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martes, 31 de diciembre de 2024

EN ESTO PENSAD enero 2025 -- XXIII aniversario

 Cosas Ausentes en las Iglesias
del Nuevo Testamento

Carlos Tomás Knott



Por curiosidad una monja entró un día en el local de reunión de la asamblea. Miraba las paredes y comentó: “Veo que no tienen santos ni altar”. Un hermano le explicó, no hay altar porque el Señor Jesús hizo un solo sacrificio para siempre. Y tenemos santos, pero no están en las paredes, sino sentados”.
    Nosotros también podemos observar la falta de ciertas cosas en las iglesias. El Nuevo Testamento nos presenta no solo la historia, sino el patrón para las iglesias del Señor. Si somos buenos observadores, en ese patrón aprendemos tanto de lo que hacían, así como de lo que no.
    La iglesia no es una continuación de Israel, sino algo nuevo y distinto. El Señor declaró que los odres viejos no sirven para el vino nuevo (Mt. 9.17). También el libro de Hebreos señala que las cosas del primer pacto pasaron, y no son para hoy. En una lectura cuidadosa del Nuevo Testamento, notamos la ausencia de ciertas cosas en las iglesias. Por ejemplo:

· No hay ningún edificio designado “templo de Dios”, como el tabernáculo o luego el templo en Jerusalén, con sus velas, altares para sacrificios, e incienso.
    Hoy, Su templo es la iglesia, no un edificio, sino los creyentes, la asamblea (1 Co. 3.16; 1 Ti. 3
.15), y también el cuerpo de cada creyente es templo del Espíritu Santo (1 Co. 6.19). No llamamos “templo” ni “iglesia” al local de reunión.

· Ninguna clase especial de sacerdotes existe hoy, entre el pueblo y Dios, como los de la tribu de Leví. No hay en la iglesia una familia designada y privilegiada, como en Israel: los levitas y la casa de Aarón.

    Hoy, en la iglesia local, no importa de qué familia somos. Todos los creyentes son sacerdotes de Dios (1 P. 2.5, 9). Como tales, todos debemos vivir en santidad y presentar a Dios sacrificios espirituales, de manera aceptable.
    “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1P. 2.9)


· Ningún calendario religioso tiene la iglesia, de días de reposo, fiestas y convocaciones santas, como en Levítico 23 y Números 28-29.
    Hoy para los creyentes son iguales todos los días (Ro. 14.5), esto es, que no guardamos los días de reposo ni las fiestas de Jehová.  Al principio de la iglesia, los judíos convertidos todavía tenían escrúpulos sobre sus días santos, como el verso indica. Pero los creyentes gentiles no deben judaizar. Pablo dijo a los gálatas: “Guardáis los días, los meses, los tiempos y los años. Me temo de vosotros, que haya trabajado en vano con vosotros” (Gá. 4.10-11).
        * ninguna fecha festiva fue establecida en el Nuevo Testamento. Los creyentes no celebraron el nacimiento de Cristo, sino Su muerte en la cruz, cada primer día de la semana, como Él mando: "Haced esto en memoria de mí". No vemos en el Nuevo Testamento que ninguna iglesia celebrara Haloween, corpus cristi, la asunción, la navidad, año nuevo ni reyes.

· Ningún sistema de sacrificios hay de animales y panes, como en Levítico 1-7.
    Hoy, nadie trae al local un animal para sacrificar a Dios, y seguro que, si lo intentara, no se lo permitiríamos. Es algo que pertenece al primer pacto, y a Israel, no al nuevo pacto y los creyentes. Hoy los sacrificios de los creyentes son otros:

    · nuestro cuerpo (Ro. 12.1-2; 2 Co. 8.5);
    · el sacrificio y servicio de nuestra fe (Fil. 2.17)
    · nuestras ofrendas para ayudar a los siervos
      del Señor (Fil. 4.18)
    · el sacrificio de alabanza (He. 13.15; véase
      Sal. 50.14, 23)
    · los sacrificios de hacer bien y la ayuda mutua
     (He. 13.16)

· No damos los diezmos
, como Dios mandó a la nación de Israel en Levítico 27.30-34; Números 18.21-32 y Deuteronomio 14.22-23.
    Además, por mucho que algunos pastores evangélicos quisieran, está claro que el diezmo no era dinero, sino cosas como vino y aceite (Dt. 14.23), el producto del campo (Dt. 14.22), y vacas y ovejas (2 Cr. 31.6).
    Tampoco era una ofrenda voluntaria, sino que era obligatorio. Malaquías 3.8 distingue entre diezmos y ofrendas. Era una especie de impuesto, que el israelita debía a Dios. Hebreos 7.5 indica que los diezmos eran parte del pacto de la ley.
    Hoy, los creyentes ofrendamos a Dios según las instrucciones en 1 Corintios 16.2, “Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado...”, y 2 Corintios 9.7, “Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre”.

continuará, d.v., en el número siguiente
del libro La Forma de la Iglesia, por Carlos Tomás Knott, Libros Berea

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 La Palabra “Asamblea”

    Es buena y correcta referirse a la iglesia local como una asamblea, que así se traduce la palabra “ekklesia”. Indica una compañía de personas, no un edificio u organización. No importan los usos que dan en el mundo, como asamblea comunista, o asamblea de la Cruz Roja, etc. El catolicismo y las denominaciones suelen emplear casi siempre la palabra “iglesia”, para referirse al edificio, o bien a la organización. Se escuchan expresions como: “la iglesia dice”, o “vamos a la iglesia”, o “nos veremos en la iglesia”. Son incorrectas. En su Diccionario Expositivo, Vine explica:

ASAMBLEA 1. ekklesia (ἐκκλησία, 1577), (de ek, fuera de, y klesis, llamamiento. de kaleo, llamar). Se usaba entre los griegos de un cuerpo de ciudadanos reunido para considerar asuntos de estado (Hch. 19.39). En la LXX se usa para designar a la congregación de Israel, convocada para cualquier propósito determinado, o una reunión considerada como representativa de la nación toda. En Hch 7.38 se usa de Israel; en 19.32,41, de una turba amotinada. Tiene dos aplicaciones a compañías de cristianos, (a) de toda la compañía de los redimidos a través de la era presente, la compañía de la que Cristo dijo: «edificaré mi iglesia» (Mt 16.18), y que es descrita adicionalmente como «la iglesia, la cual es su cuerpo» (Ef 1.22; 5.22), (b) en número singular (p.ej., Mt 18.17), a una compañía formada por creyentes profesos (p.ej., Hch 20.28; 1 Co 1.2; Gá. 1.13. 1 Ts 1.1; 1 Ti 3.5)...

Así que, la asamblea local significa los santos que se congregan al Nombre del Señor. Es un término bueno y correcto para referirse a la iglesia local, pero NO al edificio o lugar de reunión. Ese lugar lo llamamos “el local” o “la sala”, pero no “el templo”.
    No somos de “las salas evangélicas”, ni de “la sana doctrina”, ni de “las Asamblea de Hermanos” (AA.HH.) como si fuese una denominación. Somos una asamblea de cristianos, salvos por la fe en Cristo y congregados a Su Nombre. Él es la Cabeza, y la sede está en el cielo.

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  El Rapto es el Arrebatamiento

El término “rapto” no aparece en la Biblia, pero es un sinónimo válido que se refiere a cuando los creyentes “seremos arrebatados” (1 Ts. 4.17). Según el diccionario, raptar es la acción de arrebatar.
    Algunos hermanos bien intencionados quizás hilan demasiado fino, ya que descartan el uso de “rapto”, alegando que se refiere a algo violento y negativo, y dicen que no se debe aplicar a la iglesia. Según ellos, "arrebatar" es algo más suave o benigno, pero su suposición está equivocada e imprecisa. 
    Un estudio atento de las palabras “arrebatamiento” y “arrebatar” en la Biblia nos ayudará a ver que “arrebatar”  también puede indicar algo fuerte, violento y negativo. Por ejemplo, algunos son arrebatados para juicio (Sal. 10.9; Is. 17.11; Ez. 19.3; Nah. 2.12; Jn. 10.29; Hch. 27.15). David dijo: “No me arrebates juntamente con los malos” (Sal. 28.3). Jeremías imploró a Dios:  “arrebátalos como a ovejas para el degolladero, y señálalos” (Jer 12.3). 
    Concluimos que las palabras rapto y arrebatamiento son sinónimas, y como tales, son intercambiables. 

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Dios Corrige a los Suyos
Lucas Batalla


Texto: Jeremías 33.1-9

“Vino palabra de Jehová a Jeremías la segunda vez, estando él aún preso en el patio de la cárcel, diciendo: Así ha dicho Jehová, que hizo la tierra, Jehová que la formó para afirmarla; Jehová es su nombre: Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces. Porque así ha dicho Jehová Dios de Israel acerca de las casas de esta ciudad, y de las casas de los reyes de Judá, derribadas con arietes y con hachas (porque vinieron para pelear contra los caldeos, para llenarlas de cuerpos de hombres muertos, a los cuales herí yo con mi furor y con mi ira, pues escondí mi rostro de esta ciudad a causa de toda su maldad)” (vv 1-5).

Llaman a Jeremías el profeta llorón, porque sentía mucho lo que iba a venir sobre Israel por su desobediencia. Dios, aunque ama a Israel, iba a castigar su maldad. Había dicho a Habacuc que levantaría a los caldeos para ese castigo, y en días de Jeremías ellos estaban ante las puertas de Jerusalén. Los judíos maltrataron mucho a Jeremías, porque no les decía lo que ellos querían oír, sino lo que Dios mandó. El mensajero del Señor pagó el precio por ser fiel al que le envió. 
    Pero en sus días había muchos falsos profetas que decían cosas agradables que gustaba a la gente, y por supuesto, eran populares. Hoy también muchos predicadores quieren tener a la gente contenta, no santa. Aprueban cualquier cosa del mundo para satisfacer la carne. 
    Jeremías, por ser fiel a Dios, tuvo que ir contra la corriente. Por ejemplo, en 34.2-3 anunció el castigo, y no les gustó. Los parientes de Jeremías, y otros de su pueblo lo amargaron por ser fiel a Dios. Lo desecharon y desampararon, pero Dios no. Aunque tuvo que sufrir mucho a manos del “pueblo de Dios”, y le dolió, en medio de todo eso Jehová lo sostuvo.  
    El castigo, el juicio de Dios, no es un tema popular, pero Dios tiene que disciplinar a Su pueblo, para limpiar y corregir. Es justo, bueno y correcto que Dios proceda así. “¿No los he de castigar por estas cosas? dice Jehová. De tal nación, ¿no se vengará mi alma?” (Jer 9.9). “... Te castigaré con justicia; de ninguna manera te dejaré sin castigo” (Jer. 30.11). No puede consentir ni tolerar el mal. Hoy, muchas iglesias necesitan la reprensión y el castigo de Dios. Si leemos Apocalipsis 2-3, vemos que cinco de las siete iglesias fueron corregidas por Cristo. Pero hoy, las iglesias no aceptan la corrección, porque creen que por la gracia de Dios pueden hacer lo que les parece. ¿Cómo vive la cristiandad hoy? Son cristianos de boca, de palabra, de fachada, sobre todo el domingo durante la reunión. Y algunos son cristianos de la cintura para arriba, pero de ahí para abajo son del mundo, la carne y el diablo.
    La obediencia a Dios siempre es necesaria, pero no está de moda. El cristianismo hoy es parecido a la condición de Israel en tiempos de los profetas. Muchos no ponen a Dios en primer lugar. No son capaces de quitarse una hora de sueño por la mañana para empezar el día con Dios, en Su Palabra y la oración, antes de salir de casa. Deberían hacerlo, y darle las gracias por la vida, la salud, el trabajo, pero además, por la salvación, el Señor, Sus cuidados y Su provisión.

continuará, d.v. en el siguiente número

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¿Cristianos de Fachada o de Verdad?

Texto:  "Dice, pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado".  Isaías 29.13   

¿Cómo vive la cristiandad hoy? Son cristianos de boca, de palabra, de fachada, sobre todo el domingo durante la reunión. Si los ves ahí, parecen santos. Pero salidos del local de reunión, santos no es una palabra que usaríamos para describirlos, sino más bien mundanos. Con tristeza notamos que  algunos son cristianos de la cintura para arriba, pero de ahí para abajo son del mundo, la carne y el diablo. Se juntan sin matrimonio y así conciben hijos bastardos, pero si utilizamos este término bíblico, se ofenden.
    Para el verdadero cristiano, la obediencia a Dios siempre es necesaria, aunque no esté de moda. No obedecemos por miedo, ni como los que están bajo un yugo de esclavitud, sino por amor como el Señor dijo en Juan 14.15. Pero en los postreros tiempos, muchos tienen amor propio, no el amor de Dios que el Espíritu Santo derrama en los creyentes. Manifestemos nuestro amor al Señor por nuestros hechos.

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La Disciplina Paterna

E. L. Moore (1936-2020)


“Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos,
sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor”.
  Efesios 6.4


En esta era moderna, en vísperas del siglo XXI, ¿es posible criar a los hijos conforme a la Palabra de Dios? Sí, es posible, aunque seguramente hay muchas circunstancias en contra, aun en los hogares de los propios creyentes. A pesar de que disponemos de tantos medios modernos de comunicación, con todo tipo de máquinas electrónicas a nuestro alcance, en muchos hogares existe un corto circuito notorio en las comunicaciones entre los padres y sus hijos. Los padres acusan a los hijos de no hacerles caso, y los menores, particularmente los adolescentes, alegan que sus padres no les entienden. En cierta medida los padres tienen la culpa, porque han estado tan ocupados en su trabajo y en su afán de adquirir más cosas materiales que han descuidado a sus hijos, sin reconocer que la responsabilidad paterna ante Dios incluye tres esferas: material, moral y espiritual. Equivocadamente, piensan que sus únicos deberes son de carácter material y físico (es decir, darles comida, vestido, salud, educación, etc.). Algunas madres creyentes trabajan largas horas fuera de casa, sin que sea estrictamente necesario y sin reconocer, aparentemente, su lugar y las responsabilidades que les corresponden en su hogar. “Cuidadosas de su casa” (Tit. 2.5) es sólo una de varias exhortaciones que se incluyen en la Palabra de Dios. Los hijos se sienten algo abandonados, y paulatinamente se levanta una barrera de resentimiento entre ellos y sus padres, con la resultante falta de comunicación. Los hijos se fortalecen en su rebeldía contra la autoridad terrenal, tanto paterna como civil, y por ende contra la autoridad divina también.
    A pesar de los muchos factores que obran en contra de la manutención de un hogar sano en el día de hoy, creemos que todavía es posible criar a los hijos “en disciplina y amonestación del Señor” (Ef. 6.4). De las cuatro clases de disciplina tratadas en este libro, la primera que debe experimentar todo niño es la disciplina de sus padres. Desde Adán en adelante, todo ser humano es por naturaleza rebelde y desobediente. Por esta razón es necesario disciplinar a los hijos. La disciplina paterna, administrada con moderación, es una demostración del amor hacia los hijos, de acuerdo con Hebreos 12.5-10, Proverbios 3.12 y 13.24. Hay que comprender que el amor paterno, si ha de asemejarse al del Padre celestial, debe incluir no solo la demostración de afecto hacia los hijos, sino también la formación de un buen carácter en ellos mediante el estímulo y la corrección. Es decir, los padres deben mostrar su satisfacción por las acciones correctas del niño, aprobándolas. A la vez, no deben excusar ninguna mala acción, sino reprenderla y aplicar la disciplina correspondiente.
    El buen ejemplo de los padres, junto con la disciplina paterna, son ingredientes indispensables para que el niño aprenda a practicar la autodisciplina. Tanto en el hogar como en la escuela, los niños necesitan aprender principios de la autodisciplina, pues éstos servirán para gobernar su conducta durante toda la vida.
    En este capítulo queremos examinar varios aspectos de la disciplina paterna, de acuerdo con la lista a continuación:


I.  Tres ejemplos del Nuevo Testamento de personas loables y dignas de imitar: Jesús, Timoteo y la señora elegida (2 Juan)
II. Ejemplos de hombres destacados del Antiguo Testamento quienes no disciplinaron adecuadamente a sus hijos: Eli, Samuel y David.
III. Los objetivos de la disciplina paterna.
VI. Ciertos principios que aplicar al criar a los hijos.
V.   Algunas normas generales.
VI. Ciertos métodos que emplear para disciplinar.
VII. Algunas consecuencias si los hijos no son disciplinados adecuadamente.
VIII. La voz de la Sabiduría, en los Proverbios.
IX.   Sugerencias generales para los padres.
X.    Las responsabilidades de los hijos.

del capítulo 2 del libro La Disciplina Bíblica
continuará, d.v., en el siguiente número

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 El Año del Jubileo

William MacDonald


“Y santificaréis el año cincuenta, y pregonaréis libertad en la tierra a todos sus moradores; ese año os será de jubileo, y volveréis cada uno a vuestra posesión, y cada cual volverá a su familia”
(Levítico 25.10).
     Algunos ni siquiera saben qué es, porque ignoran las riquezas del Antiguo Testamento, pensando que no son relevantes para nuestros tiempos. Es un gran error que les empobrece espiritualmente. Sobre esta fecha importante William MacDonald escribe:
 

Cada cincuenta años en el calendario de Israel se conocía como el año del jubileo. Se suponía que la tierra debía estar en barbecho. Las propiedades se devolvían a sus dueños originales y los esclavos eran puestos en libertad. Era un tiempo gozoso de libertad, gracia, redención y descanso.
    Cuando alguien compraba una propiedad, debía tener en cuenta la proximidad del año del jubileo. Por ejemplo, la tierra sería más valiosa si al tiempo de la compra faltaban cuarenta y cinco años para el año del jubileo. Pero si estaba solamente a un año de distancia, difícilmente era digna de comprarse. El comprador sólo podría tener una cosecha.
    Hay un sentido en el que la venida del Señor será el año del jubileo para los creyentes de hoy. Entrarán en el descanso eterno en la casa del Padre. Serán libres de los grilletes de la mortalidad y recibirán cuerpos glorificados. Todas las cosas materiales que les han sido confiadas como administradores serán devueltas a su dueño original.
    Debemos tener esto en cuenta al valorar nuestras posesiones materiales. Podemos tener millones en propiedades, inversiones y depósitos bancarios. Pero si el Señor viniera hoy, ya no tendrían ningún valor para nosotros. Cuanto más cerca estamos de Su venida, menos valor real tienen. Esto significa que debemos invertirlas hoy para el avance de la causa de Cristo y el alivio de la necesidad humana.

       Así como el año del jubileo era anunciado con el toque de una trompeta, así el regreso del Señor será anunciado con el sonido de la “última trompeta”. “Todo esto nos enseña una excelente lección. Si nuestros corazones valoran la esperanza inalterable del retorno del Señor, debemos aligerarnos de todas las cosas terrenales. Es moralmente imposible que podamos estar en la actitud de esperar al Hijo del cielo y no estemos despegados de este mundo presente... Aquel que vive en la expectación diaria de la aparición de Cristo debe desligarse de lo que será juzgado y disuelto cuando venga... Quiera Dios que nuestros corazones sean impresionados y nuestra conducta influenciada en todas las cosas por esta verdad tan preciosa y santificante” (C. H. Mackintosh).

                                                                             del libro De Día En Día, CLIE

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Amar A Cristo: Evidencia de Salvación
J. C. Ryle (1816-1900)

Permítanme mostrarles las marcas peculiares por las que se da a conocer el amor a Cristo. Este es un punto de gran importancia. Si no hay salvación sin amor a Cristo y el que no ama a Cristo está en peligro de condenación eterna, nos corresponde a todos averiguar muy claramente lo que sabemos acerca de este asunto. Cristo está en el cielo y nosotros en la tierra. ¿Cómo se discernirá al hombre que lo ama?
    Felizmente, el punto no es muy difícil de resolver. ¿Cómo sabemos si amamos a alguna persona aquí en la tierra? ¿De qué modo y manera se manifiesta el amor entre las personas de este mundo: entre marido y mujer, entre padre e hijo, entre hermano y hermana, entre amigo y amigo? Que estas preguntas se contesten con el sentido común y la observación, y no pido más. Que estas preguntas se contesten honestamente y el nudo que tenemos ante nosotros se desatará. ¿Cómo se manifiesta el afecto entre nosotros?

1. Si amamos a una persona, nos gusta pensar en ella. No necesitamos que nos lo recuerden. No olvidamos su nombre, su aspecto, su carácter, sus opiniones, sus gustos, su posición o su ocupación. Aparece en nuestra mente muchas veces al día. Aunque tal vez esté lejano, a menudo está presente en nuestros pensamientos. Pues bien, lo mismo sucede entre el verdadero cristiano y Cristo. Cristo habita por la fe en su corazón (Ef 3.17), y piensa en Él todos los días. El verdadero cristiano no necesita que le recuerden que tiene un Maestro crucificado. A menudo piensa en Él. Nunca olvida que Él tiene un día, una causa y un pueblo, y que él es uno de los suyos. El afecto es el verdadero secreto de una buena memoria religiosa. Ningún hombre mundano puede pensar mucho en Cristo a menos que Cristo le llame la atención, porque no siente afecto por Él. El verdadero cristiano piensa mucho en Cristo por esta sencilla razón: lo ama.

2. A todos nos gusta oír hablar de las personas a las que queremos. Nos complace escuchar a los demás hablar de ella. Sentimos interés por cualquier informe que otros hagan sobre él. Prestamos mucha atención cuando otros hablan de él y describen sus acciones, sus palabras, sus hechos y sus planes. Algunos pueden oírlo mencionar con total indiferencia, pero nuestros propios corazones se agitan al solo sonido de su nombre. Pues bien, lo mismo sucede entre el verdadero cristiano y Cristo. El verdadero cristiano se deleita al oír algo acerca de su Maestro. Le gustan más los sermones llenos de Cristo. Disfruta más de la compañía de las personas que hablan de cosas relacionadas con Cristo. He leído acerca de una anciana galés que solía caminar varias millas todos los domingos para oír los mensajes de un predicador inglés, aunque no entendía ni una palabra de inglés. Le preguntaron por qué lo hacía. Respondió que ese hombre mencionaba el Nombre de Cristo con tanta frecuencia en sus sermones que le hacía bien. Amaba incluso el Nombre de su Salvador.

continuará, d.v., en el próximo número (traducido del libro Holiness, por J. C. Ryle)

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  ADVERTENCIA  

A LOS COBARDES E INCRÉDULOS


“Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Apocalipsis 21.8).

Probablemente cualquiera que lea este verso se sorprenderá al saber que los cobardes y los incrédulos están en la misma lista que el resto de los que consideramos viles e infames pecadores, y que tendrán parte en el mismo castigo por toda la eternidad.
    Es probable que se sorprendan también al notar que los cobardes ocupan el primer lugar de la lista. Esto debe impactar tremendamente a cualquiera que excusa su timidez como un asunto insignificante. Quizás tienen miedo de aceptar al Señor Jesús por lo que sus amigos pudieran decir, o porque son de una disposición naturalmente reservada. Dios no excusa esto como cosa de poca importancia; lo ve como una cobardía culpable.
    También debe sorprenderles a los que ocupan el segundo lugar: los incrédulos. Oímos a personas que dicen: “No puedo creer” o “Me gustaría creer como tú”. Pero éstas son excusas y declaraciones hipócritas. No hay nada en el Salvador que haga imposible que los hombres crean en Él. El problema no está en el intelecto del hombre sino en su voluntad. Los incrédulos no quieren creer en Él. El Señor dijo a los judíos incrédulos de Su tiempo: “... y no queréis venir a mí para que tengáis vida” (Jn. 5.40).
    No cabe duda que muchos de los cobardes e incrédulos se consideran decentes, cultos y morales. No quieren tener nada que ver con los asesinos, los inmorales o los que practican la magia. Pero la ironía es que pasarán toda la eternidad con ellos, porque nunca acudieron a Cristo para ser salvos.
    Su destino es “el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda”. Esto es, por supuesto, la tragedia suprema. La gente puede discutir acerca de la existencia del infierno y del castigo eterno, pero la Biblia es muy explícita al respecto. El infierno existe al final de la vida sin Cristo.
    Lo que hace que este asunto sea especialmente triste es que ni los cobardes ni los incrédulos ni ninguno de los otros que están en la lista de nuestro verso tendrían que ir al lago de fuego. Nadie está predestinado a eso, y además, es completamente innecesario. Si solo se arrepintieran de sus cobardías, dudas y otros pecados y se volvieran al Señor Jesús con una fe sencilla, serían perdonados, limpiados y hechos aptos para el cielo.

William MacDonald, De Día en Día, CLIE


“Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno”. Palabras de Jesucristo, en Mateo 10.28


sábado, 30 de noviembre de 2024

EN ESTO PENSAD - diciembre 2024

 La Avaricia

William MacDonald


“Mirad y guardaos de toda avaricia” (Lucas 12.15).
 


La avaricia es el deseo excesivo por la riqueza o las posesiones. Es una manía que atenaza a la gente, causándoles desear más y más. Es una fiebre que les lleva a anhelar cosas que en realidad no necesitan.
     Vemos la avaricia en el hombre de negocios que nunca está satisfecho, que dice que se detendrá cuando haya acumulado una cierta cantidad, pero cuando ese tiempo llega, está ávido de más.
    La vemos en el ama de casa cuya vida es una interminable parranda de compras. Amontona toneladas de cosas diversas hasta que su desván, garaje y despensa se hinchan con el botín.
    La notamos en la tradición de los regalos de navidad y también en algunos cumpleaños. Jóvenes y viejos igualmente juzgan el éxito de la ocasión por la cantidad de artículos que son capaces de acumular.
    La palpamos en la disposición de una herencia. Cuando alguien muere, sus parientes y amigos derraman unas lágrimas fingidas, para luego descender como lobos a dividir la presa, a menudo comenzando una guerra civil en el proceso.
    La avaricia es idolatría (Ef. 5.5; Col. 3.5). La avaricia coloca la propia voluntad en el lugar de la voluntad de Dios. Expresa insatisfacción con lo que Dios ha dado y está determinada a conseguir más, sin importar cuál pueda ser el coste. La avaricia es una mentira, que crea la impresión de que la felicidad se encuentra en la posesión de cosas materiales. Se cuenta la historia de un hombre que podía tener todo lo que quería con simplemente desearlo. Quería una mansión, sirvientes, un Mercedes, un yate y ¡presto! estaban allí instantáneamente. Al principio esto era estimulante, pero una vez que comenzó a quedarse sin nuevas ideas, se volvió insatisfecho. Finalmente dijo: “Deseo salir de aquí. Deseo crear algo, sufrir algo. Preferiría estar en el infierno que aquí”. El sirviente contestó: “¿Dónde crees que estás?”
      La avaricia tienta a la gente al riesgo, a la estafa y a pecar para conseguir lo que se desea.
    La avaricia hace incompetente a un hombre para el liderazgo en la iglesia (1 Ti. 3.3). Ronald Sider pregunta: “¿No sería más bíblico aplicar la disciplina eclesial a aquellos cuya codicia voraz les ha llevado al “éxito financiero” en vez de elegirles como parte del consejo de ancianos?”
    Cuando la codicia lleva a los desfalcos, la extorsión u otros escándalos públicos, exige la excomunión (1 Co. 5.11). Y si la avaricia no es confesada y abandonada, lleva a la exclusión del Reino de Dios (1 Co. 6.10).

del libro De Día En Día, CLIE

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La Prosperidad Es Peligrosa



“Cuídate de no olvidarte de Jehová tu Dios... cuando todo lo que tuvieres se aumente”
(Deuteronomio 8.11, 13 BAS).

Como regla general, el pueblo de Dios no puede florecer en medio de la prosperidad material. Progresan mucho más en la adversidad. En su cántico de despedida, Moisés predijo que la prosperidad de Israel lo arruinaría espiritualmente: “Pero engordó Jesurún, y tiró coces (engordaste, te cubriste de grasa); entonces abandonó al Dios que lo hizo, y menospreció la Roca de su salvación” (Dt. 32.15).
    La profecía se cumplió en los días de Jeremías, cuando el Señor se quejaba de que: “...los sacié, y adulteraron, y en casa de rameras se juntaron en compañías” (Jer. 5.7).
    De nuevo leemos en Oseas 13.6: “En sus pastos se saciaron, y repletos se ensoberbeció su corazón; por esta causa se olvidaron de mí”.
    Después de volver del exilio, los levitas confesaron que Israel no había respondido adecuadamente a todo lo que el Señor había hecho por ellos: “...comieron, se saciaron, y se deleitaron en tu gran bondad. Pero te provocaron a ira, y se rebelaron contra ti, y echaron tu ley tras sus espaldas, y mataron a tus profetas que protestaban contra ellos para convertirlos a ti, e hicieron grandes abominaciones” (Neh. 9.25b-26).
    Somos propensos a considerar la prosperidad material como una evidencia innegable de la aprobación del Señor de lo que somos y hacemos. Cuando las ganancias en nuestros negocios se elevan, decimos: “El Señor en realidad está bendiciéndome”. Probablemente sería más exacto que consideráramos estas ganancias como una prueba. El Señor espera ver lo que haremos con ellas. ¿Las gastaremos para nuestro propio beneficio, o actuaremos como fieles administradores, empleándolas para enviar las buenas nuevas hasta las partes más remotas de la tierra? ¿Las acumularemos en un esfuerzo por amasar una fortuna, o las invertiremos para Cristo y Su causa?
    F. B. Meyer dijo: “Si se discutiera en cuanto a cuáles son las pruebas más severas para el carácter, si la luz del sol o la tormenta, el éxito o la dificultad, los observadores más agudos de la naturaleza humana nos dirían probablemente que nada muestra más claramente el material de que estamos hechos como la prosperidad, porque ésta es la más severa de todas las pruebas”.
    José hubiera estado de acuerdo. Él dijo: “Dios me hizo fructificar en la tierra de mi aflicción” (Gn. 41.52). Se benefició más de la adversidad que de la prosperidad, aunque se condujo favorablemente bajo ambas circunstancias.

William MacDonald, De Día en Día, CLIE

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 La Separación Buena y Necesaria

Hay separaciones que Dios no aprueba. Por ejemplo, acerca del matrimonio leemos: "lo que Dios juntó, no lo separe el hombre". (Mat 19:6 R60), y "que la mujer no se separe del marido" (1 Co. 7.10).

Pero hay otras que son buenas y necesarias. Un refrán dice: “Mejor estar solo que mal acompañado”. Pero hoy, para muchos, lo peor es estar solo o tener pocos amigos. De ahí que la palabra “separación” les suena mal. No quieren juzgar – discernir. Hablan de diferentes puntos de vista, no de lo que Dios dice. Dicen que el mundo y los tiempos han cambiado, y hay que aceptar, tolerar y respetar muchas cosas. “No se puede hilar tan fino”, dicen. Piensan en incluir, no en excluir. Pero su filosofía no tiene apoyo en la Biblia.
    En el principio, Dios separó el día de la noche (Gn 1.4, 14). Separó las aguas (Gn 1.7), separó la luz de las tinieblas (Gn 1.18). No había medias tintas, ni grises. La separación y la distinción son necesarias y forman parte de Su plan sabio.
    Abraham, después de años de estar acompañado por su sobrino Lot, por fin reconoció el problema, tomó la iniciativa y dijo a su pariente: “Yo te ruego que te apartes de mí(Gn. 13.9). No fue un momento agradable, pero después de eso, Jehová lo bendijo, indicándole así que había tomado la decisión correcta (Gn. 13.14-18). Muchos tienen dificultades para separarse de sus familiares.
    En Levítico 13.44-46 se enseñó a Israel a identificar a los que tenían lepra y a ponerlos fuera del campamento. La separación era por el bien de los que no estaban contaminados. En Números 5.1-3 leemos: “Jehová habló a Moisés, diciendo: Manda a los hijos de Israel que echen del campamento a todo leproso, y a todos los que padecen flujo de semen, y a todo contaminado con muerto. Así a hombres como a mujeres echaréis; fuera del campamento los echaréis, para que no contaminen el campamento de aquellos entre los cuales yo habito”. En el mundo actual, los médicos saben lo importante que es la separación. Recuerden la importancia del alejamiento y la cuarentena durante la pandemia de COVID. Además, un miembro gangrenoso o un órgano maligno debe ser extirpado si se quiere que el cuerpo sobreviva. No hay que pensar en el pobre miembro u órgano, sino en el cuerpo. Del mismo modo, la disciplina bíblica en la asamblea debe llevarse a cabo, no sólo para corregir lo que está mal, sino también por la pureza y el bien de la asamblea, para que no se contamine, pues el Señor está en medio de ella (1 Co. 5.13). 

El consejo del salmista en el Salmo 34.14 es: “Apártate del mal, y haz el bien; Busca la paz, y síguela”. Es necesario separarse del mal, si queremos agradar a Dios (ver también Sal. 37.27). Así aconseja el padre a sus hijos en Proverbios 3.7-8, “No seas sabio en tu propia opinión; teme a Jehová, y apártate del mal; porque será medicina a tu cuerpo, y refrigerio para tus huesos”. Hoy muchos que se consideran sabios adoptan una postura de tolerancia y de “vista gorda” en sus amistades y su vida familiar, pero eso es un error. 
    El profeta Amós habló de la separación entre los que no están de acuerdo: “¿Andarán dos juntos si no estuvieren de acuerdo?” (Am. 3.3). En Mateo 22.12-13, sacaron de las bodas a un hombre que no tenía el vestido de los invitados. No hubo tolerancia. En Hechos 19.9, el apóstol Pablo separó a los discípulos de la gente incrédula y endurecida, para enseñarles sin estorbos de parte de los incrédulos. 
    Romanos 16.17 nos manda apartarnos de los que causan divisiones y tropiezos. “Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos”. 1 Tesalonicenses 4.3 manda a los creyentes a separarse de toda inmoralidad. “Pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de fornicación”.
    En 2 Tesalonicenses 3, el apóstol manda separarnos de los que andan desordenadamente (v. 6), y describe qué es desordenado en el verso 11, “… andan desordenadamente, no trabajando en nada, sino entremetiéndose en lo ajeno”, esto es, en vidas y asuntos de otros. Deben conseguir un trabajo y ocuparse sosegadamente en él. A los que no obedecen la exhortación apostólica, primero dice: “tampoco coma” (v. 10). Además, nos manda hacer esto: “a ése señaladlo, y no os juntéis con él, para que se avergüence” (v. 14).
    Debemos separarnos de los “cristianos” que aman el dinero y piensan que la piedad es fuente de ganancia: “disputas necias de hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de ganancia; apártate de los tales” (1 Ti. 6.5).
    También se nos exhorta a apartarnos de aquellos que 2 Timoteo 3 describe. Hay maldad en las iglesias en los postreros tiempos. El verso 4 los califica de “impetuosos” e “infatuados”, y luego añade: “que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita (v. 5). Algunos de ellos serán pastores (ancianos) y maestros malvados (Hch. 20.30; 2 P. 2.1).
    Los fieles siervos del Señor hablan claramente, como los profetas de antaño. No enseñan medias tintas, ni fomentan ninguna tolerancia del mal, ni ningún comportamiento que se asocie con el mal. La distinción y la separación bíblicas agradan a Dios. “Y enseñarán a mi pueblo a hacer diferencia entre lo santo y lo profano, y les enseñarán a discernir entre lo limpio y lo no limpio” (Ez. 44.23). 
    A los creyentes se nos ordena no estar unidos en yugo desigual con los incrédulos, y limpiarnos de toda contaminación (2 Co. 6.17-7.1). El versículo 17 nos exhorta: “Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré”. Cuando separamos de nuestra vida y asamblea a todas esas personas y cosas, aunque la separación sea dolorosa o cause alguna pérdida, entonces conoceremos de una manera especial la comunión y la bendición del Señor.

Carlos

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  ¡Corrige a Tu Hijo!


Es bueno cuando haya amistad entre los padres y sus hijos, pero tengamos claro, que Dios no enfatiza la amistad, sino la educación en el temor de Dios y la obediencia. Los padres deben obedecer y honrar a Dios, cumpliendo el deber que les ha dado, de criar a sus hijos "en diciplina y amonestación del Señor" (Ef. 6.4). Es un mandamiento. Y el mismo Dios manda a los hijos a honrar y obedecer a sus padres. Pero hoy, la psicología asigna una excusa a toda conducta incorrecta de los hijos. Hay etiquetas de "síndromes", trastornos y "enfermedades" para casi todo (por ej., TDAH disculpa a los niños "hiperactivos" y sin dominio propio). Pero la Biblia no nos llama a "explicar" su conducta, sino a educarlos en disciplina, amonestación del Señor. Dios manda: "Corrige a tu hijo, y te dará descanso" (Pr. 29.17). Bien observó William MacDonald:
    "Vivimos en una sociedad tolerante. Especialmente en el área de la educación de los hijos, la gente escucha el consejo de los psicólogos y sociólogos en vez de oír las enseñanzas de la Palabra de Dios. Muchos adultos que fueron criados por padres que se atrevieron a disciplinarles deciden que sus hijos vivan y se expresen libremente. ¿Cuáles son los resultados?
     ... Estos hijos luego serán ingratos, y algunos se alejarán de sus padres, los cuales suponían que al no castigarles, ganaban su amor eterno. Mas bien lo que han conseguido ha sido el odio y desprecio de ellos. ... Si los padres hubieran quebrantado sus voluntades al comienzo de su vida, los hijos habrían podido someterse más fácilmente en las áreas normales de la vida. La rebelión se extiende a las normas morales expuestas en las Escrituras. Los jóvenes rebeldes se ríen de los mandamientos que hablan de la pureza y se abandonan a una vida temeraria y sin restricciones. Manifiestan una aversión profunda por todo lo bueno, y amor por lo anormal, obsceno y aborrecible.
    Finalmente, los padres que fracasan en quebrantar la voluntad de un hijo por medio de la disciplina, dificultan la salvación de ese hijo. La conversión implica el quebrantamiento de la voluntad en su rebelión contra el gobierno de Dios. Susana Wesley, la madre de Juan y Carlos Wesley, decía: “El padre que estudia cómo quebrantar la voluntad de su hijo colabora junto con Dios en la renovación y salvación de un alma. Los padres indulgentes realizan la obra del diablo, hacen que la religión sea impráctica, la salvación inalcanzable y que todo lo que está en ellos se eche a perder, su cuerpo y alma, para siempre”.  

William MacDonald, De Día en Día, CLIE

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  La Palabra Escrita: El Libro de Dios


De todas las formas en que Dios podría transmitir Su mensaje a la humanidad, un libro parece ser la menos espectacular y eficaz. ¿Por qué eligió Dios la página escrita como medio principal para compartir Su verdad con la humanidad? A lo largo de la Escritura se encuentran referencias al registro de las palabras de Dios en papel, arcilla o piedra. La primera vez que leemos sobre el registro de la Palabra de Dios fue cuando los Diez Mandamientos fueron entregados a Moisés en dos tablas de piedra. De ese relato se desprende claramente que Dios mismo fue el primer grabador de la Palabra: “dio a Moisés... en el monte Sinaí, dos tablas del testimonio, tablas de piedra escritas con el dedo de Dios” (Éx. 31.18).
    Sería difícil exagerar la importancia de la Palabra escrita incluso en las primeras etapas de la existencia de Israel. La revelación de Dios se memorizaba, se registraba y se transmitía a la siguiente generación. Moisés instruyó a los hijos de Israel: “Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes” (Dt. 6.6-7).    
    Pasando al Nuevo Testamento, se da más instrucción para que los creyentes en Cristo sean diligentes en su estudio de la Palabra de Dios. Pablo da instrucción a Timoteo: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2 Ti. 2.15).
    También estaba la expectativa del propio Señor Jesús de que Sus discípulos leyeran y consideraran la Palabra de Dios, repitiendo en múltiples ocasiones a los fariseos y a otros: “¿No habéis leído?” (Mt. 12.3, 5; 19.4; 21.16, 42; 22.31). El reto nos llega hoy a nosotros. ¿Hasta qué punto tenemos en cuenta las mismas palabras de Dios mismo?

Ruaridh Munro
de la revista Present Truth (“La Verdad Presente”), oct.-nov. 2024,  
www.truthdefended.com

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 Los Tiempos de los Gentiles

"Los tiempos de los gentiles" (Lc. 21.24) comenzaron con la toma de Jerusalén por Nabucodonosor (586 a. C.), y finalizarán con la segunda venida de Cristo en poder y gloria. Entonces, los fracasados reinos de los hombres – y del anticristo – caerán, y se establecerá el Reino de Cristo: el Milenio. El Señor Jesucristo reinará desde Jerusalén sobre toda la Tierra. Acerca de estos asuntos debemos consultar los libros de Daniel, 2 Tesalonicenses y Apocalipsis. A Daniel le fueron reveladas cosas acerca de los tiempos de los gentiles (Dn. 2, 7), que empezaron con Nabucodonosor (uno de los cuatro imperios mundiales). En 2 Tesalonicenses y Apocalipsis vemos el fin del gobierno y los tiempos de los gentiles. Toda la política y los gobiernos humanos conducen  inevitablemente al reino de la bestia, el anticristo (Ap. 13). Los creyentes no deben participar de ninguna manera en la política, sino esperar en el Señor. Primero, sacará a Su iglesia de este mundo, y luego destruirá al último dictador, el anticristo, en Su venida y manifestación.


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  La Segunda Venida de Cristo:
“en llama de fuego, para dar retribución”

2 Tesalonicenses 1.8

 


Muchas personas tienen ideas equivocadas acerca de la venida de Cristo. Piensan en Él como el niño Jesús, o como alguien tan bondadoso que es incapaz de ira u odio, y que nunca haría mal a nadie. Pero en sus fiestas de navidad celebran supuestamente el nacimiento de Aquel que no solo envía todos los terribles juicios  de  Apocalipsis 6-19, sino que también vendrá con gran ira y destruirá a todos Sus enemigos. De esa venida de Cristo habla Pablo en su segunda epístola a los tesalonicenses.
    El capítulo 1, verso 8, aclara que Cristo vendrá “en llama de fuego, para dar retribución”. Eso no es el arrebatamiento, sino Su segunda venida a la tierra, para reinar. Será el día de la ira del Cordero y temblará el mundo (Ap. 6.15-17). No será salvo todo el mundo, como algunos enseñan, porque Dios no perdonará a los no arrepentidos, a los incrédulos. En el verso 8 los llama: “los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo”. El mundo tiene muchas religiones y filosofías, pero no conoce a Dios. La humanidad es una raza rebelde y perversa. Ni siquiera desean oír el evangelio predicado, porque les dice como realmente son.
    Triste es que muchos hay en iglesias hoy que profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan (Tit. 1.16; 1 Jn. 2.4). Se llaman cristianos, pero no han obedecido al evangelio, pues algunos ni siquiera saben qué es. Comienzan sin obedecer, y siguen desobedientes. No quieren el señorío de Cristo – son como los de 2 Pedro 2.10 que “desprecian el señorío”. Han sido engañados por los predicadores y falsos maestros que forman “iglesias” sin el verdadero evangelio y la sana doctrina. Organizan y escuchan conciertos, ven obras de teatro, tienen cenas y excursiones y películas y vida social, y por eso asisten, porque no conocen al Señor. Pero todos esos quedarán en tierra en el arrebatamiento de la Iglesia, y luego serán juzgados por el Señor. Es peor ir a una iglesia falsa y mundana que no ir a ninguna, porque ahí la gente piensa que es cristiana y que todo está bien, cuando realmente está perdida. Es un gran engaño que les conduce a una sorpresa amarga.
    El verso 9 declara que Dios no los aceptará. “Los cuales sufrirán pena de eterna perdición”. Notamos que la perdición es eterna, así como el sufrimiento; no hay aniquilación. “Sufrirán pena”, dice, porque serán conscientes de sus dolores. Serán atormentados y “excluidos”. Hoy la gente habla de hacer una “sociedad inclusiva”, que acepta y da los mismos derechos a todos. El cielo no es así, ni tampoco el reino de Cristo en la tierra. Los incrédulos quedarán fuera de Su gloriosa presencia. El infierno es lugar de exclusión y de castigo eterno.
    Volvamos a considerar por un momento cuán terrible será la retribución de Dios cuando venga. Hay ejemplos en la historia de momentos cuando Dios pagó con ira y tomó venganza de los que maltrataron a los Suyos. Faraón y los egipcios maltrataron a Israel con dura servidumbre, y quisieron matar a todo varón que naciera. Pero Dios intervino con las plagas, arruinando el país, con la muerte de todo primogénito en Egipto, y finalmente Faraón perdió su ejército en el Mar Rojo. El país más potente en el mundo de entonces quedó aplastado. Amán trató de aniquilar a todos los judíos, pero al final fue ahorcado en la horca que hizo para Mardoqueo, y Mardoqueo fue exaltado. En los tiempos de Darío de los medos, los sátrapas quisieron acabar con Daniel, y formularon un plan para echarlo en el foso de los leones. Pero Dios cerró la boca de los leones hasta que Daniel saliera, y esos hombres fueron echados ahí y deshuesados por los leones. Dios sabe cómo y cuándo pagar y tomar venganza.
    A la iglesia en Tesalónica le tocaba soportar y padecer la persecución, pero en los versos del 5 al 9 Pablo les fortalece y anima con la esperanza de que Dios pagará a sus enemigos. Serán humillados, y vendrán a ser estrado de Sus pies (Sal 110.1; He. 1.13). Pensemos un momento en nosotros. ¿Sufrimos algún problema por ser fieles al Señor? Quizás algún hermano se pregunta: ¿El Señor tiene en cuenta mi situación, mi problema? ¡Claro que sí! Cuando sea tiempo, Él intervendrá. En 1 Pedro 5.10 el apóstol dice: “después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca”. Dios nos consolará y nos afirmará, y él dará el pago a los perseguidores. Los creyentes esperamos “la presencia del Señor y... la gloria de su poder” (v. 9). ¡Cuán diferente será Su venida para nosotros!

      del comentario sobre 2 Tesalonicenses, por Lucas Batallal y Carlos Tomás Knott, Libros Berea

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 Dios Juzgará los Pecados Secretos


Charlie Rich, un cantante norteamericano de estilo “country”, compuso una canción titulada: “Tras Puertas Cerradas”, en la que se repetía la frase: “Nadie sabe lo que sucede detrás de las puertas cerradas”. Pero no es cierto, porque Dios lo sabe todo. Las tinieblas y la luz le son las mismas. Todo lo ve, todo lo oye, y todo lo sabe. Puedes engañar a los hombres, pero no a Dios. Ante Él, no tienees ningún secreto. Y advierte que viene el día “en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres” (Romanos 2.16). Todo pecado será juzgado. William MacDonald escribe:

“Sabed que vuestro pecado os alcanzará” 
Números 32.23

Dios ha establecido ciertos principios inalterables en nuestro mundo y ningún hombre puede escapar de estos principios. Uno de ellos es que no se puede pecar sin ser castigado.
    Algunos de nosotros aprendimos esto en nuestra infancia cuando hurtábamos mermelada u otras golosinas que dejaban una marca reveladora que la madre descubría fácilmente. Pero esta verdad se aplica a toda la vida y está atestiguada en el diario de cada mañana. 
    El poema, “El Sueño de Eugenio Aram” es una notable ilustración de este asunto. Pensando que podía cometer un “crimen perfecto”, Aram asesinó a un hombre y arrojó su cuerpo al río: “unas aguas perezosas, negras como la tinta cuya profundidad era inmensa”. A la mañana siguiente descendió a la orilla del río donde había cometido el crimen.

“Y buscó el maldito negro estanque, 
con un ojo receloso y delirante;
Y vio en su lecho al fallecido, 
porque el pérfido río se había secado”.

    Entonces, horrorizado, trató de cubrir el cuerpo con una enorme montón de hojas. Pero aquella noche sopló un gran viento por toda la zona, dejando el cadáver claramente al descubierto.

“Entonces caí rostro en tierra,
Y por primera vez comencé a llorar,
Pues entonces supe que mi secreto era uno
Que la tierra rehusaba guardar,
En suelo o mar, aunque estuviera
A diez mil brazas de profundidad”.

    Finalmente sepultó a su víctima en una remota cueva, pero años más tarde el esqueleto fue descubierto; y el culpable fue hallado, procesado por el crimen y ejecutado. Su pecado le había alcanzado.
    Pero hay otro modo en el que el pecado nos alcanza. E. Stanley Jones nos recuerda que: “el pecado se expresa en el deterioro interno, en el infierno interior de no ser capaz de respetarte a ti mismo, al empujarte a vivir clandestinamente en ciegos laberintos”.
     Aun si el pecado de un hombre pudiera permanecer de alguna manera sin ser visto en esta vida, es seguro que lo atrapará en la que sigue. A menos que el pecado haya sido limpiado por la sangre de Jesucristo, será expuesto a la luz de Dios en el Día del Juicio (Apocalipsis 20.11-15). Trátese de hechos, pensamientos, motivos o intentos, el pecado le será imputado así como el castigo ya anunciado. Esa pena, sin duda, es la muerte eterna.


    ¿Qué pecados ocultas? Saldrán a luz. No importa quién seas. Con Dios no se juega. Mejor arrepentirte ahora, y buscar perdón y limpieza, porque “El que sembrare iniquidad, iniquidad segará” (Proverbios 22.8). “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gálatas 6.7).

“El que encubre sus pecados no prosperará; 

mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia”.

  Proverbios 28.13

 

jueves, 31 de octubre de 2024

EN ESTO PENSAD - noviembre 2024

 

¿Qué Es El Pecado?

William MacDonald

Es cualquier acto, palabra, pensamiento o motivo que no alcanza a la perfección de Dios (Ro. 3.23). Es cualquier violación de la voluntad de Dios. No es solo hacer lo malo, sino dejar de hacer el bien que sabemos que deberíamos hacer (Stg. 4.17). Es hacer cualquier cosa acerca de la que tengamos alguna duda genuina (Ro. 14.23). Es iniquidad; la voluntad humana enfrentada a la voluntad de Dios (1 Jn. 3.4).
    El pecado es universal. “Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque” (Ecl. 7.20).
    El pecado es innato. Cada persona es formada en iniquidad y concebida en pecado (Sal. 51.5).
    El pecado lo impregna todo. El hombre está totalmente depravado. El pecado ha afectado cada parte de su ser (Ro. 3.13-18). Aunque pueda no haber cometido todos los pecados de la lista, es capaz de ellos.
    El pecado comienza en la mente (Stg. 1.13-l5). En su vida pensante, el hombre puede vagar por callejuelas de maldad allí donde ninguna mirada humana lo puede seguir. Cuanto más piensa en un pecado y más lo paladea como un bocado dulce en su boca, tanto más susceptible es de cometerlo.
    El pecado es grave porque es contra Dios (Sal. 5l:4a). Su gravedad se ve en los padecimientos de la humanidad; en los padecimientos del Señor por nuestros pecados; y en los padecimientos de los perdidos en el infierno.
    El pecado esclaviza (Ro. 6.15-16). Encadena a sus cautivos con hierros de concupiscencia, codicia y toda clase de malvados hábitos.
    El pecado es engañoso. Ofrece placeres pero no da ninguna satisfacción duradera. Ofrece la posibilidad de escapar del castigo, pero falla en cumplirla. Puede ser atractivo, divertido y hasta encantador en expectativa, pero retrospectivamente es repulsivo y nocivo.
    El pecado ciega. Podemos detectarlo en otros más fácilmente que en nosotros mismos. En nosotros parece muy respetable, y en otros es repulsivo. Nos excusamos a nosotros mismos si tan solo podemos encontrar a alguien peor. Esto sirve de consuelo a nuestro depravado corazón.
    El pecado endurece. Cuando cometemos un pecado por primera vez, nuestra conciencia se agita mucho. Cuanto más persistimos, tanto más enmudece la voz de la conciencia. Al final podemos pecar con facilidad, y ya no duele. Hemos llegado a endurecernos.
    El pecado pasa la culpa a otros. Cuando Adán cayó, le pasó la culpa a Dios y a la mujer que Dios le había dado: “La mujer que me diste por compañera” (Gn. 3.12). Eva le pasó la culpa al diablo: “La serpiente me engañó, y comí” (Gn, 3.13). Ahora su posteridad le pasa la culpa al ambiente en que fue criado, a sus padres o a sus semejantes. Como ejemplo, aquí tenemos algunas patéticas explicaciones de la causa de accidentes, que los conductores presentaron a las compañías de seguros:

· El peatón no tenía idea hacia dónde iba, y lo atropellé.
· Aquel tipo estaba por toda la carretera. Tuve que derrapar varias veces antes de arrollarlo.
· Salí del arcén de la carretera, miré atrás a mi suegra, y me caí en la zanja.
· El poste de teléfono se acercaba rápidamente. Intenté esquivarlo pero chocó contra mi auto.
    El pecado nunca pasa inadvertido (He. 4.13). Los pecados encubiertos y secretos en la tierra son escándalos públicos en el cielo.
    El pecado nunca es estático. Trabaja como la levadura. Una mentira tiene que ser tapada con otras mentiras. Cuando alguien comete un acto de inmoralidad, razona que por cuanto ha ido hasta allí, tanto valdrá llegar hasta el fin. Por cuanto las personas tienden a aprobar sus propios pecados, mientras más personas lo cometan, tanto menos será condenado, y tanto más aceptado será. De esta manera, el pecado se convierte en un alud.
    El pecado trae sufrimiento sobre los inocentes, incluso para las generaciones futuras. Los hijos de un borracho comparten su miseria. El SIDA ha pasado a los inocentes, por medio de transfusiones de sangre. Una mujer drogadicta pasa el daño al bebé en su vientre. Por culpa de Jonás sufrieron los marineros del barco. Nadie es una isla. Los hechos de cada uno, buenos o malos, afectan a los demás.

del capítulo 14 del libro: El Mandamiento Olvidado: Sed Santos, Libros Berea

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La Iglesia Local Profetizada  
Parte 5
Camilo Vásquez Vivanco


viene del nº anterior
Cuatro Rastros que Anunciaban el Misterio de la Iglesia

El Espíritu de Dios dejó así profetizado los principios de lo que sería congregarse como iglesia local en torno al nombre del Señor Jesús. Esto no quedaría al parecer de nadie, sino que tendría una forma y un modelo. Es cierto que la Iglesia del Señor no aparece en el Antiguo Testamento, pero puede verse su oculto rastro como “el rastro del hombre en la doncella” (Pr. 30.19), invisible como un misterio que sería revelado en el Nuevo Testamento.
 
La Iglesia Es un Misterio como el Rastro sobre la Doncella
    De los cuatro ocultos rastros mencionados en Proverbios 30.19, podemos aprender sobre cuatro misterios revelados en el Nuevo Testamento. El rastro “del águila en el aire” es el misterio de la persona de Cristo (Col. 2.2), El rastro “de la culebra sobre la peña” es el misterioso avance de la maldad llamado el misterio de la iniquidad (2 Ts. 2.7) que busca desacreditar a la persona de Cristo, cual peña estable y eterna y también busca pervertir la manera de congregarnos en torno a la Persona de Cristo “como iglesia”. El rastro “de la nave en medio del mar” es la prevalencia de la soberanía de Dios en el mundo a pesar de la oposición satánica, se le conoce como el misterio de Su voluntad (Ef. 1.9). Finalmente “el rastro del hombre en la doncella” es el misterio de Cristo, la Iglesia (Ef. 3.5-9), la cual el “segundo hombre” (1 Co. 15.47) ha ganado con Su sangre y ha dejado Su Espíritu cual rastro para Su posesión adquirida (Ef. 1.13-14). Este último rastro es la razón de este estudio.
 
La Iglesia Es como una Doncella con un Santo Rastro, una Virgen Pura

    Cristo es llamado “el segundo hombre”, pues así vino revestido de humanidad (1 Co. 15.47) para ser Redentor de la Iglesia y dejar Su rastro sobre ella, pues Él ha muerto por ella, y no ha tocado a ninguna otra antes, ni siquiera a Israel la esposa infiel de Jehová (Jer. 3.20). La doncella mencionada nos habla de la Iglesia, pues la palabra usada es referente a una “virgen”, condición que no posee Israel llamado también “la adultera” (Os. 3.1). Por esto, Pablo nos habla de la Iglesia cual   (2 Co. 11.2) y es solo ella que ha sido cortejada y preparada para ser la esposa de Cristo cual el “segundo hombre”. Se le llama así “el segundo hombre”, porque es el segundo que ha llegado al mundo sin pecado. Primero lo fue Adán, y Satanás lo venció. Este segundo hombre también fue tentado, pero no ha fallado (He. 4.15), por eso se nos dice “que...  es del cielo” (1 Co. 15.47). También se le conoce como “el postrer Adán” cual espíritu vivificante (1 Co. 15.45), que da vida eterna y que triunfando sobre la muerte ha resucitado para levantar a Su Iglesia en la resurrección de entre los muertos. Es además “el postrer Adán” porque muchos otros recibieron antes en sus manos la administración de la tierra y fracasaron. Pero este nunca ha fallado y vendrá a reinar junto a Su esposa, la cual le ha sido fiel, dada la posición en que Él la colocó delante de Dios (Ef. 2.6). Ese “rastro” mencionado, no es ninguna inmundicia antes del matrimonio (Dt. 24.1) sino Su Santo Espíritu como un sello de Su amor y de compromiso de venir a buscarla (Ef. 1.13-14). Aún no somos Su esposa, pero Su rastro en nosotros nos hace decir, junto con Su Espíritu: “Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven... sí, ven, Señor Jesús” (Ap. 22.17-20).        

    Camilo Vásquez es un obrero del Señor que vive en la Isla de Chiloé, Chile. 

Estos estudios sobre la iglesia están en el libro: La Iglesia Profetizada. Libros Berea.

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¿Nace o se Hace?
parte 3
Dr. A. J. Higgins

La Genética y la Personalidad 
    

El debate sobre la importancia relativa de lo innato versus lo adquirido debe incorporar una tercera influencia: el nuevo nacimiento. De las tres, sin duda el nuevo nacimiento puede imponerse sobre las otras. Dios ha hecho una variedad de personalidades; no produjo cristianos en serie. Todos tenemos nuestra propia personalidad, pero todos debemos aprender a tener el mismo carácter. Si la personalidad es la suma total de mis características emocionales, entonces el carácter es la suma total de mis virtudes morales. Todos diferimos emocionalmente, pero todos debemos ser como Cristo en carácter. Ese carácter, a su vez, debería controlar mis emociones.
    Esto quiere decir que uno no se esconde detrás de la excusa que se oye tan a menudo: “Así es como Dios me hizo”. Efectivamente, la naturaleza “me hizo” egoísta y pecaminoso. Las experiencias de la vida, comienzos familiares difíciles y la crianza, o la falta de ella, que he tenido posiblemente hayan provocado ciertas tendencias emocionales en mi vida. Pero soy adulto y no puedo excusar el pecado en mi vida cuando Dios me ha dotado, por la vía de un nuevo nacimiento, con la capacidad de vencer.
    Decir: “Es que soy así”, es solo confesar la naturaleza del problema. El problema es exactamente eso: lo natural para usted es perder los estribos, ser egoísta, comportarse neciamente, herir a otros y un sinfín de pecados más. Pero contamos con una promesa que el Señor Jesús nos ha dado en relación con el desarrollo de nuestro carácter. Al hablar de fomentar el fruto que nos hace semejantes a Él en nuestras vidas, el Señor Jesús nos dijo que podríamos pedir al Padre y Él respondería a nuestra petición, Juan 15.7-8. Los recursos para un cambio están disponibles. El asunto crucial es nuestra disposición a ser cambiados. 
    Eso quiere decir que uno nunca debe conformarse con verse como “un cristiano de mal genio”, o “un cristiano con una debilidad por la pornografía”, o un “cristiano homosexual”. No nos definimos por el pecado; hacerlo sería negar que estamos en Cristo y justificar nuestro pecado y falta. En Corinto había aquellos que en un tiempo se caracterizaban por tener los estilos de vida más inmorales que uno se pudiera imaginar, pero habían sido lavados, santificados y justificados, 1 Corintios 6.9-11. “Esto erais algunos…” Ahora no. Declararnos incapaces ante las tendencias pecaminosas es negar el poder del Espíritu de Dios para vencer y para cambiar vidas. Él no está a nuestra disposición para gestionar nuestro pecado o controlar nuestros pensamientos, sino para transformarnos.

Nuestra perspectiva

    El bombardeo en los medios que glorifica el movimiento gay-lesbiano-transexual, la exteriorización de parte de atletas y estrellas de su homosexualidad y la oleada de opinión pública tienen el potencial de insensibilizarnos al pecado y la inmoralidad. Nos sentimos cómodos con él y casi comenzamos a aceptarlo como inevitable y “normal” para algunas personas. Debemos ceñirnos al enfoque bíblico del mal que nos rodea, reconociendo que es otro golpe maestro de Satanás en su intento incesante de revertir todo lo que Dios ha diseñado y ordenado.
    Pero nuestra repulsión natural a algunas de estas cosas no debe hacernos repulsivos hacia aquellos con quienes nos topamos que encaran estos problemas. Usted y yo encontraremos a esta clase de personas en el lugar de trabajo, el vecindario y en la sociedad. Independientemente de su orientación y conducta, ellos son candidatos para la salvación de Dios, así como lo éramos usted y yo. Relaciónese con ellos al nivel de su necesidad y no simplemente al nivel del pecado que le molesta. Debemos concederle a cada ser humano la “dignidad” que Dios ha otorgado a la humanidad.
    ¿Y qué de los creyentes que pudieran acercársele y confesar que se sienten atraídos a personas de su mismo sexo? ¿Qué de los padres de aquellos que han elegido identificarse con la comunidad de homosexuales, lesbianas y transexuales? ¿Qué pensamos de ellos? ¿Cómo nos relacionamos con ellos? A los creyentes que tienen cualquier tendencia a la atracción hacia personas de su mismo sexo, tenemos que asegurarles de que son amados y respetados.
    La lucha que tienen no los hace cristianos “estigmatizados” o “marginados”. Tenga presente la lascivia con la cual usted lucha. Ellos no deben verse como anormales y enfermos, sino como redimidos por Cristo y poseídos de Su Espíritu Santo, quien puede obrar en ellos y cambiarlos. Esto no quiere decir que tienen que contraer matrimonio y entrar en una relación heterosexual. Pero sí quiere decir que nunca deben conformarse con algo menos que lo que el Espíritu de Dios puede producir en sus vidas.
    Los padres que han conocido la angustia de hijos que han optado por un estilo de vida alterno necesitan nuestro apoyo y comprensión. No han fracasado como padres más que usted y yo. Los hijos tienen libre albedrío y ese albedrío puede causar una angustia indecible a los padres. Nunca debemos aumentarla insinuando alguna culpabilidad de parte de ellos por la elección que sus hijos han hecho.
    Finalmente, como creyentes que posiblemente queramos justificar nuestras propias prácticas, nunca debemos escondernos detrás del escudo falso de la composición genética. Sea enojo, celos, envidia, egoísmo, mentira, lujuria, o cualquier otro pecado, debemos reconocerlo honestamente por lo que es y presentarlo ante Dios en confesión. Entonces, en dependencia del Espíritu de Dios, podemos pedir gracia para vencer y ser lo que nuestra naturaleza pecaminosa no era capaz de hacernos: santos y semejantes a Cristo.

este artículo fue publicado en el Mensajero Mexicano

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        Predicadores y Misioneros Pobres

   


Los apóstoles y otros predicadores no llevaban dinero a los lugares donde predicaron. Escribe William MacDonald: "Está mal que los cristianos acumulen riquezas, porque eso puede animar a otros a hacerse ‘cristianos’ con la esperanza de llegar a ser ricos. La pobreza de los cristianos primitivos era una ventaja, no un inconveniente":

“Una religión que trastornara al mundo entero, aunque eran hombres pobres todos sus primeros predicadores, sólo podía venir del cielo. Si los apóstoles hubiesen poseído dinero para dar a sus oidores, o si hubiesen contado con ejércitos imponentes para asustarles, un incrédulo bien pudiera haber dicho que no había nada de maravilloso en su éxito. Pero la pobreza de los discípulos de nuestro Señor dejó nulos todos esos argumentos. Con una doctrina casi inaceptable para el corazón humano, sin nada para sobornar o imponer la obediencia—unos pocos galileos trastornaron el mundo entero, y cambiaron la cara del imperio romano. Solo hay una causa que puede explicar eso. El evangelio de Cristo, el que proclamaban esos hombres, era la verdad de Dios”.   —J. C. Ryle.

William MacDonald, del libro: ¿Dónde Está Tu Tesoro?

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¿Cómo Identificar a una Iglesia Neotestamentaria?

A muchos les pasa que, al buscar una iglesia, no tienen ningún criterio, o los que tienen no son bíblicos. Van donde les pìlla más cerca de casa, o donde tienen familia, amigos o mucha gente de su edad, o un pastor popular, o donde hay buena música, o algo para sus niños, pero esos no son criterios bíblicos. Una iglesia debe seguir la pauta marcada por la Biblia, y para remarcar esto, presentamos los siguientes capítulos del libro de Robert Gessner. A la hora de buscar dónde congregarse, considera lo siguiente:

1. La Cena del Señor Tiene Prioridad
“Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga” (1 Co. 11.26).

   Cuando leemos el Nuevo Testamento, es  bastante curioso ver qué pocos detalles da acerca de la secuencia y el orden de las reuniones de la iglesia. Si pensamos un poco en esto, quizás llegamos a apreciar algo de la sabiduría de Dios. Hay tanta variedad de situaciones y circunstancias a lo largo de los siglos, y en todas las distintas sociedades del mundo. Aun en nuestros tiempos sería difícil seguir exactamente el mismo horario y plan de reuniones en todos los lugares. No da detalles acerca de con qué frecuencia debemos reunirnos, cuántas reuniones deben dedicarse al ministerio de la Palabra, la frecuencia de la reunión de oración, o a qué hora debemos reunirnos. Por otra parte, hay una reunión que sí está muy claramente designada y el texto arriba citado la declara sin duda alguna.
    Una de las características distintivas de una verdadera iglesia neotestamentaria es que se reúne con frecuencia para proclamar la muerte del Señor por medio de la Cena del Señor.
    1. Las palabras “todas las veces” sugieren fuertemente que esta reunión debe practicarse con mucha frecuencia. Algunos dicen que si lo hacemos cada semana se convierte en una rutina ritualista sin sentido. Es una pobre razón por la que no celebrar la Cena del Señor con frecuencia. El hecho de que algunos no practican correctamente lo que Dios ordena no es un ejemplo que debemos seguir.
 

2. Hay también una indicación fuerte de que los creyentes se reunían el primer día de cada semana para esta práctica. “El primer día de la semana, reunidos los discípulos para partir el pan” (Hch. 20.7). Esto implica que era algo practicado semanalmente.
 

3. En esta reunión semanal comían del pan y bebían de la copa para recordar y proclamar la muerte del Señor. No se dan otros detalles, aunque obviamente en esa reunión adoramos y damos gracias a Dios por la Persona y obra redentora de Su Hijo, nuestro Señor Jesucristo.
El Señor nos manda practicar esto como iglesia, y debe tener prioridad sobre todas las demás reuniones de la iglesia. La práctica de algunos que celebran la Cena del Señor al final de otra reunión, o una vez cada mes o trimestre, indica que no la dan suficiente importancia. En la práctica la tienen en un lugar secundario. Debe tener prioridad entre las demás reuniones de la iglesia.

    Entonces, al buscar dónde congregarnos, si deseamos seguir el modelo  neotestamentario, conviene preguntar acerca de la iglesia: ¿Celebra cada primer día de la semana la Cena del Señor? ¿Tiene esta reunión prioridad sobre las demás reuniones? Si no, sigue buscando hasta que encuentres una iglesia que da el lugar debido a la Cena del Señor.
       Indudablemente, Dios nos instruye a observarlo así, porque eso le da gran placer. Le honra y agrada recibir la adoración, alabanza y acciones de gracias de Su pueblo, y eso es lo que sucede durante la Cena del Señor. “Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre” (He. 13.15).

adaptado del libro Iglesia y Familia, por Robert Gessner, Libros Berea

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¿El Mundo o la Palabra de Dios?

No podemos nadar y guardar la ropa. ¡Hay que escoger! Nadie con doblez de corazón agrada al Señor, ni así puede hacerse nada para servir en el reino de Dios. La doblez es para los del mundo (Sal. 12.2). Los que quieren servir a Dios tienen que ser “sin doblez” (1 Ti. 3.8). Los buenos soldados en Israel no tenían doblez (1 Cr. 12.33). Dios sabe que “El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos” (Stg. 1.8).
    En una conferencia de jóvenes adultos pregunté cuántos podían nombrar por lo menos a tres jugadores del Real Madrid o del Barça. Muchos levantaron las manos indicando que sí. Entonces pregunté cuántos podrían decir los nombres de los doce apóstoles del Señor. Nadie levantó la mano.

   Eso demuestra los valores revertidos y confundidos que hoy afligen a las iglesias, y no sólo son los jóvenes, sino algunos mayores que dan mal ejemplo. ¡Es lamentable que tantos conocen bien a los pijos vanagloriosos e inmorales jugadores profesionales que ninguna importancia tienen en el reino de Dios y el cielo, y desconocen a los apóstoles que serán para siempre recordados en la Palabra de Dios y en los doce cimientos de la Nueva Jerusalén! (Ap. 21.14). “Purificad vuestros corazones” (Stg. 4.8)
    Parece que, para nuestra vergüenza, lo mismo pasaría con los cantantes y los actores, los políticos y sus partidos, y muchas otras cosas vanas que hoy se alaban, pero serán olvidadas por toda la eternidad.
    Hermanos jóvenes, Pablo exhortó al joven Timoteo: “Ejercítate para la piedad” (1 Ti. 4.7), y esto incluye el uso de la mente, la memoria, y con qué cosas nos ocupamos. Pero no por ser Timoteo un joven se van a librar los no tan jóvenes. Hermanos todos, ¿No es hora de dedicarnos al conocimiento de Dios (Col. 1.10), el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo (2 P. 3.18), y a los santos y fieles de la Biblia, para imitarles?  
    A continuación damos unas sugerencias de nombres importantes en la Biblia. ¿Los conoces? ¿Los aprecias? ¿Podrías nombrarlos de memoria? No es una obligación sino una sugerencia. ¿Al menos podrías decir algo acerca de cada uno? Conocer a tales cosas es un buen trabajo con que ocupar nuestra mente,  tienen importancia y valor eterno.

La Genealogía de Adán a Noé
    
Los 12 Hijos y la Hija De Jacob  


Las Tribus De Israel

Los 12 Apóstoles  (y los 2 que vinieron después)
        
Los 16 Profetas Escritores  (y el significado de sus nombres)
       
Los Fieles de Hebreos 11

Los Jueces de Israel
        
Las 7 Iglesias de Asia en Apocalipsis 2-3

Y queda mucho más que aprender. Así que, desconéctate del mundo y enchúfate a la Biblia.   
                                                                                 

                                                                                                                                                      Carlos

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El Malhechor
Un Criminal Va Al Cielo



La Biblia nos relata que Jesús fue crucificado en medio de dos malechores. Uno de ellos le dijo al otro: “¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación?” (Lucas 23.40).
    El propósito de este escrito no es hacernos pensar que somos mejores que algunas personas, o que las “muy malas”, los ladrones, los que constituyen una amenaza para la sociedad, son los únicos que merecen la condenación eterna. En una ocasión Jesús le dijo a cierto hombre: “¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo uno, Dios” (Marcos 10.18). Entonces, si sólo hay uno bueno, ¿los demás qué somos? La Biblia es clara: “Todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3.23). Así que, algunos pueden parecerse más buenos que otros ante la sociedad, sin embargo, ante Dios, todos somos malhechores.
    Consideremos algunas cosas que descubrió el malhechor oportunamente antes de morir.

Su condenación

    Estando muy cerca de la muerte, ese hombre reflexionó en cuanto a ese juicio que está por delante, para el que muere en sus pecados. No le fue difícil pensar en la muerte, pues estaba colgado en una cruz. Pero a muchos de nosotros nos es difícil reconocer que la muerte está cerca. Ante Dios, no tenemos “derecho a vivir”, como muchos piensan. “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9.27).

Su condición

    “Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos” (Lucas 23.41). Él reconoció que había practicado el pecado, pues era ladrón, entre otras cosas. Un día tomó esa senda equivocada y la justicia lo alcanzó. “Y sabed que vuestro pecado os alcanzará” (Números 32.23).

Cristo
    “Mas éste ningún mal hizo” (Lucas 23.41). El malhechor no es el único que reconoció la inocencia y justicia de Cristo. La mujer de Pilato dijo: “No tengas nada que ver con ese justo” (Mateo 27.19), y Pilato habló a la multitud de “la sangre de este justo” (Mateo 27.24). La Escritura dice que Cristo “no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca” (1 Pedro 2.22), “no conoció pecado” (2 Corintios 5.21), “y no hay pecado en él” (1 Juan 3.5). “Fue tentado en todo… pero sin pecado” (Hebreos 4.15). Por eso, tiene poder para perdonar y limpiar a cualquiera: “la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1.7).

Su confianza


    El malhechor reconoció que el único que podía salvarlo estaba muriendo a su lado, por sus pecados y los de todo el mundo. “Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino” (Lucas 23.42). Entendió que Cristo iba a morir, pero también iba a resucitar y luego vendría a reinar. Él no iba a poder pagarles a los que había robado, ni ser bautizado, ni hacer algún tipo de obra, ni comenzar algún proceso para su salvación. Su única esperanza era el de confiar en la Persona y la obra de Cristo para ser salvo.

Su certeza

    La garantía de su salvación fue la palabra dicha por el Señor Jesucristo: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23.43). La mayor ganancia para ese hombre era estar con Cristo eternamente. Al morir, abrió sus ojos en el paraíso, el cielo, para estar con Cristo para siempre.

Amigo lector, tarde o temprano, llegará la muerte. Ni la religión ni la filosofía ni la sinceridad le puede salvar, sino solo Jesucristo. Entonces, ¿dónde estará usted en la eternidad?

David Cadenas
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