¿A QUIÉN AYUDARÉ?
(Parte II)
Donald Norbie
Donald Norbie
La verdadera fe obra en silencio con respecto a sus necesidades. Hay una dignidad asociada con el camino de fe. El que anda en dependencia sencilla del Dios del cielo no abarata a Su Dios mendigando y publicando sus necesidades. Pablo podía decir: “Ni plata ni oro ni vestido de nadie he codiciado” (Hch. 20:33). Prefería trabajar con sus manos antes que deshonrar al evangelio pidiendo dinero.
Cuando el siervo de Dios ve menguar sus provisiones, como Elías veía secarse el arroyo, su único recurso es Dios. Puede que clame a Dios en oración de corazón torturado por dudas e inquietudes, pero ante los hombres sus labios no emitirán ni una palabra. A sus hermanos les puede parecer que no tenga necesidad, porque no la publica excepto a Dios en oración. En consecuencia, los que deseamos ofrendar a estos hermanos necesitamos ejercitar espiritualmente nuestros corazones delante de Dios, y tomar compromiso respeto a los que realmente viven por fe. El que vive así está comprometido con un camino de silencio, excepto delante de Dios. Dios sabe, y esto es suficiente.
Quizá el que ofrenda diga: “¡Pero si sólo supiera sus necesidades!” ¿No puede el Dios que llamó a Su siervo guiar tu corazón a lo que debes ofrendar? Pero esto requiere ejercicio en oración. Siempre es más fácil leer una carta de alguien que pide y da el número de su cuenta bancaria y entonces enviar un cheque o giro. ¡Qué vergüenza deberíamos sentir por nuestra pereza espiritual!
¿Cuánto debo ofrendar? ¿Por qué no considerar las circunstancias del obrero? ¿Está casado? ¿Tiene hijos? ¿Tiene necesidades especiales, quizá gastos de hospital o médico? ¿Dónde trabaja, en la obra pionera o en asambleas establecidas? Considera estas cosas antes de ofrendar.
¿Por qué no pides al Señor que ponga sobre tu corazón uno o dos obreros en tu país y en el extranjero, para que puedas fortalecer sus manos? Escríbeles e intenta conocerles mejor. Pide una foto y ora por ellos. Entreteje tu vida con la suya para que de veras compartas con ellos en la obra de Dios. Entonces, al orar, Dios puede dirigir tu corazón respecto a tus ofrendas. Haciendo esto, descubrirás que es verdad la Palabra cuando cita al Señor Jesús: “Más bienaventurado es dar que recibir” (Hch. 20:35).
Cuando el siervo de Dios ve menguar sus provisiones, como Elías veía secarse el arroyo, su único recurso es Dios. Puede que clame a Dios en oración de corazón torturado por dudas e inquietudes, pero ante los hombres sus labios no emitirán ni una palabra. A sus hermanos les puede parecer que no tenga necesidad, porque no la publica excepto a Dios en oración. En consecuencia, los que deseamos ofrendar a estos hermanos necesitamos ejercitar espiritualmente nuestros corazones delante de Dios, y tomar compromiso respeto a los que realmente viven por fe. El que vive así está comprometido con un camino de silencio, excepto delante de Dios. Dios sabe, y esto es suficiente.
Quizá el que ofrenda diga: “¡Pero si sólo supiera sus necesidades!” ¿No puede el Dios que llamó a Su siervo guiar tu corazón a lo que debes ofrendar? Pero esto requiere ejercicio en oración. Siempre es más fácil leer una carta de alguien que pide y da el número de su cuenta bancaria y entonces enviar un cheque o giro. ¡Qué vergüenza deberíamos sentir por nuestra pereza espiritual!
¿Cuánto debo ofrendar? ¿Por qué no considerar las circunstancias del obrero? ¿Está casado? ¿Tiene hijos? ¿Tiene necesidades especiales, quizá gastos de hospital o médico? ¿Dónde trabaja, en la obra pionera o en asambleas establecidas? Considera estas cosas antes de ofrendar.
¿Por qué no pides al Señor que ponga sobre tu corazón uno o dos obreros en tu país y en el extranjero, para que puedas fortalecer sus manos? Escríbeles e intenta conocerles mejor. Pide una foto y ora por ellos. Entreteje tu vida con la suya para que de veras compartas con ellos en la obra de Dios. Entonces, al orar, Dios puede dirigir tu corazón respecto a tus ofrendas. Haciendo esto, descubrirás que es verdad la Palabra cuando cita al Señor Jesús: “Más bienaventurado es dar que recibir” (Hch. 20:35).
del su libro LA IGLESIA PRIMITIVA, Editorial Berea
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Ernst B. Chain, citado por Ronald W. Clark, The Life Of Ernst Chain: Penicillin and Beyond (“La vida de Ernst Chain: Penicilina y más allá”), Londres: Weidenfeld & Nicholson, 1985, págs. 147-148. Bioquímico. Premio Nobel.
“Se nos dice dogmáticamente que la evolución es un hecho establecido, pero nunca se nos dice quién lo estableció ni por qué medios. Se nos dice, bien a menudo, que la doctrina está basada sobre evidencia, y que lo cierto es que esta evidencia está desde ahora más allá de toda verificación, así como inmune a cualquier posterior contradicción por parte de la experiencia, pero se nos deja totalmente a oscuras acerca de la cuestión crucial: ¿Cuál es precisamente esta evidencia?”
J. Wolfgang Smith, Ph.D. en matemáticas, Universidad de Columbia, Oregon State University, MIT (Instituto Technológico de Massachusetts). Teilhardism and the New Religion: A Thorough Analysis of the Teachings of Pierre Teilhard de Chardin (“El Teilhardismo y la Nueva Religión: Un Análisis Exhaustivo de las Enseñanzas de Pierre Teilhard de Chardin”). Tan Books & Publishers, Inc., 1988).
“Ya hemos tenido bastante de la falacia darwinista. Es hora ya de gritar: “¡El emperador va desnudo!”
K. Hsu, geólogo en el Instituto Geológico de Zurich, “Darwin’s Three Mistakes” (Los Tres Errores de Darwin), Geology, Vol. 14 (1986), pág. 534.
Acerca del Evolucionismo
“Preferiría creer en las hadas que en unas especulaciones tan desenfrenadas. He dicho durante años que las especulaciones acerca del origen de la vida no nos llevan a ningún buen propósito, por cuanto incluso el más simple sistema vivo es excesivamente complejo para poder ser comprendido en términos de la química extremadamente primitiva que los científicos han empleado en sus intentos de explicar lo inexplicable. Dios no puede ser desechado con pensamientos tan superficiales”. Ernst B. Chain, citado por Ronald W. Clark, The Life Of Ernst Chain: Penicillin and Beyond (“La vida de Ernst Chain: Penicilina y más allá”), Londres: Weidenfeld & Nicholson, 1985, págs. 147-148. Bioquímico. Premio Nobel.
“Se nos dice dogmáticamente que la evolución es un hecho establecido, pero nunca se nos dice quién lo estableció ni por qué medios. Se nos dice, bien a menudo, que la doctrina está basada sobre evidencia, y que lo cierto es que esta evidencia está desde ahora más allá de toda verificación, así como inmune a cualquier posterior contradicción por parte de la experiencia, pero se nos deja totalmente a oscuras acerca de la cuestión crucial: ¿Cuál es precisamente esta evidencia?”
J. Wolfgang Smith, Ph.D. en matemáticas, Universidad de Columbia, Oregon State University, MIT (Instituto Technológico de Massachusetts). Teilhardism and the New Religion: A Thorough Analysis of the Teachings of Pierre Teilhard de Chardin (“El Teilhardismo y la Nueva Religión: Un Análisis Exhaustivo de las Enseñanzas de Pierre Teilhard de Chardin”). Tan Books & Publishers, Inc., 1988).
“Ya hemos tenido bastante de la falacia darwinista. Es hora ya de gritar: “¡El emperador va desnudo!”
K. Hsu, geólogo en el Instituto Geológico de Zurich, “Darwin’s Three Mistakes” (Los Tres Errores de Darwin), Geology, Vol. 14 (1986), pág. 534.
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No hay palabras que si quiera se aproximen a una descripción adecuada de las glorias del cielo. Ninguna mente mortal puede comprenderlo. Pero Dios nos ha dicho suficiente al respecto como para que tengamos cada vez más añoranza de ir allá. Spurgeon dijo:
“Si no tuvieras añoranza del cielo, seguramente podrías cuestionar si el cielo te pertenece o no. Si alguna vez has gustado el gozo de los santos, como seguramente los creyentes hacen en la tierra, entonces cantarás con el alma llena:
Mi espíritu sediento desfallece,
Deseando llegar a la tierra que amo,
La herencia radiante de los santos,
La Jerusalén de arriba”.
J. Sidlow Baxter presenta una vista con diez facetas de la salvación final en las huestes incontables de pecadores salvados y transplantados en el cielo como santos glorificados:
“Delante del trono” — visión bendita
“Vestiduras blancas” — santidad sin mancha
“Palmeras” — victoria finalizada
“Le sirven” — ministerio sublime
“Él les cubre” — seguridad eterna
“Jamás tendrán hambre” — satisfacción eterna
“El sol no les fatigará” — felicidad sin fallo
“Él les pastoreará” — serenidad en Su amor
“Aguas vivas” — inmortalidad perfecta
“Toda lágrima enjugada” — gozo perfecto sin caducidad
Robert G. Lee llamó al cielo “el lugar más hermoso que la sabiduría de Dios puede concebir y el poder de Dios puede preparar”. Dio en el blanco cuando dijo:
“Un día, cuando entremos por aquellas puertas de perlas, y veamos por primera vez la hermosura asombrosa alrededor nuestro, pienso que buscaremos a Juan y diremos: “Juan, ¿por qué no nos dijiste que es tan hermoso?” Y Juan responderá: “Intenté decíroslo cuando escribí los capítulos veintiuno y veintidós del último libro de la Biblia, después de tener la visión, pero no pude”.
Cuando nuestros parientes y amigos creyentes son llevados para estar con el Señor, nos es un consuelo inexpresable saber que ellos están en el lugar del día eterno, conscientemente disfrutando la presencia del Señor y las glorias del cielo. No quisiéramos hacerles volver a este desierto de pecado y tristeza.
Para nosotros los que estamos en Cristo, ¡qué esperanza y qué perspectiva! Pronto, muy pronto, el Salvador vendrá para llevarnos a la casa del Padre que tiene muchas moradas. Nosotros también, por fin, estaremos en nuestro hogar.
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EL CRISTO DE DALÍ
Hay un óleo famoso que fue pintado en 1951 por Salvador Dalí. Se titula: “Cristo de San Juan de la Cruz”, y su ejecución fue inspirada en un dibujo hecho por un místico español, el monje carmelito Juan de Yepes, que vivió en el siglo XVI. Cualquiera que haya sido el propósito de ese hombre piadoso al hacer ese dibujo, lo cierto es que Dalí sacó de su obra una interpretación muy personal de la crucifixión. Su cuadro muestra a un Cristo crucificado, suspendido en el cielo e inclinado hacia el mundo, que está allí representado por el retrato de los dos pescadores con su red y pequeño barco. Lo que nos llama la atención es el Cristo, que no muestra ninguna señal de sufrimiento. Su cuerpo no está lacerado ni lastimado, no se ve sangre ni defecto físico alguno.No hay tensión ni fatiga en ese Cristo, quien más bien descansa sobre la cruz. Dalí mismo dice acerca de su obra: “Mi ambición estética fue completamente opuesta a todos los Cristos pintados por la mayoría de los pintores contemporáneos... Mi Cristo sería hermoso, como el Dios que Él es”. La preocupación por un Dios hermoso no permite al pintor la libertad de representar los sufrimientos de Cristo, quien en verdad es Dios. En el citado óleo, hasta la cruz es hermosa, de buena madera lustrada. El cartel que hizo burla a Su dignidad divina, queda en blanco. Si pensamos en los pescadores a la orilla del mar, como son representados por Dalí, estaríamos ante un Cristo divorciado de la realidad humana, un Cristo sin sangre, sin dolor, sin lágrimas; un Cristo demasiado bello. Muchas personas sienten emoción profunda al estudiar la obra. ¿A quién no le agrada estar en un culto religioso haciendo armonizar sus sentimientos y reflexiones con los actos solemnes allí realizados? Sin embargo, con tal actitud podemos caer en el peligro de hermosear a Cristo, reconociéndolo como un elemento más de una obra artística o de un culto religioso, sin aceptarlo como una persona histórica que aún vive. La Biblia dice de Cristo que “no hay parecer en él, ni hermosura”. El Cristo hermoso del óleo, que no vertió ni gota de sangre, ni sudó, ni derramó una sola lágrima, carece de la vida necesaria para ser el Salvador de los hombres. Por eso, vez tras vez, las Sagradas Escrituras subrayan que “Jesucristo vino en carne”, o sea que Cristo es Dios con cuerpo humano, la segunda persona de la Trinidad. Lo hizo para acercarse a la condición humana y expresar el amor de Dios en términos que pudiéramos comprender. Él sufrió en carne propia el drama de la vida común: el desengaño, el cansancio, las lágrimas, la muerte. Colgado en la cruz, lo que le desfiguró tanto fue el hecho de ser contado como un pecador, siendo que Él era perfecto en todo; ser castigado por nuestros pecados, siendo Él inocente de toda culpa. Hermosear a Cristo de esta manera, es sacarlo de la realidad, es colocarlo sobre una pared y olvidarnos que nuestra salvación requería que Él padeciera todo el furor de Dios por nuestra infracción a la ley divina. El Cristo verdadero está vivo en el cielo desde donde ofrece, a todos los que, arrepentidos, confían en Él, la salvación y la vida eterna. “...Puede también salvar perpetuamente alos que por él se acercan a Dios” (Hebreos 7:25).
No hay palabras que si quiera se aproximen a una descripción adecuada de las glorias del cielo. Ninguna mente mortal puede comprenderlo. Pero Dios nos ha dicho suficiente al respecto como para que tengamos cada vez más añoranza de ir allá. Spurgeon dijo:
“Si no tuvieras añoranza del cielo, seguramente podrías cuestionar si el cielo te pertenece o no. Si alguna vez has gustado el gozo de los santos, como seguramente los creyentes hacen en la tierra, entonces cantarás con el alma llena:
Mi espíritu sediento desfallece,
Deseando llegar a la tierra que amo,
La herencia radiante de los santos,
La Jerusalén de arriba”.
J. Sidlow Baxter presenta una vista con diez facetas de la salvación final en las huestes incontables de pecadores salvados y transplantados en el cielo como santos glorificados:
“Delante del trono” — visión bendita
“Vestiduras blancas” — santidad sin mancha
“Palmeras” — victoria finalizada
“Le sirven” — ministerio sublime
“Él les cubre” — seguridad eterna
“Jamás tendrán hambre” — satisfacción eterna
“El sol no les fatigará” — felicidad sin fallo
“Él les pastoreará” — serenidad en Su amor
“Aguas vivas” — inmortalidad perfecta
“Toda lágrima enjugada” — gozo perfecto sin caducidad
Robert G. Lee llamó al cielo “el lugar más hermoso que la sabiduría de Dios puede concebir y el poder de Dios puede preparar”. Dio en el blanco cuando dijo:
“Un día, cuando entremos por aquellas puertas de perlas, y veamos por primera vez la hermosura asombrosa alrededor nuestro, pienso que buscaremos a Juan y diremos: “Juan, ¿por qué no nos dijiste que es tan hermoso?” Y Juan responderá: “Intenté decíroslo cuando escribí los capítulos veintiuno y veintidós del último libro de la Biblia, después de tener la visión, pero no pude”.
Cuando nuestros parientes y amigos creyentes son llevados para estar con el Señor, nos es un consuelo inexpresable saber que ellos están en el lugar del día eterno, conscientemente disfrutando la presencia del Señor y las glorias del cielo. No quisiéramos hacerles volver a este desierto de pecado y tristeza.
Para nosotros los que estamos en Cristo, ¡qué esperanza y qué perspectiva! Pronto, muy pronto, el Salvador vendrá para llevarnos a la casa del Padre que tiene muchas moradas. Nosotros también, por fin, estaremos en nuestro hogar.
del libro EL CIELO, por William MacDonald
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EL SEÑOR JESUCRISTO
EL SEÑOR JESUCRISTO
El Señor Jesucristo es el único ejemplo real y totalmente digno de seguir. Los padres deben presentarle a sus hijos en lugar de los héroes o exitosos del mundo. Los predicadores deben presentarle a sus oidores en lugar de insistir en ser seguidos ellos mismos. Los jóvenes y no tan jóvenes deben tomar compromiso con Él como su Ejemplo y Guía con todo lo que aquello implica en sus vidas, carreras, ambiciones, pasatiempos, aficiones y relaciones sociales, etc.
del libro JESUCRISTO, SEÑOR Y MAESTRO, por G. Harding Wood
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EL CRISTO DE DALÍ
Hay un óleo famoso que fue pintado en 1951 por Salvador Dalí. Se titula: “Cristo de San Juan de la Cruz”, y su ejecución fue inspirada en un dibujo hecho por un místico español, el monje carmelito Juan de Yepes, que vivió en el siglo XVI. Cualquiera que haya sido el propósito de ese hombre piadoso al hacer ese dibujo, lo cierto es que Dalí sacó de su obra una interpretación muy personal de la crucifixión. Su cuadro muestra a un Cristo crucificado, suspendido en el cielo e inclinado hacia el mundo, que está allí representado por el retrato de los dos pescadores con su red y pequeño barco. Lo que nos llama la atención es el Cristo, que no muestra ninguna señal de sufrimiento. Su cuerpo no está lacerado ni lastimado, no se ve sangre ni defecto físico alguno.No hay tensión ni fatiga en ese Cristo, quien más bien descansa sobre la cruz. Dalí mismo dice acerca de su obra: “Mi ambición estética fue completamente opuesta a todos los Cristos pintados por la mayoría de los pintores contemporáneos... Mi Cristo sería hermoso, como el Dios que Él es”. La preocupación por un Dios hermoso no permite al pintor la libertad de representar los sufrimientos de Cristo, quien en verdad es Dios. En el citado óleo, hasta la cruz es hermosa, de buena madera lustrada. El cartel que hizo burla a Su dignidad divina, queda en blanco. Si pensamos en los pescadores a la orilla del mar, como son representados por Dalí, estaríamos ante un Cristo divorciado de la realidad humana, un Cristo sin sangre, sin dolor, sin lágrimas; un Cristo demasiado bello. Muchas personas sienten emoción profunda al estudiar la obra. ¿A quién no le agrada estar en un culto religioso haciendo armonizar sus sentimientos y reflexiones con los actos solemnes allí realizados? Sin embargo, con tal actitud podemos caer en el peligro de hermosear a Cristo, reconociéndolo como un elemento más de una obra artística o de un culto religioso, sin aceptarlo como una persona histórica que aún vive. La Biblia dice de Cristo que “no hay parecer en él, ni hermosura”. El Cristo hermoso del óleo, que no vertió ni gota de sangre, ni sudó, ni derramó una sola lágrima, carece de la vida necesaria para ser el Salvador de los hombres. Por eso, vez tras vez, las Sagradas Escrituras subrayan que “Jesucristo vino en carne”, o sea que Cristo es Dios con cuerpo humano, la segunda persona de la Trinidad. Lo hizo para acercarse a la condición humana y expresar el amor de Dios en términos que pudiéramos comprender. Él sufrió en carne propia el drama de la vida común: el desengaño, el cansancio, las lágrimas, la muerte. Colgado en la cruz, lo que le desfiguró tanto fue el hecho de ser contado como un pecador, siendo que Él era perfecto en todo; ser castigado por nuestros pecados, siendo Él inocente de toda culpa. Hermosear a Cristo de esta manera, es sacarlo de la realidad, es colocarlo sobre una pared y olvidarnos que nuestra salvación requería que Él padeciera todo el furor de Dios por nuestra infracción a la ley divina. El Cristo verdadero está vivo en el cielo desde donde ofrece, a todos los que, arrepentidos, confían en Él, la salvación y la vida eterna. “...Puede también salvar perpetuamente alos que por él se acercan a Dios” (Hebreos 7:25).
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