ASPIRE A SER CÓMO JESÚS
William MacDonald
(Parte II)
Si bien Cristo mismo es nuestro ejemplo supremo, a menudo podemos aprender lecciones valiosas sobre cómo imitarlo cuando Le vemos reflejado en las vidas de Su pueblo. ¿Acaso no es cierto que algunas veces leemos de Sus cualidades pero que parecen estar muy distantes de nosotros? Pero cuando encontramos a un creyente que exhibe alguna cualidad de Cristo en una forma particular, percibimos la verdad encarnada. Ya no nos parece tan teórico o impráctico. Por ejemplo, el tema del discipulado, puede que nunca cobre vida para nosotros hasta que lo veamos puesto en práctica a través de un discípulo apasionado por obedecer los claros mandamientos de la Escritura.
Esto nos lleva a las preguntas centrales. ¿Cómo es Jesucristo y cómo puedo ser más semejante a Él? ¿Cómo puedo vivir de tal modo que otros vean a Cristo en mí? ¿Cómo puedo imitar Su carácter, comportamiento y forma de hablar?
Era un Hombre del Libro. La mente de Cristo estaba llena de la Escritura. Él citaba la Palabra como su autoridad final. Los versículos que citaba daban siempre en el blanco; eran las palabras precisas para la ocasión.
Era un Hombre de Meditación. Él era el hombre bienaventurado del Salmo 1 cuyo deleite estaba en la ley del Señor. En dicha ley meditaba día y noche.
Era un adorador. El acto supremo de adoración de nuestro Señor fue su muerte en el Calvario en obediencia a la voluntad de su Padre.
No se conformó al mundo. ¿Acaso Él no dijo con respecto a sus discípulos: "No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo" (Jn. 17:16). Él no era de este mundo en absoluto.
Él no combatió con armas carnales. Cuando nuestro Señor fue juzgado delante de Pilato, dijo: "Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí" (Jn. 18:36).
La Perfección Moral. El Señor Jesús no sólo vivió una vida sin pecado, vivió sin siquiera conocer el pecado, y no hubo pecado en Él. Fue tentado desde fuera, pero nunca desde dentro. No había nada en Él que respondiera al pecado.
Semejante en todo pero sin pecado,
Para que nosotros pudiéramos ser como Tú,
Cosa que nunca habíamos sido". (Joseph Stennett)
Él no podía hacer las cosas por sí mismo ni actuar independientemente de su Padre Dios. Dos veces en Juan 5 dijo que no hacía nada por sí mismo (vv. 19, 30). Al decir esto no negaba su omnipotencia, sino que afirmaba su absoluta igualdad con el Padre, la perfecta unión de su voluntad con la del padre.
En su libro, The Sinless Savior ("El Salvador Impecable"), J. B. Watson ofreció el siguiente tributo al Señor Jesús:
"Nunca sintió una pizca de arrepentimiento. Nunca fue consciente de alguna falta...nunca expresó arrepentimiento por alguna palabra o hecho, nunca admitió un error, nunca pronunció una confesión, ni sufrió que alguien juzgara sus caminos o acciones. Caminó sin apuro cada día, cumpliendo su obra señalada en cada hora, de manera que en su vida nunca hubiera atrasos. Al terminar cada día retenía la misma paz con la cual lo había comenzado.
Otro admirador dijo: Él fue tan inmaculado como hombre como lo es como Dios; tan puro en medio de las contaminaciones del mundo como en los días cuando era el deleite del Padre antes del comienzo del mundo".
continuará d.v. en el siguiente número
del libro El Manual Del Discípulo, págs. 98-99, traducción corregida.
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Un Evangelio Sin Sangre
“Si se omiten de un ministerio los sufrimientos expiatorios de Cristo, ese ministerio es inútil. “La vida está en la sangre” vale tanto para un sermón como para los animales y los sacrificios. Un evangelio sin sangre, sin la expiación, es evangelio de demonios y no de Dios”. C. H. Spurgeon
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La Pesca
"Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar. Respondiendo Simón, le dijo: Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado; mas en tu palabra echaré la red. Y habiéndolo hecho, encerraron gran cantidad de peces, y su red se rompía. Entonces hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca, para que viniesen a ayudarles; y vinieron, y llenaron ambas barcas, de tal manera que se hundían. Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador. Porque por la pesca que habían hecho, el temor se había apoderado de él, y de todos los que estaban con él, y asimismo de Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: No temas; desde ahora serás pescador de hombres” (Lc. 5:4-10).
“Simón Pedro les dijo: Voy a pescar. Ellos le dijeron: Vamos nosotros también contigo. Fueron, y entraron en una barca; y aquella noche no pescaron nada. Cuando ya iba amaneciendo, se presentó Jesús en la playa; mas los discípulos no sabían que era Jesús. Y les dijo: Hijitos, ¿tenéis algo de comer? Le respondieron: No. Él les dijo: Echad la red a la derecha de la barca, y hallaréis. Entonces la echaron, y ya no la podían sacar, por la gran cantidad de peces. Entonces aquel discípulo a quien Jesús amaba dijo a Pedro: ¡Es el Señor!” (Jn. 21:3-7)
Para los pescadores una de las cosas más difícles de admitir es que después de todos sus esfuerzos no han pescado nada. En dos ocasiones, al principio del ministerio público del Señor y luego después de Su resurrección, los discípulos trabajaron toda una noche sin pescar nada. No es que no supieran cómo pescar, al contrario, ¡era el oficio de algunos de ellos! Pero no sabían dónde estaban los peces ni podían obligarlos a meterse en las redes. El Señor quería enseñarles acerca de cómo pescar, y ésta es la lección: Él sabe dónde están los peces y cómo dirigir las redes para la pesca. Está bien trabajar duro, pero no sólo para ejercicio ni por estar ocupado. El propósito es pescar algo. Para eso tenían las redes. El Señor usaba la pesca para enseñarles una lección más importante – cómo ser pescadores de hombres.
¿Acaso no tenemos que aprender del Señor la misma lección? Él sabe cómo hacernos pescadores de hombres. Si dejamos de explicar tanto cómo lo hacemos, como nos hemos esforzado y cuánto sabemos del asunto, Él nos enseñará. Pero primero, hay que confesar lo difícil: a pesar de haber trabajado, no hemos pescado nada. Nada. “Nada hemos pescado” dijo Simón. No era el único. Son muchas horas trabajando en ello (¿podemos al menos decir esto?) Mucho remar, echar las redes y recogerlas, pero total, nada. No sirve echar la culpa a los peces, ni al tiempo, los compañeros, la barca, etc. Quejarse no es lo mismo que traer pescado. Si no pescas nada, hay que admitirlo, aunque duela. Porque entonces el Señor nos puede ayudar.
En Mateo 4:19 el Señor dice: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres”. He aquí una exhortación y una promesa. Primero la exhortación: “Venid en pos de mí”. Es nuestra parte. ¿Vamos en pos del Señor, mirándole diariamente para saber cómo vivir, cómo enfocar nuestras vidas y prioridades, qué hacer y qué no hacer, cuándo, dónde y cómo pescar? ¿Quién dirige nuestra vida, nuestra asamblea y la pesca, Él o nosotros? “Venid en pos de mí” es seguir Sus pisadas, ir detrás, no delante. El Señor no nos sigue para bendecirnos dondequiera que vayamos, sino que nos guía y lidera y por eso va delante. ¿Buscamos obedecerle, imitarle, agradarle? Entonces viene la promesa: “y os haré pescadores de hombres”.
Las escuelas, los módulos, los institutos y seminarios no hacen pescadores de hombres. Los hace Cristo. Dejémosle dirigir la pesca, y trabajemos con más humildad. Cuando Él nos guíe, e indique “ahora” y “allí”, hay que echar la red. Cuando el Señor dirige la pesca no diremos qué pescadores más buenos que somos, sino: “¡Es el Señor!”
Carlos
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La Espada de Damocles
Muchos años atrás, en el siglo IV antes de Cristo, había en Siracusa (Sicilia) un rey llamado Dionisio II, que tenía un cortesano muy adulón llamado Damocles. Este siempre le aturdía con largas disertaciones sobre la felicidad de los monarcas. Cansado el rey de tantas palabras huecas y sin sentido, un día le dijo a Damocles que quería hacerle probar las delicias de las cuales hablaba tanto.
Un día el rey ofreció un gran banquete a sus amigos e invitó a Damocles a que participara de él, y lo hizo ocupar el asiento en el cual acostumbraba a sentarse el soberano. Ordenó que lo vistieran con ropas de gala y que le pusieran en la cabeza una valiosa diadema.
Cuando se encontraban en lo mejor de la fiesta el rey le dijo a Damocles que mirase hacia arriba, y al hacerlo reparó en la afilada espada que colgaba atada por un único pelo de crin de caballo, directamente sobre su cabeza. De súbito se le quitaron completamente las ganas de los apetitosos manjares y las bellas muchachas, y pidió al rey permiso para abandonar su puesto, diciendo que ya no quería seguir siendo tan afortunado.
Una espada peor que la de Damocles cuelga continuamente sobre nuestra cabeza. “El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12). “El alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:3). “La paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). Todo se puede perder de golpe, incluida la vida. Amigo que vives para pasarlo bien y disfrutar la vida, piensa en la espada de Damocles, y en la de Dios. La muerte pende sobre ti, y en cualquier momento se puede romper el hilo de la paciencia de Dios, y pasarás a la eternidad, a tu encuentro con el Santo y Justo.
Sólo una vida, y pronto pasará. Debes prepararte para la eternidad, ¡porque es larga! Debes reconciliarte con Dios antes de que sea demasiado tarde: “Ahora es el tiempo aceptable, he aquí ahora el día de salvación” (2 Corintios 6:2). “Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hechos 17:30).
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EL SOLDADO DE CHOCOLATE
C. T. Studd
(parte II)
David, cuyo corazón era conforme al de Dios, fue un hombre de guerra y de mucho valor. Cuando todo el ejército de Israel se acobardó, él enfrentó a Goliat -sólo... con Dios- siendo apenas un muchacho y además bien regañado por su hermano mayor, por haberse acercado al campo de batalla. ¡Qué necio más grande fue su hermano Eliab! Como si David sólo hubiera ido a ver una batalla y no a luchar. Eso es para los soldados de chocolate. Los que sólo van a ver las batallas y tranquilamente incitan a otros a pelear.
Sería mejor que guardaran el dinero del viaje y lo emplearan para enviar a los verdaderos guerreros. Los soldados no necesitan niñeras, les basta el Espíritu Santo, siempre presente y dispuesto a cuidarlos en cualquier necesidad con una simple petición. ¡No! ¡David fue a la batalla, se quedó a luchar y ganó! Sabio por encima de su juventud, no tenía necesidad de la armadura que utilizaba Saúl, porque restringía su libertad de actuar... Se la midió y tan pronto como se la midió, se la volvió a quitar. Además, rechinaba tan horrible al caminar, que le hubiera impedido escuchar la apacible y delicada voz de Dios, diciéndole: “¡Por aquí es el camino a la cañada David, ahí están las cinco piedras lisas! Confía sólo en mí. ¡Tu honda, hecha con tu mano servirá perfectamente, y ahí está el atajo hacia Goliat!” LOS CHOCOLATES habían huido, (pues todos eran de chocolate), pero David arremetió contra Goliat. Una sola piedra lisa bastó.
El secreto de David consistió en que sólo tenía un director y éste era infalible. Dios dirigió la piedra así como al joven. Varios capitanes en un equipo echan a perder el partido y si hay dos, sobra exactamente uno. Por eso Cristo dijo a sus soldados: El os guiará a toda la verdad.
“Este es mi Hijo Amado: a El oid” (Mr. 9:7).
“Un solo mediador, entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1 Ti. 2:5).
Hay “un solo director del cristiano” El Espíritu Santo, cuyas instrucciones indiscutiblemente requieren obediencia inmediata, sin depender de la aprobación de los hombres.
Al diablo se le ataca con balas ardientes provistas por la fundidora del Espíritu Santo... El se ríe de balas frías o tibias; y usar las que son una mezcla de hierro y arcilla, medio divinas y medio humanas, es como lanzarle bolas de nieve.
¿De dónde provenían la resolución y la destreza de este inexperto joven? No fue de cursos militares, escuelas teológicas o retiros espirituales. ¡Basta conocer sólo al Dios verdadero y a Jesucristo! Pablo decidió conocer sólo a Jesucristo, ¡Y vean que resultado! Mientras otros aprendían teorías bonitas, David, así como Juan, habían estado a solas con Dios en el campo, practicando contra osos y leones. ¿El resultado? Conocía a Dios y hacía proezas. Lo miraba sólo a Él, confiaba, y le obedecía. Ese era el secreto, sólo Dios da fuerzas. Dios mezclado con hombres implica la debilidad del hierro y la arcilla... chocolate, ¡fragilidad!
David era un héroe. Sin embargo, ¡Ay de él! Una vez jugó el papel de soldado de chocolate. Se quedó en casa, cuando debía ir a la guerra. Su ejército, lejos y en peligro, luchando contra el enemigo, ganó la batalla. Mientras que David, a salvo en su hogar, cerca de la casa de Dios y aún frecuentándola, sufrió la gran derrota de su vida, ocasionando una cosecha tan amarga de por vida, que bien pudiera disuadir a otros de cometer la tontería de sembrar esa clase de semillas silvestres. El pecado de David es un tremendo sermón (Como debiera haber sido la predicación de Lot en Sodoma) Su tema: ¡“No seas un soldado de chocolate”!
Mediante una sencilla, rápida y completa confesión, David recobró otra vez su vigor. Se necesita ser un verdadero hombre para realmente confesar. Un soldado de chocolate dará excusas o encubrirá su pecado. Resbalará en el fango, se revolcará, limpiará su boca tratando de quitar el mal sabor de la mentira consumada y se engañará diciendo: “No he cometido iniquidad”. ¡El tal será un suicida insensato! Matando la conciencia para guardar la dignidad. Como Balaam que azotó a su asna cuando trataba de salvarle la vida. El ser un soldado de chocolate casi le cuesta la vida a David. ¡Cuidado!
NATAN
Fue otro verdadero soldado de Cristo. Él fue a reprocharle a su rey de frente, como lo hizo Pedro con Ananías (sólo que David aprovechó la oportunidad y confesó), no como los soldados de chocolate de hoy, que se la pasan murmurando y se niegan a juzgar, reprochar, o a quitar de en medio lo malo por miedo a un posible escándalo.
Ellos, acobardados dicen: “No es nada ¡Nada en absoluto, apenas una equivocación! Como si la causa de Dios sufriera más por una declaración abierta en defensa de la verdad y por el uso de la espada, que por esconder el pecado y permitir el desarrollo mortífero en los miembros, causando así la muerte para el cuerpo entero.
“El que hace justicia es justo”, “El que peca es del diablo”, y uno debe decirlo. El que cae y vuelve a ser llevado cautivo por el diablo, no necesita ni vendajes ni ungüento, sino de un justo que lo reprenda con firmeza y lo exhorte a que se arrepienta. Hoy en día necesitamos mucho de personas como Natán, que le temen sólo a Dios y no a cualquier escándalo.
DANIEL
¡Por supuesto! Fue otro héroe ¿Acaso no era el hombre amado de Dios, a quien mandó un ángel para decírselo?
Me gusta observarlo mientras se dirige al foso de los leones con paso firme y cara radiante, parando sólo una vez, como su Señor rumbo al Calvario, para confortar al emperador que estaba llorando y agonizando. Dios obró a favor de Daniel, cerrando la boca de los leones, pero la abrió para aquellos que habían hablado en contra de su siervo.
A un hombre se le conoce por sus obras, y las obras de Daniel eran sus tres amigos, quienes prefirieron enfrentarse al horno de fuego antes que inclinarse delante de los hombres o de la imagen de oro.
Ve a Daniel otra vez, ahora en el salón del banquete, mientras se oye el susurro del que lo conduce: “Sé amable Daniel, sé diplomático...” “Posición y poder te esperan si eres discreto y sabio; sobre todo si eres discreto”. Y ahí va la sencilla respuesta de Daniel: “¡Fuera, Satanás!” Después lo podemos ver delante del rey, enfrentando la tortura o la muerte inmediata, pero fue el rey quien vaciló, no Daniel, quien le dice directamente toda la calcinante verdad de Dios, sin quitarle una sola palabra.
JUAN EL BAUTISTA
Fue un hombre enseñado, hecho y enviado por Dios, un buen tipo. ¡Juan! ¿Quién no lo ama y admira? ¡Hasta Herodes! No tenía pelos en la lengua, ni endulzaba sus palabras. No tenía ni una gota de aceite, ni de melaza en su composición, pues siempre enfatizaba la pura verdad. Como amaba, así advertía, no sabía adular. Cortejaba con la espada, y por eso los hombres lo amaban más. Siempre es así.
Los líderes religiosos mandaron interrogar a Juan con la pregunta que tanto gustaban de hacer: ¿Con qué autoridad haces estas cosas (buenas)? Lo mismo le preguntaron a Cristo, y lo crucificaron por haberlas hecho. La respuesta de Juan fue sencilla y mordaz. Les responderé lo que preguntan y más. (Juan era siempre sincero) “¿Yo? Yo no soy nadie, pero ustedes y sus maestros son una generación de víboras”. ¡Qué contestación! Juan siempre ponía sal a sus palabras. Era un hombre que hablaba con libertad y audacia, un hombre de Dios que: ¡No era ni golosina, ni soldado de chocolate!
De igual manera, se enfrentó a Herodes después de seis meses en una celda subterránea, donde actuaba como un hombre de la “misión de Dios al aire libre”. Llevado ante el rey, rodeado de todo el poder y la majestad de la corte, parpadeando por la desacostumbrada luz, pero de ninguna manera vacilando ante la verdad, dejó escapar la ardiente y tronante reprensión:
“No te es lícito tomar esa mujer por esposa”. Todo un sermón en una frase, tan fácil de recordar como imposible de olvidar. Juan había predicado así antes. Como Hugh Latimer, no menospreciaba el repetir palabra por palabra, un buen sermón a un rey, cuando éste había hecho caso omiso de sus advertencias.
Juan recibió tanto de Dios como del emisario de Satanás; la distinción única de ser un personaje sobresaliente. Escucha al Salvador, que se permite una explosión de exquisito sarcasmo, acerca de aquello que la gente pensaba de Juan. ¿Qué salieron a ver al desierto, una caña sacudida por el viento? ¿Un hombre vestido de ropa fina? ¿Un cristiano de Chocolate? ¡Qué delicia! Los chocolates se encontraban precisamente ahí delante de Jesús, fariseos, saduceos, sacerdotes, escribas, abogados y otros hipócritas. ¡Cómo se divertiría la muchedumbre! “¿Un profeta? ¡Si, os digo, y mucho más que un profeta! De hombre nacido de mujer no hay uno mayor que Juan”. Y ¿Qué dijo el enviado del diablo cuando oyó de Jesús, después de la muerte de Juan? “Es Juan levantado de la muerte”. ¡Qué personaje! ¡Imagínate, alguien confundiendo a Jesús con otro! Con el único que pudiera ser confundido, con Juan. Nadie le envidiaría esa honra, la tenía bien merecida. Aunque de veras era un gran honor porque Juan era un hombre puro, sólido, sin una sola pizca de chocolate.Si Juan hubiera oído decir a Jesús: “Ustedes me serán testigos hasta los confines más remotos de la tierra”, no creo que la cárcel de Herodes o sus soldados, lo hubieran podido detener. Seguramente habría encontrado la manera de escapar y habría salido a predicar el evangelio de Cristo, sino en el mismo corazón del África, entonces en otra parte más difícil y peligrosa. Pero Cristo dijo refiriéndose al don del Espíritu Santo que seria dado a todo creyente: “El que es el menor en el reino de Dios, es mayor que Juan”, dando a entender que poderes aún más grandes están a la disposición de todo cristiano y que todos nosotros podemos ser lo que era Juan: Bueno, directo, intrépido, invencible y heroico.
hallado en www.scribd.com, continuará d.v. en el siguiente númeroC.T. Studd nació de padres ricos en Inglaterra en el año 1860 y fue educado en Cambridge. Era jugador de críquet en la selección nacional de Inglaterra. Luego renunció una gran herencia y servía como misionero en China, la India y al final en Africa donde murió en 1931.
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