PREPARA A LOS HERMANOS
William MacDonald
“A fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio” (Efesios 4:12).
Aquí tenemos una perspectiva revolucionaria del futuro.
Los dones que se mencionan en Efesios 4 son dados para perfeccionar a
los santos para la obra del ministerio. Tan pronto como los santos
puedan ejercerlo, el don podía avanzar.
Esto quiere decir que el éxito en la obra cristiana consiste en realizar el trabajo en el tiempo más corto posible. Después hay que buscar nuevos mundos por conquistar.
Así lo hizo Pablo. Por ejemplo, fue a Tesalónica, predicó a los judíos por tres sábados y dejó tras sí una congregación funcionando. Pablo rompió el récord en lo que respecta a la velocidad con la que estableció esta obra y no cabe duda de que se trató de una excepción. El tiempo más largo que Pablo pasó predicando en un lugar, al parecer, fue de dos años; esto sucedió en Éfeso.
Dios no ha dispuesto que Sus santos dependan perpetuamente de cualquiera de los dones mencionados. Los dones son prescindibles. Si los santos pasaran el tiempo escuchando sermones solamente, nunca se comprometerían en la obra del servicio ni se desarrollarían espiritualmente lo suficiente y el mundo no podría ser evangelizado de la manera en que Dios se lo ha propuesto.
William Dillon decía que un misionero extranjero de éxito jamás tiene un sucesor extranjero. Esto es verdad también en lo que respecta a los obreros en su tierra natal, cuando la tarea de un obrero llega a su fin, los santos deben tomar su lugar y no comenzar a buscar a otro predicador.
Con mucha frecuencia los predicadores vemos nuestro cargo y función como algo para toda la vida. Pensamos que nadie podría hacer la obra tan bien como nosotros. Justificamos nuestra permanencia porque imaginamos que si nos marcháramos la comunidad se desalentaría y vendría a menos. Nos quejamos de que otros no pueden hacer las cosas como se debe y que no son de fiar. Pero el hecho es que deben aprender y para eso hay que darles la oportunidad. Tenemos que entrenarles, delegar responsabilidades y después evaluar el progreso.
Cuando los santos llegan al punto donde creen que pueden continuar sin la ayuda de un predicador especial o maestro, no hay razón para estar malhumorados o guardar resentimiento. Más bien debe ser motivo de celebración. El obrero queda en libertad para ir a donde más se le necesita.
No está bien que la obra de Dios se construya y dependa permanentemente de un hombre, no importa cuán dotado esté para el ministerio. Su meta principal debe ser multiplicar su eficacia edificando a los santos hasta donde ya no necesitan de él. En un mundo como el nuestro donde hay tantos lugares en los que su presencia es importante, es imperativo que continúe trabajando en la obra del Señor y para Su gloria.
Esto quiere decir que el éxito en la obra cristiana consiste en realizar el trabajo en el tiempo más corto posible. Después hay que buscar nuevos mundos por conquistar.
Así lo hizo Pablo. Por ejemplo, fue a Tesalónica, predicó a los judíos por tres sábados y dejó tras sí una congregación funcionando. Pablo rompió el récord en lo que respecta a la velocidad con la que estableció esta obra y no cabe duda de que se trató de una excepción. El tiempo más largo que Pablo pasó predicando en un lugar, al parecer, fue de dos años; esto sucedió en Éfeso.
Dios no ha dispuesto que Sus santos dependan perpetuamente de cualquiera de los dones mencionados. Los dones son prescindibles. Si los santos pasaran el tiempo escuchando sermones solamente, nunca se comprometerían en la obra del servicio ni se desarrollarían espiritualmente lo suficiente y el mundo no podría ser evangelizado de la manera en que Dios se lo ha propuesto.
William Dillon decía que un misionero extranjero de éxito jamás tiene un sucesor extranjero. Esto es verdad también en lo que respecta a los obreros en su tierra natal, cuando la tarea de un obrero llega a su fin, los santos deben tomar su lugar y no comenzar a buscar a otro predicador.
Con mucha frecuencia los predicadores vemos nuestro cargo y función como algo para toda la vida. Pensamos que nadie podría hacer la obra tan bien como nosotros. Justificamos nuestra permanencia porque imaginamos que si nos marcháramos la comunidad se desalentaría y vendría a menos. Nos quejamos de que otros no pueden hacer las cosas como se debe y que no son de fiar. Pero el hecho es que deben aprender y para eso hay que darles la oportunidad. Tenemos que entrenarles, delegar responsabilidades y después evaluar el progreso.
Cuando los santos llegan al punto donde creen que pueden continuar sin la ayuda de un predicador especial o maestro, no hay razón para estar malhumorados o guardar resentimiento. Más bien debe ser motivo de celebración. El obrero queda en libertad para ir a donde más se le necesita.
No está bien que la obra de Dios se construya y dependa permanentemente de un hombre, no importa cuán dotado esté para el ministerio. Su meta principal debe ser multiplicar su eficacia edificando a los santos hasta donde ya no necesitan de él. En un mundo como el nuestro donde hay tantos lugares en los que su presencia es importante, es imperativo que continúe trabajando en la obra del Señor y para Su gloria.
de su libro DE DÍA EN DÍA, (CLIE) lectura para el 22 de febrero
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¡Qué Desperdicio!
"Bueno le es al hombre llevar el yugo desde su juventud" (Lam. 3:27).
Es triste ver en algunas iglesias la poca visión para el futuro que tienen los hermanos responsables. Es demasiado común la idea de que los jóvenes sólo deben asistir fielmente a las reuniones, y esperar hasta que fallezcan los ancianos para luego tener oportunidad para servir. Pero, si pasan los años así, cuando llegue la oportunidad habrán echado a perder los años de jóven adulto que son tan útiles para servir. Habrán dado sus fuerzas y talentos a otras cosas. Parece que todo el mundo reconoce la importancia de entrenar y adiestrar a los jóvenes para servir, excepto en iglesias donde algunos se ocupan de mantenerlos sentados sin hacer nada. Es una gran pérdida de un recurso que Dios ha dado, y seguramente el Señor juzgará ese desperdicio de recursos y oportunidades en el tribunal de Cristo. Pablo tuvo a hombres jóvenes como Timoteo y Tito a su lado y aprendieron a servir. En su juventud esos hombres llevaron más responsabilidad e hicieron más trabajo que algunos con dos o tres veces más años. Si no estás discipulando a un joven, estás desperdiciando un gran recurso, ¡una vida! El mundo quiere a los jóvenes. La mili los quiere, las escuelas los quiere, las impresas los quiere, y algo van a hacer más que sentarse toda la vida observando a otros. ¡Sin más demora, acojamos a los hermanos jóvenes para enseñarles personalmente y permitémosles servir al Señor. A nuestro lado, y con supervisión e instrucción, de acuerdo, ¡pero que aprendan y trabajen ya!
Carlos
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“Conquista la Voluntad del Niño”
Consejos de Susanna Wesley a su hijo Juan Wesley
Consejos de Susanna Wesley a su hijo Juan Wesley
Para formar la mente de los niños, la primera cosa que hacer es conquistar su voluntad y traerlos a una disposición obediente. Informar el entendimiento es un trabajo que requiere su tiempo, y con niños debe proceder lenta y gradualmente según puedan soportarlo. Pero la sujeción de la voluntad es algo que debe hacerse en seguida, y cuanto antes, mejor. Porque si descuidamos la corrección a tiempo, ellos contraerán una terquedad y obstinación que después a penas serán conquistadas, y nunca sin usar tal severidad que sería tan dolorosa a mí como al niño. En la estimación del mundo pasan por benignos e indulgentes aquellos a quienes yo llamo padres crueles, que permiten que sus hijos formen hábitos los cuales ellos saben que después tendrán que ser quebrantados. Además, algunos son tan neciamente dispuestos como para enseñar en broma a sus hijos a hacer cosas que más tarde los castigarán severamente si los hacen.
Cuando un niño es corregido, debe ser conquistado; y esto no será muy difícil si no se ha vuelto cabezón debido a demasiada permisividad. Y cuando la voluntad del niño es totalmente sojuzgada, y traída a reverenciar y respetar a sus padres, entonces puede evitarse muchas de sus tonterías e inadvertencias. Algunas inocentadas deberían ser pasadas por alto sin echarles cuenta, otros comportamientos incorrectos reprendidos suavemente, pero ninguna transgresión voluntariosa debe serles perdonado a los niños sin castigo, más o menos según la naturaleza y circunstancias de la ofensa.
Insisto en esto: hay que conquistar siempre la voluntad de los niños, porque es el único fundamento fuerte y razonable de una educación religiosa, y sin esto tanto precepto como ejemplo serán ineficaces. Pero cuando sea bien hecho, entonces el niño es capaz de ser gobernado por la razón y piedad de sus padres, hasta que su propia comprensión llegue a la madurez y los principios de la religión se arraiguen en su mente.
Aún no puedo despedir este tema. Debido a que la voluntad propia es la raíz de todo pecado y miseria, cualquier cosa que favorezca o nutra esta voluntad en los niños asegura su mal estar y falta de piedad en el futuro. Lo que sirva para parar y hacer morir la voluntad propia también promueve su futura alegría y piedad. Esto está todavía más claro si consideramos además que la religión no es otra cosa que hacer la voluntad de Dios y no la nuestra. El gran impedimento singular a nuestra felicidad temporal y eterna es esta voluntad propia, así que ninguna indulgencia de ella puede ser trivial, y ninguna negación de ella carece de beneficio. El cielo y el infierno dependen sólo de esto. Por esto, el padre o la madre que estudia sojuzgarla en sus hijos, colabora con Dios en la renovación y salvación de un alma. Los padres que tratan con permisividad e indulgencia a sus hijos hace el trabajo del diablo, hacen impracticable la religión, inaccesible la salvación, y hacen todo lo posible para condenar para siempre a sus hijos, alma y cuerpo.
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Susanna Wesley tuvo 19 hijos, de los cuales son Juan y Carlos a quienes conocemos como predicadores del evangelio y compositores de himnos. Ella escribió estas y muchas otras instrucciones a su hijo Juan, las cuales aparecen en el libro The Journal of John Wesley (“El Diario de John Wesley”), Moody Press.
Cuando un niño es corregido, debe ser conquistado; y esto no será muy difícil si no se ha vuelto cabezón debido a demasiada permisividad. Y cuando la voluntad del niño es totalmente sojuzgada, y traída a reverenciar y respetar a sus padres, entonces puede evitarse muchas de sus tonterías e inadvertencias. Algunas inocentadas deberían ser pasadas por alto sin echarles cuenta, otros comportamientos incorrectos reprendidos suavemente, pero ninguna transgresión voluntariosa debe serles perdonado a los niños sin castigo, más o menos según la naturaleza y circunstancias de la ofensa.
Insisto en esto: hay que conquistar siempre la voluntad de los niños, porque es el único fundamento fuerte y razonable de una educación religiosa, y sin esto tanto precepto como ejemplo serán ineficaces. Pero cuando sea bien hecho, entonces el niño es capaz de ser gobernado por la razón y piedad de sus padres, hasta que su propia comprensión llegue a la madurez y los principios de la religión se arraiguen en su mente.
Aún no puedo despedir este tema. Debido a que la voluntad propia es la raíz de todo pecado y miseria, cualquier cosa que favorezca o nutra esta voluntad en los niños asegura su mal estar y falta de piedad en el futuro. Lo que sirva para parar y hacer morir la voluntad propia también promueve su futura alegría y piedad. Esto está todavía más claro si consideramos además que la religión no es otra cosa que hacer la voluntad de Dios y no la nuestra. El gran impedimento singular a nuestra felicidad temporal y eterna es esta voluntad propia, así que ninguna indulgencia de ella puede ser trivial, y ninguna negación de ella carece de beneficio. El cielo y el infierno dependen sólo de esto. Por esto, el padre o la madre que estudia sojuzgarla en sus hijos, colabora con Dios en la renovación y salvación de un alma. Los padres que tratan con permisividad e indulgencia a sus hijos hace el trabajo del diablo, hacen impracticable la religión, inaccesible la salvación, y hacen todo lo posible para condenar para siempre a sus hijos, alma y cuerpo.
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Susanna Wesley tuvo 19 hijos, de los cuales son Juan y Carlos a quienes conocemos como predicadores del evangelio y compositores de himnos. Ella escribió estas y muchas otras instrucciones a su hijo Juan, las cuales aparecen en el libro The Journal of John Wesley (“El Diario de John Wesley”), Moody Press.
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"El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige" (Pr. 13:24). "Corrige a tu hijo, y te dará descanso, y dará alegría a tu alma" (Pr. 29:17).
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El Consejo de María
Proverbios 11:22 dice: “Como anillo de oro en el hocico de un cerdo es la mujer hermosa que carece de discreción” (BAS). La palabra "discreta" se define así: “tener o mostrar discernimiento o buen juicio en la conducta, y especialmente en el habla”. Algunos sinónimos son: prudente, sensata, y modesta.
La mujer piadosa debe ser prudente y sensible en su manera de hablar. Hay casadas que no sólo influyen para mal a sus maridos (manipulándolos con comentarios en privado), sino que también arruinan iglesias porque no guardan sus lenguas. Alguien dijo: “Cuidado con la lengua – es un lugar resbaladizo donde es fácil caerse”. Es un buen consejo para todos. La discreción nos lleva a pensar en lo que es o no es apropiado decir, y somete nuestra lengua al control del Espíritu Santo. La mujer discreta debe desechar todo chismorreo, incluso lo que se suele compartir “para orar”– una excusa favorita. Es mejor guardar silencio que pecar con los labios. El Salmo 141:3-4 debe ser una oración diaria: “Pon guarda a mi boca, oh Jehová; guarda la puerta de mis labios. No dejes que se incline mi corazón a cosa mala, a hacer obras impías con los que hacen iniquidad; y no coma yo de sus deleites”. Es mejor guardar los labios que pintarlos.
La mujer discreta no domina la conversación; no es liviana, irreverente ni insana en su hablar. No es malo tener un sentido de humor, pero no es una payasa ni coqueta, ni se comporta de ninguna manera que llame la atención sobre ella misma, especialmente con los hombres. Las solteras deben tener especial cuidado de no usar la conversación para coquetear ni para llamar o mantener la atención de los solteros. El mundo enseña lo contrario, pero la mujer piadosa no es del mundo. Si ocurre algo gracioso o humorístico, la mujer discreta sabe reírse sin cacarear haciendo que todas las miradas se dirijan a ella. Sabe guardar silencio prudentemente cuando conviene, y no necesita divulgar siempre sus opiniones y sentimientos. No es una habladora compulsiva. Ella recuerda que Dios estima el espíritu manso y apacible. Si es discreta reconoce qué conducta es apropiada para ella.
Si es verdaderamente una discípula del Señor, acepta la enseñanza de 1 Timoteo 2:9-10 para su propia vida:
“Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad”.
Dios nos enseña también acerca de las “cosas externas”, como por ejemplo, la forma de vestir. Para la mujer que profesa piedad, no sirve cualquier cosa, ni se preocupa mucho por la moda. Claro que se preocupa por cosas como los peinados, la ropa, los adornos y el comportamiento, porque el Señor habla de todas estas cosas en Su Palabra. Dios informa que el cabello largo de una mujer es su gloria (1 Co. 11:15, gr. doxa). La mujer piadosa, por eso, rechaza los estilos modernos de pelo corto. El oro, las perlas, los vestidos costosos, y los peinados de moda no son para ella, pues sabe que todo esto viene del mundo que es enemigo de Dios, y no corresponde a una mujer que profesa piedad. Las joyas, el maquillaje, el tinte de pelo, y toda esta clase de adornos externos para aumentar la atracción física o visual en público, no son las preocupaciones de la mujer piadosa. Desafortunadamente la mundanalidad ha entrado en muchas congregaciones – es síntoma de los postreros tiempos. Oimos decir que todo esto es mera ocupación con lo externo, y suelen invocar la palabra: “legalismo”, pero es un error típico de la mente liberal. Parece que se les olvida que es Dios quien se tomó la molestia de dar esa clase de instrucciones en Su Palabra. El decoro, el pudor, la modestia y la sencillez en el porte y el vestir deben marcar la mujer que profesa ser creyente.
La mujer discreta se da cuenta de ciertas cosas. Primero, reconoce que es inconsistente moral y espiritualmente que una mujer que profesa ser creyente se adorne con joyas, y con vestidos y peinados costosos y ostentosos, porque el Señor Jesucristo, siendo rico se hizo pobre (2 Co. 8:9). Segundo, ya que quiere ser modesta y discreta, no desea que los hombres se recreen mirándola y pensando en lo atractiva que es externamente. Aparte de la belleza natural dada por Dios, lo que el hombre espiritual aprecia es el carácter piadoso de la mujer, y su espiritualidad, que es lo que enfatiza el Señor. Tercero, ella quiere ser honesta consigo misma y con los demás – no quiere vivir de fachada. Por ejemplo, si su pelo no es rubio, ¿por qué teñirlo y hacerse pasar por rubia? Si por la edad tiene canas, no se vuelve vanidosa intentando ocultarlas, pues la honra de los ancianos es sus canas (Pr. 20:29 BAS). ¿Por qué estar insatisfecha con el color que Dios ha elegido? Si no tiene los ojos azules, ¿por qué llevar lentes de contacto de color para cambiarlos? Si no tiene las pestañas largas, ni las uñas brillantes, ¿por qué pintarlas y hacer que parezcan algo que realmente no son? ¿No es esto ser falsa? Debería preguntarse si es allí donde quiere que los demás se fijen, y si quiere que la gente piense que ella es alguien que realmente no es. La Biblia dice que la piedad acompañada de contentamiento es gran ganancia.
La mujer discreta y sabia reconoce que la ropa modesta le conviene. No anda liada con la última moda. El mundo considera anticuado el vestido o falda, y promueve el uso de pantalones, como los hombres, y el estilo unisex. Pero la mujer piadosa se deja guiar por Dios, no por el mundo ni su propia carne. No teme ser diferente para agradar a Dios. En cuanto a las solteras creyentes, hermanas, la discreción no es sólo para las casadas. No hay licencia de usar el modo de vestir para exponer el cuerpo ni llamar la atención a vosotras mismas ni agradar el ojo de los chicos. Recordad que Dios dio la ropa a los seres humanos para cubrir el cuerpo. Pensad: ¿Qué clase de hombre queréis, carnal o espiritual? ¿Queréis hacer que los hombres, al veros, os codicien más fácilmente? Esto no es el proceder de la mujer piadosa. ¿Les invitas a mirarte y pensar en tu cuerpo? Así es el propósito muchas veces de la mujer del mundo, pero eso no agrada al Señor. Por ejemplo, las faldas cortas que no cubre las rodillas cuando estás sentada, y cortes de blusas que exponen en lugar de cubrir, son cosas que una mujer piadosa y discreta desea evitar. La discreción le ayuda a rehusar la ropa muy ajustada que acentúa el cuerpo, y los estilos llamativos, porque desea ser casta y modesta para agradar a Dios. Su intención no es que su cuerpo sea el punto de atracción. Su apariencia y comportamiento son importantes a Dios. Son parte de la piedad y le separan de las mujeres del mundo. Y si Dios le ha dado hijas, la mujer piadosa y discreta se esfuerza para enseñarles la sencillez, la modestia y la discreción en la ropa y en el comportamiento, y no es indulgente ni permisiva porque las cría para Dios, no para el mundo.
El mundo enseña que hay que dejar a los jóvenes hacer lo que les parece. Bueno, así piensa y habla el mundo, y el príncipe del mundo: el diablo. Pero en la Biblia Dios nos enseña de otra manera. La discreción y la piedad son de gran valor ante Dios, y deben ser practicadas y enseñadas en el hogar y en la iglesia. “Cuando la sabiduría entrare en tu corazón...la discreción te guardará” (Pr. 2:110-12).
Dt. 22:5 “No vestirá la mujer traje de hombre, ni el hombre vestirá ropa de mujer, porque abominación es a Jehová tu Dios...”
Ro. 6:12-13 “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad...”
Ro. 12:1 “...que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios...”
1 Co. 6:19-20 “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo... glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo...”
1 Co. 7:34 “...La doncella tiene cuidado de las cosas del Señor, para ser santa así en cuerpo como en espíritu”
Fil. 1:20 “...será magnificado Cristo en mi cuerpo...”
1 Ti. 2:9-10 “Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad”.
1 P. 3:3 “Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos”
Considera también:
2 Reyes 9:30; Proverbios 7:10; Isaías 3:18-23;
Jeremías 2:32-33, 4:30; Ezequiel 23:40
En el Evangelio según S. Juan leemos de la fiesta de boda en Caná de Galilea. Allí María enfatizó la importancia de Jesús, su Hijo, y de Sus palabras. Observando que se había acabado el vino, y que ella misma no podía hacer nada, lo dijo a Jesús, al único que podía hacer algo. María, entonces, dio a los siervos un consejo, o bien podríamos decir, un mandamiento que todos debemos considerar. “Su madre dijo a los que servían: Haced todo lo que os dijere” (S. Juan 2:5).
Es la única vez en la Biblia que María da un consejo o mandamiento, y ciertamente todo católico romano, y sobre todo el que es devoto de María, debe hacer caso de sus palabras: “Haced todo lo que os dijere”. Puesto que todo buen católico romano tiene como meta y esperanza el ir al cielo, vamos a mirar en la Biblia para seguir el consejo de María: ver lo que Jesucristo dice, y hacerlo.
JESUCRISTO DIJO que Él es el único que puede ser nuestro Salvador, esto es, el único camino al cielo. “Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (S. Juan 14:6).
NO DIJO que confiáramos en santos, el Papa, la iglesia, ni siquiera en Su madre, María, para nuestra salvación. Como declaró el apóstol Pedro: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos de los Apóstoles 4:12).
Es la única vez en la Biblia que María da un consejo o mandamiento, y ciertamente todo católico romano, y sobre todo el que es devoto de María, debe hacer caso de sus palabras: “Haced todo lo que os dijere”. Puesto que todo buen católico romano tiene como meta y esperanza el ir al cielo, vamos a mirar en la Biblia para seguir el consejo de María: ver lo que Jesucristo dice, y hacerlo.
JESUCRISTO DIJO que Él es el único que puede ser nuestro Salvador, esto es, el único camino al cielo. “Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (S. Juan 14:6).
NO DIJO que confiáramos en santos, el Papa, la iglesia, ni siquiera en Su madre, María, para nuestra salvación. Como declaró el apóstol Pedro: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos de los Apóstoles 4:12).
JESUCRISTO DIJO que la fe en Él es la única clase de fe que nos puede salvar, esto es, que nos puede dar vida eterna. “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (S. Juan 3:36).
NO DIJO que sacrificios especiales, sacramentos o buenas obras sean necesarias para salvarnos. Como afirmó el apóstol Pablo: “Mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia” (Romanos 4:5).
NO DIJO que sacrificios especiales, sacramentos o buenas obras sean necesarias para salvarnos. Como afirmó el apóstol Pablo: “Mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia” (Romanos 4:5).
JESUCRISTO DIJO que vida eterna es la clase de vida que Él da. “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (S. Juan 5:24).
NO DIJO que fuera una vida temporal o condicional, que dependiera de nuestro comportamiento para no perderla. Al contrario, afirmó: “Y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (S. Juan 10:28)
NO DIJO que fuera una vida temporal o condicional, que dependiera de nuestro comportamiento para no perderla. Al contrario, afirmó: “Y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (S. Juan 10:28)
JESUCRISTO DIJO que las palabras de Dios son la única autoridad que debemos seguir. “El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero” (S. Juan 12:48).
NO DIJO que las tradiciones o los mandamientos de los hombres fueran otra Palabra Suya, ni aprobó que los hombres enseñaran sus palabras como si fuesen las de Jesús. “Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres...invalidando la palabra de Dios con vuestra tradición que habéis transmitido” (S. Marcos 7:7, 13).
Amigo lector, si realmente respetas a María y confias en lo que ella dijo, haz caso de su consejo acerca del Señor Jesucristo: “Haced todo lo que os dijere”.
NO DIJO que las tradiciones o los mandamientos de los hombres fueran otra Palabra Suya, ni aprobó que los hombres enseñaran sus palabras como si fuesen las de Jesús. “Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres...invalidando la palabra de Dios con vuestra tradición que habéis transmitido” (S. Marcos 7:7, 13).
Amigo lector, si realmente respetas a María y confias en lo que ella dijo, haz caso de su consejo acerca del Señor Jesucristo: “Haced todo lo que os dijere”.
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La Mujer Piadosa y Discreta
Proverbios 11:22 dice: “Como anillo de oro en el hocico de un cerdo es la mujer hermosa que carece de discreción” (BAS). La palabra "discreta" se define así: “tener o mostrar discernimiento o buen juicio en la conducta, y especialmente en el habla”. Algunos sinónimos son: prudente, sensata, y modesta.
La mujer piadosa debe ser prudente y sensible en su manera de hablar. Hay casadas que no sólo influyen para mal a sus maridos (manipulándolos con comentarios en privado), sino que también arruinan iglesias porque no guardan sus lenguas. Alguien dijo: “Cuidado con la lengua – es un lugar resbaladizo donde es fácil caerse”. Es un buen consejo para todos. La discreción nos lleva a pensar en lo que es o no es apropiado decir, y somete nuestra lengua al control del Espíritu Santo. La mujer discreta debe desechar todo chismorreo, incluso lo que se suele compartir “para orar”– una excusa favorita. Es mejor guardar silencio que pecar con los labios. El Salmo 141:3-4 debe ser una oración diaria: “Pon guarda a mi boca, oh Jehová; guarda la puerta de mis labios. No dejes que se incline mi corazón a cosa mala, a hacer obras impías con los que hacen iniquidad; y no coma yo de sus deleites”. Es mejor guardar los labios que pintarlos.
La mujer discreta no domina la conversación; no es liviana, irreverente ni insana en su hablar. No es malo tener un sentido de humor, pero no es una payasa ni coqueta, ni se comporta de ninguna manera que llame la atención sobre ella misma, especialmente con los hombres. Las solteras deben tener especial cuidado de no usar la conversación para coquetear ni para llamar o mantener la atención de los solteros. El mundo enseña lo contrario, pero la mujer piadosa no es del mundo. Si ocurre algo gracioso o humorístico, la mujer discreta sabe reírse sin cacarear haciendo que todas las miradas se dirijan a ella. Sabe guardar silencio prudentemente cuando conviene, y no necesita divulgar siempre sus opiniones y sentimientos. No es una habladora compulsiva. Ella recuerda que Dios estima el espíritu manso y apacible. Si es discreta reconoce qué conducta es apropiada para ella.
Si es verdaderamente una discípula del Señor, acepta la enseñanza de 1 Timoteo 2:9-10 para su propia vida:
“Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad”.
Dios nos enseña también acerca de las “cosas externas”, como por ejemplo, la forma de vestir. Para la mujer que profesa piedad, no sirve cualquier cosa, ni se preocupa mucho por la moda. Claro que se preocupa por cosas como los peinados, la ropa, los adornos y el comportamiento, porque el Señor habla de todas estas cosas en Su Palabra. Dios informa que el cabello largo de una mujer es su gloria (1 Co. 11:15, gr. doxa). La mujer piadosa, por eso, rechaza los estilos modernos de pelo corto. El oro, las perlas, los vestidos costosos, y los peinados de moda no son para ella, pues sabe que todo esto viene del mundo que es enemigo de Dios, y no corresponde a una mujer que profesa piedad. Las joyas, el maquillaje, el tinte de pelo, y toda esta clase de adornos externos para aumentar la atracción física o visual en público, no son las preocupaciones de la mujer piadosa. Desafortunadamente la mundanalidad ha entrado en muchas congregaciones – es síntoma de los postreros tiempos. Oimos decir que todo esto es mera ocupación con lo externo, y suelen invocar la palabra: “legalismo”, pero es un error típico de la mente liberal. Parece que se les olvida que es Dios quien se tomó la molestia de dar esa clase de instrucciones en Su Palabra. El decoro, el pudor, la modestia y la sencillez en el porte y el vestir deben marcar la mujer que profesa ser creyente.
La mujer discreta se da cuenta de ciertas cosas. Primero, reconoce que es inconsistente moral y espiritualmente que una mujer que profesa ser creyente se adorne con joyas, y con vestidos y peinados costosos y ostentosos, porque el Señor Jesucristo, siendo rico se hizo pobre (2 Co. 8:9). Segundo, ya que quiere ser modesta y discreta, no desea que los hombres se recreen mirándola y pensando en lo atractiva que es externamente. Aparte de la belleza natural dada por Dios, lo que el hombre espiritual aprecia es el carácter piadoso de la mujer, y su espiritualidad, que es lo que enfatiza el Señor. Tercero, ella quiere ser honesta consigo misma y con los demás – no quiere vivir de fachada. Por ejemplo, si su pelo no es rubio, ¿por qué teñirlo y hacerse pasar por rubia? Si por la edad tiene canas, no se vuelve vanidosa intentando ocultarlas, pues la honra de los ancianos es sus canas (Pr. 20:29 BAS). ¿Por qué estar insatisfecha con el color que Dios ha elegido? Si no tiene los ojos azules, ¿por qué llevar lentes de contacto de color para cambiarlos? Si no tiene las pestañas largas, ni las uñas brillantes, ¿por qué pintarlas y hacer que parezcan algo que realmente no son? ¿No es esto ser falsa? Debería preguntarse si es allí donde quiere que los demás se fijen, y si quiere que la gente piense que ella es alguien que realmente no es. La Biblia dice que la piedad acompañada de contentamiento es gran ganancia.
La mujer discreta y sabia reconoce que la ropa modesta le conviene. No anda liada con la última moda. El mundo considera anticuado el vestido o falda, y promueve el uso de pantalones, como los hombres, y el estilo unisex. Pero la mujer piadosa se deja guiar por Dios, no por el mundo ni su propia carne. No teme ser diferente para agradar a Dios. En cuanto a las solteras creyentes, hermanas, la discreción no es sólo para las casadas. No hay licencia de usar el modo de vestir para exponer el cuerpo ni llamar la atención a vosotras mismas ni agradar el ojo de los chicos. Recordad que Dios dio la ropa a los seres humanos para cubrir el cuerpo. Pensad: ¿Qué clase de hombre queréis, carnal o espiritual? ¿Queréis hacer que los hombres, al veros, os codicien más fácilmente? Esto no es el proceder de la mujer piadosa. ¿Les invitas a mirarte y pensar en tu cuerpo? Así es el propósito muchas veces de la mujer del mundo, pero eso no agrada al Señor. Por ejemplo, las faldas cortas que no cubre las rodillas cuando estás sentada, y cortes de blusas que exponen en lugar de cubrir, son cosas que una mujer piadosa y discreta desea evitar. La discreción le ayuda a rehusar la ropa muy ajustada que acentúa el cuerpo, y los estilos llamativos, porque desea ser casta y modesta para agradar a Dios. Su intención no es que su cuerpo sea el punto de atracción. Su apariencia y comportamiento son importantes a Dios. Son parte de la piedad y le separan de las mujeres del mundo. Y si Dios le ha dado hijas, la mujer piadosa y discreta se esfuerza para enseñarles la sencillez, la modestia y la discreción en la ropa y en el comportamiento, y no es indulgente ni permisiva porque las cría para Dios, no para el mundo.
El mundo enseña que hay que dejar a los jóvenes hacer lo que les parece. Bueno, así piensa y habla el mundo, y el príncipe del mundo: el diablo. Pero en la Biblia Dios nos enseña de otra manera. La discreción y la piedad son de gran valor ante Dios, y deben ser practicadas y enseñadas en el hogar y en la iglesia. “Cuando la sabiduría entrare en tu corazón...la discreción te guardará” (Pr. 2:110-12).
Carlos Tomás Knott
A DIOS LO EXTERNO
TAMBIÉN LE IMPORTA:
Dt. 22:5 “No vestirá la mujer traje de hombre, ni el hombre vestirá ropa de mujer, porque abominación es a Jehová tu Dios...”
Ro. 6:12-13 “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad...”
Ro. 12:1 “...que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios...”
1 Co. 6:19-20 “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo... glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo...”
1 Co. 7:34 “...La doncella tiene cuidado de las cosas del Señor, para ser santa así en cuerpo como en espíritu”
Fil. 1:20 “...será magnificado Cristo en mi cuerpo...”
1 Ti. 2:9-10 “Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad”.
1 P. 3:3 “Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos”
Considera también:
2 Reyes 9:30; Proverbios 7:10; Isaías 3:18-23;
Jeremías 2:32-33, 4:30; Ezequiel 23:40
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