¿Importa Cómo Se Visten Los Cristianos?
Algunos contestarían citando 1 Samuel 16.7, y declaran
que Dios no mira lo externo sino lo interno. Es cierto que Dios mira el
corazón, y escudriña los pensamientos y los secretos de los hombres (1
Cr. 28.9; Ro. 8.27; Ap. 2.23). Pero Dios mira todo, y le importa
nuestra manera de vestir. En múltiples textos las Escrituras confirman
esto. En la edad de la gracia, el Nuevo Testamento enseña que no somos
nuestros (1 Co. 6.19-20), sino nuestro cuerpo y espíritu son de Dios,
comprados al altísimo precio de la sangre de Cristo.
Considera los comentarios del estimado Norman Crawford, acerca de cómo vestirse para las reuniones. (Congregados A Su Nombre, págs. 228-231).
¿Por qué nos vestimos elegantes o bien arreglados para la reunión?
En las asambleas, los creyentes suelen vestirse de una manera especial
para las reuniones. Las mujeres llevan vestido o falda y blusa, velo y
en algunos países sombrero, y los varones llevan camisa de vestir, y en
algunos países también corbata y traje o chaqueta americana. ¿Es eso una
mera tradición de hombres?
¿Cómo debe una persona vestirse para
una reunión? Si el Señor mira el corazón y las apariencias externas no
pueden engañarle, ¿realmente importa cómo uno se viste? ¿No dijo el
Señor: “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces”
(Mt. 7:15)? A menudo escuchamos esta línea de preguntas y
razonamientos, y debemos afrontar el tema y contestar solo de las
Escrituras.
Cuando nos congregamos como asamblea, venimos para
reunirnos con el Señor mismo, y nuestro atavío debe mostrar nuestra
reverencia. Si fuéramos llamados a la presencia de un dignatario o
persona importante del mundo, no vestiríamos la ropa que usamos para
limpiar o pintar la casa, o para trabajar en un taller o en el campo.
Considero válida esta forma de razonar, pero advierto que debemos
preocuparnos más con nuestra condición interna que con la apariencia.
Sin embargo, creo que hay claras Escrituras que tratan el tema de
nuestra apariencia. A las mujeres se les manda que su atavío sea con
modestia y discreción o pudor (1 Ti. 2:9). Las mujeres ancianas deben
enseñar estas cosas a las más jóvenes (Tit. 2:3-5). También las mujeres
ancianas deben presentar ejemplo a todos en su conducta personal y
doméstica.
Una instrucción clara respecto a la apariencia de los hombres (y las mujeres) está en Romanos 12:2, “No os conforméis a este siglo”. Ahora
hemos visto tiempos cuando se llevan ropas sucias y andrajosas, rajadas
y gastadas, como si fuesen medallas de valentía. Lo hacen porque es la
moda, no porque sean pobres y no tengan nada mejor, pues hablamos de los
que podrían vestirse mejor, pero no quieren. Tales personas suelen
decir que Dios solo mira el corazón y Él conoce cómo realmente son. Pero
la falacia de esta manera de razonar es que la apariencia externa es
parte del testimonio a los demás, y ellos no pueden ver nuestros
corazones sino solo el exterior.
En el otro lado de la ecuación
está la verdad de que ni hombres ni mujeres deben atraer atención por su
forma de vestir o conducirse. Somos un testimonio al Señor ausente y
siempre debemos poner la atención sobre Él. Debemos vestirnos de modo
que podamos olvidarnos de nuestra apariencia porque no llama la
atención. Así evitaremos los extremos de vestirnos de maneras
indecorosas, raras, ostentosas o llamativas.
Hay muchos creyentes
en diferentes lugares del mundo que debido a la pobreza o incluso al
clima tropical del lugar, no pueden vestirse como los con más recursos o
los que viven en otros climas. Cuando es cuestión de pobreza, los demás
tienen oportunidad de enseñar su generosidad. Pero sean cuales fueran
nuestros recursos, nuestra manera de vestir no debe ostentar posición
social o riquezas.
Las Escrituras claramente prohíben llevar ornamentos de perlas, oro 1
y cosas costosas, ya sea en el cuello, la muñeca o las orejas, como tan
comúnmente se hace en el mundo (1 Ti. 2:9; 1 P. 3:3). Las Escrituras
claramente enseñan que la cabeza del hombre debe estar descubierta, su
pelo corto, y la cabeza de la mujer cubierta y su pelo largo. Esos
textos deben resolver el asunto para todo creyente sensato y
espiritualmente ejercitado (1 Co. 11:2-16).
Nada hemos mencionado
de colores, cortes o estilos particulares. La Biblia establece los
principios de modestia y pudor, y todo creyente puede comprenderlos. No
debemos asistir a las reuniones llevando ropa que el mundo usa de moda
deportiva. Nuestra apariencia no debe distraer de la Persona que se ha
dignado a estar en medio de nosotros.
La ropa no debe borrar las distinciones entre varones y mujeres. En el principio Dios creó “varón y hembra” (Gn. 1:27). La moda unisex 2
debe su origen al pecado y la rebelión humana. Es un privilegio dar
testimonio silencioso mediante nuestra manera de vestir en un mundo
impío.
1 No es cuestión de la composición de los adornos, sino de no llevarlos. Fijarse solamente en si es realmente “perlas” y “oro” es perder el sentido del pasaje, y ceñirse a la letra en lugar del espíritu del texto. 1 Timoteo 2:9-10 enseña cómo adornarse: pudor, modestia y buenas obras. 1 Pedro 3:4 dice: “en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible”.
2 Dos manifestaciones de la moda unisex son que las mujeres lleven pantalones, como los varones, y corten el pelo parecido a los cortes masculinos.
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¡ESCOGE LO MEJOR!
Pr. 17:1 “Mejor es un bocado seco, y en paz, que casa de contiendas llena de provisión”.
En una casa es más importante la paz que la clase de comida. Pero más personas se afanan por las provisiones que por tener paz en su propia casa. Allí se enfadan, gritan, se insultan, se pelean, etc. Aunque tengan buenos muebles, ropa y zapatos, y coman bien, están mal en cuerpo (úlceras, indigestión, insomnia, etc.) y espíritu (tristeza, temores, enfados, etc.). Los apóstoles deseaban "gracia y paz" para los creyentes (Ro. 1.7; 1 P. 1.2; Ap. 1.4). Aunque sea con un bocado seco, es mejor. La comida, la ropa y los muebles se adquieren en tiendas, son para el cuerpo, y son temporales, pero la gracia y la paz vienen de Dios, son para el espíritu, alma y cuerpo, y son para siempre. Dichosos los que tienen esa paz y aprovisionan su casa con ella. "Sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor" (2 Ti. 2.22).
Pr. 17:12 “Mejor es encontrarse con una osa a la cual han robado sus cachorros, que con un fatuo en su necedad”.
La insensatez es nociva y dañina. El necio hace más daño que una osa sin sus cachorros. El enojo del animal salvaje es temible, pero por lo menos tiene una explicación, pues es un instinto materno que busca protejer a los suyos. En cambio, el necio (fatuo) en su necedad es ilógico, impredecible y peligroso. Es como un cañon suelto, capaz de hacer daño a cualquiera en cualquier momento sin aviso previo.
Si estudiamos el libro de Proverbios y apuntamos todas las referencias a los necios, insensatos y fatuos, y su comportamiento, aprenderemos lecciones de gran valor para la vida. No seamos necios, ni confiemos en ellos, aunque sean parientes o amigos. "Vete de delante del hombre necio" (Pr. 14.7).
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Preparados para la Cena del Señor
Desafortunadamente, ese método solemne y bíblico de preparación para la Cena del Señor, es más la excepción que la norma. Todos sabemos lo que hace gran parte del pueblo del Señor el sábado por la tarde – se ocupa mirando el televisor: los deportes, las noticias o películas. O se queda pegado al teléfono y las redes sociales: Facebook, WhatsApp, Twitter, Snapchat, TikTok, etc. Se acuesta con esas cosas en la cabeza en lugar de la Palabra de Dios. Amados, esas actividades son agradables a la carne, pero no preparan el corazón para encontrarse con el Rey y Salvador al día siguiente. Romanos 13:14 nos exhorta: “Vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne”.
Del libro Preparados Para La Cena Del Señor, vv.aa. Libros Berea
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Abraham el Peregrino:
La Importancia de la Guía Divina
Lucas Batalla
Texto: Génesis 12.1-10
Abraham fue el primer hombre después de Noé a quien Dios se manifestó. Vivía en Ur de los caldeos, y no conocía a Dios. Pero Dios intervino en su vida y se dio a conocer. En Hechos 7.2 Esteban dijo: “El Dios de la gloria apareció a nuestro padre Abraham, estando en Mesopotamia, antes que morase en Harán”. No apareció a nadie más en la familia sino solo a Abraham. Génesis 11.31-32 informa que Abraham estuvo con sus parientes en Harán, y Génesis 12.1 añade: “Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré”. Al principio no hizo lo que Dios dijo, pues como con muchos de nosotros, parece que la familia hace competencia con la Palabra de Dios. Abraham fue llamado a salir y sacrificar tres cosas, para conocer la tierra que Dios le quería mostrar. No le dio explicaciones. Le mandó salir de su tierra, su parentela y la casa de su padre. Hebreos 11.8 informa que “Por la fe... salió sin saber a dónde iba”.
En Génesis 12.2-3 leemos las promesas que Dios hizo unilateralmente a Abraham: nación, engrandecimiento, bendición, y la maldición de sus enemigos. Esas importantísimas promesas todavía son operativas, pues Dios no ha desechado a Su pueblo, y muchos antisemitas han sido castigados por Dios.
El verso 4 nos presenta el siguiente problema: Lot. Dios especificó que dejara su parentela, pero su sobrino “Lot fue con él”. Abraham tenía 75 años cuando salió, y Lot no era un niño que necesitaba cuidado. A veces por sentimentalismo o una idea errónea de compasión hacemos algo que Dios no quiere. A la larga esa decisión iba a traer más problemas. Lo que Abraham dijo luego a Lot (Gn. 13.9), tenía que haberselo dicho cuando salió de Harán.
El verso 5 comenta que Abraham emprendió su viaje con Sarai, Lot, los bienes y las personas adquiridas en Harán (criados). Entraría desde el noreste, y la primera parada en la tierra de Canaán fue en Siquem, ante un gran árbol conocido como el encino de Moré (v. 6). Ahí Dios se le apareció por segunda vez, y le prometió: “A tu descendencia daré esta tierra” (v. 7). Fue otra promesa incondicional. Entonces, en este lugar Abram edificó su primer altar. El altar era para sacrificio, adoración, oración – invocando a Dios, y testimonio. No había ninguna imagen. Los cananeos tenían sus ídolos, pero Abram no tenía ninguno. Probablemente fue el primer altar a Dios en la tierra de Canaán.
Siguió viajando hacia el sur (v. 8) y llegó a Bet-el. Plantó su tienda entre Bet-el y Hai, edificó su segundo altar “e invocó el nombre de Jehová”. Los cananeos, descendientes de Cam, no adoraban al Dios verdadero, así que la presencia y actividad de Abraham, descendiente de Sem, era un testimonio.
Abram viajó más al sur, y llegó al Neguev (v. 9), la parte árida de Israel. No hizo altar en el desierto. El verso 10 informa que hubo hambre en la tierra, y vemos otro error de Abram. Se dejó guiar por las circunstancias, por su lógica, o por su estómago, sin consultar a Dios, y se fue a Egipto para morar. Dios no lo mandó a Egipto. Siglos más tarde Elimelec cometió ese error cuando fue a Moab.
Los versos del 11 al 20 se ocupan del tiempo de Abram en Egipto. Observamos que no edificó altar en Egipto, y es perjudicial vivir donde no hay altar. En nuestros tiempos los creyentes cometen el mismo error cuando guiados solo por su estómago, se mudan a lugares donde no hay congregación ni testimonio. Así que, en Egipto Abram y Sarai engañaron a Faraón y sin saberlo pusieron en peligro el linaje patriarcal y mesiánico. Abram estaba fuera de la voluntad de Dios, porque no confiaba en Él para proveer y para guardarles. Dios quiere que siempre confiemos en Él y le permitamos guiar nuestros pasos. Pero Abram, motivado por el temor del hombre (Pr. 29.25), no por fe en Dios, quiso que Sarai dijera una mentira (vv. 13-16). No es un proceder de fe ni de santidad. Dios nunca miente y nunca nos da permiso para mentir. No digamos “media verdad” porque la otra mitad es mentira. Cuando sube la carne, baja la vida espiritual. Cuando Dios hirió con plagas a Faraón y su casa (v. 17), y le hizo saber por qué, ese pagano rey de Egipto reprendió al patriarca. Digamos que vino a Abraham la palabra de Faraón: “¿Qué es esto que has hecho conmigo?” (v. 18). Es especialmente vergonzoso cuando el impío reprende al creyente por sus hechos. Seguramente le dolió la reprensión de Faraón, y le hizo pensar: ¿Qué hago yo en este lugar? A veces tiene que haber una humillación grande, para que demos media vuelta. Primero Abram tuvo que salir de Ur de los caldeos, y luego tuvo que salir de Egipto. Los creyentes podemos equivocarnos, y de hecho lo hacemos. Pero al ver nuestro error, debemos recordar a Abram y reaccionar como él. No discutió con Faraón, ni dio excusas. Fue sensible, aprendió y tomó medidas para corregir la situación. Subió de Egipto y volvió a la tierra que Dios le prometió (Gn. 13.1-3), el lugar del altar que edificó.
Aprendemos la importancia de seguir implícitamente las instrucciones divinas y permitir siempre que Dios guíe nuestros pasos. No pongamos al país o la parentela antes que Dios. No vayamos a vivir lejos del altar. No seamos guiados por el temor del hombre, ni digamos la verdad a medias. Sean nuestras las palabras de un himno, pues dicen: “Cerca de ti Señor, quiero morar”, y las de otro dicen: “Me guía Él, con cuanto amor me guía siempre mi Señor”.
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Gedeón Despide a los
Medrosos y Pusilánimes
por Camilo Vásquez Vivanco
viene del número anterior
“Ahora, pues, haz pregonar en oídos del pueblo, diciendo: Quien tema y se estremezca, madrugue y devuélvase desde el monte de Galaad. Y se devolvieron de los del pueblo veintidós mil, y quedaron diez mil” (Jue. 7:3).
¿Cuantos había de los temerosos? Nada menos que 22.000, del total de 32.000 hombres. Salidos ellos, quedaron solo 10.000, lo cual muestra cuán poco fiable son las grandes multitudes. Dos tercios de los supuestos soldados dieron las espaldas al compromiso, y debemos aprender las lecciones necesarias para no estar en ese porcentaje.
Generalmente en los numerosos grupos de religiones que siguen a sus pastores humanos, solo están allí por temor y tradición y sin una verdadera convicción sobre quién es el Señor. Isaias gráfica muy bien lo que ve Dios en tales religiones numerosas: “...Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado” (Is. 29:13). Usualmente estas denominaciones están más preocupadas de la “membresía”, para dar una buena impresión de éxito, para asegurar el diezmo, y también porque así sus líderes mantienen un dominio psicológico sobre ellos para sustentar sus imperios económicos. Y quiénes incautos siguen en estas religiones realizan sus diezmos para ganar el cielo, como para evitar una maldición o para hacer un trueque con Dios esperando que les devuelva más de lo que ofrendan. Como vemos el gran número de asistentes no es indicio de una genuina integridad y suele esconder a muchos que solo hacen número. Es así que en tiempos del Señor Jesús más de la mitad de Sus “seguidores” abortaron la misión de seguirle, pues tuvieron miedo a las incomodidades de la doctrina del Señor (Jn. 6:60 y 66).
Esos 22.000 que abandonaron el buque fueron de corta duración y ese día ante la oferta de volverse madrugaron por primera vez para dar las espaldas a Dios. La noche anterior sacaron sus cuentas y se dieron por vencidos frente al temor por los peligros futuros. Por sus cabezas pasaron el temor a comprometerse, a las incomodidades, al futuro, al hombre, temor y más temor. La Biblia nos dice: “Lo que el impío teme, eso le vendrá; pero a los justos les será dado lo que desean” (Pr. 10:24). Nadie que posea un corazón opacado puede servir a Dios, pues no estará dispuesto a sacrificar sus intereses por el Señor; en pocas palabras es condicional. Así los describe la palabra de Dios: “Y dijo a otro: Sígueme. Él le dijo: Señor, déjame que primero vaya y entierre a mi padre” (Lc. 9:59). Del mismo modo otro condicional dijo: “...Te seguiré, Señor; pero déjame que me despida primero de los que están en mi casa” (Lc. 9:61). Eso de “déjame primero” suena muy feo ante el Señor, pues Él debe tener la preeminencia en todo.
Así es que en las iglesias locales la mayoría está dispuesto a servir y comprometerse siempre y cuando haya tiempo, esté la salud garantizada, esté el trabajo seguro y el amor de los hermanos sea constante. Muchos de ellos se bautizaron y pidieron ser parte de la asamblea local, pero luego se desinflaron tras las dificultades y se descubrieron como de corta duración: “pero no tienen raíz en sí, sino que son de corta duración, porque cuando viene la tribulación o la persecución por causa de la palabra, luego tropiezan” (Mr. 4:17). La prueba de rigor sobre sus vidas les desinfló su pasajero entusiasmo y otros intereses atrajeron su corazón.
Es muy posible que por esta causa el joven Juan Marcos abandonó el grupo misionero de Bernabé y Pablo (Hch. 12:25; 13:5-13). Las dificultades y peligros eran demasiados y fue preferible abandonar el buque, pues esa región montañosa donde Pablo quería proseguir estaba llena de ladrones y de peligros (2 Co. 11:26). Su retroceso fue grave, y luego causó serios problemas en la convivencia de los apóstoles, al punto que se separaron en su servicio para Dios (Hch. 15:38-41). Algo parecido sucedió con Demas que después de estar algún tiempo sirviendo al Señor junto al apóstol Pablo sacó cuentas y se sintió en desventaja y prefirió amar al mundo: “porque Demas me ha desamparado, amando este mundo, y se ha ido a Tesalónica. Crescente fue a Galacia, y Tito a Dalmacia” (2 Ti. 4:10). De ese hombre no tenemos noticias de que volviese del mundo, pero de Juan Marcos el autor del evangelio que lleva su nombre, si tenemos noticias de que volvió: “...Marcos el sobrino de Bernabé, acerca del cual habéis recibido mandamientos; si fuere a vosotros, recibidle” (Col. 4:10).
Fijemonos que en Israel para participar de la guerra los oficiales debían examinaron a sus soldados del siguiente modo: “Y volverán los oficiales a hablar al pueblo, y dirán: ¿Quién es hombre medroso y pusilánime? Vaya, y vuélvase a su casa, y no apoque el corazón de sus hermanos, como el corazón suyo” (Dt. 20:8). Es evidente que tales medrosos o temerosos lo eran porque estaban preocupados de su casa recién edificada, o quiénes habían plantado una viña preocupados de su inversión, o quiénes recién se habían casado con el corazón en otro lado (Dt. 20:5-7). Todos ellos sabiendo de su responsabilidad como soldados habían adquirido compromisos que ahora a punto de salir a la batalla les hacía tener su corazón opacado. Es por esto que el Señor dijo a sus discípulos: “...Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios” (Lc. 9:62). ¿De qué clase somos nosotros, hermanos? ¿Temerosos, medrosos, condicionales, o dispuestos y valientes?
NOTA: El libro del hermano Camilo Vásquez sobre Gedeón tiene 34 capítulos. Los que desean seguir leyendo y sacando provecho pueden adquirir su obra gratuitamente de Libros Berea.
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LAS SIETE COPAS
LLENAS DE LA IRA DE DIOS
Es impresionante la lectura de Apocalipsis 15 y 16 acerca de esas plagas finales de Dios sobre el mundo gobernado por la bestia. ¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo! Pero recordemos, hermanos, que por terrible que es la ira manifestada ahí, es poca en comparación con lo que Cristo sufrió por nosotros en la cruz. La ira en las siete copas es sobre la bestia, su reino y la generación que vive en aquel entonces. Pero sobre Cristo cayó la ira de Dios contra todo ser humano desde Adán, por todos los pecados del mundo. ¡Demos gracias y adoremos al Señor por lo que sufrió por nosotros!
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¡NO "ALGO", SINO ALGUIEN!
¿Tienes un reloj? ¿De dónde viene, de la nada, o alguien lo hizo? Nadie en sus cabales piensa que a través de millones de años la evolución produjo un reloj.
Ahora piensa en la complejidad de este planeta y su naturaleza. Piensa en el cuerpo humano, que tiene más de 37 billones de células, y cada una es mucho más compleja que un reloj.
Tu reloj tiene un fabricante, un relojero. Y el mundo y nosotros tenemos un Hacedor. Muchos dirían: “Sí, algo hay”. Pero no es algo, sino Alguien. Es Dios. Algo no hizo un reloj. Algo no hizo el universo, sino Alguien – Dios. Nos dejó registrado cómo empezó todo. No es una teoría, sino un testimonio. El nombre del primer libro de la Biblia es Génesis. Significa “orígenes”. Te invito a simplemente leer lo que Dios dice acerca del origen de todo.
Génesis 1
2 Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas.
3 Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz.
4 Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas.
5 Y llamó Dios a la luz Día, y a las tinieblas llamó Noche. Y fue la tarde y la mañana un día.
6 Luego dijo Dios: Haya expansión en medio de las aguas, y separe las aguas de las aguas.
7 E hizo Dios la expansión, y separó las aguas que estaban debajo de la expansión, de las aguas que estaban sobre la expansión. Y fue así. 8 Y llamó Dios a la expansión Cielos. Y fue la tarde y la mañana el día segundo.
9 Dijo también Dios: Júntense las aguas que están debajo de los cielos en un lugar, y descúbrase lo seco. Y fue así.
10 Y llamó Dios a lo seco Tierra, y a la reunión de las aguas llamó Mares. Y vio Dios que era bueno.
11 Después dijo Dios: Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé semilla; árbol de fruto que dé fruto según su género, que su semilla esté en él, sobre la tierra. Y fue así.
12 Produjo, pues, la tierra hierba verde, hierba que da semilla según su naturaleza, y árbol que da fruto, cuya semilla está en él, según su género. Y vio Dios que era bueno.
13 Y fue la tarde y la mañana el día tercero.
14 Dijo luego Dios: Haya lumbreras en la expansión de los cielos para separar el día de la noche; y sirvan de señales para las estaciones, para días y años,
15 y sean por lumbreras en la expansión de los cielos para alumbrar sobre la tierra. Y fue así.
16 E hizo Dios las dos grandes lumbreras; la lumbrera mayor para que señorease en el día, y la lumbrera menor para que señorease en la noche; hizo también las estrellas.
17 Y las puso Dios en la expansión de los cielos para alumbrar sobre la tierra,
18 y para señorear en el día y en la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y vio Dios que era bueno.
19 Y fue la tarde y la mañana el día cuarto.
20 Dijo Dios: Produzcan las aguas seres vivientes, y aves que vuelen sobre la tierra, en la abierta expansión de los cielos.
21 Y creó Dios los grandes monstruos marinos, y todo ser viviente que se mueve, que las aguas produjeron según su género, y toda ave alada según su especie. Y vio Dios que era bueno.
22 Y Dios los bendijo, diciendo: Fructificad y multiplicaos, y llenad las aguas en los mares, y multiplíquense las aves en la tierra.
23 Y fue la tarde y la mañana el día quinto.
24 Luego dijo Dios: Produzca la tierra seres vivientes según su género, bestias y serpientes y animales de la tierra según su especie. Y fue así.
25 E hizo Dios animales de la tierra según su género, y ganado según su género, y todo animal que se arrastra sobre la tierra según su especie. Y vio Dios que era bueno.
26 Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra.
27 Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.
28 Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra.
29 Y dijo Dios: He aquí que os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer.
30 Y a toda bestia de la tierra, y a todas las aves de los cielos, y a todo lo que se arrastra sobre la tierra, en que hay vida, toda planta verde les será para comer. Y fue así.
31 Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Y fue la tarde y la mañana el día sexto.
Génesis 2
1 Fueron, pues, acabados los cielos y la tierra, y todo el ejército de ellos.
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1. palabras de Jesucristo en el Evangelio según S. Marcos, 13.19
2. Epístola de S. Pablo a los Efesios, 3.9
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