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jueves, 30 de mayo de 2019

EN ESTO PENSAD - junio 2019

Dios No Elige A Nadie
Para Que Sea Salvo o Perdido

     La Biblia nunca emplea el término “escogido” respecto a los inconversos. Siempre se refiere a los que ya son salvos. Una y otra vez el estudio cuidadoso demuestra que la elección es una doctrina escrita a los creyentes y se aplica solamente a ellos. En Efesios, Romanos, 1 Pedro, Tito y otros pasajes, el mensaje de elección es a los cristianos y para ellos. Colosenses 3:12 dice: “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia”. El texto describe a los escogidos como “santos y amados”, palabras descriptivas que sólo pueden caracterizar a los creyentes. Sería contrario al tono de la Escritura mirar a personas inconversas en el mundo y preguntarse si algunas son de los escogidos de Dios. La Biblia enseña que los inconversos son aquellos que: “teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón; los cuales, después que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza” (Ef. 4:18-19). Estas palabras nunca pueden describir a los escogidos. Los inconversos nunca son contados entre los escogidos, porque el término “escogido” en este uso se refiere solamente a los creyentes.
    Pablo escribe así a la iglesia de los tesalonicenses: “...conocemos, hermanos amados de Dios, vuestra elección” (1 Ts. 1:4). Es importante que los calvinistas y no-calvinistas consideren este versículo. Podríamos lanzar un número de preguntas. Primero, ¿Cómo sabía Pablo que todos los creyentes en esa asamblea eran escogidos? ¿Cómo sabía Pablo quiénes eran y no eran escogidos? ¿No es la elección un secreto escondido en Dios? Parece claro que a todos él les llama escogidos porque ya habían creído en Cristo y estaban en comunión activa en la iglesia. Antes, en 1 Tesalonicenses 1:1, había escrito: “a la iglesia de los tesalonicenses en Dios Padre y en el Señor Jesucristo”. Pablo observa que los creyentes en Tesalónica están “en el Señor Jesucristo” y “en Dios Padre”, y esas expresiones significan salvación y el privilegio singular del creyente. La expresión “en Cristo” es una frase teológica excelente que enseña que el creyente es colocado en una unión maravillosa con Cristo. “El que se une al Señor, un espíritu es con él” (1 Co. 6:17). Las riquezas de Cristo son nuestras, Su poder es nuestro, Sus recursos son nuestros y Su posición es nuestra. Ser “en Cristo” es compartir la misma vida de Dios por medio del Señor Jesucristo (Ef. 1:3).
    Juntas, la expresión bíblica “en Cristo” y la verdad de la elección divina expresan el alto privilegio y posición del creyente. Cuando el Nuevo Testamento habla del creyente como escogido, es un término colectivo de ternura, dignidad y la posición alta que el creyente tiene en Cristo. Leemos: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios?” (Ro. 8:33). Este versículo disipa la idea popular de que la elección es una doctrina misteriosa y secreta que está escondida en Dios. Pablo sabía quiénes eran los escogidos y podía hablar libremente de ellos como tales. Samuel Fisk, un teólogo bautista, explica este aspecto de la enseñanza del Nuevo Testamento sobre la elección:

“La predestinación y la elección no se refieren a ciertas personas del mundo salvándose o perdiéndose, sino se relacionan con los que ya son hijos de Dios, y ciertos privilegios o posiciones para ellos. Miran hacia adelante, anticipando lo que Dios hará en aquellos que han llegado a ser Suyos”.


del libro LIMITANDO LA OMNIPOTENCIA, por David Dunlap, Editorial Berea
https://berealibros.wixsite.com/asambleabiblica/libros

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 ¿Hermanas Predicadoras Y Maestras?
(parte II)

viene del número anterior

     Cuarto – la doctrina apostólica sobre este asunto está claramente declarada: “La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio” (1 Ti. 2:11-12). A las mujeres que quieren reuniones de hermanas les preguntamos: “¿qué parte no entendéis de: ‘no permito a la mujer enseñar’?
El apóstol dice que deben aprender en silencio. La que pretende enseñar está en violación de esto. El apóstol dice que debe aprender “con toda sujeción” – esto es – al Señor y por eso a la enseñanza dada por los varones. La que se hace maestra no se sujeta. La que asiste a estudios dados por mujeres tampoco se sujeta. En cualquier congregación de creyentes las mujeres deben guardar silencio. No puede haber reuniones de mujeres porque en una congregación ninguna de ellas debe hablar. La doctrina apostólica es: “vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice” (1 Co. 14:34). A los que alegan que eso fue algo cultural o una idea de Pablo, les remitimos al versículo 37: “Si alguno se cree profeta, o espiritual, reconozca que lo que os escribo son mandamientos del Señor”. No llames cultural o “paulismo” lo que el Señor Jesucristo manda. A las que objetan que no hay nada malo en que las hermanas se reúnan para aprender de la Palabra de Dios, responde la Palabra de Dios: “Y si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos; porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación” (1 Co. 14:35). Pueden aprender en las reuniones de toda la iglesia, cuando los hermanos enseñan, o preguntar en casa a sus maridos – no a una “hermana maestra”, porque tales “maestras” han saltado la clara prohibición de la Palabra de Dios.
    Quinto – si consultamos la historia de la iglesia, vemos que no hay ninguna reunión de hermanas en el Nuevo Testamento. Algunos intentan sacar provecho de Hechos 16:13, la reunión de mujeres al lado del río en Filipos. ¡Pero en Filipos esas mujeres no eran creyentes, sino inconversas, y no se estaban enseñando, sino que Pablo y los suyos les predicaron el evangelio! Cuando Lidia se convirtió, ella formó parte de la iglesia de los filipenses que llegó a tener “obispos y diáconos” (Fil. 1:1). No se menciona más ninguna reunión de mujeres. Otros agarran Hechos 21:8-9 que nombra a las cuatro hijas de Felipe el diácono (no el apóstol) “que profetizaban”. Pero en el texto no hay ninguna reunión de mujeres. Esas supuestas reuniones son suposiciones que existen sólo en la imaginación de los que permiten a mujeres predicar y enseñar. “Profetizar” puede indicar una palabra de Dios acerca del futuro como en Hechos 20:22-23; 21:10-11. Y en la evangelización personal es anunciar a los inconversos su condición y el peligro en que están. Cierto es que no hablaban las mujeres en ninguna asamblea o reunión porque el Señor manda que no.
    Sexto – un último texto al que recurren es Tito 2:3-5 acerca de las mujeres “ancianas”, no jóvenes ni cuarentonas sino las que ya han vivido piadosa y respetuosamente con sus maridos durante años y han criado a su familia como Dios manda. Absténganse las demás, y que vayan a su casa, se sujeten a sus maridos y críen a sus hijos para Dios.  Dice: “maestras del bien, que enseñen a las mujeres jóvenes”. Pero “maestras del bien” es una sola palabra en griego, y no indica enseñanza de doctrina como en una reunión. Es “maestras de lo bueno” o “...de buenas cosas” y los versículos 3-5 indican qué cosas. No dan estudios bíblicos, conferencias, retiros de mujeres, etc. sino simplemente ponen el ejemplo hogareño y dan los consejos personales, de tú a tú, acerca de la piedad de la mujer en su carácter y conducta. No hay que contar la lectura en Tito 2 sino leer los versículos 2-5 seguidos. Si paramos antes de terminar podemos cometer el error de Satanás cuando citó parte del Salmo 91:11-12 al Señor, para tentarle, y omitió el versículo 13 que dice: “Sobre el león y el áspid pisarás; Hollarás al cachorro del león y al dragón”. Tomen nota todos los que quieren torcer las Escrituras para ponerse al día o salirse con la suya. Peca el que hace o aprueba
lo que Dios prohibe.      
Carlos Tomás Knott

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Los Burladores: Señal de que Viene el Fin

    En 2 Pedro 3:3-4 leemos de los burladores que dicen la venida de Cristo y el fin del mundo son un cuento antiguo.
    A esto se podrían añadir indicaciones como terremotos en muchos países, la amenaza de un hambre mundial, y la creciente hostilidad entre las naciones (Mt. 24:6, 7). El fracaso de los gobiernos en el mantenimiento de la ley y del orden y en la supresión del terrorismo lleva a un clima para el surgimiento de un dictador mundial. La acumulación de arsenales atómicos da un significado adicional a preguntas como: “¿Quién podrá luchar contra ella?” (Esto es, contra la bestia; Apocalipsis 13:4). Las instalaciones mundiales de televisión e internet podrían ser el medio para cumplir Escrituras que describen acontecimientos que serán vistos simultáneamente en todas partes del planeta (Apocalipsis 11:9).
    La mayor parte de estos acontecimientos son predichos como acaeciendo antes que Cristo regrese a la tierra para reinar. La Biblia no dice que tendrán lugar antes del Arrebatamiento, sino antes de Su manifestación en gloria. Si es así, y si vemos estas tendencias desarrollándose ya, entonces la evidente conclusión es que el Arrebatamiento debe estar muy cerca, a las puertas.

adaptado del Comentario Bíblico de William MacDonald, en la sección de 1 Tesalonicenses

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El sábado 6 de diciembre de 1941, interceptaron un mensaje japonés que indicaba el ataque inminente contra la marina estadounidense en Hawai. Así que, advertidos escasamente a tiempo, enviaron el aviso marcado “Urgente”, a la base norteamericana en el puerto de Pearl Harbor, Hawai. Llegó el mismo día 6. Pero el oficial de guardia en la central de comunicaciones, no observó su etiqueta “Urgente”, y por eso colocó el mensaje en el buzón normal para ser leído el lunes siguiente. Sin embargo, el domingo cayó el ataque japonés y grande fue la pérdida, porque sorprendió a gran parte de la flota estadounidense en el puerto y destruyó muchos buques. Podían haberse defendido, porque el aviso llegó a tiempo, pero por error humano lo dejaron en el buzón de correo normal, para después, y no sirvió.
    Esto ilustra la condición espiritual en la que muchos se encuentran. Hay un mensaje de Dios – muy importante, serio y “Urgente”. Es un aviso, y se trata de vida y muerte, con consecuencias eternas. Pero muchos no toman la molestia de leerlo, pese a su etiqueta “Urgente”. Lo desprecian o lo colocan en el buzón de “mañana”. No hacen caso del aviso de las consecuencias del pecado: la ira venidera, la proximidad de la muerte y el juicio de Dios. Es un descuido fatal. Dios hizo llegar a tiempo el mensaje del evangelio. Pero, tú, amigo, ¿qué haces ahora con el evangelio? ¿Acaso ignoras que eres un pecador inmundo? No debes ir así a comparecer ante Dios, porque Él es santo y justo, y serás condenado a la perdición eterna. “El alma que pecare, esa morirá” avisa Dios, y esa alma eres tú. Debes reconocerlo y arrepentirte ahora. Sólo el Señor Jesucristo puede perdonarte y limpiarte, pues Él sufrió sustituyéndote en el Calvario. ¿Qué harás hoy? No digas “mañana”, porque será tarde para actuar. Amigo, hoy es día de salvación. ¿Quieres ser salvo o vas a esperar que el desastre te alcance? El aviso es “Urgente” y hoy estás a tiempo. Arrepiéntete ahora y confía en el Señor Jesucristo. “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo”.
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 DIOS EL ESPÍRITU
Parte 5
Camilo Vásquez Vivanco, Punta Arenas, Chile

viene del número anterior

Definitivamente aquella declaración del Señor tiene ahora mucho sentido: “Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré” (Jn. 16:7). La  venida del Espíritu anuló la orfandad que caracterizaba al hombre. Él estaría con ellos perpetuamente y en ellos; sería una constante fuente de poder, de consuelo y de valentía.
    Hemos de saber que la orfandad más grande no consiste tanto en no tener padres a quiénes acudir por amparo y amor, sino que se trata de la esclavitud del pecado que hace al hombre un ser miserable. Muchos creyentes verdaderamente salvados y regenerados viven derrotados por no descubrir que ya no son huérfanos abandonados a sus propias fuerzas. El Señor aseguró a Sus discípulos: “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros” (Jn. 14:18), en que esto es verdaderamente cierto porque nos envío Su Espíritu, el otro Consolador. El apóstol lo reitera al decirnos: “Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” (Ro. 8:15). Este poderoso Dios el Espíritu ha venido para quedarse dentro de nosotros y ayudarnos contra la carne – no regenerada, indómita e incansable que reclama aún sus derechos sobre nuestro ser redimido. Si el apóstol Pablo decía: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Ro. 7:24), tal poder libertador está en el Señor que nos ha dado de Su Espíritu con el cual podemos disciplinar nuestro cuerpo y nuestra mente para vivir vidas para la gloria de Dios: “derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Co. 10:5).

EL ESPÍRITU SANTO REDENTOR 

“Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención” (Ef. 4:30).

    Las Escrituras nos muestran que la obra de la Trinidad en la creación material es del Padre, por medio del Hijo y para el Espíritu Santo. El Padre origina, el Hijo ejecuta y el Espíritu perfecciona. Así la conocida declaración de Pablo: “Porque de él, y por él, y para él”, se refiere a este aspecto del obrar de la Trinidad. Todo propósito es del Padre llevado a afecto por el Hijo y completado por el Espíritu quién sigue obrando y perfeccionando. Estos mismos propósitos trinitarios se ven en la redención, pues es el Padre quién amó al mundo y nos dió al Hijo quién realizó la redención en el tiempo señalado (Gá. 1:4). No fue el Padre ni el Espíritu Santo quiénes vinieron al mundo para la redención, sino el Hijo encarnado: “siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Ro. 3:24); “y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención” (He. 9:12). Entonces la redención es por el Hijo y es el Espíritu Santo que aplica la virtud de la redención a la vida del creyente y la completa (i). Tal trabajo del Espíritu comienza con una santificación previa a la conversión, que no es una preregeneración, sino un convencimiento y atracción tal como lo enseña Pedro: “elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo...” (1 P. 1:2). En algunos manuscritos originales la expresión “elegidos” no se encuentra según traduce por ejemplo la versión de la Biblia de las Américas vertiendo el texto así: “según el previo conocimiento de Dios Padre, por la obra santificadora del Espíritu...”. Pues el énfasis no está en alguna elección previa para ser salvos sino en el trabajo santificador del Espíritu para que un alma sea redimida (1 Co. 7:14). Este trabajo santificador también lo menciona Pablo al escribir: “...que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad” (2 Ts. 2:13). Aquí “escogido” no es desde la eternidad, sino desde el trabajo del apóstol en esa región donde llegó solo por tres semanas y luego tuvo que huir siendo perseguido por los judíos (Hch. 17). Aquí “escogidos” significa “tomar para si”, cosa que Dios realizó con Su Espíritu, convenciéndolos de pecado y apartándolos para sí. Es entonces el Espíritu que aplica la obra de la redención en el que cree, convenciéndolo de su pecado: “Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu...” (1 P. 1:22). Una vez que ese pecador se arrepiente frente a la verdad de estar rechazando a Cristo como Salvador, el Espíritu lo hace nacer de arriba (regeneración), lo sella, lo habita y lo añade al cuerpo de Cristo, la Iglesia: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1 Co. 12:13). Luego el Espíritu comienza Su trabajo de “renovación” en el creyente, transformándolo a la imagen del Hijo de Dios: “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Co. 3:18). Debemos enfatizar que esta transformación no la hace el Señor, sino el Espíritu a través de la Palabra de Dios cual espejo que revela la gloria del Señor: “estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil. 1:6). El camino de perfección de ese creyente es seguro y la medida de su transformación dependerá de su sujeción al trabajo del Espíritu: “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención” (Ef. 4:30).
    Se puede afirmar que la redención puede ser vista en el pasado, en el presente y en el futuro. En cuanto al pasado Dios la planeó y el Hijo la ejecutó en la cruz del Calvario, en cuanto al presente la poseemos todos aquéllos que hemos creído para ser salvos, y en cuanto al futuro la veremos culminada cuando veamos nuestros cuerpos transformados a la imagen del cuerpo glorioso del Señor: “...nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo” (Ro. 8:23).
    Podemos afirmar además con el apóstol Pablo, que la redención es para el Espíritu Santo, pues es Él el encargado de transformar al redimido a la imagen del Hijo por su obra de renovación que estudiaremos más adelante. Así la redención comienza para nosotros en la Cruz y se extiende hasta el día en que veremos la gloria de Cristo en el cielo (Sal. 73:24), todo esto es trabajo del Espíritu perfeccionando y asegurando según el propósito original del Padre.

EL ESPÍRITU DE CRISTO

    El Espíritu Santo es la Persona de la Trinidad que respalda y asegura todo lo que Dios planeó. Es así que el Hijo en Sus días como hombre fue lleno del Espíritu (Lc. 4:1), y realizó todos Sus milagros por el poder del Espíritu (Lc. 4:14). Y así todo lo que el Hijo hace lo hace por el Espíritu llegando a ofrecerse a sí mismo por la suministración de Su santa gracia (He. 9:14). Del mismo modo, es el Espíritu Santo que junto al Padre resucita al Hijo en completo poder y aceptación de Su obra redentora (Ro. 1:4), lo queda expresado como “justificado en el Espíritu” (1 Timoteo 3:16). Este concepto como “el Espíritu de Cristo” (1 P. 1:11) se entiende en primer lugar por ser Cristo quien lo envía (Jn. 15:26; 16:7), y en segundo lugar porque quién no tenga el Espíritu de Cristo no es de Él (Ro. 8:9). Es por esto que se nos habla que el Espíritu Santo es el Espíritu del Hijo (Gá. 4:6), como también es el Espíritu del Padre (1 Ts 4:8). Es el Espíritu Santo que viene sobre el Hijo en forma corporal no para recién iniciar la vida de poder del Hijo, sino para señalarle visiblemente como el prometido Mesías: “Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová” (Is. 11:2). Estas siete manifestaciones del Espíritu Santo son en el Hijo en quién el Espíritu estuvo sin medida y podemos decir que El Señor es la piedra de siete ojos (Zac. 3:9). Estos siete ojos son los siete espíritus que señala Juan delante del trono de Dios: “Juan, a las siete iglesias que están en Asia: Gracia y paz a vosotros, del que es y que era y que ha de venir, y de los siete espíritus que están delante de su trono” (Ap. 1:4). Es así que el Espíritu Santo es visto en el trono de Dios irradiando la perfección de Cristo. Juan las presenta como siete lámparas delante del trono. No debemos confundirlos con los siete candeleros que son las siete iglesias. Las siete lámparas son los siete espíritus: “Y del trono salían relámpagos y truenos y voces; y delante del trono ardían siete lámparas de fuego, las cuales son los siete espíritus de Dios” (Ap. 4:5, véase Ap. 5:6). Estas son las siete lámparas vistas por Zacarías (4:2) y llamadas también por él cómo los “siete ojos de Jehová” (Zac. 4:10). El Espíritu Santo es además el “aceite de olivo” que vierte de las dos ramas de olivo, (Zac. 4:12) como una unción que asegura y faculta todos los planes de Dios: “…No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zac. 4:6). No cabe duda que tal manifestación séptuple del Espíritu es solo hallada en el Hijo: “He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones” (Is. 42:1). Nunca hubo hombre tan pleno como Jesús donde habitase con toda plenitud el Espíritu de Dios; “Porque el que Dios envió, las palabras de Dios habla; pues Dios no da el Espíritu por medida. El Padre ama al Hijo, y todas las cosas ha entregado en su mano” (Jn. 3:34-35). La versión antigua llamada la Biblia del OSO dice: “…porque no le da Dios el Espíritu por medida” y la nueva traducción viviente lo vierte así: “Pues él es enviado por Dios y habla las palabras de Dios, porque Dios le da el Espíritu sin límites” (NTV). En el Señor el Espíritu destilaba como oro y permanecía en Él sin destilar, solo lo llenaba: “Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fue llevado por el Espíritu al desierto” (Lc. 4:1). Esta verdad es reafirmado por Pablo al declarar: “y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia; por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud”  (Col. 1:18-19).

continuará, d.v. en el siguiente número

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