¿Quién Ocupa Primer Lugar?
por William MacDonald
Sabemos la respuesta correcta, en teoría, pero ¿en la práctica es realmente así en nuestra vida? Considera el ejemplo del predicador C. H. Spurgeon.
"Cuando Spurgeon era joven, tuvo que ir de lugar en lugar para encontrar un edificio lo suficientemente grande para recibir a las multitudes que venían a escucharle. Tenía poco más de veinte años cuando predicó en el Exeter Hall. El lugar estaba repleto. Él estaba comprometido y a punto de casarse con una joven llamada Susan Thompson. Una noche estaba en casa de ella, y luego se dirigieron juntos al Exeter Hall para una reunión. Cuando llegaron, él se apresuró para salir del vehículo. Había una enorme multitud de gente. La policía trataba de regular el tráfico pero le resultó extremadamente difícil. Spurgeon tuvo que abrirse camino entre la multitud para llegar al local. Estaba tan impresionado con la enorme cantidad de gente a la que debía predicar el evangelio que olvidó prácticamente todo excepto esa gran responsabilidad. Así que se abrió caminio entre la muchedumbre para llegar finalmente a la plataforma y dirigir la reunión.
Cuando terminó todo, recordó que había llegado al salón en compañía de alguien más, pero la había perdido por completo entre la multitud. Trató de recordar si la había visto en la congregación. Luego recordó que no la había visto. Temió que estaba en problemas, así que después de la reunión se dirigió muy aprisa a la casa de la Srta. Thompson. Al llegar le dijeron que ella no quería verlo. Ella estaba arriba, sollozando. Se había imaginado que era mucho más importante que toda la multitud. Él insistió en verle y finalmente ella bajó.
Spurgeon explicó su posición: "Estoy muy apenado, pero debemos entendernos en esto. Yo en primer lugar soy siervo de mi Maestro. Él siempre debe estar en primer lugar. Creo que viviremos muy felices si tú estás dispuesta a tomar el segundo lugar, y siempre debe ser el segundo lugar con respecto a Él. Mi obligación en primer lugar es para con Él".
Años más tarde, cuando aquel gran ministerio había culminado, la Sra. Spurgeon dijo que ese día había aprendido una lección inolvidable. Aprendió que había Alguien que ocupaba el primer lugar en la vida de su esposo. Ella tendría el segundo. Ésa es una exigencia muy alta, ¿no es cierto? Pero es la exigencia bíblica. Cristo demanda el primer lugar.
Este parece ser el significado de la bendición de Moisés sobre Leví: "Quién dijo de su padre y de su madre: Nunca los he visto; y no reconoció a sus hermanos, ni a sus hijos conoció" (Dt. 33:9).
Cuando los israelitas adoraron el becerro de oro, los hijos de Leví se pusieron del lado de Dios, aceptaron Su orden de castigo y destruyeron a sus propios parientes (Éx. 32:26-29). En realidad, el hombre que coloca a Cristo primero es la mejor clase de esposo y padre.
"Cuando Spurgeon era joven, tuvo que ir de lugar en lugar para encontrar un edificio lo suficientemente grande para recibir a las multitudes que venían a escucharle. Tenía poco más de veinte años cuando predicó en el Exeter Hall. El lugar estaba repleto. Él estaba comprometido y a punto de casarse con una joven llamada Susan Thompson. Una noche estaba en casa de ella, y luego se dirigieron juntos al Exeter Hall para una reunión. Cuando llegaron, él se apresuró para salir del vehículo. Había una enorme multitud de gente. La policía trataba de regular el tráfico pero le resultó extremadamente difícil. Spurgeon tuvo que abrirse camino entre la multitud para llegar al local. Estaba tan impresionado con la enorme cantidad de gente a la que debía predicar el evangelio que olvidó prácticamente todo excepto esa gran responsabilidad. Así que se abrió caminio entre la muchedumbre para llegar finalmente a la plataforma y dirigir la reunión.
Cuando terminó todo, recordó que había llegado al salón en compañía de alguien más, pero la había perdido por completo entre la multitud. Trató de recordar si la había visto en la congregación. Luego recordó que no la había visto. Temió que estaba en problemas, así que después de la reunión se dirigió muy aprisa a la casa de la Srta. Thompson. Al llegar le dijeron que ella no quería verlo. Ella estaba arriba, sollozando. Se había imaginado que era mucho más importante que toda la multitud. Él insistió en verle y finalmente ella bajó.
Spurgeon explicó su posición: "Estoy muy apenado, pero debemos entendernos en esto. Yo en primer lugar soy siervo de mi Maestro. Él siempre debe estar en primer lugar. Creo que viviremos muy felices si tú estás dispuesta a tomar el segundo lugar, y siempre debe ser el segundo lugar con respecto a Él. Mi obligación en primer lugar es para con Él".
Años más tarde, cuando aquel gran ministerio había culminado, la Sra. Spurgeon dijo que ese día había aprendido una lección inolvidable. Aprendió que había Alguien que ocupaba el primer lugar en la vida de su esposo. Ella tendría el segundo. Ésa es una exigencia muy alta, ¿no es cierto? Pero es la exigencia bíblica. Cristo demanda el primer lugar.
Este parece ser el significado de la bendición de Moisés sobre Leví: "Quién dijo de su padre y de su madre: Nunca los he visto; y no reconoció a sus hermanos, ni a sus hijos conoció" (Dt. 33:9).
Cuando los israelitas adoraron el becerro de oro, los hijos de Leví se pusieron del lado de Dios, aceptaron Su orden de castigo y destruyeron a sus propios parientes (Éx. 32:26-29). En realidad, el hombre que coloca a Cristo primero es la mejor clase de esposo y padre.
El Manual del Discípulo, pág. 57-58, traducción corregida
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CONSEJOS:
Jeremías 45:5
"¿Y tú buscas para ti grandezas? No las busques"
En lugar de intentar ser "alguien" en el mundo, sigue el ejemplo de David:
"¿Y tú buscas para ti grandezas? No las busques"
En lugar de intentar ser "alguien" en el mundo, sigue el ejemplo de David:
Salmo 131:1
"Jehová, no se ha envanecido mi corazón, ni mis ojos se enaltecieron; ni anduve en grandezas, ni en cosas demasiado sublimes para mí".
Recuerda la instrucción del Señor Jesucristo:
Lucas 9:23
"Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo,
tome su cruz cada día, y sígame".
Marcos 10:42-43
"Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad.
Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor".
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El lugar del indocto
por Norman Crawford
Debemos tener cuidado a siempre tratar a otros creyentes en un espíritu humilde, con gracia y conforme al modo de Cristo. Deseamos ardientemente gozar de plena comunión con todos aquellos que en verdad aman el nombre suyo, y debemos vivir siempre de una manera que atraerá a creyentes auténticos al Señor Jesús y a una asamblea que se congrega en el nombre suyo.
Con todo, leemos en 1 Corintios 14.16 del “lugar de simple oyente,” traducido también como el lugar del indocto, o de los no iniciados. Algunos han enseñado que el sentido es simplemente el hombre que desconocía las lenguas que se hablaban. Si este fuera el sentido, entonces este hombre no se distinguía de los demás en la congregación, ya que seis veces en los primeros quince versículos del capítulo 14 se dice que nadie entendía la lengua, ni siquiera el que la hablaba.
Los versículos 23 al 25 explican que el indocto ignoraba lo relacionado con la presencia del Señor en la asamblea. “Toda la iglesia”, v. 23, estaba reunida cuando él entró, de manera que él no era parte de la asamblea y los creyentes no sabían si era un creyente carente de instrucción o era un inconverso (“entran indoctos o incrédulos”). El resto de la descripción de este caso hipotético señala que carecía de enseñanza pero era un auténtico creyente en Cristo que podía adorar a Dios.
Este es el caso de un hombre convertido que no estaba en la comunión de la asamblea y ocupaba “el lugar del indocto”. Esta práctica —a saber, reconocer este “lugar”— no es simplemente una tradición de las asambleas. Hay detrás de ella la verdad de que hay determinados creyentes que integran la asamblea, y hay creyentes que no son integrantes de ella. Nos conviene hablar de “los que observan”, y no “los sentados atrás.”
No depende tan sólo de 1 Corintios 14 la distinción entre quienes están en la comunión de una asamblea y quienes no están. En particular, Hechos 2 y las dos “epístolas eclesiales” — 1 Corintios y 1 Timoteo— nos enseñan que una asamblea es un ente, y está compuesta de un determinado número de creyentes en una localidad que son bautizados, han sido recibidos en la congregación y perseveran en la comunión. Hechos 2:41-42, 1 Corintios 1:1-3; 5:12-13, 14:15-25, 1 Timoteo 2:8-15, 3:1-16
La razón por qué “el lugar del indocto” es más evidente en la cena del Señor que en otras reuniones es que éste es el único culto donde se participa de elementos físicos que son emblemas de la comunión y unidad de una asamblea. La comunión es una verdad espiritual, pero en la cena del Señor se da expresión visible a ella por la sola copa y el pan, congregándose en torno de esos memoriales y proveyendo asientos aparte para los que observan.
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¡SÉ UN HOMBRE!
Donald Norbie
Donald Norbie
“Velad, estad firmes en la fe; portaos varonilmente y esforzaos” (1 Co. 16:13). “Portaos varonilmente”, es literalmente: “sed hombres”. Es un llamado entusiasta a todo varón creyente. Evidentemente, hay una conducta que es bíblica y distintivamente masculina, en el buen sentido de la palabra. No hay que pedir disculpas por ella. La Biblia no borra los distintivos que Dios estableció sabiamente entre los papeles del varón y de la mujer.
Hoy hay mucha confusión en la cultura occidental. El movimiento feminista ha luchado para cambiar los papeles tradicionales de varones y mujeres. Es verdad que en muchos casos los hombres han oprimido a las mujeres, y a veces han abusado de ellas por fuerza. El pecado ha afectado en el trato de la mujer como en todos los demás aspectos de la vida. En algunas culturas las mujeres han sido tratadas como propiedades, siendo usadas y desechadas cuando se deseaba. Tenían pocos derechos ante la ley, y la violación y otros malos tratos eran a menudo pasados por alto.
En cambio, el cristiano bíblico ha valorado siempre a la mujer como creada a imagen de Dios, igual que el hombre. Pero debemos reconocer que hay diferencias entre los sexos, no solo físicas, como dirían algunos hoy en día. La Biblia enfatiza que debe haber diferencia entre los papeles del hombre y la mujer.
de libro ¡SÉ UN HOMBRE!, Libros Berea
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Silencio incluye no decir "amén", ni en voz baja.
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El Buen Samaritano
“Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él. Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese”. Lucas 10:33-35
Esta parábola bien conocida ilustra la salvación. El buen samaritano representa al Señor Jesús que “vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10).
1. El Buen Samaritano llega después de un largo viaje, ve la necesidad e interviene a favor del hombre. El Señor Jesús, Hijo de Dios, vino en un largo viaje del cielo a la tierra, a favor de la humanidad. Vio nuestra profunda necesidad por el pecado, y sin embargo amó al mundo de los pecadores.
2. El Buen Samaritano administra la medicina al hombre. El Señor Jesús indicó en Marcos 2:17 que Él es el médico. Tiene la solución única para el problema más grande del corazón humano – el pecado. Vino a proveer una cura, muriendo por los pecados del mundo (1 Corintios 15:1-4).
3. El Buen Samaritano provee el transporte a un lugar de cuidado. El Señor Jesús provee transporte al cielo, el lugar del verdadero cuidado y salud eterna. Dijo a Sus discípulos: “Yo soy el camino” (Juan 14:6), y “en la casa de mi Padre muchas moradas hay...voy... a preparar lugar para vosotros” (Jn. 14:2). Aquel hombre no podía caminar hasta el mesón porque estaba medio muerto. Nosotros no podemos llegar al cielo por nuestros esfuerzos. Necesitamos a Cristo (Efesios 2:8).
4. El Buen Samaritano paga toda la deuda. El Señor Jesucristo vino para pagar una gran deuda – “se dio a sí mismo en rescate por todos” – murió para pagar la deuda de cada uno – “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). Por eso, los que confían en Él encuentran que “ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1). Él “nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre” (Apocalipsis 1:5).
5. El Buen Samaritano asegura el futuro – promete venir otra vez. Él no olvidaría aquel hombre que había encontrado en el camino y salvado. Prometió regresar para él. Así tampoco el Señor Jesús se olvidará de ninguno de los que Él ha salvado. “Vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo” (Juan 14:3). ¡Feliz reunión! Él resucitó, vive, y vendrá para todos los Suyos.
Amigo, que andas herido y perdido en el camino de la vida, el Buen Samaritano celestial se ha acercado y quiere salvarte. ¿Por qué no confías en Él para que te saque del camino de la perdición y te dé vida eterna?
Esta parábola bien conocida ilustra la salvación. El buen samaritano representa al Señor Jesús que “vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10).
1. El Buen Samaritano llega después de un largo viaje, ve la necesidad e interviene a favor del hombre. El Señor Jesús, Hijo de Dios, vino en un largo viaje del cielo a la tierra, a favor de la humanidad. Vio nuestra profunda necesidad por el pecado, y sin embargo amó al mundo de los pecadores.
2. El Buen Samaritano administra la medicina al hombre. El Señor Jesús indicó en Marcos 2:17 que Él es el médico. Tiene la solución única para el problema más grande del corazón humano – el pecado. Vino a proveer una cura, muriendo por los pecados del mundo (1 Corintios 15:1-4).
3. El Buen Samaritano provee el transporte a un lugar de cuidado. El Señor Jesús provee transporte al cielo, el lugar del verdadero cuidado y salud eterna. Dijo a Sus discípulos: “Yo soy el camino” (Juan 14:6), y “en la casa de mi Padre muchas moradas hay...voy... a preparar lugar para vosotros” (Jn. 14:2). Aquel hombre no podía caminar hasta el mesón porque estaba medio muerto. Nosotros no podemos llegar al cielo por nuestros esfuerzos. Necesitamos a Cristo (Efesios 2:8).
4. El Buen Samaritano paga toda la deuda. El Señor Jesucristo vino para pagar una gran deuda – “se dio a sí mismo en rescate por todos” – murió para pagar la deuda de cada uno – “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). Por eso, los que confían en Él encuentran que “ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1). Él “nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre” (Apocalipsis 1:5).
5. El Buen Samaritano asegura el futuro – promete venir otra vez. Él no olvidaría aquel hombre que había encontrado en el camino y salvado. Prometió regresar para él. Así tampoco el Señor Jesús se olvidará de ninguno de los que Él ha salvado. “Vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo” (Juan 14:3). ¡Feliz reunión! Él resucitó, vive, y vendrá para todos los Suyos.
Amigo, que andas herido y perdido en el camino de la vida, el Buen Samaritano celestial se ha acercado y quiere salvarte. ¿Por qué no confías en Él para que te saque del camino de la perdición y te dé vida eterna?
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Juan el Bautista y Herodes el Adúltero
Juan el Bautista fue el último de los profetas (Mt. 11:13; Lc. 16:16), y el precursor del Mesías que lo bautizó (Mr. 1:9-10). También le señaló como el Cordero de Dios y lo presentó a la nación (Jn. 1:29, 36). Reprendió públicamente la maldad de su nación y la llamó al arrepentimiento (Mr. 1:4). Grandes multitudes fueron impactadas por él (Mt. 3:5-12). Pero su ministerio público terminó después de reprender al tetrarca Herodes por su unión ilícita – su adulterio– con Herodías la esposa de su hermano Herodes Felipe I [Herodes Filipo I] (Mt. 14:4; Mr. 6:18; Lc. 3:19).
Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande, se casó con la hija de Aretas IV, rey de los nabateos con capital en Petra. Luego se enamoró de Herodías, la esposa de su hermano. Repudió a su esposa legítima y se casó con Herodías, la cual trajo también a su hija Salome. Se supone que tuvieron una gran boda y fueron felicitados por muchos. Estarían contentos de haberse salido con la suya. Pero ese segundo matrimonio era un pecado, por varias razones:
1) Herodes Felipe, el marido de Herodías, aun vivía. Levítico 20:21 prohibe esto. Es una abominación (v. 23).
2) La primera esposa de Herodes Antipas también vivía. Marcos 10:11-12 y Romanos 7:2-3 prohiben esto.
3) Los dos Herodes – hermanos – eran tíos de Herodías. Levítico 18:6-18 prohibe la unión con parientes cercanos, incluso del tío con su sobrina.
Muchos reyes, gobernadores y otros en posiciones de afluencia e influencia piensan que están por encima de la ley, especialmente en su vida personal. Se creen mejores que las personas ordinarias, y que pueden hacer lo que les parece porque son casos excepcionales, son especiales. Además, acostumbran a dar órdenes y reprender, no a recibir órdenes y reprensiones.
Pero Juan fue un siervo fiel del Dios altísimo. En sus años en el desierto había aprendido a escuchar y obedecer a la voz de Dios. No temió a los hombres ni tuvo acepción de personas. Esto agradó a Dios, pero a Juan le puso en una trayectoria de colisión con la impía familia de Herodes. Le dijo claramente: “No te es lícito tener la mujer de tu hermano” (Mr. 6:18). Con estas palabras señaló su pecado e infracción de la ley de Dios, y casi seguro que nadie más se había atrevido a hablar así a la familia real.
Hoy vivimos en tiempos peores. No sólo unos pocos poderosos, sino todo el mundo es progresista y moderna, y ha desechado los valores enseñados en la Palabra de Dios. ¡Esto pasa aun entre los que dicen que son cristianos! Muchas vidas están llenas de riquezas y educación. Pero junto a esto hay un aumento tremendo en crímenes y toda clase de mal. Hay un desenfreno general y la moralidad casi ha desaparecido. Los pecados “sociales” se multiplican horriblemente, y nadie dice nada. Todo es tolerado. Uno de esos males es la maldita facilidad de casarse y luego divorciarse. No es necesario citar la estadística, pues todos sabemos cómo están las cosas. El matrimonio está bajo ataque y para muchos ha perdido sentido. Las familias están rotas, divididas y confusas por el divorcio.
Seguramente Juan, el profeta de Dios, tiene también una palabra importante para nuestra generación. “No te es lícito”. Puede que tengamos ceremonias legales, y todo conforme a la ley del país. Según los hombres está bien divorciarse casi por cualquier motivo y aun sin motivo, simplemente porque sí. La sociedad lo permite. Pero eso no lo hace correcto ante los ojos de Dios.
· Podría parecernos bien porque todos lo hacen, y el divorcio y nuevo matrimonio es algo que se lleva en el mundo hoy. Pero Dios dice: “No te es lícito”.
· Podríamos explicar que nunca amábamos realmente al cónyuge, o que nos hemos dejado de amar, pero Dios dice: “No te es lícito”.
· Podríamos alegar que somos incompatibles, pero Dios dice: “No te es lícito”.
· Podríamos insistir que tenemos derecho a cambiar de idea, y estar con otra persona si queremos, pues es nuestra vida. Pero Dios dice: “No te es lícito”.
· Podríamos hacer toda clase de excusas y razonamientos, pero Dios dice: “No te es lícito”.
Nuestro Señor declaró Su voluntad: “Lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” (Mt. 19:6). Es un mandamiento de Cristo, y señala una verdad muy importante. El matrimonio es un compromiso hasta la muerte. Es algo muy serio, y son votos ante Dios para toda la vida. Números 30:2 manda que si ligamos nuestra alma con voto y obligación a Jehová, hay que cumplirla.
No hay que contraer matrimonio de forma caprichosa o liviana. El voto matrimonial permanece pese a las circunstancias en la vida. Romperlo solo resultará en tragedia, no en bendición. Debemos comprender que es una unión que dura toda la vida. Puede que los hombres reconozcan una disolución de votos, pero Dios no. Divorciarse no es una opción para salir de unas circunstancias desagradables. Dios no permite que salgas así de tus errores y pecados. Hay que casarse en el temor de Dios, con sobriedad, y solamente según Su Palabra y voluntad, no por mero enamoramiento ni por presiones sociales.
Herodes y Herodías eran adúlteros y su unión era ilícita aunque los hombres la habían facilitado y reconocido. Al pecador le duele saber su pecado, porque ofende su orgullo, y cuánto más si es una persona de poder e influencia. Pero grandes y pequeños comparecerán ante Dios para ser juzgados.
“Mas el que comete adulterio es falto de entendimiento;
corrompe su alma el que tal hace.
Heridas y vergüenza hallará,
y su afrenta nunca será borrada”.
Proverbios 6:32-33
Muchos reyes, gobernadores y otros en posiciones de afluencia e influencia piensan que están por encima de la ley, especialmente en su vida personal. Se creen mejores que las personas ordinarias, y que pueden hacer lo que les parece porque son casos excepcionales, son especiales. Además, acostumbran a dar órdenes y reprender, no a recibir órdenes y reprensiones.
Pero Juan fue un siervo fiel del Dios altísimo. En sus años en el desierto había aprendido a escuchar y obedecer a la voz de Dios. No temió a los hombres ni tuvo acepción de personas. Esto agradó a Dios, pero a Juan le puso en una trayectoria de colisión con la impía familia de Herodes. Le dijo claramente: “No te es lícito tener la mujer de tu hermano” (Mr. 6:18). Con estas palabras señaló su pecado e infracción de la ley de Dios, y casi seguro que nadie más se había atrevido a hablar así a la familia real.
Hoy vivimos en tiempos peores. No sólo unos pocos poderosos, sino todo el mundo es progresista y moderna, y ha desechado los valores enseñados en la Palabra de Dios. ¡Esto pasa aun entre los que dicen que son cristianos! Muchas vidas están llenas de riquezas y educación. Pero junto a esto hay un aumento tremendo en crímenes y toda clase de mal. Hay un desenfreno general y la moralidad casi ha desaparecido. Los pecados “sociales” se multiplican horriblemente, y nadie dice nada. Todo es tolerado. Uno de esos males es la maldita facilidad de casarse y luego divorciarse. No es necesario citar la estadística, pues todos sabemos cómo están las cosas. El matrimonio está bajo ataque y para muchos ha perdido sentido. Las familias están rotas, divididas y confusas por el divorcio.
Seguramente Juan, el profeta de Dios, tiene también una palabra importante para nuestra generación. “No te es lícito”. Puede que tengamos ceremonias legales, y todo conforme a la ley del país. Según los hombres está bien divorciarse casi por cualquier motivo y aun sin motivo, simplemente porque sí. La sociedad lo permite. Pero eso no lo hace correcto ante los ojos de Dios.
· Podría parecernos bien porque todos lo hacen, y el divorcio y nuevo matrimonio es algo que se lleva en el mundo hoy. Pero Dios dice: “No te es lícito”.
· Podríamos explicar que nunca amábamos realmente al cónyuge, o que nos hemos dejado de amar, pero Dios dice: “No te es lícito”.
· Podríamos alegar que somos incompatibles, pero Dios dice: “No te es lícito”.
· Podríamos insistir que tenemos derecho a cambiar de idea, y estar con otra persona si queremos, pues es nuestra vida. Pero Dios dice: “No te es lícito”.
· Podríamos hacer toda clase de excusas y razonamientos, pero Dios dice: “No te es lícito”.
Nuestro Señor declaró Su voluntad: “Lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” (Mt. 19:6). Es un mandamiento de Cristo, y señala una verdad muy importante. El matrimonio es un compromiso hasta la muerte. Es algo muy serio, y son votos ante Dios para toda la vida. Números 30:2 manda que si ligamos nuestra alma con voto y obligación a Jehová, hay que cumplirla.
No hay que contraer matrimonio de forma caprichosa o liviana. El voto matrimonial permanece pese a las circunstancias en la vida. Romperlo solo resultará en tragedia, no en bendición. Debemos comprender que es una unión que dura toda la vida. Puede que los hombres reconozcan una disolución de votos, pero Dios no. Divorciarse no es una opción para salir de unas circunstancias desagradables. Dios no permite que salgas así de tus errores y pecados. Hay que casarse en el temor de Dios, con sobriedad, y solamente según Su Palabra y voluntad, no por mero enamoramiento ni por presiones sociales.
Herodes y Herodías eran adúlteros y su unión era ilícita aunque los hombres la habían facilitado y reconocido. Al pecador le duele saber su pecado, porque ofende su orgullo, y cuánto más si es una persona de poder e influencia. Pero grandes y pequeños comparecerán ante Dios para ser juzgados.
“Mas el que comete adulterio es falto de entendimiento;
corrompe su alma el que tal hace.
Heridas y vergüenza hallará,
y su afrenta nunca será borrada”.
Proverbios 6:32-33
traducido y adaptado del libro John The Baptist, Friend of the Bridegroom (“Juan el Bautista, Amigo del Novio”), por R. H. Sykes (1916-2014) misionero a Angola, Publicaciones Cotidianas, Port Colborne, Canadá
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ENFRENTANDO LA VERDAD
William MacDonald
Espiritualmente hablando, estamos en una condición alarmante. Enterarse de la situación de muchas asambleas es como escuchar malas noticias; y se va deteriorando cada vez más.
Han surgido casos escandalosos de inmoralidad, aun de ancianos y obreros en las asambleas. Por supuesto, esas noticias no salen en revistas de edificación cristiana ni en informes sobre la obra. Ahí solo hay luz y bendición — todo positivo. En lugar de lamentar el pecado y aplicar la disciplina bíblica, han encubierto esos pecados para no dañar la reputación de algunos y así dejarles seguir en su ministerio. Queridos hermanos, nos hemos envanecido, y no hemos lamentado la condición triste de las iglesias (1 Co. 5:2). Hablamos de misericordia cuando tendríamos que hablar de santidad y justicia.
Hay una falta abismal en la enseñanza y práctica de la disciplina bíblica, la cual el Señor nos ha dado para la santidad de la iglesia. Casi todo es consentido bajo el lema del amor, o diciendo que nadie es perfecto. Hemos preferido el análisis psicológico en lugar de la disciplina. Si realmente queremos ser neotestamentarios, debemos ceñirnos a la Palabra del Señor.
Y cuando ha habido disciplina, salen de una iglesia y van a otras que reciben a los disciplinados. Hay adúlteros que cambian de país e iglesia y actúan como ancianos, como si nunca pasó nada. En vez de respetar y apoyar la asamblea y demandar el arrepentimiento y la reconciliación, dan cobijo a los disciplinados y parecen contentos de tener a unos más en la congregación. Hay una arrogancia y un menosprecio tremendo de la disciplina de una asamblea. Circula la idea perversa entre nosotros que recibir a los disciplinados es ser misericordiosos. Así solo fortalecemos la independencia y rebelión que el ser humano tiene por naturaleza (Ef. 2:2-3).
Y eso no es todo. Nos hemos vuelto materialistas casi cien por cien: comprando, haciéndonos grandes edificios, casas de lujo y acumulando posesiones como si nuestro futuro estuviera aquí en lugar de en el cielo. “¿Es para vosotros tiempo, para vosotros, de habitar en vuestras casas artesonadas...?” (Hag. 1:4). Tomando la piedad como fuente de ganancia nos hemos degradado, amando y haciendo culto al dinero. La codicia es idolatría, pero huyendo de la idolatría de los católico-romanos, hemos caído en la idolatría evangélica—la avaricia (Col. 3:5).
Tenemos orgullo del número de hombres exitosos en sus negocios que hay en nuestras iglesias, en lugar de tener un número así de hombres de Dios. El dinero ha llegado a ser nuestro amo. Hemos hecho más caso a las demandas del mundo de los negocios que a las demandas de Cristo. La empresa cuenta más con nosotros de lo que la iglesia puede contar. Nuestra condenación se encuentra en las palabras de Samuel Johnson: “La codicia del oro es algo sin sentimientos y sin remordimiento, y es la última corrupción del hombre degenerado”.
Nos hemos entregado a buscar renombre, respeto, aceptación, reconocimiento, admiración e importancia a los ojos de los demás—los del mundo. Sacrificamos todo para carreras y trabajos prestigiosos, casas prestigiosas y coches prestigiosos (“¡el coche del año!”). Y como si no fuera bastante todo esto, anhelamos con locura carreras prestigiosas para nuestros hijos, e invertimos todo preparándoles para tener éxito en el mundo.
La verdad es que en nuestro antojo loco de verles con éxito y cómodos en el mundo, les pasamos por el fuego del dios del materialismo en esta vida, y sufrirán las penas del infierno en la vida venidera.
Con demasiada frecuencia vivimos en doblez. Guardamos una fachada, la apariencia de piedad durante una o dos horas de reunión, pero en realidad no hay poder espiritual. En nuestros negocios hay sobornos, contratos a dedo y acuerdos a puerta cerrada. Hay ancianos que como hombres de negocio tienen dos juegos de libros para engañar a Hacienda y a la Seguridad Social. Consentimos condiciones ilegales de imigración, trabajo sin contrato, y formas innumerables de incumplir la ley y desobedecer el mandato bíblico: “Por causa del Señor someteos a toda institución humana” (l P. 2:13). En nuestras vidas personales hay frialdad espiritual, dejadez de la lectura de la Biblia y la oración diaria. Se pelean los matrimonios como perros y gatos, luego vienen todo sonrientes a la reunión. Pero en casa hay amargura, contención, lujuria, liviandad, chismeas, críticas, murmuraciones e impureza en los padres y también los jóvenes. Estamos viviendo una mentira. No honramos los votos matrimoniales hechos delante de Dios. Practicamos el divorcio y el nuevo matrimonio aunque el Señor lo llama adulterio (Lc. 16:18), y aun les reconocemos como ancianos o les damos ministerio en la iglesia.
Muchos de nuestros hijos se han ido de la iglesia aunque los llevábamos siempre a las reuniones y a los campamentos. Hicieron sus oraciones de “conversión” en su día y los bautizamos. Pero no queremos admitir ni que los demás sepan cuán baja es su condición espiritual. Les arruina el materialismo, la drogadicción, el alcoholismo, los placeres, la perversión sexual, y los amigos inconversos. No admitimos que son rebeldes o apóstatas, sino decimos que son hermanos apartados – una categoría extraña. Pero Tito 1:16 y 1 Juan 2:3-4 los describen bien. ¿Por qué ocurre esto con nuestros hijos? Es el fruto de nuestra permisividad y de como los educábamos, chupándoles el dedo, consintiéndolos su voluntad, dejándoles alimentarse de la tele y el internet, donde aprenden la mundanalidad. Pero, ¿nos quebrantamos ante el Señor, o seguimos resistiendo y negando que sea culpa nuestra?
Y algunos siguen en la iglesia, pero creen falsas doctrinas como el calvinismo y la teología de la reforma, y ahí están, no solo consentidos sino que algunos tienen ministerio. Y así permitimos que leuden a la iglesia, pues “un poco de levadura leuda toda la masa” (1 Co. 5:6; Gá. 5:9). Para nuestro daño y perjuicio ignoramos la exhortación apostólica: “Limpiaos, pues, de la vieja levadura” (1 Co. 5:7). ¡Nos creemos más sabios y más misericordiosos que Dios!
Como padres no hemos dado ejemplo de espiritualidad, sino de mundanalidad. Antes no había tele en casas de creyentes, pero ahora se ha metido y con ella ha entrado el mundo. Es la droga electrónica, la “caja tonta” cuyo ojo de vidrio nunca parpadea. Al que todavía no la tiene, intentan regalarle una para que sea como ellos, contaminado y callado. Las noticias, los informes políticos, los concursos, las pelis, los deportes y mucho más. Ahora amamos los deleites más que a Dios (2 Ti. 3:4), pero no queremos confesarlo sino justificarlo. Decimos que nos hemos madurado y ahora sabemos que no es problema tener una tele. Se nos olvida Colosenses 3:1-4.
Otro pecado nuestro es falta de interés en la oración. No oramos mucho en casa, y resulta que tampoco en las iglesias. Las hay que ahora ni siquiera se reúnen para orar. Pero en otras asambleas la reunión de oración es la que menos asistencia tiene. El domingo están todos para la santa cena — como los católicos que van a la misa, para cumplir con Dios, pero esas personas no aparecen para orar. De ahí la pobreza y la debilidad espiritual. En nuestra afluencia autosuficiencia no sentimos la necesidad urgente de la oración. Sin embargo, Pedro aconseja: “Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en oración” (1 P. 4:7).
Otro error nuestro es que hemos cedido a las presiones del feminismo. La Biblia marca muy bien cuál es el lugar y ministerio de la mujer creyente. No toma parte audible en las reuniones porque está apostólicamente prohibido. Pero las asambleas han ido cambiando durante los últimos 30 o 40 años, y ahora las mujeres se han vuelto protagonistas por no decir bravas. Quieren quitar el velo, símbolo de autoridad. Quieren hablar en las congregaciones cuando Dios les manda callarse. Quieren enseñar que Dios dice que no les es permitido. Quieren predicar y tener sus estudios y conferencias, aunque no hay ninguna actividad así en la Biblia. No quieren estar sujetas. Quieren llevar pantalones y joyas y pelo corto como las del mundo. No son como aquellas santas mujeres de Dios (1 P. 3:5) que en otro tiempo eran humildes, piadosas y reverentes. Ellas han fallado, pero los varones también, porque parece que hay vergüenza de enseñar e insistir en lo que la Biblia enseña. ¿Dónde están los varones de Dios que se levantarán y contenderán ardientemente por la fe? (Jud. 3). Cada vez los hombres guardan más silencio y las mujeres hablan y dirigen más. Como bien dijo hace años un misionero inglés en una conferencia en Barcelona: “Damos pena”, y “no me invitéis más”.
Han cambiado mucho las asambleas en los últimos 50 años, pero no para mejor, no para ser más bíblicas. Hoy algunas se parecen iglesias pentecostales, porque imitan los cultos de ellos, con conciertos, cantantes, y gritos de aleluya y amén con las manos arriba. En un lugar la asamblea vendió su local a los pentecostales y se unieron a ellos. Estas cosas pasan porque han heredado el liderazgo hombres que carecen de convicciones bíblicas.
Y por último, da pena nuestro orgullo y falta de arrepentimiento. En lugar de enfrentar y admitir nuestra condición pobre, disimulamos, encubrimos, o lo disculpamos con palabras como “enfermedad”, “problema”, “inmadurez”, “discrepancia” o “debilidad”. Algunos hablan de libertad. ¡¿Libertad para pecar?! Debemos usar términos bíblicos, como los profetas y apóstoles de nuestro Señor. Al pan pan y al vino vino. No queremos juzgar el mal—sólo queremos juzgar diciendo que estamos bien y que hacemos bien. Y en vez de llamar e insistir en el arrepentimiento, pensamos que con el tiempo se sanan o se autocorrigen las cosas.
Pero, ¿es verdad que el tiempo hace esto? ¿Pensamos que ahora podemos escapar sin castigo divino, después de todo? Dios dijo a Israel: “A vosotros solamente he conocido... por tanto, os castigaré por todas vuestras maldades” (Am. 3:2). Hay aplicación para la iglesia. Dios castiga a los Suyos, pero no a los bastardos. Ahora bien ¿no es que ahora segamos lo que antes sembramos? Gálatas 6:7 dice que no nos engañemos: “Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”.
¿Qué diremos de nuestros hogares, nuestras familias arruinadas por las peleas, las separaciones y el divorcio? ¿Qué diremos de las lágrimas que caen tanto de los padres como de los hijos, como resultado de semejante ruina? Y son esos padres e hijos que vienen a la mesa del Señor cada domingo con esas mismas lágrimas (véase Mal. 2:13).
¿Cuándo nos daremos cuenta de que Dios nos está hablando por medio de las enfermedades y las tragedias que experimentamos? (1 Co. 11:30) Es verdad que siempre hay alguna que otra enfermedad o tragedia en esta vida, pero cuando acontecen con una frecuencia anormal, ¿no debemos ser sensibles a esto? El Señor usa estas cosas para llamarnos la atención.
Piensa en el número de creyentes que gastan una pequeña fortuna en tratamientos psicológicos y psiquiátricos... cosas que antes hacían solo los que no tienen a Dios. Hemos psicologizado a las asambleas. Es verdad que siempre ha habido, hay, y habrá problemas de nervios y de emociones. Pero hay más problemas de este tipo ahora que nunca. Tal vez Dios nos está hablando. Nunca antes en la historia ha recurrido la iglesia a una filosofía tan anticristiana y antibíblica. Hemos perdido el norte.
Nuestro desliz espiritual tiene otras consecuencias también. Muchos de nuestros hijos aborrecen a sus padres y sólo anhelan estar muy lejos de ellos. ¿Afecto natural? ¡Ni hablar! Y en cuanto a la oración—los cielos son como bronce—y nuestras oraciones prefabricadas, llenas de repeticiones, refranes y frases hechas no traen alivio. Casi hemos vuelto a rezar... siempre las mismas palabras en el mismo orden. Dios ha perforado nuestra bolsa con agujeros; trabajamos y ahorramos pero nunca parece que haya suficiente. No ofrendamos con liberalidad al Señor, ni tan siquiera damos una décima parte, así que al final la tenemos que dar al médico, al dentista y al mecánico.
Sufrimos hambre de la Palabra de Dios. Al ministerio le falta unción. Con demasiada frecuencia lo que oímos es un repaso de lo obvio. Aun los predicadores más conservadores y fuertes hablan generalidades sobre el pecado, olvidándose de la trompeta de Isaías 58:1. Ya tiene orín aquella trompeta. Pocos quieren poner el dedo en la llaga. Sanan la herida de la hija de mi pueblo con liviandad, prometiendo paz (Jer. 6:14). Rara vez notamos la presencia del Espíritu de Dios en las predicaciones—hablándonos con poder y convicción. En otras palabras, nos alimentamos de papilla. No tienen toda la culpa los predicadores, pues puede ser un juicio de Dios sobre nosotros porque no queremos sufrir la sana doctrina (2 Ti. 4:3).
La cena del Señor no se parece un culto de memoria y de adoración. Los silencios largos son fruto de nuestra larga ocupación con el deporte y el televisor. Pedimos himnos que nada tienen que ver con el Señor y Su muerte que supuestamente estamos anunciando.
Quitamos la reunión del evangelio diciendo que es difícil venir o que la gente no vendrá. Pasan años sin la conversión de una sola persona. Y quitamos la reunión de oración porque es difícil venir entresemana. Solo hacemos lo que es fácil o cómodo.
Si no podemos ver que Dios nos habla y nos amonesta por medio de todo esto, ¿qué más puede El hacer para despertarnos? Somos como los de Isaías 1, heridos desde la planta del pie hasta la cabeza, pero duros y lentos para reconocer que Dios nos habla.
“¡Oh gente pecadora, pueblo cargado de maldad, generación de malignos, hijos depravados! Dejaron a Jehová, provocaron a ira al Santo de Israel, se volvieron atrás. ¿Por qué querréis ser castigados aún? ¿Todavía os rebelaréis? Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite. Vuestra tierra está destruida, vuestras ciudades puestas a fuego, vuestra tierra delante de vosotros comida por extranjeros, y asolada como asolamiento de extraños. Y queda la hija de Sión como enramada en viña, y como cabaña en melonar, como ciudad asolada” (Is. 1:4-8).
¡Necesitamos que algún profeta, algún hombre de Dios nos llame la atención y nos guíe al arrepentimiento! Esta es la necesidad actual —EL ARREPENTIMIENTO—el quebrarnos al pie de la cruz del Señor Jesucristo y hacer salir de nuestras bocas la confesión que tarda tanto en salir: “Hemos pecado” y “Yo he pecado”.
Necesitamos arrepentirnos en nuestras vidas personales—confesando y apartándonos de todos los pecados que hemos cometido y que nos han llevado a este desierto espiritual. Necesitamos corregir y “remendar” los daños que nos han hecho las querellas y los pleitos, pidiendo humildemente (no exigiendo) el perdón a quienes hemos hecho mal. No digamos cosas como: “si te he ofendido en algo”— pues eso no es reconocer y confesar el mal.
También hermanos, necesitamos arrepentirnos como asambleas – congregaciones enteras. Nunca en la memoria nuestra ha sido convocada una reunión con el propósito de arrepentirnos y expresarlo públicamente. Porque somos duros y orgullosos. Apenas se oye una confesión pública, como asamblea, de pecado, pero necesitamos hacerlo. Nos urge.
Ha llegado la hora para moverse un verdadero liderazgo espiritual—hombres de Dios que nos llaman a arrodillamos y arrepentirnos antes de que caiga la ira de Dios sobre nosotros en castigo. ¿No crees que es posible sentir la ira de Dios como cristiano? Te equivocas. Romanos 11:21 dice: “Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará”.
Debemos comer la ofrenda por el pecado como Daniel hizo (Dn. 9:5), haciendo nuestros los pecados de nuestros hermanos y la asamblea. Debemos asirnos de la promesa de Dios en 2 Crónicas 7:14,
“Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra”.
Ya es hora de buscar al Señor. El nos llama a través de la voz del profeta Oseas:
“Vuelve, oh Israel, a Jehová tu Dios; porque por tu pecado has caído. Llevad con vosotros palabras de súplica, y volved a Jehová, y decidle: Quita toda iniquidad, y acepta el bien, y te ofreceremos la ofrenda de nuestros labios” (Os. 14:1-2).
Hemos sido un pueblo orgulloso, jactándonos de nuestros evangelistas, de nuestros maestros de renombre, de nuestros locales y por poco caemos en el error de pensar que como celebramos la Cena del Señor cada domingo, ningún mal nos puede venir. En Jeremías 7-10 el Señor tuvo que desengañar a Su pueblo de aquel entonces de esta idea. Léelo y verás – El Sermón del Templo.
Nuestra humildad ha sido fingida, de fachada. Casi diría que ha sido para que los demás digan qué humildes que somos, porque nos hemos creído superiores a ellos. Si tenemos más luz y sabemos una mejor doctrina, ¿de qué nos ha aprovechado? No andamos en ella. Solo aumentamos el juicio que comenzará por la casa de Dios (1 P. 4:17). Pero el Señor ha arruinado nuestro orgullo. Ojalá nos diéramos cuenta—nuestra aureola está rota.
¡Sólo hay una esperanza! Hay que volver al Señor (Is. 31:6). “Reconoce, pues, tu maldad” (Jer. 3:13). “Convertíos, hijos rebeldes, dice Jehová, porque yo soy vuestro esposo” (Jer. 3:14). “¡Vuélvete a mí!, dice Jehová” (Jer. 3:1). La otra opción es la de la iglesia de Laodicea – ser vomitado de la boca del Señor.
El camino que lleva al avivamiento y a la bendición divina es el de confesar la verdad reveladora de nuestra condición, corregir y restituir lo que hemos hecho mal, apartamos de nuestros pecados, e ir a la presencia de nuestro Dios para que nos sane y nos bendiga. Debemos tomar en serio nuestro problema grave: la condición perdida del mundo y la impotencia de la iglesia.
“El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia. Bienaventurado el hombre que siempre teme a Dios; mas el que endurece su corazón caerá en el mal” (Pr. 28:13-14).
William MacDonald, alarmado por las condiciones en las asambleas, escribió esto en la década de 1960, pero parece que es para hoy, pues nada han mejorado en los últimos 50 años. Traducido y actualizado con permiso.
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