LA DEPENDENCIA DE LAS IGLESIAS
"CONGREGADAS EN SU NOMBRE"
(Parte I)
"CONGREGADAS EN SU NOMBRE"
(Parte I)
Las expresiones “dependencia” e “independencia” al igual que todas las demás que se refieren a una asamblea congregada en el Nombre del Señor, se interpretan a la luz de las enseñanzas bíblicas.
En estos tiempos mucha confusión ha sido generada sencillamente porque, en la mayoría de los casos, es nominal la confesión de fe en Cristo. “De labios Me honran, mas su corazón está lejos de Mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres” (Mt. 15:8-9). Una fe nominal, o sea, de los labios para afuera, ligada a la aceptación de mandamientos de hombres, ha conducido a las condiciones huecas y sin frutos para Dios que se han generalizado en el mundo.
De las siete asambleas nombradas en Apocalipsis 2 y 3, Laodicea, la última, es la única que se alaba a sí misma. Pero el Señor está fuera de ella. Estos capítulos cubre el período desde los apóstoles en adelante hasta la Venida del Señor, y trazan la decadencia de que profesa ser del Señor en la tierra. Su condición final está representada por Laodicea, una asamblea marcada por mucha jactancia y prosperidad material, pero sin lugar para el Señor. Ella describe muy bien las condiciones actuales que se observan, a grandes rasgos, en lo que profesa ser del Señor en el mundo. Casi todos usan el mismo lenguaje, pues, por lo que profesan todos son creyentes, son cristianos, son salvos, etc. Pero es muy aparente que aman al mundo. “NO améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del padre no está en él” (1 Jn. 2:15). Mientras hablan de “nuestro Señor” no tienen ninguna intención de obedecerle, ni les interesa Su Palabra. Comentando tales casos, el Señor dijo: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que Yo digo?” (Lc. 6:46). No tomar en cuenta la voluntad del Señor para obedecerle ha producido la confusión de doctrinas que ahora confunde a muchos.
Enseñando sobre la asamblea, el Señor dijo: “Donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos” (Mt. 18:20). El hecho de reunirse o de actuar en el nombre de otro no permite actuar en forma independiente. Implica lo siguiente: 1) Reconocimiento de al autoridad de aquel a quien representan, 2) Fidelidad a sus instrucciones, 3) Voluntariamente ponerse de acuerdo con él, y 4) Su empeño es adelantar los intereses de él. En otras palabras, hacer algo en el nombre de otro implica autorización, instrucción, conformación y representación. Todo esto tiene coherencia cuando se aplica a la relación que existe entre los miembros de una asamblea y el Señor mismo.
El hecho de reunirse los creyentes en el Nombre del Señor quiere decir que su interés prioritario es hacer la voluntad de Él. En sí, esto es una de las características del creyente, puesto que “en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos” (1 Jn. 2:3). “Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1 Jn. 5:3) En el día de su salvación, Saulo de Tarso dijo: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” Así, cada persona salva por la gracia de Dios quiere complacer a su Señor, haciendo la voluntad de Él.
Autorización: Los de Berea, oyendo a Pablo y a Silas, “escudriñaban cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así” (Hch. 17:11). Convencidos por la Palabra de Dios, creyeron muchos de ellos. Así empieza el nuevo creyente en Cristo, pues, reconoce que solamente tienen autorización del Señor aquellas enseñanzas y prácticas que se basan en las Escrituras. Frente a la diversidad de doctrinas que abundan en nuestros tiempos, es más necesario que nunca indagar sobre cada particular de lo que se enseña. Es necesario que nuestra mente sea amoldada por la Palabra de Dios y que tengamos una Escritura clara, o sea, una referencia (capítulo y versículo) para cada cosa que practicamos. El creyente debe tener cuidado con aquellas explicaciones como: “ya los tiempos han cambiado”, “Pablo odiaba a las mujeres”, “ahora, el pueblo es educado”, etc. Estas y otras muchas explicaciones son nada más que una mampara para disfrazar la falta de obediencia al Señor. La Iglesia está fundada sobre Cristo (Mt. 16:18; 1 Co. 3:11), y sus doctrinas son las de los apóstoles (Hch. 2:42). Ellas no han cambiado y hay historias fidedignas que indican que Dios nunca ha quedado sin testimonio en el mundo a través de estos dos mil años (casi). Siempre ha habido en alguna parte aquellos que, en sumisión a Su Palabra, se han consagrado a hacer la voluntad del señor, no importándoles el costo.
Instrucción: Los que evangelizan lo hacen bajo los términos de una comisión dada en resurrección por el Señor a Sus discípulos. Los términos son: ir, predicar el Evangelio, bautizar y enseñar. Muchos hermanos se dedican a cumplir una parte. Predican y bautizan, pero no dan la debida importancia a la última parte de la comisión: “enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mt. 28:1820).
El cuerpo de doctrinas que se conoce simplemente en algunas Escrituras como “la fe” (Ro. 1:5; 1 Ti. 3:9; 5:8, etc.) Fue impartido a los apóstoles a través de los años. Juan el bautista preparaba el camino para el Señor JesuCristo, conocido como Jehová en el Antiguo Testamento (Jn. 1:23; Is. 40:3) Él es el Hijo de Dios (Jn. 10:36; Hch. 8:37), el Hijo del Hombre (Jn. 5:21-29), el Mesías, el Cristo (Jn. 4:25-26), y Dios manifestado en carne (1 Ti. 3:16).
En Sus enseñanzas el Señor habló acerca de Su muerte redentora, Su resurrección y Su ascensión en gloria. Enseñó que Su muerte en cruz se hizo a favor del ser humano; que Su sangre limpia de todo pecado y, por lo tanto, la salvación es gratuita para todos los que le reciben por fe como su Salvador personal. Habló de la Iglesia en su sentido total, “el cuerpo de Cristo” en Mateo 16, y la iglesia en su aspecto local en Mateo 18. Son muy ricas Sus enseñanzas sobre el Espíritu Santo, el “otro Consolador”, el que mora en cada creyente (Jn. cc. 14 al 16). El Señor enseñó que viene otra vez para arrebatar a Su iglesia: “os tomaré a Mí mismo, para que donde Yo estoy, vosotros también estéis” (Jn. 14:13). Otras enseñanzas de Él abarcan Su venida en gloria, el juicio de las naciones vivientes, y Su reino milenario (Mt. 24 y 25). Ninguno habló como el Señor sobre la perdición que se caracteriza como castigo consciente soportado en el Lago de Fuego para siempre jamás (Mr. 9:42-48; Lc. 16:19-31). Todo esto y mucho más está abarcado en las enseñanzas impartidas por el Señor a Sus apóstoles.
En el día de Pentecostés – Hechos 2 – cuando se formó la Iglesia, ellos estaban completamente preparados para instruir y encaminar a los que creyeron, quienes perseveraban en la doctrina de los apóstoles. Los que verdaderamente son del Señor siguen su ejemplo y son marcados por la misma perseverancia.
En estos tiempos mucha confusión ha sido generada sencillamente porque, en la mayoría de los casos, es nominal la confesión de fe en Cristo. “De labios Me honran, mas su corazón está lejos de Mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres” (Mt. 15:8-9). Una fe nominal, o sea, de los labios para afuera, ligada a la aceptación de mandamientos de hombres, ha conducido a las condiciones huecas y sin frutos para Dios que se han generalizado en el mundo.
De las siete asambleas nombradas en Apocalipsis 2 y 3, Laodicea, la última, es la única que se alaba a sí misma. Pero el Señor está fuera de ella. Estos capítulos cubre el período desde los apóstoles en adelante hasta la Venida del Señor, y trazan la decadencia de que profesa ser del Señor en la tierra. Su condición final está representada por Laodicea, una asamblea marcada por mucha jactancia y prosperidad material, pero sin lugar para el Señor. Ella describe muy bien las condiciones actuales que se observan, a grandes rasgos, en lo que profesa ser del Señor en el mundo. Casi todos usan el mismo lenguaje, pues, por lo que profesan todos son creyentes, son cristianos, son salvos, etc. Pero es muy aparente que aman al mundo. “NO améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del padre no está en él” (1 Jn. 2:15). Mientras hablan de “nuestro Señor” no tienen ninguna intención de obedecerle, ni les interesa Su Palabra. Comentando tales casos, el Señor dijo: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que Yo digo?” (Lc. 6:46). No tomar en cuenta la voluntad del Señor para obedecerle ha producido la confusión de doctrinas que ahora confunde a muchos.
Enseñando sobre la asamblea, el Señor dijo: “Donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos” (Mt. 18:20). El hecho de reunirse o de actuar en el nombre de otro no permite actuar en forma independiente. Implica lo siguiente: 1) Reconocimiento de al autoridad de aquel a quien representan, 2) Fidelidad a sus instrucciones, 3) Voluntariamente ponerse de acuerdo con él, y 4) Su empeño es adelantar los intereses de él. En otras palabras, hacer algo en el nombre de otro implica autorización, instrucción, conformación y representación. Todo esto tiene coherencia cuando se aplica a la relación que existe entre los miembros de una asamblea y el Señor mismo.
El hecho de reunirse los creyentes en el Nombre del Señor quiere decir que su interés prioritario es hacer la voluntad de Él. En sí, esto es una de las características del creyente, puesto que “en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos” (1 Jn. 2:3). “Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1 Jn. 5:3) En el día de su salvación, Saulo de Tarso dijo: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” Así, cada persona salva por la gracia de Dios quiere complacer a su Señor, haciendo la voluntad de Él.
Autorización: Los de Berea, oyendo a Pablo y a Silas, “escudriñaban cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así” (Hch. 17:11). Convencidos por la Palabra de Dios, creyeron muchos de ellos. Así empieza el nuevo creyente en Cristo, pues, reconoce que solamente tienen autorización del Señor aquellas enseñanzas y prácticas que se basan en las Escrituras. Frente a la diversidad de doctrinas que abundan en nuestros tiempos, es más necesario que nunca indagar sobre cada particular de lo que se enseña. Es necesario que nuestra mente sea amoldada por la Palabra de Dios y que tengamos una Escritura clara, o sea, una referencia (capítulo y versículo) para cada cosa que practicamos. El creyente debe tener cuidado con aquellas explicaciones como: “ya los tiempos han cambiado”, “Pablo odiaba a las mujeres”, “ahora, el pueblo es educado”, etc. Estas y otras muchas explicaciones son nada más que una mampara para disfrazar la falta de obediencia al Señor. La Iglesia está fundada sobre Cristo (Mt. 16:18; 1 Co. 3:11), y sus doctrinas son las de los apóstoles (Hch. 2:42). Ellas no han cambiado y hay historias fidedignas que indican que Dios nunca ha quedado sin testimonio en el mundo a través de estos dos mil años (casi). Siempre ha habido en alguna parte aquellos que, en sumisión a Su Palabra, se han consagrado a hacer la voluntad del señor, no importándoles el costo.
Instrucción: Los que evangelizan lo hacen bajo los términos de una comisión dada en resurrección por el Señor a Sus discípulos. Los términos son: ir, predicar el Evangelio, bautizar y enseñar. Muchos hermanos se dedican a cumplir una parte. Predican y bautizan, pero no dan la debida importancia a la última parte de la comisión: “enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mt. 28:1820).
El cuerpo de doctrinas que se conoce simplemente en algunas Escrituras como “la fe” (Ro. 1:5; 1 Ti. 3:9; 5:8, etc.) Fue impartido a los apóstoles a través de los años. Juan el bautista preparaba el camino para el Señor JesuCristo, conocido como Jehová en el Antiguo Testamento (Jn. 1:23; Is. 40:3) Él es el Hijo de Dios (Jn. 10:36; Hch. 8:37), el Hijo del Hombre (Jn. 5:21-29), el Mesías, el Cristo (Jn. 4:25-26), y Dios manifestado en carne (1 Ti. 3:16).
En Sus enseñanzas el Señor habló acerca de Su muerte redentora, Su resurrección y Su ascensión en gloria. Enseñó que Su muerte en cruz se hizo a favor del ser humano; que Su sangre limpia de todo pecado y, por lo tanto, la salvación es gratuita para todos los que le reciben por fe como su Salvador personal. Habló de la Iglesia en su sentido total, “el cuerpo de Cristo” en Mateo 16, y la iglesia en su aspecto local en Mateo 18. Son muy ricas Sus enseñanzas sobre el Espíritu Santo, el “otro Consolador”, el que mora en cada creyente (Jn. cc. 14 al 16). El Señor enseñó que viene otra vez para arrebatar a Su iglesia: “os tomaré a Mí mismo, para que donde Yo estoy, vosotros también estéis” (Jn. 14:13). Otras enseñanzas de Él abarcan Su venida en gloria, el juicio de las naciones vivientes, y Su reino milenario (Mt. 24 y 25). Ninguno habló como el Señor sobre la perdición que se caracteriza como castigo consciente soportado en el Lago de Fuego para siempre jamás (Mr. 9:42-48; Lc. 16:19-31). Todo esto y mucho más está abarcado en las enseñanzas impartidas por el Señor a Sus apóstoles.
En el día de Pentecostés – Hechos 2 – cuando se formó la Iglesia, ellos estaban completamente preparados para instruir y encaminar a los que creyeron, quienes perseveraban en la doctrina de los apóstoles. Los que verdaderamente son del Señor siguen su ejemplo y son marcados por la misma perseverancia.
continuará, D.V., en el siguiente número
por J.W.R, de la revista "Congregados En Su Nombre", año 2003, nº3
por J.W.R, de la revista "Congregados En Su Nombre", año 2003, nº3
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¿Cuán Importante Es La Asamblea?
¿Cuán Importante Es La Asamblea?
Muchos “cristianos evangélicos” consideran a la iglesia local como una opción en su vida. Uno decide asistir o no asistir. No es una necesidad. Se oye decir: “Puedo leer mi Biblia y orar en casa. Puedo adorar a Dios en el campo, en una caminata. Puedo escuchar a un predicador en la radio si lo deseo. No necesito a la iglesia en mi vida”.
En contraste, la Biblia enfatiza la importancia de la iglesia local. Escribiendo a Timoteo, Pablo la describe como “la casa del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad” (1 Ti. 3:15). Esta es una sublime descripción de la asamblea, y enfatiza su importancia. También es llamada “templo de Dios”, donde mora el Espíritu Santo (1 Co. 3:16-18). Es la casa de Dios. Es un templo y debe ser conocido por su pureza y santidad, como un lugar de adoración.
Se les exhorta a los creyentes ser fieles en su asistencia a las reuniones para enseñanza, comunión, la cena del Señor y oración (Hch. 2:42; He. 10:25). Las cuatro actividades formaban parte de las reuniones semanales de la iglesia primitiva. Estas reuniones nutren a las personas para que crezcan y maduren. La asamblea es vital para el desarrollo de dones espirituales haciéndonos útiles a Dios. Los hombres piadosos pastorearán y guardarán a los santos para que no se deslicen de la verdad de Dios.
Su lealtad a la asamblea reflejará su lealtad a Cristo. ¿Su vida está centrada en la obra de su iglesia local? ¿O hay otras cosas que vienen antes: el trabajo, la familia, los placeres, el deporte? ¿Hay prioridades que afecten con frecuencia su asistencia a las reuniones?
Seamos leales y demos devoción de todo corazón a la familia de nuestra asamblea. Haciendo esto, seremos leales a Cristo mismo. Y entonces, las demás cosas se colocarán en su posición correcta en nuestra vida.
En contraste, la Biblia enfatiza la importancia de la iglesia local. Escribiendo a Timoteo, Pablo la describe como “la casa del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad” (1 Ti. 3:15). Esta es una sublime descripción de la asamblea, y enfatiza su importancia. También es llamada “templo de Dios”, donde mora el Espíritu Santo (1 Co. 3:16-18). Es la casa de Dios. Es un templo y debe ser conocido por su pureza y santidad, como un lugar de adoración.
Se les exhorta a los creyentes ser fieles en su asistencia a las reuniones para enseñanza, comunión, la cena del Señor y oración (Hch. 2:42; He. 10:25). Las cuatro actividades formaban parte de las reuniones semanales de la iglesia primitiva. Estas reuniones nutren a las personas para que crezcan y maduren. La asamblea es vital para el desarrollo de dones espirituales haciéndonos útiles a Dios. Los hombres piadosos pastorearán y guardarán a los santos para que no se deslicen de la verdad de Dios.
Su lealtad a la asamblea reflejará su lealtad a Cristo. ¿Su vida está centrada en la obra de su iglesia local? ¿O hay otras cosas que vienen antes: el trabajo, la familia, los placeres, el deporte? ¿Hay prioridades que afecten con frecuencia su asistencia a las reuniones?
Seamos leales y demos devoción de todo corazón a la familia de nuestra asamblea. Haciendo esto, seremos leales a Cristo mismo. Y entonces, las demás cosas se colocarán en su posición correcta en nuestra vida.
Donald Norbie, de la revista “Precious Seed” (Semilla Preciosa), mayo 2010
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CONSEJO PRÁCTICO: CONTROLA TU LENGUA
Entre las maravillas de la medicina moderna hay para brazos y piernas prótesis, pero no existe ninguna lengua artificial. Mi madre era bastante sabia acerca de la lengua. Ella “sazonaba” su conversación cotidiana con dichos y refranes como este: “Guarda tu lengua tras las rejas de tus dientes”. Los escoceses tienen un par de refranes interesantes también sobre la lengua: “Cautiva tu lengua, y librarás tu cuerpo”. “La lengua larga acorta las amistades”. Mi madre solía decir: “Acuérdate: un día comparecerás ante Dios por cada palabra que dices”.
Leonard Ravenhill
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El Bautismo
El Señor Jesús instituyó tan sólo dos actos ceremoniales a realizar por los cristianos neotestamentarios: el Bautismo y la Cena del Señor. Si el Señor los consideró suficientemente importantes como para referirse a ellos, cada creyente debiera considerarlos de tanta importancia como para practicarlos. Vamos, pues, a referirnos al bautismo de los creyentes.
Hay al menos dos errores que existen en relación con el bautismo: (1) Hay quienes enseñan que no es posible alcanzar la salvación sin él. (2) Otros afirman que no es tan importante y, por lo tanto, no insisten en practicarlo.
Algunos dicen: “lo importante es vivir la vida del bautizado”, pero ¿cómo puede hacerse esto si uno no se ha bautizado como el Señor manda? El libro de los Hechos habla de convertidos que fueron bautizados, tales como:
Los tres mil que creyeron el día de Pentecostés, en Hch. 2:41
El eunuco en Hch. 8:38
Pablo, antes Saulo de Tarso, en Hch. 9:18
Cornelio y su familia en Hch. 10:47-48
Lidia, la vendedora de púrpura, y los de su casa, en Hch. 16:15
El carcelero de Filipos, y los suyos, en Hch. 16:33
Crispo, el presidente de la sinagoga en Hch. 18:8
¿QUIÉN DEBE BAUTIZARSE?
El bautismo fue ordenado en la Gran Comisión de Mateo 28:18-20 y continuará “hasta el fin del mundo”; es decir, hasta el final de la era de la iglesia. El Señor resucitado dijo: “id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”.
El mandato: “haced discípulos a todas las naciones” quiere decir darles el mensaje de vida para que, renunciando al pecado, confíen en el Salvador. Y “bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” es algo que naturalmente sigue su conversión. No vale bautizarse antes de la conversión.
Antes de ser bautizado, la única cosa que se le exige a una persona es que sea creyente. En Hechos 16:15 y 1 Corintios 1:16 se mencionan los bautismos de todos los de una casa. Con todo no se sugiere allí la inclusión en la ordenanza de niños que todavía no podían haber confiado en el Salvador. Los únicos sujetos de bautismo en el Nuevo Testamento son personas capaces de creer. Por esa razón, precisamente, nosotros a menudo hablamos del “bautismo de creyentes”.
El Bautismo
Hay al menos dos errores que existen en relación con el bautismo: (1) Hay quienes enseñan que no es posible alcanzar la salvación sin él. (2) Otros afirman que no es tan importante y, por lo tanto, no insisten en practicarlo.
Algunos dicen: “lo importante es vivir la vida del bautizado”, pero ¿cómo puede hacerse esto si uno no se ha bautizado como el Señor manda? El libro de los Hechos habla de convertidos que fueron bautizados, tales como:
Los tres mil que creyeron el día de Pentecostés, en Hch. 2:41
El eunuco en Hch. 8:38
Pablo, antes Saulo de Tarso, en Hch. 9:18
Cornelio y su familia en Hch. 10:47-48
Lidia, la vendedora de púrpura, y los de su casa, en Hch. 16:15
El carcelero de Filipos, y los suyos, en Hch. 16:33
Crispo, el presidente de la sinagoga en Hch. 18:8
¿QUIÉN DEBE BAUTIZARSE?
El bautismo fue ordenado en la Gran Comisión de Mateo 28:18-20 y continuará “hasta el fin del mundo”; es decir, hasta el final de la era de la iglesia. El Señor resucitado dijo: “id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”.
El mandato: “haced discípulos a todas las naciones” quiere decir darles el mensaje de vida para que, renunciando al pecado, confíen en el Salvador. Y “bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” es algo que naturalmente sigue su conversión. No vale bautizarse antes de la conversión.
Las Escrituras no hablan de ningún caso de bautismo sin una manifestación previa de salvación. Lo único que puede preceder al bautismo es la salvación; todo lo demás viene después.
De tal manera, los primeros seguidores del Señor Jesucristo, tras recibir Su Palabra, eran bautizados. “Así que los que recibieron su palabra fueron bautizados” (Hch. 2:41). “Muchos de los corintios, oyendo, creían y eran bautizados” (Hch. 18:8).Antes de ser bautizado, la única cosa que se le exige a una persona es que sea creyente. En Hechos 16:15 y 1 Corintios 1:16 se mencionan los bautismos de todos los de una casa. Con todo no se sugiere allí la inclusión en la ordenanza de niños que todavía no podían haber confiado en el Salvador. Los únicos sujetos de bautismo en el Nuevo Testamento son personas capaces de creer. Por esa razón, precisamente, nosotros a menudo hablamos del “bautismo de creyentes”.
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LIBROS DISPONIBLES DE EDITORIAL BEREA Y ASAMBLEA BÍBLICA "BETEL"
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Característicias de una Iglesia Neotestamentaria, por Robert Gessner, 64 pp., 2,50 euros
Estudios en 1 Tesalonicenses, por Lucas Batalla, 95 pp., 3 euros
La Gracia de Dios, por William MacDonald, 77 pp., 6 euros
La Iglesia Primitiva, por Donald Norbie, 236 pp., 6 euros
Tu Historia, por Paul Bramsen, librito-tratado, 36 pp., 0,25 euro, paquete de 25= 6 euros
En España: Apdo. 1313, 41080 Sevilla
En las Américas y el Caribe: Apartado #78, Estelí, Nicaragua
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