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sábado, 29 de junio de 2019

EN ESTO PENSAD - julio 2019

LA MÁS GRANDE INVERSIÓN
William MacDonald

“Respondió Jesús y dijo: De cierto os digo que no hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, mujer, o hijos, o tierras, por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, con persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna” (Marcos 10:29-30).

     La más grande de todas las inversiones es la de la propia vida por la causa de Jesucristo. Las consideraciones más importantes en cualquier inversión son la seguridad del capital y el porcentaje de ganancia. Visto desde este ángulo, ninguna inversión se puede comparar con la vida que se vive para Dios. El capital está absolutamente seguro porque Él es poderoso para guardar nuestro depósito para "aquel día" (2 Ti. 1:12). En lo que toca a las ganancias, éstas sobrecogen la mente por su inmensidad. En el texto citado arriba el Señor Jesús promete reembolsar cien veces más. Esto equivale a una tasa de interés del 10.000 %, algo inaudito en el mundo. ¡Y eso no es todo!
    A los que han abandonado las comodidades de un hogar para servir al Señor Jesucristo se les promete el calor y las comodidades de muchos hogares, donde se les mostrará la bondad de Dios por causa de Jesús.
    A aquellos que renuncian a los deleites del matrimonio y a una familia o que rompen otros tiernos lazos terrenales por causa del evangelio, se les promete una familia mundial, muchos de los cuales en verdad vienen a ser más cercanos que los parientes de sangre.
    A quienes abandonan tierras se les prometen tierras. Dejan atrás el privilegio de poseer unas cuantas hectáreas de propiedad, obtendrán el privilegio inmensamente más grande de reclamar países y aun continentes en el precioso Nombre de Jesús.
    Se les prometen también persecuciones. De entrada, ésta parece ser una nota agria en medio de una armoniosa sinfonía. Pero Jesús incluye las persecuciones como una ganancia positiva sobre nuestra inversión. Compartir el vituperio de Cristo es un tesoro más grande que todas las riquezas de Egipto (He. 11:26).
    Estos son los dividendos en esta vida. Luego el Señor añade: “...y en el siglo venidero la vida eterna”. Esto nos hace esperar la vida eterna en su plenitud. Aunque la vida eterna en sí es un don recibido por la fe, habrá diferentes capacidades para disfrutarla. Aquellos que lo han dejado todo para seguir a Jesús tendrán un grado mayor de recompensa en la Ciudad Cuadrangular.
    Cuando consideramos las ganancias trascendentes de una vida invertida para Dios, es extraño que la mayoría de la gente no participe. Los inversores pueden ser muy astutos cuando se trata de acciones y bonos, pero extrañamente torpes cuando se trata de la mejor inversión de todas.
del libro DE DÍA EN DÍA, CLIE
 
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DIEZ MUJERES 
QUE SIRVIERON A JESUCRISTO


1.  María Magdalena (de Magdala – “torre”).
    Mt. 27:56, 61; 28:1; Mr. 15:40, 47; 16:1, 9; Lc. 8:2; 24:10;
    Jn. 19:25; 20:1-2, 11-18
2.  Marta (dama), de Betania
    Lc. 10:38-42; Jn. 11, 12:2
3.  María (varios significados diferentes, incluyendo amargura,
    rebelión o fuerte), de Betania
    Lc. 10:39-42; Jn. 11, 12:3-8
4.  Juana (dada por Dios)
    Lc. 8:3; 24:10
5.  Susana (lirio)
    Lc. 8:3
6.  María la madre de Jacobo
    Mt. 27:56, 61; 28:1; Mr. 15:40, 47; 16:1; Lc. 24:10
7.  Salomé (fortaleza)
    Mr. 15:40; 16:1
8.  María mujer de Cleofas
    Jn. 19:25 (y Lc. 24:18)
9.  La suegra de Pedro
    Mr. 1:30-31
10. La mujer no identificada que ungió al Señor Jesús en casa de Simón en Betania.
    Mt. 26:6-13; Mr. 14:3-9

Este estudio nos revela el cuidado especial y la devoción con que mujeres piadosas sirvieron al Señor Jesús en Su peregrinación aquí en la tierra, la que se caracterizó por la pobreza, la soledad y el rechazo. Ellas reconocieron que sólo Él podía entender plenamente el corazón de la mujer y sabía satisfacer sus anhelos más profundos. El ministerio del Señor Jesús a las mujeres y a sus problemas fue sin igual.
Ernesto Moore (Chile), de su libro Mujeres que Profesan Piedad
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Los Padres (y Abuelos) Psicologizados

    Los padres de Sansón no se lo dijeron (Jue. 14). David probablemente no se lo dijo muchas veces a Absalón. Samuel tampoco empleó la palabra con sus hijos (1 S. 2). ¿Qué palabra es esta que estos padres no dijeron a sus hijos? Es la palabra: “no”.
    Con todo el énfasis puesto en los hijos durante las últimas décadas, y de ello algo era necesario, el péndulo se ha ido demasiado a un lado. La verdad es que en muchas familias los hijos, y los nietos, ahora son el centro de atención, y en demasiadas familias ellos realmente mandan. Como resultado, la disciplina falta completamente, o muchas veces es simplemente una amenaza que nunca se materializa, se dice pero no se administra. En algunos casos los hijos realmente vienen antes del propio matrimonio, es decir, antes de la pareja misma.
    Demasiados padres tienen miedo de ofender al niño diciéndole: “no”. Los psicólogos han enfatizado tanto que los hijos necesitan amor, y los padres deben dedicarles tiempo de calidad, que muchos padres harían cualquier cosa porque temen privar a su hijo de sus deseos. El resultado es una familia que va entorno a los hijos, y ellos marcan la pauta de la familia. Todo tiene su explicación: “a favor del niño”. Con frecuencia el tiempo demuestra que hacer esto es un error, pero claro, entonces es tarde para quienes lo han practicado.
    Los hijos (y nietos) deciden regularmente qué se les dará de comer, dónde irá la familia para sus vacaciones, o si la familia comprará esto o lo otro. Dictan tales cosas como la marca de ropa que llevarán, el corte de su pelo y el horario de la familia. Hay familias que dejan de comer juntos porque: “a los hijos les es difícil”. Actividades como la gimnasia, el fútbol, clases de música y otras parecidas ocupan el centro de la vida familiar como si fuesen las consideraciones más importantes, y el horario de todos los demás tiene que ajustarse y ponerse en raya para que los hijos puedan hacer lo que les apetece.
    A menudo este proceder también entra en los asuntos de la asamblea, donde a los jóvenes se les permite hacer todo lo que quieren, y pronto la asamblea encuentra que ellos determinan su dirección y marcan la pauta. Los ancianos temen actuar con firmeza o tomar ciertas decisiones por miedo a la reacción de los jóvenes (o sus padres).
    Habiendo dicho esto, ¿queremos decir que simplemente hay que ignorar a nuestros hijos y a los jóvenes en la asamblea? ¡Por supuesto que no! No obstante, sí, debemos mantener todo en su perspectiva correcta, y los hijos y los jóvenes necesitan aprender que el mundo no gira en torno a ellos. (El hombre natural ya está en el centro sin que nosotros animemos más el asunto.) Una de las grandes lecciones que debemos aprender para crecer espiritualmente es: “mirando...cada cual... por lo de los otros” (Fil. 2:4). “Yo” y “mi” deben tomar el último lugar. Esto significa el preocuparse por los intereses de los demás, y quitar la mirada de uno mismo. Es difícil enseñar esto a los hijos, sobre todo, cuando los padres mismos (y los abuelos) son los primeros que los colocan en el centro, en un pedestal, los miman y encuentran excusas y explicaciones para todo lo que ellos hacen. Pero hermanos, el “yo” tiene que ir para abajo y es importante empezar en la niñez aprendiendo esto. Ésta es exactamente la actitud que se enfatiza en el texto hermoso que describe: “la mente de Cristo”. Él pensaba en los demás.
    El poner a los hijos por encima de los demás y darles todo lo que desean y demandan, simplemente permitiéndoles ir casi sin riendas, es en realidad una expresión de falta de amor y será causa de vergüenza al final (Pr. 29:15).                                                         
  Steve Hulshizer, de la revista Milk & Honey ("Leche y Miel")
traducido y adaptado
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Los Días De Noé —  Déjà Vu

     Lo de Noé y el diluvio no es una leyenda. No fue un mero desastre ecológico, sino un juicio de Dios sobre un mundo impío – como el nuestro. Génesis 6:5 dice: “la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal”. Más adelante, el versículo 12 relata que “miró Dios la tierra, y he aquí que estaba corrompida; porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra”.
    Cuando la desobediencia y la maldad llegan a esos niveles de desenfreno y se extienden por todo el mundo, hasta tal punto que los gobiernos legalizan el pecado y la gente pierde la vergüenza y el temor de Dios, son otra vez los días de Noé. De eso habló Jesucristo, de la vuelta de “los días de Noé”. Son nuestros tiempos. Dios prometió no juzgar el mundo por agua otra vez, pero no prometió no juzgar al mundo. Eso sí lo hará y bien pronto. El tiempo se acaba. La fecha del juicio divino se avecina. Dios intervendrá en la historia otra vez para juzgar la maldad desenfrenada, la desobediencia y la impiedad que abundan. Cuando venga Jesucristo por segunda vez, no será en forma de bebé, ni manso y humilde, sino como Rey con gran poder y gloria. Lee en S. Mateo capítulo 24, y en el libro de Apocalipsis, capítulo 19, y lo verás. Prepárate amigo, créelo, tómalo muy en serio, reacciona, porque el juicio viene, como vino en los días de Noé.
    El apóstol Pablo advirtió de la próxima venida de Jesucristo para juzgar al mundo, no con agua, sino con fuego. ¡Habrá terribles juicios! En su 2ª Epístola a los Tesalonicenses, 1:7-9 dice: "cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder..."
    Como Noé en su día, nosotros anunciamos el juicio venidero y predicamos el perdón de pecados y la salvación, gratuitamente, por la gracia de Dios, sin obras, por la fe en el Señor Jesucristo. Amigo, si no te arrepientes y confías en el Señor Jesucristo, perecerás como los que perecieron en los días de Noé. Cristo dijo: “vino el diluvio y los destruyó a todos” (Lucas 17:27).

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EL ESPÍRITU CUAL SEÑOR
Parte 6
por Camilo Vásquez Vivanco, Punta Arenas, Chile

viene del número anterior
 
“Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (2 Co. 3:17).

     Esta declaración no sólo prueba la Deidad del Espíritu Santo sino que también Su señorío en la presente dispensación. El señorío de Cristo en la iglesia tiene que ver con la actividad del Espíritu desde que el Señor Jesús fue glorificado (Jn. 7:39). Ya hemos mencionado que el Padre es Señor (Sal. 109:21), que el Hijo es Señor (1 Co. 8:6) y que también el Espíritu es Señor, pero esto no significa que existan tres señores. Existe un solo Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio de Él. Ahora el Espíritu es Señor en la iglesia porque el Hijo lo ha enviado para ocupar Su lugar entre los hombres (2 Co. 3:17) y debemos obedecer los cuatro mandamientos de la libertad del Espíritu. Esta declaración no significa que el Espíritu sea igual que el Señor, como tampoco es igual el Padre que el Hijo, según sostienen los unitarios. Ellos tres son más que un mismo propósito, pues son una misma substancia (Jn. 10:30), pero son diferentes en Sus funciones, pues son tres Personas distintivas (Mt. 28:19). El Hijo ha dado paso a Su Espíritu para ser el Cofundador de la iglesia embelleciéndola y preparándola para ser la esposa de Cristo. Lo mismo hizo el Padre al colocar en el Hijo toda Su autoridad y declarar que Jesús es el Señor (Hch. 2:36). Del mismo modo el Hijo ha colocado en el Espíritu Santo toda Su autoridad y lo denomina Señor. Nunca somos exhortados a orar en el nombre del Espíritu pero si en el Espíritu (Ef. 6:18); del mismo modo nunca somos invitados a adorar al Espíritu pero sí a ser guiados en la adoración en el Espíritu (Jn. 4:23). Del mismo modo nunca somos invitados a servir al Espíritu pero si a servir en el Espíritu (Fil. 3:3). Entonces la idea del señorío del Espíritu en la vida del creyente y en la iglesia tiene que ver con Su guía para que glorifiquemos al Señor. Esto quiere decir que la iglesia es invitada a tener comunión con el Espíritu (2 Co. 13:14), a ser llena del Espíritu (Ef. 5:18; Ro. 15:13), a orar en el Espíritu (Ef. 6:18). En la medida que la iglesia mantenga esta comunión con el Espíritu será una iglesia guiada por el Señor pues el Espíritu tiene como obra principal glorificar al Señor: “El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber” (Jn. 16:14).
    Las obras presentes del Espíritu Santo que nunca antes fueron hechas, son, el bautismo del Espíritu Santo o incorporación en el cuerpo la iglesia, la morada y el sellamiento. En todas las dispensaciones ha ocurrido en nuevo nacimiento o la regeneración de lo contrario nadie habría podido obedecer a Dios. Sin embargo ninguno de los Santos del antiguo testamento fue hecho morada permanente, ni sellado por el Espíritu Santo, ni menos hecho parte de la iglesia. Existe un caso de llanura del Espíritu Santo en el Antiguo Testamento: “Mira, yo he llamado por nombre a Bezaleel hijo de Uri, hijo de Hur, de la tribu de Judá; y lo he llenado del Espíritu de Dios, en sabiduría y en inteligencia, en ciencia y en todo arte” (Éx. 31:2-3). Sin embargo esa llanura no fue para recibir algún don espiritual, sino un equipamiento natural para la confección del tabernáculo. Los dones espirituales son sólo recibidos por la iglesia. Tales obras hoy ocurren en la conversión del creyente regenerando su espíritu (Tit. 3:5), habitando en él (Hch. 19:2; 1 Co. 6:19) y sellándolo para el día de la redención (Ef. 1:13-14).
    Este señorío del Espíritu se nota en ser el dador de los dones necesarios para glorificar al Señor: “Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere” (1 Co. 12:11).
    Por el Espíritu vienen las cosas más esenciales del poder espiritual de la vida colectiva de la iglesia, y la personal de cada creyente. Él como cofundador posee todo poder para suministrar constantemente el amor vital, el gozo indispensable, la fortaleza necesaria y la guía que reconforta el alma (Fil. 1:19).

Respecto del amor:
    “y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Ro. 5:5).
    “Pero os ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu, que me ayudéis orando por mí a Dios” (Ro. 15:30).
    “quien también nos ha declarado vuestro amor en el Espíritu” (Col. 1:8).
    Sí, la Biblia nos exhorta: “andad en amor...” (Ef. 5:2). Esto es sinónimo de andar en el Espíritu (Gá. 5:16); pues el verdadero amor es comunicado por el Espíritu. Nosotros solemos amar por interés y siempre y cuando alguien lo merezca, además respondemos con una supuesta muestra de amor siempre y cuando nos acordemos. El amor en el Espíritu es el que promueve el bien incondicional para el pueblo de Dios y cimenta la unidad ya efectuada por el Espíritu (Ef. 3:17; 4:2-3). No sólo este amor hace nada indebido sino que es capaz de ejercerse naturalmente en toda ocasión ya que es fruto del Espíritu: “de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor” (Ef. 4:16). Tal cosa es el camino más excelente mencionado por el apóstol Pablo: “...Mas yo os muestro un camino aun más excelente” (1 Co. 12:31).

Respecto del gozo
    “porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Ro. 14:17).
    “Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo” (Ro. 15:13).
    “Y vosotros vinisteis a ser imitadores de nosotros y del Señor, recibiendo la palabra en medio de gran tribulación, con gozo del Espíritu Santo” (1 Ts. 1:6).
    El gozo viene del Espíritu Santo en medio de la tribulación y también está presente en periodos de paz. Ese gozo celestial no se acomoda a las circunstancias sino que se cimenta en la esperanza del retorno del Señor y Su futura gloria. Se puede estar siempre gozoso (Fil. 4:4; 1 Ts. 5:16) y regocijarse en el Señor, dado la salvación que poseemos y el futuro glorioso que nos aguarda, pues nada puede opacar la realidad de semejante esperanza.

Respecto de la fortaleza (Consuelo)
    “Entonces las iglesias tenían paz por toda Judea, Galilea y Samaria; y eran edificadas (estimuladas), andando en el temor del Señor, y se acrecentaban (aumentaban) fortalecidas (consoladas) por el Espíritu Santo” (Hch. 9:31).
    Una iglesia fortalecida por el Espíritu Santo no es una iglesia sin problemas. La fortaleza espiritual es la capacidad de levantarse con una lección aprendida. Después de la dura persecución obrada por Satanás usando a Saulo, este se convirtió y eso trajo paz y consuelo. La lección aprendida fue la extensión del evangelio que ayudó a mover el letargo de muchos en la naciente iglesia (Hch. 11:19). No solo nació la iglesia de Antioquia sino que el Espíritu llamó de allí a los misioneros para los gentiles con el legado doctrinal incalculable que hoy poseemos. Los problemas de una iglesia son transformados por el Espíritu Santo; pues los que no son aprobados se descubren pronto (1 Co. 11:19) y quedan los aprobados en Cristo (Ro. 16:10). Se puede decir que las crisis de una asamblea son ocasiones para que el Espíritu de Dios produzca Su fruto y ayuda a que emprendamos aquel camino más excelente (1 Co. 12:31), “para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder (aumentar en vigor) en el hombre interior (dentro) por su Espíritu” (Ef. 3:16).
    Este hombre interior no es necesariamente el creyente convertido con su nueva naturaleza, se trata más bien de la iglesia fortalecida como cuerpo, pues el nuevo hombre es el cuerpo de Cristo, la iglesia: “y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Ef. 4:24). No somos invitados a vestirnos de algo creado en nuestro interior como la nueva naturaleza, sino de algo corporativo efectuado por el Espíritu. El nuevo hombre está creado, acción efectuada por el Espíritu: “...para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz” (Ef. 2:15). Aquellas riquezas de Su gloria las posee el Espíritu (Juan 16:13-15) y son comunicadas por la Palabra de Dios a toda la iglesia por el ministerio del Espíritu. La mayoría de los intérpretes ven el nuevo hombre como aquella nueva naturaleza creada en la regeneración según sostiene por ejemplo John Owen (f), sin embargo en rigor del contexto de las cartas a los efesios y a los colosenses la aplicación de estos conceptos como “nuevo hombre” y “viejo hombre” (Col. 3:9-10) apuntan a la iglesia de quién Cristo es su cabeza (Ef. 1:22; Col. 1:18; 2:19).
    Entonces la iglesia en su seno, en su interior, necesita el poder del Espíritu Santo y esto no es cuestión de organización sino del vigor que produce el amor del Espíritu. Es por esto que somos invitados a vestirnos del nuevo hombre, es decir, de la realidad existente de la iglesia a la cual pertenecemos. Nada se avanza fuera de la comunión con los hermanos, ni existe fortaleza alguna del Espíritu separado de los hermanos pues el Espíritu Santo nos incluyó, nos bautizó en ese nuevo hombre (1 Co. 12:13). Si el Señor enseñó: “...porque separados de mí nada podéis hacer” (Jn. 15:5), lo hizo en el contexto de Él como la vid y nosotros los pámpanos ilustrando la realidad de la iglesia como aquel nuevo hombre. No existe ninguna otra alegoría que explique mejor lo que signifique la unidad del Espíritu a la cual somos invitados a guardar: “con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar (custodiar) la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Ef. 4:2-3). La unidad está hecha y solo debemos guardarla sin crear rivalidades y malestares entre hermanos que rompen la paz. No se trata de ponerse de acuerdo sobre qué creer o qué practicar sino de guardar lo revelado por el Espíritu como la fe una vez dada a los santos: “un Señor, una fe, un bautismo” Ef. 4:5; “...que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Jud. 1:3).                                                    
 continuará, d.v., en el siguiente número

jueves, 30 de mayo de 2019

EN ESTO PENSAD - junio 2019

Dios No Elige A Nadie
Para Que Sea Salvo o Perdido

     La Biblia nunca emplea el término “escogido” respecto a los inconversos. Siempre se refiere a los que ya son salvos. Una y otra vez el estudio cuidadoso demuestra que la elección es una doctrina escrita a los creyentes y se aplica solamente a ellos. En Efesios, Romanos, 1 Pedro, Tito y otros pasajes, el mensaje de elección es a los cristianos y para ellos. Colosenses 3:12 dice: “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia”. El texto describe a los escogidos como “santos y amados”, palabras descriptivas que sólo pueden caracterizar a los creyentes. Sería contrario al tono de la Escritura mirar a personas inconversas en el mundo y preguntarse si algunas son de los escogidos de Dios. La Biblia enseña que los inconversos son aquellos que: “teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón; los cuales, después que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza” (Ef. 4:18-19). Estas palabras nunca pueden describir a los escogidos. Los inconversos nunca son contados entre los escogidos, porque el término “escogido” en este uso se refiere solamente a los creyentes.
    Pablo escribe así a la iglesia de los tesalonicenses: “...conocemos, hermanos amados de Dios, vuestra elección” (1 Ts. 1:4). Es importante que los calvinistas y no-calvinistas consideren este versículo. Podríamos lanzar un número de preguntas. Primero, ¿Cómo sabía Pablo que todos los creyentes en esa asamblea eran escogidos? ¿Cómo sabía Pablo quiénes eran y no eran escogidos? ¿No es la elección un secreto escondido en Dios? Parece claro que a todos él les llama escogidos porque ya habían creído en Cristo y estaban en comunión activa en la iglesia. Antes, en 1 Tesalonicenses 1:1, había escrito: “a la iglesia de los tesalonicenses en Dios Padre y en el Señor Jesucristo”. Pablo observa que los creyentes en Tesalónica están “en el Señor Jesucristo” y “en Dios Padre”, y esas expresiones significan salvación y el privilegio singular del creyente. La expresión “en Cristo” es una frase teológica excelente que enseña que el creyente es colocado en una unión maravillosa con Cristo. “El que se une al Señor, un espíritu es con él” (1 Co. 6:17). Las riquezas de Cristo son nuestras, Su poder es nuestro, Sus recursos son nuestros y Su posición es nuestra. Ser “en Cristo” es compartir la misma vida de Dios por medio del Señor Jesucristo (Ef. 1:3).
    Juntas, la expresión bíblica “en Cristo” y la verdad de la elección divina expresan el alto privilegio y posición del creyente. Cuando el Nuevo Testamento habla del creyente como escogido, es un término colectivo de ternura, dignidad y la posición alta que el creyente tiene en Cristo. Leemos: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios?” (Ro. 8:33). Este versículo disipa la idea popular de que la elección es una doctrina misteriosa y secreta que está escondida en Dios. Pablo sabía quiénes eran los escogidos y podía hablar libremente de ellos como tales. Samuel Fisk, un teólogo bautista, explica este aspecto de la enseñanza del Nuevo Testamento sobre la elección:

“La predestinación y la elección no se refieren a ciertas personas del mundo salvándose o perdiéndose, sino se relacionan con los que ya son hijos de Dios, y ciertos privilegios o posiciones para ellos. Miran hacia adelante, anticipando lo que Dios hará en aquellos que han llegado a ser Suyos”.


del libro LIMITANDO LA OMNIPOTENCIA, por David Dunlap, Editorial Berea
https://berealibros.wixsite.com/asambleabiblica/libros

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 ¿Hermanas Predicadoras Y Maestras?
(parte II)

viene del número anterior

     Cuarto – la doctrina apostólica sobre este asunto está claramente declarada: “La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio” (1 Ti. 2:11-12). A las mujeres que quieren reuniones de hermanas les preguntamos: “¿qué parte no entendéis de: ‘no permito a la mujer enseñar’?
El apóstol dice que deben aprender en silencio. La que pretende enseñar está en violación de esto. El apóstol dice que debe aprender “con toda sujeción” – esto es – al Señor y por eso a la enseñanza dada por los varones. La que se hace maestra no se sujeta. La que asiste a estudios dados por mujeres tampoco se sujeta. En cualquier congregación de creyentes las mujeres deben guardar silencio. No puede haber reuniones de mujeres porque en una congregación ninguna de ellas debe hablar. La doctrina apostólica es: “vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice” (1 Co. 14:34). A los que alegan que eso fue algo cultural o una idea de Pablo, les remitimos al versículo 37: “Si alguno se cree profeta, o espiritual, reconozca que lo que os escribo son mandamientos del Señor”. No llames cultural o “paulismo” lo que el Señor Jesucristo manda. A las que objetan que no hay nada malo en que las hermanas se reúnan para aprender de la Palabra de Dios, responde la Palabra de Dios: “Y si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos; porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación” (1 Co. 14:35). Pueden aprender en las reuniones de toda la iglesia, cuando los hermanos enseñan, o preguntar en casa a sus maridos – no a una “hermana maestra”, porque tales “maestras” han saltado la clara prohibición de la Palabra de Dios.
    Quinto – si consultamos la historia de la iglesia, vemos que no hay ninguna reunión de hermanas en el Nuevo Testamento. Algunos intentan sacar provecho de Hechos 16:13, la reunión de mujeres al lado del río en Filipos. ¡Pero en Filipos esas mujeres no eran creyentes, sino inconversas, y no se estaban enseñando, sino que Pablo y los suyos les predicaron el evangelio! Cuando Lidia se convirtió, ella formó parte de la iglesia de los filipenses que llegó a tener “obispos y diáconos” (Fil. 1:1). No se menciona más ninguna reunión de mujeres. Otros agarran Hechos 21:8-9 que nombra a las cuatro hijas de Felipe el diácono (no el apóstol) “que profetizaban”. Pero en el texto no hay ninguna reunión de mujeres. Esas supuestas reuniones son suposiciones que existen sólo en la imaginación de los que permiten a mujeres predicar y enseñar. “Profetizar” puede indicar una palabra de Dios acerca del futuro como en Hechos 20:22-23; 21:10-11. Y en la evangelización personal es anunciar a los inconversos su condición y el peligro en que están. Cierto es que no hablaban las mujeres en ninguna asamblea o reunión porque el Señor manda que no.
    Sexto – un último texto al que recurren es Tito 2:3-5 acerca de las mujeres “ancianas”, no jóvenes ni cuarentonas sino las que ya han vivido piadosa y respetuosamente con sus maridos durante años y han criado a su familia como Dios manda. Absténganse las demás, y que vayan a su casa, se sujeten a sus maridos y críen a sus hijos para Dios.  Dice: “maestras del bien, que enseñen a las mujeres jóvenes”. Pero “maestras del bien” es una sola palabra en griego, y no indica enseñanza de doctrina como en una reunión. Es “maestras de lo bueno” o “...de buenas cosas” y los versículos 3-5 indican qué cosas. No dan estudios bíblicos, conferencias, retiros de mujeres, etc. sino simplemente ponen el ejemplo hogareño y dan los consejos personales, de tú a tú, acerca de la piedad de la mujer en su carácter y conducta. No hay que contar la lectura en Tito 2 sino leer los versículos 2-5 seguidos. Si paramos antes de terminar podemos cometer el error de Satanás cuando citó parte del Salmo 91:11-12 al Señor, para tentarle, y omitió el versículo 13 que dice: “Sobre el león y el áspid pisarás; Hollarás al cachorro del león y al dragón”. Tomen nota todos los que quieren torcer las Escrituras para ponerse al día o salirse con la suya. Peca el que hace o aprueba
lo que Dios prohibe.      
Carlos Tomás Knott

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Los Burladores: Señal de que Viene el Fin

    En 2 Pedro 3:3-4 leemos de los burladores que dicen la venida de Cristo y el fin del mundo son un cuento antiguo.
    A esto se podrían añadir indicaciones como terremotos en muchos países, la amenaza de un hambre mundial, y la creciente hostilidad entre las naciones (Mt. 24:6, 7). El fracaso de los gobiernos en el mantenimiento de la ley y del orden y en la supresión del terrorismo lleva a un clima para el surgimiento de un dictador mundial. La acumulación de arsenales atómicos da un significado adicional a preguntas como: “¿Quién podrá luchar contra ella?” (Esto es, contra la bestia; Apocalipsis 13:4). Las instalaciones mundiales de televisión e internet podrían ser el medio para cumplir Escrituras que describen acontecimientos que serán vistos simultáneamente en todas partes del planeta (Apocalipsis 11:9).
    La mayor parte de estos acontecimientos son predichos como acaeciendo antes que Cristo regrese a la tierra para reinar. La Biblia no dice que tendrán lugar antes del Arrebatamiento, sino antes de Su manifestación en gloria. Si es así, y si vemos estas tendencias desarrollándose ya, entonces la evidente conclusión es que el Arrebatamiento debe estar muy cerca, a las puertas.

adaptado del Comentario Bíblico de William MacDonald, en la sección de 1 Tesalonicenses

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El sábado 6 de diciembre de 1941, interceptaron un mensaje japonés que indicaba el ataque inminente contra la marina estadounidense en Hawai. Así que, advertidos escasamente a tiempo, enviaron el aviso marcado “Urgente”, a la base norteamericana en el puerto de Pearl Harbor, Hawai. Llegó el mismo día 6. Pero el oficial de guardia en la central de comunicaciones, no observó su etiqueta “Urgente”, y por eso colocó el mensaje en el buzón normal para ser leído el lunes siguiente. Sin embargo, el domingo cayó el ataque japonés y grande fue la pérdida, porque sorprendió a gran parte de la flota estadounidense en el puerto y destruyó muchos buques. Podían haberse defendido, porque el aviso llegó a tiempo, pero por error humano lo dejaron en el buzón de correo normal, para después, y no sirvió.
    Esto ilustra la condición espiritual en la que muchos se encuentran. Hay un mensaje de Dios – muy importante, serio y “Urgente”. Es un aviso, y se trata de vida y muerte, con consecuencias eternas. Pero muchos no toman la molestia de leerlo, pese a su etiqueta “Urgente”. Lo desprecian o lo colocan en el buzón de “mañana”. No hacen caso del aviso de las consecuencias del pecado: la ira venidera, la proximidad de la muerte y el juicio de Dios. Es un descuido fatal. Dios hizo llegar a tiempo el mensaje del evangelio. Pero, tú, amigo, ¿qué haces ahora con el evangelio? ¿Acaso ignoras que eres un pecador inmundo? No debes ir así a comparecer ante Dios, porque Él es santo y justo, y serás condenado a la perdición eterna. “El alma que pecare, esa morirá” avisa Dios, y esa alma eres tú. Debes reconocerlo y arrepentirte ahora. Sólo el Señor Jesucristo puede perdonarte y limpiarte, pues Él sufrió sustituyéndote en el Calvario. ¿Qué harás hoy? No digas “mañana”, porque será tarde para actuar. Amigo, hoy es día de salvación. ¿Quieres ser salvo o vas a esperar que el desastre te alcance? El aviso es “Urgente” y hoy estás a tiempo. Arrepiéntete ahora y confía en el Señor Jesucristo. “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo”.
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 DIOS EL ESPÍRITU
Parte 5
Camilo Vásquez Vivanco, Punta Arenas, Chile

viene del número anterior

Definitivamente aquella declaración del Señor tiene ahora mucho sentido: “Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré” (Jn. 16:7). La  venida del Espíritu anuló la orfandad que caracterizaba al hombre. Él estaría con ellos perpetuamente y en ellos; sería una constante fuente de poder, de consuelo y de valentía.
    Hemos de saber que la orfandad más grande no consiste tanto en no tener padres a quiénes acudir por amparo y amor, sino que se trata de la esclavitud del pecado que hace al hombre un ser miserable. Muchos creyentes verdaderamente salvados y regenerados viven derrotados por no descubrir que ya no son huérfanos abandonados a sus propias fuerzas. El Señor aseguró a Sus discípulos: “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros” (Jn. 14:18), en que esto es verdaderamente cierto porque nos envío Su Espíritu, el otro Consolador. El apóstol lo reitera al decirnos: “Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” (Ro. 8:15). Este poderoso Dios el Espíritu ha venido para quedarse dentro de nosotros y ayudarnos contra la carne – no regenerada, indómita e incansable que reclama aún sus derechos sobre nuestro ser redimido. Si el apóstol Pablo decía: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Ro. 7:24), tal poder libertador está en el Señor que nos ha dado de Su Espíritu con el cual podemos disciplinar nuestro cuerpo y nuestra mente para vivir vidas para la gloria de Dios: “derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Co. 10:5).

EL ESPÍRITU SANTO REDENTOR 

“Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención” (Ef. 4:30).

    Las Escrituras nos muestran que la obra de la Trinidad en la creación material es del Padre, por medio del Hijo y para el Espíritu Santo. El Padre origina, el Hijo ejecuta y el Espíritu perfecciona. Así la conocida declaración de Pablo: “Porque de él, y por él, y para él”, se refiere a este aspecto del obrar de la Trinidad. Todo propósito es del Padre llevado a afecto por el Hijo y completado por el Espíritu quién sigue obrando y perfeccionando. Estos mismos propósitos trinitarios se ven en la redención, pues es el Padre quién amó al mundo y nos dió al Hijo quién realizó la redención en el tiempo señalado (Gá. 1:4). No fue el Padre ni el Espíritu Santo quiénes vinieron al mundo para la redención, sino el Hijo encarnado: “siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Ro. 3:24); “y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención” (He. 9:12). Entonces la redención es por el Hijo y es el Espíritu Santo que aplica la virtud de la redención a la vida del creyente y la completa (i). Tal trabajo del Espíritu comienza con una santificación previa a la conversión, que no es una preregeneración, sino un convencimiento y atracción tal como lo enseña Pedro: “elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo...” (1 P. 1:2). En algunos manuscritos originales la expresión “elegidos” no se encuentra según traduce por ejemplo la versión de la Biblia de las Américas vertiendo el texto así: “según el previo conocimiento de Dios Padre, por la obra santificadora del Espíritu...”. Pues el énfasis no está en alguna elección previa para ser salvos sino en el trabajo santificador del Espíritu para que un alma sea redimida (1 Co. 7:14). Este trabajo santificador también lo menciona Pablo al escribir: “...que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad” (2 Ts. 2:13). Aquí “escogido” no es desde la eternidad, sino desde el trabajo del apóstol en esa región donde llegó solo por tres semanas y luego tuvo que huir siendo perseguido por los judíos (Hch. 17). Aquí “escogidos” significa “tomar para si”, cosa que Dios realizó con Su Espíritu, convenciéndolos de pecado y apartándolos para sí. Es entonces el Espíritu que aplica la obra de la redención en el que cree, convenciéndolo de su pecado: “Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu...” (1 P. 1:22). Una vez que ese pecador se arrepiente frente a la verdad de estar rechazando a Cristo como Salvador, el Espíritu lo hace nacer de arriba (regeneración), lo sella, lo habita y lo añade al cuerpo de Cristo, la Iglesia: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1 Co. 12:13). Luego el Espíritu comienza Su trabajo de “renovación” en el creyente, transformándolo a la imagen del Hijo de Dios: “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Co. 3:18). Debemos enfatizar que esta transformación no la hace el Señor, sino el Espíritu a través de la Palabra de Dios cual espejo que revela la gloria del Señor: “estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil. 1:6). El camino de perfección de ese creyente es seguro y la medida de su transformación dependerá de su sujeción al trabajo del Espíritu: “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención” (Ef. 4:30).
    Se puede afirmar que la redención puede ser vista en el pasado, en el presente y en el futuro. En cuanto al pasado Dios la planeó y el Hijo la ejecutó en la cruz del Calvario, en cuanto al presente la poseemos todos aquéllos que hemos creído para ser salvos, y en cuanto al futuro la veremos culminada cuando veamos nuestros cuerpos transformados a la imagen del cuerpo glorioso del Señor: “...nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo” (Ro. 8:23).
    Podemos afirmar además con el apóstol Pablo, que la redención es para el Espíritu Santo, pues es Él el encargado de transformar al redimido a la imagen del Hijo por su obra de renovación que estudiaremos más adelante. Así la redención comienza para nosotros en la Cruz y se extiende hasta el día en que veremos la gloria de Cristo en el cielo (Sal. 73:24), todo esto es trabajo del Espíritu perfeccionando y asegurando según el propósito original del Padre.

EL ESPÍRITU DE CRISTO

    El Espíritu Santo es la Persona de la Trinidad que respalda y asegura todo lo que Dios planeó. Es así que el Hijo en Sus días como hombre fue lleno del Espíritu (Lc. 4:1), y realizó todos Sus milagros por el poder del Espíritu (Lc. 4:14). Y así todo lo que el Hijo hace lo hace por el Espíritu llegando a ofrecerse a sí mismo por la suministración de Su santa gracia (He. 9:14). Del mismo modo, es el Espíritu Santo que junto al Padre resucita al Hijo en completo poder y aceptación de Su obra redentora (Ro. 1:4), lo queda expresado como “justificado en el Espíritu” (1 Timoteo 3:16). Este concepto como “el Espíritu de Cristo” (1 P. 1:11) se entiende en primer lugar por ser Cristo quien lo envía (Jn. 15:26; 16:7), y en segundo lugar porque quién no tenga el Espíritu de Cristo no es de Él (Ro. 8:9). Es por esto que se nos habla que el Espíritu Santo es el Espíritu del Hijo (Gá. 4:6), como también es el Espíritu del Padre (1 Ts 4:8). Es el Espíritu Santo que viene sobre el Hijo en forma corporal no para recién iniciar la vida de poder del Hijo, sino para señalarle visiblemente como el prometido Mesías: “Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová” (Is. 11:2). Estas siete manifestaciones del Espíritu Santo son en el Hijo en quién el Espíritu estuvo sin medida y podemos decir que El Señor es la piedra de siete ojos (Zac. 3:9). Estos siete ojos son los siete espíritus que señala Juan delante del trono de Dios: “Juan, a las siete iglesias que están en Asia: Gracia y paz a vosotros, del que es y que era y que ha de venir, y de los siete espíritus que están delante de su trono” (Ap. 1:4). Es así que el Espíritu Santo es visto en el trono de Dios irradiando la perfección de Cristo. Juan las presenta como siete lámparas delante del trono. No debemos confundirlos con los siete candeleros que son las siete iglesias. Las siete lámparas son los siete espíritus: “Y del trono salían relámpagos y truenos y voces; y delante del trono ardían siete lámparas de fuego, las cuales son los siete espíritus de Dios” (Ap. 4:5, véase Ap. 5:6). Estas son las siete lámparas vistas por Zacarías (4:2) y llamadas también por él cómo los “siete ojos de Jehová” (Zac. 4:10). El Espíritu Santo es además el “aceite de olivo” que vierte de las dos ramas de olivo, (Zac. 4:12) como una unción que asegura y faculta todos los planes de Dios: “…No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zac. 4:6). No cabe duda que tal manifestación séptuple del Espíritu es solo hallada en el Hijo: “He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones” (Is. 42:1). Nunca hubo hombre tan pleno como Jesús donde habitase con toda plenitud el Espíritu de Dios; “Porque el que Dios envió, las palabras de Dios habla; pues Dios no da el Espíritu por medida. El Padre ama al Hijo, y todas las cosas ha entregado en su mano” (Jn. 3:34-35). La versión antigua llamada la Biblia del OSO dice: “…porque no le da Dios el Espíritu por medida” y la nueva traducción viviente lo vierte así: “Pues él es enviado por Dios y habla las palabras de Dios, porque Dios le da el Espíritu sin límites” (NTV). En el Señor el Espíritu destilaba como oro y permanecía en Él sin destilar, solo lo llenaba: “Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fue llevado por el Espíritu al desierto” (Lc. 4:1). Esta verdad es reafirmado por Pablo al declarar: “y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia; por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud”  (Col. 1:18-19).

continuará, d.v. en el siguiente número

lunes, 29 de abril de 2019

EN ESTO PENSAD - mayo 2019

Débora, Mujer Excepcional

Texto: Jueces 4:1-9

Debemos notar que después de veinte años bajo la opresión cananea, “los hijos de Israel clamaron a Jehová” (v. 3). Solamente después de años de adversidad Israel se volvió a Dios. Sin dudar la sinceridad de su clamor, no podemos evitar la conclusión que sólo clamaron a Dios en situaciones de emergencia. Esto resulta ser un insulto para Él. Tristemente, es posible que aun el pueblo del Señor le olvide en tiempos buenos, y sólo se acuerde de Él en tiempos malos. Nunca debería ser el caso: “Esperad en él en todo tiempo, oh pueblos; derramad delante de él vuestro corazón; Dios es nuestro refugio. Selah” (Sal. 62:8).
    En esa ocasión, Dios libró a Israel de los cananeos opresores mediante Débora y Barac. Débora era una mujer fuerte, ¡y Barac un hombre débil! Pero Débora no era la fundadora de “derechos iguales para las mujeres”. Era una mujer muy espiritual. “Gobernaba en aquel tiempo a Israel una mujer, Débora, profetisa, mujer de Lapidot; y acostumbraba sentarse bajo la palmera de Débora, entre Ramá y Bet-el, en el monte de Efraín; y los hijos de Israel subían a ella a juicio” (Jue. 4:4-5). Débora (significa: “como abeja”) estaba casada con Lapidot (“antorcha”): así que la actividad estaba casada con la luz. ¡Debió ser un matrimonio bien ordenado!
    Débora era a la vez jueza y profetisa. Podríamos compararla a Miriam (Éx. 15:20), Hulda (2 R. 22:14), Ana (Lc. 2:36) y las cuatro hijas de Felipe (Hch. 21:8-9). Ella se describe como “madre en Israel” (Jue. 5:7). Los judíos extraviados eran sus hijos, y ella los recibía y aconsejaba. Débora era una excepcional mujer de fe, pero ciertamente no era oportunista. No intentó entrar en una esfera que Dios no le había asignado. Debemos observar lo siguiente:
 
Las Circunstancias de Su Ministerio
    El hecho de que ella “gobernaba en aquel tiempo a Israel” (Jue. 4:4) era un comentario triste sobre la vida de la nación. Compara Isaías 3:12, “Los opresores de mi pueblo son muchachos, y mujeres se enseñorearon de él”. Como observa Wiersbe: “Dios, al dar a Su pueblo una mujer para juzgarles les trató como niños pequeños, que es exactamente lo que eran en las cosas espirituales”. Pero debemos enfatizar que eso no fue un descrédito para Débora. Alguien bien ha dicho que el fracaso de los hombres fue suplido por la fidelidad de la mujer.

El Carácter de Su Ministerio
    Ella era profetisa y jueza. Un profeta, o en ese caso una profetisa, era una persona que recibía un mensaje directamente de Dios y lo comunicaba al pueblo. El profeta “estuvo en el secreto de Jehová, y vio, y oyó su palabra” (Jer. 23:18). Fue en base a eso que Débora podía gobernar a Israel en aquel tiempo.

La Ubicación de Su Ministerio
    “Y acostumbraba sentarse bajo la palmera de Débora, entre Ramá y Bet-el, en el monte de Efraín; y los hijos de Israel subían a ella a juicio” (Jue. 4:5). No hizo como Samuel, que “iba y daba vuelta a Bet-el, a Gilgal y a Mizpa, y juzgaba a Israel en todos estos lugares” (1 S. 7:16). No fue como Aod que “tocó el cuerno en el monte de Efraín” (Jue. 3:27), ni se puso a la cabeza del ejército. Israel subía a ella a juicio. Ella no tomaba la iniciativa para ir a ellos. Estaba contenta de morar bajo la palmera. Fue Barac que le persuadió a salir y acompañarle. También debemos notar que de acuerdo a los papeles de hombre y mujer en la Escritura, es Barac y no Débora que Hebreos 11 menciona. “¿Y qué más digo? Porque el tiempo me faltaría contando de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, así como de Samuel y de los profetas” (He. 11:32). Sara y Rahab son nombradas en Hebreos 11 porque, en su caso, no se trataba de servicio en público.

La Convicción de Su Ministerio
    “¿No te ha mandado Jehová Dios de Israel, diciendo: Ve, junta a tu gente en el monte de Tabor, y toma contigo diez mil hombres de la tribu de Neftalí y de la tribu de Zabulón; y yo atraeré hacia ti al arroyo de Cisón a Sísara, capitán del ejército de Jabín, con sus carros y su ejército, y lo entregaré en tus manos?” (Jue. 4:6-7). Aquí vemos a la profetisa ejerciendo su ministerio. Ella comunicó la Palabra de Dios. Dijo en efecto: “Así dice Jehová”.
 
El Ánimo de Su Ministerio
    Ellá animó a Barac a liderar al pueblo de Dios contra el enemigo. El Señor no le había dicho a ella que llevara al ejército contra Sísara. Al contrario: “¿No te ha mandado Jehová Dios de Israel, diciendo: Ve, junta a tu gente en el monte de Tabor, y toma contigo diez mil hombres... y yo atraeré hacia ti al arroyo de Cisón a Sísara... y lo entregaré en tus manos?” Las palabras: “¿No te ha mandado Jehová Dios de Israel?” podrían significar que Dios ya había mandado a Barac a atacar, pero que él no lo había hecho. Todos necesitamos ánimo. ¡Absténgase los cenizos! Israel ciertamente los había tenido en Cades-barnea (Dt. 1:28) A. M. S. Gooding tiene razon al decir: “Gracias a Dios por las hermanas detrás de los hombres que los apoyan y animan cuando fallan y manifiestan debilidad”.

John Riddle, Inglaterra, del capítulo 3 del libro The Glory of Godly Women (“La Gloria de Mujeres Piadosas”), Assembly Testimony Publications, 2013.   www.assemblytestimony.org

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¿Hermanas Predicadoras Y Maestras?
 
   ¿Deben las hermanas reunirse para que una mujer les enseñe la Biblia? Esto está de moda ahora entre los evangélicos, e incluso ha invadido las asambleas. Algunas incluso intentan citar a Débora como justificación. Están equivocadas, porque en primer lugar no había reuniones de mujeres en tiempos de Débora ni daba ella estudios ni predicaciones. 
    Segundo, hoy no hay escasez de varones dispuestos a servir al Señor, tomar el liderazgo y enseñar la Palabra de Dios. En los días de los jueces había escasez de varones de Dios, hombres espirituales y dispuestos a servir. Como una irregularidad surgió el caso de Débora y aun ella intentó animar al hombre Barac a tomar el liderazgo.
    Tercero, no es sabio sino algo desesperado cuando uno intenta sacar doctrina eclesial del libro de Jueces. La iglesia no está en el Antiguo Testamento, pues en aquel entonces era un misterio escondido en tiempo pasado (Ro. 16:25) y revelado a los apóstoles y profetas en el tiempo del Nuevo Testamento (Ef. 3:5). Es así que el apóstol Pablo declaró: “Esto te escribo, aunque tengo la esperanza de ir pronto a verte, para que si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad” (1 Ti. 3:14-15). La iglesia no es un local, sino el cuerpo de Cristo.Todas las instrucciones para ella están en el Nuevo Testamento.

continuará, d.v. en el número siguiente
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 La Cizaña Sembrada En El Trigo
S. Michelen
 
 

   Antes que la Iglesia fuese fundada en el día de Pentecostés, el Señor advirtió a Sus discípulos que Satanás trataría de corromperlos desde dentro introduciendo cizaña entre el trigo. Esta comunidad de creyentes se vio afectada desde sus inicios por aquellos que se introdujeron en la vida de la Iglesia, sin ser orgánicamente de ella.
    Veamos el ejemplo de Judas. Durante todo el tiempo que estuvo junto al Señor no mostró ningún rasgo que previera su deserción final. Los demás nunca dudaron de él. De hecho, más bien confiaron tanto en Judas que llegó a ser el tesorero del grupo. La noche que el Señor les reveló que uno de ellos sería un traidor, nadie pensó en Judas, más bien comenzó “cada uno de ellos a decirle: ¿Soy yo, Señor?” (Mt. 26:22). Aun cuando Cristo se dirigió directamente a él para decirle: “Lo que vas a hacer, hazlo más pronto”, nos cuenta el apóstol Juan “que ninguno de los que estaban a la mesa entendió por qué le dijo esto. Porque algunos pensaban, puesto que Judas tenía la bolsa, que Jesús le decía: Compra lo que necesitamos para la fiesta; o que diese algo a los pobres” (Jn. 13:27-29).
    Sin embargo, Judas era del maligno desde el principio (Jn. 6:70); siempre fue un “hijo de perdición” (Jn. 17:12). Satanás oculta a sus emisarios a través de disfraces de santidad; su labor es introducir a los falsos apóstoles como “apóstoles de Cristo” y como “ministros de justicia” (2 Co. 11:13-15).
    Pablo advirtió a los ancianos de Éfeso que velaran debidamente, en primer lugar por ellos mismos, y luego “por todo el rebaño” en que el Espíritu Santo los había colocado: “Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos” (Hch. 20:29-30).
    Esta cizaña, introducida por Satanás en la iglesia de Cristo (comp. Mateo 13:36-39) tiene como meta principal “arrastrar tras sí a los discípulos”, seducir a “los que verdaderamente habían huido de los que viven en error”. El diablo sabe perfectamente que si logra engañar a los creyentes con falsas doctrinas, o seducirlos con tentaciones hasta llevarlos a sucumbir, está anulando sus capacidades para servir a Cristo.


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Debemos velar, escuchar atentamente, comparar todo con las Escrituras y pedir al Señor discernir bien y no ser engañados. Considera Tito 1:16 y 2 Pedro 2:1
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NO EN LAS REUNIONES 

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 AMIGO, CON EL DINERO  
PUEDES COMPRAR:


Casa, pero no hogar. 
Libros, pero no sabiduría.
Lujo, pero no belleza. 
Diversión, pero no felicidad.
Sexo, pero no amor. 
Cama, pero no sueño.
Alimento, pero no apetito. 
Comodidad, pero no paz.
Compañero, pero no amistad. 
Medicina, pero no salud.
Velas, pero no bendición. 
Misa, pero no perdón.
Religión, pero no salvación. 
Nicho, pero no el cielo.


¡Qué vanidad es el vivir para el dinero! El dinero es el pasaporte universal a todos los lugares menos al cielo. Hay muchas religiones que cobran y recaudan, y ninguna de ellas es de Dios. No podemos comprar el favor de Dios. Sólo Jesucristo da lo que el dinero no puede obtener. Él dijo: "¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?" (Marcos 8:36). ¿Sabes la respuesta? "Nada aprovechará". El dinero puede hacerte sentir importante o poderoso, pero no puede salvarte. No vale en la eternidad, a dónde tú vas. La salvación no es "con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo", dice el apóstol Pedro. Dios no salva a nadie por dinero. Nadie obtiene Su favor a cambio de ofrendas o limosnas, sino por la preciosa sangre de Su Hijo (1 Pedro 1:18-19). Pero si no te arrepientes y confías en Él, pagarás por tus pecados por toda la eternidad, pues "la paga del pecado es muerte" (Romanos 6:23).
    Cierto es que "nada hemos traído a este mundo, y sin duda NADA podremos sacar" (1 Timoteo 6:7). Así la Palabra de Dios advierte a todos los que aman al dinero y las cosas materiales, sean ricos o pobres, caciques o criados. El coche fúnebre no lleva remolque. La muerte es la "igualatoria divina". Sin el Señor Jesucristo morirás en tus pecados e irás a la eterna perdición.
 
Desamparado y sin querer, llegaste al mundo tú;
Sólo algunos años pasarás aquí,
Y pronto el tiempo acabará, llegarás a tu final,
Para presentarte delante de Dios.
Los cortos años pasarán, mucho planeaste hacer,
Trabajando te labraste un porvenir.
Pero, ¿de qué te vale, si posees todo aquí,
Y al final tu alma eterna perderas?

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 DIOS EL ESPÍRITU
Parte 4
Camilo Vásquez Vivano, Punta Arenas, Chile



 viene del número anterior


EL ESPÍRITU SANTO Y SU MANIFESTACIÓN CUAL EL SOPLO DIVINO

    Dios el Padre y El Hijo soplan Su Espíritu, sin embargo el Espíritu no es un fluido o cosa derramada. Las expresiones bíblicas alusivas al Espíritu como “derramar” (Hch. 2:33; Tit. 3:5-6), "llenar" (Lc. 1:67; 4:1; Hch. 4:8; 7:55; Ef. 5:18, etc.), no indican que sea un fluido energético sino que aluden al tipo de libaciones usadas en el tabernáculo por las cuales el Espíritu era representado (Gn. 35:14; Éx. 30:31-32, etc.). Nunca hemos de referirnos a Su Persona como si fuese un objeto o sustancia usando expresiones como “ello” sino “Él”, tal como se refirió el Señor: “él os guiará” (Jn. 16:13), “Él me glorificará” (v. 14). De este error surge el “Modalismo” al considerar tanto al Verbo como al Espíritu como simples modos de manifestación de la divinidad (1). La palabra Espíritu en hebreo es “ruach” y en griego es “pneuma” encerrando la idea de viento, soplo o aliento. Así Job escribe: “El espíritu (ruach) de Dios me hizo, y el soplo (ruach) del Omnipotente me dio vida” (Job 33:4). No cabe duda de que en sus variados usos de esta palabra es usada para referirse al “aliento del Señor”; “Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca” (Sal. 33:6). Es por esto que Dios sopla sobre Adán para que sea un ser viviente (Gn. 2:7) y del mismo modo sopló el Señor Jesús sobre Sus apóstoles para que recibiesen el Espíritu Santo (Jn. 20:22) y pudiesen soportar la persecución hasta que fuesen bautizados, sellados y ser morada del Espíritu (Hch. 1:8).
    En un sentido exacto estos once apóstoles fueron hecho morada solo en el día de Pentecostés cuando el Espíritu Santo desciende y bautiza en Él a los 120 creyentes reunidos en el aposento alto. Antes ellos solo eran nacidos de Dios y ahora son habitados por el Espíritu Santo. A esto se refirió el Señor al decirles: “el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros” (Jn. 14:17). Después de Pentecostés el Espíritu Santo permanece para siempre en los nacidos de Dios.   
    Estas son las manifestaciones del Espíritu al ser comparado con el viento cuando regenera un alma que pone su fe en la obra redentora de Cristo (Jn. 3:5). El que es nacido del Espíritu posee libertad como el viento para obedecer a Dios sin las obras de la ley: “El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (Jn. 3:8). Es sobresaliente que la época del Espíritu en la iglesia sea iniciada con un viento recio: “...vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba” (Hch. 2:2). Tal estruendo hecho por el Espíritu equivalía a señalar que nuestro gran sumo sacerdote había entrado en el cielo triunfante y sin ningún defecto. Así era como antiguamente se sabía de la aceptación del oficio de Aarón por el sonido de sus campanillas en su vestido sacerdotal (Ex. 28:34-35). Entonces el Espíritu da su sonora aprobación tras la muerte y resurrección del Señor de otro modo no habría descendido para formar la iglesia del Señor.


LOS TÍTULOS DEL ESPÍRITU SANTO

“Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Jn. 4:24).
    Que el Espíritu sea una Persona suele ser algo desconocido para el creyente. Usualmente se piensa que es una influencia, un poder o un atributo posible de ser utilizado, lo cual conduce al orgullo de quien podría lograr tener su control. Si se descubre que es una Persona divina, el secreto de Su poder consiste en que Él nos controle a nosotros llevándonos a humillarnos y a someternos a Su control. Los títulos usados para describir Su Persona indican Su procedencia como Su obra divina. Hay al menos treinta de estos términos en las Escrituras, cada uno con su significado propio. Algunos de estos títulos divinos son estos: El Espíritu (Is. 32:15; Mt. 4:1) donde es el nombre básico e indica lo singular de Su ser; no hay otro como Él llamado: “el Espíritu de Dios” (Gn. 1:2; Mt. 12:28; Ro. 8:9). Hemos de entender que la Biblia no fue escrita diferenciando mayúsculas ni minúsculas sino que algunos manuscritos están todos o en letras cursivas mayúsculas, o todo en cursivas minúsculas. Así el vocablo “espíritu” traducido como “soplo” o “viento” puede usarse para el Espíritu de Dios, o para el espíritu humano, o para un espíritu inmundo. Incluso para catalogar el espíritu de esclavitud (Ro. 8:15) propio del inconverso. Los traductores deben entonces diferenciar cuando se está refiriendo al Espíritu de Dios dando el sentido adecuado al texto. Por ejemplo se traduce con minúsculas en Isaías 30:1; 63:10 como también en Juan 6:63; Romanos 8:15; Filipenses 3:3, etc., etc. En otros casos la Escritura es enfática en declarar a quién se refiere, por ejemplo se usa para indicar Su procedencia del Padre como “el Espíritu de Jehová” (2 S. 23:2; Is. 61:1; 63:14); Su procedencia del Hijo como “el Espíritu de su Hijo” (Gá. 4:6) y también como “el Espíritu de Cristo” (Ro. 8:9; 1 P. 1:11). Estos títulos indican que siempre las tres Personas de la Trinidad actúan juntas y en una completa unidad, es decir son inseparables. Se le llama también el Santo Espíritu (Sal. 51:11; Ef. 4:30), este es el nombre usado con mayor frecuencia. “El Espíritu Santo” (Jn. 14:26), este título es aun más enfático pues el artículo “el” figura dos veces aquí.  El Espíritu de gracia (He. 10:29). El Espíritu de verdad (Jn. 14:17), El Espíritu de santidad (Ro. 1:4). El Espíritu Santo de la promesa (Ef. 1:13). El Espíritu de sabiduría (Ef. 1:17), El Espíritu de adopción (Ro. 8:15). El glorioso Espíritu de Dios (1 P. 4:14). El Espíritu de la profecía (Ap. 19:10) que no es otra cosa que el testimonio dado por el Espíritu relativo a la gloriosa Persona del Hijo. La descripción séxtupla de Isaías 11:2, “Reposará sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia; espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová”. Esto es una descripción de la perfección y Santidad del Espíritu obrando en la vida de Cristo pues tiene que ver con “los siete espíritus que están delante de su trono” (Ap. 1:4).

EL OTRO CONSOLADOR

“Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre” (Jn. 14:16).
    La palabra “Consolador” se corresponde con el nombre “Menahem”, que dan los hebreos al Mesías (d) y en su sentido más amplio este vocablo significa uno que socorre, que consuela, y Cristo fue esto para Sus discípulos durante Su estadía con ellos. La palabra “otro” usada por el Señor para referirse a quién enviaría viene del griego “allos” y significa idéntico, no diferente (“heteros”). El Espíritu que los discípulos recibirían sería idéntico al Señor en Su Personalidad y en todos Sus atributos ya que fue Él quién estuvo primero asistiéndoles en todas sus pruebas. John Ritchie (1853-1930), en sus comentarios sobre el Espíritu Santo dice: “De todos sus nombres, quizás el que más apela a nosotros es aquél que le fue enseñado cuatro veces por el Señor Jesucristo como “el Consolador”. Véanse Juan 14 al 16. Es un término muy expresivo e inclusivo, y desconozco palabra que exprese cabalmente todo su sentido” (c).
    Ese vocablo “consolador” se traduce “abogado” en 1 Juan 2:1 con referencia al Señor Jesús quién estando ahora en el cielo realiza este oficio cual Sumo Sacerdote. Esa abogacía es hecha delante del Padre y la del Espíritu es en nuestro corazón. La abogacía del Señor en el cielo es después que hemos pecado, y la del Espíritu es antes que pequemos. Por la experiencia de Pedro sabemos que incluso el Señor intercede antes que pequemos (Lc. 22:32) y frente a la tentación abre una puerta para que abandonemos la idea de pecar (1 Co. 10:13).
    Podemos decir que este término griego “parakletos” significa “uno llamado a ponerse al lado de otro”. Nosotros entendemos la idea de “abogado” en términos jurídicos de alguien que conoce las leyes, conoce mi causa y puede defenderme sin embargo cualquier abogado no posee la facultad de consolar como lo hace el Espíritu Santo. El hecho que sea de la misma naturaleza que el Señor significa que conoce todo de nosotros y todo de Dios (1 Co. 2:10-11). Su tarea como abogado que consuela es ayudarnos frente al combate contra el pecado, por esto el apóstol Pablo explica la gran ayuda del Espíritu guiándonos a buscar aquello que nos aleje de las obras de la carne: “Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles” (Ro. 8:26). La definición de “Consolador” usada para el Espíritu vemos que está asociada a la actividad constante de un abogado, pues ha venido para estar con nosotros de una forma muy íntima tal como el Señor anunció a Sus discípulos: “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros” (Jn. 14:18). Este ministerio de acompañar al creyente defendiéndolo frente al mal se ve claramente en lo que el Señor les adelantó como persecución a Sus discípulos: “Pero cuando os trajeren para entregaros, no os preocupéis por lo que habéis de decir, ni lo penséis, sino lo que os fuere dado en aquella hora, eso hablad; porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu Santo” (Mr. 13:11). No debemos sacar de contexto este pasaje para decir que hoy el Espíritu comunica qué decir en las reuniones sin haber estudiado la Biblia. El contexto se trata sobre las persecuciones futuras que recibirían estos discípulos de parte de sus propios hermanos judíos como lo vivieron los primeros cristianos. Pedro nos narra de estas persecuciones y nos cuenta cómo el Espíritu estuvo sobre ellos ministrándoles Su gracia en medio del sufrimiento: “Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros...” (1 P. 4:14). Hoy esta ayuda la está haciendo el Espíritu en aquellos hermanos que combaten con el evangelio sembrando la Palabra de Dios en medio de la idolatría imperante. Pero también la puede vivir usted frente a cualquier incrédulo que demande razón de su fe y de su esperanza. Para esto el Espíritu tomará de lo que usted ha estudiado de la Palabra de Dios y querrá manifestar por medio de usted un testimonio digno de templanza y buenos modales (1 P. 3:15).                                          
continuará, d.v. en el siguiente número

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¿Podemos Rehusar La Cena Del Señor
A Un Verdadero Creyente?

por Norman Crawford


 Le place al Espíritu Santo, Persona divina, hacer Su residencia en la tierra en la asamblea. Su carácter is santo. “El templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es” (1 Co. 3:17).
    ¿Podemos rehusar la cena del Señor a un verdadero creyente? Frecuentamente surge esta pregunta. Para algunos, les parece un método más benigno recibir a todos los que vengan, pero ¿es bíblico? Ha sido sugerido que al rehusar a alguien la comunión, profesamos un nivel más alto de piedad que los demás creyentes. Esto no es verdad. Creemos que hay muchos creyentes en las denominaciones y que algunos podrían tener una devoción más profunda al Señor que la nuestra. No obstante, la recepción a una asamblea no es una calle de sentido único. No sólo es una recepción a la asamblea, sino  indica que el que es recibido también recibe a la asamblea, sus creencias y prácticas.

¿Qué Pasa Si Un Creyente Desconocido Viene A Partir El Pan?

    Debemos tratar a todo creyente con amor y amabilidad. Pero si una persona desconocida se presenta y desea ser recibida a la asamblea, ¿cómo sabemos si es un creyente genuino? Algunos dicen que debemos recibir a todo persona que es verdaderamente salva, santa en vida y sana en doctrina. Bien, pero no explican cómo podemos saber si estas cosas son así en la vida de una persona desconocida que aparece en la puerta. Sólo los frutos de la vida demuestran la realidad (Mt. 7:20).
    Existe un segundo problema. Tal persona desea este día partir el pan con nosotros, pero ¿qué hace en los otros 51 días del Señor durante el año? Esto introduce el tema de perseverar continuamente en la doctrina de los apóstoles, la comunión, el partimiento del pan y las oraciones (Hch. 2:41-42). Está claro en el Nuevo Testamento que la Cena del Señor no es un privilegio individual sin congregacional – de la asamblea. Es importante aprender esto y recordarlo: No recibimos a las personas a la Cena del Señor, sino a la asamblea. Esta comunión es constante y continua, no espasmódica.

Una Asamblea Es Una Entidad

    Una asamblea cristiana está compuesta de un número de creyentes en cierto lugar. Tiene dos posiciones: “dentro” y “fuera” (1 Co. 5:12-13). Tiene pastores que son conocidos por la asamblea y que conocen a toda oveja y cordero en el rebaño (1 Ts. 5:12-13); 1 P. 5:1-4). ¿Cómo podrían esos pastores enseñar y guiar a creyentes que ni siquiera conocen? ¿Cómo podrían actuar debidamente en disciplina? Un profesado creyente podría venir y presentarse estando fuera de otra asamblea o porque ha sido sacado (1 Co. 5:9-13), o porque es indocto (1 Co. 14:24-25).

Haciendo Preguntas

    ¿Tenemos derecho a entrevistar y preguntar a una persona acerca de su testimonio de salvación, sus creencias y su vida? Observa que la asamblea en Jerusalén tenía apóstoles en ella, y sin embargo con precaución rehusaron la comunión a Pablo hasta que estas tres preguntas fueron completamente contestadas (Hch. 9:26-28). Entonces él “estaba con ellos en Jerusalén; y entraba y salía” (Hch. 9:28).

Distinciones Entre El Cuerpo Y Una Asamblea

    Ha sido enseñado que todos los que están en el gran Cuerpo espiritual de Cristo están automáticamente en comunión en una asamblea. Pero no es así, pues hay numerosas distinciones entre el Cuerpo y una asamblea local. Uno entra en el Cuerpo en el momento de la conversión, pero entra en la asamblea mediante la recepción (1 Co. 12:13; Hch. 2:41). Todo verdadero creyente está en el Cuerpo, pero hay creyentes que están fuera de una asamblea (1 Co. 5:11; 14:25). En el Cuerpo no hay varón ni hembra (Gá. 3:28). Pero en una asamblea sí hay varones y mujeres, porque en ella las mujeres guardan silencio (1 Co. 14:34). Es imposible estar separado del Cuerpo de Cristo (Ro. 8:38-39), pero es posible ser expulsado de una asamblea (1 Co. 5:11-13). Nada falso puede jamás entrar en el Cuerpo (Mt. 16:18), pero se le advierte a la asamblea respecto a los lobos y falsos maestros que entrarán (Hch. 20:29). El Cuerpo de Cristo tiene perfecta unidad (Jn. 17:21), pero una asamblea local puede tener divisiones (1 Co. 3:3). Estas sólo son algunas de las distinciones que existen.
Traducido de la revista Truth & Tidings, noviembre 1999

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Algunas Preguntas  Importantes A Considerar Antes De Recibir A Alguien A La Comunión De La Asamblea

¿Quién es, y de dónde viene?

¿Con qué motivo viene: para quedarse o de visita?

¿Trae carta de recomendación de una asamblea cristiana
que da fe de su condición espiritual?

Si no, puede observar hasta que se aclaren estas cosas:
¿Por qué desea ser recibido?

¿Cuál es su testimonio de conversión?

¿Cuál es su estado matrimonial?

¿Está o ha estado asociado con alguna iglesia?

¿Ha estado bajo disciplina eclesial por alguna cuestion?

¿Está huyendo de alguna iglesia o problema?

¿Entiende la verdad de la iglesia o es indocto?

¿Qué entiende por la doctrina de Cristo?

¿Cómo es su vida personal respecto a la santidad?

¿Entiende los privilegios y responsabilidades de
la comunión en la asamblea, y los acepta sin reserva?