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miércoles, 5 de noviembre de 2008

EN ESTO PENSAD -- Noviembre 2008

¡ESPERA!
“Los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas” (Isaías 40:31)

Pensemos en lo importante que es esperar en el Señor, y lo qué significa para nosotros en términos prácticos. Entiendo que la palabra “esperar” viene de una palabra hebrea (qavah) que significa, entre otras cosas, recoger y unir. Al investigarlo, me sorprendió aprender que este matiz de la palabra viene de la fábrica de hilos, cuando se van juntando los hilos para hacer la cuerda. Cuantos más hilos se unen, más fuerte la cuerda. ¿Hay una manera en que podemos aplicar esto a nuestra esperanza en el Señor? Como todos sabemos, la tendencia es desesperarnos, perder el ánimo y no perseverar cuando pasamos por pruebas y dificultades, o si llevamos mucho tiempo pidiendo algo al Señor sin ver respuesta. Pero Dios bendice a aquellos que esperan en Él.
Primero, hay que esperar en el Señor, no en otros. No pongamos los ojos en los hombres porque ellos pueden fallar, incluso los que quieren hacernos bien. Ningún hombre es omnipotente, ninguno tiene toda sabiduría ni sabe el futuro. Sólo Dios es digno de nuestra esperanza, y mirad lo que Dios promete en nuestro texto. Los que esperan en el Señor:

1. Tendrán nuevas fuerzas.
2. Levantarán alas como las águilas.
3. Correrán y no se cansarán.
4. Caminarán y no se fatigarán.

Además, en Isaías 49:23 leemos: “no se avergonzarán los que esperan en mí”. A veces nos desanimamos cuando oramos y no vemos la respuesta. Nos cansamos de orar, de ir a las reuniones de la iglesia, de leer la Biblia, etc. Seamos honestos, estas son cosas que pueden pasar a cualquiera de nosotros, lo sé porque me ha pasado a mí. Cuando la gente que no hace esto vive mejor, y tiene más que nosotros, podríamos decir: “¿De qué me sirve?”, como el salmista en el Salmo 73 que se desanimó viendo la buena vida de los impíos. Cualquier creyente puede perder el ánimo, y es por eso que Dios nos anima a esperar en Él.
Pero hay que reflexionar y tener una vista larga. Los impíos no están mejor, sino peor, porque van a la perdición. Su camino desemboca allí. Y los que esperamos en el Señor tendremos nuevas fuerzas. El Señor responderá y nos bendecirá a Su tiempo. Puede que tarde según nuestro criterio, pero no faltará, porque Él es fiel y ha prometido. Entonces diremos que valió la pena esperar en el Señor. Que el Señor nos ayude a pensar más en Él y Su fidelidad. Cada vez que surjan problemas o pruebas, atemos otro hilo de esperanza a la cuerda de la fe, porque el Señor bendecirá a los que esperan en Él.

de un estudio dado por L. B., el 17 de mayo, 2007

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"Il Bambino"

El predicador E. Stanley Jones entró en una de las grandes catedrales en Roma, y vio una estatua del niño Jesús: “Il Bambino”. La gente había colgado toda clase de joyas en el cuello de "Il Bambino". Después de ver esto, salió a las calles de Roma y allí vio las caras chupadas y pálidas de los niños hambrientos. Entonces, escribió esta reflexión: “Me gustaría saber si el Bambino disfrutaba sus joyas. Decidí que si el Bambino disfrutaba sus joyas, entonces yo no podía disfrutar más el pensar en el Bambino".
Y así es en muchas iglesias. Hemos tomado a Cristo y le hemos cubierto con joyas y riquezas, con frases como: “qué bueno ver a cristianos ricos”. Le hemos hecho el Dios que bendice nuestro materialismo, nuestro hedonismo. Esto es repudiar por completo las enseñanzas del Señor Jesucristo. ¿Por qué digo esto? Porque la gracia del Señor Jesucristo se ve en que Él, siendo rico, se hizo pobre. Cuando enseñaba a Sus discípulos, decía cosas como: “Ay de vosotros, ricos”, pero nosotros no queremos presentarle al mundo así. Por eso le disfrazamos de rico, y pedimos a la gente que crea en el "Bambino" para ser prosperada. La misión de Jesucristo no fue traernos la prosperidad material, sino la salvación y el conocimiento de Dios. Su ejemplo fue: siendo rico se hizo pobre para enriquecernos espiritualmente. ¿Seguimos Su ejemplo?

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EL CAMBIO DEL SACERDOCIO

El Catolicismo Romano no podría existir sin un sacerdocio especial. Los sacerdotes romanos son necesarios para la celebración de los sacramentos que su Iglesia ha establecido. Por ejemplo, para celebrar la Eucaristía (Misa), que según Roma es un sacrificio incruento de Cristo, hace falta que el sacerdote realice el supuesto milagro de cambiar el pan en cuerpo verdadero de Cristo y el vino en Su verdadera sangre. Los sacerdotes también administran el sacramento de la confesión, al escuchar las confesiones de los feligreses y absolverles sus pecados. Bastan estos ejemplos para demostrar cuán necesario el sacerdote es al sistema que Roma estableció. Aquí no hablamos del sacerdocio general de todos los creyentes, sino más bien del oficio y la vocación especial de los que toman las órdenes santas y administran los sacramentos.
Los capítulos 5 y 7 de Hebreos tienen mucho que decir acerca del tema del sacerdocio, no el sacerdocio general de todos los creyentes, sino el sacerdocio especial, como mediador entre Dios y los hombres, con respecto al perdón de los pecados. El escritor de la epístola, bajo inspiración, tiene la tarea de guiar a sus lectores a dejar atrás un sacerdocio humano que Dios ya no aceptaba, y abrazar con todas sus benditas implicaciones el sacerdocio que Dios había establecido en lugar de aquel primero. La mente hebrea no conocía otro sacerdocio que el de la casa de Aarón, el cual fue establecido claramente por Dios en Éxodo, Levítico y luego también en Números en la ocasión de la rebelión de Coré. Éste quería para sí el sacerdocio, pero que fue rechazado y castigado por Dios con una muerte horrenda. Dado este fundamento histórico y bíblico del sacerdocio de Aarón, era considerable la tarea de convencer a los judíos a abandonar ese sacerdocio a favor de algo nuevo.
Observemos al leer Hebreos 5 y 7 que Dios no estableció otro sacerdocio humano para tomar el lugar de Aarón, sino que puso en su lugar a Cristo: “Sumo sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec” (5:6). Al reflexionar sobre el significado de este sacerdocio nuevo, perfectamente eficaz, inalterable y eterno, uno se da cuenta de que el sacerdocio establecido por Roma es algo falsificado y sin apoyo bíblico. Si miramos la historia de los sacerdotes de la tribu de Leví y la casa de Aarón, vemos claramente dictado por Dios en la Sagrada Escritura que ellos y sólo ellos debían ocupar este oficio, y cuáles eran los deberes de su ministerio. Si en el Nuevo Testamento Dios estableciera una nueva clase de hombres para oficiar y mediar, ¿no estaría igualmente clara la exposición bíblica acerca de quiénes podrían serlo y qué responsabilidades tendrían? ¿Por qué semejante laguna en el Nuevo Testamento respecto a los profesados “sacerdotes” católico romanos? ¿Por qué tiene la Iglesia Católica que salir de la Biblia en busca de instrucciones acerca de ellos? ¿No será porque Dios no lo mandó, sino que Roma se lo inventó, y también tiene que inventar todo lo demás respecto a su ordenación y ministerio? Como hemos de ver, el sacerdocio romano no es el nuevo sacerdocio que Dios estableció.


Carlos Tomás Knott
continuará, D.V., en el siguiente número

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