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lunes, 31 de diciembre de 2007

EN ESTO PENSAD - ENERO 2008

Boletín informativo Nº 61 de la Asamblea Bíblica "Betel"
Quinto Aniversario de "En Esto Pensad" * ¡Gracias A Dios Por Su Fidelidad!

BET-EL: La Casa de Dios
D. R. Alves, Venezuela

El nombre Bet-el quiere decir en hebreo la casa de Dios, pero no debemos pensar que el edificio donde la asamblea se reúne es en sí la casa de Dios.
Bet-el era un lugar muy nombrado en el Antiguo Testamento. Cuando Abraham volvió de su lamentable visita a Egipto, él volvió a Bet-el donde había estado antes en obediencia al llamado que recibió (Gn. 13:3). Cuando Jacob se despertó de su sueño, habiendo dormido al aire libre, él exclamó: “¡Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios, y puerta del cielo”. Y llamó el nombre de aquel lugar Bet-el (Gn. 28:19).
Años más tarde, cuando regresaba a su tierra natal después de muchas andadas, él tuvo que regresar al lugar donde Dios había prometido bendecirle: “Sube a Bet-el y quédate allí; y haz allí un altar al Dios que te apareció cuando huías” (Gn. 35:1). La primera cosa que Jacob hizo fue exigir a su familia que quitasen de entre sí los dioses ajenos para permitirle a él hacer un altar.
En Josué y Jueces leemos de Bet-el, ya un pueblo. Cuando los israelitas se reunieron para castigar a la tribu de Benjamín, ellos llevaron el arca –símbolo de la presencia de Dios–a Bet-el, y allí construyeron un altar y pidieron consejo a Dios (Jue. 20-21). Más tarde, cuando no había tabernáculo en Silo ni templo todavía, Samuel visitaba a Bet-el y dos pueblos más, “y juzgaba a Israel” (1 S. 7:16). Además, se ofrecían sacrificios a Dios allí (1 S. 10:3).
De estas primeras referencias a Bet-el, aprendemos que la casa de Dios es un lugar –una condición–de obediencia, comunión, sacrificio, adoración. Es donde Dios habla a los Suyos, así es la puerta del cielo.
Pero cuando la nación cayó en pecado y división, el impío rey Jeroboam escogió a Bet-el como uno de los sitios para levantar un becerro a ser adorado “y esto fue causa de pecado” (1 R. 12:30). Fue de Bet-el que salieron unos muchachos a burlarse de Eliseo, un honrado siervo de Dios (2 R. 2:23). Todavía más tarde, los profetas denunciaron el lugar por su idolatría: “La casa de Israel se avergonzó de Bet-el” (Jer. 48:13). “La madre fue destrozada con los hijos. Así hará a vosotros Bet-el, por causa de vuestra gran maldad” (Os. 10:14b-15). Por cierto, tres veces Oseas cambia su nombre a Bet-avén: “¡la casa de vanidad, o de nada!” (lee también Josué 7:2).
Cuando Amós predicó fielmente la palabra de Dios, el sacerdote en Bet-el dijo: “La tierra no puede sufrir todas sus palabras” y: “Vete...no profetices más en Bet-el” (Am. 7:10, 13)
Por supuesto, las Sagradas Escrituras hablan mucho de la casa de Dios sin referirse al lugar de Bet-el. Dios habló de “mi siervo Moisés, que es fiel en toda mi casa” (Nm. 12:7). Esta escritura, como otras, puede referirse en primer lugar al tabernáculo, pero abarca en realidad todo el servicio santo, como Hebreos 3 enseña. Igualmente, los templos de Salomón y Esdras se llaman casa de Dios y casa de Jehová, pero sólo tenemos que leer los salmos para saber que esta expresión se refiere a más que un edificio.
David, el mayor de los salmistas, vivía antes de que su hijo hiciera el templo, pero dijo que él era “como olivo verde en la casa de Dios” (Sal. 52:8). Él quería estar en la casa de Dios todos los días de su vida (Sal. 27:4). Es más: él tuvo la confianza de que iba a estar allí para siempre, como traducen la Versión Moderna y otras: “Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa de Jehová moraré por largos días”.
Cuando llegamos al Nuevo Testamento, encontramos que Dios todavía tiene su casa. No es ningún edificio, como tampoco era cuando Jacob se despertó bajo las estrellas y exclamó que se encontraba en la casa de Dios. “Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales” (1 P. 2:5). Además, “es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios” (1 P. 4:17).
La casa de Dios hoy en día es el conjunto del pueblo del Señor, la Iglesia. No es sólo la iglesia universal, el templo santo de Efesios 2:21. Es también el templo santo que es la asamblea o iglesia local (1 Co. 3). No el edificio o salón, sino un pueblo con el Señor en medio. Así la importantísima explicación en 1 Timoteo 3:15, “Te escribo...cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad”.
Indudablemente Timoteo se estaba congregando con los efesios en alguna casa particular. El salón habrá sido de la casa del señor Aquila o algún otro, pero el apóstol no tenía eso en mente. Hoy en día el local tampoco es un recinto santo. Pero la presencia de Dios es santa, estemos en el culto o no.
¿Sabemos comportarnos en la casa de Dios? “Tus testimonios son muy firmes; la santidad conviene a tu casa, oh Jehová” (Sal. 93:5). David dijo a Dios que “por la abundancia de tu misericordia entraré en tu casa”, y en seguida agregó: “adoraré hacia tu santo templo en tu temor”(Sal. 5:7).
La casa va a cambiar de sitio, hermanos: “Si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, – el cuerpo– se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos” (2 Co. 5:1). El Señor nos llevará a la casa de Su Padre (Jn. 14:1-2). Comportémonos como es debido en Bet-el ahora, y más generosa entrada tendremos en la casa eterna (lee 2 Pedro 1:11 para entender este modo de hablar).
Pobre Israel se quedó con el nombre Bet-el cuando el lugar ya era sitio de desprecio de las cosas divinas. Que Dios en Su misericordia y amor nos guarde en Su casa aquí, y que nos salve de pensar que estamos en Bet-el si no nos conducimos todos los días y en todo lugar como Su presencia nos obliga. Gracias a Dios por el privilegio de poder colocar un letrero... sobre la entrada del edificio donde nos reunimos. Pero eso no basta para asegurar que estemos en realidad viviendo en la casa de Dios en su pleno sentido bíblico, ni comportándonos individualmente –o como asamblea– como es digno de ese santo privilegio.
Y, por supuesto, si el juicio comienza por la casa de Dios, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios?
de la revista “Bet-el”, Número 9, mayo 1982. El hermano Alves sirve al Señor en Venezuela
www.preceptos.net

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LA VERDADERA GRANDEZA

Aprenda a luchar con las almas. Trate de alcanzar sus conciencias.
Exalte a Cristo.

Utilice un afilado cuchillo consigo mismo. Hable lo justo
y necesario, sirva a todos, dé a los demás.

Ésta es la verdadera grandeza: Servir sin llamar la atención y
trabajar sin ser visto.


¡Oh, qué gozo es no tener nada, no ser nada y no ver nada excepto
a un Cristo vivo en la gloria, y no tener cuidado por nada excepto por
Sus intereses aquí en la tierra!

J.N.Darby
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EL CORAZÓN QUE SUSPIRA POR LA PERSONA DE CRISTO

Nada que no surja del amor personal a Cristo y de la comunión con Él puede tener algún valor. Podemos saber al dedillo las Escrituras; podemos predicar con notable elocuencia y fluidez, con una fluidez tal que las mentes poco experimentadas pueden muy fácilmente confundir con «poder»; pero, ¡oh, si nuestros corazones no beben profundamente de la fuente principal; si el motor que los anima no es hacer del amor de Cristo una realidad práctica, todo terminará en algo fugaz y pasajero! He aprendido a estar cada vez más insatisfecho con todo aquello que —ya en lo que respecta a mí mismo, ya a los demás— no tenga que ver con una comunión permanente, profunda, divinamente labrada, y una plena conformidad, con el bendito Señor. A los caprichos personales, los detesto; a las meras opiniones, les tengo temor; a las controversias, las evito; sistemas de doctrina, teorías, escuelas de pensamiento, en una palabra, todo «ismo» lo considero carente de valor. Mi anhelo, en cambio, es conocer más de la gloriosa persona de Cristo, de Su obra y de Su gloria. Y entonces, ¡vivir para Él! ¡Trabajar, testificar, predicar y orar, hacerlo todo por Cristo, y mediante la obra de Su gracia en nuestros corazones!
C. H. Mackintosh

"Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas.
Éste es el principal mandamiento".

Mr. 12:30


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