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martes, 23 de agosto de 2011

EN ESTO PENSAD -- AGOSTO 2011


Apacentad La Grey De Dios
Las Instrucciones de Pedro a los Ancianos

escribe John McQuoid




1 Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que será revelada:  2 Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto;  3 no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey.  4 Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria.  1 Pedro 5:1-4 

El texto arriba citado contiene las instrucciones del apóstol Pedro a los ancianos de las iglesias, inicialmente a los que estaban en las asambleas en el área geográfica nombrada en el primer versículo del capítulo 1, pero también a todos los ancianos, en todo lugar, tanto entonces como ahora.
Pedro primero dice a sus lectores algo acerca de sí mismo (v. 1); y luego acerca de la obra que un anciano es llamado a hacer, el espíritu en que debe hacerse la obra, y el motivo por el cual se hace (v. 2). El versículo 3 trata la manera en que los ancianos deben guiar a su pueblo; y el versículo 4 promete una recompensa para el trabajo bien hecho.

TRES COSAS ACERCA DE PEDRO (1 P. 5:1)

1) Pedro mismo era anciano. Tenía una larga experiencia personal en la obra pastoral; de hecho, era el primer hombre designado por el Señor para el cuidado de Su rebaño (Jn. 21:15-17). Así que, Pedro tenía empatía con los hombres a los cuales escribía. Sabía muy bien que aun los mejores líderes cristianos son meros humanos como todos los demás. Tienen sus propias luchas y preocupaciones. Pueden equivocarse, sentirse inadecuados y llegar a estar cansados e incluso desanimados. Además, lamentablemente, a veces a los ancianos les falta fervor y esmero en su trabajo en las asambleas, con el resultado de que hacen mal un trabajo muy importante. De ahí que Pedro sintió la necesidad de exhortarles a dar lo mejor en su ministerio.

2) Pedro había sido testigo de los sufrimientos de Cristo. Había estado con el Señor en el huerto de Getsemaní (Mr. 14:32-34), y había visto Su angustia al acercarse la hora de Su muerte. Había observado el arresto del Señor Jesús y cómo fue llevado ante el Sanedrín, acusado falsamente, escarnecido, escupido, azotado y condenado.
Pedro podría decir: “Le vi sobre la cruz, y nunca se me olvidará aquella escena”. Su cuerpo santo fue herido, contusionado e increíblemente desfigurado. Sus pies, que le habían llevado de lugar en lugar mientras predicaba el mensaje de Dios, de paz y esperanza, entonces fueron traspasados por clavos y manchados con sangre. Sus manos, que habían sanado a los enfermos, alimentado a los hambrientos, y señalado a la gente el camino al cielo, entonces pendieron inmóviles. Su rostro, siempre radiante con la gloria de Dios, acabó pálido y angustiado. Pero este tormento físico, aunque horroroso, quedó pequeño en comparación con el sufrimiento de Su alma cuando Dios cargó en Él nuestro pecado y Él murió, el Justo por los injustos, para llevarnos a Dios”.
Pedro continuaría: “Al pensar en todo lo que el Señor tan voluntariamente sufrió, he comenzado a entender cuánto ama a Su manada pequeña, todos y cada uno de ellos: los fieles, los que vagan, los difíciles y aun los que desobedecen y le entristecen como yo hice la noche que le negué. Y si Él ama así a su pueblo, entonces nosotros los ancianos también debemos amarlo, y por causa de Él debemos hacer todo lo posible para guiarlo en Sus caminos, como Él nos ha encargado.

3) Pedro compartirá la gloria venidera. Cuán difícil puede ser la obra del anciano, pero a pesar de las demandas del trabajo y lo desanimador que puede ser a veces, todo terminará gloriosamente cuando Cristo venga (Ro. 8:17-18). Pedro ya había tenido una visión breve de la gloria cuando vio a Cristo transfigurado (2  P. 1:16-17), y la esperanza de realmente compartir aquella gloria con Él le maravilló e hizo la obra del liderazgo cristiano una carga que él felizmente llevó.          continuará, d.v., en el siguiente número

John McQuoid era misionero a Etiopía y es editor de la revista misionera “Echoes of Service”. Él y su esposa Edith viven en Larne, Irlanda del Norte.


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EL DECAIMIENTO ESPIRITUAL

William MacDonald

“¿No volverás a darnos vida, para que tu pueblo se regocije en ti?” (Sal. 85:6).

Un estado de decaimiento es a menudo como un cáncer; no sabemos que lo tenemos. Podemos enfriarnos espiritualmente de forma tan gradual que no nos damos cuenta lo carnales que hemos llegado a ser. Algunas veces se necesita una tragedia, una crisis o la voz de algún profeta de Dios para comprender nuestra desesperada necesidad. Sólo entonces podemos reclamar la promesa de Dios: “Derramaré aguas sobre el sequedal y ríos sobre la tierra árida” (Is. 44:3).
Necesito un avivamiento cuando he perdido mi entusiasmo por la Palabra de Dios, cuando mi vida de oración ha caído en una insulsa rutina (o cesado por completo), cuando he dejado mi primer amor. Necesito un nuevo toque de Dios cuando tengo más interés en los programas de televisión que en la reunión de la asamblea local, cuando llego a tiempo al trabajo pero tarde a las reuniones, cuando no falto en mi trabajo pero mi asistencia a la asamblea es irregular. Necesito avivamiento cuando estoy dispuesto a hacer por el dinero lo que no estoy dispuesto a hacer por el Salvador, cuando gasto más dinero en autocomplacerme que en la obra del Señor. 
           Necesitamos avivamiento cuando guardamos rencores, resentimiento y amargura. Cuando somos culpables de chismorrear y murmurar, y recibimos como dulces las palabras chismosas. Cuando no estamos dispuestos a confesar nuestros errores o a perdonar a otros cuando nos confiesan sus faltas. Necesitamos ser avivados cuando peleamos como perros y gatos en casa, y luego aparecemos en la  reunión de la iglesia con una “fachada espiritual” como si fuéramos dulzura y luz. Necesitamos ser avivados cuando nos hemos conformado al mundo en nuestro hablar, nuestro caminar y todo nuestro estilo de vida. ¡Cuán grande es nuestra necesidad cuando somos culpables de los pecados de Sodoma, soberbia, saciedad de pan y abundancia de ociosidad! (Ez. 16:49).
Tan pronto como nos damos cuenta de nuestra frialdad y esterilidad, podemos reclamar la promesa de 2 Crónicas 7:14, “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra”. ¡La confesión es el camino que lleva al avivamiento!

Oh Espíritu Santo, el avivamiento viene de Ti;
Envía un avivamiento, comienza la obra en mí.
Tu palabra declara que suplirás  la necesidad.
Tus bendiciones ahora, imploro con humildad.
– J. Edwin Orr

William MacDonald, de su libro De Día En Día, CLIE

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Romanos 15:4 y 1 Corintios 10:6 enseñan la necesidad y el valor de leer el Antiguo Testamento: nos da instrucción, esperanza y ejemplos de santidad.

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El Viejo Predicador

Hoy en día casi no se oye predicar sobre tales antiguas ideas como la caída espiritual del hombre, el pecado y la ruina moral de la humanidad. Poca advertencia hay en el sentido de que el ser humano es un pecador culpable ante un Dios santo.
Pero queda por to menos un predicador de la antigua calaña, uno que habla hoy tan potente y claramente como siempre. Por supuesto, tal predicador no es muy amado. Sin embargo, el mundo entero es su parroquia. Lo mismo visita a los pobres que entra en la casa de los ricos; se presenta en asilos de los indigentes así como entre los más distinguidos de la sociedad. Predica a religiosos y a no religiosos por igual. Este predicador tan omnipresente y universal se llama... La Muerte.
¿Quién no ha escuchado alguna vez a este viejo predicador? Toda lápida le sirve de púlpito. Los diarios le reserven mucho espacio. Todos los días en diferentes lugares se puede ver su congregación camino al cementerio.
En ocasiones él se ha dirigido a usted personalmente: la repentina partida de un vecino, la solemne despedida de un apreciado pariente o un querido familiar – su esposa amada o un hijo adorado; todos han sido llamados urgentes de parte del viejo predicador.
Un día, quizás muy pronto, usted mismo será el texto de su sermón: en medio de su familia afligida y sobre su tumba él hará oír su penetrante voz.
Usted puede librarse de la Biblia, rechazar al Salvador de quien ella le habla y menospreciar sus advertencias. Si quiere, puede evitar a los predicadores del evangelio, y hasta puede quemar esta hojita y todo to que se le parezca. Pero, ¿qué hará con aquel viejo predicador? Inevitablemente, usted le enfrentará – tendrá usted que morir.
No podemos pensar en la muerte sin tener que concluir: hay algo terriblemente anormal con el ser humano. ¿Porqué to decimos? Pues, la respuesta es el sermón incesante del viejo predicador: "El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron" (Romanos 5:12).
Así, la sentencia de muerte ha sido pronunciada contra todos-contra usted. Un hombre inocente puede exigir que se le haga justicia, pero para un culpable to justo es el castigo. La gracia es la única esperanza del pecador, quien sólo puede ser perdonado por Aquel que tiene el poder de condenarlo. Si reconoce su propio estado rogará: "Dios, ten misericordia de mí, pecador" (Evangelio según  S. Lucas 18:13).
Es a tal confesión y a tal sentido de su necesidad de piedad que el viejo predicador debe conducirle a usted. Es innegable que "la paga del pecado es muerte" (Romanos 6:23), pero a ese terrible sermón responde el mensaje de la gracia de Dios.
Desde que el ser humano cayó en pecado se ha anunciado un Libertador, Jesucristo, el Hijo de Dios que vino, murió y resucitó. Dios promete que los que confían en Él no vendrán a condenación (Evangelio según S. Juan 5:24). Nunca habló el viejo predicador tan solemne y elocuentemente como en el Calvario. Allí el santo e impecable Hijo de Dios murió como Sustituto que tomó el castigo por nuestros pecados.
Amigo, Dios le ofrece la vida eterna que Jesucristo aseguró con Su muerte y resurrección. Deje, pues, de confiar en cualquier otra cosa —santos, sacramentos o sus buenas obras. Confíe única y exclusivamente en Aquel que sufrió por Ud. en la cruz. Él, sin duda ni demora, le aceptará y le salvará.

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Los Pactos Principales De Las Escrituras

En varios momentos de la historia humana Dios hizo acuerdos o pactos con la humanidad. Algunos de ellos, como la Ley, fueron condicionales. Dios guardaría Su parte del pacto si ellos guardaban la suya. Los pactos condicionales son débiles “por la carne” (Ro. 8:3), y el hombre invariablemente fracasa e incumple las condiciones.

Afortunadamente, la mayoría de los pactos divinos eran incondicionales. En ellos, todo dependía del Señor, y esto garantiza su cumplimiento. La mayoría de los pactos fueron hechos con Abraham y sus descendientes. Ninguno fue hecho directamente con la Iglesia, aunque la Iglesia está implicada en algunos, como hemos de ver.

Edén (Gn. 1:28-30; 2:16-17)
El pacto edénico hizo al hombre, en su inocencia, responsable de multiplicarse, poblar la tierra y sojuzgarla. Se le dio autoridad sobre toda vida animal. Debía cultivar el huerto y comer de todo lo que producía, excepto el fruto del árbol del conocimiento del bien y el mal. La desobediencia a este último mandamiento traería la muerte. Por lo tanto, fue un pacto condicional.

Adán (Gn. 3:14-19)
Después de la caída del hombre, Dios maldijo a la serpiente y puso enemistad entre la serpiente y la mujer, y entre Satanás y Cristo. Satanás heriría a Cristo, pero Cristo destruiría a Satanás. La mujer experimentaría dolores en los partos y estaría bajo la autoridad de su marido. La tierra fue maldita; al cultivarla el hombre tendría que contender con espinos y abrojos. Esto incluiría sudor y cansancio, y su cuerpo al final volvería al polvo de donde vino.

Noé (Gn. 8:20-9:27)
Dios prometió a Noé que no maldeciría la tierra otra vez ni la destruiría con otro diluvio, y dio como señal el arco iris. Este pacto decreta la pena de muerte por el crimen de homicidio, y esto, por supuesto, implica que tiene que haber un gobierno para juzgar el caso y ejecutar la pena. Así que, realmente el pacto con Noé establecía el gobierno humano. Dios garantizó la regularidad de los tiempos y las sazones, dirigió al hombre a volver a poblar la tierra, y reafirmó su dominio sobre los animales. Ahora el hombre podía añadir carne a su dieta, previamente vegetariana. Respecto a los descendientes de Noé, Dios maldijo a Canaán el hijo de Cam(1), haciéndole siervo de Sem y Jafet. Dio a Sem el lugar de honor, el cual sabemos ahora que incluye estar en el linaje del Mesías. Jafet gozaría de gran expansión, y moraría en las tiendas de Sem. El pacto con Noé fue incondicional y nunca ha sido revocado. Fue “por siglos perpetuos” (Gn. 9:12).

Abraham (Gn. 12:1-3; 13:14-17; 15:1-5; 17:1-8)
Este pacto incluye las siguientes promesas incondicionales a Abram, llamado más tarde Abraham, y a sus descendientes: Una gran nación (Israel); bendición personal a Abraham; renombre; fuente de bendición a otros (12:2). El favor divino estaría sobre sus amigos y una maldición sobre sus enemigos; y traería bendición a todas las naciones (cumplido en Cristo) (12:3). Le prometió posesión eterna de la tierra conocida entonces como Canaán y luego como Israel, y más tarde “Palestina” por los romanos (15:18). También le prometió abundante prosperidad tanto natural como espiritual (13:16; 15:5). Le dijo que sería padre de muchas naciones y reyes (por medio de Ismael e Isaac; 17:4, 6), y le prometió una relación especial con Dios (17:7b).

La Ley, también llamada el Pacto Mosaico (Ex. 19:5, 20-31)
En su sentido más amplio, la Ley de Moisés incluye los Diez Mandamientos que describen los deberes ante Dios y ante el prójimo (Éx. 20), numerosas reglamentos acerca de la vida social de Israel (Éx. 21:1-24:11); y ordenanzas detalladas sobre la vida religiosa (Éx. 24:12-31:18). Fue dada a la nación de Israel, no a los gentiles, y fue confirmada con sangre (Éx. 24:8; He. 9:19-20). Fue un pacto condicional que requería la obediencia del hombre, y por lo tanto fue “débil por la carne” (Ro. 8:3). El Decálogo nunca tuvo el propósito de proveer salvación, sino de producir convicción de pecado y fracaso (Ro. 3:20). Nueve de los diez mandamientos son repetidos en el Nuevo Testamento (todos excepto el día de reposo), no como ley acompañada de castigo, sino como comportamiento que corresponde a los que son salvos por la gracia. El creyente está bajo la gracia, no la ley, pero está bajo la ley de Cristo (1 Co. 9:21), que es un estándar más alto. La ley no anuló el pacto con Abraham (Gá. 3:17-18).

Palestina (Dt. 28:1; 29:1- 30:20)
Este pacto (nota del traductor: quizás mejor llamado "de la tierra prometida") se halla en forma embrionaria en Génesis 15:18, donde Dios prometió a Abraham la tierra “desde el río de Egipto [el arroyo de Egipto, no el Nilo] hasta el río grande, el río Éufrates”. Prevé la dispersión de Israel entre las naciones por su desobediencia e infidelidad, su retorno al Señor en Su segunda venida, su arrepentimiento y conversión, el castigo de sus enemigos y su morada segura en la tierra bajo el reino del Mesías.
Israel nunca ha ocupado completamente la tierra. Durante el reino de Salomón, los países en la parte oriental pagaron tributo (1 R. 4:21), pero esto no debe ser contado como posesión ni ocupación. El cumplimiento del pacto Palestino es todavía futuro.

David (2 S. 7:1-17)
Dios le prometió a David no sólo que su reino duraría para siempre, sino que también habría uno de sus descendientes sentado sobre el trono (2 S. 7:12-16). Fue un pacto incondicional, que no dependía en  manera alguna de la obediencia de David ni de su justicia. Cristo es el heredero legal al trono de David por medio de Salomón, como vemos en la genealogía de José en Mateo 1. José adoptó a Jesús como su hijo. Cristo es un descendiente lineal de David por medio de Natán, como vemos en la genealogía de María en Lucas 3. Porque Él vive para siempre, no puede haber otro pretendiente al trono. Su reino es eterno. Su reino de mil años sólo será la primera parte, y a continuación será el reino eterno.

Salomón (2 S. 7:12-15; 1 R. 9; 2 Cr. 7)
El pacto con Salomón fue incondicional en cuanto al reino eterno, pero condicional en cuanto a si sus descendientes se sentarían sobre el trono (1 R. 9:4-5; 2 Cr. 7:17-18). A uno de los descendientes de Salomón, Conías (también llamado Jeconías y Joaquin), le fue negado el tener descendiente sobre el trono de David (Jer. 22:30). Jesucristo no es descendiente de Salomón, como hemos indicado. De otro modo habría caído bajo la maldición de Conías.

El Pacto Nuevo (Jer. 31:31-34; He. 9:7-12; Lc. 22:20)
El pacto nuevo está claramente prometido a la casa de Israel y la casa de Judá (Jer. 31:31), y desplaza el viejo pacto (mosaico). Tiene un mejor sacerdocio,  mejor Sumo Sacerdote, mejor sacrificio, mejor altar, y se fundamenta sobre mejores promesas (He. 7-9; 13:10). Todavía era futuro cuando Jeremías escribió su libro (Jer. 31:31a). No es un pacto condicional, como la ley de Moisés, que Israel rompió (Jer. 31:32). En este pacto Dios incondicionalmente promete (nota la repetición de la idea de lo que Él hará): la futura regeneración de Israel (Ez. 36:25-26), la venida del Espíritu Santo en ellos (Ez. 36:27); un corazón favorablemente dispuesto a hacer la voluntad de Dios (Jer. 31:33a); conocimiento universal de la ley en Israel (Jer. 31:34a); el perdón y el olvido de los pecados (Jer. 31:34b) y la continuación de la nación para siempre (Jer. 31:35-37).
Como nación, Israel todavía no ha recibido los beneficios del nuevo pacto, pero los recibirá en la segunda venida del Señor. Mientras tanto, los verdaderos creyentes disfrutamos algunas de las bendiciones de este pacto. Disfrutamos el perdón y el olvido de nuestros pecados (He. 10:16-17), y somos capacitados para cumplir la justicia que la ley demanda (Ro. 8:4). El hecho de que la Iglesia tenga relación con el pacto nuevo se ve en la Cena del Señor, donde la copa representa el pacto y la sangre por la cual fue ratificado (Lc. 22:20; 1 Co. 11:25) (2). También Pablo hizo referencia a sí mismo y a otros apóstoles como “ministros competentes de un nuevo pacto” (2 Co. 3:6), lo cual quiere decir el evangelio de la gracia de Dios.

William MacDonald , del capítulo 15 su libro HERE’S THE DIFFERENCE, Gospel Folio Press. Traducido por Carlos Tomás Knott


NOTAS:
1. Una maldición generalmente revertía al padre de la persona maldita, mostrando así su responsabilidad por la educación de su hijo. Arthur Custance escribe: “Noé no podía pronunciar ninguna clase de juicio contra su propio hijo Cam, el que ofendió, sin emitir juicio contra sí mismo, porque como su padre, la sociedad le tenía como responsable por el comportamiento de su hijo (Noah’s Three Sons, [“Los Tres Hijos de Noé”] pág. 195). A. W. Pink apunta: “El pecado de Cam fue que totalmente fracasó en lo de honrar a su padre...y marquemos las consecuencias terribles: él segó exactamente como había sembrado – Cam pecó cómo hijo, y fue castigado en su hijo (Gleanings in Génesis, pág. 124).
2. J.N. Darby comentó que la Iglesia conoce personalmente al Mediador del nuevo pacto, lo cual es mejor que ser el recipiente principal del pacto.
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