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sábado, 6 de febrero de 2010

EN ESTO PENSAD -- FEBRERO 2010

LA FILOSOFÍA Y EL INTELECTUALISMO
William MacDonald

“Tened cuidado, que nadie estropee vuestra fe con intelectualismo o locuras grandilocuentes. ¡Éstas están fundadas en las ideas que tienen los hombres acerca de la naturaleza del mundo y no toman en cuenta a Cristo!” (Col. 2:8 parafraseado por Phillips).

La palabra griega que Phillips traduce como “intelectualismo” es la misma de la que proviene la palabra “filosofía”. Básicamente significa amor por la sabiduría, pero más tarde adquirió otro significado, es decir, la búsqueda de la realidad y el propósito de la vida.
La mayoría de los filósofos se expresan en un lenguaje complicado y grandilocuente. Sus palabras, incomprensibles para una persona normal; apelan a aquellos que les gusta emplear su poder intelectual para revestir las especulaciones humanas con palabras difíciles de entender.
Francamente, las filosofías humanas no sirven de mucho. Phillips se refiere a ellas como “intelectualismo y locuras grandilocuentes”. Están basadas en las ideas que tienen los hombres acerca de la naturaleza de las cosas, y ellos no hacen caso de Cristo. Se cita al famoso filósofo Bertrand Russell, que decía al final de su vida: “La filosofía ha demostrado ser un fracaso para mí”.
Al cristiano sabio no se le puede engañar con las locuras grandilocuentes del seudo intelectualismo de este mundo. Se niega a inclinarse ante el altar de la sabiduría humana. Por el contrario, sabe bien que todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento se encuentran en Cristo. Así que, pone a prueba todas las filosofías humanas por medio de la Palabra de Dios y como resultado, las rechaza porque ve que se oponen a las Escrituras.
No cambia de parecer cuando los filósofos salen en primera plana con algún nuevo ataque contra la fe cristiana. Es suficientemente maduro para juzgar y percatarse de que no puede esperar nada mejor de ellos.
No se siente inferior por no poder conversar con los filósofos utilizando palabras de muchas sílabas o seguirles en sus razonamientos complicados. Se siente desconfiado ante la incapacidad de ellos para dar a conocer su mensaje con sencillez y se regocija de que el evangelio puede entenderlo el hombre común, por ignorante que éste sea.
Detecta en los filósofos la trampa de la serpiente: “...seréis como Dios” (Gn. 3:5). El hombre es tentado a exaltar su mente y sus poderes intelectuales por encima de la mente de Dios. Pero el cristiano sabio rechaza la mentira del diablo. Derriba argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios (2 Co. 10:5).
de su libro DE DÍA EN DÍA, Editorial CLIE

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AVISO: "MIRAD LO QUE OÍS" (Mr. 4:24)

El Señor Jesús nos amonesta a que seamos cuidadosos con lo que oímos. Somos responsables de controlar lo que entra a través de la puerta del oído, así como de emplear lo que escuchamos como es debido.
No debemos dar oído a lo que es manifiestamente falso. Las sectas están vomitando su propaganda en volumen sin precedente. Siempre están buscando a alguien que esté dispuesto a escuchar. Juan dice que no debemos recibir en nuestra casa a los sectarios, ni siquiera saludarles, porque están contra Cristo.
No debemos escuchar lo que es engañosamente subversivo. Los jóvenes en colegios, universidades y seminarios están expuestos cada día a una andanada de comentarios que ponen en duda y niegan la Palabra de Dios. Escuchan explicaciones poco convincentes de los milagros y deforman el sentido simple de la Escritura. Se esfuerzan en minimizar la persona del Señor con alabanzas descoloridas. Aun si no logran destruir la fe del estudiante, sí desfiguran su pensamiento. Es imposible escuchar enseñanza subversiva y no ser afectado por ella. “¿Tomará el hombre fuego en su seno, sin que sus vestidos ardan? ¿Andará el hombre sobre brasas sin que sus pies se quemen?” (Pr. 6:27-28). La respuesta es obvia: “No”.
No debemos escuchar lo que es impuro o indecente. En la sociedad de hoy, la peor forma de contaminación es la de la mente. La palabra “inmundicia” es la que describe mejor a la mayoría de los periódicos, revistas, libros, programas de radio, televisión, películas de cine y conversaciones. Al estar constantemente expuesto a esto, el cristiano corre el riesgo de perder el sentido de la enorme maldad del pecado. ¡Y éste no es el único peligro! Cuando escuchamos historias viles y provocativas, éstas regresan una y otra vez para atormentarnos en nuestros momentos más santos.
No debemos llenar nuestras mentes con baratijas y cosas indignas o frívolas. La vida es demasiado breve y la tarea demasiado urgente como para entregarnos a estas cosas. “En un mundo como el nuestro, todos debemos ser celosos”.
Viéndolo de manera positiva, debemos ser cuidadosos para oír la Palabra de Dios. Cuanto más nos saturemos de ella y obedezcamos sus sagrados preceptos, más pensaremos según los pensamientos de Dios, más seremos transformados a la imagen de Cristo, y estaremos más alejados de la contaminación moral de nuestro medio ambiente.

William MacDonald, de su libro DE DÍA EN DÍA, Editorial CLIE

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¿A ESTO LO LLAMAS SABIDURÍA?

Pensemos ahora en la sabiduría del mundo, contrastándola con la sabiduría de nuestro Rey y Su reino. Por su propia sabiduría, el hombre nunca puede llegar a conocer a Dios. Piensa que la predicación del evangelio es una verdadera locura, pero Dios en Su sabiduría lo usa para salvar a los que creen (1 Co. 1:21). El hombre jamás escogería cosas necias, débiles, viles, menospreciadas o insignificantes para realizar sus propósitos. Pero Dios las ha escogido así, y con ellas avergüenza a lo sabio y a lo fuerte, reduciendo el tamaño de aquellos a los que el mundo considera grandes (1 Co. 1:27-28).
De éstas y otras maneras, Él enloquece la sabiduría del mundo. No es de extrañar que Pablo dijese: “la sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios; pues escrito está: Él prende a los sabios en la astucia de ellos” (1 Co. 3:19). Y la afirmación de Traill es también muy fuerte; él dijo: “La sabiduría fuera de Cristo es locura fatal”.
La locura más grande del mundo es la manera en la que rechaza la Palabra de Dios. Esto le priva de una autoridad infalible y le obliga a ir a la deriva en un mar de opiniones humanas. No nos confundamos: el hombre, o acepta la verdad de Dios o acepta la opinión humana. Y si se inclina por la opinión, surge la pregunta: “¿Cuál es la opinión correcta?” Son las ideas de uno en contra de las de otro. Suelen ser las opiniones vocales las que más arrastran, por muy incoherentes o extravagantes que sean.
El cristiano tiene un fundamento firme: la Palabra de Dios. Tiene un criterio absoluto para juzgar las palabras, los pensamientos y los hechos. Examina todo a la luz de las Sagradas Escrituras. Las opiniones humanas pueden oscilar, pero la ley de Dios no.
Con la Biblia, existen absolutos. Hay cosas que están bien y cosas que están mal. Pero al rechazar la Biblia, todo es relativo; y así no se puede calificar algo como malo. Emborracharse y drogarse puede ser un problema genético o nada más que una enfermedad. La homosexualidad es un estilo de vida aceptable. La fornicación está bien mientras se haga en amor. La vida humana es sagrada excepto en lo tocante al aborto. La disciplina de los niños es tabú. El matrimonio no es más que un papel legal que se puede romper por cualquier causa. La puerta está abierta de par en par invitando al feminismo, la seducción psicológica, el humanismo, el misticismo oriental, el ocultismo y la idolatría. Lo que importa es la opinión que tenga la gente acerca de estas cosas.
El mundo exalta al hombre y a su intelecto. El creyente exalta la Palabra de Dios, y sabe que el principio de la sabiduría es el temor de Dios (Sal. 111:10). El mundo calcula la riqueza según la abundancia de sus posesiones. El creyente la calcula según sus pocas necesidades. El rico necio acumula cosas materiales. El cristiano sabio lo deja todo por Cristo. El mundano hace tesoros en la tierra, el discípulo los hace en el cielo.
Dios considera necedad la sabiduría del mundo. Lo insensato de Dios es más sabio que los hombres.
No obstante, el Señor Jesús pronunció la sorprendente declaración de que hay un aspecto en que: “los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de luz” (Lc. 16:8). Los incrédulos hacen provisión para el futuro; el futuro, en lo que a ellos respecta, está aquí en la tierra. Los hijos de luz no hacen provisión para su futuro en el cielo; sino que viven para las cosas presentes en lugar de vivir para realidades eternas como debieran.
William MacDonald, de su libro: MUNDOS OPUESTOS

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"Cristo, en quien están escondidos todos los tesoros
de la sabiduría y del conocimiento"
(Col. 2:2-3).

Para mi gran sorpresa hallé en la casa de un creyente estos libros: "El Poder de la Mente sobre la Sabiduría", "Las Edades Esotéricas del Hombre", (colección "perlas de sabiduría") y de la escuela de filosofía: "De Sócrates a Sartre". ¿Por qué no está satisfecho con Cristo y la Palabra de Dios y se tiene que meter en pensamientos vanos de hombres perdidos? (1 Co. 3:20) Hermanos, Dios nos ha dado en Cristo un gran tesoro de divina sabiduría, ¡y Él es más que suficiente! No sea hallado más entre nosotros la sabiduría vana de este mundo. ¡Hagamos una buena limpieza!

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¡VIDA NUEVA!

Cuando una persona ha fracasado daría cualquier cosa por volver a empezar. Y es que hay errores que dejan un sabor amargo y doloroso, especialmente aquellos que nos afectan a nivel íntimo y personal.
Hay quienes al comenzar el año se proponen hacer que las cosas cambien, pero pasan los días y los meses y las cosas no cambian, y si lo hacen es para peor. A menudo no hacemos el bien que queremos, sino el mal que no queremos hacer.
El problema es nuestra naturaleza. Hay algo que nos aleja de nuestros ideales más nobles. Y el paso de los años agranda las frustraciones y los desengaños. ¿Qué podemos hacer?
Lo ideal sería empezar una vida nueva, sin los errores del pasado. Ser una persona nueva, diferente. ¡Se puede volver a empezar! ¿Te parece un deseo imposible? No lo es.
HOY PUEDES EMPEZAR UNA NUEVA VIDA SI DEJAS QUE JESUCRISTO TE TRANSFORME.
¿Te preguntas cómo? Eso mismo nos hemos preguntado todos los que hemos experimentado el poder transformador de Jesucristo. Eso mismo preguntó Nicodemo, un maestro de Israel a quien Jesucristo le dijo que tenía que nacer de nuevo para ver el reino de Dios. “¿Cómo puede hacerse esto?” (S. Juan 3:9)
La respuesta es creer que Jesucristo ha venido a sustituirnos en la cruz; donde al morir, siendo Él inocente y sin pecado, sufrió como sustituto el castigo de los pecados de cada uno de nosotros. Él pagó por nosotros en la cruz, y al final gritó: “¡Consumado es!” (S. Juan 19:30), significando que todo estaba hecho. Nosotros no podemos pagar por nuestros pecados ni hacer nada para anularlos. Jesucristo hizo todo esto. A nosotros nos toca arrepentirnos, confiar en Él como nuestro Señor y Salvador para que nos dé una vida nueva, y entonces obedecer Su Palabra y seguir Su ejemplo.
Si crees que Jesucristo murió pagando por tus pecados, fue sepultado y resucitó el tercer día, esto es el Evangelio*, y recibiendo a Cristo como tu Señor y Salvador, podrás empezar una vida nueva, cuyos frutos irás viendo poco a poco.
Jesucristo es el único que puede cambiarte, el único que puede hacer de ti una persona nueva.
Se trata de una transformación interior, de un cambio profundo que quitará la raíz de la mayoría de tus problemas personales.
Muchos hemos encontrado en Cristo la oportunidad que buscábamos. Cristo nos enseña a valorar las cosas en su justa medida y nos libera de las cargas que nos agobian.
Amigo, ¿Quieres disfrutar de una VIDA NUEVA?

* 1 Corintios 15:1-4 dice: “Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano. Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras”.

Manuel Fernández

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¿CITA CON LA AMADA?

Eran las nueve y veinte de la mañana del domingo y Mari oyó que llamaban con insistencia a su puerta. Abrió y allí estaba John, todo sonriente. Mari le dio la bienvenida y él, entrando rápidamente, se sentó en su lugar preferido. Siempre se sentaba en el mismo lugar. Mari se sentó en el sofá y se quedó esperando en silencio. No podía evitar fijarse en lo guapo que estaba John esta mañana. Vestía un traje caro, de corte muy elegante; llevaba los zapatos lustrosos, y la corbata y los calcetines eran del mejor gusto. Se había peinado con esmero y, además de ser alto, estaba sentado bien erguido.
Mari esperó. Sabía que en el momento indicado John empezaría, porque siempre era puntual. Y así fue; él seguía mirando el reloj hasta las las nueve y media en punto, y entonces se puso de pie y empezó a hablar.
“Mari, no te imaginas cuánto significa esto para mí. Toda la semana he estado esperando este momento, deseándolo con todo mi corazón. Por fin ha llegado la hora y aquí estoy, para decirte cuánto te quiero. Mari, sólo vivo para disfrutar de este ratito contigo cada semana”.
“Oh, Mari; estaba recordando el día que te conocí. Mi corazón se estremeció y enseguida supe que estabas hecha para mí. Los días de nuestro noviazgo, nuestra boda... ¡Qué recuerdos tan dulces...!”
“Me acuerdo de cuando estuve enfermo y tú me cuidabas. perdiendo sueño mientras me atendías con aquella delicadeza. Y recuerdo cómo tus cariñosos labios rozaban mi frente cuando la fiebre se apoderaba de mí. Era como una fresca brisa del cielo. Cuidaste de mí hasta devolverme la salud y la fuerza. Sin ti habría muerto, Mari”, no hay nadie como tú".
En ese momento los ojos de John se humedecieron. Cesó de hablar, luchando por controlar sus emociones. Sacando un pañuelo, se enjugó las lágrimas y se sonó la nariz con fuerza. Tras unos momentos esforzándose por contener la emoción, recobró la compostura y continuó:
“Mari, aquí sentado esta mañana de domingo, te veo más hermosa que nunca. Tus ojos parecen limpios estanques de agua azul. Tu rostro es un espejo de encanto. Tu carácter me maravilla. Jamás he conocido a alguien tan amable, encantador, considerado, justo y recto como tú. Mari, eres sencillamente maravillosa”.
“Y sobre todo, Mari, te amo por lo que has hecho por mí. Has estado a mi lado en lo bueno y en lo malo. Cuando más te necesité te sacrificaste para salvarme la vida. Mari, jamás podré agradecerte bastante lo que has hecho por mí. Significas mucho para mí; más que cualquier otra cosa”. Luego sacó su libro de poemas y leyó uno que le gustaba mucho. Siempre leía de su libro uno de los mismos dos o tres poemas.
“Bueno Mari, es casi hora de irme. Son cerca de las diez y media según mi reloj. ¡Cuán agradecido estoy por esta oportunidad de estar contigo cada semana!. Sólo vivo para esta hora. Y ahora que me marcho quiero darte algo que expresa mi profundo amor y mi gratitud”.
En ese momento John sacó la cartera con cierto ademán de esplendidez. Dejando a un lado varios billetes de más valor, cogió uno inferior, pero muy nuevo, y con una tierna sonrisa se lo dejó sobre la mesa.
“Mari, me tengo que marchar ya. Ha sido maravilloso estar contigo, mirarte a los ojos y decirte cuánto te amo. Adiós. Hasta la semana que viene. Te quiero.”
Los vecinos vieron salir a John de la casa, montarse en su lujoso automóvil nuevo y alejarse. Mari se quedó a la puerta, mirando con los ojos empañados en lágrimas. Era un matrimonio realmente extraño. Este breve ritual se repetía cada domingo por la mañana.
Los comentarios corrían por todo el vecindario. Una hora a la semana no parecía suficiente para pasar con su mujer. John parecía tener tiempo para sus amigos; siempre estaba yendo a la playa o a la montaña, le encantaban el golf y los bolos. Luego, con sus clubs y sus asociaciones cívicas completaba las tardes. Y algunos fines de semana, ocupado como estaba con tantos viajes, incluso se mostraba impaciente en casa de Mari, esperando la hora en que había quedado con sus amigos para salir a comer al campo.
Durante la semana John nunca llamaba a Mari por teléfono, ni le escribía. Se diría que vivían en mundos diferentes, a pesar de tener un buen sistema de comunicación entre ellos.
Se rumoreaba que John ni siquiera se sentía orgulloso de su matrimonio. Cuando le preguntaban si estaba casado, procuraba cambiar de tema y se sentía molesto. Es más, le habían visto a veces con otras mujeres, o eso al menos se decía. Lo que sí es cierto, es que parecía querer aparentar no estar casado.
Él vivía bien. Se ufanaba de su indumentaria y su vehículo, claro que en su trabajo uno tiene que causar buena impresión. Uno tiene que poner altas sus miras si quiere ascender en este mundo y lograr mejor “standing”. Tiene que asociarse con los grandes si quiere llegar a ser uno de ellos. John, en realidad, vivía un poco más allá de sus posibilidades en su afán de mantenerse a la altura de los demás.
A veces pensaba un poco en Mari y en sus necesidades, pero, al fin y al cabo, él le pagaba religiosamente cada domingo. Verdad es que llevaba veinte años dándole la misma cantidad, si bien sus ingresos se habían triplicado... ¡Pero también sus gastos se habían multiplicado por tres! Pero así es la vida. Y él no cabe duda que amaba a Mari. Cada domingo reservaba una hora para hablarle de su amor por ella. Bien podría dedicar ese tiempo a sí mismo si quisiera. Madrugaba en vez de quedarse en la cama y combatía el tráfico con tal de ir a ver a Mari. Debería sentirse muy agradecida. Ese esfuerzo probaba su inmarcesible amor por ella.
Hace mucho Cristo dijo: “Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí” (Mt. 15:8). ¿Puede decirse esto de alguno de nosotros?

Donald L. Norbie

Traducido y adaptadode una antigua copia de “Light & Liberty” (Luz y Libertad)
El hermano Norbie es obrero y anciano en una asamblea en Greeley, Colorado, EE.UU.

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SIN TIEMPO

Me arrodillé a orar, pero no mucho,
¡Tanto tenía que hacer!
Tenía que apresurarme e ir al trabajo,
Porque las facturas pronto debía pagar.
Así que apresuré una oración,
Y pronto de mis rodillas me levanté.
Mi deber cristiano ya cumplido,
My alma en paz podía quedar.

Todo el día no tuve tiempo
Para dar una palabra de aliento
Ni para hablar de Cristo a los amigos,
Se reirían de mí, o así temía.
Ni tiempo para Dios o Su iglesia,
Por toda la vida este mi clamor era.
Ni tiempo que darle a Él o a ellos,
Y finalmente me tocó el tiempo de morir.

Y cuando ante el Señor llegué,
Me presenté mustio y cabizbajo.
En Sus manos Él un libro sostenía,
De los que una corona habían ganado.
En el libro miró y me dijo:
“Tu nombre aquí no lo puedo encontrar.
Una vez lo iba a escribir,
Pero nunca encontré el tiempo.


(Citado en el libro de la serie “LA MIES”, titulado
“Soldados o blandengues” - Carlos Tomás Knott)

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