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martes, 22 de septiembre de 2020

EN ESTO PENSAD - septiembre 2020

 LA VOZ DE IGNACIO




    Durante cuatrocientos años Israel estaba bajo el liderazgo de los hombres llamados “jueces”. Dios los levantó para librar a Israel de sus enemigos y proveer un liderazgo nacional. Pero la nación era principalmente una sociedad igualatoria, de agricultores y ganaderos en pueblos pequeños gobernados por ancianos locales. No había un gobierno nacional centralizado.
    Samuel era un buen juez, y visitaba varios pueblos (1 S. 7:16). Pero cuando envejeció era obvio que sus hijos no eran del mismo calibre. El pueblo estaba inquieto, y confrontó a Samuel. “He aquí tú has envejecido, y tus hijos no andan en tus caminos; por tanto, constitúyenos ahora un rey que nos juzgue, como tienen todas las naciones” (1 S. 8:5). Eso le desagradó, pero el Señor le instruyó a conceder la petición de ellos. Sin embargo, debía advertirles acerca del precio de un gobierno centralizado. El rey demandaría impuestos y habría servicio militar obligatorio para los varones. El Señor dijo: “A mi me han desechado, para que no reine sobre ellos” (1 S. 8:7).
    Así que, Israel pasó de una confederación poco definida de pueblos y villas, a tener un fuerte gobierno central bajo un rey. Cambió de un gobierno divinamente dado a un rey hereditario con poderes arbitrarios. Ese reino unido comenzó con Saúl.
    Durante el siglo I d.C. las iglesias eran congregaciones autónomas guiadas por los ancianos de la localidad (Hch. 14:23). Los lazos entre las iglesias eran espirituales, no organizacionales. Algunos obreros llevaban a cabo un ministerio itinerante entre ellas (1 Co. 3:5-9). Se ocupaban de la evangelización y la enseñanza. El establecimiento de iglesias nuevas tenía alta prioridad. En su ministerio esos hombres fortalecían los lazos espirituales entre las iglesias y animaban la obra de Dios.
    Pero al principio del siglo II se escuchaba una voz clamando por un fuerte liderazgo central en cada iglesia, un “obispo”. Ignacio de Antioquía (35-110 d.C.) opinaba que la pluralidad de ancianos producía debilidad a la hora de tomar decisiones y mantener la doctrina ortodoxa. Escribió:
 “Conviene, por lo tanto, que seáis obedientes a vuestro obispo y que no le contradigáis en nada” (Epístola a los Magnesios).
    La voz de Ignacio y otros prevaleció. Los siglos II y III vieron un cambio completo en el gobierno de las iglesias locales, de un presbiterio de hombres iguales a un “obispo” (anciano principal) sobre un grupo de ancianos subordinados. Como en los tiempos de Israel, habían seguido el clamor por un líder fuerte.
    Pasaron siglos, y cerca del año 1825 comenzó un movimiento del Espíritu de Dios en Gran Bretaña y otros países, impulsando a muchos creyentes devotos a volver a la sencillez de la iglesia primitiva. Se enfatizaba la unidad del Cuerpo de Cristo, la Iglesia. Lamentaban las distinciones y divisiones de las denominaciones.
    El sacerdocio de cada creyente (1 P. 2:5) fue proclamado de nuevo y practicado con sencillez y espontaneidad en la Cena del Señor. Se enfatizaba la soberanía del Espíritu para dar dones y guiar a Su pueblo. Varios hermanos compartirían la enseñanza (1 Co. 14:26-27).
    Abandonaron la jerarquía compleja del gobierno eclesial en las denominaciones. Cada grupo era autónomo. Muchas asambleas comenzaron a funcionar bajo la guía de hermanos locales reconocidos informalmente como ancianos. El patrón del Nuevo Testamento fue alzado como el modelo a seguir también en nuestros tiempos.
    Durante  los siguientes cien años siguieron esos principios sencillos. Un gran surgimiento de actividad misionero llevó el movimiento alrededor del mundo. Los misioneros funcionaban bajo el principio de fe, sin salarios ni promesas de apoyo. Un alto nivel de espiritualidad caracterizaba la obra.
    La estructura sencilla de tales asambleas les ayudó a crecer y reproducirse en otros lugares, aun bajo circunstancias adversas. Aun bajo los gobiernos dictatoriales como los de Mussolini, Hitler y Franco, la obra se arraigó profundamente. Bajo el ateismo y la opresión de estados comunistas la obra florecía y se multiplicaba. Las iglesias caseras en China dan testimonio elocuente a lo práctico que son los principios del Nuevo Testamento.
    Pero ahora, a finales del segundo siglo de ese movimiento, es alarmante oír de nuevo la voz de Ignacio. El gobierno por ancianos es considerado débil e ineficaz. Las grandes iglesias denominacionales contratan hombres aptos y con carisma que acaban dominando el escenario, y tienen mucho éxito. De ese modo un solo hombre decide cómo van a ser las cosas, y ya está. Aunque consulte con otros para quedar bien, realmente él gobierna. Algunas iglesias que antes seguían el patrón sencillo del Nuevo Testamento, ahora miran con añoranza a estas estructuras masivas y fuertes, y desean emularlas.
    Uno de los ancianos de una asamblea escribió insistiendo firmemente en la necesidad de hacer lo siguiente:
1. Aceptar el principio de un Pastor-Anciano      
    Principal.
2. Pedir que Dios levante a uno para liderar así.
3. Seguir y apoyar a ese Pastor-Anciano Principal que Dios            levanta.
    ¿Qué es esto? ¡Es la voz de Ignacio de nuevo, señalando la necesidad de un hombre fuerte como líder oficial en la iglesia! A ese hombre Ignacio le llamó: “el obispo” o “sobreveedor”. Pero no importa si le llaman “obispo”, “pastor-anciano principal”, “pastor-maestro”, “anciano-maestro” o algo parecido, pues el concepto es el mismo.  Es ingualmente inapropiado que un misionero se quede como “el anciano” o “el pastor” de una iglesia en lugar de reconocer ancianos. Puede alegar que los hermanos nacionales no están preparados, pero es su responsabilidad prepararlos y seguir el patrón bíblico.
    Si otros lo han hecho sin saber mejor, esto no nos disculpa para que sigamos su ejemplo en lugar del patrón que Dios ha dado. Semejante desliz de la sencillez del Nuevo Testamento abrirá las puertas a una inundación de modificaciones y cambios pragmáticos en otras áreas.
    Las asambleas de nuestros tiempos deben decidir si van a seguir el patrón bíblico de la iglesia primitiva, o adoptar los métodos expedientes de la sabiduría humana. Pablo dijo: “Esto te escribo...para que si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad” (1 Ti. 3:14-15). ¿Estamos preparados para las consecuencias de rechazar tal enseñanza e irnos por un camino de nuestra elección?


Capítulo 2 de LA IGLESIA PRIMITIVA, por Donald Norbie
disponible en Libros Berea, ministerio de la Asamblea Bíblica
 
https://berealibros.wixsite.com/asambleabiblica/libros
 
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HONRAD AL HIJO

Es un mandamiento de Dios. He aquí cuatro razones por las cuales el Padre espera que todos honren al Hijo:            
 
1. El Padre le ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo (Juan 5:26). El Padre señala en Su Hijo la más grande señal de Su deidad: el existir por sí mismo. No sólo el Padre existe por sí mismo, sino también el Hijo. Esto significa que el Hijo no depende de otro para Su existencia. Es eterno como el Padre. No hay ángel ni otro ser creado que sea así. Juan 1:4 afirma: “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. Cristo declaró: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” (Jn. 14:6)..
 
2. Todo lo que el Padre hace lo hace el Hijo igualmente (Juan 5:19 b). Nadie más puede decir esto, y sobre todo ningún ser humano. Así como el Padre creó el mundo y gobierna el universo, y sustenta todas las cosas con Su poder, así también hace el Hijo. Este varón, Jesús de Nazaret, que fue menospreciado en las calles de Israel, es Dios hecho hombre, y aunque encarnado así, todavía andaba en perfecta comunión con el Padre. En Juan 10:30 dijo: “Yo y el Padre uno somos”.
 
   3. El Hijo tiene autoridad de dar vida a los muertos que Él quiere (Juan 5:21). Al resucitar a Lázaro, no tenía que preguntar si podía hacerlo o no, porque tenía autoridad para dar vida a los muertos. Sin embargo, oró al Padre porque todo lo hacía en comunión perfecta con Él.  Así en todos los casos en que Él resucitó a muertos, y en los casos de los incontables muertos que resucitarán en el futuro. Llegará un momento en que la voz del Hijo de Dios se oirá, (no la del Padre ni del Espíritu) y su sonido será tan potente que alcanzará a todos los que están en los sepulcros. "Los muertos oirán" la poderosa voz del Hijo de Dios, y saldrán.
 
4. El Hijo tiene autoridad para juzgar (Juan 5:22, 27). "Todo el juicio dio al Hijo". Todo el juicio que se realizará en el futuro, sobre toda la humanidad – creyentes e incrédulos, grandes y pequeños, reyes y vasallos – será por el Señor Jesucristo, el Hijo eterno de Dios. El Salmo 50:6 declara que “Dios es el juez”, y el Señor Jesucristo es el Juez porque es Dios .

     ¡No nos postremos ante vírgenes, santos, crucifijos o altares! Postrémonos todos delante de Él - el Señor Jesucristo - reconociendo que es igual a Dios, uno con el Padre, la resurrección y la vida, y el Juez eterno. En Jesucristo reposa todo el poder, la divinidad, la gloria y la excelencia de la deidad. ¡Es digno de nuestra adoración y honra! ¡Es digno de nuestra obediencia, porque Él es Dios!
 
"Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre,  10 para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra;  11 y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.
Filipenses 2:9-11 

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¿Qué hay después de la muerte?
 

“Perecerá el hombre, y ¿dónde estará él?” (Job 14:10). “Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?” (Job 14:14). Si quieres saber qué hay después de la muerte, pregunta a Dios, porque Él lo declara en la Biblia.

¿Dónde Estará Él?
    Jesucristo enseña que hay dos destinos. Al ladrón arrepentido y creyente le dijo: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:43). El único destino bueno es estar con Cristo, pero no estará con Él ninguno que no haya creído en Él durante esta vida. “Con Cristo” no es un destino universal de todos después de la muerte. No estará con Cristo en la ultratumba nadie que no quiso estar con Él en esta vida. “El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Juan 11:25). El apóstol Pablo declaró que partir y estar con Cristo es muchísimo mejor (Filipenses 1:23). Pero si no te has arrepentido de tus pecados y confiado en Cristo para salvación, no estarás con Él, ni estarás muchísimo mejor, sino muchísimo peor.
    El único otro destino es el de los incrédulos, los no nacidos de nuevo, los que no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Lucas 16:23 describe la muerte de un inconverso: “en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos”. Por mucho que digan de los muertos cosas como “ya no sufre” y “está en un lugar mejor”, es mentira y falsa esperanza para los que no creen en el Señor en esta vida. El Hades es la antesala del infierno, donde están detenidos en tormentos hasta el día del juicio del Gran Trono Blanco. Ahí los libros serán abiertos y los muertos serán juzgados, condenados y lanzados al lago de fuego.
    En uno de esos dos lugares estarás tú, dependiendo de tu actitud hacia Cristo y tu respuesta al evangelio. “Nadie viene al Padre sino por mí” declaró Jesucristo.    

¿Volverá A Vivir?
    Ya hemos contestado esta pregunta, pero para enfatizar la verdad, considera Hebreos 9:27. “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto, el juicio”. Después de la muerte viene el juicio. Todos resucitarán, unos para vida eterna y otros para vergüenza y confusión perpetua (Daniel 12:2). ¿Dónde estarás?
    Hay dos lugares eternos: el cielo y el infierno. El cielo es para siempre, y todo creyente en el Señor Jesucristo estará ahí. El infierno – lago de fuego – es para siempre, y todo pecador incrédulo y rebelde estará ahí.
    No hay más opciones. Dios no quiere que ninguno perezca, pero muchos perecerán porque no creen a Dios. No quieren arrepentirse ni confiar en el Señor Jesucristo para perdón y vida eterna. Los tales no se salvarán y la culpa es suya. Dios contesta las grandes preguntas acerca de qué hay después de la muerte. Tu muerte está establecida. Pero de ti depende si estarás mejor o peor después de morir. ¿Quieres ser salvo por el Señor Jesucristo o quieres ir a juicio ante Dios por tu cuenta?
 
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 Pastores y Siervos



K. T. C. Morris, Southampton, Reino Unido

     Cuando Pablo y Bernabé hicieron su segunda visita a las iglesias nuevamente formadas en Asia Menor, constituyeron ancianos en cada iglesia, y luego Pablo dejó a Tito en Creta para que hiciera lo mismo. Evidentemente era necesario que los nuevos discípulos, y en estos casos esto significaba toda la asamblea, necesitaban ver designados para ellos aquellos hombres a quienes debían seguir, y quienes por su carácter y conducta eran dignos de ser seguidos (Tit. 1:5; Hch. 14:23).
    Una sucesión de ancianos oficialmente designados es algo que no aparece ni es sugerido en ningún lugar en la Escritura. Un hombre es hecho anciano (obispo) por el Espíritu Santo (Hch. 20:28), no por otros hombres. Mucho daño ha sido hecho por los que, creyendo en su autoridad, llegan a un lugar y "nombran" ancianos a hombres que el Espíritu Santo no ha preparado. Éstos usurpan la obra del Espíritu. La cuestión surge, entonces: ¿cómo hemos de saber cuáles de los hombres son obispos?

Características De Los Obispos-Ancianos

    Para que no hiciera nada con parcialidad, Tito fue instruido sobre  lo que Dios requiere del hombre que es digno de ser reconocido entre los creyentes como anciano. Para que nosotros tampoco nos equivoquemos en esto, las instrucciones dadas a Tito han sido preservadas para nosotros. Podemos, entonces, saber hoy en día a quiénes debemos reconocer como obispos.
    No es suficiente que tal hombre sea creyente que lleve años en el Señor. Job 32:9 observa que "No son los sabios los de mucha edad, ni los ancianos entienden el derecho". Necesita más que años.
    Es necesario que sea: “irreprensible, marido de una sola mujer, y tenga hijos creyentes que no estén acusados de disolución ni de rebeldía”.
    Es necesario que sea: “irreprensible, como administrador de Dios, no soberbio, no iracundo, no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino hospedador, amante de lo bueno, sobrio, justo, santo, dueño de sí mismo, retenedor de la palabra fiel...para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen”.
    A Timoteo se le instruye que es necesario que el obispo sea: “apacible... que gobierne bien su casa... (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?); no un neófito... también es necesario que tenga buen testimonio de los de afuera...” Dios nos instruye que cada uno de estos requisitos es absolutamente necesario en la vida del que es reconocido como obispo-anciano. No tiene que ser perfecto, pero sí tiene que ser un hombre sin manchas de carácter (Tit. 1:5-11; 1 Ti. 3:1-7).
    Un verdadero “anciano”, entonces, es un hermano de carácter maduro, y tiene buen conocimiento bíblico y además, la sabiduría adquirida a través de experiencia. No es meramente uno que ha sido creyente durante muchos años o que lleva más años en Cristo que otras personas, sino más bien que espiritualmente se ha desarrollado más que sus compañeros. No es un novato, ni un autodidacta, sino que en la iglesia ha recibido enseñanza (Tit. 1:9), ha aprendido y muestra fidelidad.
    Una consideración de Hechos 20:17, 28; 1 Timoteo 3 y Tito 1:5-7 demuestra que tales guías del pueblo de Dios son llamados tanto “ancianos” como “obispos”. La palabra “anciano” indica su carácter. “Obispo” indica su trabajo. No existe ninguna razón por la que la palabra episkopos, a veces traducido por “obispo” en versiones comunes, no sea traducida siempre “sobreveedor” como es en Hechos 20. “Sobreveedor” comunica bien el significado, pero no es así con la palabra “obispo” debido a su uso religioso.

La Estima De Los Que Trabajan Entre Nosotros

    Los hombres descritos en los párrafos anteriores deben ser reconocidos como el liderazgo espiritual de la asamblea. Ellos deben ser tenidos en alta estima por causa de su obra (1 Ts. 5:13). Su autoridad es derivada, no de haber sido reconocidos como oficiales, sino debido a la habilidad espiritual que ha sido desarrollada en ellos. Es razonable que los que cuidan de los santos y trabajan entre ellos, deben ser respetados y apoyados por causa del servicio que ellos rinden gratuitamente y de buena voluntad.
    Pero el ser humano es por naturaleza ingrato, voluntarioso y rebelde. En él siempre hay una tendencia grave a despreciar el gobierno (2 P. 2:10). Debido a esto, Dios se mueve en Sus siervos para que apelen a nosotros de esta manera: “Hermanos, ya sabéis que la familia de Estéfanas es las primicias de Acaya, y que ellos se han dedicado al servicio de los santos. Os ruego que os sujetéis a personas como ellos, y a todos los que ayudan y trabajan” (1 Co 16:15-16). Y de nuevo: “Os rogamos, hermanos, que reconozcáis a los que trabajan entre vosotros, y os presiden en el Señor, y os amonestan; y que los tengáis en mucha estima y amor por causa de su obra. Tened paz entre vosotros” (1 Ts. 5:12-13). Y otra vez: “Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar” (1 Ti. 5:17-19). En todos estos pasajes la palabra “trabajar” aparece, y cuanto más trabajo haga, más deben los santos honrar al obrero. Los que ministran eficazmente la Palabra de Dios para edificación, los que visitan a los enfermos, los que amonestan a los ociosos, los que alientan a los de poco ánimo, los que sostienen a los débiles, y los que son pacientes para con todos, deben ser tenidos en alta estima por los santos, y deben ser apoyados con sus oraciones, y cuando sea necesario, sus bienes materiales (Gá. 6:6).
    A lo largo del Nuevo Testamento el énfasis está puesto, no sobre un “oficio” de sobreveedor, sino sobre su trabajo. El verdadero obispado es trabajo duro. Significa darse en hospitalidad a los pobres, consolar a los afligidos, exhortar a los ociosos, restaurar a los errantes, instruir a los ignorantes, y luchar en intercesión por todos. El Nuevo Testamento claramente llama al rebaño a someterse a los tales. “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta” (He. 13:17).

El Reconocimiento De Los Sobreveedores

    Entonces, hay dos preguntas que los santos deben considerar antes de reconocer a un hermano como anciano. En primer lugar: ¿hace el trabajo del pastoreo? Y segundo: ¿reúne los requisitos bíblicos en cuanto a su carácter y su vida en familia?  Debe ser conocido y honrado solamente debido a su propio estado y trabajo espiritual. Los santos seguramente deben reconocer a los hombres que así se recomiendan, hombres que, por su vida irreprochable y el carácter pastoral de su ministerio, han sido obviamente puestos en la asamblea por el Espíritu Santo como obispos. Los a quienes los obispos cuidan, deben reconocer felizmente en el Señor, y no a regañadientes, el liderazgo espiritual de estos hombres piadosos. En los tiempos de los apóstoles había en cada asamblea un grupo de obispos claramente distinguido entre los santos, a los cuales los santos podían consultar con toda confianza. (Ver Hechos 20; Fil. 1:1; 1 Ti. 4:14; Stg. 5:14).
    Ni siquiera uno de los pasajes que hemos nombrado hace referencia a un obispo como un solo hombre que actúa en la iglesia. La Escritura siempre contempla a más de un obispo en cada iglesia. En Creta tenía que haber un número de ancianos en cada ciudad, y de mismo modo en Filipos había una pluralidad de ancianos y diáconos. Nunca leemos en el Nuevo Testamento de un “hermano principal” o “familia principal” en una asamblea.
    Por otra parte, la Escritura nunca sugiere reuniones juntas de los ancianos que representan un número de asambleas, aunque hay muchas indicaciones de comunión activa entre las asambleas en el tiempo del Nuevo Testamento. Los ancianos de Tiatira no fueron dirigidos a consultar con los ancianos de Esmirna, ni tenían que buscar su apoyo o acuerdo, antes de tratar con Jezabel. Esto hubiera disminuido el sentido de la responsabilidad de cada asamblea local ante el Señor. Los congresos evangélicos o comités regionales de ancianos pueden parecernos distintos a la jerarquía católica romana, pero francamente carecen de apoyo en las Escrituras, y son peligrosos, porque son el primer paso en el desarrollo de tales sistemas.



Pastores y Siervos, Libros Berea
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