31 Reyes: Victoria Sobre el Yo -- Parte II
III. AUTO-INTERÉS
Es otra de las formas de la vida egoísta que debe ser rendida. El amor “no busca lo suyo” (1 Co. 13:5). Su objetivo no es alcanzar algún fin personal, sino beneficiar a otros y glorificar a Dios. La gran ocupación de la gente de este mundo es buscar sus propios fines, engrandecimientos, honores y placeres. Pero la vida consagrada tiene un sólo propósito: el de buscar “primeramente el reino de Dios y su justicia”, y descansar en Su voluntad, sabiendo que “todas estas cosas os serán añadidas” (Mt. 6:33).
IV. AUTO-COMPLACENCIA
Este es el espíritu de Anac, el del cuello largo. Es el espíritu orgulloso – el orgullo que nos lleva a deleitarnos en nuestras propias cualidades y apoyarnos satisfechos en nosotros mismos.
Es muy distinta a la vanidad, la cual busca la aprobación de otros. El espíritu de auto-complacencia está tan satisfecho consigo mismo que le importa poco la opinión de otros y tiene una independencia altiva que hasta desprecia su crítica y se eleva por encima de su alabanza. Es su propio dios.
Es una de las formas más sutiles de la vida egoísta y tiene una grandeza altiva que ciega a su posesor en cuanto a su peligro y su profunda pecaminosidad.
V. AUTO-GLORIFICACIÓN
Esto es lo inverso a la auto-complacencia. Es el protagonismo de buscar alabanza de otros antes que de uno mismo. Uno puede ser muy pequeño en sus propios ojos y, por esta misma razón, intentar brillar en los ojos de los demás.
Una señora de alto rango no depende de su ropa o sus adornos para su posición, sino que suele ser muy sencilla. Es la falta de verdadera grandeza que hace a la presumida mariposa social ir de flor en flor en la sociedad, ansiosa por atraer atención por su llamativa exhibición.
La auto-glorificación hace alarde de sí misma e infla su burbujita porque es tan pequeña. No hay criatura tan diminutiva en sus verdaderas proporciones, cuando mermada a sus dimensiones reales, como el presumido.
La vida verdaderamente consagrada no desea nada de esto. Es consciente de que no es nada y sabe que depende únicamente de Dios para todo lo que pueda poseer. Por eso cubre su rostro con el velo de Su hermosura, y se viste de Su justicia y se esconde en Su seno, diciendo: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gá. 2:20).
VI. AUTO-CONFIANZA
Esta es una forma de vida egoísta que depende de su propia sabiduría, fuerza y justicia. Es Simón Pedro diciendo: “Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré” (Mt. 26:33).
Es el hombre de fuerte sentido común y auto-dependencia. Cree en su propia opinión. Se fía de su propio juicio. Se ríe de los que hablan de la dirección divina y la guía del Espíritu Santo.
Este espíritu debe morir antes que podamos establecernos en la fuerza de Cristo. Por eso, las naturalezas más fuertes tendrán que fallar muchas veces para llegar al fin de sí mismos y ser guiados, como Pedro, a apoyarse en Dios, y como Jacob con el muslo herido, a proseguir dependientes de allí en adelante de la fuerza de Dios.
Estrechamente aliada con la auto-confianza está la
VII. AUTO-CONCIENCIA
La auto-conciencia siempre piensa en sí misma y siempre está cubierta con su propia sombra. Cada hecho y mirada y palabra es estudiada. Cada sentimiento y estado interno es morbosamente fotografiado sobre los sentidos internos.
A veces nos volvemos conscientes de nuestro propio organismo físico. Vigilamos nuestra respiración, nuestro pulso, nuestra temperatura y nuestro estado físico. Llevamos continuamente una conciencia morbosa de nuestras funciones y condiciones. Toda la sencillez desaparece. Estamos atados a nosotros mismos como un hombre con la mano en su propio cuello intentando de arrastrarse de un lugar a otro.
Es una terrible esclavitud. Dios quiere que tengamos la libertad de un niño sencillo, que sin pensar actúa de sus impulsos espontáneos con hermosa libertad. No quiere que veamos el resplandor de nuestros rostros, ni que seamos conscientes de nuestros hechos santos ni que tomemos nota de cada sacrificio y servicio; sino que quiere que, cuando al fin venga y nos diga: “Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber” (Mt. 25:35), seamos tan olvidadizos de nosotros mismos que respondamos “¿Cuándo te vimos hambriento…o sediento?” (Mt. 25:37).
¿Cómo deshacernos de esta miserable auto-conciencia? Sólo adquiriendo una conciencia más alta: la presencia de nuestro Señor, y un propósito y objetivo más allá de nosotros mismos: vivir para Dios y para los demás. Reconocer que Él vive por nosotros y en nosotros, en esos dulces impulsos espontáneos que son los verdaderos fuentes de los hechos.
Es otra de las formas de la vida egoísta que debe ser rendida. El amor “no busca lo suyo” (1 Co. 13:5). Su objetivo no es alcanzar algún fin personal, sino beneficiar a otros y glorificar a Dios. La gran ocupación de la gente de este mundo es buscar sus propios fines, engrandecimientos, honores y placeres. Pero la vida consagrada tiene un sólo propósito: el de buscar “primeramente el reino de Dios y su justicia”, y descansar en Su voluntad, sabiendo que “todas estas cosas os serán añadidas” (Mt. 6:33).
IV. AUTO-COMPLACENCIA
Este es el espíritu de Anac, el del cuello largo. Es el espíritu orgulloso – el orgullo que nos lleva a deleitarnos en nuestras propias cualidades y apoyarnos satisfechos en nosotros mismos.
Es muy distinta a la vanidad, la cual busca la aprobación de otros. El espíritu de auto-complacencia está tan satisfecho consigo mismo que le importa poco la opinión de otros y tiene una independencia altiva que hasta desprecia su crítica y se eleva por encima de su alabanza. Es su propio dios.
Es una de las formas más sutiles de la vida egoísta y tiene una grandeza altiva que ciega a su posesor en cuanto a su peligro y su profunda pecaminosidad.
V. AUTO-GLORIFICACIÓN
Esto es lo inverso a la auto-complacencia. Es el protagonismo de buscar alabanza de otros antes que de uno mismo. Uno puede ser muy pequeño en sus propios ojos y, por esta misma razón, intentar brillar en los ojos de los demás.
Una señora de alto rango no depende de su ropa o sus adornos para su posición, sino que suele ser muy sencilla. Es la falta de verdadera grandeza que hace a la presumida mariposa social ir de flor en flor en la sociedad, ansiosa por atraer atención por su llamativa exhibición.
La auto-glorificación hace alarde de sí misma e infla su burbujita porque es tan pequeña. No hay criatura tan diminutiva en sus verdaderas proporciones, cuando mermada a sus dimensiones reales, como el presumido.
La vida verdaderamente consagrada no desea nada de esto. Es consciente de que no es nada y sabe que depende únicamente de Dios para todo lo que pueda poseer. Por eso cubre su rostro con el velo de Su hermosura, y se viste de Su justicia y se esconde en Su seno, diciendo: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gá. 2:20).
VI. AUTO-CONFIANZA
Esta es una forma de vida egoísta que depende de su propia sabiduría, fuerza y justicia. Es Simón Pedro diciendo: “Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré” (Mt. 26:33).
Es el hombre de fuerte sentido común y auto-dependencia. Cree en su propia opinión. Se fía de su propio juicio. Se ríe de los que hablan de la dirección divina y la guía del Espíritu Santo.
Este espíritu debe morir antes que podamos establecernos en la fuerza de Cristo. Por eso, las naturalezas más fuertes tendrán que fallar muchas veces para llegar al fin de sí mismos y ser guiados, como Pedro, a apoyarse en Dios, y como Jacob con el muslo herido, a proseguir dependientes de allí en adelante de la fuerza de Dios.
Estrechamente aliada con la auto-confianza está la
VII. AUTO-CONCIENCIA
La auto-conciencia siempre piensa en sí misma y siempre está cubierta con su propia sombra. Cada hecho y mirada y palabra es estudiada. Cada sentimiento y estado interno es morbosamente fotografiado sobre los sentidos internos.
A veces nos volvemos conscientes de nuestro propio organismo físico. Vigilamos nuestra respiración, nuestro pulso, nuestra temperatura y nuestro estado físico. Llevamos continuamente una conciencia morbosa de nuestras funciones y condiciones. Toda la sencillez desaparece. Estamos atados a nosotros mismos como un hombre con la mano en su propio cuello intentando de arrastrarse de un lugar a otro.
Es una terrible esclavitud. Dios quiere que tengamos la libertad de un niño sencillo, que sin pensar actúa de sus impulsos espontáneos con hermosa libertad. No quiere que veamos el resplandor de nuestros rostros, ni que seamos conscientes de nuestros hechos santos ni que tomemos nota de cada sacrificio y servicio; sino que quiere que, cuando al fin venga y nos diga: “Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber” (Mt. 25:35), seamos tan olvidadizos de nosotros mismos que respondamos “¿Cuándo te vimos hambriento…o sediento?” (Mt. 25:37).
¿Cómo deshacernos de esta miserable auto-conciencia? Sólo adquiriendo una conciencia más alta: la presencia de nuestro Señor, y un propósito y objetivo más allá de nosotros mismos: vivir para Dios y para los demás. Reconocer que Él vive por nosotros y en nosotros, en esos dulces impulsos espontáneos que son los verdaderos fuentes de los hechos.
A.B. Simpson (continuará, d.v., en el próximo número)
¿Hacedores o Engañados?
Algunos tienen la idea equivocada de que si asisten a reuniones, conferencias, encuentros y retiros cristianos están haciendo la obra de Dios. Desde el púlpito y en todas partes se habla de lo que debemos hacer y, a pesar de esto, nos engañamos frecuentemente pensando que hacemos Su voluntad. Lo que en realidad sucede es que aumentamos nuestra responsabilidad y nos engañamos a nosotros mismos, pensando que somos espirituales cuando en realidad somos muy carnales. Nos engañamos al suponer que estamos creciendo espiritualmente cuando la verdad es que estamos estancados y nos engañamos imaginando que somos sabios cuando somos patéticamente necios.
El Señor Jesús dijo que el hombre sabio es aquel que escucha Sus palabras y las hace. El hombre necio también las escucha, pero no las hace.
No basta con escuchar un sermón y luego marcharse diciendo: “Qué mensaje tan maravilloso”. Lo apropiado es decir: “Haré algo con lo que he oído”. Un buen sermón no sólo ilumina la mente, calienta el corazón y nos reprende y conmueve, sino que también provoca la voluntad a la acción.
Un domingo, cierto predicador interrumpió su sermón para preguntar a su congregación cuál era el nombre del primer himno que habían cantado esa mañana, y nadie lo supo. Luego preguntó qué pasaje de la Biblia se había leído, pero nadie pudo recordarlo. Preguntó qué anuncios se habían dado, y un gran silencio se hizo en el lugar. La gente estaba jugando a iglesia.
Antes de cada reunión, haríamos bien en hacernos estas preguntas: ¿A qué vine? ¿Estoy dispuesto a que Dios me hable? Y si me habla, ¿le obedeceré?
El Mar Muerto se ha ganado justamente su nombre por la entrada constante de aguas sin tener una salida correspondiente. En nuestra vida, la información sin aplicación nos conduce al estancamiento. La pregunta persistente del Salvador nos apremia: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?”
¿Hacedores o Engañados?
“Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente
oidores, engañándoos a vosotros mismos” (Stg. 1:22).
oidores, engañándoos a vosotros mismos” (Stg. 1:22).
Algunos tienen la idea equivocada de que si asisten a reuniones, conferencias, encuentros y retiros cristianos están haciendo la obra de Dios. Desde el púlpito y en todas partes se habla de lo que debemos hacer y, a pesar de esto, nos engañamos frecuentemente pensando que hacemos Su voluntad. Lo que en realidad sucede es que aumentamos nuestra responsabilidad y nos engañamos a nosotros mismos, pensando que somos espirituales cuando en realidad somos muy carnales. Nos engañamos al suponer que estamos creciendo espiritualmente cuando la verdad es que estamos estancados y nos engañamos imaginando que somos sabios cuando somos patéticamente necios.
El Señor Jesús dijo que el hombre sabio es aquel que escucha Sus palabras y las hace. El hombre necio también las escucha, pero no las hace.
No basta con escuchar un sermón y luego marcharse diciendo: “Qué mensaje tan maravilloso”. Lo apropiado es decir: “Haré algo con lo que he oído”. Un buen sermón no sólo ilumina la mente, calienta el corazón y nos reprende y conmueve, sino que también provoca la voluntad a la acción.
Un domingo, cierto predicador interrumpió su sermón para preguntar a su congregación cuál era el nombre del primer himno que habían cantado esa mañana, y nadie lo supo. Luego preguntó qué pasaje de la Biblia se había leído, pero nadie pudo recordarlo. Preguntó qué anuncios se habían dado, y un gran silencio se hizo en el lugar. La gente estaba jugando a iglesia.
Antes de cada reunión, haríamos bien en hacernos estas preguntas: ¿A qué vine? ¿Estoy dispuesto a que Dios me hable? Y si me habla, ¿le obedeceré?
El Mar Muerto se ha ganado justamente su nombre por la entrada constante de aguas sin tener una salida correspondiente. En nuestra vida, la información sin aplicación nos conduce al estancamiento. La pregunta persistente del Salvador nos apremia: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?”
William MacDonald, de la lectura para el 6 de febrero en su libro DE DÍA EN DÍA, CLIE.
(a) Que ore con la cabeza cubierta: 1 Co. 11:5, 13
(b) Que conserve su pelo largo, esto es, no cortado: 1 Co. 11:5, 6, 10
...En vista de que la mujer es figura de la iglesia, ella lo expresa llevando su cabello largo y cubriendo su cabeza cuando ora... el cabello largo y la cabeza cubierta son símbolos de sujeción a Cristo. Eso le dará gozo a la mujer, acordándose que es su privilegio particular enseñar así la sumisión de la iglesia al Señor Jesucristo”.
“¿Debe una cristiana dejarse crecer el cabello y llevarlo largo? Tres verdades deben ser consideradas al contestar esta pregunta. Primero, Pablo no manda que las mujeres tengan el cabello largo, sino hace un comentario acerca del cabello largo: “...a la mujer dejarse crecer el cabello...” Segundo, Dios quiere que los varones sean varones, y que las mujeres sean mujeres. Si Dios hubiera querido un estilo “unisex”, habría creado la raza humana en esa forma desde el principio. “No vestirá la mujer traje de hombre, ni el hombre vestirá ropa de mujer; porque abominación es a Jehová tu Dios cualquiera que esto hace” (Dt. 22:5). Desgraciadamente, hoy en día en el occidente queda muy poca distinción entre cómo se visten los varones y las mujeres. A pesar de cuál sea la cultura o la moda, las mujeres cristianas deben ser sabias y evitar aquello que es masculino. Finalmente, Dios ha dado a la mujer el privilegio de llevar su cabello largo. Esto le es “gloria”; es algo honroso. Aquello que Dios ha dado debe ser recibido. Cada mujer cristiana debe considerar esto cuidadosamente antes de elegir el modo de arreglar su cabello”.
Esta verdad no es sólo para mujeres jóvenes sino para todas las que profesan piedad. La exhortación: “gloirficad a Dios en vuestro cuerpo...” incluye la forma de llevar el cabello. Agrademos al Señor.
El Cabello Largo de las Mujeres Creyentes
“Las Escrituras exigen dos cosas de la mujer como señales de su sujeción al marido, como asimismo de la Iglesia del Señor:(a) Que ore con la cabeza cubierta: 1 Co. 11:5, 13
(b) Que conserve su pelo largo, esto es, no cortado: 1 Co. 11:5, 6, 10
...En vista de que la mujer es figura de la iglesia, ella lo expresa llevando su cabello largo y cubriendo su cabeza cuando ora... el cabello largo y la cabeza cubierta son símbolos de sujeción a Cristo. Eso le dará gozo a la mujer, acordándose que es su privilegio particular enseñar así la sumisión de la iglesia al Señor Jesucristo”.
J. R. Littleproud, Una Asamblea Cristiana, pág. 137
“¿Debe una cristiana dejarse crecer el cabello y llevarlo largo? Tres verdades deben ser consideradas al contestar esta pregunta. Primero, Pablo no manda que las mujeres tengan el cabello largo, sino hace un comentario acerca del cabello largo: “...a la mujer dejarse crecer el cabello...” Segundo, Dios quiere que los varones sean varones, y que las mujeres sean mujeres. Si Dios hubiera querido un estilo “unisex”, habría creado la raza humana en esa forma desde el principio. “No vestirá la mujer traje de hombre, ni el hombre vestirá ropa de mujer; porque abominación es a Jehová tu Dios cualquiera que esto hace” (Dt. 22:5). Desgraciadamente, hoy en día en el occidente queda muy poca distinción entre cómo se visten los varones y las mujeres. A pesar de cuál sea la cultura o la moda, las mujeres cristianas deben ser sabias y evitar aquello que es masculino. Finalmente, Dios ha dado a la mujer el privilegio de llevar su cabello largo. Esto le es “gloria”; es algo honroso. Aquello que Dios ha dado debe ser recibido. Cada mujer cristiana debe considerar esto cuidadosamente antes de elegir el modo de arreglar su cabello”.
J. G. McCarthy, La Doctrina Apostólica del Velo, pags. 27-28.
Esta verdad no es sólo para mujeres jóvenes sino para todas las que profesan piedad. La exhortación: “gloirficad a Dios en vuestro cuerpo...” incluye la forma de llevar el cabello. Agrademos al Señor.
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