases correctas. Si hablaras con él, te podía convencer que era creyente. Estaba familiarizado con toda la jerga. Aun había predicado y sanado (Mt. 10:1, 4, 7). Conocía a toda la gente correcta. Viajaba con el Mesías y se codeaba con Pedro, Jacobo, Juan y los demás apóstoles. Si viviera hoy, sabría nombrar a todos los conferenciantes y contar anécdotas de sus visitas, dando la impresión de que él era del mismo corte. Pero sería engaño. Conocer a gente salva y sana en la fe no es lo mismo que ser salvo y sano en la fe. Conocía todos los lugares correctos. Estaba familiarizado con el templo y con Getsemaní, donde sin duda había escuchado al Señor Jesús más de una vez. Sabía dónde buscar a Jesús porque había viajado con Él y conocía los lugares que frecuentaba... excepto el cielo, la presencia del Padre. ¡Qué triste es pensar que hoy hay gente como Judas en las iglesias!  

Carlos  

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“MÁS BIENAVENTURADO 

ES DAR QUE RECIBIR”


DIOS ES DADOR GENEROSO. ¿Y NOSOTROS?

   
                                             Donald Norbie

El Dios que adoramos formará nuestro carácter. Los que adoran a los ídolos vendrán a ser como ellos (Sal. 115:8), egoístas y degradados en su vida moral (Ro. 1:23-25). Y los que confían en el Dios santo y le adoran vendrán a ser más como Él, un pueblo santo.
    ¿Cómo es nuestro Dios? Tiene muchos atributos, y todos son excelentes. Es un Dios de amor; es bondadoso,  generoso y dadivoso. Toda vida procede de Él, el sabio Creador. Cuando Pablo predicó en Atenas, proclamó: “él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas” (Hch. 17:25). Toda la creación refleja la gloria de Su diseño y Su generosidad.
    Pero Él también es la fuente de toda vida espiritual. Al pecador se le describe como muerto espiritualmente, separado de Dios y quebrantado por el pecado. A los que reciben a Cristo como Señor y Salvador, Él les da vida espiritual vibrante (Ef. 2:5). Dios comienza a obrar poderosamente en su interior (Fil. 2:13). Se cumple fielmente la promesa de Cristo, de dar vida abundante (Jn. 10:10).
    Todas nuestras habilidades naturales y espirituales provienen de Dios. Pablo pregunta: “¿o qué tienes que no hayas recibido?” (1 Co. 4:7). Sea intelecto, talento musical, habilidad mecánica, todo proviene de Dios. Los recursos ricos de la personalidad humana fluyen del Creador, y esto debería humillarnos.
    Las “cosas”, las posesiones materiales de esta vida, vienen de Dios. Pablo quiere que se le recuerde al rico que es “el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos” (1 Ti. 6:17). El espiritual disfruta compartiendo y usando el dinero para cosas espirituales, pero los del mundo solo quieren gastarlo en sí. Ten cuidado con el orgullo en lo referente a tus posesiones. Es Dios quien te las da.
    El Señor Jesús vivía una vida de entrega y servicio a los demás. Era una vida hermosa de auto negación, coronada con el sacrificio de sí mismo en la cruz (Mr. 10:45). El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se unieron en aquel don asombroso, el don inefable (2 Co. 9:15).
    Nuestro Dios es un dador generoso, y los que le adoran también vendrán a ser dadores generosos.


Los Creyentes Como Dadores
 

    Cuando uno recibe al Señor Jesucristo, también recibe al Espíritu Santo en su vida. Su cuerpo viene a ser templo de Dios para radiar la gloria divina (1 Co.6:20). El Espíritu de Cristo que mora en él (Ro. 8:9) se caracteriza también por el acto de dar. La misma vida que marcaba a Cristo en este mundo está vista ahora en Su Cuerpo, la Iglesia.
    Aquellos cuyas vidas fueron tocadas por Cristo fueron marcados por el hecho de ser dadores exuberantes. Zaqueo recibió a Cristo (Lc. 19:8) y proclamó excitado: “La mitad de mis bienes doy a los pobres”.
    En el día de Pentecostés una gran multitud creyó y fue bautizada. Cuando se reunían rebosaba el amor. “Y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno” (Hch. 2:45). No es extraño que una sensación de asombro sobrecogió a los que observaban (Hch. 2:43).
    En los días del Antiguo Testamento a los israelitas se les instruía a dar el diez por ciento de todo lo que adquirían (Lv. 27:30). Esto fue una forma de reconocer que todo realmente pertenece a Dios. Cuando no lo daban, era una señal de malestar espiritual y fue reprendido fuertemente por los profetas. “¿Robará el hombre a Dios?” fue el clamor de Malaquías (Mal. 3:8).
    Cuando el Señor estuvo en este mundo, Él habló bien del diezmo, aunque si se trataba de algo divorciado de la práctica de la piedad, lo reprendía (Mt. 23:23). El ofrendar no debe ser una forma de cubrir el pecado. No podemos comprar a Dios. Y el Señor Jesús alabó la forma sacrificada con que ofrendó la viuda (Lc. 21:1-4).
    Las iglesias primitivas fueron marcadas por ofrendas generosas, y se les exhortaba a tales ofrendas: “Dios ama al dador alegre” (2 Co. 9:7). Las ofrendas debían realizarse en secreto, esto es, sin manifestación abierta, para que no surgieran motivos incorrectos en el corazón (Mt. 6:3-4). La ofrenda debe ser algo planificado, regular y proporcional (1 Co. 16:2).
    ¿Cuánto debemos ofrendar? No estamos obligados a dar el diezmo como Israel bajo la ley de Moisés. Pero el finado predicador A. P. Gibbs bien acostumbraba a decir: “Si bajo la Ley se daba el diez por ciento, ¡sería una desgracia dar menos que esto bajo la gracia!” Muchos encontrarán que el diez por ciento es un buen punto para empezar con las ofrendas, pero no deben diezmar porque están bajo gracia, no bajo ley. Y si uno siente que no puede ofrendar el diez por ciento con gozo, ¡entonces debe decidir cuánto menos y pedir a Dios que aumente su fe! Debemos apartarlo para Dios cuando recibimos la nómina, en este día, aunque sea para distribuir más tarde. De este modo sabemos que estamos dando a Dios las primicias y no las sobras. No es correcto esperar para ver cómo nos va el mes y después ofrendar a Dios solo lo que quede al final. A Dios lo primero y lo mejor.
    ¿Cómo deben las iglesias y los creyentes distribuir estos fondos? Hay necesidades en la asamblea local que deben tener prioridad. También hay creyentes necesitados en nuestra localidad y en otros lugares que deben ser ayudados (Hch. 2:45; 11:29-30; 1 Ti. 5:3-10). En aquellos primeros días de la iglesia hablaban del hambre y oraban por esa situación.
    Las iglesias y los individuos también daban a los obreros. Lidia abrió su hogar a Pablo y sus compañeros (Hch. 16:15). La hospitalidad es una forma cara de ofrendar; uno tiene que darse. Los cristianos en Filipos enviaban frecuentemente fondos a Pablo. Tales ofrendas nacieron de la oración y profunda preocupación. No era un ejercicio seco o rutinario de llevar la contabilidad.
    Aquellas iglesias primitivas nunca prometieron apoyo económico, ¿cómo podían ellas saber el futuro? No se contrataba a ningún obrero, ni nadie recibía salario. Tal pensamiento hubiera sido repugnante. Ellos eran los siervos del señor. Pero había oración, preocupación y ofrendas regulares de las iglesias. Esta era la obra de Dios.
    
El Obrero del Señor
 

    Hoy en día a menudo decimos que “vive por fe” aquel que deja un empleo para lanzarse a una esfera más amplia de servicio. En teoría admitimos que todos los creyentes deben vivir por fe, en su trabajo, vida familiar y relación cotidiana con Dios, pero no siempre practicamos eso. A veces no ofrendamos más porque no tenemos fe, y queremos guardar dinero “por si a caso”. Cierto es que sin fe nadie puede agradar a Dios (He. 11:6). En el caso de los obreros del Señor, tienen una prueba adicional de su fe al dejar la seguridad de una paga o nómina regular. Los que minusvaloran o desestiman esto deberían probarlo primero. Al menos deberían ponerse en el lugar de los que viven así, y pensar en lo que podrían necesitar. Así el Señor enseñó a los Suyos: “como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos” (Lc. 6:31).
    El que sale así para servir al Señor debe tener un claro sentido del llamado de Dios. Pablo reconoció que había sido apartado desde el vientre de su madre (Gá. 1:15). En esto él compartía la convicción ardiente de los profetas del Antiguo Testamento (Jer. 1:5). Él no escogió su ministerio, sino que fue ordenado por Dios. Se deleitaba en llamarse el siervo de Dios, el esclavo de Dios.
    El dinero crea control. No se podía alquilar ni contratar a ningún profeta de Dios; era un portavoz de Dios, no de los hombres. Por lo tanto, así los profetas del Antiguo Testamento como los del Nuevo Testamento expresaron desdén hacia el dinero. Que les apoyaran los que tenían confianza en ellos. No eran hombres que solicitaban un trabajo o un apoyo económico. Para estar libre del control de los hombres, se debe estar libre del dinero del hombre. Pablo dijo: “Ni plata ni oro ni vestido de nadie he codiciado” (Hch. 20:33).  Pocos pueden hablar así, y los creyentes pobres son tan culpables como los demás. No es digno de un creyente, y especialmente si es siervo de Dios, que se arrime a un hermano rico para aprovecharse de sus ofrendas.
    Su apoyo era diversificado. Ayudaban en varias asambleas y a veces viajaban (2 Co. 11:26). Porque su apoyo no venía de una sola fuente, podían viajar cuando era necesario, para ayudar a asambleas débiles, y para evangelizar y comenzar iglesias nuevas. Pablo habló de cómo ofrendas de otras iglesias hicieron posible que él ayudara en Corinto (2 Co. 11:8).
    Esto no quiere decir que sea un camino fácil. A veces uno puede sentirse como el que va en una tabla de surfing al pie de una ola de 10 metros de altura. Le obliga a orar, a examinar sus motivos, y a clamar a Dios. Rehusará enviar cartas de oración que publican sus necesidades, o como algunos hacen hoy en día, pedir descaradamente. Rehusará proceder como los que cuando quieren algo, se acercan a un hermano adinerado y le hacen saber su necesidad, esperando que él les dé. Es una práctica común pero no bíblica, porque profesa confiar en Dios pero pone los ojos en hombres y espera en ellos. Pero para el hermano que desea vivir realmente por fe, está en juego el honor de Dios. Por eso él llamará humildemente a Dios para que honre la fe de Su siervo (un amo está obligado a cuidar de sus siervos). A Dios le gusta que le recordemos Su honor. Moisés hizo esto repetidas veces (Éx. 32:11-13).
    Si un siervo de Dios tiene que trabajar con sus manos, esto no es vergonzoso (Hch. 20:34-35). Puede probar la sinceridad del obrero y su devoción a Dios y Su obra. Pablo rehusó salir de Éfeso buscando pastos más verdes cuando no había fondos. No era parte de un clero profesional que buscaba una iglesia más grande que pagaría más salario. Su corazón era él de un verdadero pastor, trabajando desinteresadamente para el bien de las ovejas.
    En un mundo de tecnología magnífica, es fácil desviarse del camino de fe. Los hombres pueden edificar vastos imperios religiosos, con listas de mailings informatizadas y publicidad en los medios de comunicación. Ellos realmente no necesitan a Dios para traer fondos, y Dios no tiene control de sus operaciones. Su maquinaría masiva rueda adelante, produciendo su propio combustible.
    En la vida de fe todos están involucrados, tanto los que ofrendan como los que reciben. Esto produce fruto espiritual y crecimiento de carácter (Fil. 4:17). Eso también permite que Dios controle Su obra. Si los fondos no llegan para un proyecto que ha ideado, el siervo de Dios puede descansar tranquilo. Solo debe hacerse la voluntad de Dios, no la nuestra. Las ofrendas que proceden de vidas espirituales y corazones devotos,  resultan en obras espirituales. Sé discriminador en tus ofrendas, y apoya sola a aquellos obreros y obras que funcionan conforme al patrón que marca la Escritura. Que todos tengamos fe y seamos fieles respecto de Su obra.

Donald Norbie (1923-2017) servía al Señor en una asamblea en Colorado.
Recomendamos sus libros: Sé Un Hombre, y La Iglesia Primitiva 

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¿Realmente Quieres Ser Discípulo Del Señor?

O. Jean Gibson

Hoy muchos profesan valorar el individualismo, el ser su propia persona, pero constantemente están siendo moldeados por el mundo alrededor. De ahí la exhortación de Pablo en Romanos 12:1-2. Cristo no nos llama a vivir o hacer las cosas a nuestro estilo, sino a seguirle. La Escritura dice: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Co. 11:1; Ef. 5:1; 1 Ts. 1:6). Hay pocos imitadores del apóstol, y se ve esto en la condición corriente de la iglesia.
    Parte de la gloria de Israel que se desvaneció fue el decaimiento de los nazareos, el grupo de los especialmente separados seguidores de Dios. Ellos se habían consagrado voluntariamente, y eran santos al Señor. Le pertenecían y como Sus devotos se dedicaban a servirle. Dios estableció el nazareato por medio de Moisés (Nm. 6). Desde los tiempos de Samuel (1 S. 1:11), hasta Juan el Bautista (Lc. 1:15), eran parte de la gloria espiritual de la nación (Lam. 4:7; Am. 2:11). Desaparecieron de vista a la medida que la nación se iba apartando de Dios. De la misma manera, el verdadero discipulado se ha desvanecido en la iglesia. Algunos enseñan que era solo el celo especial de los tiempos apostólicos, una fase temporal, y creyendo esos errores la iglesia pierde su fervor, poder y bendición. Deja de impactar al mundo y se vuelve cada vez más como él. Gracias a Dios, todavía hoy existen algunos verdaderos discípulos, creyentes de toda edad que aman al Señor, sinceramente desean vivir para Él, y se disponen a obedecer Sus mandamientos aunque sean ellos los únicos. No siguen la muchedumbre, la corriente general de la cristiandad, pues tienen ojos solo para el Señor.
    Acerca de Jesucristo un salmo profetizó algo que se cumplió en el Nuevo Testamento: “El celo de tu casa me consume” (Sal. 69:9 – Jn. 2:17). Eso indica que el fuego santo del Espíritu de Dios ardía en Él mientras servía al Padre. El Señor dijo de Juan el Bautista: “Él era antorcha que ardía y alumbraba” (Jn. 5:35). Los que alumbran para Dios con el fervor de su sumisión a Él también pueden hacer temblar al mundo. Pero esa energía espiritual y bendición divina solo vienen a los que andan en comunión con Dios.
    La Biblia asegura que nuestros adversarios espirituales no son pocos. “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Ef. 6:12). ¿Cómo podemos prevalecer a no ser que sigamos al Señor como Sus discípulos? Hemos sido llamados a militar “la buena milicia” (1 Ti. 1:18) y a ser buenos soldados de Jesucristo (2 Ti. 2:3-4) que no se enredan en las cosas del mundo. La doblez es nociva en las cosas de Dios (Stg. 1:7-8; 4:8), pues le desagrada y Él no bendecirá al creyente de doble ánimo. ¿Cómo podremos gozarnos de Su guía, poder y bendición si no seguimos al Comandante? ¿Podría vencer en la guerra espiritual alguien que no anda en comunión íntima con Dios, o que no se niega a sí mismo? El Señor Jesús presentó Sus demandas a los que serían Sus discípulos, sabiendo que solo así pueden vencer. Todavía hoy debemos tomar en serio la orden que dio hace más de dos mil años. Debemos llamar a todo creyente – hombres y mujeres – viejos y jóvenes –  a tomar su cruz y negarse a sí mismo. Solo unos pocos responderán en verdad, tal como en aquellos días. Pero estos pocos pueden llegar a ser poderosos instrumentos de Dios para impactar al mundo para el Señor, al menos en la esfera donde ellos viven.
    Amigo lector, si hoy el Señor Jesucristo te dijera: “Sígueme”, ¿lo harías? ¿Te unirías con Él en la Gran Comisión a ser Su discípulo, para tener tu vida cambiada radicalmente, para dedicarte a aprender de Él cómo vivir y agradar a Dios y cómo proclamar el evangelio y hacer discípulos? ¿O tendrá Él que decirte: “No puedes ser mi discípulo”, porque le rechazaste? ¿Quieres solo creer información acerca de Cristo, o que Él solamente te perdone tus pecados, o de veras confías en Él como Señor y Salvador, y le seguirás?

 

O. Jean Gibson (1921-2006) servía al Señor en una asamblea en California

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Sirvamos, y Dios Dará la Recompensa
 

Lucas Batalla

Según Efesios 6:7-8, el buen servicio es importante para el Señor. “Sirviendo de buena voluntad” habla no sólo de nuestro servicio sino también de la actitud con la que servimos. La buena voluntad es la disposición a servir. Es el deseo, el ánimo, la atención a la calidad del servicio y el interés sincero en agradar a aquel que es servido. A fin de cuentas servimos al Señor, y esto debe motivarnos suficientemente. Le servimos en cosas sencillas como nuestras tareas cotidianas, y le servimos cuando asistimos a las reuniones con los hermanos para la alabanza, la oración y el estudio de Su Palabra. Le servimos cuando testificamos, y cuando dedicamos tiempo diariamente a la lectura de Su Palabra y la oración privada. Además de esto, surgen oportunidades para servir al Señor todos los días, en nuestro roce con los demás en el curso de la vida. Nos gustaría ver en seguida la recompensa, pero no siempre es así.
    Se cuenta de un pobre hombre campesino que un día caminaba en el campo y oía voces pidiendo socorro. Rescató a un joven, salvándole la vida. Resulta que el padre del joven era un hombre rico, un noble,  que vino a expresar su gratitud y a recompensarle. Pero aquel campesino dijo que no hacía falta ninguna recompensa ya que sólo había cumplido con su deber, lo que cualquiera hubiera hecho. Entonces el noble ofreció costear la educación del hijo del campesino, y éste aceptó. Su hijo, gracias a esta recompensa, llegó a cursar estudios universitarios y se hizo médico. Luego en sus investigaciones descubrió una medicina que salvó muchas vidas. Así que, sea parábola o historia verídica, esto ilustra la ley de la recompensa, de la siembra y la cosecha.
    No hay nada que hagamos sirviendo de buena voluntad que quede sin recompensa. La ley de la siembre y la cosecha funciona, pero no siempre da fruto instantáneamente. Los hombres no siempre recompensan el servicio como deberían, pero Dios no lo olvida. Aunque tarde en venir, la recompensa llegará, porque Dios lo promete. El versículo 8 promete: “el bien que cada uno hiciere, ése recibirá del Señor”. Su promesa no falla.
    Hebreos 6:10 dice que “Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los santos y sirviéndoles aún”. Como creyentes servimos al Señor sirviendo a los santos. Tenemos tantas oportunidades que nadie tiene excusa para irse al cielo con las manos vacías. Los hombres sí, olvidan y a veces son ingratos. No obstante, cuando veas una oportunidad para servir, tómala, y agradarás al Señor, el Siervo perfecto. De Él recibirás un día la recompensa.

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EL SECRETO DE LA FELICIDAD



Muchos buscan la felicidad en el dinero, los placeres, el conocimiento, la fama, el poder o la filosofía. Pero veamos las conclusiones de algunos hombres muy conocidos, y las consecuencias de buscarla como ellos

EL DINERO
Jay Gould, el prestigioso financiero norteamericano del siglo 19, que tenía 1.300 millones de dólares, admitió al morir: "Supongo que soy el diablo más miserable en la tierra".
George Eastman controlaba la industria fotográfica en los Estados Unidos a principios del siglo 20 (Eastman Kodak). Durante su vida dio más de mil millones de dólares para obras de caridad, pero estaba infeliz y se suicidó.

EL CONOCIMIENTO
Luis Álvarez, ganador del premio Nóbel de Física, la noche que recibió su homenaje pronuncio estas palabras: "No estamos libres de una catástrofe global en el futuro – otra edad de hielo – intensa actividad volcánica que deje una capa de polvo en la atmósfera – o el derritimiento de la capa polar en Antártida que inundaría la mayor parte de la tierra habitable". Se despidió deseando para sus oyentes mejor juicio y mejor suerte que la de su propia generación.

LA FAMA
Simón Bolívar, el celébre libertador de varios países, dijo al final de su vida: "Estoy viejo, enfermo, cansado, desengañado, hostigado, calumniado y mal pagado. No pido más recompensa que el reposo y la conservación de mi honor, que por desgracia es lo que no consigo". Otra frase célebre suya es: "He arado en el mar y he sembrado en el viento".
Salvador Dalí, famoso pintor español, pasó los últimos años de su vida solitario por decisión propia, y murió solo y triste.

EL PODER
Alejandro Magno, fue el joven general prodigioso que conquistó al mundo entero de su época. Lloró porque no había más mundos por conquistar. Se enfermó y murió a la edad de 32 años.

LA FILOSOFÍA
Voltaire era un enérgico opositor del evangelio de Jesucristo, y despreciaba la Biblia. Pero al final de su vida dijo: "¡Ojalá nunca hubiera nacido!" Tenía gran temor de la muerte y cuando llegó su momento, en gran agonía gritó: "¡Tengo que morir, abandonado de Dios y de los hombres!"
Cada uno de esos hombres confirmó lo que el rey Salomón dijo hace más de 3.000 años: "Todo es vanidad y aflicción de espíritu" (Eclesiastés 2:17).

LA VERDADERA FELICIDAD 

SOLO SE ENCUENTRA EN JESUCRISTO

    Él declaró: "Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás" (S. Juan 6:35). "Tú diste alegría a mi corazón mayor que la de ellos cuando abundaba su grano y su mosto" (Salmo 4:7). Los deleites del pecado son temporales (Hebreos 11:25). La verdadera satisfacción, paz y gozo acompañan el perdón de pecados en los que se arrepienten y confían en el Señor Jesucristo.  

  

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