¿A QUIÉN AYUDARÉ?
por Donald Norbie
por Donald Norbie
Acabo de recibir el correo, y como muchas veces sucede, veo una cantidad de cartas de obreros u organizaciones cristianos. Al abrir las cartas una por una, voces urgentes claman pidiendo atención y ayuda. Un movimiento estudiantil pide tu interés y ayuda. Caras patéticas y marcadas por la pobreza te miran desde otras cartas, y piden con elocuencia: “¡Dame!” Un hospital necesita ayuda; un orfanato está pasando por pruebas difíciles; un obrero nacional va a tirar la toalla a menos que le mandes una ofrenda. Cada carta tiene un mensaje conmovedor. Un programa de radio está atrasado en sus pagos mensuales, y si no mandas dinero la gente no escuchará el evangelio. La lista parece infinita.
Sin embargo, tus recursos están limitados. Amas al Señor y en lo secreto de tu corazón te has dispuesto a dar cierta proporción de tus ingresos a la obra de Dios. Ahora viene la pregunta: “¿A quién debo ofrendar? Mis ingresos tienen límite; no puedo dar a todos”.
Uno tiene que ser realista. No puede apoyar económicamente cada obra que se lleva a cabo en nombre de Cristo. Puede dar gracias a Dios por cada uno que proclama el evangelio en su sencillez, sin sentir obligación a ofrendar a todos ellos. Los motivos y métodos de estos predicadores son muchos y variados. ¿A quién debo ofrendar? ¿Cuáles son los principios que pueden guiarme a la hora de ofrendar?
En primer lugar, el cristiano debe sentir una responsabilidad prioritaria a la obra de su asamblea local de la cual él forma parte. Es la unidad básica de la comunión y el trabajo de los creyentes, y es absolutamente vital para la obra de Dios. Las Escrituras describen a la iglesia local como “columna y baluarte (soporte) de la verdad” (1 Ti. 3:15). Si esto es verdad, y estás convencido de que la asamblea donde estás en comunión es obra de Dios, entonces da lo mejor a ella, tanto en tiempo como en finanzas. Es lógico que la mayoría de lo que ofrendas irá a ella. De hecho, muchos ofrendan todo a través de ella, aun designando ofrendas a obreros por medio de la asamblea local. Aunque hay muchas formas de ofrendar, debemos recordar que el tiempo que damos al Señor o el dinero que gastamos en Su trabajo para ir de un lugar a otro, estas cosas son “extras” y no deben tomar el lugar de ofrendar en la asamblea.
¿Qué factores debes considerar para decidir qué obras vas a apoyar? En primer lugar, ¿hay principios que guían la obra que estoy considerando? ¿Son principios que gobernaban la obra de Dios en los días del Nuevo Testamento? ¿Es su meta el ver salvadas las almas perdidas y entonces congregarlas en la sencillez de la iglesia primitiva? “Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios” (1 S. 15:22). Asegúrate de que tu ofrenda va a una obra marcada por obediencia a la Palabra de Dios y que sigue el patrón del Nuevo Testamento. Hay mucho pensamiento indefinido sobre esta tema. Muchos piensan que una obra evangelística debe ser apoyada a pesar de los métodos que emplee, y cualquier iglesia que predique la Palabra es digna de nuestra colaboración. ¿Es así que Dios estima la obediencia?
¿Qué sabes del carácter moral del obrero? Se dan casos como el de un radio evangelista que fue matado en un motel por el marido de una mujer con quien él tenía relaciones ilícitas. Y muchas personas habían enviado ofrendas del dinero que sudaban para ganar, en respuesta a sus peticiones de fondos en la radio, mientras que él bebía vodka y vivía en adulterio. Todavía hay quienes hacen negocio con el evangelio (2 Co. 2:17), ¡y no sólo dan el número de su cuenta bancaria, sino que también piden los datos de las cuentas de los hermanos para tomar las ofrendas que quieran de ellos! Ofrendamos a aquellos cuyas vidas son una recomendación del evangelio.
¿La obra se lleva a cabo por fe genuina en el Dios vivo? Hoy en día tantas obras que profesan ser “por fe” no muestran más fe que Caritas o “Manos Unidas”, a menos que quieran decir fe en la generosidad de la naturaleza humana. Se considera que la publicidad es la clave del éxito en la obra cristiana. Hay competencia aguda para recibir el dinero de los creyentes. Si es un “pastor” con salario o “misionero” con una paga mensual de un equipo de apoyo, los que valoramos la vida de fe y el principio de fe en la obra de Dios debemos reservar nuestras ofrendas para los que así viven y trabajan. Si no apoyamos la obra de las asambleas neotestamentarias,¿quién lo hará?
Sin embargo, tus recursos están limitados. Amas al Señor y en lo secreto de tu corazón te has dispuesto a dar cierta proporción de tus ingresos a la obra de Dios. Ahora viene la pregunta: “¿A quién debo ofrendar? Mis ingresos tienen límite; no puedo dar a todos”.
Uno tiene que ser realista. No puede apoyar económicamente cada obra que se lleva a cabo en nombre de Cristo. Puede dar gracias a Dios por cada uno que proclama el evangelio en su sencillez, sin sentir obligación a ofrendar a todos ellos. Los motivos y métodos de estos predicadores son muchos y variados. ¿A quién debo ofrendar? ¿Cuáles son los principios que pueden guiarme a la hora de ofrendar?
En primer lugar, el cristiano debe sentir una responsabilidad prioritaria a la obra de su asamblea local de la cual él forma parte. Es la unidad básica de la comunión y el trabajo de los creyentes, y es absolutamente vital para la obra de Dios. Las Escrituras describen a la iglesia local como “columna y baluarte (soporte) de la verdad” (1 Ti. 3:15). Si esto es verdad, y estás convencido de que la asamblea donde estás en comunión es obra de Dios, entonces da lo mejor a ella, tanto en tiempo como en finanzas. Es lógico que la mayoría de lo que ofrendas irá a ella. De hecho, muchos ofrendan todo a través de ella, aun designando ofrendas a obreros por medio de la asamblea local. Aunque hay muchas formas de ofrendar, debemos recordar que el tiempo que damos al Señor o el dinero que gastamos en Su trabajo para ir de un lugar a otro, estas cosas son “extras” y no deben tomar el lugar de ofrendar en la asamblea.
¿Qué factores debes considerar para decidir qué obras vas a apoyar? En primer lugar, ¿hay principios que guían la obra que estoy considerando? ¿Son principios que gobernaban la obra de Dios en los días del Nuevo Testamento? ¿Es su meta el ver salvadas las almas perdidas y entonces congregarlas en la sencillez de la iglesia primitiva? “Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios” (1 S. 15:22). Asegúrate de que tu ofrenda va a una obra marcada por obediencia a la Palabra de Dios y que sigue el patrón del Nuevo Testamento. Hay mucho pensamiento indefinido sobre esta tema. Muchos piensan que una obra evangelística debe ser apoyada a pesar de los métodos que emplee, y cualquier iglesia que predique la Palabra es digna de nuestra colaboración. ¿Es así que Dios estima la obediencia?
¿Qué sabes del carácter moral del obrero? Se dan casos como el de un radio evangelista que fue matado en un motel por el marido de una mujer con quien él tenía relaciones ilícitas. Y muchas personas habían enviado ofrendas del dinero que sudaban para ganar, en respuesta a sus peticiones de fondos en la radio, mientras que él bebía vodka y vivía en adulterio. Todavía hay quienes hacen negocio con el evangelio (2 Co. 2:17), ¡y no sólo dan el número de su cuenta bancaria, sino que también piden los datos de las cuentas de los hermanos para tomar las ofrendas que quieran de ellos! Ofrendamos a aquellos cuyas vidas son una recomendación del evangelio.
¿La obra se lleva a cabo por fe genuina en el Dios vivo? Hoy en día tantas obras que profesan ser “por fe” no muestran más fe que Caritas o “Manos Unidas”, a menos que quieran decir fe en la generosidad de la naturaleza humana. Se considera que la publicidad es la clave del éxito en la obra cristiana. Hay competencia aguda para recibir el dinero de los creyentes. Si es un “pastor” con salario o “misionero” con una paga mensual de un equipo de apoyo, los que valoramos la vida de fe y el principio de fe en la obra de Dios debemos reservar nuestras ofrendas para los que así viven y trabajan. Si no apoyamos la obra de las asambleas neotestamentarias,¿quién lo hará?
continuará, d.v., en el siguiente número
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
LA GENEROSIDAD
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
LA GENEROSIDAD
Dios es generoso, no mezquino. Él desea que también Su pueblo sea generoso, no mezquino. Un cristiano mezquino es una contradicción, porque la mezquindad viene del egoísmo y es pecado. Nos gusta que los demás sean generosos para con nosotros, pero nos cuesta mucho ser generosos con otros. Generalmente, el pueblo de Dios peca de mezquindad en su trato con sus hermanos. Pero las Escrituras claramente enseñan que seamos generosos:
Éxodo 35:5 dice: “...todo generoso de corazón la traerá a Jehová”. Al hablar Dios de la ofrenda para el Tabernáculo, apuntó que la ofrenda es asunto del corazón (2 Co. 9:7), como lo es también la generosidad. La raíz del asunto está en el corazón.
2 Crónicas 29:31 dice: “...y todos los generosos de corazón trajeron holocaustos”. Durante el reino de Ezequías hubo avivamiento, y una de las formas de manifestarlo fue en los sacrificios presentados al Señor. Vemos la generosidad de los que trajeron holocaustos – ofrendas enteramente dedicadas al Señor – como evidencia de la obra del Espíritu de Dios en ellos.
Proverbios 11:25 dice:“El alma generosa será prosperada; y el que saciare, él también será saciado”. Entra de nuevo en nuestro interior para enseñarnos de dónde viene la generosidad. Comienza en el alma con una actitud y un deseo, y luego se manifiesta en dádivas generosas que sacian a los que tienen necesidad. Cuando vemos a los que han salido para predicar el evangelio viviendo sin tener a penas sus necesidades básicas cubiertas, sufriendo escasez de cosas básicas en lugar de ser saciados por nuestras ofrendas, debemos preguntarnos si nos gustaría vivir como les hacemos vivir a ellos. Puede que Dios castigue con escasez a personas e iglesias que no son generosas, dándoles conforme a sus obras.
Isaías 32:8 afirma:“Pero el generoso pensará generosidades, y por generosidades será exaltado”. La generosidad comienza en los pensamientos. A partir de allí se manifiesta en los hechos, según nuestras posibilidades por supuesto. ¿Qué pasaría si Dios nos diera como damos a otros?
2 Corintos 8:2 manifiesta:“...que en grande prueba de tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad”. Los pobres macedonios manifestaron “riquezas de su generosidad”. La generosidad de los pobres tal vez no sea tanta como la de los ricos, pero realmente en la historia de la obra del Señor han sido los pobres, más que los ricos, quienes la han apoyado. Los ricos suelen dar “de sus riquezas” y aún les queda – no necesitan depender del Señor porque tienen mucho más guardado. Los pobres que son como la viuda con sus dos blancas, dan mucho más y confían en el Señor para suplir sus necesidades. En cambio, hay otros que siempre se disculpan diciendo: “soy pobre”, y piensan que les toca a otros ser generosos, porque tienen más (¿los extranjeros?). Mis hermanos, esto es un error y tal vez un pecado.
2 Corintios 9:5 declara: “Por tanto, tuve por necesario exhortar a los hermanos que fuesen primero a vosotros y preparasen primero vuestra generosidad antes prometida, para que esté lista como de generosidad, y no como de exigencia nuestra”. Los corintios prometieron ayudar con una ofrenda a los pobres en Jerusalén, pero no llevaron a cabo con prontitud su promesa. Pensemos en esto, que Dios escucha nuestros promesas de ayuda a los hermanos, y Él quiere que seamos generosos, no simbólicos, en hacerlo.
2 Corintios 9:6 promete: “El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará”. Es la ley de la siembra y la cosecha. Si somos escasos, no generosos, en la ofrenda, echando cualquier monedita allí en lugar de preparar y traer una ofrenda generosa como sacrificio a Dios, pués Él lo tendrá en cuenta luego con nosotros.
1 Timoteo 6:18 instruye: “Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos”. Es una exhortación muy necesaria a los ricos. Suelen amar a sus riquezas y desear siempre tenerlas. Entonces cuando ofrendan, dan una parte que ellos no necesitan, sin la que realmente pueden vivir bien. Aunque los demás consideren esa ofrenda de mucha ayuda, Dios ve cuánto les queda en sus cuentas y sabe que no han sido generosos según sus posibilidades. Ricos en buenas obras significa muchas buenas obras. "Dadivosos" significa muchas dádivas, continuamente como práctica y norma de su vida, y "generosos" significa que den de acuerdo con sus posiblidades que son mayores que las de los demás. Esto es el uso correcto de los bienes, para el Señor en el tiempo presente, y no haciendo tesoros en la tierra (Mt. 6:19-21). Y recordemos: "Dios ama al dador alegre".
En estos textos vemos claramente lo que Dios quiere de Su pueblo. Hermanos, debemos arrepentirnos de la mezquindad, confesarla como pecado, y ser imitadores del Dios generoso.El profeta Malaquías enseña que Dios no puede bendecir al pueblo tacaño y mezquino que no le honra con sus ofrendas. Él es Dios grande, y nuestras ofrendas deben reflejar que apreciamos esto. Proverbios 3:9 nos llama a honrarle con las primicias de todo. Nuestro Señor en Lucas 6:38 mandó así: “Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir”. Si personalmente no hemos sido generosos con el Señor, debemos postrarnos arrepentidos y confesar nuestro egoísmo, mezquindad, falta de fe y amor al dinero.Si como iglesia no hemos hecho bien, tal vez sería bueno que hubiera una reunión de arrepentimiento, confesando y apartándonos de este pecado, y presentando al Señor ofrendas generosas. No pongamos más excusas ni demos explicaciones justificándonos. Si somos de la familia de Dios, y Su Espíritu opera en nosotros, seamos generosos, como nuestro Padre celestial. "Más bienaventurado es dar que recibir".
Éxodo 35:5 dice: “...todo generoso de corazón la traerá a Jehová”. Al hablar Dios de la ofrenda para el Tabernáculo, apuntó que la ofrenda es asunto del corazón (2 Co. 9:7), como lo es también la generosidad. La raíz del asunto está en el corazón.
2 Crónicas 29:31 dice: “...y todos los generosos de corazón trajeron holocaustos”. Durante el reino de Ezequías hubo avivamiento, y una de las formas de manifestarlo fue en los sacrificios presentados al Señor. Vemos la generosidad de los que trajeron holocaustos – ofrendas enteramente dedicadas al Señor – como evidencia de la obra del Espíritu de Dios en ellos.
Proverbios 11:25 dice:“El alma generosa será prosperada; y el que saciare, él también será saciado”. Entra de nuevo en nuestro interior para enseñarnos de dónde viene la generosidad. Comienza en el alma con una actitud y un deseo, y luego se manifiesta en dádivas generosas que sacian a los que tienen necesidad. Cuando vemos a los que han salido para predicar el evangelio viviendo sin tener a penas sus necesidades básicas cubiertas, sufriendo escasez de cosas básicas en lugar de ser saciados por nuestras ofrendas, debemos preguntarnos si nos gustaría vivir como les hacemos vivir a ellos. Puede que Dios castigue con escasez a personas e iglesias que no son generosas, dándoles conforme a sus obras.
Isaías 32:8 afirma:“Pero el generoso pensará generosidades, y por generosidades será exaltado”. La generosidad comienza en los pensamientos. A partir de allí se manifiesta en los hechos, según nuestras posibilidades por supuesto. ¿Qué pasaría si Dios nos diera como damos a otros?
2 Corintos 8:2 manifiesta:“...que en grande prueba de tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad”. Los pobres macedonios manifestaron “riquezas de su generosidad”. La generosidad de los pobres tal vez no sea tanta como la de los ricos, pero realmente en la historia de la obra del Señor han sido los pobres, más que los ricos, quienes la han apoyado. Los ricos suelen dar “de sus riquezas” y aún les queda – no necesitan depender del Señor porque tienen mucho más guardado. Los pobres que son como la viuda con sus dos blancas, dan mucho más y confían en el Señor para suplir sus necesidades. En cambio, hay otros que siempre se disculpan diciendo: “soy pobre”, y piensan que les toca a otros ser generosos, porque tienen más (¿los extranjeros?). Mis hermanos, esto es un error y tal vez un pecado.
2 Corintios 9:5 declara: “Por tanto, tuve por necesario exhortar a los hermanos que fuesen primero a vosotros y preparasen primero vuestra generosidad antes prometida, para que esté lista como de generosidad, y no como de exigencia nuestra”. Los corintios prometieron ayudar con una ofrenda a los pobres en Jerusalén, pero no llevaron a cabo con prontitud su promesa. Pensemos en esto, que Dios escucha nuestros promesas de ayuda a los hermanos, y Él quiere que seamos generosos, no simbólicos, en hacerlo.
2 Corintios 9:6 promete: “El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará”. Es la ley de la siembra y la cosecha. Si somos escasos, no generosos, en la ofrenda, echando cualquier monedita allí en lugar de preparar y traer una ofrenda generosa como sacrificio a Dios, pués Él lo tendrá en cuenta luego con nosotros.
1 Timoteo 6:18 instruye: “Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos”. Es una exhortación muy necesaria a los ricos. Suelen amar a sus riquezas y desear siempre tenerlas. Entonces cuando ofrendan, dan una parte que ellos no necesitan, sin la que realmente pueden vivir bien. Aunque los demás consideren esa ofrenda de mucha ayuda, Dios ve cuánto les queda en sus cuentas y sabe que no han sido generosos según sus posibilidades. Ricos en buenas obras significa muchas buenas obras. "Dadivosos" significa muchas dádivas, continuamente como práctica y norma de su vida, y "generosos" significa que den de acuerdo con sus posiblidades que son mayores que las de los demás. Esto es el uso correcto de los bienes, para el Señor en el tiempo presente, y no haciendo tesoros en la tierra (Mt. 6:19-21). Y recordemos: "Dios ama al dador alegre".
En estos textos vemos claramente lo que Dios quiere de Su pueblo. Hermanos, debemos arrepentirnos de la mezquindad, confesarla como pecado, y ser imitadores del Dios generoso.El profeta Malaquías enseña que Dios no puede bendecir al pueblo tacaño y mezquino que no le honra con sus ofrendas. Él es Dios grande, y nuestras ofrendas deben reflejar que apreciamos esto. Proverbios 3:9 nos llama a honrarle con las primicias de todo. Nuestro Señor en Lucas 6:38 mandó así: “Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir”. Si personalmente no hemos sido generosos con el Señor, debemos postrarnos arrepentidos y confesar nuestro egoísmo, mezquindad, falta de fe y amor al dinero.Si como iglesia no hemos hecho bien, tal vez sería bueno que hubiera una reunión de arrepentimiento, confesando y apartándonos de este pecado, y presentando al Señor ofrendas generosas. No pongamos más excusas ni demos explicaciones justificándonos. Si somos de la familia de Dios, y Su Espíritu opera en nosotros, seamos generosos, como nuestro Padre celestial. "Más bienaventurado es dar que recibir".
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
Cuesta creerlo y entenderlo, pero hay asambleas en ciertas regiones que dan la diestra de comunión a hermanos para que salgan a hacer obra pionera, y luego no los apoyan. Algunos se disculpan alegando que técnicamente no son obreros porque no han sido encomendados. ¿Por eso son abandonados? De estos hermanos que han salido poniéndose en la brecha, hay quienes pasan grandes apuros; hablamos de necesidades básicas. Están casi desamparados por las iglesias de donde salieron, y a nadie le gustaría vivir como algunos de ellos viven por causa del evangelio. Gracias a Dios por los sacrificios vivos de ellos, pero, no está justificada la falta de apoyo hacia ellos. No es siempre por falta de recursos, sino a veces por neglilencia y descuido. 1 Corintios 9:7-10 dice: "¿Quién fue jamás soldado a sus propias expensas? ¿Quién planta viña y no come de su fruto? ¿O quién apacienta el rebaño y no toma de la leche del rebaño? ¿Digo esto sólo como hombre? ¿No dice esto también la ley? Porque en la ley de Moisés está escrito: No pondrás bozal al buey que trilla. ¿Tiene Dios cuidado de los bueyes, o lo dice enteramente por nosotros? Pues por nosotros se escribió..." Pero en nuestros tiempos hay asambleas que obligan a hermanos servir a sus propias expensas, y esto no es correcto. Son culpables de poner bozal al buey que trilla, y de esto deberían arrepentirse. En 1 Juan 3:16-18 leemos: "En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad". El que no obedece esta clara instrucción del Señor está pecando y contristando al Señor. 3 Juan 6-8 dice: "...harás bien en encaminarlos como es digno de su servicio a Dios, para que continúen su viaje. Porque ellos salieron por amor del nombre de Él, sin aceptar nada de los gentiles. Nosotros, pues, debemos acoger a tales personas, para que cooperemos con la verdad". Permíteme preguntar: ¿Qué haces tú, querido lector, y qué hace tu asamblea, para apoyar y ayudar a los que han salido para predicar y enseñar la Palabra de Dios? ¿Cooperáis con la verdad, o dejáis desamparados a vuestros hermanos que están en la brecha sirviendo al Señor? No lo digo por mí, ni muchísimo menos, sino por ELLOS.
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
La Soberanía de Jesucristo el Redentor
del libro: THE NEW SOVEREIGNTY ("La Nueva Soberanía"), capítulo 4,
por Reginald Wallis, traducido por Emily Knott de González
La Soberanía de Jesucristo el Redentor
El Espíritu Santo también enfatiza el señorío de Cristo en relación con el sacrificio de eterna redención en el Calvario. En la cruz, le vemos cumpliendo el gran objetivo por el cual vino al mundo. Afrontando de una vez por todas el problema del pecado, logró un grandioso triunfo sobre el príncipe de la muerte. Muchos textos de la Escritura dan testimonio inequívoco de Su soberanía. ¿Quién es esta gloriosa Persona que pende de una cruz romana, cubierta de vergüenza e ignominia, sufriendo tortura indecible de cuerpo y espíritu? Es “CRISTO... [el Ungido] el que murió” (Ro. 8:34). Fue mucho más que un fallecimiento común, más que la simple muerte de una persona maravillosa llamada Jesús. Fue “la muerte del SEÑOR” (1 Co. 11:26). Fue el Dios Hombre el que descendió a los terribles abismos de la cruz.
No fue una cruz cualquiera. Muchos criminales han sufrido muertes ignominiosas. Pero esta cruz es única, y su gloria sin par brilla en el hecho de que la Persona que pendió de ella fue el soberano Señor. Fue “la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Gá. 6:14). Gracias a la gloria y soberanía sin igual de Aquel que llevó la cruz, el monte fuera de la ciudad ha sido un lugar de encuentro a través de las edades para multitudes de cada región, color y nación. Es sólo aquí donde el Dios Santo puede reunirse con los pecadores. A este lugar sagrado se han dirigido muchos pies manchados por el pecado, cargados y cansados del peregrinaje de la vida, para reemprender su viaje con corazones ligeros y rostros iluminados. ¿Y por qué? Porque es el lugar del perdón, la paz y la limpieza. Es el lugar “donde también nuestro Señor fue crucificado” (Ap. 11:8). Fue en el momento de Su humillación extrema, cuando parecía que Su muerte sería el jaque mate del diablo, que incluso Sus enemigos se vieron obligados a reconocer Su soberanía. “Verdaderamente éste era Hijo de Dios” (Mt. 27:54). No le quitaron la vida al soberano Señor (Jn. 10:18) – Él mismo escogió darla.
Es maravillosa la estrategia divina que arranca de Sus antagonistas la verdad, expresada en el título colgado sobre Su cabeza: “ESTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS” (Lc. 23: 38). Cuando los principales sacerdotes reconvinieron a Pilato por esa afirmación incondicional, su respuesta puso fin al asunto: “Lo que he escrito, he escrito”. Antes, Pilato había preguntado: “¿Qué es verdad?” ¡Ahora la estaba declarando!
Pero los que visitan este lugar para mirar al Crucificado, después de inclinar sus cabezas en asombro reverencial, ven que la cruz está vacía. Su humanidad inmaculada y deidad reconocida han proclamado Su soberanía sobre la muerte, y en la gloriosa mañana de la resurrección tanto la cruz como la tumba estaban desiertas.
¿Quién despedazó las rejas de la muerte, y venció para siempre la tumba? ¡Cuántos textos del registro apostólico irrumpen en nuestra memoria! Tendremos ocasión más tarde de hacer referencia al testimonio de Pedro en el día de Pentecostés. “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho SEÑOR Y CRISTO” (Hch. 2:36). Quien resucitó de los muertos es EL SEÑOR. “Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús” (Hch. 4:33). Él ascendió en triunfo glorioso al trono del Padre, fue hecho el centro de admiración y adoración del cielo, y divinamente nombrado como “CABEZA sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo” (Ef. 1:22-23).
Sí, ¡Él es Señor! El mayor que David derrotó al mayor que Goliat, y por Su muerte destruyó “al que tenía el imperio de la muerte” (He. 2:14). A lo largo de este programa invencible, desde el humilde pesebre hasta la conquista majestuosa, Él nunca dejó de establecer la gloria divina de Su Persona.
Entonces, hecha la obra de la expiación, el Espíritu Santo procede a establecer la supremacía del Señor resucitado mediante la constitución de un doble Reino. La soberanía recuperada ha de encontrar digna expresión a través del tiempo y de la eternidad. Durante esta era de la gracia, el Reino puede definirse como un misterio, puesto que Dios está tomando del mundo un “pueblo para su nombre” (Hch. 15:14). El señorío de Cristo se manifiesta ahora por medio del Espíritu Santo en un organismo espiritual llamado la Iglesia, como también en el corazón de cada creyente incorporado a esa Iglesia por la regeneración (Ef. 4:4-6). “Para nosotros,” dice el apóstol: “hay..UN SEÑOR, Jesucristo” (1 Co. 8:6).
Dada la naturaleza de esta cuestión, el Hijo de Dios ha de venir otra vez, manifestando así incluso más Su soberanía por medio de la liberación de Su pueblo, la transformación de lo mortal a lo inmortal, y lo corruptible a lo incorruptible. Tal como ilustró Su soberanía sobre la muerte ante la tumba de Lázaro, volverá para dar un grito de victoria universal: “SAL FUERA”. Los muertos serán resucitados y los vivos serán transformados. ¿A quién, entonces, esperamos? Volvamos a observar el testimonio del Espíritu Santo respecto a Su soberanía. Mientras que sea “este mismo Jesús” – el Hombre de Galilea y del Calvario – aquel que vendrá otra vez, el evento glorioso será nada menos que “la venida del SEÑOR” (Stg. 5:7). Él es “el bienaventurado y solo Soberano, REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES” (1 Ti. 6:15). (Léanse también Fil. 3:20, 4:5; 1 Ts. 4:15-17; Jud. 14; Ap. 22:20.) Es el mismo que “en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES” (Ap. 19:16). La oración a la que la Iglesia hace eco es: “Amén; sí, ven, Señor Jesús” (Ap. 22:20).
No fue una cruz cualquiera. Muchos criminales han sufrido muertes ignominiosas. Pero esta cruz es única, y su gloria sin par brilla en el hecho de que la Persona que pendió de ella fue el soberano Señor. Fue “la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Gá. 6:14). Gracias a la gloria y soberanía sin igual de Aquel que llevó la cruz, el monte fuera de la ciudad ha sido un lugar de encuentro a través de las edades para multitudes de cada región, color y nación. Es sólo aquí donde el Dios Santo puede reunirse con los pecadores. A este lugar sagrado se han dirigido muchos pies manchados por el pecado, cargados y cansados del peregrinaje de la vida, para reemprender su viaje con corazones ligeros y rostros iluminados. ¿Y por qué? Porque es el lugar del perdón, la paz y la limpieza. Es el lugar “donde también nuestro Señor fue crucificado” (Ap. 11:8). Fue en el momento de Su humillación extrema, cuando parecía que Su muerte sería el jaque mate del diablo, que incluso Sus enemigos se vieron obligados a reconocer Su soberanía. “Verdaderamente éste era Hijo de Dios” (Mt. 27:54). No le quitaron la vida al soberano Señor (Jn. 10:18) – Él mismo escogió darla.
Es maravillosa la estrategia divina que arranca de Sus antagonistas la verdad, expresada en el título colgado sobre Su cabeza: “ESTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS” (Lc. 23: 38). Cuando los principales sacerdotes reconvinieron a Pilato por esa afirmación incondicional, su respuesta puso fin al asunto: “Lo que he escrito, he escrito”. Antes, Pilato había preguntado: “¿Qué es verdad?” ¡Ahora la estaba declarando!
Pero los que visitan este lugar para mirar al Crucificado, después de inclinar sus cabezas en asombro reverencial, ven que la cruz está vacía. Su humanidad inmaculada y deidad reconocida han proclamado Su soberanía sobre la muerte, y en la gloriosa mañana de la resurrección tanto la cruz como la tumba estaban desiertas.
¿Quién despedazó las rejas de la muerte, y venció para siempre la tumba? ¡Cuántos textos del registro apostólico irrumpen en nuestra memoria! Tendremos ocasión más tarde de hacer referencia al testimonio de Pedro en el día de Pentecostés. “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho SEÑOR Y CRISTO” (Hch. 2:36). Quien resucitó de los muertos es EL SEÑOR. “Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús” (Hch. 4:33). Él ascendió en triunfo glorioso al trono del Padre, fue hecho el centro de admiración y adoración del cielo, y divinamente nombrado como “CABEZA sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo” (Ef. 1:22-23).
Sí, ¡Él es Señor! El mayor que David derrotó al mayor que Goliat, y por Su muerte destruyó “al que tenía el imperio de la muerte” (He. 2:14). A lo largo de este programa invencible, desde el humilde pesebre hasta la conquista majestuosa, Él nunca dejó de establecer la gloria divina de Su Persona.
Entonces, hecha la obra de la expiación, el Espíritu Santo procede a establecer la supremacía del Señor resucitado mediante la constitución de un doble Reino. La soberanía recuperada ha de encontrar digna expresión a través del tiempo y de la eternidad. Durante esta era de la gracia, el Reino puede definirse como un misterio, puesto que Dios está tomando del mundo un “pueblo para su nombre” (Hch. 15:14). El señorío de Cristo se manifiesta ahora por medio del Espíritu Santo en un organismo espiritual llamado la Iglesia, como también en el corazón de cada creyente incorporado a esa Iglesia por la regeneración (Ef. 4:4-6). “Para nosotros,” dice el apóstol: “hay..UN SEÑOR, Jesucristo” (1 Co. 8:6).
Dada la naturaleza de esta cuestión, el Hijo de Dios ha de venir otra vez, manifestando así incluso más Su soberanía por medio de la liberación de Su pueblo, la transformación de lo mortal a lo inmortal, y lo corruptible a lo incorruptible. Tal como ilustró Su soberanía sobre la muerte ante la tumba de Lázaro, volverá para dar un grito de victoria universal: “SAL FUERA”. Los muertos serán resucitados y los vivos serán transformados. ¿A quién, entonces, esperamos? Volvamos a observar el testimonio del Espíritu Santo respecto a Su soberanía. Mientras que sea “este mismo Jesús” – el Hombre de Galilea y del Calvario – aquel que vendrá otra vez, el evento glorioso será nada menos que “la venida del SEÑOR” (Stg. 5:7). Él es “el bienaventurado y solo Soberano, REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES” (1 Ti. 6:15). (Léanse también Fil. 3:20, 4:5; 1 Ts. 4:15-17; Jud. 14; Ap. 22:20.) Es el mismo que “en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES” (Ap. 19:16). La oración a la que la Iglesia hace eco es: “Amén; sí, ven, Señor Jesús” (Ap. 22:20).
del libro: THE NEW SOVEREIGNTY ("La Nueva Soberanía"), capítulo 4,
por Reginald Wallis, traducido por Emily Knott de González
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
Dios Dará La Recompensa
Texto: Efesios 6:7-8
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -Dios Dará La Recompensa
Texto: Efesios 6:7-8
El buen servicio es importante para el Señor. “Sirviendo de buena voluntad” habla no sólo de nuestro servicio sino también de la actitud con la que servimos. La buena voluntad es la disposición a servir, el deseo, el ánimo, la atención a la calidad del servicio y el interés sincero en agradar a aquel que es servido. En el último análisis, servimos al Señor, y con esto cualquiera debe tener suficiente motivación. Servimos al Señor en cosas sencillas como nuestros tareas cotidianas, y le servimos cuando asistimos a las reuniones con los hermanos para la alabanza, la oración y el estudio de Su Palabra. Le servimos cuando testificamos, y cuando dedicamos tiempo diariamente a la lectura de Su Palabra y la oración privada. Además de esto, surgen oportunidades para servir al Señor todos los días, en nuestro roce con los demás en el curso de la vida. Nos gustaría ver en seguida la recompensa, pero no siempre es así.
Se cuenta de un pobre hombre campesino que un día caminaba en el campo oyó voces pidiendo socorro, y rescató a un joven, salvándole la vida. Resulta que el padre del joven era un nombre rico, un noble, que vino a expresar su gratitud y a recompensarle. Pero aquel campesino dijo que no hacía falta ninuna recompensa ya que sólo había cumplida con su deber, lo que cualquiera hubiera hecho. Entonces el noble ofreció costear la educación del hijo del campesino, y éste aceptó. Su hijo, gracias a esta recompensa, llegó a cursar estudios universitarios y se hizo médico. Luego en sus investigaciones descubrió una medicina que salvó muchas vidas. Así que, sea parábola o historia verídica, esto ilustra la ley de la recompensa, de la siembra y la cosecha.
No hay nada que hagamos sirviendo de buena voluntad que quede sin recompensa. La ley de la siembre y la cosecha funciona, pero no siempre da fruto instantáneamente. No obstante, aunque tarde en venir, la recompensa llegará, porque Dios lo promete. El versículo 8 promete: “el bien que cada uno hiciere, ése recibirá del Señor”. No siempre vamos a recoger de donde hemos sembrado, pero el Señor asegura que recogeremos, y Su promesa no falla.
Hebreos 6:10 dice que “Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los santos y sirviéndoles aún”. Como creyentes servimos al Señor sirviendo a los santos. Y hermanos, tenemos tantas oportunidades todos los días, que nadie tiene excusa para ir al cielo con las manos vacías. Quitemos nuestros ojos de nosotros mismos y miremos alrededor las oportunidades que todos los días tenemos.
Lucas 6:38 exhorta: “Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir”. También está hablando de la recompensa. Dios dice que “con la misma medida” nos recompensará, y esto debe hacernos pensar. Es una promesa y también una advertencia. Si somos parcos y mezquinos, entonces en la misma manera que hemos dado o rehusado, nos volverán a medir. ¡Cuidado! Es una lección que nos urge aprender, pero aparentemente hay quienes no lo creen o no lo quieren aprender. Dios nos manda ser generosos y dar con buena medida. “Dad, y se os dará”.
Habrá reconocimiento y recompensa en el cielo. El que siembra abundantemente va a recibir de la misma manera. 2 Corintios 9:6-11 lo asegura. El versículo 6 afirma: “El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará”. No podemos sembrar un grano de trigo y luego esperar cosechar todo un campo de trigo. Ni podemos ofrendar de forma “simbólica” y esperar gran recompensa. Dios es generoso y quiere que Su pueblo también lo sea. En el versículo 7 aprendemos que Dios ama al dador alegre. Esto sigue la idea de Efesios 6:7, de la "buena voluntad”. En el versículo 8 habla de abundar para toda buena obra. Los versículos 9-10 prometen que Dios proveerá y multiplicará el fruto si sembramos así. El versículo 11 habla de “liberalidad” y asegura que las ofrendas que son así producirán acciones de gracias. La recompensa será como el servicio, y una de las maneras de servir a Dios es con nuestras ofrendas.
Es cierto que va a redundar si hacemos lo que Dios dice. Gálatas 6:9-10 nos instruye: “No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos. Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe”. No nos cansemos de hacer bien, ni de servir bien. Aprovechemos las oportunidades que tenemos. “A todos” dice, y aunque no lo agradecen los del mundo, Dios sí, y en el cielo nos recompensará. Los hombres olvidan, pero Dios nunca lo hace. Y termina diciendo: “mayormente a los de la familia de la fe”. Porque la casa del Señor debe tener gran prioridad en nuestro servicio, incluso en nuestras ofrendas. Ser tacaños con nuestros hermanos es una señal de problemas de corazón. Que el Señor nos ayude a recordar que en nuestro servicio le estamos sirviendo a Él, para que lo hagamos de buena manera y de buena voluntad. Él nos ayudará, si tomamos este compromiso. Que así sea para Su gloria. Amén.
Se cuenta de un pobre hombre campesino que un día caminaba en el campo oyó voces pidiendo socorro, y rescató a un joven, salvándole la vida. Resulta que el padre del joven era un nombre rico, un noble, que vino a expresar su gratitud y a recompensarle. Pero aquel campesino dijo que no hacía falta ninuna recompensa ya que sólo había cumplida con su deber, lo que cualquiera hubiera hecho. Entonces el noble ofreció costear la educación del hijo del campesino, y éste aceptó. Su hijo, gracias a esta recompensa, llegó a cursar estudios universitarios y se hizo médico. Luego en sus investigaciones descubrió una medicina que salvó muchas vidas. Así que, sea parábola o historia verídica, esto ilustra la ley de la recompensa, de la siembra y la cosecha.
No hay nada que hagamos sirviendo de buena voluntad que quede sin recompensa. La ley de la siembre y la cosecha funciona, pero no siempre da fruto instantáneamente. No obstante, aunque tarde en venir, la recompensa llegará, porque Dios lo promete. El versículo 8 promete: “el bien que cada uno hiciere, ése recibirá del Señor”. No siempre vamos a recoger de donde hemos sembrado, pero el Señor asegura que recogeremos, y Su promesa no falla.
Hebreos 6:10 dice que “Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los santos y sirviéndoles aún”. Como creyentes servimos al Señor sirviendo a los santos. Y hermanos, tenemos tantas oportunidades todos los días, que nadie tiene excusa para ir al cielo con las manos vacías. Quitemos nuestros ojos de nosotros mismos y miremos alrededor las oportunidades que todos los días tenemos.
Lucas 6:38 exhorta: “Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir”. También está hablando de la recompensa. Dios dice que “con la misma medida” nos recompensará, y esto debe hacernos pensar. Es una promesa y también una advertencia. Si somos parcos y mezquinos, entonces en la misma manera que hemos dado o rehusado, nos volverán a medir. ¡Cuidado! Es una lección que nos urge aprender, pero aparentemente hay quienes no lo creen o no lo quieren aprender. Dios nos manda ser generosos y dar con buena medida. “Dad, y se os dará”.
Habrá reconocimiento y recompensa en el cielo. El que siembra abundantemente va a recibir de la misma manera. 2 Corintios 9:6-11 lo asegura. El versículo 6 afirma: “El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará”. No podemos sembrar un grano de trigo y luego esperar cosechar todo un campo de trigo. Ni podemos ofrendar de forma “simbólica” y esperar gran recompensa. Dios es generoso y quiere que Su pueblo también lo sea. En el versículo 7 aprendemos que Dios ama al dador alegre. Esto sigue la idea de Efesios 6:7, de la "buena voluntad”. En el versículo 8 habla de abundar para toda buena obra. Los versículos 9-10 prometen que Dios proveerá y multiplicará el fruto si sembramos así. El versículo 11 habla de “liberalidad” y asegura que las ofrendas que son así producirán acciones de gracias. La recompensa será como el servicio, y una de las maneras de servir a Dios es con nuestras ofrendas.
Es cierto que va a redundar si hacemos lo que Dios dice. Gálatas 6:9-10 nos instruye: “No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos. Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe”. No nos cansemos de hacer bien, ni de servir bien. Aprovechemos las oportunidades que tenemos. “A todos” dice, y aunque no lo agradecen los del mundo, Dios sí, y en el cielo nos recompensará. Los hombres olvidan, pero Dios nunca lo hace. Y termina diciendo: “mayormente a los de la familia de la fe”. Porque la casa del Señor debe tener gran prioridad en nuestro servicio, incluso en nuestras ofrendas. Ser tacaños con nuestros hermanos es una señal de problemas de corazón. Que el Señor nos ayude a recordar que en nuestro servicio le estamos sirviendo a Él, para que lo hagamos de buena manera y de buena voluntad. Él nos ayudará, si tomamos este compromiso. Que así sea para Su gloria. Amén.
de un estudio dado por Lucas Batalla, el 25 de febrero, 2010
No hay comentarios:
Publicar un comentario