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lunes, 3 de mayo de 2010

EN ESTO PENSAD -- MAYO 2010

La Santidad

Santo es aquello que puede considerarse que está limpio, libre de pecado, apartado para uso especial. La palabra santidad alude a la excelsa virtud que perteneciendo a Dios, Él la confiera a los Suyos. Los creyentes son santos porque Dios les hace así. El que no es santo no es de Dios. El uso indebido de esta palabra ha hecho que muchos crean que proviene de un esfuerzo meritorio del ser humano.
El diccionario secular indica que la santificación es un acto de la gracia de Dios. En realidad se trata de un título divino dado por el mismo Dios a quienes reciben Su Hijo Jesucristo como Señor y Salvador personal. Él es el santificador de los seres humanos, por Su sangre. Y el medio de esa santificación es el Espíritu Santo que recibe quien cree, en el momento de hacerlo.
El apóstol Pablo llamaba “santos y fieles en Cristo Jesús” a los creyentes de las iglesias a las cuales escribía. Eso no quería decir que fueran literalmente perfectos, sino que así lo eran a la vista de Dios, en razón de la obra redentora del Señor Jesucristo.
Al ser justificados por la sangre preciosa del Señor de la gloria, los creyentes somos santificados,.
Sin embargo, siempre en esta vida ha de quedar en los santificados un resquicio en donde está agazapado el viejo ser corruptible, que ha sido vencido pero que no está muerto, y que inclina o busca inclinar hacia el pecado.
Si se obedece a este impulso, y se peca, debe haber inmediato arrepentimiento, sabiendo que Abogado hay ante el Padre, y es el mismo Señor que dio Su sangre preciosa para justificar al pecador – lee 1 Juan 2:1.
Cada creyente ha sido declarado santificado para siempre, y no por sus propios méritos, sino por la sangre derramada en el altar del Calvario por el Cordero perfecto y sin mancha en sacrificio agradable a Dios, Juez justo (He. 10:14).
El santificado por la gracia de Dios nunca habrá de perder esa santificación, que significa haber cambiado de naturaleza, pero es necesario que procure constantemente tener una separación práctica de toda inmundicia y mundanalidad.
Es importante por ello que cada día y a cada instante busque ponerse en las manos del Señor, para que Él le dirija y le encamine, y además, al final de cada jornada, pida ser limpiado de los pecados de contaminación que le rodean constantemente en este mundo.
El Señor, que es la fuente de la santidad, al respecto indica a los Suyos: “Sed santos, porque yo soy santo” (Lv. 20:7; 1 P. 1:15-16). No es una sugerencia sino un mandamiento, y por lo tanto, es nuestra responsabilidad personal. Pero pérmiteme preguntar: ¿eres santo en toda tu manera de vivir?
adaptado de “Manzanas de Oro”, agosto 1998, pág. 21
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LA DOBLE PREDESTINACIÓN:
DOCTRINA ERRÓNEA DE CALVINO Y CALVINISTAS


No somos calvinistas, por muchas razones de peso. Entre ellas está la doctrina no bíblica que pronunció Juan Calvino, y los calvinistas la creen casi de pies juntitos: que Dios predestinó no sólo a algunos a la salvación sino que también predestinó a todos los demás a la perdición y éstos no pueden ser salvos. Calvino escribió:

"La predestinación es el decreto eterno de Dios por el que ha determinado lo que quiere hacer de cada uno de los hombres. Porque Él no los crea a todos con la misma condición, sino que ordena a unos para la vida eterna y a otros para condenación perpetua. Por tanto, según el fin para el cual el hombre es creado, decimos que está predestinado a vida o a muerte".
"En conformidad con la clara doctrina de la Escritura, afirmamos que por un consejo eterno e inmutable, Dios ha determinado una vez y para siempre a quiénes admitirá a la salvación y a quiénes condenará a la destrucción".
Juan Calvino, Institución de la religión cristiana, III, XXI, 5, págs. 728, 729, 733

A continuación citamos la respuesta de los sres. Martínez y Trenchard:

"...el Evangelio y su proclamación constituyen el medio ordenado por Dios para la salvación del hombre...basado sobre una obra redentora de posibilidades infinitas. Por lo tanto, podemos ponernos delante de cualquier hombre o mujer en el mundo declarando en el Nombre de Cristo que el amor de Dios quiere la salvación de todo pecador, habiéndose hecho amplia provisión para esta salvación, de modo que todo aquel que cree recibe vida eterna. Al mismo tiempo, el que rechaza manifiesta ser indigno del don de vida provisto por la gracia divina y se pierde. El que cree en la doble predestinación —la predestinación para vida y la reprobación— no puede dirigirse con sencillez y sinceridad a todo aquel que le escucha, pues está convencido de que la suerte de las almas que tiene delante se ha fijado por secreta decisión divina desde la eternidad".
José M. Martínez y Ernesto Trenchard, Escogido en Cristo, CLIE, pág. 78-79
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Ofrendas de Gran Valor

“Pero todo lo he recibido, y tengo abundancia; estoy lleno, habiendo recibido de Epafrodito lo que enviasteis; olor fragante, sacrificio acepto agradable a Dios” (Filipenses 4:18).

La carta de Pablo a los filipenses fue un reconocimiento a la ofrenda de amor que había recibido de los creyentes de Filipo. Probablemente se trataba de dinero. Lo sorprendente es la manera en la que el apóstol magnifica este obsequio. Lo describe como: “olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios”. En Efesios 5:2 utiliza una expresión similar para describir el gran don de Cristo ofrecido en el Calvario: “ofrenda y sacrificio de olor fragante”. Es impresionante pensar que una ofrenda dada por los hombres a un siervo del Señor se festeje con un lenguaje similar a aquel con el que se describe al Don Inefable. J. H. Jowett comenta con gran elegancia al respecto: “¡Qué inmenso es, entonces, el significado de una bondad aparentemente local! Pensaban que ministraban tan sólo a un hombre pobre, y en realidad acudieron en ayuda del mismo Rey. Imaginaron que la fragancia estaría confinada a un estrecho e insignificante vecindario, y he aquí, el dulce aroma se esparció por todo el universo. Creían que trataban solamente con Pablo, y encontraron que ministraban al Salvador y Señor de Pablo”. Cuando comprendemos la verdadera naturaleza espiritual de las ofrendas cristianas y su amplio alcance de influencia, dejamos de dar a regañadientes o por necesidad. Nos inmunizamos para siempre contra los trucos de aquellos profesionales que extorsionan las conciencias de muchos levantando fondos recurriendo a toda clase de zalamería, patetismo o comedia. Descubrimos que dar es una forma de servicio sacerdotal y no una imposición legalista. Damos porque amamos, y amamos dar. La verdad admirable de que mi minúscula ofrenda al Gran Dios llena de fragancia el salón del trono del universo, debe llevarme a adorarle humildemente y a ofrendar jubilosamente. La oportunidad de entregar mi ofrenda el domingo ya jamás será un deber aburrido o pesado, sino un medio verdadero de dar directamente al Señor Jesús como si estuviera corporalmente presente.
William MacDonald, de su libro De Día en Día, CLIE
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DIOS AMA AL DADOR ALEGRE

"Las obras de caridad, como todas las demás buenas obras, deben hacerse de manera reflexiva e intencionada...La ayuda debe darse con generosidad, sea más o menos, no con renuencia, sino con alegría. Mientras algunos desparraman y aun así crecen, otros retienen más de lo que se ve y eso lleva a la pobreza. Si tuviésemos más fe y amor desperdiciaríamos menos en nosotros mismos, y sembraríamos más con la esperanza de un crecimiento abundante".
extracto del Comentario de Matthew Henry sobre 2 Corintios 9:6-15
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La Danza y La Iglesia
Si alguien, pues, se refiere al ejemplo de David para elevar la danza, para que pase a ser una parte integral y normal del culto, hay que responderle que todo estaría en orden si bailara tantas veces como David. Pero, en este caso, se entresaca un evento único y se concluye de él la norma de conducta para una forma de culto definitiva. Este método es un ejemplo de la falta de sobriedad en el manejo de la interpretación de la Biblia... La Biblia no reconoce la danza en el culto. Para el Nuevo Testamento la danza es algo ajeno. La Iglesia no bailó, tampoco los grupos de creyentes o los hermanos individuales, ni los discípulos en el acontecimiento de Pentecostés, ni la Iglesia cuando miles se convirtieron por las predicaciones de Pedro. Pablo no bailó, tampoco Juan después de recibir por revelación el último libro de la Biblia. El Señor no bailó y tampoco Sus apóstoles, los discípulos o la Iglesia... Aunque el dictamen de la Biblia es muy claro, seríamos ingenuos si pensáramos que esta generación de creyentes se deja impresionar por ello. Estos pensamientos no encontrarán solamente una respuesta positiva. Vivimos en los días en que los creyentes se amontonan maestros conforme a sus propias concupiscencias (2 Ti. 4:3-4), y hoy no existe casi ningún comportamiento erróneo que no se pueda, aparentemente, justificar con ciertos pasajes bíblicos. Por eso, termino con esta lamentación, no muy optimista, de Jeremías: “Abrazaron el engaño, y no ha querido volverse” (Jer. 8:5).

Alexander Seibel, Música y Danza, (Llamada de Medianoche), págs. 21, 30-31
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EL CAMINO ROMANO

Tenía una opinión buena de mí mismo hasta que un amigo me invitó a dar un paseo en el camino romano. No sabía yo qué era esto. Se trata del libro en el Nuevo Testamento llamado “Romanos”. Mi amigo usó sólo este libro para abrir mis ojos a mi relación con Dios, y desde entonces no he sido lo mismo. Me advirtió que podría dolerme el paseo, y tenía razón porque empezó esclareciendo mi verdadera condición delante de Dios.
“Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios...” Romanos 3:23
Esto sonaba fatídico, especialmente cuando me enteré de la paga del pecado.
“La paga del pecado es muerte...” Romanos 6:23a, y no hay rebajas.
Mi futuro parecía negro, porque como pecador ví que estaba condenado y que Dios me iba a juzgar. Entonces, me explicó que Dios en amor había provisto para“vida eterna”.
“Mas la dádiva de Dios es vida eterna en Jesucristo Señor nuestro” Romanos 6:23b
Entonces me mostró cómo Dios dio a Su Hijo Jesucristo en sacrificio expiatorio por mi pecado. ¡Jesucristo tomó mi culpa y sufrió por mí el castigo que merezco!
“Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”. Romanos 5:8
Yo me preguntaba si Dios me aceptaría. Mi amigo me aseguró con más buenas noticias.
“Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo”. Romanos 10:13
Él veía que me conmovía lo que estaba aprendiendo, así que me enseñó lo que debía hacer para recibir el perdón de Dios y la vida eterna.
“Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo”. Romanos 10:9
Entonces pasó algo dentro de mí. Me impactó el saber que soy pecador culpable y que Dios como juez justo iba a juzgar mi pecado. Pero todavía más me impactó ver Su amor al enviar a Su Hijo a morir en la cruz sufriendo mi castigo por mí, y levantándolo de los muertos al tercer día. Entendí que Jesucristo vive y que por medio de Él Dios quiere perdonarme y darme vida eterna. Entonces, arrepentido de mis pecados, deposité mi confianza en el Señor Jesucristo y Su sacrificio por mi en la cruz. Creí de corazón y le confesé con mi boca, aceptando la dádiva de Dios, vida eterna, en Jesucristo. Fue el momento más grande de mi vida, y por supuesto que estaba emocionado. Luego pregunté a mi amigo si había algo en el libro de Romanos que podría ayudarme en mi nueva vida de creyente. Me dirigió la atención a los primeros dos versículos de Romanos 12.
“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”.
Me explicó que si doy primer lugar a Dios en mi vida, las demás cosas se arreglarían según el plan de Dios para mí. Leo la Biblia mucho desde ese día, y mi amigo tenía razón. Mi vida ha sido transformada por el Señor Jesucristo y la Palabra de Dios.
Veía mucho a mi amigo después de esto, porque fui con él a congregarme con otros creyentes, y me bauticé públicamente para anunciar a todos mi nueva vida en Cristo. Ahora hay muchos versículos subrayados en mi Biblia, pero nunca olvidaré el camino de Romanos porque mi amigo lo usó para mostrarme el camino de vida eterna.
Es por esto que comparto esto, para que Ud. también pueda conocer el camino romano y la vida eterna. Porque las buenas noticias, hay que compartirlas.
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¡ A L E L U Y A ! ... ¿ ?

“Según el Nuevo Testamento, ¿cuántas veces resuena el ALELUYA sobre la Tierra?” Esta pregunta la hizo un predicador amigo a un hermano que con impertinencia interrumpía sus prédicas voceando de voz en cuello “¡A l e e e l u u u y a!” en los momentos más inoportunos durante el sermón.
“¿Qué cuántas veces resuena el aleluya en la tierra?” “Pues... muchas, muchas veces”, respondió el hermanito. “Pues vea”, le dijo el predicador, “Aleluya no resuena en al tierra ni una sola vez en el Nuevo Testamento. Resuena sólo en el cielo y esto únicamente en un solo capítulo del último libro de la Biblia”.
No obstante este limitado uso, aquí en la tierra escuchamos el "A l e -
l u y e o" en cantidades astronómicas. Algunos lo usan superficialmente como si se tratara de un estribillo o de un refrán. Otros para hacer demostraciones de espiritualidad. Predicadores hay que cuando se les acaba la gasolina apelan al Aleluya como relleno para tomar impulso; como una pausa de punto y coma en lo que se les va ocurriendo más palabrerío para proseguir. Hay quienes lanzan aleluyas repetidamente, fuertemente, atronadoramente, como si fueran saetas incendiarias. Las envían para incitar emotivamente a los oyentes. En turno, éstos se las devuelven con estrepitosas andanadas como si se tratase de un ametrallamiento entre dos bandos. La gritería sube tanto de volumen y de color que es capaz de intimidar al más bravucón o de ensordecer a cualquiera.
El modelo de predicadores, Jesucristo, pronunció su sin igual Sermón del Monte de los capítulos 5, 6 y 7 de Mateo sin usar el recurso de los Aleluyas ni una sola vez. Los Aleluyas estuvieron ausentes de su brillante Sermón del Monte Olivar del capítulo 24. Lo mismo hizo su fogoso discípulo Pedro cuando le tocó predicar el histórico sermón del día de Pentecostés y su productivo mensaje en la casa del centurión Cornelio. Notamos la ausencia de los Aleluyas en el sermón de San Pablo a los filósofos sobre el Areópago ateniense y en sus discursos de defensa frente a los gobernadores Félix y Porcio Festo y ante los reyes Agripa y Berenice. Los predicadores contemporáneos más destacados, sustanciosos y fructíferos, tampoco incluyen los Aleluyas en sus mensajes.
Con amargo espíritu de juicio hay quienes se permiten clasificar de “fríos” los cultos donde el Aleluya brilla por su ausencia. Para ellos la temperatura de un culto se mide A l e l u y a m e n t e. Aún los creyentes individualmente son enjuiciados de “fríos” o absueltos como “calientes” dependiendo del número y del volumen con que truenen sus A l e l u y a s en el culto. Esta desafortunada consigna arroja resultados negativos. Promueve entre los nuevos convertidos un aceleramiento desproporcionado por aprender rápido lo que ellos perciben ser las leyes del juego y el carnet de pase a la aceptación. ¿Resultado? que muy pronto se les ve en el pleno descargue de Aleluyas al por mayor y detalle.
Este estado de cosas es por demás triste, deprimente e innecesario. Se hace intolerable al que llega a discernir que se puede llegar a este y a cualquier otro aspaviento sin tener raíz, ni profundidad en la vida espiritual. Cualquiera puede hacer esto. No es tan difícil condicionar la emoción, ni descargarla por el tubo de la rutina.
Resulta contraproducente cuando en medio de un sermón en el que el predicador dice “si no te arrepientes irás al infierno”, la gritería responda: “¡Amén! ¡Aleluya!” como si dijera: “¡Qué bueno que ése va para el infierno! ¡Así sea alabado Dios por ello!” A veces el orador narra con destreza e intensidad emocional una volcadura de automóvil en la que pierden la vida sus ocupantes. Ilustraciones de esta naturaleza suponen evocar en el auditorio un profundo sentimiento de pena, de identificación con la desdicha de los accidentados, pero...¿cómo se responde? “¡Aleluya, gloria a Dios!”
Quede claro que no estamos inculpando a los que A l e l u y a n como quienes hacen estas inapropiadas intervenciones con intenciones de producir efectos negativos. Eso nunca. Todo lo que este asunto demuestra es que se puede ser víctima de psicosis, y que ésta puede estar barrenada tan hondamente, que ésta apriete el gatillo inconscientemente. Una vez sale este disparo, ya no se le puede hacer regresar. Pero es el caso que el uso inoportuno, inapropiado, indiscriminado de esta significativa palabra de alabanza, además de ser absurdo, deja impresiones muy desfavorables en el ánimo de las gentes. El sabio Salomón en Proverbios capítulo 25, versículo 11 exhorta: “Manzana de oro con figuras de plata es la palabra dicha como conviene”. Las palabras dichas con sazón en el tiempo adecuado son como la combinación de estos dos metales preciosos cuando se confecciona un ornamento. Son palabras sobre ruedas que se mueven, ensanchan su benéfica influencia, y no mueren. El proverbista subraya en su libro de que bajo el sol hay tiempo oportuno para todo. Esta filosofía debía servir como una saludable lección. San Pablo por su parte anima a los cristianos Colosenses a “andar sabiamente para con los de afuera” y para ello les recomienda: “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal” [4:5-6].

¿QUÉ SIGNIFICA ALELUYA?

Aleluya es un vocablo hebreo compuesto del verbo Alelu que significa load y el nombre Ya que es una abreviación de Yavéh, Yaué, Yajué o Jehová. El nombre de la Deidad que invoca la palabra Aleluya, hace de ella una palabra de un significado profundo, muy profundo. Tan profundo como la inmensidad del Ser que forma parte de su estructura. Aleluya es tan sublime como el Dios a quien supone va dirigida su alabanza. El nombre de Yavéh que incluye la invocación de este vocablo debe hacernos pensar dos veces antes de ametrallar a mansalva a un auditorio con esta sagrada palabra. A l e l u y a r sin ninguna consideración, sin ninguna ciencia o discriminación, sólo para darnos a conocer como cristianos o quizás sólo para ser vistos u oídos, o para producir ruido, o para impresionar a otros de nuestra espiritualidad, para aparentar que “estamos en la cosa” o para “calentar” un culto, nos pone en el riesgo de usar el nombre de Yavéh en vano. Aleluya, repito, significa alabad a Yavéh. Yavéh es Dios, alto, sublimado, y su carácter es reverendo o reverenciable.
Los judíos tenían un concepto tan elevado y un escrúpulo tan profundo en cuanto al uso del Nombre del Inefable, que eran en demasía puntillares observando la prohibición del tercer mandamiento de la ley de Dios. Este mandamiento dice: “No tomarás el nombre de Yavéh tu Dios en vano; porque no dará por inocente Yavéh al que tomare su nombre en vano” [Éxodo 20:7]. Poseídos de un profundo sentimiento de reverencia al Nombre de Yavéh, los judíos se abstenían de pronunciar este nombre y preferían substituirlo con otras designaciones como Adonai o Elohim. Al transcribir las Sagradas Escrituras cuando estas contenían el nombre Yavéh, los escribas pausaban y se lavaban mucho las manos antes de transcribir el nombre de la Deidad.
La única porción del Nuevo Testamento que contiene la palabra Aleluya es el capítulo 19 de Apocalipsis. En sus primeros seis versículos encontramos una gran multitud en el cielo que la trae a colación cuatro veces. La primera vez se encuentra en el versículo uno y dice: “Después de esto oí una gran voz de gran multitud en el cielo, que decía: ¡Aleluya! Salvación y honor y gloria y poder son del Señor Dios nuestro”. Como bien señala el predicador canadiense, Boyd Nicholson, este es el Aleluya de redención o de salvación si se quiere. Lo entonan con regocijo los redimidos por la sangre del Cordero que ahora moran en la casa celestial.
La segunda vez se halla en el versículo tres donde se lee: “Otra vez dijeron: ¡Aleluya! Y el humo de ella sube por los siglos de los siglos”. Este es el Aleluya de retribución o de juicio sobre la gran ramera que ha corrompido a la tierra con su fornicación, vengando la sangre de sus siervos de la mano de ella.
La tercera mención de la palabra se hace en el versículo 4 y éste dice: “Y los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes se postraron en tierra y adoraron a Dios, que estaba sentado en el trono, y decían: ¡Amén! ¡Aleluya!” Este es el Aleluya de adoración que entonan los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes que se postran ante el trono de Yavéh —Yavéh — para adorarlo.
La cuarta y última mención de Aleluya la hace el versículo 6 en estos términos: “Y oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos, que decía: ¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina!” Este es el Aleluya de subordinación a la majestad, al señorío, al reinado del Señor Dios Todopoderoso.
Aleluya, amigo nuestro, es una palabra para el uso exclusivo de los redimidos, de los que conocen al Señor, le aman, y le reverencian. Si usted lee este tratado ahora y todavía no ha sido redimido de sus pecados por la sangre preciosísima de Jesucristo, quiero invitarle a arrodillarse en cuerpo, y a inclinarse en espíritu ante la majestad de Dios, y allí, arrepentido de sus pecados, pídale a Él que lo perdone y lo reciba en su familia. La Biblia nos asegura que a los que reciben al Hijo de Dios como Salvador, Él los hace hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Acepte a Jesucristo hoy y aprenda en la sinceridad y en la profundidad de su corazón a decirle: ¡ALELU - YA!

Mariano González V.

Si desea más copias de este tratado para repartir, fotocopie o reproduzca en una imprenta tantas copias como necesite.

Apartado 2153, Santo Domingo, República Dominicana




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