Sé Diligente
“En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor”. Romanos 12.11
Si nuestro cuerpo es un sacrificio vivo para Dios, y amamos como Él nos manda, estas cosas producirán en nosotros un servicio diligente y ferviente. Nuestro concepto de la gracia de Dios no es correcto si permite la indolencia, la apatía o la irresponsabilidad en las cosas de Dios.
“En lo que requiere diligencia”, dice el texto, pero ¿qué requiere diligencia? La palabra “diligencia” se traduce como “solicitud” en el verso 8. Es actuar con celo y cuidado, con ánimo pronto, y a veces con prisa. Marcos 6.25 la traduce como “prontamente”, y Lucas 1.39 pone “de prisa”. La idea no es “mañana” (típica en algunas culturas), sino ahora, o lo antes posible, y no “de cualquier manera” sino con esfuerzo y calidad. El trabajo diligente no es una chapuza, ni se hace tarde, sino con prontitud y esmero. Así debe ser todo nuestro servicio cristiano, debemos servir al Señor y a los hermanos con diligencia y fervor. Volvamos a la pregunta: ¿qué cosas requieren diligencia? ¿Qué dice la Escritura?
Deuteronomio 13.14 “Tu inquirirás, y buscarás y preguntarás con diligenica”, es decir, antes de emitir un juicio o una disciplina.
Josué 22.5 “Solamente que con diligencia cuidéis de cumplir el mandamiento y la ley”. Debemos obedecer con diligencia la Palabra.
Josué 23.11 “Guardad, pues, con diligencia vuestras almas, para que améis a Jehová vuestro Dios”.
Esdras 7.6 “Era escriba diligente en la ley de Moisés”. Estudiaba diligentemente. Considera 2 Timoteo 2.15.
Proverbios 2.1-5 “… Si clamares a la inteligencia, y a la prudencia dieres tu voz; si como a la plata la buscares, y la escudriñares como a tesoros”. Describe la diligencia necesaria para hallar la sabiduría y el conocimiento de Dios.
Proverbios 12.27 “Haber precioso del hombre es la diligencia”
Proverbios 27.23 “Sé diligente en conocer el estado de tus ovejas, y mira con cuidado por tus rebaños” – aplicable a los ancianos de cada asamblea.
Proverbios 31.10-31 Describe cómo la mujer virtuosa trabaja diligentemente en su casa, con sus manos, de día y de noche.
Eclesiastés 9.10 “Todo lo que te venga a la mano para hacer, hazlo con empeño. Porque en el Seol, a donde vas, no hay obras, ni cuentas, ni conocimiento, ni sabiduría”. (RVA)
Jeremías 48.10 “Maldito el que hiciere indolentemente la obra de Jehová”
Lucas 1.3 “... haber investigado con diligencia todas las cosas desde su origen” Describe el trabajo de Lucas, que investigó bien antes de escribir.
Efesios 5.15-16 “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo”
1 Timoteo 5.5 “… es diligente en súplicas y oraciones noche y día”
2 Timoteo 2.15 “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad”
Hebreos 2.1 “es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos”
2 Pedro 1.5 “vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe”
2 Pedro 3.14 “procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz”.
La diligencia es una virtud de carácter que siempre debemos cultivar, en nosotros mismos primero, y enseñar a nuestros hijos. Uno puede aprender a ser diligente. Lamentablemente, algunos hermanos no son diligentes cuando hacen un trabajo como favor a otro hermano o para la iglesia. De modo similar, algunos empleados cristianos, los que tienen un jefe cristiano, aprovechan eso para trabajar menos, no más.1 Timoteo 6.2 se refiere a este problema. “Y los que tienen amos creyentes, no los tengan en menos por ser hermanos, sino sírvanles mejor, por cuanto son creyentes y amados los que se benefician de su buen servicio. Esto enseña y exhorta”.
Pablo añade: “no perezosos” porque la pereza, la indolencia es un pecado. La palabra “pereza” significa ser tímido, encogerse, retardarse, de ahí, “negligente” (Mt. 25.26). Proverbios 18.9 dice: “También el que es negligente en su trabajo es hermano del hombre disipador”. La misma palabra en Filipenses 3.1 se traduce como “molesto”, pues el trabajo diligente es molesto para el perezoso. En Proverbios el padre advierte repetidas veces a sus hijos del error y peligro de la pereza, la indolencia (Pr. 6.6-11; 10.26; 24.30-34; 26.13-16). En Job 1.14, el primer mensajero que llegó a Job empezó así: “Estaban arando los bueyes, y las asnas paciendo cerca de ellos…” Spurgeon, el predicador inglés del siglo XIX, comentó: “Así es en cada congregación, hay bueyes que trabajan y asnas que no”, e invitó al lector a reflexionar y considerar si es buey o asno. William MacDonald observó que algunos parecen haber nacido con la sangre cansada, y van de ahí para abajo.
El perezoso siempre tiene una excusa: “Afuera hay un león” (Pr. 22.13; 26.13). Causa molestia a los que lo encargan cualquier trabajo (Pr. 10.26). La pereza no se limita a lo físico, pues también hay pereza en lo espiritual, en las cosas de Dios. Algunos llevan años siendo creyentes y todavía no se han disciplinado para leer toda la Biblia de principio a final. Otros confiesan que no oran mucho. Otros asisten esporádicamente, y otros siempre llegan tarde. Hebreos 6.11 nos anima a tener “la misma solicitud” en cosas espirituales que los fieles de antaño, y añade en el verso 12, “a fin de que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas”. Seamos diligentes seguidores del Señor.
Carlos
continuará, d.v., en el siguiente número
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No Juzguéis
Algunos cristianos sinceros pero equivocados insisten en que no se puede juzgar ni ejercer la disciplina porque, según dice el Señor a los escribas y fariseos: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra” (Jn. 8.7). Arguyen que, como nadie es perfecto, hay que ser misericordiosos y no juzgar ni ejercer la disciplina. Este argumento es un error, ya que tiene varios fallos.
Primero, el Señor habló así en un caso excepcional, pues los líderes inconversos de Israel que querían matar a una mujer por su parte en el adulterio pero no llevaron al hombre culpable.
Segundo, eso ocurrió antes de la existencia de la Iglesia y no tiene nada que ver con la forma en que los creyentes responden a los errores doctrinales.
Tercero, ejercer la disciplina en la iglesia no es lo mismo que sentenciar a muerte a alguien. No tiene nada que ver con aquel caso de Juan 8.
Cuarto, el mismo Señor mandó e inspiró a los apóstoles para que enseñaran sobre la disciplina de separación y excomunión. Por ejemplo, Pablo manda: “Quitad, pues, de entre vosotros a este perverso” (1 Co. 5.13). Es Palabra de Dios, de Cristo, inspirada, inerrante y útil. No dice: “El que esté sin pecado sea el primero en juzgarla”. También manda otros juicios y disciplinas: “apartaos”, “apártate”, “evita”, “deséchalo” y “no lo recibáis”. En la iglesia el mandamiento divino e inconfundible es: “No os juntéis con los fornicarios” (1 Co. 5.9), y “… no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis” (1 Co. 5.11). Dios manda esto, y no debemos presumir de saber mejor que Él, ni de ser más misericordiosos que Él.
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Como Un Pez Fuera Del Agua
“Pasar 30 segundos fuera de comunión con Dios es demasiado”, dijo L. S. Chafer. ¿Te parece una exageración? No lo es, porque para el verdadero creyente vivir separado del Señor sería como un pez fuera del agua. ¡Qué fanático decirle a un pez que tiene que quedarse en el agua! ¿Y cuánto tiempo puede estar fuera del agua sin morir? No se trata de estar en el agua 10 o 15 minutos cada día, sino de vivir en ella. Hay muchas personas que se autodenominan cristianas que no tienen ningún concepto de qué es una vida devocional, de disfrutar de la comunión con el Señor. No han oído hablar de ello o, si lo han oído, piensan que es algo para pastores y misioneros o tal vez alguna manía de gente legalista. Pero, ¿cuántos peces necesitan el agua?
Pensemos en el gran daño que uno puede hacerse en poco tiempo fuera de comunión con Dios. Puede tomar decisiones o asumir compromisos que le harán daño a él mismo o a otras personas y que le marcarán de por vida. Tardó solo 30 segundos en arrancar el fruto prohibido del Edén y morderlo. El mundo todavía sufre las consecuencias de esa mala decisión tomada fuera de comunión con Dios. Digamos con el salmista: "Con todo mi corazón te he buscado; No me dejes desviarme de tus mandamientos" (Sal. 119:10).
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Dios No Decretó El Pecado
¿Cómo entró el pecado en el mundo? Usando las Santas Escrituras como brújula divina para hallar la respuesta, descubrimos que claramente enseñan que Dios no es el autor del pecado ni incita a nadie a pecar. Porque el Nuevo Testamento declara: “Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie” (Stg. 1:13). En otro lugar leemos: “Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio” (Hab. 1.13). Y nuevamente: “Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo” (1 Jn. 2.16). El estudiante cuidadoso de las Escrituras concluirá que Dios nunca ha causado que nadie peque, ya que el pecado es siempre el resultado de Satanás o de la rebelión del hombre contra Dios. “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros?” (Stg. 4.1). Sin lugar a dudas, Dios es soberano, santo, fiel, justo, bueno, inmutable, omnipotente, inigualable y más sublime que todos. Por lo tanto, atribuir, suponer o insinuar de cualquier manera que Dios originó el pecado es manchar y difamar la superabundante grandeza de Su Nombre. Al exponer la gravedad de este error, el maestro bíblico Harold Mackay escribió apasionadamente:
“Tiene Dios presciencia de todas las cosas? ¡Absolutamente! ¿Permite Dios todas las cosas? ¡Sí! ¿Decretó Dios todas las cosas? ¡No! No cabe duda de que todos los planes y propósitos eternos de Dios se cumplirán finalmente. Pero esto no quiere decir que Dios haya decretado todos los sucesos que intervienen en la historia de la humanidad. ¡Es demasiado horrible siquiera inferir por un segundo que todos los crímenes, las corrupciones, las atrocidades, las tragedias y las guerras que manchan las páginas de la historia humana fueran según el decreto eterno de Dios!”
David Dunlap, Limitando Al Omnipotente, Libros Berea, pags. 66-67
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La Importancia de la Santidad
La Biblia menciona la santidad más de 600 veces, y es el gran deseo de Dios para Su pueblo. Lamentablemente, la santidad es una de las áreas que más descuidan los cristianos. El descuido de la santidad era un problema en la Iglesia primitiva y sigue siéndolo en la actualidad. El apóstol Juan instó a sus lectores: “Y todo aquel que tiene esta esperanza (de vida eterna) en él, se purifica a sí mismo, así como él (Cristo) es puro” (1 Jn. 3.3). El apóstol Pablo mandó así a los creyentes en Tesalónica: “pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de fornicación” (1 Ts. 4.3). Pedro exhortó a los seguidores de Cristo: “... como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo” (1 P. 1.15-16).
Debemos rechazar la idea corriente que sugiere que se puede vivir una vida impía y mala y sin embargo ser un verdadero cristiano. El mandamiento de las Escrituras de vivir en santidad no es opcional, sino obligatorio. Por lo tanto, todo aquel que profesa salvación en Cristo debe preguntarse lo siguiente:
“¿Hay evidencia de santidad práctica en mi vida?
¿Deseo y me esfuerzo por ser santo?
¿Lamento mi falta de santidad y busco sinceramente la ayuda de Dios para ser santo en vida?”
Los creyentes debemos someternos al autojuicio y a la convicción ante la Escritura: “Seguid... la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (He. 12.14). Pero Dios no nos ha mandado ser santos sin proveer los medios necesarios para ello. El Espíritu de Dios que mora en nosotros, la disciplina de la oración, la gracia de Dios y el ministerio de la Palabra de Dios son todos recursos divinamente dados para capacitar al creyente. Nuestro es el privilegio de ser santos – es nuestra posición – y también es nuestra la responsabilidad de vivir vidas de santidad práctica también es nuestra. Por eso, los que acepten el mandamiento de vivir en santidad experimentarán plenitud de gozo y el poder de Dios prometido a todos los que caminan en obediencia a Él.
David Dunlap, Limitando Al Omnipotente, Libros Berea, pags. 335-336
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“Yo habito en medio de mi pueblo”
(2 Reyes 4.13)
Una mujer prominente de Sunem brindaba hospitalidad a Eliseo cada vez que este pasaba por allí. Cierto día, le sugirió a su marido que construyeran una habitación adicional para que el profeta tuviera su propio aposento. Con el deseo de recompensar su bondadosa hospitalidad, Eliseo le preguntó qué podía hacer por ella, tal vez presentarla al rey o al comandante del ejército. Su sencilla respuesta fue: “Yo habito en medio de mi pueblo”. En otras palabras: “Soy feliz con lo que tengo en la vida. Amo a la gente común con la que vivo. No deseo moverme entre las personalidades encumbradas de la sociedad ni me atrae codearme con gente famosa”.
¡No cabe duda de que era una mujer sabia! Quienes nunca están contentos si no se codean socialmente con los famosos, los acaudalados y los aristócratas a menudo tienen que aprender que la mayoría de la gente más escogida de la tierra nunca aparece en primera plana, o en este caso, en la sección social del periódico.
He tenido roce con gente famosa del mundo evangélico, pero debo confesar que, en su mayor parte, la experiencia ha sido desagradable y decepcionante. Cuanto más veo lo que es el bombo publicitario en la prensa evangélica, más decepcionado me siento. Si tuviera que elegir, prefiero a aquellos ciudadanos humildes, honestos y sólidos que este mundo no conoce pero que son bien conocidos en el cielo.
A. W. Tozer describe bien lo que siento cuando escribe: “Creo en los santos. Conozco a los comediantes, promotores y fundadores de diversos movimientos religiosos que ponen su nombre delante de los edificios para que la gente sepa que fueron ellos quienes los erigieron. Conozco a estrellas del deporte que se hacen pasar por conversos. Conozco a todo tipo de cristianos peculiares por todos los Estados Unidos y Canadá, pero mi corazón busca a los santos. Quiero conocer a los que son como el Señor Jesucristo... En realidad, lo que debemos desear y tener es la belleza del Señor nuestro Dios resplandeciendo en nuestros corazones. Un santo verdadero es una persona magnética y atractiva que vale más que quinientos promotores e ingenieros religiosos”.
Charles Simeon expresa sentimientos similares: “Desde el primer día hasta la hora presente he manifestado... que mi trato social ha sido con lo excelente de la tierra y que cada uno de ellos, a causa del Señor, se esfuerza hasta el límite de su fuerza para mostrarme su bondad”.
Así que, ¡flores para la mujer de Sunem! Por la percepción espiritual de sus palabras: “Yo habito en medio de mi pueblo”.
William MacDonald, De Día en Día, CLIE
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Profecías Cumplidas: La Firma Divina
A lo largo del Antiguo Testamento hay cientos de profecías sobre un Mesías-Salvador que Dios prometió enviar al mundo. Los rollos del Mar Muerto afirman que estas escrituras fueron redactadas cientos de años antes del nacimiento del Mesías. A continuación se muestran algunos ejemplos de estas predicciones:
· Profecía a Abraham, 1900 a.C.: El Mesías entraría en el mundo a través del linaje familiar de Abraham e Isaac. (Génesis 12.2-3; 22.1-18. Cumplida: Mateo 1)
· Profecía de Isaías, 700 a.C.: Él nacería de una virgen, sin padre humano biológico. (Isaías 7.14; 9.6. Cumplida: Lucas 1.26-35; Mateo 1.18-25)
· Profecía de Miqueas, 700 a.C.: Él nacería en Belén. (Miqueas 5.2. Cumplida: Lucas 2.1-20; Mateo 2.1-12)
· Profecía de Oseas, 700 a.C: Él sería llamado de Egipto. (Oseas 11.1. Cumplida: Mateo 2.13-15)
· Profecía de Malaquías, 400 a.C.: El Mesías tendría un precursor. (Malaquías 3.1; Isaías 40.3-11. Cumplida: Lucas 1.11-17; Mateo 3.1-12)
· Profecía de Isaías, 700 a.C: Él daría vista a los ciegos, haría oír a los sordos, haría andar a los cojos y anunciaría buenas nuevas a los pobres. (Isaías 35.5-6; 61.1. Cumplida: Lucas 7.22; Mateo 9; etc.)
· Profecía de Isaías, 700 a.C.: Él sería rechazado por su propio pueblo (Isaías 53.2-3; también Salmo 118.21-22. Cumplida: Juan 1.11; Marcos 6.3; Mateo 21.42-46).
· Profecía de Zacarías, 500 a.C. Él sería traicionado por treinta piezas de plata, las cuales luego serían empleadas para comprar un campo. (Zacarías11.12-13. Cumplida: Mateo 26.14-16; 27.3-10)
· Profecía de Isaías, 700 a.C.: El Mesías sería rechazado, falsamente acusado, juzgado y ejecutado por judíos y gentiles. (Isaías 50.6; 53.1-12; Salmos 2 y 22; Zacarías 12.10. Cumplida: Juan 1.11; 11.45-57; Marcos 10.32-34; Mateo 26 y 27)
· Profecía de David, 1000 a.C.: Sus manos y pies serían traspasados; Él sería escarnecido por los que miraban, y echarían suertes por sus vestiduras, etc. (Salmo 22.16, 8, 18. Cumplida: Lucas 23.33-37; 24.39) (Ten en cuenta que esta predicción se hizo mucho antes de que se inventara la crucifixión como modo de castigo capital.)
· Profecía de Isaías, 700 a.C.: Aunque matado como el peor criminal, Él sería sepultado en la tumba de un rico. (Isaías 53.8. Cumplida: Mateo 27.57-60)
· Profecía de David, 1000 a.C.: El cuerpo del Mesías no vería corrupción en la tumba; Él vencería la muerte (Salmo 16:9-11 [ver también: Mateo 16.21-23; 17.22-23; 20.17-19; etc.]. Cumplida: Lucas 24; Hechos 1 y 2)
Las leyes de la probabilidad revelan que es “imposibile” que una sola persona cumpliera unas profecías tan específicas y verificables. Sin embargo, esto es precisamente lo que sucedió.
Paul Bramsen, del capítulo 5 de su libro: Un Dios, Un Mensaje
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Cómo Ofrendar
Según la Palabra de Dios, este dinero se trae con el fin de ser
entregado a los destinatarios. ¿Quiénes son? Según el Nuevo Testamento,
tenemos:
1. Los santos pobres (2 Co. 8 y 9). Sobre este particular, el Señor dijo: “siempre tendréis a los pobres entre vosotros y cuando queráis, les podréis hacer bien” (Mr. 14.7). Pablo dijo que, cuando fue a Jerusalén, Jacobo, Pedro y Juan “solamente nos pidieron que nos acordásemos de los pobres, lo cual también procuré con diligencia hacer”
(Gá. 2.10). Creemos que él mismo exhortó a los escogidos, cuando pasó
por las iglesias de Macedonia, Galacia y Acaya para llevar las preciosas
ofrendas a los santos pobres de Jerusalén (1 Co. 16.1-4).
2. Los obreros en los trabajos del evangelio.
El apóstol Pablo esgrime un poderoso argumento contra sus mezquinos
detractores que quisieron privar a los corintios del privilegio de
cuidar, en sentido práctico, al que era su padre espiritual, quien les
había ganado para Cristo, para luego formar la asamblea.
El escribió en 1 Corintios 9.14, “Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio”.
Está claro que las asambleas congregadas en el Nombre del Señor…
sujetándose a la Palabra de Dios, no reciben dinero del gobierno ni de
personas no convertidas, ni siquiera de creyentes que no son miembros.
Tienen como única fuente de ingresos los recursos económicos del pueblo
del Señor en comunión dentro de las asambleas. De este dinero, deben
vivir los que se han dedicado a tiempo completo a la obra del evangelio.
También de estas ofrendas dependen las obras de evangelización, como la
impresión de tratados (los impresos evangelísticos, etc.).
3. Otros destinos:
Las iglesias, al principio, no estaban rodeadas de las mismas
circunstancias que las de hoy, especialmente en lo relativo a lugares de
reunión. En la Palabra de Dios, leemos que lo hacían generalmente en
casas particulares. Hoy se hacen necesarios edificios propios, y es muy
lógico suponer que sea el pueblo del Señor con sus ofrendas, el que
tenga que financiarlos, y después de construidos, mantenerlos. Este es
un destino legítimo e indispensable como los gastos normales de la
asamblea.
¿Están enviando los ancianos de las asambleas, a estos destinatarios, los recursos adecuados para cubrir sus necesidades?
¡Sea el Señor nuestro juez! Israel ha sufrido la disciplina de Dios y
el reproche ante el mundo entero por haber errado en sus deberes. La
Iglesia, con mayores privilegios, tiene mayores responsabilidades, y
debemos cuidar de cumplir cabalmente de todo corazón y buena voluntad lo
que el Señor ha pedido de nosotros. “He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra” (Ap. 22.12).
Hildebrando Gil Romero, tomado del capítulo 8 de El Lugar de Su Nombre,
publicado por La Voz En El Desierto, Venezuela
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Estás Invitado
Cristo dijo: “El reino de los cielos es semejante a un rey que hizo fiesta de bodas a su hijo” (Mateo 22.6). Ese rey mandó a sus siervos con este mensaje de invitación: “Todo está dispuesto; venid a las bodas” (Mateo 22.4). ¿Quién no querría ir a una fiesta real en la que todo estuviera provisto? Sin embargo, Cristo relató que muchos no fueron. Desaprovecharon la invitación y se perdieron la fiesta.
Esto ilustra cómo Dios nos invita a venir y ser salvos. No hay que traer nada ni aportar nada: “Todo está dispuesto”. Jesucristo hizo todo lo necesario y todo está preparado para perdonarnos y garantizar nuestro bien eterno. Solo hace falta una cosa: venir. Dios invita, pero no obliga. Sin embargo, muchos no responden, y la razón es muy sencilla: no quieren.
En Mateo 22.2-5 vemos a los que rechazan la invitación. Dice el verso 3 que no respondieron a la primera invitación del rey, porque “no quisieron ir”. Les invitó una segunda vez, pero el verso 5 dice: “mas ellos, sin hacer caso, se fueron…”. Muchos hay como ellos, que se ocupan de sus labores, sus negocios y otras cosas, y no muestran interés en la salvación. Les gusta su religión y sus tradiciones, y no quieren cambiar. ¿Por qué no creen en el evangelio, ni aceptan la invitación de Dios? Porque no quieren. Ten por cierto que Dios no llevará a nadie al cielo en contra de su voluntad. Si no quieres hacer caso, no irás, pero entonces, ¿dónde estarás?Esto ilustra cómo Dios nos invita a venir y ser salvos. No hay que traer nada ni aportar nada: “Todo está dispuesto”. Jesucristo hizo todo lo necesario, y todo está preparado para perdonarnos y garantizar nuestro bien eterno. Solo falta una cosa: venir. Dios invita, pero no obliga. Sin embargo, muchos no responden y, en el fondo la razón es bien simple: no quieren.
Otros se resienten y se oponen a la invitación. Los versos 6-7 describen a los que afrentan y maltratan a los mensajeros. Es casi increíble que alguien sea maltratado por invitar a alguien a la casa del rey. Pero esto sigue ocurriendo hoy en día. A veces son políticos o ricos que pertenecen a la alta sociedad, y otras veces son religiosos. Podríamos decir que ni comen ni dejan comer. En los versos 8-10 están los que se aprovechan de la invitación. En el contexto, aunque no todos, la mayoría de los judíos rechazaba la invitación del Mesías.
Es impresionante la paciencia y la bondad del rey, que después de tantos rechazos incomprensibles, siga invitando. “Id, pues, a las salidas de los caminos, y llamad a las bodas a cuantos halléis” (Mateo 22.9). La invitación se extendió a todos. Entonces, los siervos salieron a anunciar la invitación una vez más, y muchos vinieron. Por eso todavía hoy es posible ser salvo, porque siglos después de la muerte de Cristo, Dios sigue invitándonos a través del evangelio. Debemos estar agradecidos de que con Él no hay acepción de personas. Hay lugar para ti, si quieres, pero depende de qué haces con la invitación de Dios. El evangelio es para todos: “es el poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Romanos 1.16). Amigo, estás invitado. ¿Cómo respondes?
Pero en los versos 11-13 vemos a los que se cuelan insinceramente. Uno de los invitados no llevaba el vestido de boda que el rey proporcionó a sus invitados. Se había sentado con los demás para comer y beber y divertirse, pero no era de ellos. El rey le preguntó: “¿Amigo, ¿cómo entraste aquí, sin estar vestido de boda? Mas él enmudeció” (verso 12). No tenía respuesta. No conocía al rey ni a su hijo, por lo que en el verso 13 lo expulsan al lugar de castigo.
Juan Bunyan, en su obra El Progreso del Peregrino, habla de dos que saltaron el muro y entraron en el camino a la ciudad celestial, sin pasar por la puerta. Querían acompañar a Cristiano, e ir al cielo, pero sin la puerta (Jesucristo), sin haber nacido de nuevo. ¿Eres como ellos?
Todavía hoy hay personas así, en las iglesias, que se cuelan sin haber nacido de nuevo por la fe en el Señor Jesucristo. No han entendido ni creído verdaderamente el evangelio. Son religiosas, temerosas de Dios, y tienen familiares o amigos creyentes, pero ellas mismas no son salvas. Quizás dicen: “Soy miembro de la iglesia”, o “Soy evangélico”. Que uno acompañe a los creyentes, o tenga padres creyentes no le convierte en creyente. Quizás se bautizó. Quizás lee la Biblia, se reúne para cantar himnos y escuchar sermones, y le gusta estar con los cristianos, pero no es realmente uno de ellos, y llegará el terrible momento en que el Rey (el Señor Jesucristo), le preguntará: “Amigo, cómo entraste aquí sin estar vestido de boda?”, y lo sacará fuera.
En Mateo 22.14 el Señor resume la enseñanza de la parábola: “Porque muchos son llamados, y pocos escogidos”. Es una lección de suma importancia. Dios nos llama a todos – a través del evangelio – invita a todos a arrepentirnos y confiar en Jesucristo para ser salvos. El cielo es grande, y hay lugar para todos. Pero Dios no recibe a todos, sino solo a los que en verdad creen en Jesucristo como su Señor y Salvador. Estos son los que Suyos.
Estimado amigo, el evangelio invita, pero no obliga, y tu decisión tiene consecuencias. Se acerca tu cita con la muerte y la eternidad, porque “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9.27). Cuando te presentes delante de Dios y te pregunte: “¿Por qué debo permitirte entrar en el cielo?”, ¿qué respuesta le darás?