LOS HIJOS: ¿Alegría o Alboroto?
Hace poco, orando en casa, nuestro hijito de cuatro años dijo: “Señor, ayúdame a mirar Tus ojos y hacer lo que Tú dices”. Qué forma más sencilla de expresar la idea del Salmo 32, versículos 8 y 9: “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos. No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento, que han de ser sujetados con cabestro y freno”. Así quisiéramos responder nosotros como padres a Dios; no como el mulo, carente de entendimiento, que ha de ser llevado de un lado para otro, sino con un corazón sumiso que ya resolvió obedecer, y sólo espera ser guiado por el ojo de su Señor. En oración pedimos esta calidad de obediencia para nosotros y para nuestros hijos.
Toda victoria que Dios nos ha dado en nuestra experiencia surgió cuando, agotados nuestros recursos, reconocimos nuestra derrota personal. Sólo entonces tomó Él las riendas para realizar Su obra en nosotros. Es con nuestros hijos, más que nada, que nos vemos obligados a depender totalmente del Señor.
Educar Es Más Que Enseñar
En Proverbios 22:6 Dios promete: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él”. La palabra “instruye” en este pasaje debería traducirse “educa” porque en el original implica mucho más que la mera enseñanza del niño. Muchos de nosotros enseñamos el camino correcto a nuestros hijos, pero no los educamos para seguir ese camino. Al niño se le puede educar a obedecer voluntariamente a sus padres y a confiar en ellos.
El diccionario da la siguiente definición: Educar es “desarrollar el vigor físico y la inteligencia; dirigir la voluntad”. Esto es lo que Dios quiere que hagamos con nuestros hijos.
Todos Los Padres Educan A Sus Hijos
Consciente o inconscientemente, todos nosotros estamos educando a nuestros hijos. Cuando le pedimos a nuestro hijo que haga algo, y no lo hace, le estamos educando a esperar hasta oír la orden dos veces antes de obedecer, o hasta que levantemos la voz, o hasta que le amenacemos. Le podemos educar a obedecer inmediatamente después de pedirle algo una sola vez y en un tono de voz normal. La clave está en la educación.
El niño a quien sólo se le ha enseñando “el camino a seguir”, puede oír otras enseñanzas y apartarse del camino. Pero, la promesa al padre que educa a su hijo es: “CUANDO FUERE VIEJO NO SE APARTARÁ DE ÉL”.
Vemos dos ejemplos en la Biblia. Uno, el de un niño que fue educado en el camino que debía seguir, y otro, el de dos hermanos a quienes sólo se les enseñó el camino a seguir pero no se les educó.
En 1 Samuel 1:11 Ana pidió al Señor un hijo. Su oración era: “Señor, dame un hijo y te lo dedicaré”. Ella no dijo: “Señor, si me das un hijo haré todo lo que pueda para enseñarle que Te sirva, y si él quiere, si no se opone, lo llevaré al templo para que Te sirva”. No dudó, no por un instante, de que Samuel haría lo que ella decidiera. 1 Samuel 1:27-28 dice: “Por este niño oraba, y Jehová me dio lo que le pedí. Yo, pues, lo dedico también a Jehová; todos los días que viva será de Jehová. Y (Samuel) adoró allí a Jehová”. Samuel fue al templo y sirvió y ayudaba de buena gana al sacerdote Elí. En 1 Samuel 3, es evidente que Samuel fue educado para obedecer; cuando era jovencito, se levantó tres veces de su cama para correr hacia Elí para preguntarle qué deseaba. Además, sirvió al Señor durante toda su vida.
En contraste tenemos a los dos hijos del sacerdote Elí. 1 Samuel 2:12 dice: “los hijos de Elí eran hombres impíos, y no tenían conocimiento de Jehová”. La Biblia nos dice que los hijos de Elí eran desobedientes e inmorales. Elí sabía lo que sus hijos estaban haciendo y sin duda les había enseñado a hacer el bien. En 1 Samuel 2:23-24 Elí es reprende: “Y les dijo, ¿Por qué hacéis cosas semejantes? Porque yo oigo de todo este pueblo vuestros malos procederes. No, hijos míos, porque no es buena fama la que yo oigo, pues hacéis pecar al pueblo de Jehová”. Pero reprender no es educar.
Elí descuidó la educación de sus hijos: “ellos no oyeron la voz de su padre” y Jehová quitó el privilegio de ser sacerdotes a las generaciones subsiguientes de Elí. En 1 Samuel 3:13 dice: “Y le mostraré que yo juzgaré a su casa para siempre, por la iniquidad que él sabe; porque sus hijos han blasfemado a Dios, y él no los ha estorbado”. Elí honró más a sus hijos que a Jehová (1 S. 2:29).
Elí amaba al Señor, era honesto y sincero, desempeñaba correctamente su puesto sumosacerdotal, pero no educó a sus hijos a obedecer.
por Al Fabrizio y Sra., 4ª impresión en Español, Sheva Press, 1979
(continuará, d.v., en el nº de octubre)
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Saluda A Los Que Nos Visitan
Ofrecer una “bienvenida calurosa” debe ser ocupación de todos los miembros de la comunidad. Aunque, por otra parte, también es cierto que en las congregaciones donde hay muchos miembros se hace más difícil aplicar este acto, que en sí mismo, es la llave que abre la puerta hacia la demostración de nuestro interés y amor fraternal... aunque por desgracia, y en honor a la verdad, sea un tema bastante descuidado.
Esta contrariedad ya se reflejaba en el antiguo Israel, por lo que Jesús tuvo que avisar del problema, diciendo: “Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más?” (Mt. 5:47). Pensemos, pues, que como bien dice el refrán: “La primera impresión es la que queda”...
Por si algunos no se han percatado todavía del problema, es necesario resaltar la enseñanza y entender que son los que están dentro de la iglesia —integrados en ella— los que deben recibir e integrar a los demás (a parte de bíblico, es de sentido común), y bajo ningún concepto son los que vienen de afuera, los que tienen que integrarse en la comunidad. Esto es un principio de evangelización insoslayable, que si no se tiene bien en cuenta, por demás están todas las actividades evangelísticas que se puedan hacer.
No se entiende muy bien el bloqueo que evidencian algunas iglesias, incapacitadas incluso para poder saludar; esto ya no se convierte en una cuestión de espiritualidad, sino más bien de educación (cortesía). Cuán sencillo es brindar un simple saludo, un apretón de manos, y preguntarle a la persona que nos visita: “¿Cuál es su nombre”, o, —si es de otra congregación, y mostrarle nuestra satisfacción por el hecho de tenerle entre nosotros, ¡nada más! Creo que no es tan complicado.
Para expresar el amor de Dios es imprescindible que haya un “primer nivel” de comunicación, que se ha de ofrecer a cada uno de los miembros de la comunidad, y por encima de todo, a aquellas personas que nos visitan.
del libro: LLAMADOS A EVANGELIZAR, por J. M. Recuero, pág. 20
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La Doctrina y La Unidad
“Solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos” (Ef. 4:3-6).
Se oye decir aun entre nosotros que hay doctrinas en las que podemos ceder para que haya mayor unidad entre creyentes. Esto es un error. Primero, en el texto citado ya existe la unidad, y que es del Espíritu (v. 3); no es hecha por los hombres. No hay unidad entre carnales y espirituales, entre mundanos y santos, entre falsos maestros y los que no enseñan otra doctrina. No hay unidad entre los que han nacido de nuevo y los que son cristianos nominales. Hay un solo cuerpo de Cristo, y no incluye nada falso.
Observa también que la unidad del Espíritu es de la “una fe” (v. 5). Esto se refiere a la fe una vez dada a los santos (Jud. 3), por medio del Señor, los apóstoles y profetas, y que está escrita en el Nuevo Testamento y completa la Palabra de Dios. Hermanos, esa fe no se divide en categorías de doctrinas principales y secundarias o no esenciales. En Mateo 23:23 el Señor enseñó que no todo lo que hay en la Escritura es de igual importancia, sin embargo, todo debe ser guardado. Nada que la Escritura enseña debe ser despreciado o marginado para conseguir una unidad. Está claro que para ser salvo, es necesario el evangelio. Pero para el creyente – el discípulo – TODO es necesario. Hay que enseñar "todo el consejo de Dios" (Hch. 20:27), guardar "todo" (Mt. 28:20), y contender ardientemente por la fe. Sigamos el viejo consejo de Proverbios 23:23, “compra la verdad, y no la vendas”. Toda la Palabra de Dios es verdad (Sal. 119:160; Jn. 17:17). La unidad del Espíritu no se guarda a expensas de la sana doctrina. No hay rebajas.
Carlos
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EL LIBRO DEL MES
FIRMES Y ADELANTE, por Lucas Batalla
Con esta colección de sus predicaciones, el autor nos anima a no retroceder, claudicar ni tirar la toalla. Nos recuerda las órdenes del Jefe: “Estad firmes” (Ef. 6:14; 2 Ts. 2:15), y que el único rumbo para los verdaderos creyentes es: “adelante” (He. 6:1). “...Nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma” (He. 10:39). ¡Gracias a Dios, marchamos en pos del Señor Jesucristo, y Él no se vuelve atrás!
precio: 7 euros
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¿Quién Es Realmente Un “Cristiano”?
—¿Es usted cristiano?
—Espero que sí; intento serlo.
—¿Es usted un ser humano?
—Espero que sí; intento serlo.
Una respuesta es tan irrazonable e ilógica como la otra. Así como usted nació poseyendo una naturaleza humana, debe usted "nacer de nuevo" para ser cristiano (Juan 3:3-8; 1 Pedro 1:23). La cuestión no radica en “tratar” en ninguno de los dos casos.
Muchos confunden el comportamiento cristiano con el nacimiento cristiano. Se debe obtener primero la vida cristiana, la naturaleza cristiana, antes de poder vivir tal forma de vida, es decir, el comportamiento cristiano.
Un cristiano es una “nueva criatura” en Cristo (2 Corintios 5:17). El versículo que nos resume la biografía de la vida cristiana es “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí [esta es la vida cristiana]; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios...” [este es el comportamiento cristiano] (Gálatas 2:20).
Los discípulos del Señor Jesucristo fueron llamados cristianos por primera vez en Antioquía (Hechos 11:26). Estos primeramente fueron discípulos, y su discipulado se manifestaba a través de una obvia diferencia en su comportamiento. Tal diferencia sólo revelaba su unión con el Salvador, el Señor Jesucristo, quien conquistó el pecado, quien da la vida y quien la transforma. Por lo tanto, el nombre de “cristianos” designaba su relación con Cristo.
Obviamente, esta relación sobrenatural con Cristo no es el resultado de esfuerzo humano -- social, moral o religioso. “Porque por gracia [bondad inmerecida] sois salvos por medio de la fe; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras...” [para que seamos cristianos de comportamiento] (Efesios 2:8-10). Cristo dijo: “O haced el árbol bueno, y su fruto bueno, o haced el árbol malo, y su fruto malo...” (Mateo 12:33). “...porque de adentro, del corazón de los hombres, salen...” las cosas “que contaminan al hombre” (Marcos 7:21-23). “Mas el fruto del Espíritu [la vida de Cristo en los verdaderos creyentes] es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza...” (Gálatas 5:22-23).
Así que, si de veras usted se ha arrepentido de su pecado y ha creído el evangelio, ha depositado su confianza en el Señor Jesucristo creyendo que Él murió por usted pagando por sus pecados, que resucitó y vive a la diestra del Padre en el cielo, entonces ha nacido de nuevo. Los que han nacido de nuevo, y sólo ellos, son cristianos, y se les nota en el fruto que llevan en su carácter y forma de vivir.
Los demás sólo son seres humanos, por religiosos y devotos que sean. Y por mucho que vayan a misa o hagan buenas obras, nada de todo esto puede suplir lo que ellos necesitan para ser cristianos de verdad: una conversión, un nuevo nacimiento.
Entonces, ¿cómo se define usted?
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LA INFLUENCIA DE LA FAMILIA
EN LA IGLESIA
Parte III
por Robert Gessner
3
El Padre Permisivo
La primera vez que la Biblia menciona la palabra “amor”, es el amor de un padre hacia su hijo (Gn. 22:2). Pero en el Nuevo Testamento, a los maridos se les manda amar a sus esposas (Ef. 5:25), sin embargo, no manda a los padres amar a sus hijos. Se les manda criarlos “en disciplina y amonestación del Señor” (Ef. 6:4). Algunos maridos tienden a olvidar su voto de amar a su esposa; demandan mucho y tienen poca simpatía hacia ella. A la vez, como padres, estos hombres suelen actuar negligentemente respeto a la educación de sus hijos. Pensando que así se muestra el amor, les consienten en lugar de disciplinarles y amonestarles. Suelen dejar a su esposa estas tareas menos agradables, o bien si intervienen ellos, lo hacen de una manera incorrecta, con enojo carnal y no con el amor y interés de un hombre espiritual.
El padre de Absalón ilustra al padre que se vuelve demasiado permisivo con su hijo y no le cría correctamente. Al recalcar la historia de Absalón, en 2 Samuel del 13 al 18, descubrimos que su padre, David, lloró la muerte de Absalón, pero cuando vivía fracasó en administrarle la justicia que sus hechos merecían. El amor tiene que ir mucho más allá del deseo de concederles a nuestros hijos todo lo que desean, o permitirles hacer lo que les apetezca. David permitió que su amor hacia su hijo reemplazara su consideración de la justicia en la tierra. Joab dijo correctamente: “Hoy has avergonzado el rostro de todos tus siervos, que hoy han librado tu vida, y la vida de tus hijos y de tus hijas...pues hoy me has hecho ver claramente que si Absalón viviera, aunque todos nosotros estuviéramos muertos, entonces estarías contento” (2 S. 19:5-6).
El amor del padre debe conducirle a criar a sus hijos en el Señor para que puedan servir a Dios con eficacia. A veces esta educación de los hijos necesita el uso de la palabra “no” cuando sería más fácil decir “sí”, y no sólo cuando tienen 2 o 3 años de edad, sino también cuando son más mayores. Requiere que con consistencia vivamos y hagamos respetar las normas piadosas de nuestro hogar. Requiere la negación que a veces ocasiona “dolor” temporal en el hogar. La Palabra no tiene nada bueno que decir acerca de hijos consentidos, sea cual sea su edad.
Ahora bien, si un padre no hace respetar los valores de la verdad de Dios en su hogar, tampoco lo hará en la asamblea. Es necesario, imprescindible, que un anciano tenga “hijos creyentes" [lit. “fieles”], "que no estén acusados de disolución ni de rebeldía” (Tit. 1:6). Él no permite que sus hijos hagan cualquier cosa que les apetezca. A veces el camino más fácil es el de menos resistencia, pero no es el mejor. Nuestros hijos no deben ser como marionetas cuyos movimientos son todos controlados, ni es éste el caso en la mayoría de las casas. Pero esto sí, deben tener riendas sobre ellos, o pronto se desviarán en sendas de gran peligro. El padre que no puede decir “no” en su hogar, no podrá decir “no” en la asamblea.
Hay un ambiente de permisividad que se ha extendido en toda nuestra sociedad, y tristemente, también en muchas asambleas. Es una filosofía mundana, basada en la premisa de que si algo les hace felices, hay que permitirlo. Hemos adoptado la actitud de que tenemos que mantener contentos a nuestros jóvenes, cueste lo que cueste, porque si no, vamos a perderlos. (De ahí el énfasis en grupos de jóvenes, actividades sólo para jóvenes, y mucho de lo que sin patrón bíblico se consiente hoy día en las iglesias). Parece que se nos ha olvidado que sólo la Palabra de Dios les puede guardar. “¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra” (Sal. 119:9). Todas las concesiones y excepciones tarde o temprano traerán su perjuicio y daño.
Padres, si los ancianos son espirituales, amables y cuidadosos de vuestra asamblea, apoyadles con toda vuestra fuerza. No echéis la culpa a la asamblea por los pecados que han invadido las familias modernas. Cada padre debe demostrar a su familia que él apoya la Palabra de Dios y a aquellos que fielmente la enseñan y practican. “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta” (He. 13:17).
Por lo presente puede pareceros bien el ser permisivos, chistosos y populares con los jóvenes, como quienes con “comprensión” les permiten alejarse de los principios de la Palabra de Dios. Pero al final veréis que sólo estabais sembrando las semillas de un descontentamiento desastroso. Y además de los problemas en esta vida, pensad en que tampoco os saldrá bien ante el Señor en Tribunal de Cristo.
continuará, d.v., en el siguiente número
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