La Avaricia
William MacDonald
“Mirad y guardaos de toda avaricia” (Lucas 12.15).
La avaricia es el deseo excesivo por la riqueza o las posesiones. Es una manía que atenaza a la gente, causándoles desear más y más. Es una fiebre que les lleva a anhelar cosas que en realidad no necesitan.
Vemos la avaricia en el hombre de negocios que nunca está satisfecho, que dice que se detendrá cuando haya acumulado una cierta cantidad, pero cuando ese tiempo llega, está ávido de más.
La vemos en el ama de casa cuya vida es una interminable parranda de compras. Amontona toneladas de cosas diversas hasta que su desván, garaje y despensa se hinchan con el botín.
La notamos en la tradición de los regalos de navidad y también en algunos cumpleaños. Jóvenes y viejos igualmente juzgan el éxito de la ocasión por la cantidad de artículos que son capaces de acumular.
La palpamos en la disposición de una herencia. Cuando alguien muere, sus parientes y amigos derraman unas lágrimas fingidas, para luego descender como lobos a dividir la presa, a menudo comenzando una guerra civil en el proceso.
La avaricia es idolatría (Ef. 5.5; Col. 3.5). La avaricia coloca la propia voluntad en el lugar de la voluntad de Dios. Expresa insatisfacción con lo que Dios ha dado y está determinada a conseguir más, sin importar cuál pueda ser el coste. La avaricia es una mentira, que crea la impresión de que la felicidad se encuentra en la posesión de cosas materiales. Se cuenta la historia de un hombre que podía tener todo lo que quería con simplemente desearlo. Quería una mansión, sirvientes, un Mercedes, un yate y ¡presto! estaban allí instantáneamente. Al principio esto era estimulante, pero una vez que comenzó a quedarse sin nuevas ideas, se volvió insatisfecho. Finalmente dijo: “Deseo salir de aquí. Deseo crear algo, sufrir algo. Preferiría estar en el infierno que aquí”. El sirviente contestó: “¿Dónde crees que estás?”
La avaricia tienta a la gente al riesgo, a la estafa y a pecar para conseguir lo que se desea.
La avaricia hace incompetente a un hombre para el liderazgo en la iglesia (1 Ti. 3.3). Ronald Sider pregunta: “¿No sería más bíblico aplicar la disciplina eclesial a aquellos cuya codicia voraz les ha llevado al “éxito financiero” en vez de elegirles como parte del consejo de ancianos?”
Cuando la codicia lleva a los desfalcos, la extorsión u otros escándalos públicos, exige la excomunión (1 Co. 5.11). Y si la avaricia no es confesada y abandonada, lleva a la exclusión del Reino de Dios (1 Co. 6.10).
del libro De Día En Día, CLIE
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La Prosperidad Es Peligrosa
“Cuídate de no olvidarte de Jehová tu Dios... cuando todo lo que tuvieres se aumente” (Deuteronomio 8.11, 13 BAS).
La profecía se cumplió en los días de Jeremías, cuando el Señor se quejaba de que: “...los sacié, y adulteraron, y en casa de rameras se juntaron en compañías” (Jer. 5.7).
De nuevo leemos en Oseas 13.6: “En sus pastos se saciaron, y repletos se ensoberbeció su corazón; por esta causa se olvidaron de mí”.
Después de volver del exilio, los levitas confesaron que Israel no había respondido adecuadamente a todo lo que el Señor había hecho por ellos: “...comieron, se saciaron, y se deleitaron en tu gran bondad. Pero te provocaron a ira, y se rebelaron contra ti, y echaron tu ley tras sus espaldas, y mataron a tus profetas que protestaban contra ellos para convertirlos a ti, e hicieron grandes abominaciones” (Neh. 9.25b-26).
Somos propensos a considerar la prosperidad material como una evidencia innegable de la aprobación del Señor de lo que somos y hacemos. Cuando las ganancias en nuestros negocios se elevan, decimos: “El Señor en realidad está bendiciéndome”. Probablemente sería más exacto que consideráramos estas ganancias como una prueba. El Señor espera ver lo que haremos con ellas. ¿Las gastaremos para nuestro propio beneficio, o actuaremos como fieles administradores, empleándolas para enviar las buenas nuevas hasta las partes más remotas de la tierra? ¿Las acumularemos en un esfuerzo por amasar una fortuna, o las invertiremos para Cristo y Su causa?
F. B. Meyer dijo: “Si se discutiera en cuanto a cuáles son las pruebas más severas para el carácter, si la luz del sol o la tormenta, el éxito o la dificultad, los observadores más agudos de la naturaleza humana nos dirían probablemente que nada muestra más claramente el material de que estamos hechos como la prosperidad, porque ésta es la más severa de todas las pruebas”.
José hubiera estado de acuerdo. Él dijo: “Dios me hizo fructificar en la tierra de mi aflicción” (Gn. 41.52). Se benefició más de la adversidad que de la prosperidad, aunque se condujo favorablemente bajo ambas circunstancias.
William MacDonald, De Día en Día, CLIE
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La Separación Buena y Necesaria
Hay separaciones que Dios no aprueba. Por ejemplo, acerca del matrimonio leemos: "lo que Dios juntó, no lo separe el hombre". (Mat 19:6 R60), y "que la mujer no se separe del marido" (1 Co. 7.10).
Pero hay otras que son buenas y necesarias. Un refrán dice: “Mejor estar solo que mal acompañado”. Pero hoy, para muchos, lo peor es estar solo o tener pocos amigos. De ahí que la palabra “separación” les suena mal. No quieren juzgar – discernir. Hablan de diferentes puntos de vista, no de lo que Dios dice. Dicen que el mundo y los tiempos han cambiado, y hay que aceptar, tolerar y respetar muchas cosas. “No se puede hilar tan fino”, dicen. Piensan en incluir, no en excluir. Pero su filosofía no tiene apoyo en la Biblia.
En el principio, Dios separó el día de la noche (Gn 1.4, 14). Separó las aguas (Gn 1.7), separó la luz de las tinieblas (Gn 1.18). No había medias tintas, ni grises. La separación y la distinción son necesarias y forman parte de Su plan sabio.
Abraham, después de años de estar acompañado por su sobrino Lot, por fin reconoció el problema, tomó la iniciativa y dijo a su pariente: “Yo te ruego que te apartes de mí” (Gn. 13.9). No fue un momento agradable, pero después de eso, Jehová lo bendijo, indicándole así que había tomado la decisión correcta (Gn. 13.14-18). Muchos tienen dificultades para separarse de sus familiares.
En Levítico 13.44-46 se enseñó a Israel a identificar a los que tenían lepra y a ponerlos fuera del campamento. La separación era por el bien de los que no estaban contaminados. En Números 5.1-3 leemos: “Jehová habló a Moisés, diciendo: Manda a los hijos de Israel que echen del campamento a todo leproso, y a todos los que padecen flujo de semen, y a todo contaminado con muerto. Así a hombres como a mujeres echaréis; fuera del campamento los echaréis, para que no contaminen el campamento de aquellos entre los cuales yo habito”. En el mundo actual, los médicos saben lo importante que es la separación. Recuerden la importancia del alejamiento y la cuarentena durante la pandemia de COVID. Además, un miembro gangrenoso o un órgano maligno debe ser extirpado si se quiere que el cuerpo sobreviva. No hay que pensar en el pobre miembro u órgano, sino en el cuerpo. Del mismo modo, la disciplina bíblica en la asamblea debe llevarse a cabo, no sólo para corregir lo que está mal, sino también por la pureza y el bien de la asamblea, para que no se contamine, pues el Señor está en medio de ella (1 Co. 5.13).

El profeta Amós habló de la separación entre los que no están de acuerdo: “¿Andarán dos juntos si no estuvieren de acuerdo?” (Am. 3.3). En Mateo 22.12-13, sacaron de las bodas a un hombre que no tenía el vestido de los invitados. No hubo tolerancia. En Hechos 19.9, el apóstol Pablo separó a los discípulos de la gente incrédula y endurecida, para enseñarles sin estorbos de parte de los incrédulos.
Romanos 16.17 nos manda apartarnos de los que causan divisiones y tropiezos. “Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos”. 1 Tesalonicenses 4.3 manda a los creyentes a separarse de toda inmoralidad. “Pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de fornicación”.
En 2 Tesalonicenses 3, el apóstol manda separarnos de los que andan desordenadamente (v. 6), y describe qué es desordenado en el verso 11, “… andan desordenadamente, no trabajando en nada, sino entremetiéndose en lo ajeno”, esto es, en vidas y asuntos de otros. Deben conseguir un trabajo y ocuparse sosegadamente en él. A los que no obedecen la exhortación apostólica, primero dice: “tampoco coma” (v. 10). Además, nos manda hacer esto: “a ése señaladlo, y no os juntéis con él, para que se avergüence” (v. 14).
Debemos separarnos de los “cristianos” que aman el dinero y piensan que la piedad es fuente de ganancia: “disputas necias de hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de ganancia; apártate de los tales” (1 Ti. 6.5).
También se nos exhorta a apartarnos de aquellos que 2 Timoteo 3 describe. Hay maldad en las iglesias en los postreros tiempos. El verso 4 los califica de “impetuosos” e “infatuados”, y luego añade: “que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita” (v. 5). Algunos de ellos serán pastores (ancianos) y maestros malvados (Hch. 20.30; 2 P. 2.1).
Los fieles siervos del Señor hablan claramente, como los profetas de antaño. No enseñan medias tintas, ni fomentan ninguna tolerancia del mal, ni ningún comportamiento que se asocie con el mal. La distinción y la separación bíblicas agradan a Dios. “Y enseñarán a mi pueblo a hacer diferencia entre lo santo y lo profano, y les enseñarán a discernir entre lo limpio y lo no limpio” (Ez. 44.23).
A los creyentes se nos ordena no estar unidos en yugo desigual con los incrédulos, y limpiarnos de toda contaminación (2 Co. 6.17-7.1). El versículo 17 nos exhorta: “Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré”. Cuando separamos de nuestra vida y asamblea a todas esas personas y cosas, aunque la separación sea dolorosa o cause alguna pérdida, entonces conoceremos de una manera especial la comunión y la bendición del Señor.
Carlos
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¡Corrige a Tu Hijo!
Es bueno cuando haya amistad entre los padres y sus hijos, pero tengamos claro, que Dios no enfatiza la amistad, sino la educación en el temor de Dios y la obediencia. Los padres deben obedecer y honrar a Dios, cumpliendo el deber que les ha dado, de criar a sus hijos "en diciplina y amonestación del Señor" (Ef. 6.4). Es un mandamiento. Y el mismo Dios manda a los hijos a honrar y obedecer a sus padres. Pero hoy, la psicología asigna una excusa a toda conducta incorrecta de los hijos. Hay etiquetas de "síndromes", trastornos y "enfermedades" para casi todo (por ej., TDAH disculpa a los niños "hiperactivos" y sin dominio propio). Pero la Biblia no nos llama a "explicar" su conducta, sino a educarlos en disciplina, amonestación del Señor. Dios manda: "Corrige a tu hijo, y te dará descanso" (Pr. 29.17). Bien observó William MacDonald:
"Vivimos en una sociedad tolerante. Especialmente en el área de la educación de los hijos, la gente escucha el consejo de los psicólogos y sociólogos en vez de oír las enseñanzas de la Palabra de Dios. Muchos adultos que fueron criados por padres que se atrevieron a disciplinarles deciden que sus hijos vivan y se expresen libremente. ¿Cuáles son los resultados?
... Estos hijos luego serán ingratos, y algunos se alejarán de sus padres, los cuales suponían que al no castigarles, ganaban su amor eterno. Mas bien lo que han conseguido ha sido el odio y desprecio de ellos. ... Si los padres hubieran quebrantado sus voluntades al comienzo de su vida, los hijos habrían podido someterse más fácilmente en las áreas normales de la vida. La rebelión se extiende a las normas morales expuestas en las Escrituras. Los jóvenes rebeldes se ríen de los mandamientos que hablan de la pureza y se abandonan a una vida temeraria y sin restricciones. Manifiestan una aversión profunda por todo lo bueno, y amor por lo anormal, obsceno y aborrecible.
Finalmente, los padres que fracasan en quebrantar la voluntad de un hijo por medio de la disciplina, dificultan la salvación de ese hijo. La conversión implica el quebrantamiento de la voluntad en su rebelión contra el gobierno de Dios. Susana Wesley, la madre de Juan y Carlos Wesley, decía: “El padre que estudia cómo quebrantar la voluntad de su hijo colabora junto con Dios en la renovación y salvación de un alma. Los padres indulgentes realizan la obra del diablo, hacen que la religión sea impráctica, la salvación inalcanzable y que todo lo que está en ellos se eche a perder, su cuerpo y alma, para siempre”.
William MacDonald, De Día en Día, CLIE
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La Palabra Escrita: El Libro de Dios
De todas las formas en que Dios podría transmitir Su mensaje a la humanidad, un libro parece ser la menos espectacular y eficaz. ¿Por qué eligió Dios la página escrita como medio principal para compartir Su verdad con la humanidad? A lo largo de la Escritura se encuentran referencias al registro de las palabras de Dios en papel, arcilla o piedra. La primera vez que leemos sobre el registro de la Palabra de Dios fue cuando los Diez Mandamientos fueron entregados a Moisés en dos tablas de piedra. De ese relato se desprende claramente que Dios mismo fue el primer grabador de la Palabra: “dio a Moisés... en el monte Sinaí, dos tablas del testimonio, tablas de piedra escritas con el dedo de Dios” (Éx. 31.18).
Sería difícil exagerar la importancia de la Palabra escrita incluso en las primeras etapas de la existencia de Israel. La revelación de Dios se memorizaba, se registraba y se transmitía a la siguiente generación. Moisés instruyó a los hijos de Israel: “Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes” (Dt. 6.6-7).
Pasando al Nuevo Testamento, se da más instrucción para que los creyentes en Cristo sean diligentes en su estudio de la Palabra de Dios. Pablo da instrucción a Timoteo: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2 Ti. 2.15).
También estaba la expectativa del propio Señor Jesús de que Sus discípulos leyeran y consideraran la Palabra de Dios, repitiendo en múltiples ocasiones a los fariseos y a otros: “¿No habéis leído?” (Mt. 12.3, 5; 19.4; 21.16, 42; 22.31). El reto nos llega hoy a nosotros. ¿Hasta qué punto tenemos en cuenta las mismas palabras de Dios mismo?
Ruaridh Munro
de la revista Present Truth (“La Verdad Presente”), oct.-nov. 2024,
www.truthdefended.com
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Los Tiempos de los Gentiles
"Los tiempos de los gentiles" (Lc. 21.24) comenzaron con la toma de Jerusalén por Nabucodonosor (586 a. C.), y finalizarán con la segunda venida de Cristo en poder y gloria. Entonces, los fracasados reinos de los hombres – y del anticristo – caerán, y se establecerá el Reino de Cristo: el Milenio. El Señor Jesucristo reinará desde Jerusalén sobre toda la Tierra. Acerca de estos asuntos debemos consultar los libros de Daniel, 2 Tesalonicenses y Apocalipsis. A Daniel le fueron reveladas cosas acerca de los tiempos de los gentiles (Dn. 2, 7), que empezaron con Nabucodonosor (uno de los cuatro imperios mundiales). En 2 Tesalonicenses y Apocalipsis vemos el fin del gobierno y los tiempos de los gentiles. Toda la política y los gobiernos humanos conducen inevitablemente al reino de la bestia, el anticristo (Ap. 13). Los creyentes no deben participar de ninguna manera en la política, sino esperar en el Señor. Primero, sacará a Su iglesia de este mundo, y luego destruirá al último dictador, el anticristo, en Su venida y manifestación.
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La Segunda Venida de Cristo:
“en llama de fuego, para dar retribución”
2 Tesalonicenses 1.8
Muchas personas tienen ideas equivocadas acerca de la venida de Cristo. Piensan en Él como el niño Jesús, o como alguien tan bondadoso que es incapaz de ira u odio, y que nunca haría mal a nadie. Pero en sus fiestas de navidad celebran supuestamente el nacimiento de Aquel que no solo envía todos los terribles juicios de Apocalipsis 6-19, sino que también vendrá con gran ira y destruirá a todos Sus enemigos. De esa venida de Cristo habla Pablo en su segunda epístola a los tesalonicenses.
El capítulo 1, verso 8, aclara que Cristo vendrá “en llama de fuego, para dar retribución”. Eso no es el arrebatamiento, sino Su segunda venida a la tierra, para reinar. Será el día de la ira del Cordero y temblará el mundo (Ap. 6.15-17). No será salvo todo el mundo, como algunos enseñan, porque Dios no perdonará a los no arrepentidos, a los incrédulos. En el verso 8 los llama: “los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo”. El mundo tiene muchas religiones y filosofías, pero no conoce a Dios. La humanidad es una raza rebelde y perversa. Ni siquiera desean oír el evangelio predicado, porque les dice como realmente son.
Triste es que muchos hay en iglesias hoy que profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan (Tit. 1.16; 1 Jn. 2.4). Se llaman cristianos, pero no han obedecido al evangelio, pues algunos ni siquiera saben qué es. Comienzan sin obedecer, y siguen desobedientes. No quieren el señorío de Cristo – son como los de 2 Pedro 2.10 que “desprecian el señorío”. Han sido engañados por los predicadores y falsos maestros que forman “iglesias” sin el verdadero evangelio y la sana doctrina. Organizan y escuchan conciertos, ven obras de teatro, tienen cenas y excursiones y películas y vida social, y por eso asisten, porque no conocen al Señor. Pero todos esos quedarán en tierra en el arrebatamiento de la Iglesia, y luego serán juzgados por el Señor. Es peor ir a una iglesia falsa y mundana que no ir a ninguna, porque ahí la gente piensa que es cristiana y que todo está bien, cuando realmente está perdida. Es un gran engaño que les conduce a una sorpresa amarga.
El verso 9 declara que Dios no los aceptará. “Los cuales sufrirán pena de eterna perdición”. Notamos que la perdición es eterna, así como el sufrimiento; no hay aniquilación. “Sufrirán pena”, dice, porque serán conscientes de sus dolores. Serán atormentados y “excluidos”. Hoy la gente habla de hacer una “sociedad inclusiva”, que acepta y da los mismos derechos a todos. El cielo no es así, ni tampoco el reino de Cristo en la tierra. Los incrédulos quedarán fuera de Su gloriosa presencia. El infierno es lugar de exclusión y de castigo eterno.
Volvamos a considerar por un momento cuán terrible será la retribución de Dios cuando venga. Hay ejemplos en la historia de momentos cuando Dios pagó con ira y tomó venganza de los que maltrataron a los Suyos. Faraón y los egipcios maltrataron a Israel con dura servidumbre, y quisieron matar a todo varón que naciera. Pero Dios intervino con las plagas, arruinando el país, con la muerte de todo primogénito en Egipto, y finalmente Faraón perdió su ejército en el Mar Rojo. El país más potente en el mundo de entonces quedó aplastado. Amán trató de aniquilar a todos los judíos, pero al final fue ahorcado en la horca que hizo para Mardoqueo, y Mardoqueo fue exaltado. En los tiempos de Darío de los medos, los sátrapas quisieron acabar con Daniel, y formularon un plan para echarlo en el foso de los leones. Pero Dios cerró la boca de los leones hasta que Daniel saliera, y esos hombres fueron echados ahí y deshuesados por los leones. Dios sabe cómo y cuándo pagar y tomar venganza.
A la iglesia en Tesalónica le tocaba soportar y padecer la persecución, pero en los versos del 5 al 9 Pablo les fortalece y anima con la esperanza de que Dios pagará a sus enemigos. Serán humillados, y vendrán a ser estrado de Sus pies (Sal 110.1; He. 1.13). Pensemos un momento en nosotros. ¿Sufrimos algún problema por ser fieles al Señor? Quizás algún hermano se pregunta: ¿El Señor tiene en cuenta mi situación, mi problema? ¡Claro que sí! Cuando sea tiempo, Él intervendrá. En 1 Pedro 5.10 el apóstol dice: “después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca”. Dios nos consolará y nos afirmará, y él dará el pago a los perseguidores. Los creyentes esperamos “la presencia del Señor y... la gloria de su poder” (v. 9). ¡Cuán diferente será Su venida para nosotros!
del comentario sobre 2 Tesalonicenses, por Lucas Batallal y Carlos Tomás Knott, Libros Berea
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Dios Juzgará los Pecados Secretos
Charlie Rich, un cantante norteamericano de estilo “country”, compuso una canción titulada: “Tras Puertas Cerradas”, en la que se repetía la frase: “Nadie sabe lo que sucede detrás de las puertas cerradas”. Pero no es cierto, porque Dios lo sabe todo. Las tinieblas y la luz le son las mismas. Todo lo ve, todo lo oye, y todo lo sabe. Puedes engañar a los hombres, pero no a Dios. Ante Él, no tienees ningún secreto. Y advierte que viene el día “en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres” (Romanos 2.16). Todo pecado será juzgado. William MacDonald escribe:
“Sabed que vuestro pecado os alcanzará”
Números 32.23
Dios ha establecido ciertos principios inalterables en nuestro mundo y ningún hombre puede escapar de estos principios. Uno de ellos es que no se puede pecar sin ser castigado.
Algunos de nosotros aprendimos esto en nuestra infancia cuando hurtábamos mermelada u otras golosinas que dejaban una marca reveladora que la madre descubría fácilmente. Pero esta verdad se aplica a toda la vida y está atestiguada en el diario de cada mañana.
El poema, “El Sueño de Eugenio Aram” es una notable ilustración de este asunto. Pensando que podía cometer un “crimen perfecto”, Aram asesinó a un hombre y arrojó su cuerpo al río: “unas aguas perezosas, negras como la tinta cuya profundidad era inmensa”. A la mañana siguiente descendió a la orilla del río donde había cometido el crimen.
“Y buscó el maldito negro estanque,
con un ojo receloso y delirante;
Y vio en su lecho al fallecido,
porque el pérfido río se había secado”.
Entonces, horrorizado, trató de cubrir el cuerpo con una enorme montón de hojas. Pero aquella noche sopló un gran viento por toda la zona, dejando el cadáver claramente al descubierto.
“Entonces caí rostro en tierra,
Y por primera vez comencé a llorar,
Pues entonces supe que mi secreto era uno
Que la tierra rehusaba guardar,
En suelo o mar, aunque estuviera
A diez mil brazas de profundidad”.
Finalmente sepultó a su víctima en una remota cueva, pero años más tarde el esqueleto fue descubierto; y el culpable fue hallado, procesado por el crimen y ejecutado. Su pecado le había alcanzado.
Pero hay otro modo en el que el pecado nos alcanza. E. Stanley Jones nos recuerda que: “el pecado se expresa en el deterioro interno, en el infierno interior de no ser capaz de respetarte a ti mismo, al empujarte a vivir clandestinamente en ciegos laberintos”.
Aun si el pecado de un hombre pudiera permanecer de alguna manera sin ser visto en esta vida, es seguro que lo atrapará en la que sigue. A menos que el pecado haya sido limpiado por la sangre de Jesucristo, será expuesto a la luz de Dios en el Día del Juicio (Apocalipsis 20.11-15). Trátese de hechos, pensamientos, motivos o intentos, el pecado le será imputado así como el castigo ya anunciado. Esa pena, sin duda, es la muerte eterna.
¿Qué pecados ocultas? Saldrán a luz. No importa quién seas. Con Dios no se juega. Mejor arrepentirte ahora, y buscar perdón y limpieza, porque “El que sembrare iniquidad, iniquidad segará” (Proverbios 22.8). “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gálatas 6.7).
“El que encubre sus pecados no prosperará;
mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia”.
Proverbios 28.13
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