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miércoles, 9 de noviembre de 2022

EN ESTO PENSAD - noviembre 2022

 Cómo Hablar En La Cena Del Señor

Dan Snaddon

A través de los años se ha desarrollado entre nosotros la tendencia de ministrar la Palabra en la Cena. A menudo, este ministerio es de naturaleza general, y tiene poco que ver con el objetivo de nuestra reunión. Parece que algunos hermanos consideran que es un tiempo para ensayo de futuros predicadores, o una especie de “reunión libre” donde se puede comentar cualquier cosa. Pero actuar así, aunque es nuestra tradición, y la tradición se hace ley, no es correcto, simplemente porque no es adoración. Adorar es ocuparse enteramente con la Persona divina.

El profeta (o maestro) ministra al pueblo. Eso no es adorar
 
   Por eso soy de la opinión de que si se ministra la Palabra antes de participar de los símbolos, debe ser dos cosas: primero, muy breve, y segundo, enfocado solo en la Persona y obra del Señor. No debe haber testimonio, enseñanza ni exhortación, sino solo unas breves palabras sobre el Señor, para guiar nuestras mentes al Calvario y a Su Persona. Entonces, escuchando esa exaltación de Cristo, nuestros corazones se ablandan y nos acercamos a Él. Es como si el que habla nos hiciera partícipes de su adoración, no de sus conocimientos. Es el único tipo de ministerio provechoso durante la Cena del Señor.
El sacerdote adora y ministra a Dios.
    Insisto que hay una diferencia sustancial entre “ministerio” y “adoración”. Ministerio es algo que viene a nosotros de parte de Dios, para nuestra edificación, exhortación o consolación (1 Co. 14:3). Es ejercitado por el instrumento que Dios ha preparado y a quien ha entregado el don para este propósito. Esto es lo que es el ministerio en su sentido ideal. Desafortunadamente, hoy no todo ministerio es así.
    La adoración es algo totalmente distinto. Se genera en el corazón de los que están ocupados con Dios, Sus atributos y obras. Entonces asciende a Dios a través del Espíritu Santo, como olor grato.
    El ministerio desciende de Dios. La adoración asciende a Dios. Ya que la adoración es la forma suprema del servicio de un creyente, debemos aprender a adorar. El Padre busca adoradores (Jn. 4:23), y todo creyente debe acercarse así.
    Podríamos comparar la diferencia entre el ministerio y la adoración con el trabajo del profeta y el del sacerdote. El profeta habla al pueblo de parte de Dios. Digamos que tiene su rostro hacia los hombres, y les habla. El sacerdote, en cambio, habla a Dios y ministra a Dios, presentando sacrificios y alabanzas. Tiene el rostro hacia Dios, no los hombres, y habla a Dios en presencia de los hombres.
    Pero en la Cena del Señor, cuando los hermanos comienzan a dar un pensamiento, o ministrar la Palabra, tristemente no actúan como sacerdotes, sino como profetas. Su rostro no está debidamente hacia Dios sino más bien hacia los hombres. Este comentario no es para despreciar a tales hermanos ni el ministerio de la Palabra. Solo indicamos que la Cena del Señor no es el momento para hacer esto, porque nuestro propósito único en esa reunión es hacer memoria del Señor, Su Persona, Su muerte, resurrección y venida.

del libro Preparados Para La Cena del Señor, Libros Berea

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¿Tienes Ambiciones Sociales?

Algunos buscan siempre subir en este mundo. No están contentos trabajando, sino desean ser jefes. Desean darse a conocer, y codearse con los que ocupan posiciones importantes en la sociedad: algún rico, o el jefe de la policía, o algún ministro del gobierno, o aun el presidente. Pero nuestro Señor era humilde, tomó forma de siervo, y era amigo de pobres y pecadores. Considera lo que William MacDonald escribió acerca del una mujer que no tenía ambiciones sino estaba contenta donde estaba:

“Yo habito en medio de mi pueblo” (2 Reyes 4:13).

Una mujer prominente en Sunem brindaba hospitalidad a Eliseo cuando pasaba por allí. Cierto día sugirió a su marido que construyeran una habitación adicional para que el profeta pudiera tener un aposento propio. Deseando recompensar su bondadosa hospitalidad, Eliseo le preguntó qué podía hacer por ella, quizás presentarla al rey o al comandante del ejército. Su respuesta sencilla fue: “Yo habito en medio de mi pueblo”. En otras palabras: “soy feliz con lo que tengo en la vida. Amo a la gente común entre la que vivo. No deseo moverme entre los personajes encumbrados de la sociedad, ni me atrae codearme con gente famosa”.
    ¡No cabe duda que era una mujer sabia! Aquellos que nunca están contentos si no se rozan social o políticamente con los famosos, los acaudalados y los aristócratas, a menudo tienen que aprender una lección importante. Que la mayoría de la gente más escogida de la tierra nunca aparece en primera plana, o en este caso, en la sección social del periódico.
    He tenido roce con los de renombre en el mundo evangélico, pero debo confesar que, en su mayor parte, la experiencia ha sido desengañadora. Cuanto más veo lo que es el bombo publicitario en la prensa evangélica, más decepcionado me siento. Si tengo que elegir, dénme a aquellos ciudadanos humildes, honestos y sólidos a quienes este mundo no conoce pero que son bien conocidos en el cielo.
    A. W. Tozer describe bien mis sentimientos cuando escribe: “Creo en los santos. Conozco a los comediantes, a los promotores, a los fundadores de diversos movimientos religiosos que ponen su nombre al frente de los edificios para que la gente sepa que ellos los erigieron; conozco a estrellas del deporte que se dicen convertidos. Conozco a toda clase de cristianos raros por todos los Estados Unidos y Canadá, pero mi corazón busca a los santos. Quiero conocer a los que son como el Señor Jesucristo... En realidad, lo que debemos desear y tener es la belleza del Señor nuestro Dios resplandeciendo en corazones humanos. Un santo verdadero es una persona magnética y atractiva que vale más que quinientos promotores e ingenieros religiosos”.
    Charles Simeon se hace eco de sentimientos semejantes: “Desde el primer día  hasta la hora presente he puesto de manifiesto... que mi trato social ha sido con lo excelente de la tierra y que cada uno de ellos, a causa del Señor, se esfuerza hasta el límite de su fuerza para mostrarme su bondad”.
    Así que, ¡flores para la mujer de Sunem! por la percepción espiritual de sus palabras: “Yo habito en medio de mi pueblo”.

    William MacDonald, De Día en Día, CLIE

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¡ESCOGE LO MEJOR!

Pr. 19:1  “Mejor es el pobre que camina en integridad que el de perversos labios y fatuo”.
    He aquí el valor de la integridad, pero pocos lo valoran debidamente. Ser íntegro es algo que hay que cultivar y cuidar. Según la R. A. E. la persona íntegra es recta, proba, intachable. Si vivimos así, será difícil adquirir riquezas en este mundo. Ahora bien, no es mejor ser pobre a menos que camines en integridad. Pero el pobre que es íntegro y honesto es dichoso. En tal caso, su único problema es la pobreza. Recuerda que Jesucristo escogió ser pobre (2 Co. 8.9; Fil. 2.7-8). Santiago nos dice: “¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?” (Stg. 2.5)
    En cambio, los necios tienen labios perversos, y causan para sí y para los demás problemas. “El pobre habla con ruegos, mas el rico responde durezas” (Pr. 18.23). No todos los necios son ricos, pero los que sí, piensan que su dinero les da derecho a hablar de cualquier manera. Afrentan y oprimen al pobre (Stg. 2.6). Muchos ricos blasfeman (Stg. 2.7), mienten, se enorgullecen, y no quieren asociarse con los pobres. Viven neciamente, pero sus riquezas no les sacarán de sus problemas. En Lucas 12.16-21 Cristo dio la parábola de un rico al que Dios llamó: “necio”. Amemos la integridad, no las riquezas.

Pr. 19:22  “Mejor es el pobre que el mentiroso”.
    Es parecido al texto anterior, pues mejor es decir la verdad, ser honesto, y ser pobre, que mentir o manipular para ganar dinero o para no perderlo. Voltaire dijo sarcásticamente que en cuanto al dinero, todos los hombres son de la misma religión. Los creyentes debemos enseñar por nuestra conducta que no es así. Si uno es pobre, pero tiene integridad y dice la verdad, no tiene por qué envidiar a los ricos. “El pobre e íntegro es mejor que el hombre con riquezas que miente.  El pobre da a otros, pero el rico se niega, razonando que ahora mismo no puede. Promete, pero no hace nada” (Bridges, Comentario sobre Proverbios). “Me gustaría ofrendar más, pero no puedo”. “Nos gustaría darte más, pero no podemos”. Proverbios 3.28 manda: “No digas a tu prójimo: Anda, y vuelve, y mañana te daré, cuando tienes contigo qué darle”.

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Abraham y Lot
La Necesidad de la Separación


Lucas Batalla

Texto: Génesis 13.1-18
 

En Génesis 12 vimos que Dios llamó a Abraham a salir de su tierra, parentela y la casa de su padre (v. 1), pero por alguna razón, Lot le acompañó. Esto a la larga causó problemas,
porque, aunque aparentemente era creyente, Dios no llamó a Lot ni le dio la tierra como a Abraham. 2 Pedro 2.7 dice: “el justo Lot”, pero no sabemos en qué sentido o medida, ni cuándo ni cómo se convirtió, si antes de salir de Ur, o en Harán, o luego en Canaán. Su vida y familia no dan un ejemplo bueno que seguir.
    Génesis 13 comienza con la subida de Abraham de Egipto a Canaán, “y con él Lot” (v. 1). Había adquirido muchas riquezas (v. 2), y dice el verso 5 que Lot también tenía muchas posesiones. El verso 3 informa que Abraham “...volvió... hacia Bet-el”, “al lugar del altar que había hecho allí antes; e invocó allí Abram el nombre de Jehová” (v. 4). En Egipto había vivido alejado de Dios, en un país pagano. Vivir en amistad con los del mundo no es bueno. Estamos en el mundo, pero no somos del mundo (Jn. 17.14). No parece que le importaba a Lot vivir en Egipto, pues luego fue a vivir en Sodoma. Andaba como una nave sin timón. Pero Abraham debía estar en la tierra que Dios le indicó, y tener su tienda cerca del altar.
    Abraham y Lot representan dos clases de cristianos. Uno es santo y separado del mundo porque busca la comunión con Dios. El otro cree en el Dios verdadero, pero tiene los ojos puestos en el mundo. Los gustos de Lot y su esposa los llevaron a Sodoma, y terminaron perdiendo todo. Mejor les hubiera sido quedarse en Ur o en Harán. Abraham era un hombre de oración – invocó el nombre de Jehová en el lugar del altar. Pero Lot nunca hizo un altar, ni leemos ninguna oración suya. Abraham vivía por fe, como extranjero (He. 11.8-9), pero la Biblia no dice eso acerca de Lot. Los versos 5-7 relatan el conflicto que surgió entre los pastores de Abraham y los de Lot, porque tenían muchos bienes y la tierra no era suficiente (v. 6). Menciona al cananeo y al ferezeo (v. 7), es decir, que los del mundo observaban el altercado. Hay que cuidar siempre el testimonio ante los del mundo, pero Lot intentó arreglar la situación. La tierra no era suya, pues Dios no le prometió nada, y debía deferir a Abraham, pero no actuó.
    Curiosamente, Abraham tomó la iniciativa para resolverlo (vv. 8-9). Era pacífico, y no quería altercado. Pero tampoco propuso una tolerancia mutua en la que cada uno cedía un poco y respetaba las opiniones del otro. El patriarca siguió la paz, y fue cortés como siempre, pero observad, hermanos, que esa paz vino por la separación. “Te ruego que te apartes de mí” (v. 9). Aunque eran los dos creyentes, y parientes, no debían andar juntos. A muchos les parece duro esto, y no tienen suficiente madurez o discernimiento espiritual para entenderlo. Preguntan: “¿Por qué no podemos estar juntos, pues somos hermanos?” Observa que Abraham dijo: “somos hermanos” (v. 8), pero insistió en la separación (v. 9).
    Parece que a Abraham le costó obedecer a Dios en eso de su sobrino, pero al final vio que era necesario. Si le hubiera dicho eso antes de salir de Ur, o Harán, se habría librado de esos problemas. Hay quienes son creyentes y parientes o amigos, pero que no deben andar juntos, porque no están de acuerdo (Am. 3.3). Quizás nos cuesta separarnos de ellas, por lazos familiares o de amistad, pero hay que obedecer a Dios. Puestos a escoger, debemos imitar lo espiritual, lo que nos acerca más a Dios, no al mundo. Siglos después, el apóstol Pablo escribió: “sed imitadores de mí”, no de otros (1 Co. 11.1; Fil. 3.17). El apóstol Juan enseñó: “Amado, no imites lo malo, sino lo bueno” (3 Jn. 11). Recordemos esto, e imitamos a Abraham en su importante decisión de la separación.
continuará, d.v., en el siguiente número

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 ¡Digno Es El Cordero!

“¿Quién es digno?...no se había hallado a ninguno digno”.
“Digno eres... El Cordero que fue inmolado es digno”.
(Ap. 5:2, 4, 9, 12)

“Digno” es una palabra clave en este pasaje. La gran pregunta lanzada en el cielo es: “¿Quién es digno?” La respuesta – nadie. Juan, viendo que no se hallaba a ninguno digno, lloró. Es el único caso registrado de alguien que llora en el cielo. Y se le dijo: “No llores” (Ap. 5:5).
    Tenía que aprender lo que todo el cielo sabe, y ahora nosotros también lo sabemos por la gracia de Dios: sólo el Cordero de Dios es digno. En el cielo nadie adora a la virgen, los santos, los ángeles ni los cuatro seres vivientes. ¡Nadie habla de la dignidad del ser humano! Todo el cielo adora únicamente a Dios y al Cordero. De eso se ocupan en los capítulos 4 y 5 de Apocalipsis, dándonos ejemplo. Aquí abajo, los creyentes unimos nuestra voz a las del cielo. Hermanos, una de las formas más puras de adoración es proclamar la dignidad del Cordero.
    En el cielo doblan la rodilla y se postran en adoración. Dentro de no mucho, toda rodilla se doblará en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confesará que Jesucristo es el Señor. Pero ahora, congregados en Su Nombre, adoramos, confesamos la gran dicha de Su señorío, y proclamamos gozosos: “Digno eres...porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios” (Ap. 5:9).

Carlos

Digno de gloria y alabanza, y digno de honor es Él,
Digno de gloria y alabanza, y digno de honor es Él,
Me ha redimido, sí, con Su sangre, sí.
Mi espíritu liberó.
¡Digno de gloria y alabanza y digno de honor es Él!
¡Digno de gloria y alabanza y digno de honor es Él!

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Cuando Las Oraciones No Son Contestadas


“Cuando extendáis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos; asimismo cuando multipliquéis la oración, yo no oiré; llenas están de sangre vuestras manos” (Is. 1:15).
"A consultarme venís vosotros? Vivo yo, que no os responderé, dice Jehová el Señor" (Ez. 20.3).
Las Escrituras dan varias razones por las que nuestras oraciones pueden ser impedidas o no contestadas. Entre ellas están las siguientes:

· Si obstinamos y persistimos en pecar, aun después de  repetidas exhortaciones – apartando nuestro oído para no oír la Palabra de Dios (Pr. 28:9).
· Si permitimos un pecado encubierto – una persona o la asamblea (Pr. 28:13).
· La perversidad y desobediencia a la Palabra, y falta de arrepentimiento (Is. 1:15; Ez. 8:18).
· La doblez de corazón, doble ánimo (Stg. 1:6-8).
· Por dudar de la fidelidad de Dios (Mr. 11:24; Stg. 1:7).
· Por pedir algo que es contrario a la voluntad de Dios (1 Jn. 5:14-15).
· Si pedimos por motivos egoístas o carnales (Stg. 4:3), no para la gloria de Dios.
· Si no perdonamos de corazón las ofensas de otros (Mr. 11:25), sino guardamos rencor. Si tenemos ofensas no confesadas, sin reconciliarnos.
· Los esposos que descuidan o desprecian a sus esposas (1 P. 3:7).
· Cuando pedimos a Dios misericordia para los no arrepentidos (Jer. 7:16).
· Si resistimos durante tiempo sin arrepentirnos, y luego, cuando llegue el castigo, clamamos a Dios (Pr. 1:27-28; Jer. 11:11, 14).
· Si consultamos insinceramente a Dios, con fachada de piedad, pero seguimos practicando el pecado. (Ez.  20:3, 31). En ese caso eran los ancianos de Israel, y Dios rehusó ser consultado por ellos.

– adaptado de un calendario devocional

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¿Qué Hay de Malo en Practicar Yoga?


Se escucha hoy en muchos lugares, incluso de médicos, los beneficios de practicar Yoga. En algunos casos es un mal uso de la palabra, cuando realmente quieren decir ejercicios de rehabilitación, por ejemplo, pilates. Pilates fue desarrollado por Joseph Pilates al final de la Primera Guerra Mundial. Su propósito era la rehabilitación de soldados heridos. Tales ejercicios no son Yoga. Lo que realmente es Yoga tiene un enfoque no bueno, que se mete en el mundo de la mente y el espíritu. El cristiano no debe involucrarse en nada así. 
    Escribe el finado hermano Dennis Swick:

    Yoga proviene del vocablo sánscrito “yug” que se puede traducir como “acción de poner el yugo.” Max Muller asegura que el fin del yoga es “desunir, separar, aislar el espíritu (purusha) de la materia (prakriti) devolviendole su pureza esencial y originaría”.
    El yoga creció al margen del hinduismo. Postula la existencia de un dios, la única alma que nunca será sometida a los procesos de la reencarnación y que ayudará al hombre entregado a la meditación en sus esfuerzos por liberarse. Este último estado es el perfecto aislamiento y supresión del sufrimiento.
    En los “yogasutras” o “aforismos” de Patanjali se encuentra la definición e interpretación de los ocho grados o etapas de yoga. Los primeros dos representan una preparación interior mientras los últimos tres pasos marcan diferentes etapas de concentración y constituyen propiamente el yoga. “El yoga, aunque multiforme en sus métodos, según el maestro de turno, consiste en coordinar la actividad del hombre para llevarle a un estado de concentración liberadora, o sea, un estado alterado de conciencia. Todos los ejercicios, posturas, y formas de respirar tienen como fin la liberación del alma (man/purusha) de la cárcel que es el cuerpo (prakrti). El sufrimiento humano se debe al hecho de creer que el alma está ligado indefectiblemente al cuerpo. Si uno alcanza el verdadero conocimiento (prajna), puede liberarse del ciclo de reencarnaciones, uniéndose al Eterno (Brahman/Nirvana). Esta liberación del alma se denomina moksha”.

    · Restricción (comportamiento disciplinado) – yama.
    · Observancias (autopurificación) – niyama.
    · Postura (posturas coporales) – asana.
    · La regulacion de la asperacion – pranayama.
    · El retraerse de los sentidos – pratyahara.
    · Concentracion (fijacion de la mente en un objeto) – dharama.
    · Meditacion – dhyana.
    · Samadhi o trance – Existen dos niveles de samadhi : el bajo y el alto.

Las ocho etapas del Yoga:
   · Yama
   · Niyama
   · Asana
   · Pranayarma
   · Pratyahara
   · Dharama
   · Dhyana
   · Samadhi
   · Final – La liberación del alma – Nirvana – Brahman

Respuesta Bíblica
    El Yoga no es de ninguna manera compatible con el verdadero cristianismo, porque es un yugo desigual (2 Co. 6.14-7:2). No es una práctica inofensiva. No es el camino hacia la libertad, sino usa ciertos ejercicios físicos unidos con una filosofía esotérica, que viene a ser el ocultismo.
    El único camino a la libertad es Jesucristo (Jn. 14:6). Todo ser humano es por naturaleza un pecador (Ro. 3:23). Su carne, alma y espíritu morirán (Ez. 18:4; Romanos 6:23; Ap. 20:12-14). Pero Jesucristo pagó el precio, el castigo por nuestros pecados con Su sangre (Ro. 5:8). Uno entra en verdadera libertad (Jn. 8:32) cuando se arrepiente, incluso de falsas creencias, y cree (confía) en el Señor Jesucristo (Jn. 1:12), como su único Señor y Salvador (Hch. 4:12).
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    “Desecha las fábulas profanas y de viejas. Ejercítate para la piedad; porque el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera” (1 Ti. 4.7-8).

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¿Qué Pasará A Los Que Mueren Sin Creer?


Es el caso triste de un hombre rico que murió sin creer, sin ser salvo, y lo que le sucedió después de muerto. En la vida ese hombre podía utilizar sus riquezas y posición social para su provecho. Podía decir: “¿Sabes quién soy yo?” y obtener favores o consideración especial. Pero todo ese favoritismo termina cuando uno muera. Con Dios no hay acepción de personas, dice Romanos 2.11. No importa quién eres, quién conoces ni cuál es tu familia.
    Jesucristo corre el telón y nos permite ver algo de la ultratumba, en Lucas 16:19-31. No es una parábola sino una historia verídica. Murió, y fue sepultado (v. 22). Pero aunque su cuerpo estaba en el sepulcro, ese hombre “alzó sus ojos”, no en el ataúd sino “en Hades”. Estaba muy consciente de su condición perdida, pues podía ver, sentir, hablar, oír y recordar. Estaba “en Hades” y “en tormentos” (v. 23). El rico exclamó: “estoy atormentado en esta llama” (v. 24). Pero nadie le ayudó. Se le dijo: “Hijo, acuérdate” – pues una de las cosas peores es la aflicción de una memoria vívida de cómo malgastó la vida. No había esperanza para él: “una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quisieren pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá” (v. 26). No estaba en “el purgatorio”, que es un invento de hombres, un supuesto lugar de purificación que no existe. Cristo dijo la verdad, que ése estaba en el Hades, y en “este lugar de tormento”, sin posibilidad alguna de salir.
    Siguiendo la lectura, sabemos que le hubiera gustado volver a la vida y advertir a sus hermanos, pero viendo que eso era imposible, dijo: “Te ruego, pues, padre, que le envíes a la casa de mi padre,  porque tengo cinco hermanos, para que les testifique, a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento” (vv. 27-28).Quería que alguien volviera de entre los muertos para advertirles. Creía que esto les impresionaría tanto que se arrepentirían (vv. 29-30). Pero la respuesta solemne fue: “Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos” (v. 31). Esta expresión: “Moisés y a los profetas”, se refiere a las Escrituras, la Biblia. Los judíos dividen en tres partes lo que llamamos el Antiguo Testamento: Moisés o La Ley (el Pentateuco), Los Profetas, y Los Escritos (llamado “salmos” en Lucas 24:44). La clave no es visitas de muertos, sino oír y creer lo que Dios nos dice en Su Palabra. Hoy aquel rico todavía está en tormentos, y si sus hermanos no hicieron caso de la Palabra de Dios, ellos también están ahí. Además, cada día entrán más personas en ese terrible lugar, porque rehusan creer el mensaje del Evangelio. Su destino final es el castigo eterno. Ninguna ceremonia, ni liturgia funeraria, ni filosofía puede cambiar esta gran verdad inamovible.
    Amigo lector inconverso, no me es grato decirte esto: Seas rico o pobre, tú también morirás y volverás. La muerte física no acabará contigo, tenlo por cierto. Cuando mueras, no desaparecerás ni te aniquilarás. En el lugar de los muertos incrédulos esperarás hasta que la voz del Hijo de Dios te llame (Juan 5:28-29) para ir al juicio. Porque Hebreos 9:27 afirma que “está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio”. Morirás, pero indefectiblemente te presentarás ante Dios y serás juzgado por tus pecados.
    Tu vuelta solo será para el juicio. Ahí no tendrás abogados para ayudarte. Tus riquezas y posición social no impresionarán a Dios. Ningún sacerdote, filósofo ni orador elocuente estará a tu lado para alentarte con sus vanas teorías y efímeras esperanzas. Ninguna religión, ningún sacramento ni sacrificio podrá ayudarte. Aunque celebren como algunos una “despedida feliz” y suelten globos o palomas, y todos sonrían para hacer ver que la muerte no es nada serio, tú no lo verás ni sonreirás. La muerte no es mejor sino peor que el peor dolor en esta vida. Algunos quieren morirse para no tener que sufrir más dolores o disgustos. Pero no escaparás, sino irás de mal en peor, a menos que seas creyente en el Señor Jesucristo. Estarás detenido en el Hades, “lugar de tormento” (Lucas 16:28), esperando el día del justo juicio de Dios cuando Él pagará con “ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia; tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo” (Romanos 2:8-9).
    Si te burlas, si dices: “paso”, o si contiendes con Dios sobre el Evangelio y no lo obedeces, perderás. Apocalipsis 20:11-15 describe la terrible escena del juicio del gran trono blanco. Juan vio a los muertos grandes y pequeños de pie ante Dios (v. 12). Entonces, sí: Muertos y vueltos. Resucitados, recompuestos y congregados ante el terrible trono divino. “Y fueron juzgados los muertos” (v. 12). El resultado de ese terrible juicio es que esos muertos fueron lanzados al lago de fuego, que es la muerte segunda. Irán al castigo eterno, después de ver a Dios y saber que Él existe. También habrán visto el libro de la vida del Cordero y sabrán por toda la eternidad que podían haber sido salvos. Pero no creyeron a Dios, y solo por eso sus nombres no están en el libro. “Solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero” (Apocalipsis 21:27) entrarán en el cielo. Amigo, ¿está tu nombre ahí? Si te arrepientes de tus pecados y confías únicamente en el Señor, Él te dará vida, y apuntará ahí tu nombre.

del libro Muertos y Vueltos, Libros Berea

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