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miércoles, 25 de junio de 2014

EN ESTO PENSAD -- julio 2014

EL MILAGRO DEL LIBRO
 

Dyson Hague

Cuanto más aumenta nuestra experiencia, tanto más el milagro de este Libro se nos abre; porque cuanto más intensamente escudriñamos en él, tanto más sólido llega a ser el conocimiento, de que la Biblia no es simplemente un libro, sino que es el Libro. Cuando Sir Walter Scott en su hora de muerte pidió que se le leyera en el Libro, su yerno le preguntó: “¿En  qúe libro?” Dio como respuesta: “Tan solo hay un Libro, la Biblia”. En el mundo entero este es “el Libro”. Comparados con él, todos los demás libros no son más que hojas, pedazos. Sí, es el único libro perfecto, el Libro eterno–la voz de la cual todos los demás a lo sumo son el eco. Es el Libro que se halla en inalcanzable y excelsa altura, en solitaria gloria, siendo misterioso en su influencia, tan soberano, muy por encima de todos los demás libros como el Cielo está por encima de la tierra, como el Hijo de Dios por encima de los hijos de los hombres.

El milagro de su formación

    La sola existencia de la Biblia es un milagro. Todo aquel que está enterado de la historia y el origen del Libro divino, queda abrumado por el asombro que le inspira la misteriosa manera de su amoldamiento. El que esta palabra llegase a ser libro y hoy en día es el Libro, ya en sí es un milagro literario, puesto que nunca se había entregado a ningún hombre la tarea de planear la Biblia. Tampoco fue concebida por un acuerdo alguno entre sus diversos escritores.
    La manera en que la Biblia gradualmente creció a través de los siglos es uno de los grandes misterios de los tiempos. Gradualmente, de un siglo a otro, una porción se agregaba a otra, en primer lugar inconexo, fragmentario, sin haber relación entre las porciones individuales (He. 1) escritas por distintos hombres y sin cualquier convenio respecto a su organización por parte de éstos. Uno escribió en Siria, otro en Arabia, otros más en Israel, Italia o en Grecia. Algunos escribieron centenares de años antes o después de otros; la primera porción se produjo 1.500 años antes de que naciere el hombre que escribió la última porción.
    Escoge al azar cualquier libro del conjunto, según tu anteojo momentáneo, y considera cómo llegó a la existencia. En nueve casos de diez esto se produce de modo que alguien, después de haberse propuesto escribir un libro, da cierto orden a sus ideas, junta el material, escribe o dicta sobre su contenido y lo manda imprimir en múltiples ejemplares. Tarda en esto dos, tres o más meses o años respectivamente. El promedio de los libros se prepara según parece, en un lapso de tiempo de desde uno hasta diez años. Pero para escribir la Biblia se tardó por lo menos 1.500 años, esto es a través de 60 generaciones.
    Cuán elevado se hace nuestro concepto de Dios, nuestra apreciación de Su paciencia, cuando le vemos observar con silenciosa y tranquila paciencia, el ajetreo y la febril intranquilidad de los hombres, mientras que el gran Libro lentamente y en máximo silencio va creciendo. Una porción se agrega a otra; aquí algo de historia, un poema, una carta, allá una profecía, una biografía, hasta que por fin sin alboroto alguno –cual el Templo en la época de Salomón (1 R. 6:7)– quedó perfecto y acabado en un mundo, que tan apremiantemente precisaba de él.
    Al morir Moisés, quedaban disponibles las primeras cinco partes; cuando David estaba sentado en el trono, algunos pergaminos se habían añadido. Príncipes, sacerdotes y profetas agregaban sus más o menos grandes aportaciones, hasta que finalmente se había terminado todo el Antiguo Testamento, letra por letra, palabra por palabra, frase por frase, libro por libro, igual como hoy todavía lo tenemos entre manos, intacto y perfecto. Y como lo testifica Josefo, nadie en el curso de los siglos se ha atrevido a añadirle algo o restar cualquier cosa, tampoco el texto del Antiguo Testamento ha sido modificado en lo más mínimo desde aquel día hasta hoy.
     Pero desde el punto de vista literario el Nuevo Testamento es un milagro aun mayor que el Antiguo. Todo el mundo sabe, los judíos no eran un pueblo dado a escribir. Como lo dijo una vez el sr. Westcott, los judíos fueron instruidos casi exclusivamente por vía oral, tenían una aversión hacia la literatura escrita. [nota del editor: Sin embargo, vemos claramente que Dios les mandó escribir: Éx. 17:14; Dt. 34:21-26; Is. 30:8; Jer. 36:2; Ro. 15:4; Ap. 1:11, etc. y lo hicieron] Además su Señor y Maestro tampoco era escritor. Jesucristo–que sepamos–nunca escribió ni siquiera un solo renglón para la divulgación, y el pensamiento de escribir adiciones o suplementos a la Biblia, probablemente nunca se le ocurrió a ninguno de Sus discípulos. Indudablemente se hubiesen espantado ante tan sólo el pensamiento de semejante temeridad. Cincuenta años después del nacimiento de Jesús no se había escrito, probablemente, ni un renglón del Nuevo Testamento. Pero entonces, por medio de la influencia misteriosa y la guía del todopoderoso Espíritu de Dios–sin cualquier colaboración colectiva humana o planeamiento unificado–pieza por pieza se iba produciendo; aquí una carta, allá una biografía, obra sobre obra. Así creció el Nuevo Testamento.
    Pero fíjate bien – no hubo, mirando desde el punto de vista humano, ningún plan, ninguna preordinación. Nada de esto que Mateo, Marcos, Lucas y Juan se hubiesen reunido y tras seria meditación y oración para recibir la guía del Espíritu Santo hubiesen determinado que Mateo habría de escribir sobre Cristo como Rey, Marcos le habría de depictar como infatigable Siervo, que Lucas debería emprender la tarea de mostrar al Señor como hombre, y Juan tendría el propósito de coronarlo todo, escribiendo sobre Él bajo Su aspecto de Hijo de Dios. Nada de esto, como si Pablo y Santiago bajo oración hubiesen acordado que Pablo escribiera sobre la doctrina, pero Santiago sobre la práctica del cristianismo. De eso no hubo nada parecido. Ellos sí escribieron impulsados por una necesidad íntima, para dar expresión a un solemne deseo, de poner a la clara luz del día una verdad maravillosa, mediante la carta, el tratado o una clase de mirada retrospectiva. Así esta composición de piezas encontró un camino en aquella maravillosa unidad que llamamos el “Nuevo Testamento”. Desde luego – el Libro es un milagro; sobrepuja todo y en su formación simplemente que

da inexplicable – a no ser que el verdadero autor es Dios mismo.
continuará, d.v. en el siguiente número
su libro "The Wonder of the Book" fue impreso del discurso que dio en Toronto, Canadá en 1912

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“Mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra”.  Salmo 121:2
Nuestro Dios es una maravillosa fuente de poder, consuelo, paz y esperanza. Todas esas manifestaciones de la gracia hallan toda su plenitud en Él. Sin embargo, muchas veces Él no es el primero que buscamos cuando tenemos necesidad. En lugar de Él, buscamos la ayuda de otras personas, y ponemos nuestra mira en ellas, o procuramos otra forma de ayuda. Pongamos nuestra fe y esperanza en el Señor Dios Todopoderoso –que nos entiende completamente y tiene omnipotencia para ayudarnos. Hoy y cada día vamos directamente a Él. ¡No nos desamparará!

del calendario “Choice Gleanings”

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LA AUTORIDAD DE 
LA PALABRA DE DIOS

Acuda a su Biblia y verá cómo Dios da advertencias como: "el alma que pecare, esa morirá" (Ez. 18:4), y "Los malos serán trasladados al Seol, todas las gentes que se olvidan de Dios" (Sal. 9:17). O también: "aquella persona será cortada de en medio de su pueblo" (Éx. 31:14), o "el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios" (Jn. 3:3). Y "antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente" (Lc. 13:3), y "No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre" (Mt. 7:21). O "ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios" (Ef. 5:5). Éstas son las terribles palabras de Dios. Transmite este mensaje único de una forma totalmente autoritaria.
    Nadie se atreve a intervenir y decir: "Vamos a explicar esto a la luz de lo que dijo Platón". Me da lo mismo lo que dijera Platón. He leído a Platón de vez en cuando, pero me es indiferente lo que diga cuando Dios dice: "el alma que pecare, esa morirá". Que Platón se arrodille ante la autoridad de la Palabra de Dios. Dios ha expresado su autoridad por medio de su Palabra; que no venga ningún papa a decir: "Explicaremos esta cuestión a la luz de lo que dijo el Padre tal o cual". Que el padre en cuestión guarde silencio. Pronto tendrá la boca llena de polvo. Y que todo el mundo cierre la boca cuando habla el Dios Todopoderoso. "¡Tierra, tierra, tierra! Oye palabra de Jehová" (Jer. 22:29). "Oíd cielos, y escucha tú, tierra; porque habla Jehová" (Is. 1:2).

A. W. Tozer, de su libro FE AUTÉNTICA, págs. 36-37, Editorial Portavoz

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EL ARCA DE NOÉ: DEJA VU

No es un cuento, ni una alegoría. Olvídate de la peli. No fue un desastre ecológico, sino un juicio de Dios sobre un mundo como el nuestro. Jesucristo advierte: "Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre".  ¿Cómo eran los días de Noé? Génesis 6:5 dice que "la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal". Génesis 6:11-12 nos informa: "Y se corrompió la tierra delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia. Y miró Dios la tierra, y he aquí que estaba corrompida; porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra".
    Deja vu. Esto describe el mundo de 2014. La corrupción, la violencia, la lujuria, el jolgorio y la juerga. La gente se ama a sí misma, al dinero y los placeres en lugar de Dios. Y el juicio viene pronto. ¿De qué te servirá pasarlo bien si luego lo pasas mal por toda la eternidad? Prepárate mientras puedas.
    Despierta de tu sueño placentero y engañoso. Viene la dura realidad, Dios es dueño y juez de este mundo y pronto lo verás, pero si no te preparas ahora, será tarde para salvarte. Perecerás como los que murieron en el diluvio. La Biblia dice que te espera el justo juicio de Dios, y luego...el rechazo eterno. La opinión de tus amigos será insignificante delante de Dios. Jamás les volverás a ver, porque estarás solo, sufriendo eternamente en el lago de fuego.
    ¿Cómo puedes salvarte de esto? Pues muy fácil: Entrando por la puerta del “Arca del Señor Jesús”. Jesucristo afirmó: “Yo soy la puerta; el que entre por mí entrare, será salvo” (S. Juan 10:9).
    No creas a tus amigos, pues ellos no te salvarán. La religión no te salvará. Tu santos tampoco. La filosofía no te salvará. Sólo Jesucristo puede salvarte. La Palabra de Dios pregunta: "¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?” (Hebreos 2:3).
           No demores más. Deja tu pecado, y busca a Dios mientras pueda ser hallado. ¡Se juega la eternidad! 
CTK 
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 Entrando En El Reposo De Dios
El Monte Sinaí
David Gooding

Texto: Hebreos 3-4

Un Ejemplo Espantoso
El ejemplo histórico al que el Espíritu Santo ahora nos dirige puede resumirse en pocas palabras de la siguiente manera: Los antepasados de los cristianos hebreos receptores de esta epístola, eran una vez esclavos en Egipto. Finalmente hallaron la libertad, siendo primero salvos de la ira de Dios mediante la sangre del cordero pascual; y luego libertados de la tiranía de Faraón por el poder sobrenatural de Dios. Fueron bautizados en Moisés en la nube y en el mar (1 Co. 10:2); y comenzaron a viajar hacia la tierra prometida, tierra del reposo. Pero pocos de ellos llegaron a ese destino. Se rebelaron contra el Señor de tal manera que Él juró que no entrarían en Su reposo. Y así fue: nunca entraron.
    Debemos tener doble cuidado aquí. Primero, debemos asegurar que entendemos exactamente qué es lo que el Espíritu Santo dice que falló, exactamente por qué causa nunca entraron en el reposo prometido. Y segundo, debemos ver cómo el escritor aplica la lección a sus lectores y a nosotros.
    Primero, consideraremos la afirmación llana y clara de Hebreos 3:19, “Y vemos que no pudieron entrar a causa de incredulidad”. El término es: “incredulidad”. No dice mundanalidad, descuido, falta de devoción, etc., sino incredulidad. “Sí, pero esto podría aplicarse a cualquiera de nosotros”, dicen algunos, “incluso a cualquier verdadero cristiano. Todo creyente puede ser a veces culpable de no creer. Pedro fue culpable cuando salió de la barca para andar sobre el mar e ir al Señor, y repentinamente perdió su fe y comenzaba a hundirse. Supongamos que el Señor me manda hacer algo para Él y me da una promesa para animarme, pero luego encuentro que me falta fe – no confío en la promesa. ¿No es eso incredulidad? ¿Y eso no me descalificaría de entrar en el reposo que Dios me ofrece?”
    Pues, ciertamente la incredulidad es incredulidad; pero debemos notar exactamente qué era lo que aquellos hebreos no creyeron. Lo encontramos en el 4:2, “Porque también a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva como a ellos; pero no les aprovechó el oír la palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron”. Y luego en el 4:6, “...y aquellos a quienes primero se les anunció la buena nueva no entraron por causa de desobediencia”. Estas declaraciones no podrían estar más claras; lo que no creyeron fue el evangelio. Lo escucharon; pero no les aprovechó porque nunca lo creyeron.
   
¿Qué Es El Evangelio?
    Ahora bien, si no tenemos la idea correcta de qué fue el evangelio en su caso (y qué es en el caso nuestro) tendremos dificultad para entender eso de que ellos nunca creyeron el evangelio. Nos inclinaremos a argumentar que después de todo, salieron de Egipto y fueron bautizados en Moisés. Aparentemente entonces creyeron el evangelio, o al menos parte del evangelio, porque de otro modo no habrían salido de Egipto. Solamente no creyeron las partes posteriores del evangelio, esto es, el informe de los espías (Nm. 13:27) y especialmente el informe de Josué y Caleb (Nm. 14:6-10), y así vino el desastre.
    Pero es justo aquí que cometemos un gran error. El evangelio predicado a los israelitas no consistía de dos o tres partes separadas para que pudieran creer y aceptar una parte sin necesariamente creer y aceptar las otras. Moisés no iba diciendo: “Mirad, lo principal es escaparse de la ira de Dios en la noche de Pascua, y luego escaparse de la esclavitud a Faraón en Egipto. Éste es el evangelio que Dios os ofrece. No compliquemos la cosa. Lo principal es salir de Egipto al desierto. Luego quizá os guste tomar alguno de los cursillos avanzados de Dios, tales como el caminar en comunión con Él en el desierto, y luego entrar al final en la herencia en la tierra prometida. Pero esos cursillos avanzados son opcionales. No tenéis que tomarlos si no queréis. Así que podéis decidir esto más tarde. De momento, simplemente creed el evangelio sencillo y salid de Egipto”.
    Por supuesto que no. Moisés no predicó así el evangelio, porque no hubo ninguna buena nueva así que predicar. El evangelio era que Dios había venido para redimirles; y la redención significaba ser librado de la ira de Dios mediante la sangre del cordero pascual, ser librado del poder de Faraón, ser aceptado como el pueblo de Dios, salir de Egipto, cruzar el desierto y entrar en la herencia en la tierra prometida. Fue todo un paquete o entidad indivisible. No podían creer y aceptar la primera parte pero rechazar el resto. Era todo o nada; y esto es lo que fue claramente expresado a ellos desde el principio (ver Éx. 6:6-8).
    Como sabemos, todos ellos profesaron creer el evangelio y salieron de Egipto. Pero cuando llegaron al lugar donde podían ver la tierra prometida, deliberada y persistentemente rehusaron entrar. ¿Qué demostró eso? ¿Que ellos habían creído el evangelio, pero no el resto de la Palabra de Dios? ¿O que ellos habían creído algunas partes del evangelio pero no otras partes? ¡No! Afirmar esto sería reducir la seriedad del veredicto del Espíritu Santo. Él dice que el mensaje que ellos oyeron no les aprovechó, no tuvo valor para ellos, porque ellos no lo acompañaron de fe. No creyeron el evangelio.
    Y “también a nosotros”, añade el escritor, “se nos ha anunciado la buena nueva”. Debemos asegurar que hemos entendido qué es el evangelio y que realmente lo hemos creído. Entonces tengamos mucho cuidado respecto a cómo lo presentamos a los demás. No debemos dar a la gente la impresión de que el evangelio solamente nos ofrece el perdón de pecados; y que después de esto hay algunos cursillos opcionales tales como progreso en santidad,  conformidad a Cristo al final, y entrar en nuestra gran herencia celestial. La esperanza del evangelio guardado para nosotros en los cielos es parte integral del evangelio, y los primeros predicadores cristianos solían dejar claro desde el principio este punto a sus oyentes inconversos (ver Col. 1:5). El evangelio es una entidad sola e indivisible. Lo crees todo o nada. Es cosa muy grave profesar creer el evangelio, y luego rehusar deliberada y persistentemente progresar en la senda de la santidad  ni entrar en la gran herencia guardada para nosotros “en lugares celestiales en Cristo Jesús” (Ef. 2:6). Tal comportamiento pone en duda si realmente hemos  creído el evangelio o no.

El Significado de “Desobediencia”
    Pero quizá tengas una objeción más o menos así: “Está bien que citas 3:19 y 4:2 y luego afirmas en base a estos versículos que aquellos que no entraron en la tierra prometida eran personas que no creyeron el evangelio, en otras palabras, totalmente incrédulas. Pero mira al 3:18 y 4:6; estos versículos dan otra razón. Dicen que el pueblo que no entró fue aquel que desobedeció. Y además, el 4:11 nos advierte que tengamos cuidado para no seguir su ejemplo de desobediencia. Seguramente no vas a decir que es imposible que un verdadero creyente jamás desobedezca. Todos nosotros desobedecemos al Señor a veces; y estos versículos seguramente nos advierten que un verdadero creyente podría desobedecer al Señor tan gravemente como para perder su salvación”.
    Pues, no, ciertamente no voy a decir que es imposible que un verdadero creyente jamás desobedezca. Tristemente, todos nosotros desobedecemos éste o aquel mandamiento del Señor de tanto en cuando, o bien porque desconocemos Su Palabra de modo que no sabemos que trasgredimos, o porque creemos que algunos de Sus mandamientos no son importantes, o porque la tentación o la voluntad propia nos sobrecoge y nos inunda. Además, si no nos arrepentimos de esto, conducirá a la disciplina en esta vida (ver 1 Co. 11:30-32) y pérdida de recompensa (no de salvación) en la vida venidera (ver 1 Co. 3:11-15). Esto es verdaderamente serio, y no tengo intención alguna de quitar su importancia.
    Pero de momento nuestra tarea es examinar qué clase de desobediencia es aquella a la que el Espíritu Santo se refiere aquí en los capítulos 3 y 4 de Hebreos. La palabra griega para “desobediencia” en 4:6 y 4:11 es apeitheía. Incluyendo estos dos textos, aparece un total de siete veces en el Nuevo Testamento(1).  Como verbo, apeitheo, “desobedecer”, aparece en Hebreos 3:18 y 11:31, y catorce veces más en el Nuevo Testamento, para un total de dieciséis veces
(2). El adjetivo, apeithes, “desobediente”, no aparece en Hebreos; pero sí en otros seis lugares(3) en el Nuevo Testamento. Entonces, esto da un total de veintinueve veces que aparecen el sustantivo, el verbo y el adjetivo, y ninguna vez se usa ninguno de ellos para describir la desobediencia de un verdadero creyente. Siempre cuando estas palabras son empleadas, los desobedientes son los que rechazan a Dios, rechazan Su ley, rechazan Su evangelio y rehúsan creer en Él o creer lo que Él dice.
David Gooding, de su libro Un Reino Inconmovible
continuará en el nº siguiente
Notas:
1. Ro. 11:30, 32; Ef. 2:2; 5:6; Col. 3:6; He. 4:6,11.
2. Jn. 3:36; Hch. 14:2; 17:5 (texto incierto); 19:9; Ro. 2:8; 10:21; 11:30-31; 15:31; He. 3:18; 11:31;        1 P. 2:7-8, 3:1; 20; 4:17.
3. Lc. 1:17; Hch. 26:19; Ro. 1:30; 2 Ti. 3:2; Tit. 1:16; 3:3.
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La Copa Mundial: ¿Aunque Pierdas?

Ante la enorme importancia que tantos dan al deporte y especialmente a la copa mundial, conviene advertir lo siguiente.
    Primero, al ganador de la copa y a sus fans (su fieles), la Palabra de Dios dice: “Oh vosotros que os alegráis en nada” (Am. 6:13). ¿Qué has ganado? Nada. Un trofeo que se puede comprar con poco dinero en una tienda de trofeos. Algo que se quemará porque 2 Pedro 3:10 avisa que “la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas”. Todos los trofeos se quemarán. Dios no los conservará porque no tienen valor. “¡Oh, no”, dices, “es lo que simboliza”. ¿Sí? ¿Qué simboliza? Nada eterno, nada espiritual, nada de valor duradero. En cien años nadie se acordará del trofeo ni de los ganadores, porque no tiene importancia en el gran esquema de las cosas.
    La exagerada importancia que se les da a los equipos y ganadores de trofeos, como si fuera gran cosa, cumple una profecía acerca de los postreros tiempos. 2 Timoteo 3:1-4 dice serán tiempos peligrosos, y que habrá hombres “amadores de los deleites más que de Dios”. Piensa en el tiempo, la emoción y el dinero que se gastan en la copa. Piensa en las horas gastadas delante de pantallas, mirando atentamente, emocionándose, siguiendo cada paso, cada jugada, cada partido y los rankings de cada grupo. Piensa en el dinero gastado en ropa, banderas, etc. de cada país para mostrar su afición.
    Dios dice además: “Ni en su valentía se alabe el valiente” (Jer. 9:23). ¡Pero cómo se alaban! Levantan los brazos, quitan la camisa y corren delante de sus fans, gritan con toda emoción, pavonean y se jactan de su destreza y su victoria. "¡Gooool! ¡Gol-gol-gol! ¡Golazo!" ¡Y todos piensan que son los mejores! Pero no han librado a nadie. No han establecido nada bueno duradero. No han vencido la maldad ni establecido la justicia. Sólo han ganado un trofeo, y dinero, los cuales no durarán mucho. “Su valentía no es recta” (Jer. 23:10).
    El Señor Jesucristo pregunta: “¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” Podría hacer una aplicación puntual diciendo: “¿qué aprovechará si ganare la copa mundial, y perdiere su alma?” La respuesta es: “Nada”. Luego no son ganadores, sino perdedores. La copa no tiene importancia. El alma sí. Pero la gente presta atención a la copa, se anima, pone ganas, y todo ese tiempo su alma sigue perdida. Para muchos vale más el deporte, la diversión, que su alma, que Dios y la eternidad. Su lema parece ser: "¡El fútbol, aunque me pierda!" Se cumple lo que 2 Timoteo 3:4 dice: “amadores de los deleites más que de Dios”. Amós 6:7 advierte: “se acercará el duelo de los que se
entregan a los placeres”. Amigo, estás en sobreaviso. ¡El fin viene!

Segundo, a los que profesan ser creyentes, la Palabra de Dios dice: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (1 Jn. 2:15). Lo triste es que en nuestros tiempos los llamados cristianos aman al mundo y sus cosas, y no ven nada malo en ello ni aceptan corrección. Bien pregunta el Señor Jesucristo: “¿Por qué me llamáis Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lc. 6:46). Es hora de arrepentirnos y hacer una buena limpieza en nuestras vidas y nuestras congregaciones. “Limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Co. 7:1).
    A ti que llamándote creyente has seguido el mundial con tanto interés, te invito a considerar honestamente tu respuesta a las siguientes preguntas. No como si respondieras a mí, porque no soy tu juez, sino como respondiendo al Señor.
    ¿Miras tan atentamente la Palabra de Dios? ¿La lees, estudias y meditas con gran interés y ganas?
    ¿Inviertes más tiempo en la Palabra de Dios y la oración que en el fútbol? “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos” (Ef. 5:15-16). Calcula todas las horas que has gastado hablando del mundial, mirando los partidos, leyendo artículos acerca de los equipos y partidos, etc. Entonces, ¿puedes decir que dedicas, no el mismo tiempo, sino más, a la Palabra de Dios y la oración? ¡Ellas son infinitamente más importantes! Cuidado, no digás “sí” con tu boca si no lo estás diciendo con tu vida.
    ¿Te emociona la Palabra de Dios, más que el fútbol? Salmo 119:97 dice: “¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación”.  ¿Puedes decir lo mismo a Dios? ¿Tienes ganas de leerla? ¿Ella te alegra? Salmo 119:162 declara: “Me regocijo en tu palabra como el que halla muchos despojos”. Jeremías 15:16 dice: “Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón”. ¿Qué les emociona a los del cielo? Lucas 15:10 dice que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente. En Apocalipsis 12:10-12 se alegran de la victoria sobre el diablo. En Apocalipsis 18:20 se alegran sobre el juicio de la gran Babilonia. Aparentemente en el cielo no siguen los deportes.    
    ¿Gastas dinero en libros para ayudarte a estudiar la Palabra y entenderla? ¿Cuánto gastas en el fútbol, en aparatos para ver el mundial, y tambien en juegos de x-box o playstation y horas pasadas mirando y jugando? Tu uso del dinero y el tiempo manifiesta tus valores e intereses. ¿Qué clase de creyente eres realmente?
    ¿Conoces los libros de la Biblia, los grandes personajes y las doctrinas de Dios mejor que conoces los equipos y sus jugadores? ¿Conoces a los patriarcas y profetas de Dios en el Antiguo Testamento? ¿Conoces a los reyes buenos del pueblo de Dios? ¿Conoces a los valientes de David? ¿Conoces a los héroes de la fe y sus hazañas en Hebreos 11? ¿Tu vida y tus intereses demuestran que valoras lo eterno sobre lo temporal?
    ¿Dedicas más tiempo a ganar almas, que a seguir la copa? ¡Piensa en el valor de un alma! Es mejor ganar almas que partidos y trofeos. “El que gana almas es sabio” (Pr. 11:30). ¿No lloras porque los que ganan la copa están igualmente perdidos como antes, y su fin es la perdición? Los trofeos y honores de este mundo son de muy poco valor. Dí al mundo y al mundial como Daniel dijo al rey Belsasar: “Tus dones sean para ti, y da tus recompensas a otros” (Dn. 5:17). Cultivemos un santo desdén por los honores del mundo.
    Analiza por ejemplo cuánto tiempo recientemente has pasado mirando el fútbol, pensándolo, hablando de eso, y cuánto tiempo durante esas mismas fechas has dedicado a la Palabra de Dios, el evangelio, la oración y la comunión de los santos. Si no sale la cuenta grandemente y sobremanera a favor de Dios, tienes de qué arrepentirte. A Dios lo primero y lo mejor. ¿Qué clase de cristiano blandengue y extraviado eres que no tienes ganas de las cosas de Dios como las tienes de las cosas del mundo, sea el deporte o cualquier otra cosa? C. T. Studd era un gran deportista que renunció el deporte con toda la fama y ganancia que podía haber tenido, y dedicó su vida a predicar el evangelio. El escribió: “Sólo una vida, pronto pasará. Sólo lo hecho para Cristo durará”.
    La iglesia en Laodicea no era ni fría ni caliente. Cristo la vomitó de Su boca (Ap. 3:16). ¿Qué tendrá que hacer con las iglesias hoy en día, dedicadas a los placeres, llenas de personas que aman los deleites y no aman a Cristo sino a todo lo que hay en el mundo? No, hermanos míos, no hay lugar para cristianos de doble corazón, es decir, con un pie en el mundo y otro en la iglesia, ni mucho menos para los que aman y se emocionan por las cosas del mundo. No te confundas, no lo prohibo yo, porque ¿quién sería yo para hacerlo? ¡Lo prohibe Dios!

     Alguien preguntará: "¿Entonces es malo el ejercicio?" Claro que no. "El ejercicio corporal para poco es provechoso" (1 Ti. 4:8). No dice "para nada", pues tiene beneficio a corto plazo. Y a muchos les hace falta. Pero mirar partidos en la pantalla o en el estadio no es ejercicio. No tiene nada que ver. Otro dirá, "Pero Pablo habló a los corintios de "los que corren en el estadio" (1 Co. 9:24)". Claro, ¡pero él no era uno de ellos! Con eso ilustraba cómo debemos dedicarnos a la vida de piedad y servir al Señor, ¡no al deporte!
    Así que, los que realmente somos creyentes, y no falsos hermanos, demostrémoslo. Que todos vean nuestro amor ferviente a Cristo. Dediquémonos a ganar algo más importante que una miserable y vanagloriosa copa de chatarra que pronto se quemará. En Filipenses 1:21 el apóstol declaró: “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia”. Pablo declaró al jóven Timoteo: “Gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento” (1 Ti. 6:6). El Señor quiere que todos, jóvenes y adultos, nos esforcemos y nos ejercitemos para la piedad. En Filipenses 3:8 Pablo dijo: “Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo”. ¡Eso es ganar! En el versículo 17 dijo: “Hermanos, sed imitadores de mí”. Esto es para nosotros – no sólo saber o estar intelectualmente de acuerdo, sino también seguir el ejemplo de Pablo. Y algunos padres y hermanos en lugares de responsabilidad en la congregación debemos pensar en qué ejemplo damos con nuestras vidas, porque si no podemos decir: “imitadme”, estamos fallando. Debemos dar ejemplo de amor a Cristo, la Palabra de Dios, los santos y las almas perdidas. Debemos demostrar la importancia de lo eterno sobre lo temporal. Hay que hacer más que hablar; hay que marcar pauta. Despeguémonos de la pantalla y pongámonos pegados a la Palabra, atentos y emocionados por lo que ella nos dice. Desechemos de nuestra mente a los jugadores y equipos, para llenarla de Cristo, “en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Col. 2:3). Entonces no resultará difícil hablar de Él, porque “de la abundancia del corazón habla la boca” (Mt. 12:34). Tener a Cristo, andar con Cristo y vivir para Cristo es ganar. Todo lo demás es perder.
Carlos Tomás Knott, junio 2014


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¿Son Inocentes Los Niños?
El 28 de diciembre los católico-romanos celebran “el día de los santos inocentes”, para conmemorar la matanza ordenada por Herodes de todos los niños menores de dos años en Belén. La Iglesia los llama “santos inocentes”. ¿En qué sentido puede considerarse una persona inocente?
    Por ejemplo, si uno es llevado a juicio y acusado de un crimen que no cometió, debería ser declarado “inocente” al final, y deben dejarlo en libertad. En Génesis 20:4 Abimelec preguntó: “Señor, ¿matarás también al inocente?” En Éxodo 23:7 Jehová manda: “no matarás al inocente y justo”. En estos y otros textos parecidos la idea es que son inocentes de haber cometido cierto pecado o crimen. Pero si un niño de cinco, ocho o diez años dice que no es pecador todavía porque según él: “soy un niño inocente”, ¿cómo le responderías? Seguramente sus padres quisieran que fuera así, y se oye esta clase de cosa porque seguramente así fueron enseñados. Si quiere decir con “inocente” que no tiene conocimiento de ciertos pecados o que no ha cometido ciertos pecados, estamos de acuerdo. Los niños deben gozarse de esa dicha, de desconocer muchos de los hechos y palabras pecaminosos que contaminan el mundo. Pero según la Palabra de Dios, nadie es inocente del pecado, sea niño o adulto, pues es la naturaleza misma del ser humano desde la caída de Adán y Eva. El diccionario define “inocente” así: “libre de culpa; que carece de malicia”. Pero la Biblia declara: “...todo el mundo quede bajo el juicio de Dios”, en otras palabras, todo el mundo es culpable ante Dios.
    Solemos llamar la primera dispensación la de “Inocencia”, porque en aquel tiempo del principio, Adán y Eva fueron creados sin el conocimiento del pecado. Lo ignoraban, y eran inofensivos. No habían cometido pecado. No eran malos, pero tampoco eran santos. El único que nació “santo” es el Señor Jesucristo (Lc. 1:35).
    Pero, esa condición de inocente se perdió para siempre cuando pecaron, y de ahí en adelante toda persona nace pecaminosa, no inocente. No vemos en la Biblia que haya edad ni estado de inocencia delante de Dios. Dice la Escritura: “Todos pecaron”, no “todos los adultos pecaron pero los niños son inocentes”.  Cuando el Señor Jesucristo describe el corazón humano en Marcos 7:20-23, dice que está contaminado con el pecado y que “todas estas maldades de dentro salen”. La palabra “hombre” no significa “adulto”, pues es de la palabra griega “anthropos” que significa “ser humano”. Todo ser humano tiene un corazón contaminado con el pecado, una naturaleza pecaminosa. Es cierto que ciertos pecados no se han manifestado, de acuerdo, pero el Señor dice que todas estas maldades están en el corazón. Desde la caída de Adán y Eva, toda la raza humana tiene un corazón que es manadero de pecado.
    El hecho de que los niños no matan ni cometen otros pecados “groseros” no es porque sean inocentes, sino más bien ignorantes, y también porque el fruto del mal que hay en ellos desde su concepción no ha madurado; no está muy desarrollado. Cuando tienes en tus brazos un niño pequeño, precioso e inofensivo, casi le tienes envidia, porque ni siquiera conoce toda la maldad y el dolor que hay en este mundo arruinado por el pecado. Sus preocupaciones son simplemente comer, beber y estar cómodo, y ¡qué feliz está en los brazos de sus padres! Da pena pensar que antes de que pase mucho tiempo todo esto cambiará. Pero uno diría: “¿Cómo puede ser pecador algo tan chiquitín e indefenso?” Si dejamos que nuestros ojos, sentimientos y lógica nos engañen, diremos que el niño es inocente. Pero escucha lo que Dios dice: “Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 S. 16:7). Como vimos en Marcos 7:20-23, el Señor no mira la apariencia externa, sino el corazón, y allí ve el pecado y la contaminación, no la inocencia.
    Un árbol naranjo lo es desde el principio. Lleva en su interior, en su composición, todo lo necesario para producir naranjas. Si lo arrancas antes de que produzca naranjas, arrancas a un naranjo. No cambia la naturaleza del árbol, sino el desarrollo del fruto. De igual modo el ser humano es pecaminoso, no inocente, desde su concepción, en su naturaleza.  Su naturaleza es pecaminosa y mala. Lleva en su interior todo lo necesario para cometer pecados. No hay ser humano que no sea pecador. La Biblia dice:

Sal. 51:5 “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre”.
    · David reconoce la condición natural del ser humano, que desde su concepción, cuando es formado en el vientre de su madre, ya viene contaminado por el pecado, lo sepa o no.

Sal. 58:3 “Se apartaron los impíos desde la matriz; se descarriaron hablando mentira desde que nacieron”.   
· no son inocentes en ningún momento, pues son “impíos” y descarriados por naturaleza.

Mr. 7:20-23 “...Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre”.
    · la maldad está entretejida en la fibra del corazón humano, cada uno que nace tiene un corazón malo y capaz de cometer los pecados nombrados aquí. Es una tierra sembrada con maldad, y unas semillas brotan, florecen y dan fruto antes que otras, pero todas están allí. El texto habla de los seres humanos, no sólo de adultos, sino de “antropos” (griego: “humano, genéricamente incluye todo ser humano”).

Ro. 3:10 “Como está escrito: No hay justo, ni aun uno”.  (véase Ecl. 7:20)
    · Ni siquiera un niño. Si hubiera un niño no pecador, habría justo, pero no lo hay.

Ro. 3:12 “Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles”.
    · No dice: “todos los adultos” – pues se trata de la raza humana entera: espiritualmente desviada e inútil.

Ro. 3:23 “todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios”.
    · No dice: “todos los adultos” ni “todos menos los niños”. Se refiere a todo ser humano sin excepción.

Ro. 5:12 “el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”.
    · la imputación del pecado de Adán a todo ser humano porque él actuó como cabeza de la raza .
    · todo ser humano es pecaminoso por naturaleza, y esto es punible, condenable.

1 Co. 15:22 “en Adán todos mueren” .
    · Esta expresión encierra todos los descendientes de Adán, todos los seres humanos, sean niños o adultos.

Ef. 2:1-3 “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás".
    · Este último describe la raza humana, la condición natural de todo ser humano. En estos textos no se trata de adultos, sino de los seres humanos, todos los descendientes de Adán. Que sean ignorantes acerca de ciertos pecados, no cabe duda, pero la Biblia no dice que sean inocentes.   
    A nuestro juicio no es aconsejable pensar y hablar así acerca de la “inocencia” de los niños. Pueden parecernos inocentes, porque sólo miramos lo de fuera, como 1 Samuel 16:7 nos recuerda, "pero Jehová mira el corazón". Él que mira el corazón dice que no hay bueno, ni siquiera uno. ¡Hasta los bebés pueden mentir y engañar, y aprenden pronto a hacerlo! Manifiestan enojo y desconformidad. Se retuercen, tienen berrinche, se niegan a hacer lo que deben, y demandan cual egoístas la atención y los mimos.
    Más adelante, manifiestan la rebeldía latente en todo pecador. Dicen que “no” y plantan cara. No vienen cuando se les llama. No hacen caso de la palabra de sus padres: “párate”, “ven”, “recoge esto”, “no lo tires al suelo”, “no lo toques”, “siéntate”, “cállate”, “cómelo”, etc. Si hacen algo que no deben, son capaces de decir que no lo hicieron, e incluso de señalar a otros como culpables. Pueden actuar egoístamente, no queriendo compartir, y con envidia, deseando tener lo que es de otros. Algunos se enojan de tal manera que incluso dejan de respirar, para rendir a los demás y salirse con la suya. Se pueden poner tristes o enojados y no hablar, ni jugar ni comer, si no se les dejan hacer lo que quieren. Y hay mucho más, pero estas son muestras del comportamiento pecaminoso de los pequeños. Salen de la cama cuando tienen que estar acostados, y si se les ve, dicen que tienen sed o tienen que ir al baño aun cuando no es así. Se inventan excusas para hacer lo que quieren. Son capaces de armar una mini guerra en la mesa porque no quieren comer algo. A algunos les gusta el protagonismo, el dominar la conversación, y no soportan el tener que callarse y escuchar. Quieren estar en el centro de la atención. Todos estos son más que “pequeños defectos de seres humanos”; son pecados. Los niños son pequeños pecadores, no inocentes. Son inocentes de homicidio y cosas así, claro, pero no son inocentes del pecado y lo manifiestan sobradamente. Cualquiera que ha criado hijos sabe que esto es verdad. Luego, andando el tiempo, estos “pecados de pequeños” se cambiarán en pecados de adultos – puede ser distinto el “tamaño” o “color” o “forma”, pero es el fruto malo, el pecado. Está allí desde la concepción, sólo que se manifiesta de diferentes maneras en diferentes etapas de la vida.
    “La necedad está ligada en el corazón del muchacho; mas la vara de la corrección la alejará de él” dice Proverbios 22:15. Los niños, como el resto de los seres humanos, tienen la necedad “ligada en el corazón”. Marcos 7:20-23 habla de lo que está en el corazón humano y va saliendo de ahí. El mal está en el interior del ser humano, no en la sociedad. No lo tiene que aprender de otros, pues todas las semillas de la maldad yacen ya en su propio corazón. Todo ser humano tiene un corazón pecaminoso, tenga la edad que tenga.
    La Palabra de Dios dice que “todos” deben arrepentirse para ser salvos (Hch. 17:30; 2 P. 3:9). Esto no excluye a nadie. Algunos preguntan de qué tendría un niño que arrepentirse. Parecen increíblemente ingenuos, o tal vez hacen acepción de personas con los niños. ¡Los que así preguntan dan la impresión de que no han criado hijos! Lee otra vez los párrafos y las Escrituras anteriores, porque hay bastante.
    Un texto que se suele citar a favor de la inocencia de los niños es Isaías 7:16, “Porque antes que el niño sepa desechar lo malo y escoger lo bueno, la tierra de los dos reyes que tú temes será abandonada”. Es cierto que los niños crecen y llegan a un punto de reconocer lo malo y lo bueno. Pero esto no quiere decir que sean inocentes, sino más bien ignorantes, como antes señalamos. Cuando un niño cree que es inocente, está en error, porque o ignora o no quiere reconocer lo que hay en su corazón. Uno puede ser inocente de haber cometido ciertos pecados, pero no es inocente de ser pecador. Sólo el Señor Jesucristo no fue pecador.
    Otro texto citado a menudo es Mateo 19:14, “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos”.  Esto no quiere decir que los niños estén todos en el reino de los cielos, ni que el Señor les haya aceptado y salvado a todos. Esto sería el universalismo, porque todo descendiente de Adán y Eva ha vendio al mundo como infante y ha sido niño. Los niños no son automáticamente salvos, porque eso significaría que se puede perder la salvación. Los adultos impíos y  perdidos, eran una vez “del reino de los cielos” cuando eran niños, según esa interpretación. Entonces, ¿hemos de creer que por ser niños, se salvan, pero cuando se gradúan de la niñez, de repente están perdidos? No, hermanos, Dios no da vida provisional, temporal ni condicional, sino vida eterna. Cuando uno es salvo, lo es para siempre.
    Entonces, ¿qué significa el texto? Hay que tomar en cuenta otro texto que habla de lo mismo, esto es, Mateo 18:3, “De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”. El Señor hablaba con adultos. ¿Qué deseaba, que se volvieran atrás en años y fuesen bebés o niños otra vez? No, porque si nos fijamos, usa la palabra “como”. Es un símil, una comparación. La sencillez y disposición a confiar que tienen los niños es lo que el Señor busca en los adultos. Que no vengan con argumentos complicados, filosofías, malas sospechas metidas en su cabeza por terceros, malicia, etc. sino sencillamente oyendo y creyendo lo que el Señor les dice. Así es cómo entrar por fe, y somos salvos por gracia por la fe, no por ser físicamente niños. En 1 Corintios 14:20 Pablo dice a los corintios: “sed niños en la malicia”. A los romanos escribe: “quiero que seáis sabios para el bien, e ingenuos para el mal” (Ro. 16:19).
    En el Salmo 25:7 David dice: “De los pecados de mi juventud, y de mis rebeliones, no te acuerdes”. Nosotros recordamos su pecado de adulto con Betsabé, pero él se acordaba de otros pecados de cuando era joven, y de rebeliones que no son nombrados. ¿Para qué hablar así si era inocente en aquel entonces? A veces cuando somos mayores nos damos cuenta de algunos de nuestros pecados como niños o jóvenes, y sentimos vergüenza. Pero estas cosas eran pecados cuando las hicimos, y no éramos inocentes entonces, sino culplables aunque tal vez ciegos, endurecidos, confundidos o ignorantes. No obstante, el pecado es pecado, lo sepamos o no, porque el Dios santo y justo lo sabe.
    2 Timoteo 3:15 dice: “y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús”. Luego los niños necesitan ser hechos sabios para la salvación. No nacen inocentes. Uno de los trabajos de sus padres es en amor ayudarles a saber que son pecadores. Cuando pecan de actitud, palabra, hecho u omisión, debemos amarles lo suficiente para hacerles saber que esto es pecado y desagrada a Dios. Es la parte de la educación de los niños que falta en muchos hogares.
    “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”, oró el Señor acerca de los adultos que le crucificaron. Los niños y los adultos pueden hacer cosas malas sin saber lo que hacen, pero todavía necesitan el perdón. Es bueno permitir que los niños tengan una niñez sencilla y feliz, sin exponerles a toda la maldad que hay en el mundo. Sin embargo, debemos enseñar a los niños la verdad, que son pecadores, no son inocentes, la maldad está en su corazón si bien no todavía en muchos de sus hechos, pero que Dios les ama y desea salvarles. Deben arrepentirse y creer el evangelio, igual como todos los demás. Hermanos, no hay dos evangelios – uno para niños y otro para adultos. El Señor mandó a Sus discípulos a predicar el evangelio “a toda criatura”. Entonces, no confundamos a un niño ni pongamos tropezadero delante suyo haciéndole creer que es inocente como sin pecado, cuando deberíamos enseñarle que es el pecador por quien el Señor Jesucristo murió en la cruz.
    Desde el tiempo del primer pecado y la caída de Adán y Eva, el único completa y verdaderamente inocente es el Señor Jesucristo, pues así le describe Hebreos 7:26, “Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos”.



Carlos Tomás Knott
julio 2013 

sábado, 31 de mayo de 2014

EN ESTO PENSAD -- junio 2014

LAS SETENTA SEMANAS DE DANIEL

“Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo, y sobre tu santa ciudad” (Dn. 9:24). 
   Lo primero que quisiera puntualizar es que esta es una profecía acerca de algo que no puede ser cambiado. Las semanas han sido “determinadas” – están planificadas y fijadas por el Dios Todopoderoso. Lo segundo que me gustaría señalar es que ese periodo de setenta semanas tiene que ver con el pueblo de Israel: “tu pueblo”, y con la ciudad de Jerusalén: “tu santa ciudad”.
    Con esto Dios declara que Sus tratos con los hijos de Israel, hasta el establecimiento del reino milenario, cubrirán un periodo de setenta semanas. Como dice el versículo 24, “para terminar la prevaricación, y poner fin al pecado, y expiar la iniquidad, para traer la justicia perdurable, y sellar la visión y la profecía, y ungir al Santo de los santos”. La palabra hebrea “heptad”, traducida “semanas” también puede traducirse: “sietes”. Hallamos en otros pasajes de las Escrituras (p. ej. Gn. 29:26-27) que un periodo de siete años también puede ser llamado “semana”. Teniendo esto en cuenta, observa que las setenta semanas hacen exactamente cuatrocientos noventa años.
    Las setenta semanas se dividen en tres partes. La primera sección contiene siete semanas, es decir, cuarenta y nueve años. La segunda parte cubre sesenta y dos semanas, o cuatrocientos treinta y cuatro años. Esto deja sólo la última semana, la septuagésima: “Sabe, pues, y entiende, que desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas; se volverá a edificar la plaza y el muro en tiempos angustiosos. Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por sí; y el pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario; y su fin será con inundación, y hasta el fin de la guerra durarán las devastaciones” (Dn. 9:25-26).
    Ahora si vamos a Nehemías 2:1 tendremos la fecha exacta del mandamiento para reedificar a Jerusalén: “Sucedió en el mes de Nisán, en el año veinte del rey Artajerjes...” El registro sagrado demuestra a continuación que Nehemías pidió que el rey le permitiera ir y reedificar la ciudad. La historia fija la fecha del año veinte de Artajerjes como 445 a.C. También la historia informa que la reedificación del templo [bajo Esdras] y luego de Jerusalén [bajo Nehemías] ocupó cuarenta y nueve años, los cuales cumplen la primera división de las setenta semanas de Daniel.
    Entonces, de ese periodo en adelante, se nos dice que “después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías”. La historia demuestra que cuatrocientos treinta y cuatro años después de la edificación del templo, el Mesías – que se refiere al Señor Jesucristo – fue crucificado. Después de las primeras sesenta y nueve semanas, la ciudad de Jerusalén iba a ser destruida y pisoteada: “y el pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario” (Dn. 9:26). Esto también está registrado en la historia. En el año 70 d.C. Tito el romano descendió sobre la tierra y destruyó la ciudad y el santuario, y llevó cautivo al resto de los hijos de Israel para ser dispersado en todas las naciones del mundo.
    Entonces Dios comenzó Sus tratos con la Iglesia, llamando a una novia para Su Hijo, el Señor Jesucristo. La nación de Israel está marginada por el tiempo presente, hasta que Dios reanude Sus tratos con ella durante la septuagésima semana de Daniel. Todo esto está corroborado por el resto de las Escrituras. Leemos, por ejemplo, acerca del anticristo: “Y por otra semana confirmará el pacto con muchos; a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda. Después con la muchedumbre de las abominaciones vendrá el desolador, hasta que venga la consumación, y lo que está determinado se derrame sobre el desolador” (Dn. 9:27). Jesucristo nos dijo que esa “abominación desoladora” vendrá durante el futuro periodo de la Tribulación (Mt. 24:15). Consulta Apocalipsis 11-13 para más detalles sobre esos tiempos y acontecimientos.
    Espero que puedas ver lo que Dios quiso revelar a Daniel. Hay setenta semanas durante los cuales Dios tratará con el pueblo de Israel. Las primeras sesenta y nueve terminaron en el momento de la crucifixión de Jesucristo. Cuando suceda el arrebatimiento de la Iglesia, Dios continuará la última semana que queda pendiente, y esa semana la llamamos el periodo de la Tribulación. Solemos llamar "Gran Tribulación" a la última mitad de ese periodo.
    Permíteme preguntarte nuevamente si estás preparado para encontrar al Señor Jesucristo. Él puede venir a por Su Iglesia en cualquier momento. Entonces, ¿estás preparado para encontrarle en el aire, o serás dejado en el mundo de los incrédulos para sufrir los juicios de la Tribulación? El tiempo es corto, y debes arreglar tus cuentas con el Señor ahora, antes de que sea eternamente demasiado tarde.

        Condensado del libro Daniel The Prophet (“El Profeta Daniel”), por M. R. DeHaan, en un artículo publicado en www.mwtb.org

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El Fruto Espiritual Sólo Viene 
De La Vida Espiritual

“Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mt. 6:21).

El agua no sube por encima de su propio nivel. ¡Tampoco puede un cristiano, por un esfuerzo repentino y espasmódico, subir por encima del nivel de su propia vida espiritual!
    En mi propia experiencia, he observado a hombres de Dios desatando su lengua durante todo el día en conversación liviana y frívola, permitiendo divagar su interés entre los vanos placeres de este mundo; y luego, bajo la necesidad de predicar por la noche, buscar ser indultados a última hora mediante la oración desesperada, a fin de ponerse en una posición en la que el espíritu del profeta descienda sobre él al entrar en el púlpito.
    No se recogen uvas de los espinos ni higos de los cardos. El fruto del árbol es determinado por el árbol, y el fruto de una vida por la clase de vida que es. Lo que le interesa al hombre hasta el punto de absorberle es lo que determina y revela qué clase de hombre es; y por una ley secreta del alma la clase de hombre que es, es lo que decide qué clase de fruto producirá.
    La cuestión es que a menudo no descubrimos la verdadera calidad de nuestro fruto hasta que es demasiado tarde.
    ¿En qué pensamos cuando estamos libres para pensar lo que queremos?
    ¿Que asunto nos da placer interno al meditarlo?
    ¿A qué tema vuelve nuestra imaginación una y otra vez?
    Cuando hayamos contestado estas preguntas honestamente sabremos qué clase de personas somos, y habiendo descubierto qué clase de personas somos podemos deducir la clase de fruto que produciremos. ¡Si queremos hacer obras santas, debemos ser hombres y mujeres santos!

A. W. Tozer, de su libro Renewed Day By Day (“Renovado de Día en Día”),lectura del 5 de octubre


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“Mas él, dejando el consejo que le dieron los ancianos, tomó consejo con los jóvenes que se habían criado con él, y que estaban a su servicio” (2 Crónicas 10:8).

Hoy hay consejos disponibles sobre toda clase de tema que surja. La cuestión es: ¿De quién escucharemos los consejos? ¿Es el que aconseja una autoridad en esa área? ¿Habla de experiencia propia? Con demasiada frecuencia los jóvenes tienden a escuchar a sus pares, la gente de su edad y su entorno, que opinan pronto pero carecen de conocimiento y experiencia. Bendito el joven que busca el consejo de santos de más años que tienen conocimiento de la Palabra, de los caminos de Dios, y que pueden hablar de la experiencia de andar con Él toda la vida.
William Gustafson
traducido de una lectura del calendario devocional “Choice Gleanings”

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EL LIBRO DEL MES:
¿Qué Es Una Asamblea Cristiana?
    por Littleproud
En las congregaciones de los santos, se precisa siempre ministerio respecto a la iglesia. Necesitamos saber cómo vivir y actuar ya que formamos parte de la Iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad" (1 Ti. 3:14-15). El autor de esta valiosa obra nos guía a ver los principios bíblicos que deben aplicarse en el desarrollo de diversas actividades en la asamblea local. Este libro debe ser leído y estudiado cuidadosamente por cada creyente.
precio: 7 euros
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 DOS GRANDES DESCUBRIMIENTOS

1. La Convicción Ante Dios

    Amigo, ¿Has descubierto que eres un pecador culpable ante Dios? Puede que seas una persona moral, amable y religiosa ante los hombres, y en tu propia estimación inocente en la vida. Pero ante los ojos del Dios Santo y Justo, eres un pecador. No te ofendas, sino considera cabalmente lo que la Palabra de Dios dice: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”.  Romanos 3:23. Y, “Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque”. Ecclesiastés 7:20
    Leemos de algunos que reconocieron esa verdad, y así es cómo se expresaron:
· el apóstol Pedro: “Soy hombre pecador” Lucas 5:8
· el patriarca Job: “He aquí que yo soy vil” Job 40:4
· el profeta Isaías: “¡Ay de mí! que soy muerto...siendo hombre inmundo de labios”. Isaías 6:5
· el apóstol Pablo: “...los pecadores, de los cuales yo soy el primero”. 1 Timoteo 1:15
    ¿Te has visto así convicto de tu pecado ante Dios? ¿Lo has reconocido en Su presencia? Si es así, también puedes conocer el camino de limpieza del pecado. Pero si no lo has reconocido, debes ser hallado un día convicto y sin palabras (Mateo 22:12) ante el trono del juicio divino.

2. La Limpieza del Pecado
    Muchos tampoco han descubierto cómo realmente ser limpios de sus pecados. Hay una manera en que cualquier pecador puede ser totalmente perdonado y limpiado, y así hecho apto para estar en Su santísima presencia. No es por sinceridad, ni obras de justicia, ni por ocupación en las cosas de religión como por ejemplo los rezos, los sacramentos o la devoción a los santos. “Hay generación limpia en su propia opinión, Si bien no se ha limpiado de su inmundicia”. Proverbios 30:12
    Sólo hay un camino por el cual el pecador puede ser limpio ante Dios, y es éste:La sangre de Jesucristo: "y de Jesucristo el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre”. Apocalipsis 1:5. “...la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” 1 Juan 1:7. “Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado” Juan 15:3.
    El pecador que reconoce su pecado ante Dios (Salmo 32:5) y confía en la sangre de Jesucristo que fue derramada por sus pecados, y cree la Palabra de Dios, el Evangelio, recibe perdón y limpieza de Dios, como Cristo dijo: “está todo limpio” Juan 13:10.

    Nunca en el infierno estará alma que no tuvo oportunidad,
   Sea pagano, o de hogar cristiano, cada cual tiene responsabilidad.
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El Recuerdo Fascinante 
de las Palabras Muertas
A. W. Tozer

"En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra tí". 
Salmo 119:11

En cualquier momento de la historia, predominan ciertas palabras y expresiones que gobiernan el pensamiento y las actividades de esa generación dentro de un campo determinado.
    Esto es cierto en el campo de la filosofía, y también en los de la literatura, la política y la religión. En cada generación, en toda época o periodo histórico, hay ciertas expresiones, palabras e ideas que se enseñorean de las mentes de los hombres. Determinan la dirección del esfuerzo humano durante esa generación. El poder de esos términos radica en que encarnan y expresan ideas primordiales.
    No subestime el poder de una idea. Juan dice: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Jn. 1:l-3). Cuando Juan dijo: “en el principio era el Verbo”, utilizó la palabra logos. En el principio fue una idea activa y expresada. Por lo tanto, en el principio hubo una idea activa, y todo fue creado a partir de ella, nacido del corazón de Jesucristo, el Hijo de Dios.
    Todo lo que nos rodea, en cualquier lugar donde vivan los hombres, nació de una idea o ideas. Por ejemplo, pensemos en la civilización. Resulta tan difícil de comprender que no estoy seguro de saber exactamente qué es la civilización, pero sin duda es mejor que la selva. Es mejor vivir en el Jefferson Hotel que en una choza de barro y dormir en el suelo. La civilización tiene sus ventajas, y nació en la mente descontenta de alguien que, allá en el pasado remoto, decidió que iba a arreglar un poco las cosas para mejorarlas. De modo que nuestra civilización nació de esa idea.
    Tomemos el concepto de libertad. En nuestro país aún queda un poco, y todo lo que tenemos, lo que vemos y hemos disfrutado a lo largo de las generaciones, nació de la idea de las mentes torturadas de determinadas personas que, incluso estando en prisión algunas de ellas, tuvieron elevados sueños de libertad. Benjamin Franklin, Thomas Jefferson y el resto de los Padres Fundadores encarnaron esas ideas de la Constitución de los Estados Unidos, que según dijo William Gladstone fue el documento más poderoso y noble jamás concebido por la mente humana. Todo empezó con una idea.   
    Lo mismo sucede con el concepto de transporte. Alguien, en alguna parte, vestido con una piel de leopardo, descubrió la rueda. Se dio cuenta de que si tomaba una pieza redonda y le practicaba un agujero en el centro, era muy fácil hacerla rodar; y de aquí nació la rueda. A partir de la rueda llegaron los automóviles, los aviones, los trenes y todo aquello que nos traslada de un punto a otro.
    Pensemos en la comunicación. Guglielmo Marconi, inventor italiano, fue uno de los primeros en desarrollar la comunicación por radio comercial y viable. Se supone que emitió y recibió su primera señal de radio en Italia, en 1895. De esta idea surgieron la radio y la televisión.
    Lo mismo sucede con la idea Reforma. Un hombre llamado David, por inspiración del Espíritu Santo, dijo: “Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño” (Sal. 32:2). Esa idea quedó aletargada durante mucho tiempo. Volvió a la vida en el corazón de Pablo, quien nos dio los libros de Romanos y Gálatas. La idea de la justificación por la fe se impuso en el pensamiento de la Iglesia primitiva, y luego volvió a sumirse en el sopor durante mucho tiempo. Renació en la mente de aquel alemán llamado Martín Lutero y de algunos de sus ayudantes, y tuvimos la Reforma.
    Fue también del corazón torturado de un hombre, el Dr. A. B. Simpson, del que nació la Alianza Cristiana y Misionera. Antes de ser una sociedad tuvo que ser una idea. Por lo tanto, toda la Alianza Cristiana y Misionera, con todos sus misioneros repartidos por el mundo, estuvo en cierto momento dentro del corazón de un canadiense llamado A. B. Simpson. Era una idea tan pequeña como una bellota, apenas tan grande como para poder medirla, pero estaba allí.
    Las ideas son poderosas; no las infravalore nunca. Pero en todo este asunto hay una trampa: las ideas, las palabras y las expresiones suelen vivir una sola generación, luego desaparecen. Sin embargo, después de su muerte se niegan a esfumarse del todo; siguen teniendo poder aun después de haber fallecido.

Las palabras muertas en la siguiente generación
    Dentro de la religión, vemos esto más claramente que en cualquier otro campo de la actividad o del pensamiento humano. Dios interviene otorgando a una generación una idea viva beneficiosa para aquel momento, una verdad viva. Esta verdad se viste, se encarna, en una expresión, una palabra o media docena de frases. El concepto expresado se incluirá en una bibliografía. Se escribirán libros sobre él, se le dedicarán revistas, y habrá predicadores que recorran el país de un extremo a otro, exponiéndolo; a su alrededor se crearán centros docentes, y se convertirá en una escuela de pensamiento en su generación. Como es una idea viva, y procedía del corazón de Dios, es creativa y poderosa, y de ella surgen grandes cosas. Luego morirá. Se marchitará en el corazón de las personas a las que contribuyó a crear, normalmente hasta la siguiente generación.
    Después de esto, seguirá influyendo. Aquellas palabras y frases muertas que una vez describieron una idea viva siguen determinando nuestra doctrina y el modo expositivo de los predicadores de ese grupo, el contenido de lo que se enseñe en las escuelas, lo que aparezca en las revistas, se escriba en los libros y se incluya en las canciones. Nadie admite que el término murió una generación atrás. La palabra pasa de boca en boca, se mueve de un lado a otro, convirtiéndose en el reclamo y en el centro de grandes grupos de personas, incluso de denominaciones. Pero ese término murió hace mucho, y ya no le queda vida, ni hace lo que se propuso hacer o hizo originariamente. Tampoco hace lo que consiguió en la primera o en la segunda generación que la utilizó.
    Y así continuamos durante una o dos generaciones más, dominadas por los fantasmas de términos teológicos, esos muertos vivientes. Vivimos rodeados de voces espectrales que claman desde las tumbas de la teología, desde esos sepulcros mohosos en que yacen los muertos. Nadie tiene el valor de ponerle freno y decir: “Eso ya está muerto”, y mirar a Dios en busca de una idea nueva. De modo que las grandes y yertas manos de las frases teológicas nos estrangulan. Nuestra vida se asfixia debido al uso constante de palabras que en cierto momento significaron algo para algunas personas, pero que para nosotros no significan nada.


continuará, d.v., en el número siguiente


tomado del capítulo 11 del libro: FE AUTÉNTICA, por A W. Tozer, 2011,
Editorial Portavoz, Grand Rapids, MI, EE.UU.
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sábado, 3 de mayo de 2014

EN ESTO PENSAD - mayo 2014

        Una Costumbre en Peligro de Extinción 

Donald Norbie
En años pasados hubo mucho ejercicio personal del corazón en cuanto a ofrendar. Individuos oraban específicamente por obreros y misioneros y les ofrendaban. Después de una reunión, un obrero podía recibir un afectuoso saludo y palabras de aprecio, y encontrarse con un billete o un cheque en la mano. O recibiría una carta de ánimo que incluía una ofrenda. Hoy en día esta costumbre personal se está extinguiendo en muchos sitios, y toda ofrenda se hace a la asamblea.
    Recuerdo cuando recibí un cheque y una carta de un misionero en Nueva Guinea. “Me enseñaste la Palabra en años pasados y me molesta el que nunca he compartido económicamente contigo. La Palabra dice: 'El que es enseñado en la palabra, haga partícipe de toda cosa buena al que lo instruye' (Gá. 6:6).” Tales ejemplos de gratitud son tremendamente animadores para el obrero y también bendicen al dador.
    Es verdad que muchas ofrendas de individuos serán mediante una asamblea local (1 Co. 16:1-2). Esto es correcto y es parte de nuestra adoración colectiva. Puede haber gastos para el mantenimiento del local, también la responsabilidad de apoyar a ciertos obreros y orar por ellos en la asamblea. Pero aún queda mucho espacio en el cual el Espíritu Santo mueve al creyente a orar y ofrendar personalmente. Es demasiado fácil caer en la rutina monótona de echar algo en la ofrenda los domingos, y dejar que otros se ocupen de la distribución de fondos.
    Elías pide a la viuda de Sarepta un vaso de agua y añade: “Te ruego que me traigas también un bocado de pan en tu mano” (1 R. 17:11). Ella responde: “...no tengo pan cocido; solamente un puñado de harina tengo en la tinaja, y un poco de aceite en una vasija...” Su plan es de preparar una comida más para su hijo y ella, y morir. La sequía es severa en la tierra. Elías le dice: “No tengas temor; ve, haz como has dicho; pero hazme a mí primero de ello una pequeña torta cocida debajo de la ceniza, y tráemela; y después harás para ti y para tu hijo”. Elías le promete que la harina de la tinaja no escaseará, ni el aceite de la vasija disminuirá.
    El poner al siervo de Dios primero es poner a Dios primero. La mujer hace el fuego y prepara la torta. En una asombrosa muestra de fe, lo trae caliente del fuego y se lo da al hombre de Dios. ¡Dios primero! Su harina nunca se gastó, ni su aceite se acabó nunca. Dios es fiel.
    Por medio de la predicación de Pablo y su compañía Lidia es convertida y bautizada. Entonces ella les suplica: “Si habéis juzgado que yo sea fiel al Señor, entrad en mi casa, y posad”. La hospitalidad es una manera costosa de darse uno mismo y su casa a otros. Lidia es movida por la gracia de Dios a dar.
    Cuando ofrendamos personalmente esto nos estimula a orar con más fervor por la obra y los obreros del Señor. “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mt. 6:21). Invierte dinero en la obra del Señor, y tu corazón cada vez más estará ocupado con las cosas del Señor. Se puede dar directamente en la mano, o transferencia bancaria, o enviar por correos o giro, o por alguna agencia cristiana que distribuye fondos, y también a través de la asamblea local. Pero viene de ti personalmente, de tu corazón, saturado con tus oraciones. Esto también te motivará a escribir y animar a los siervos de Dios: un ministerio animador y muy necesario. Ciertamente nuestros corazones deben ser motivados a ofrendar generosamente cuando recordamos lo que Dios nos ha dado. “¡Gracias a Dios por su don inefable!” (2 Co. 9:15).

Donald Norbie,  traducido de la revista MISSIONS, enero 1993

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"Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; 
Porque de él mana la vida".
Proverbios 4:23

Debemos guardar constantemente el corazón, el cual representa la vida interna. Si sus pensamientos, motivos y deseos son puros, entonces la conducta será lo que debe. A. W. Tozer en uno de sus escritos dio siete puntos que los creyentes pueden emplear para evaluarse. 1) Lo que más deseamos. 2) El tema más frecuente de nuestros pensamientos. 3) Cómo empleamos nuestro dinero. 4) Qué hacemos en nuestro tiempo libre. 5) La compañía que disfrutamos. 6) A quién y qué admirarmos más. 7) De qué nos reímos. Aplicando las palabras de Filipenses 4:8, haríamos bien si en estas cosas pensamos.
W. Ross Rainey  de una lectura diaria del calendario “Choice Gleanings”

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Cuatro Testimonios Acerca de María
1. En el evangelio según Lucas leemos que el ángel Gabriel la llamó "muy favorecida". Así que no era por mérito propio sino por favor de Dios. La gracia es favor inmerecido. También le dijo: "bendita tú entre las mujeres". María fue receptora de bendiciones, no es repartidora de ellas.
2. En Lucas 1:38 María mismo se llamó: "la sierva del Señor". Su fe, humildad y obediencia dan ejemplo para todos. En Lucas 1:47 María dijo: "Mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador". Luego ella necesitaba un Salvador.
3. En Juan 2:4 el Señor Jesucristo la llamó, no "Santa Madre" sino "mujer", remarcando su humanidad. En Juan 19:26 Cristo dijo: "mujer, he ahí tu hijo...he ahí tu madre". La encomendó al cuidado de Juan porque sabía que ella necesitaba ese cuidado.
4. Elisabet y los apóstoles la llamaron: "la madre de mi Señor" (Lucas 1:43) y "la madre de Jesús" (Hechos 1:14), nunca dijeron: "la madre de Dios" ni la Purísima ni nada parecido. Debemos honrarle a María por su lugar único y especial en la historia, pero no darle títulos más allá de las Sagradas Escrituras.
Carlos

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El Milagro Del Libro
por Dyson Hague

Cuanto más aumenta nuestra experiencia, tanto más el milagro de este Libro se nos abre; porque cuanto más intensamente escudriñamos en él, tanto más sólido llega a ser el conocimiento de que la Bíblia no es simplemente un libro, sino que es el Libro. Cuando Sir Walter Scott, en su hora de muerte, pidió que se le leyera en el Libro, su yerno le preguntó: “¿En qué libro?” Dio como respuesta: “Tan sólo hay un Libro, la Biblia”. En el mundo entero éste es “el Libro”. Comparados con él, todos los demás libros no son más que hojas y pedazos. Sí, es el único libro perfecto, el Libro eterno — la voz de la cual todos los demás a lo sumo son el eco. Es el libro que se halla en inalcanzable y excelsa altura, en gloria solitaria, siendo misterioso en su influencia, tan soberano, muy por encima de todos los demás libros como el cielo está por encima de la tierra, como el Hijo de Dios por encima de los hijos de los hombres.
traducido del libro "The Wonder of the Book"

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Daniel En El Foso de los Críticos
Debido a sus milagrosas revelaciones proféticas de los reinos de Cristo, ningún otro libro de la Biblia ha sido atacado como el libro de Daniel. Durante más de 1.100 años el libro ha estado en “el foso de los críticos”, y ha sido asaltado ferozmente por escritores escépticos. Alegan que en lugar de haber sido escrito por Daniel en el sexto siglo antes de Cristo, es una falsificación escrita en el tiempo de los macabeos, cerca del año 168 a.C.
    Pero no cabe duda de que el libro de Daniel existía mucho antes de lo que dicen los críticos. Josefo, el historiador judío, nos informa acerca de Alejandro Magno, predicho en las profecías de Daniel (Dn. 8:5-8). Cuando en sus conquistas llegó a Jerusalén en 332 a.C. Jaddua, el Sumo Sacerdote, le enseñó la porción de Daniel que habla de él. Alejando estaba tan contento que perdonó a la ciudad. Según esto, Daniel tenía que ser escrito antes de 332 a.C.
    Además, Ezequiel era contemporáneo de Daniel, y escribió en Babilonia el libro que lleva su nombre. Tres veces menciona a Daniel (Ez. 14:14, 14:20; 28:3). Así que Ezequiel testifica de la existencia de Daniel, y que era tan conocido por su justicia que fue clasificado con Noé, y por su sabiduría fue asociado con Job.
    Pero la autoridad más alta respecto a la autenticidad del libro de Daniel es la de nuestro Señor Jesucristo, que dijo: “Por tanto, cuando veáis en el lugar santo la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel...” (Mt. 24:15). Así que cualquiera que niega la autenticidad del libro de Daniel pone en tela de juicio la integridad y sabiduría del Señor Jesucristo.

Condensado de The Book of Daniel (“El Libro de Daniel”), por Clarence Larkin
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El Susto Del Cura

En Ecuador se cuenta que en el convento de San Diego vivía hace algunos siglos un joven sacerdote, el padre Almeida, cuya particularidad era su afición al aguardiente y la juerga. Cada noche, el padre Almeida sigilosamente iba hacia una pequeña ventana que daba a la calle, pero como ésta se hallaba muy alta, él subía hasta ella apoyándose en la escultura de un Cristo yacente.
    Se dice que el Cristo, cansado del diario abuso, cada noche le preguntaba al juerguista: “¿hasta cuándo padre Almeida?”, a lo que él respondía: “hasta la vuelta, Señor”. Una vez alcanzada la calle, el joven sacerdote daba rienda suelta a su ánimo festivo y el aguardiente corría por su garganta sin control alguno, y con los primeros rayos del sol volvía al convento.
    Aparentemente los planes del pródigo eran seguir ese ritmo de vida eternamente, pero el destino le jugó una broma pesada que le hizo cambiar. Una madrugada el falso maestro volvía tambaleándose por las empedradas calles quiteñas rumbo a su morada, cuando de pronto vio que un cortejo fúnebre se aproximaba. Le pareció muy extraño este tipo de procesión a esa hora. Decidió ver en el interior del ataúd, y al acercarse observó su propio cuerpo en el féretro.
    Ahora, no es mi ánimo hablar de la vida disoluta de aquel señor, ni la de no pocos “profesionales” más de su religión y otras religiones que el ser humano ha inventado. No estaría demás observar que “por sus frutos los conoceréis” como dijo Cristo, y lamentar que muchos ciegos guían a ciegos (¿y al lector de este folleto?), pero dejaremos el punto allí.
    Lo que sí nos interesa es el hecho de que la historia/leyenda prosigue a una breve conclusión que de aquella noche en adelante el pródigo acuatoriano se comportó mejor.
    ¿Y esto es lo único que uno debería aprender al supuestamente ver a su propio cuerpo en un ataúd? “Aprender” realmente no es la palabra adecuada, porque de nuestra muerte segura todos ya sabemos. “Recordar” or “darse cuenta” o “reflexionar muy seriamente” es lo que realmente quiero decir.
    El hecho es que “está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” dice la Biblia en Hebreos 9:27. Cura borracho, hija de María, hombre de negocios, sabihondas posiblemente ilustrado pero indiferente, alumna concienzuda de la escuela secundaria, ama de casa, religioso cumplido en su culto moderno o antiguo: todos por igual.
    Y usted lo sabe. “He visto el trabajo que Dios ha dado a los hijos de los hombres...y ha puesto la eternidad en el corazón de ellos” (Eclesiastás 3:10-11). Esto destaca la segunda parte de Hebreos 9:27 citado arriba: “después de esto el juicio”. No es cuestión de morir una sola vez, sino también del juicio que viene después de la muerte.
    Pero qué gusto da seguir leyendo en Hebreos 9:28 y encontrar estas palabras: “Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos”. O, diría el apóstol Pablo: “Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos” (Romanos 5:6). O el apóstol Pedro: “Llevó Él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (1 Pedro 2:24).
    Para qué enfrentar juicio y eterna condenación si Dios le ofrece eterna salvación al depositar su fe (confianza) en el Señor Jesucristo y sólo en Él, al recibirle cual pecador indigno, necesitado y contrito, como su propio Señor y Salvador?Amigo, asómese a su propio féretro, y pregúntese qué provisión ha hecho para su alma.

D. R. Alves

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DIRECTIVAS ANTE EL DOLOR
DE TENER HIJOS IMPÍOS

Edward Lawrence (1623-1695)

DIRECTIVA 1: Considere como un gran pecado desmayar ante este sufrimiento, es decir, sufrir tanto que no puede cumplir sus obligaciones o que deja de sentir gozo en su vida. Porque desmayar ante esta calamidad significa que ha basado demasiado de su felicidad en sus hijos. Sólo argumentaré con usted como Joab lo hizo con David cuando se lamentaba tan amargamente por su hijo Absalón en 2 Samuel 19:6: “Hoy has declarado que nada te importan tus príncipes y siervos”. Lo mismo le digo a usted que si su alma desmaya bajo la carga de un hijo desobediente declara usted que Dios y Cristo no le importan.

DIRECTIVA 2: Considere... que este es un dolor común entre los hijos más queridos de Dios. Usted piensa en esto como si fuera el primer padre piadoso que ha tenido un hijo impío, como si fuera raro lo que le ha sucedido. Confieso que donde una calamidad parece singular o extraordinaria, tiene más posibilidad de que el que sufre se sienta abrumado porque piensa que ha desagradado grandemente a Dios, de modo que dice con la iglesia: “Mirad, y ved si hay dolor como mi dolor que me ha venido; porque Jehová me ha angustiado en el día de su ardiente furor” (Lam. 1:12). Pero este dolor es común y coincide con la gracia salvadora y electiva de Dios hacia ellos, y es una prueba que por lo general le toca a los justos.

DIRECTIVA 3: Considere que le hubieran podido pasar desgracias peores que esta. Le voy a dar tres males peores que lo hubieran hecho sufrir más. Primero, podría haber sido usted mismo un infeliz malo e impío. Y que el gran Jehová lo hubiera maldecido y condenado para siempre; lo hubiera hecho sufrir mucho más que sentirse atormentado por un tiempo por un hijo impío. Segundo, hubiera podido tener un cónyuge que fuera como podredumbre en sus huesos. Salomón parece decir que un cónyuge pendenciero es peor que un hijo impío. Proverbios 19:13, “Dolor es para su padre el hijo necio, y gotera continua las contiendas de la mujer”. Es como una gotera constante en la casa cuando llueve que pudre el edificio, destruye los alimentos y arruina tanto a la casa como a los que en ella viven...

[La Editorial Peregrino omitió la Directiva 4 por razones editoriales desconocidas.]

DIRECTIVA 5: Deje que las Escrituras y la razón guíen su dolor, a fin de no provocar a Dios, envilecer su alma y herir su conciencia con quejas y lágrimas pecaminosas. Con este fin, observe dos reglas: Primero, laméntese más por los pecados de sus hijos con los que provocan y deshonran a Dios y se corrompen y se destruyen a sí mismos y destruyen a otros, que por cualquier vergüenza o pérdida de cosas materiales que le puedan suceder. De este modo, demostrará que el amor a Dios y al alma de sus hijos, y no el amor al mundo, tiene la mayor influencia sobre su dolor. Porque me temo que por lo general hay en padres buenos demasiada aflicción carnal y no suficiente aflicción espiritual cuando sufren esta gran calamidad. Segundo, no deje que su dolor enferme su cuerpo y afecte su salud. Dios no requiere que se lamente por los pecados de sus hijos más que por los propios, y tampoco jamás nos pide que por dolor destruyamos nuestro cuerpo, que es el templo del Espíritu Santo. La verdad es que el dolor santo es la salud del alma y nunca perjudica al cuerpo. Porque la gracia siempre es una amiga y nunca una enemiga de la naturaleza. Por lo tanto, no se prive de ninguna oportunidad de honrar a Dios y servir a su iglesia. No cause el desconsuelo de su cónyuge ni que sus hijos queden huérfanos por culpa de un dolor que no agradará a Dios, no lo tranquilizará a usted ni les hará ningún bien a sus hijos malos y desgraciados.

DIRECTIVA 6: Esfuércese por fortalecer sus gracias personales bajo esta gran aflicción; porque necesita usted más conocimiento, sabiduría, fe, esperanza, amor, humildad y paciencia para capacitarlo y hacerlo apto para sobrellevar esta aflicción más que los que necesita para sobrellevar otras. Y tiene que ver y disfrutar más de Dios y Cristo a fin de mantener el ánimo bajo este sufrimiento más que la mayoría de los demás sufrimientos. Por el poder de Cristo será no sólo capaz de sobrellevar esta tribulación sino también de gloriarse en ella. Y más grande sea el problema, más grande será lo bueno que de él derive usted.

DIRECTIVA 7: Consuélese en que las cosas más grandes y mejores por las que usted más ha orado, confiado, esperado y principalmente amado y anhelado están a salvo y seguras. Dios es y será bendecido y glorioso para siempre, pase lo que le pase a su hijo. Todas sus perfecciones infinitas están obrando para su gloria. Cristo mismo es de Dios y cumple toda la obra de Mediador como su siervo y para su gloria. Todos los ángeles y santos benditos le honrarán, admirarán, amarán y alabarán para siempre. Dios el Padre, Hijo y Espíritu Santo – son suyos para siempre y será glorificado en toda la eternidad haciendo que usted sea bendito y glorioso. Tiene usted un hijo malo, pero un Dios bueno. Toda su obra acabará, sus pecados serán perdonados y aniquilados, sus gracias perfeccionadas y su cuerpo y alma glorificados. ¿Y cree que un hijo impío podría empequeñecer todas sus consolaciones?

DIRECTIVA 8: Por último, considere que este dolor durará sólo por un tiempo. Confieso que no conozco ni podría encontrar aunque investigara, nada que pueda elevar al corazón por sobre este dolor fuera del conocimiento y el sentido del amor infinito de Dios en Cristo hacia el hombre y de la eternidad santa y gloriosa a la cual pronto lo llevará este amor. Decirle que esto es y ha sido el caso de otros padres píos, puede aplacar algo de su dolor. Pero ¿qué valor tiene decirle que otros están y han estado tan afligidos como usted o contarle que hijos tan malos como los suyos han sido santificados y salvados, más que darle algo de esperanza sin fundamento? No tiene más valor que pensar que pueden ser salvos o pueden ser condenados, porque hay razón justificada para creer lo primero y tener esperanza en lo último. Pero para que el hombre tenga una muerte victoriosa, esté listo para vivir en ese mundo donde no hay nada de este dolor y saber que en el Día del juicio... él mismo se sentará con Cristo para juzgarlos, y que amará y se gozará en la santidad y justicia del juez de todo el mundo quien les dará aquella sentencia: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mt. 25:41) – esto basta para superar todo dolor inmoderado por sus hijos impíos.


Tomado de Concerns for Their Unsaved Children, reimpreso por Soli Deo Gloria, 
una división de Reformation Heritage Books, www.heritagebooks.org 
Recopilado de la revista semestral: “Portavoz de la Gracia”, impreso por cortesía de la organización evangélica CHAPEL LIBRARY y de Editorial Peregrino.

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Instruya Bien A Sus Hijos
Quiera el Señor enseñarles a todos ustedes qué valioso es Cristo y qué obra poderosa y completa ha realizado en pro de nuestra salvación. Estoy seguro de que entonces usarán todos los medios para traer a sus hijos a Jesús para que vivan por medio de él. Quiera el Señor enseñarles todo lo que necesitan para que el Espíritu Santo renueve, santifique y vivifique sus almas. Estoy seguro de que entonces instarán a sus hijos a que oren sin cesar por tener a Jesús, hasta que ha entrado en sus corazones con poder y los ha convertido en nuevas criaturas. Quiera el Señor conceder esto, y si así sucede, tengo esperanza de que realmente instruirán bien a sus hijos -- que los instruirán bien para esta vida y los instruirán bien para la vida venidera, los instruirán bien para la tierra y los instruirán bien para el cielo; los instruirán para Dios, para Cristo y para la eternidad.

 –  J. C. Ryle (1816-1900)


lunes, 14 de abril de 2014

EN ESTO PENSAD -- abril 2014

LA RESURRECCIÓN DE JESUCRISTO      NO FUE UN FRAUDE
Samuel Vila


     
(viene del nº 134)
Otros, interesados en negar la resurrección, han dicho que quizá los discípulos robaron el cuerpo para tramar la farse de la resurrección.
Pero esta hipótesis, además de la dificultad material de su realización a causa de la guardia romana (que ningún pescador galileo, por atrevido que fuese, se habría aventurado a desafiar), tiene otra dificultad insuperable. ¿Los primeros discípulos se habrían sacrificado por una mentira forjada sobre un cuerpo muerto? ¿Ninguno habría sido infiel ante el suplicio para descubrirla? El heroísmo por una fe sincera, sea de la clase que fuera, se comprende; pero el sacrificio de todas las comodidades materiales y aun de la propia vida por el solo empeño de sostener una mentira conocida, forjada por uno mismo, es un caso sin precedentes y un absurdo inimaginable para toda mente sensata.

Ni una muerte aparente


Otros, por fin, han pretendido que Jesús no murió en la cruz y que sus amigos lograron reanimarlo. A esto podemos responder, en primer lugar, que sus enemigos tomarían las medidas necesarias, como las tomaron en efecto, para que esto no sucediera. Y en segundo lugar que los amigos que le habrían ayudado y cuidado sabrían muy bien cómo le habían hecho volver en sí, y que no era resurrección lo que se había verificado, sino reanimación de un desmayo. Y, como hemos indicado, en el anterior supuesto de robo del cuerpo muerto, jamás habrían estado dispuestos a los sacrificios que les impuso la predicación del Cristo resucitado.
Es muy de presumir que tal resurrección aparente, aun cuando de momento les hubiese llenado de alegría, estaría destinada a terminar en un fracaso rotundo. Ninguno de sus discípulos habría estado dispuesto a dar la vida por un Cristo extenuado que hubiera necesitado de sus auxilios para volverle a su natural vigor. Aquella visión de dolor y flaqueza de un Cristo postrado sobre un lecho, habría constituido una pobre ayuda para su fe. Sólo la visión del "Hijo de Dios con potencia" podía llenar de un heroísmo hasta la muerte el corazón atribulado de los desalentados apóstoles.
Es interesante notar la eficacia que tuvo el testimonio apostólico acerca de la resurrección de Jesucristo, cuando en pocas semanas se convirtieron unas 10.000 personas en Jerusalén. El Sanedrín judío se veía impotente para detener el movimiento. La figura más alta de este supremo tribunal, según el historiador Josefo, el mismo Gamaliel, estaba en duda de si sería cosa de Dios o de los hombres cuando dijo: "No seamos tal vez hallados resistiendo a Dios".
De este modo triunfó el cristianismo, no sólo en Judea, sino en todo el mundo antiguo. ¿Pudo esto ocurrir sin basarse en una realidad objetiva?

de libro EVIDENCIAS DE FE PARA ESTUDIANES (CLIE), págs. 40-42

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LA CALAMIDAD DE TENER HIJOS IMPÍOS
Edward Lawrence (1623-1695)

(viene del número anterior)
      IRA: La ira es otra pasión que aflora en padres piadosos por la maldad de sus hijos. Y esto es problemático, porque al hombre no le faltan problemas cuando está airado. Y cuanto más se empecinan estos padres en que sus hijos sean piadosos, más los disgustan y exasperan los pecados de ellos. Sienten enojo cuando los ven que provocan a aquel Dios a quien ellos mismos tienen tanto cuidado en agradar, verlos destruir sus almas preciosas que ellos trabajan para salvar, y verlos despilfarrar con sus sucias lascivias esos bienes que han obtenido con su dedicación, trabajo y oraciones. No pueden menos que pensar en ellos con ira, hablar de ellos con ira y mirarlos con ira. Y así, sus hijos, que deberían ser motivo de gozo y placer, les son una cruz e irritación continua.
DOLOR: Se ven profundamente afectados por la congoja y el dolor que sienten por la maldad de sus hijos. Las gracias de los padres causan que se lamenten por los pecados de sus hijos. Su conocimiento de la salvación hace sangrarles el corazón al ver a sus hijos burlarse y despreciar la gloria que ellos ven en Dios y en Cristo. Y aunque ellos, por fe, se alimentan en Cristo, les duele ver a sus hijos alimentarse de los placeres inmundos del pecado. Su amor a Dios los hace gemir porque sus hijos aman el pecado y las peores maldades, y aborrecen a Dios, el mejor bien.
La enormidad de esta aflicción se ve en estos ocho factores que la empeoran: Primero, empeora su dolor recordar cuánto placer y delicia les daban estos hijos cuando eran chicos. Los atormenta ahora ver sus dulces y alegres sonrisas convertidas en miradas burlonas y despreciativas hacia sus padres, y sus lindas e inocentes palabras convertidas en blasfemias y mentiras y otras podredumbres. Los atormenta pensar que éstos, que se lanzaban hacia ellos para recibir un abrazo, para besarlos y para hacer lo que ellos pidieran, ahora los rechazan.
Segundo, empeora su dolor verse tan miserablemente decepcionados en las esperanzas que tenían para estos hijos. "La esperanza que se demora es tormento del corazón", dijo Salomón en Proverbios 13:12, pero verse frustrados y desilusionados en su esperanza en algo de tanta importancia que hasta les destroza el corazón. Cuando estos padres recuerdan qué agradable les resultaba oír a estos hijos contestar preguntas de la Biblia y hablar bien de Dios y Cristo, no pueden sentirse más que afligidos al ver que estos mismos hijos quienes, como Ana, presentaron al Señor, se venden al diablo.
Tercero, empeora su dolor ver a sus hijos quienes los amaban como padres, en compañía de mentirosos, borrachos, mujeriegos y ladrones cuya compañía les resulta más agradable que la de sus padres.
Cuarto, empeora su dolor ver a los hijos de otros que andan en los caminos del Señor y decir: “Esos hijos hacen felices a sus padres y a su madre mientras que los hijos de nuestro cuerpo y consejos y oraciones y promesas y lágrimas viven como si su padre fuera amorreo y su madre hetea”! (Ez. 16:3)
Quinto, empeora el dolor de los padres cuando sólo tienen un hijo, y éste es necio y desobediente. Hay muchos ejemplos de esto. La Biblia, para describir el tipo de dolor más triste lo compara con el dolor de un hijo único. Jeremías 6:26, "Ponte luto, como por hijo único, llanto de amarguras". Zacarías 12:10, "Llorarán como se llora por hijo unigénito". Sé que estos versículos se refieren a padres que lloran la muerte de un hijo único, pero no es tan triste seguir a un hijo único a la tumba como es ver a un hijo único vivir para deshonrar a Dios y ser una maldición para su generación destruyendo continuamente su alma preciosa. Es muy amargo cuando uno vuelca en un hijo tanto amor, bondad, cuidado, costo, esfuerzos, oraciones y ayunos tal como hacen otros padres con muchos hijos. Y, a pesar de todo esto, el hijo único resulta ser este monstruo de maldad, como si los pecados de muchos hijos impíos se concentraran en él.
Sexto, es peor cuando los ministros santos de Dios son padres de necios, lo cual... sucede con frecuencia. Y es muy lamentable porque éstos tienen las llaves del reino de los cielos, no obstante tienen que entregar a sus propios hijos a la ira de Dios. Los tales conocen los terrores del Señor y los tormentos del infierno más que los demás, y les afecta más creer que ahora eso es lo que les espera a sus propios hijos.
Séptimo, es peor para los padres cuando los hijos, a quienes dedicaron para servir a Dios en el ministerio del evangelio, resultan ser impíos. Esto es motivo de grandes lamentaciones, porque los padres tienen la intención de que ocupen los lugares más importantes en la iglesia, les dan una educación con miras a ello, y después estos chicos se hacen como la sal sin sabor, que no sirve para nada sino para tirar y ser pisoteada por los hombres.
Octavo, es peor cuando los hijos son un dolor para sus padres en su vejez, y, por decirlo así, tiran tierra sobre sus canas, que es su corona de gloria. El mandato de Dios en Proverbios 23:22 es: "Cuando tu madre envejeciere, no la menosprecies". Salomón dice que los días de la vejez son días malos (Ecl. 12), su edad es en sí como  una enfermedad problemática e incurable. Los ancianos son como la langosta: aun lo más liviano es para ellos una carga. Por lo tanto, es más problemático para ellos ser atormentados por hijos malos cuando habiendo sido hombres fuertes (según piensan algunos teólogos) se encorvan, y sus hijos que deberían ser un apoyo para ellos, les destrozan el corazón y causan que bajen con dolor a su tumba.

Tomado de Parents' Concerns for Their Unsaved Children ("Preocupaciones de los padres por sus hijos no salvos"), reimpreso por Soli Deo Gloria, una división de Reformation Heritage Books,     www.heritagebooks.org.

Edward Lawrence (1623-1695): Predicador inglés que no pertenecía a la Iglesia Anglicana; educado en Magdalene College, Cambridge; fue echado de su púlpito en 1662 por el Acto de Uniformidad; amado y respetado por otros puritanos como Matthew Henry y Nathanael Vincent; nacido en Moston, Shropshire, Inglaterra.

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No esperes a que te lleven a la iglesia


Pues si esperas . . .

1. Irás aunque llueva, truene, haga frío o calor.
2. Irás no importa cómo te sientas o si te opones.
3. Tendrás a tu deredor hermosas flores pero no las disfrutarás.
4. A pesar de la belleza de la música en el funeral, no la gozarás.
5. Aunque hable el predicador, no te hará ningún bien porque no le podrás oír.
6. Irás al altar, pero no podrás orar, ni te ayudará si otros oran por ti.
7. Te encontrarás en la mayor necesidad, pero nadie podrá socorrerte.
8. Estarán presentes tus familiares y amigos, pero no los verás ni podrás compartir con ellos.
9. Irás ese día a la iglesia no importando cuántos hipócritas estén presentes.
10. Ténlo por seguro, ésta será la última vez que asistirás a la iglesia.
11. Pero . . . ese día en realidad no irás, sólo llevarán tus restos.
12. Porque tú no estarás en el cuerpo, sin en la eternidad – habrás ido irremediablemente a tu encuentro con Dios, Juez de vivos y muertos. La Biblia declara que "está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto, el juicio" (Hebreos 9:27). Nada de lo que digan o hagan en el funeral te ayudará. Será demasiado tarde.


Así que, amigo, acude ahora al lugar de culto donde predican el evangelio.  ¡No esperes a que te lleven! Toma interés ahora en tu alma y tu destino eterno. Ahora que puedes ver, oír, sentir y decidir, preséntate y escucha bien. Busca a Dios mientras puede ser hallado. El predicador prefiere explicarte el evangelio ahora, en lugar de sólo tratar de consolar ese día a tu familia si mueres sin Cristo.

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LA SALVACIÓN ETERNA
Josué Knott



“Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre”. – Juan 10:27-29

Este texto en Juan es un capítulo en el que Jesucristo se presenta como el pastor de las ovejas que ha venido a salvar. Es un capítulo hermoso que nos muestra la ternura y amor del Señor en Su papel de Salvador: Él pone Su vida por las ovejas… y la vuelve a tomar (v. 15, 18). Es una declaración del evangelio por el mismo Mesías en anticipación de su cercano cumplimiento. El Hijo de Dios, el Cristo, había venido al mundo para tomar sobre sí la carga y la culpa de los pecados de todo pecador que haya existido nunca y que existirá, para pagar, en una cruz romana, la condena justa y merecida que habían acarreado todos ellos y nosotros. En esa cruz, actuando como nuestro sustituto perfecto, el único Hombre Perfecto (Impecable), capacitado para tomar nuestro lugar,  cargaría sobre Su cuerpo el castigo físico y en Su espíritu el castigo espiritual, aún mayor y más terrible: la ira santa y justa de Dios, culminando en una agónica separación del Padre; inevitable consecuencia de nuestra rebelión. Allí consumaría el Señor Jesús la condena nuestra, borrando por fin con Su sangre divina el acta de los decretos que era contra nosotros (Col. 2:14). Así es que Cristo nos tiende la mano de perdón; la misma mano que fue traspasada por nuestras ofensas. Habiéndonos amado hasta la muerte, con una fuerza mayor que todas las fuerzas del mal que obraban en nosotros; con una magnitud que no somos capaces de comprender en su totalidad aún, nos invita a dejar nuestros pecados y acudir a Él para perdón y vida eterna. 
También es un capítulo que contiene grandes verdades, como por ejemplo la poderosa proclamación de la unidad de Dios Padre con el Hijo (v. 30) que hace Jesucristo, inmutado por la abierta hostilidad y ambiente amenazador de los fariseos que le rodean y que ocupan el lugar de líderes religiosos del pueblo de Dios. Pero además de esta grande verdad, el Señor nos manifiesta otra verdad inherente a Su condición de Hijo de Dios y Salvador del mundo. Es una verdad que llenará nuestras almas de paz y seguridad, que nos hará descansar en el Salvador y su poder, tal y como nos invita en Mateo 11:28, “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”. ¿Hay descanso mayor que saber que has sido perdonado y absuelto… para siempre? 
El versículo que encabeza es la expresión de esta verdad: aquellos a quienes Jesús el Buen Pastor ha salvado de sus pecados, no los puede arrebatar nadie. Los que han venido quebrantados ante la cruz de Cristo para asirse del perdón y de la salvación preciosa que Él ofrece a todo pecador arrepentido, tienen y tendrán para siempre esa perfecta salvación que el Señor Jesús compró con el inconcebible precio de Su sangre. “Nadie”, dice, “las arrebatará de mi mano”. Y recalca: “yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás”. Nadie. Jamás. Son términos absolutos. La vida eterna que nos ofrece el triunfante Salvador no puede ser extinguida ni arrebatada por nada ni nadie, ¡jamás! ¡Y qué menos íbamos a esperar del Hijo de Dios! ¿Acaso no es suficiente Su muerte en la cruz para lograr ofrecernos esa vida invenciblemente eterna? ¿Será posible que nuestros pecados puedan superar Su perdón, que nuestra culpa sea demasiado grande para que Él alcance a pagarlo todo?
Ciertamente sabemos que no es así, sino que el mismo Hijo de Dios; uno con el Padre, uno con Su poder total y deidad absoluta, eterna, santa y perfecta, fue más que capaz de liquidar hasta el último amargo pecado; la carga que acumulamos todas estas ovejas descarriadas a las que vino a buscar. Es con gozo en el corazón que podemos afirmar que Jesucristo salva con poder absoluto y para siempre. No en vano padeció en nuestro lugar, no en vano Su abandono por el Padre y Su angustia de soledad en la cruz del Calvario, consumando nuestras culpas… no en vano Su exclamación al expirar: “¡Consumado es!”. Consumado: llevar a cabo totalmente algo, ejecutar o dar cumplimiento a un contrato o a otro acto jurídico (Real Academia Española). La salvación de Jesucristo, es entonces, eterna. ¡Gracias a Dios que no depende de nosotros ni de nuestra capacidad de preservarla, ni mucho menos merecerla! 
Es por esto que hablamos de la obra completa del Señor: el plan divino de redención no tenía fallos ni desperfectos; era completo, comprensivo en absoluto. Por eso Pablo escribe en Efesios 1:13-14, “En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria”. Como Pablo manifiesta en estos versículos, una vez que oímos el evangelio y lo creemos para salvación, somos sellados. Somos guardados, asegurados por el Espíritu Santo hasta el día de la redención; hasta ser glorificados en el cielo al final del tiempo terrenal. Y esa es la promesa a la que hace referencia; la promesa de vida eterna, la promesa de Juan 10:28, “…y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano”. Por supuesto que todo esto es para la gloria de Dios, cosa que no olvida de decir el apóstol. ¿Qué otra respuesta puede haber por nuestra parte, siendo participes de tan maravillosa y generosa salvación? Deberíamos estar sobrevenidos por gratitud y llenos de alabanza a aquel quien venció el pecado y la muerte para siempre, tomando nuestro sitio en la cruz. 
Una última reflexión nos surge ante la verdad feliz y conmovedora de una salvación eterna. Es una reflexión que nace de una pregunta o duda: ¿Será posible que, una vez obtenida esta salvación eterna, nos entreguemos al pecado, aprovechando esa misma salvación eterna e irrevocable? Para esta pregunta hay una simple y contundente respuesta. El apóstol Pablo lo expresa inmejorablemente claro: “¿Qué, pues? ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? En ninguna manera. ¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia? Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia” (Ro. 6:15-18). Y termina el apóstol exultante: “Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna. Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 6:22-23). Es difícil expresarlo mejor de lo que lo hace Pablo en estos versículos. La respuesta a la pregunta está claro: bajo ninguna circunstancia será posible semejante comportamiento de libertinaje. Ya no somos esclavos del pecado, por tanto, el pecado no tiene potestad sobre nosotros como antes para que nos entreguemos a tal vida, pretendiendo aprovecharnos de la salvación eterna. Fuimos salvados de nuestra condena y de nuestros pecados: ¡hemos sido libertados! Ahora somos siervos de la justicia, siervos de Dios y nuestras vidas muestran el fruto de la santificación. El quebrantamiento que nos trae a la cruz de Cristo, el perdón perfecto y el amor incomparable que Él nos da nos constriñen y Su poder transformador nos hace seres nuevos. Ya ni queremos esa vida de pecado, ni podemos vivirla como antes. 
La conclusión, entonces, es que la salvación que nos extiende Jesucristo es perfecta y eterna, en virtud de su perfección completa y Su condición de Hijo de Dios. No podemos perder una salvación tan perfecta y tan costosa como la que nos ofrece el Señor Jesús, habiendo consumado nuestros pecados y nuestras culpas sobre el madero. Ni tampoco nos es posible “aprovecharnos” de esa salvación en ningún modo. Remitámonos a las palabras de Jesucristo: “mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Jn. 4:14). 

Josué L. Knott,    agosto 2013
Josué estudia en Talca, Chile y se congrega 

con los hermanos de la asamblea en la Calle 3 Oriente.