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miércoles, 30 de abril de 2025

EN ESTO PENSAD - mayo 2025


 Sé Diligente


“En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor”
.   Romanos 12.11

Si nuestro cuerpo es un sacrificio vivo para Dios, y amamos como Él nos manda, estas cosas producirán en nosotros un servicio diligente y ferviente. Nuestro concepto de la gracia de Dios no es correcto si permite la indolencia, la apatía o la irresponsabilidad en las cosas de Dios.
    “En lo que requiere diligencia”, dice el texto, pero ¿qué requiere diligencia? La palabra “diligencia” se traduce como “solicitud” en el verso 8. Es actuar con celo y cuidado, con ánimo pronto, y a veces con prisa. Marcos 6.25 la traduce como “prontamente”, y Lucas 1.39 pone “de prisa”. La idea no es “mañana” (típica en algunas culturas), sino ahora, o lo antes posible, y no “de cualquier manera” sino con esfuerzo y calidad. El trabajo diligente no es una chapuza, ni se hace tarde, sino con prontitud y esmero. Así debe ser todo nuestro servicio cristiano, debemos servir al Señor y a los hermanos con diligencia y fervor. Volvamos a la pregunta: ¿qué cosas requieren diligencia? ¿Qué dice la Escritura?

Deuteronomio 13.14 “Tu inquirirás, y buscarás y preguntarás con diligenica, es decir, antes de emitir un juicio o una disciplina.
 

Josué 22.5 “Solamente que con diligencia cuidéis de cumplir el mandamiento y la ley”. Debemos obedecer con diligencia la Palabra.
 

Josué 23.11 “Guardad, pues, con diligencia vuestras almas, para que améis a Jehová vuestro Dios”.
 

Esdras 7.6  “Era escriba diligente en la ley de Moisés”. Estudiaba diligentemente. Considera 2 Timoteo 2.15.
 

Proverbios 2.1-5 “… Si clamares a la inteligencia, y a la prudencia dieres tu voz; si como a la plata la buscares, y la escudriñares como a tesoros”. Describe la diligencia necesaria para hallar la sabiduría y el conocimiento de Dios.
 

Proverbios 12.27  “Haber precioso del hombre es la diligencia
 

Proverbios 27.23  “Sé diligente en conocer el estado de tus ovejas, y mira con cuidado por tus rebaños” – aplicable a los ancianos de cada asamblea.
 

Proverbios 31.10-31 Describe cómo la mujer virtuosa trabaja diligentemente en su casa, con sus manos, de día y de noche.

Eclesiastés 9.10 “Todo lo que te venga a la mano para hacer, hazlo con empeño. Porque en el Seol, a donde vas, no hay obras, ni cuentas, ni conocimiento, ni sabiduría”. (RVA)  

Jeremías 48.10  “Maldito el que hiciere indolentemente la obra de Jehová”
 

Lucas 1.3 “... haber investigado con diligencia todas las cosas desde su origen” Describe el trabajo de Lucas, que  investigó bien antes de escribir.
 

Efesios 5.15-16 “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo”
 

1 Timoteo 5.5  “… es diligente en súplicas y oraciones noche y día”
 

2 Timoteo 2.15 “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad”
 

Hebreos 2.1   “es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos”
 

2 Pedro 1.5   “vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe”
 

2 Pedro 3.14 “procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz”.

    La diligencia es una virtud de carácter que siempre debemos cultivar, en nosotros mismos primero, y enseñar a nuestros hijos. Uno puede aprender a ser diligente. Lamentablemente, algunos hermanos no son diligentes cuando hacen un trabajo como favor a otro hermano o para la iglesia. De modo similar, algunos empleados cristianos, los que tienen un jefe cristiano, aprovechan eso para trabajar menos, no más.1 Timoteo 6.2 se refiere a este problema.  “Y los que tienen amos creyentes, no los tengan en menos por ser hermanos, sino sírvanles mejor, por cuanto son creyentes y amados los que se benefician de su buen servicio. Esto enseña y exhorta”.
    Pablo añade: “no perezosos” porque la pereza, la indolencia es un pecado. La palabra “pereza” significa ser tímido, encogerse, retardarse, de ahí, “negligente” (Mt. 25.26). Proverbios 18.9 dice: “También el que es negligente en su trabajo es hermano del hombre disipador”. La misma palabra en Filipenses 3.1 se traduce como “molesto”, pues el trabajo diligente es molesto para el perezoso. En Proverbios el padre advierte repetidas veces a sus hijos del error y peligro de la pereza, la indolencia (Pr. 6.6-11; 10.26; 24.30-34; 26.13-16). En Job 1.14, el primer mensajero que llegó a Job empezó así: “Estaban arando los bueyes, y las asnas paciendo cerca de ellos…” Spurgeon, el predicador inglés del siglo XIX, comentó: “Así es en cada congregación, hay bueyes que trabajan y asnas que no”, e invitó al lector a reflexionar y considerar si es buey o asno. William MacDonald observó que algunos parecen haber nacido con la sangre cansada, y van de ahí para abajo.
    El perezoso siempre tiene una excusa: “Afuera hay un león” (Pr. 22.13; 26.13). Causa molestia a los que lo encargan cualquier trabajo (Pr. 10.26). La pereza no se limita a lo físico, pues también hay pereza en lo espiritual, en las cosas de Dios. Algunos llevan años siendo creyentes y todavía no se han disciplinado para leer toda la Biblia de principio a final. Otros confiesan que no oran mucho. Otros asisten esporádicamente, y otros siempre llegan tarde. Hebreos 6.11 nos anima a tener “la misma solicitud” en cosas espirituales que los fieles de antaño, y añade en el verso 12, “a fin de que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas”. Seamos diligentes seguidores del Señor.

Carlos
continuará, d.v., en el siguiente número

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 No Juzguéis

Algunos cristianos sinceros pero equivocados insisten en que no se puede juzgar ni ejercer la disciplina porque, según dice el Señor a los escribas y fariseos: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra” (Jn. 8.7). Arguyen que, como nadie es perfecto, hay que ser misericordiosos y no juzgar ni ejercer la disciplina. Este argumento es un error, ya que tiene varios fallos.  
    Primero, el Señor habló así en un caso excepcional, pues los líderes inconversos de Israel que querían matar a una mujer por su parte en el adulterio pero no llevaron al hombre culpable.
    Segundo, eso ocurrió antes de la existencia de la Iglesia y no tiene nada que ver con la forma en que los creyentes responden a los errores doctrinales.
    Tercero, ejercer la disciplina en la iglesia no es lo mismo que sentenciar a muerte a alguien. No tiene nada que ver con aquel caso de Juan 8.
    Cuarto, el mismo Señor mandó e inspiró a los apóstoles para que enseñaran sobre la disciplina de separación y excomunión. Por ejemplo, Pablo manda: “Quitad, pues, de entre vosotros a este perverso” (1 Co. 5.13). Es Palabra de Dios, de Cristo, inspirada, inerrante y útil. No dice: “El que esté sin pecado sea el primero en juzgarla”. También manda otros juicios y disciplinas: “apartaos”, “apártate”, “evita”, “deséchalo” y “no lo recibáis”. En la iglesia el mandamiento divino e inconfundible es: “No os juntéis con los fornicarios” (1 Co. 5.9), y “… no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis” (1 Co. 5.11). Dios manda esto, y no debemos presumir de saber mejor que Él, ni de ser más misericordiosos que Él.

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Como Un Pez Fuera Del Agua 

“Pasar 30 segundos fuera de comunión con Dios es demasiado”, dijo L. S. Chafer. ¿Te parece una exageración? No lo es, porque para el verdadero creyente vivir separado del Señor sería como un pez fuera del agua. ¡Qué fanático decirle a un pez que tiene que quedarse en el agua! ¿Y cuánto tiempo puede estar fuera del agua sin morir? No se trata de estar en el agua 10 o 15 minutos cada día, sino de vivir en ella. Hay muchas personas que se autodenominan cristianas que no tienen ningún concepto de qué es una vida devocional, de disfrutar de la comunión con el Señor. No han oído hablar de ello o, si lo han oído, piensan que es algo para pastores y misioneros o tal vez alguna manía de gente legalista. Pero, ¿cuántos peces necesitan el agua?
    Pensemos en el gran daño que uno puede hacerse en poco tiempo fuera de comunión con Dios. Puede tomar decisiones o asumir compromisos que le harán daño a él mismo o a otras personas y que le marcarán de por vida. Tardó solo 30 segundos en arrancar el fruto prohibido del Edén y morderlo. El mundo todavía sufre las consecuencias de esa mala decisión tomada fuera de comunión con Dios. Digamos con el salmista: "Con todo mi corazón te he buscado; No me dejes desviarme de tus mandamientos" (Sal. 119:10).

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Dios No Decretó El Pecado

¿Cómo entró el pecado en el mundo? Usando las Santas Escrituras como brújula divina para hallar la respuesta, descubrimos que claramente enseñan que Dios no es el autor del pecado ni incita a nadie a pecar. Porque el Nuevo Testamento declara: “Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie” (Stg. 1:13). En otro lugar leemos: “Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio” (Hab. 1.13). Y nuevamente: “Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo” (1 Jn. 2.16). El estudiante cuidadoso de las Escrituras concluirá que Dios nunca ha causado que nadie peque, ya que el pecado es siempre el resultado de Satanás o de la rebelión del hombre  contra Dios. “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros?” (Stg. 4.1). Sin lugar a dudas, Dios es soberano, santo, fiel, justo, bueno, inmutable, omnipotente, inigualable y más sublime que todos. Por lo tanto, atribuir, suponer o insinuar de cualquier manera que Dios originó el pecado es manchar y difamar la superabundante grandeza de Su Nombre. Al exponer la gravedad de este error, el maestro bíblico Harold Mackay escribió apasionadamente:

“Tiene Dios presciencia de todas las cosas? ¡Absolutamente! ¿Permite Dios todas las cosas? ¡Sí! ¿Decretó Dios todas las cosas? ¡No! No cabe duda de que todos los planes y propósitos eternos de Dios se cumplirán finalmente. Pero esto no quiere decir que Dios haya decretado todos los sucesos que intervienen en la historia de la humanidad. ¡Es demasiado horrible siquiera inferir por un segundo que todos los crímenes, las corrupciones, las atrocidades, las tragedias y las guerras que manchan las páginas de la historia humana fueran según el decreto eterno de Dios!”

David Dunlap, Limitando Al Omnipotente, Libros Berea, pags. 66-67

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La Importancia de la Santidad

La Biblia menciona la santidad más de 600 veces, y es el gran deseo de Dios para Su pueblo. Lamentablemente, la santidad es una de las áreas que más descuidan los cristianos. El descuido de la santidad era un problema en la Iglesia primitiva y sigue siéndolo en la actualidad. El apóstol Juan instó a sus lectores: “Y todo aquel que tiene esta esperanza (de vida eterna) en él, se purifica a sí mismo, así como él (Cristo) es puro” (1 Jn. 3.3). El apóstol Pablo mandó así a los creyentes en Tesalónica: “pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de fornicación” (1 Ts. 4.3). Pedro exhortó a los seguidores de Cristo: “... como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo” (1 P. 1.15-16).
    Debemos rechazar la idea corriente que sugiere que se puede vivir una vida impía y mala y sin embargo ser un verdadero cristiano. El mandamiento de las Escrituras de vivir en santidad no es opcional, sino obligatorio. Por lo tanto, todo aquel que profesa salvación en Cristo debe preguntarse lo siguiente: 


“¿Hay evidencia de santidad práctica en mi vida?
¿Deseo y  me esfuerzo por ser santo?
¿Lamento mi falta de santidad y busco sinceramente la ayuda de Dios para ser santo en vida?”

    Los creyentes debemos someternos al autojuicio y a la convicción ante la Escritura: “Seguid... la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (He. 12.14). Pero Dios no nos ha mandado ser santos sin proveer los medios necesarios para ello. El Espíritu de Dios que mora en nosotros, la disciplina de la oración, la gracia de Dios y el ministerio de la Palabra de Dios son todos recursos divinamente dados para capacitar al creyente. Nuestro es el privilegio de ser santos – es nuestra posición – y también es nuestra la responsabilidad de vivir vidas de santidad práctica también es nuestra. Por eso, los que acepten el mandamiento de vivir en santidad experimentarán plenitud de gozo y el poder de Dios prometido a todos los que caminan en obediencia a Él.

David Dunlap, Limitando Al Omnipotente, Libros Berea, pags. 335-336

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“Yo habito en medio de mi pueblo” 

 (2 Reyes 4.13)

Una mujer prominente de Sunem brindaba hospitalidad a Eliseo cada vez que este pasaba por allí. Cierto día, le sugirió a su marido que construyeran una habitación adicional para que el profeta tuviera su propio aposento. Con el deseo de recompensar su bondadosa hospitalidad, Eliseo le preguntó qué podía hacer por ella, tal vez presentarla al rey o al comandante del ejército. Su sencilla respuesta fue: “Yo habito en medio de mi pueblo”. En otras palabras: “Soy feliz con lo que tengo en la vida. Amo a la gente común con la que vivo. No deseo moverme entre las personalidades encumbradas de la sociedad ni me atrae codearme con gente famosa”.
    ¡No cabe duda de que era una mujer sabia! Quienes nunca están contentos si no se codean socialmente con los famosos, los acaudalados y los aristócratas a menudo tienen que aprender que la mayoría de la gente más escogida de la tierra nunca aparece en primera plana, o en este caso, en la sección social del periódico.
    He tenido roce con gente famosa del mundo evangélico, pero debo confesar que, en su mayor parte, la experiencia ha sido desagradable y decepcionante. Cuanto más veo lo que es el bombo publicitario en la prensa evangélica, más decepcionado me siento. Si tuviera que elegir, prefiero a aquellos ciudadanos humildes, honestos y sólidos que este mundo no conoce pero que son bien conocidos en el cielo.
    A. W. Tozer describe bien lo que siento cuando escribe: “Creo en los santos. Conozco a los comediantes, promotores y fundadores de diversos movimientos religiosos que ponen su nombre delante de los edificios para que la gente sepa que fueron ellos quienes los erigieron. Conozco a estrellas del deporte que se hacen pasar por conversos. Conozco a todo tipo de cristianos peculiares por todos los Estados Unidos y Canadá, pero mi corazón busca a los santos. Quiero conocer a los que son como el Señor Jesucristo...   En realidad, lo que debemos desear y tener es la belleza del Señor nuestro Dios resplandeciendo en nuestros corazones. Un santo verdadero es una persona magnética y atractiva que vale más que quinientos promotores e ingenieros religiosos”.
    Charles Simeon expresa sentimientos similares: “Desde el primer día hasta la hora presente he manifestado... que mi trato social ha sido con lo excelente de la tierra y que cada uno de ellos, a causa del Señor, se esfuerza hasta el límite de su fuerza para mostrarme su bondad”.
    Así que, ¡flores para la mujer de Sunem! Por la percepción espiritual de sus palabras: “Yo habito en medio de mi pueblo”.

William MacDonald, De Día en Día, CLIE

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Profecías Cumplidas: La Firma Divina


A lo largo del Antiguo Testamento hay cientos de profecías sobre un Mesías-Salvador que Dios prometió enviar al mundo. Los rollos del Mar Muerto afirman que estas escrituras fueron redactadas cientos de años antes del nacimiento del Mesías. A continuación se muestran algunos ejemplos de estas predicciones:

· Profecía a Abraham, 1900 a.C.: El Mesías entraría en el mundo a través del linaje familiar de Abraham e Isaac. (Génesis 12.2-3; 22.1-18. Cumplida: Mateo 1)

· Profecía de Isaías, 700 a.C.: Él nacería de una virgen, sin padre humano biológico. (Isaías 7.14; 9.6. Cumplida: Lucas 1.26-35; Mateo 1.18-25)

· Profecía de Miqueas, 700 a.C.: Él nacería en Belén. (Miqueas 5.2. Cumplida: Lucas 2.1-20; Mateo 2.1-12)

· Profecía de Oseas, 700 a.C: Él sería llamado de Egipto. (Oseas 11.1. Cumplida: Mateo 2.13-15)

· Profecía de Malaquías, 400 a.C.: El Mesías tendría un precursor. (Malaquías 3.1; Isaías 40.3-11. Cumplida: Lucas 1.11-17; Mateo 3.1-12)

· Profecía de Isaías, 700 a.C: Él daría vista a los ciegos, haría oír a los sordos, haría andar a los cojos y anunciaría buenas nuevas a los pobres. (Isaías 35.5-6; 61.1. Cumplida: Lucas 7.22; Mateo 9; etc.)

· Profecía de Isaías, 700 a.C.: Él sería rechazado por su propio pueblo (Isaías 53.2-3; también Salmo 118.21-22. Cumplida: Juan 1.11; Marcos 6.3; Mateo 21.42-46).

· Profecía de Zacarías, 500 a.C. Él sería traicionado por treinta piezas de plata, las cuales luego serían empleadas para comprar un campo. (Zacarías11.12-13. Cumplida: Mateo 26.14-16; 27.3-10)

· Profecía de Isaías, 700 a.C.: El Mesías sería rechazado, falsamente acusado, juzgado y ejecutado por judíos y gentiles. (Isaías 50.6; 53.1-12; Salmos 2 y 22; Zacarías 12.10. Cumplida: Juan 1.11; 11.45-57; Marcos 10.32-34; Mateo 26 y 27)

· Profecía de David, 1000 a.C.: Sus manos y pies serían traspasados; Él sería escarnecido por los que miraban, y echarían suertes por sus vestiduras, etc. (Salmo 22.16, 8, 18. Cumplida: Lucas 23.33-37; 24.39) (Ten en cuenta que esta predicción se hizo mucho antes de que se inventara la crucifixión como modo de castigo capital.)

· Profecía de Isaías, 700 a.C.: Aunque matado como el peor criminal, Él sería sepultado en la tumba de un rico. (Isaías 53.8. Cumplida: Mateo 27.57-60)

· Profecía de David, 1000 a.C.: El cuerpo del Mesías no vería corrupción en la tumba; Él vencería la muerte (Salmo 16:9-11 [ver también: Mateo 16.21-23; 17.22-23; 20.17-19; etc.]. Cumplida: Lucas 24; Hechos 1 y 2)

Las leyes de la probabilidad revelan que es “imposibile”  que una sola persona cumpliera unas profecías tan específicas y verificables. Sin embargo, esto es precisamente lo que sucedió.

Paul Bramsen, del capítulo 5 de su libro: Un Dios, Un Mensaje

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Cómo Ofrendar

Notemos este mandamiento: “En cuanto a la ofrenda para los santos, haced vosotros también de la manera que ordené en las iglesias de Galicia. Cada primer día de la semana, cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado” (1 Co. 16.1-2). La expresión “según haya prosperado”, es ilimitada. Puede ocurrir lo que hace años oí referente a un hermano muy poderoso económicamente. Colocó un letrero en sus fábricas de tractores que decía: “No doy de mi dinero a Dios, sino que retengo un poquito del dinero de Dios para mí”. Pues, bien, traemos nuestras ofrendas… cada uno de nosotros, y allí quedan. Y del Señor es la capacidad de ver y juzgar si son de corazón y buena voluntad o no.

    Según la Palabra de Dios, este dinero se trae con el fin de ser entregado a los destinatarios. ¿Quiénes son? Según el Nuevo Testamento, tenemos:        

    1. Los santos pobres (2 Co. 8 y 9). Sobre este particular, el Señor dijo: “siempre tendréis a los pobres entre vosotros y cuando queráis, les podréis hacer bien” (Mr. 14.7). Pablo dijo que, cuando fue a Jerusalén, Jacobo, Pedro y Juan “solamente nos pidieron que nos acordásemos de los pobres, lo cual también procuré con diligencia hacer” (Gá. 2.10). Creemos que él mismo exhortó a los escogidos, cuando pasó por las iglesias de Macedonia, Galacia y Acaya para llevar las preciosas ofrendas a los santos pobres de Jerusalén (1 Co. 16.1-4).

    2. Los obreros en los trabajos del evangelio. El apóstol Pablo esgrime un poderoso argumento contra sus mezquinos detractores que quisieron privar a los corintios del privilegio de cuidar, en sentido práctico, al que era su padre espiritual, quien les había ganado para Cristo, para luego formar la asamblea.
    El escribió en 1 Corintios 9.14, “Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio”.
    Está claro que las asambleas congregadas en el Nombre del Señor… sujetándose a la Palabra de Dios, no reciben dinero del gobierno ni de personas no convertidas, ni siquiera de creyentes que no son miembros. Tienen como única fuente de ingresos los recursos económicos del pueblo del Señor en comunión dentro de las asambleas. De este dinero, deben vivir los que se han dedicado a tiempo completo a la obra del evangelio. También de estas ofrendas dependen las obras de evangelización, como la impresión de tratados (los impresos evangelísticos, etc.).
    3. Otros destinos: Las iglesias, al principio, no estaban rodeadas de las mismas circunstancias que las de hoy, especialmente en lo relativo a lugares de reunión. En la Palabra de Dios, leemos que lo hacían generalmente en casas particulares. Hoy se hacen necesarios edificios propios, y es muy lógico suponer que sea el pueblo del Señor con sus ofrendas, el que tenga que financiarlos, y después de construidos, mantenerlos. Este es un destino legítimo e indispensable como los gastos normales de la asamblea.
    ¿Están enviando los ancianos de las asambleas, a estos destinatarios, los recursos adecuados para cubrir sus necesidades?
    ¡Sea el Señor nuestro juez! Israel ha sufrido la disciplina de Dios y el reproche ante el mundo entero por haber errado en sus deberes. La Iglesia, con mayores privilegios, tiene mayores responsabilidades, y debemos cuidar de cumplir cabalmente de todo corazón y buena voluntad lo que el Señor ha pedido de nosotros. “He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra” (Ap. 22.12).

 Hildebrando Gil Romero, tomado del capítulo 8 de El Lugar de Su Nombre,
 publicado por La Voz En El Desierto, Venezuela

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  Estás Invitado


Cristo dijo: “El reino de los cielos es semejante a un rey que hizo fiesta de bodas a su hijo” (Mateo 22.6). Ese rey mandó a sus siervos con este mensaje de invitación: “Todo está dispuesto; venid a las bodas” (Mateo 22.4). ¿Quién no querría ir a una fiesta real en la que todo estuviera provisto? Sin embargo, Cristo relató que muchos no fueron. Desaprovecharon la invitación y se perdieron la fiesta.
    Esto ilustra cómo Dios nos invita a venir y ser salvos. No hay que traer nada ni aportar nada: “Todo está dispuesto”. Jesucristo hizo todo lo necesario y todo está preparado para perdonarnos y garantizar nuestro bien eterno. Solo hace falta una cosa: venir. Dios invita, pero no obliga. Sin embargo, muchos no responden, y la razón es muy sencilla: no quieren.
    En Mateo 22.2-5 vemos a los que rechazan la invitación. Dice el verso 3 que no respondieron a la primera invitación del rey, porque “no quisieron ir”. Les invitó una segunda vez, pero el verso 5 dice: “mas ellos, sin hacer caso, se fueron…”. Muchos hay como ellos, que se ocupan de sus labores, sus negocios y otras cosas, y no muestran interés en la salvación. Les gusta su religión y sus tradiciones, y no quieren cambiar. ¿Por qué no creen en el evangelio, ni aceptan la invitación de Dios? Porque no quieren. Ten por cierto que Dios no llevará a nadie al cielo en contra de su voluntad. Si no quieres hacer caso, no irás, pero entonces, ¿dónde estarás?Esto ilustra cómo Dios nos invita a venir y ser salvos. No hay que traer nada ni aportar nada: “Todo está dispuesto”. Jesucristo hizo todo lo necesario, y todo está preparado  para perdonarnos y garantizar nuestro bien eterno. Solo falta una cosa: venir. Dios invita, pero no obliga. Sin embargo, muchos no responden y, en el fondo la razón es bien simple: no quieren.
    Otros se resienten y se oponen a la invitación. Los versos 6-7 describen a los que afrentan y maltratan a los mensajeros. Es casi increíble que alguien sea maltratado por invitar a alguien a la casa del rey. Pero esto sigue ocurriendo hoy en día. A veces son políticos o ricos que pertenecen a la alta sociedad, y otras veces son religiosos. Podríamos decir que ni comen ni dejan comer. En los versos 8-10 están los que se aprovechan de la invitación. En el contexto, aunque no todos, la mayoría de los judíos rechazaba la invitación del Mesías.
    Es impresionante la paciencia y la bondad del rey, que después de tantos rechazos incomprensibles, siga invitando. “Id, pues, a las salidas de los caminos, y llamad a las bodas a cuantos halléis” (Mateo 22.9). La invitación se extendió a todos. Entonces, los siervos salieron a anunciar la invitación una vez más, y muchos vinieron. Por eso todavía hoy es posible ser salvo, porque siglos después de la muerte de Cristo, Dios sigue invitándonos a través del evangelio. Debemos estar agradecidos de que con Él no hay acepción de personas. Hay lugar para ti, si quieres, pero depende de qué haces con la invitación de Dios. El evangelio es para todos: “es el poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Romanos 1.16). Amigo, estás invitado. ¿Cómo respondes?
    Pero en los versos 11-13 vemos a los que se cuelan insinceramente. Uno de los invitados no llevaba el vestido de boda que el rey proporcionó a sus invitados. Se había sentado con los demás para comer y beber y divertirse, pero no era de ellos. El rey le preguntó: “¿Amigo, ¿cómo entraste aquí, sin estar vestido de boda? Mas él enmudeció” (verso 12). No tenía respuesta. No conocía al rey ni a su hijo, por lo que en el verso 13 lo expulsan al lugar de castigo.
    Juan Bunyan, en su obra El Progreso del Peregrino, habla de dos que saltaron el muro y entraron en el camino a la ciudad celestial, sin pasar por la puerta. Querían acompañar a Cristiano, e ir al cielo, pero sin la puerta (Jesucristo), sin haber nacido de nuevo. ¿Eres como ellos?
    Todavía hoy hay personas así, en las iglesias, que se cuelan sin haber nacido de nuevo por la fe en el Señor Jesucristo. No han entendido ni creído verdaderamente el evangelio. Son religiosas, temerosas de Dios, y tienen familiares o amigos creyentes, pero ellas mismas no son salvas. Quizás dicen: “Soy miembro de la iglesia”, o “Soy evangélico”. Que uno acompañe a los creyentes, o tenga padres creyentes no le convierte en creyente. Quizás se bautizó. Quizás lee la Biblia, se reúne para cantar himnos y escuchar sermones, y le gusta estar con los cristianos, pero no es realmente uno de ellos, y llegará el terrible momento en que el Rey (el Señor Jesucristo), le preguntará: “Amigo, cómo entraste aquí sin estar vestido de boda?”, y lo sacará fuera.    
    En Mateo 22.14 el Señor resume la enseñanza de la parábola: “Porque muchos son llamados, y pocos escogidos”. Es una lección de suma importancia. Dios nos llama a todos – a través del evangelio – invita a todos a arrepentirnos y confiar en Jesucristo para ser salvos. El cielo es grande, y hay lugar para todos. Pero Dios no recibe a todos, sino solo a los que en verdad creen en Jesucristo como su Señor y Salvador. Estos son los que Suyos. 

Estimado amigo, el evangelio invita, pero no obliga, y tu decisión tiene consecuencias. Se acerca tu cita con la muerte y la eternidad, porque “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9.27). Cuando te presentes delante de Dios y te pregunte: “¿Por qué debo permitirte entrar en el cielo?”, ¿qué respuesta le darás?

 

 

lunes, 31 de marzo de 2025

EN ESTO PENSAD - abril 2025

 

Amar A Cristo: Evidencia de Conversión (4)
J. C. Ryle


viene del número anterior

7. Si amamos a una persona, nos gusta hablar con ella. Le contamos todos nuestros pensamientos y le desahogamos nuestro corazón. No nos cuesta encontrar temas de conversación. Por silenciosos y reservados que seamos con los demás, nos resulta fácil hablar con un amigo muy querido. Por muy a menudo que nos veamos, siempre tenemos temas de conversación. Siempre tenemos mucho que decir, mucho que preguntar, mucho que describir, mucho que comunicar. Pues bien, lo mismo sucede entre un verdadero cristiano y Cristo. El verdadero cristiano no tiene ningún problema para hablar con su Salvador. Cada día tiene algo que decirle y no es feliz si no se lo dice. Le habla en oración cada mañana y cada noche. Le cuenta sus deseos y anhelos, sus sentimientos y sus temores. Le pide consejo en las dificultades. Le pide consuelo en los problemas. No puede evitarlo. Debe conversar continuamente con su Salvador, o desfallecería en el camino. ¿Y por qué? Simplemente porque lo ama.

8. Finalmente, si amamos a una persona, nos gusta estar siempre con ella. Pensar, oír, leer y, de vez en cuando, hablar están bien, cada cosa a su manera. Pero, cuando amamos de verdad a alguien, queremos algo más. Anhelamos estar siempre con ella. Deseamos estar continuamente en su compañía y comulgar con ella sin interrupciones ni despedidas. Pues bien, lo mismo sucede entre el verdadero cristiano y Cristo. El corazón de un verdadero cristiano anhela ese bendito día en que verá a su Señor cara a cara y ya no se marchará. Anhela terminar de pecar, arrepentirse y creer, y comenzar esa vida sin fin en la que verá cómo ha sido visto y no pecará más. Ha encontrado dulce vivir por fe y siente que será aún más dulce vivir por vista. Le agrada oír hablar de Cristo, hablar de Cristo y leer de Cristo. ¡Cuánto más agradable será verle con sus propios ojos y no dejarlo nunca más! “Más vale vista de ojos que deseo que pasa” (Ecl. 6.9). ¿Y por qué todo esto? Sencillamente, porque lo ama.
    Estas son las señales que permiten descubrir el verdadero amor. Todas son claras, sencillas y fáciles de entender.  No hay nada oscuro, abstruso ni misterioso en ellas. Úsalas con honestidad y manéjalas con justicia y no podrás dejar de obtener luz sobre el tema de este artículo.
    Me refiero a cosas que son familiares a todos. No hace falta que me extienda más. Son tan antiguas como las colinas. Se entienden en todo el mundo. Apenas hay una rama de la familia de Adán que no sepa algo de afecto y amor. Así que nunca se diga que no podemos averiguar si un cristiano realmente ama a Cristo. Se puede saber; se puede descubrir; las pruebas están todas a la mano.
    Las habéis oído este mismo día. El amor al Señor Jesucristo no es nada oculto ni secreto ni impalpable. Es como la luz: se ve. Es como el sonido: se oye. Es como el calor: se siente. Donde existe, no puede ocultarse.  Donde no se puede ver, es seguro que no existe.


J. C. Ryle, del libro Holiness (“La santidad”)

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 La Disciplina Paterna  
E. L. Moore   (parte 3)

viene del número anterior

IV. Ciertos Principios que Aplicar
El amor paterno, junto con su carácter piadoso y la firmeza de sus principios, ayudarán a los padres a conservar cierto equilibrio en medio de las corrientes de pensamiento popular. A continuación, queremos examinar diez principios aplicables en la ducación de los hijos:

1. Exigir la obediencia.
    La obediencia es imperativa, y no optativa: en el hogar – Ef. 6.1, en la iglesia – He. 13.17, y en la sociedad – Tit. 3.1.

2. Enseñarles a respetar la autoridad.
           Ejemplo de David –  1 S. 24.6-11.
           Enseñanza del N.T. – Ef. 6.2; 1 P. 2.17, etc.

3. Estar unánimes ambos padres.
        Ambos padres tienen que estar unánimes en cuanto a la disciplina. Hay un solo regla de conducta en la Palabra de Dios (ver 2 Ti. 3.16-17). Ejemplo del A.T. – Jue. 14.3.

4. No hacerles la vida demasiado fácil.
       No es conveniente aislar a los niños de los problemas y pruebas de la vida. Si tienen que sufrir ciertos rigores y dificultades ahora, estarán más preparados para hacer frente a las pruebas que puedan venir más adelante. Ver Ro. 8.17.

5. Enseñarles a ser responsables.
         · Ver Gá. 6.5.

6. Establecer como meta cierta excelencia de conducta y no simplemente lo mínimo aceptable. Ver Ecl. 9.10; 1 Co. 10.31 y 14.40; Fil. 1.10.

7. Hacerles sentir que son capaces de lograr la meta.
         No se debe permitir o fomentar una actitud de flojera o de fracaso. Ver Fil. 4.13.

8. Enseñarles a mostrar siempre consideración hacia otros.
        No conviene cultivar el egoísmo en ninguna forma. Ver Fil. 2.4; He. 10.24; 1 Co. 10.24; 2 Co. 5.15.

9. Rehusar hacer tareas que ellos pueden hacer solos.
         Ellos no deben ser servidos, sino instruidos a servir. Ver Mt. 20.25-28; Mr. 10.42-45.

10. No premiarles por hacer lo que deben hacer.
         Deben ofrecer su servicio por motivos de amor y deber, y no para ser premiados con estímulos materiales (ver Lc. 17.7-10). Sin embargo, necesitan el aliciente y la felicitación por el trabajo bien hecho.

del libro La Disciplina Bíblica, por E. L. Moore, Libros Berea

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 La Biblia: Su Sufiencia y Supremacía
por C. H. Mackintosh

 

Sabemos de algunas personas que querrían persuadirnos con vehemencia de que las cosas están tan completamente cambiadas desde que la Biblia fue escrita, que sería necesaria para nosotros otra guía distinta de la que nos proporcionan sus preciosas páginas. Esas personas nos dicen que la sociedad no es la misma ahora que la de entonces; que la Humanidad ha realizado progresos; que ha habido tal desarrollo de los poderes de la naturaleza, de los recursos de la ciencia y de las aplicaciones de la filosofía que sostener la suficiencia y supremacía de la Biblia en una época como la actual, sólo puede ser tildado de bagatela, ignorancia o tontería.
    Ahora bien, aquellos que nos dicen estas cosas pueden ser personas muy inteligentes e instruidas, pero no tenemos ningún reparo en decirles que, a este respecto, yerran “ignorando las Escrituras y el poder de Dios” (Mt. 22.29). Por cierto que deseamos rendir el debido respeto al saber, al genio y al talento siempre que se encuentren en su justo lugar y en su debida labor; pero, cuando hallamos a tales individuos ensalzando sus arrogantes cabezas por encima de la Palabra de Dios, cuando les hallamos sentados como jueces, mancillando y desprestigiando aquella incomparable revelación, sentimos que no les debemos el menor respeto y les tratamos ciertamente como a tantos agentes del diablo que se esfuerzan por sacudir aquellos eternos pilares sobre los cuales ha descansado siempre la fe del pueblo de Dios. No podemos oír ni por un momento a hombres — por profundos que sean sus discursos y pensamientos — que osan tratar al Libro de Dios como si fuera un libro humano y hablar de esas páginas que fueron compuestas por el Dios todosabio, todopoderoso y eterno, como si fueran producto de un mero mortal, débil y ciego.
    Es importante que el lector vea claramente que los hombres o bien deben negar que la Biblia es la Palabra de Dios, o bien deben admitir su suficiencia y supremacía en todas las épocas y en todos los países, en todos los períodos y en todas las condiciones del género humano. Dios ha escrito un libro para la guía del hombre, y nosotros sostenemos que ese libro es ampliamente suficiente para ese fin, sin importar cuándo, dónde o cómo encontremos a su destinatario. “Toda la Escritura es inspirada por Dios...a fin de que el hombre de Dios sea perfecto (griego: artios), enteramente preparado para toda buena obra” (2 Ti. 3.16-17). Esto seguramente es suficiente. Ser perfecto y estar enteramente preparado debe necesariamente implicar la independencia del hombre de todos los argumentos humanos de la Filosofía y de la pretendida Ciencia.
    Sabemos muy bien que al escribir así nos exponemos a la burla del instruido racionalista y del culto e ilustre filósofo. Pero no somos lo suficientemente susceptibles a sus críticas.
    Admiramos en gran manera cómo una mujer piadosa — aunque, sin duda, muy ignorante — contestó a un hombre erudito que estaba intentando hacerle ver que el escritor inspirado había cometido un error al afirmar que Jonás estuvo en el vientre de una ballena. Él le aseguraba que tal cosa no podría ser posible, ya que la historia natural de la ballena (gran pez) demuestra que ella no podría tragar algo tan grande. “Bueno — dijo la mujer — yo no conozco demasiado acerca de Historia Natural, pero sé esto: si la Biblia me dijera que Jonás se tragó el gran pez, yo le creería”. Ahora bien, es posible que muchos piensen que esta pobre mujer se hallaba bajo la influencia de la ignorancia y de la ciega credulidad; pero, por nuestra parte, preferiríamos ser la mujer ignorante que confiaba en la Palabra de Dios antes que el instruido racionalista que trataba de menoscabar la autoridad de esta última. No tenemos la menor duda en cuanto a quién se hallaba en la posición correcta.
    Pero no vaya a suponerse que preferimos la ignorancia al saber. Ninguno se imagine que menospreciamos los descubrimientos de la Ciencia o que tratamos con desdén los logros de la sana Filosofía. Lejos de ello. Les brindamos el mayor respeto en su propia esfera. No podríamos expresar cuánto apreciamos la labor de aquellos hombres versados que dedicaron sus energías al trabajo de desbrozar el texto sagrado de los diversos errores y alteraciones que, a través de los siglos, se habían deslizado en él, a causa del descuido y la flaqueza de los copistas, de lo cual el astuto y maligno enemigo supo sacar provecho. Todo esfuerzo realizado con miras a preservar, desarrollar, ilustrar y dar vigor a las preciosas verdades de la Escritura lo estimamos en muy alto grado; pero, por otro lado, cuando hallamos a hombres que hacen uso de su sabiduría, de su ciencia y de su filosofía con el objeto de socavar el sagrado edificio de la revelación divina, creemos que es nuestro deber alzar nuestras voces de la manera más fuerte y clara contra ellos y advertir al lector, muy solemnemente, contra la funesta influencia de tales individuos.
    Creemos que la Biblia, tal como está escrita en las lenguas originales — hebreo y griego — es la Palabra misma del sabio y único Dios verdadero, para quien un día es como mil años y mil años como un día, quien vio el fin desde el principio, y no sólo el fin, sino todos los períodos del camino. Sería, pues, una positiva blasfemia afirmar que «hemos llegado a una etapa de nuestra carrera en la cual la Biblia ya no es suficiente», o que «estamos obligados a seguir un rumbo fuera de sus límites para hallar una guía e instrucción amplias para el tiempo actual y para cada momento de nuestro peregrinaje terrenal». La Biblia es un mapa perfecto en el cual cada exigencia del navegante cristiano ha sido prevista. Cada roca, cada banco de arena, cada escollo, cada cabo, cada isla, han sido cuidadosamente asentados. Todas las necesidades de la Iglesia de Dios para todos aquellos que la conforman, han sido plenamente provistas. ¿Cómo podría ser de otro modo si admitimos que la Biblia es la Palabra de Dios? ¿Podría la mente de Dios haber proyectado o su dedo haber trazado un mapa imperfecto? ¡Imposible! O bien debemos negar la divinidad, o bien admitir la suficiencia del “Libro”. Nos aferramos tenazmente a la segunda opción. No existe término medio entre estas dos posibilidades. Si el libro es incompleto, no puede ser de Dios; si es de Dios, debe ser perfecto. Pero si nos vemos obligados a recurrir a otras fuentes para guía e instrucción referente a la Iglesia de Dios y a aquellos que la conforman — cualesquiera sean sus lugares — entonces la Biblia es incompleta y, por ende, no puede ser de Dios en modo alguno.

C. H. Mackintosh, La Autoridad de las Escrituras y la Persona de Cristo, Ediciones Bíblicas

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 En Tu Palabra, oh, Padre Dios,

¡Qué bella luz se ve!

Bendita, celestial porción,

Gozada por la fe.





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“Mañana, mañana lo haré...”

“Este pueblo dice: No ha llegado aún el tiempo, el tiempo de que la casa de Jehová sea reedificada”
(Hag. 1.2).

Cuando los primeros cristianos eran perseguidos, no esperaron a que cambiara su situación. Más bien glorificaban a Dios por las circunstancias.
    Es muy triste comprobar que a menudo no seguimos su ejemplo. Damos largas a la acción hasta que las condiciones son más favorables. Vemos las barricadas como obstáculos en lugar de verlas como trampolines. Disculpamos nuestras tardanzas argumentando que nuestras circunstancias no son ideales.
    Los estudiantes no se comprometen activamente en el servicio cristiano hasta que se gradúan. Pero apenas esto ocurre, se dedican al romance y al matrimonio. Más tarde, las presiones del empleo y la vida familiar les mantienen ocupados y deciden esperar hasta la jubilación. Piensan que  entonces se verán libres para servir al Señor. Pero cuando llega ese momento su energía y visión se han esfumado y sucumben a una vida de ocio.
    O puede ser que nos encontremos trabajando en la iglesia local con gente que ocupa puestos de liderazgo pero que no nos cae bien. Aunque son fieles y se esfuerzan, nos resultan desagradables y molestos. ¿Qué hacemos entonces? Nos incomodamos e irritamos con el trabajo, esperando a que llegue algún funeral de primera clase. Pero esto tampoco funciona, pues algunas de estas personas tienen una longevidad sorprendente. Esperar funerales no es productivo.
    José en Egipto no esperó hasta salir de la prisión para hacer que su vida fuera útil; tenía un ministerio de Dios en la prisión. Daniel llegó a ser un hombre poderoso en Dios durante la cautividad babilónica. Si hubiera esperado hasta que terminase el exilio, habría sido demasiado tarde. Fue durante el tiempo que Pablo estuvo en prisión cuando escribió las epístolas a los Efesios, Filipenses, Colosenses y a Filemón. No esperó a que las circunstancias mejoraran.
    La realidad es que las circunstancias nunca son ideales en esta vida. Y para el cristiano, no hay promesa de que vayan a mejorar. Así que, tanto en el servicio como en la salvación, hoy es el tiempo aceptable.
    Lutero decía: “El que espera hasta que la ocasión parezca favorable por completo para empezar a hacer su obra, nunca la encontrará”. Y Salomón nos advierte que: “El que al viento observa, no sembrará; y el que mira a las nubes, no segará” (Ecl. 11.4).                                
    William MacDonald, De Día en Día, CLIE
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  EL OTRO CONSOLADOR
por Camilo Vásquez, Chile

“Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre” (Jn. 14.16).

La palabra “Consolador” se corresponde con el nombre “Menahem”, que dan los hebreos al Mesías y en su sentido más amplio este vocablo significa uno que socorre, que consuela, y Cristo fue esto para Sus discípulos durante Su estadía con ellos. La palabra “otro” usada por el Señor para referirse a quién enviaría viene del griego “allos” y significa idéntico, no diferente (“heteros”). El Espíritu que los discípulos recibirían sería idéntico al Señor en Su Personalidad y en todos Sus atributos ya que fue Él quién estuvo primero asistiéndoles en todas sus pruebas. John Ritchie (1853-1930), en sus comentarios sobre el Espíritu Santo dice: “De todos sus nombres, quizás el que más apela a nosotros es aquél que le fue enseñado cuatro veces por el Señor Jesucristo: ‘el Consolador’. Véanse Juan 14 al 16. Es un término muy expresivo e inclusivo, y desconozco palabra que exprese cabalmente todo su sentido”.
    Ese vocablo “Consolador” se traduce “abogado” en 1 Juan 2.1 con referencia al Señor Jesús quién estando ahora en el cielo realiza este oficio cual Sumo Sacerdote. Esa abogacía es hecha delante del Padre y la del Espíritu es en nuestro corazón. La abogacía del Señor en el cielo es después que hemos pecado, y la del Espíritu es antes que pequemos. Por la experiencia de Pedro sabemos que incluso el Señor intercede antes que pequemos (Lc. 22.32) y frente a la tentación abre una puerta para que abandonemos la idea de pecar (1 Co. 10.13).
    Podemos decir que este término griego “parakletos” significa “uno llamado a ponerse al lado de otro”. Nosotros entendemos la idea de “abogado” en términos jurídicos de alguien que conoce las leyes, conoce mi causa y puede defenderme sin embargo cualquier abogado no posee la facultad de consolar como lo hace el Espíritu Santo. El hecho que sea de la misma naturaleza que el Señor significa que conoce todo de nosotros y todo de Dios (1 Co. 2.10-11). Su tarea como abogado que consuela es ayudarnos frente al combate contra el pecado, por esto el apóstol Pablo explica la gran ayuda del Espíritu guiándonos a buscar aquello que nos aleje de las obras de la carne: “Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles” (Ro. 8.26). La definición como “Consolador” usada para el Espíritu vemos que está asociada a la actividad constante de un abogado, pues ha venido para estar con nosotros de una forma muy íntima tal como el Señor anunció a Sus discípulos: “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros” (Jn. 14.18). Este ministerio de acompañar al creyente defendiéndolo frente al mal se ve claramente en lo que el Señor les adelantó como persecución a Sus discípulos: “Pero cuando os trajeren para entregaros, no os preocupéis por lo que habéis de decir, ni lo penséis, sino lo que os fuere dado en aquella hora, eso hablad; porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu Santo” (Mr. 13.11). No debemos sacar de contexto este pasaje para decir que hoy el Espíritu comunica qué decir en las reuniones sin haber estudiado la Biblia. El contexto se trata sobre las persecuciones futuras que recibirían estos discípulos de parte de sus propios hermanos judíos como lo vivieron los primeros cristianos. Pedro nos narra de estas persecuciones y nos cuenta cómo el Espíritu estuvo sobre ellos ministrándoles Su gracia en medio del sufrimiento: “Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros...” (1 P. 4.14). Hoy esta ayuda la está haciendo el Espíritu en aquellos hermanos que combaten con el evangelio sembrando la Palabra de Dios en medio de la idolatría imperante. Pero también la puede vivir usted frente a cualquier incrédulo que demande razón de su fe y de su esperanza. Para esto el Espíritu tomará de lo que usted ha estudiado de la Palabra de Dios y querrá manifestar por medio de usted un testimonio digno de templanza y buenos modales (1 P. 3.15).
    Definitivamente aquella declaración del Señor tiene ahora mucho sentido: “Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré” (Jn. 16.7). La  venida del Espíritu anuló la orfandad que caracterizaba al hombre. Él estaría con ellos perpetuamente y en ellos; sería una constante fuente de poder, de consuelo y de valentía.
    Hemos de saber que la orfandad más grande no consiste tanto en no tener padres a quiénes acudir por amparo y amor, sino que se trata de la esclavitud del pecado que hace al hombre un ser miserable. Muchos creyentes verdaderamente salvados y regenerados viven derrotados por no descubrir que ya no son huérfanos abandonados a sus propias fuerzas. El Señor aseguró a Sus discípulos: “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros” (Jn. 14.18), en que esto es verdaderamente cierto porque nos envío Su Espíritu, el otro Consolador. El apóstol lo reitera al decirnos: “Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” (Ro. 8.15). Este poderoso Dios el Espíritu ha venido para quedarse dentro de nosotros y ayudarnos contra la carne – no regenerada, indómita e incansable que reclama aún sus derechos sobre nuestro ser redimido. Si el apóstol Pablo decía: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Ro. 7.24), tal poder libertador está en el Señor que nos ha dado de Su Espíritu con el cual podemos disciplinar nuestro cuerpo y nuestra mente para vivir vidas para la gloria de Dios: “derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Co. 10.5).

Capítulo 9 del libro Dios El Espíritu, por Camilo Vásquez Vivanco, que vive en Castro, la Isla Grande de Chiloé, Chile
 
 
 
Recordemos en oración
al hermano Camilo, su amada
esposa Jessica, y la asamblea
en Castro, Isla de Chiloé, Chile. 
 
 
 

 
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¿Qué Hay En Ti Que Te Hace Así?


Cuando se tiene malestar prolongado, uno acude al médico en busca de la solución. Quiere saber qué hay en él que le hace así. El médico le manda unos análisis, de sangre, y de orina, y le examina los ojos, los oídos, y luego manda hacer una radiografía. Cuando ha visto y estudiado todos los resultados de las pruebas, llama al paciente para explicarle los resultados. Hay que escuchar atentamente la explicación, porque es para su propio bien.
    Algo similar ocurre con todos los seres humanos, respecto a su condición espiritual. Si miramos honestamente cómo está el mundo hoy, vemos que padece de un malestar prolongado, y en verdad no mejora sino empeora. Basta con ver las noticias del telediario para comprobarlo. No es que el mundo sea malo – pues debemos recordar que el mundo está compuesto de personas – y de ahí viene la maldad. Es más fácil verlo en los demás y decir: ¡qué mala es la gente!, pero pensar así no nos ayuda a resolver nuestro problema, que no es los demás, sino nosotros mismos. ¿Por qué sentimos y hacemos cosas que no debemos? ¿Qué hay en nosotros que nos hace así?
    Cuando estaba en el mundo, el Señor Jesucristo anunció, digamos, los resultados del análisis divino de la humanidad, y nos explicó la raíz del problema que cada uno de nosotros tiene. Es una contaminación espiritual, que está presente en cada corazón humano. De ahí viene el problema. Considera el análisis que Cristo da del corazón humano, y recuerda que Él no describe solo a los demás, sino también a ti. Dice “hombres” que no significa varones sino “seres humanos”.

"Pero decía, que lo que del hombre sale, eso contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre". Marcos 7.20-23

    ¿Qué hay en ti que te hace así? Un corazón contaminado con el pecado. La maldad mora en nosotros, y las cosas en la lista que dio Cristo son los síntomas del pecado que nos contamina. El análisis divino dice que todo eso hay en nosotros.
    Estas cosas aparecen en nuestros pensamientos, deseos, actitudes y conducta, porque ya están en nuestro corazón. De ahí sale todo esto. No somos pecadores porque pecamos, sino al contrario, pecamos porque somos pecadores, porque el mal está en nuestro corazón, y vamos rumbo a la muerte y el juicio de Dios. Las personas contaminadas no pueden entrar en el cielo, la morada santa de Dios. Apocalipsis 21.27 declara lo siguiente acerca del cielo: “No entrará en ella ninguna cosa inmunda”. Ahí está el problema – que tenemos el corazón contaminado. Es lo que hay en ti que te hace así. Y si no cambias de rumbo, el pronóstico no es nada bueno.
    La única forma de librarse se anuncia en el Evangelio. El Señor Jesucristo es el médico bueno que nos da la receta. “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo” (Juan 10.9). Realizó una gran obra para quitarnos la contaminación del pecado. Para ello, tuvo que encarnarse – tomar un cuerpo humano – y la Palabra de Dios dice que en ese cuerpo, Él llevó nuestros pecados, cuando murió en la cruz. El apóstol Pedro dijo: “quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (1 Pedro 2.24). No hay otra manera de curarnos. Toda la maldad en la lista en Marcos 7.20-23, no solo la tuya y la mía, sino la de toda la humanidad a lo largo de toda la historia – esa enorme y horrible carga de podredumbre y contaminación – la llevó Jesucristo en Su cuerpo cuando murió en la cruz, pues murió como Sustituto, por nosotros. Ninguna iglesia ni filosofía ni psicólogo puede solucionar tu problema. Solo Jesucristo puede limpiar el corazón malo, perdonar y dar vida nueva. Por eso, debes confiar en Él que el apóstol Juan describe así: “Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre” (Apocalipsis 1.5). Reconoce la condición de tu corazón, y confía solo en Él, y declara con fe: “Él murió por mí”.

viernes, 28 de febrero de 2025

EN ESTO PENSAD - marzo 2025

 La Disciplina Paterna  

E. L. Moore   (parte 3)

viene del número anterior
II. Los Hombres Destacados del Antiguo Testamento



Entre los muchos ejemplos de padres en el Antiguo Testamento se destacan tres que fueron líderes entre el pueblo de Israel. Puede concluirse que ninguno de ellos disciplinó a sus hijos en forma adecuada. Estos tres casos negativos se resumen así:

 

1. Eli, sumo sacerdote –  1 Samuel 2.12-17 y 22-25
· Razonó con sus dos hijos malvados, en vez de condenar sus hechos inicuos y castigarles. Ellos demostraron ser hijos desenfrenados, y él no quería refrenarles (1 S. 3.13). Sólo les reprendió en forma suave. Se concluye que Eli tenía el discernimiento espiritual empañado. Al mismo tiempo, en sentido físico, sus ojos se habían oscurecido (ver 1 S. 4.15).

2.  Samuel, profeta –  1 Samuel 8.1, 3
· Favoreció a sus dos hijos en el servicio de Jehová, nombrándoles para ocupar posiciones espirituales, aunque aparentemente ellos no habían sido llamados por Jehová. Quizás su padre Samuel, muy venerado en el pueblo, haya querido transmitirles el honor por linaje carnal, sin tomar en cuenta que los hombres de Dios “no son engendrados de sangre...”. (Jn. 1.13).

3.  David el rey – 1 Reyes 1.5-6
· No reprendió nunca a su hijo Adonías (que significa “adorador de Jehová”). Seguramente David estaba muy ocupado con asuntos relacionados con el reino y con sus múltiples mujeres. Sin embargo, el contexto nos sugiere que Adonías quizás fuera mimado, pues su padre no quería desagradarle. Tal vez David, cuyo nombre significa “amado”, no tuviera un amor equilibrado hacia sus hijos, quienes habían nacido de varias esposas. En su amor hacia ellos, manifestó su afecto, pero hizo caso omiso del segundo elemento del amor, el cual es la aprobación (o desaprobación) de las actuaciones de ellos.

    En cada uno de los casos que acabamos de mencionar, la negligencia del padre sirvió para producir una crisis en el mismo pueblo de Israel. Lo mismo puede suceder hoy en día, en una asamblea de creyentes, pues la negligencia paterna en el hogar puede llegar a producir conflictos en la iglesia.

III.  Los Objetivos de la Disciplina Paterna

    La disciplina paterna debe cumplir ciertos objetivos básicos con respecto al sano desarrollo de los hijos, en la formación de un buen carácter con virtudes espirituales admirables. Estos objetivos deben fortalecer la determinación de los padres de corregir y castigar a sus hijos cuando sea necesario. A nivel humano los objetivos son tres:

1. El niño debe sujetarse a la autoridad paterna.

2. El niño debe reconocer que sus padres son cumplidores de su palabra. Por ejemplo, si los padres advierten que castigarán cierta desobediencia, deben llevarlo a cabo.
    
3. El niño debe respetar los bienes de otros.

    Hay que entender la necesidad de gobernar a los hijos, no con una autoridad autocrática, sino con sabiduría y discernimiento basados en la Palabra de Dios. Conviene mencionar tres ingredientes indispensables para el buen manejo de los hijos en el hogar:

1. Firmeza que hace entender a todos que es necesario obedecer o sufrir las consecuencias.

2. Sabiduría que incita a la obediencia como el camino más natural a seguir.

3. Amor evidente que constriñe a la obediencia.

del capítulo 2 del libro La Disciplina Bíblica
continuará, d.v., en el siguiente número

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  Amar A Cristo: Evidencia de Conversión (3)
J. C. Ryle


viene del número anterior
5. Si amamos a una persona, nos agradan sus amigos. Nos inclinamos favorablemente hacia ellos incluso antes de conocerlos. Nos sentimos atraídos hacia ellos por el lazo común del amor a la misma persona. Cuando nos encontramos con ellos, no sentimos que seamos completamente extraños. Hay un vínculo de unión entre nosotros. Ellos aman a la persona que nosotros amamos, y eso por sí solo es una presentación. Pues bien, lo mismo sucede entre el verdadero cristiano y Cristo. El verdadero cristiano considera a todos los amigos de Cristo como amigos suyos, miembros del mismo cuerpo, hijos de la misma familia, soldados del mismo ejército, viajeros hacia el mismo destino. Cuando se encuentra con ellos, siente como si los conociera desde hace mucho tiempo. Se siente más a gusto con ellos en unos minutos que con muchas personas mundanas después de conocerlas durante varios años. ¿Y cuál es el secreto de todo esto? Es simplemente el afecto al mismo Salvador y el amor al mismo Señor.

6. Si amamos a una persona, somos celosos de su nombre y honor. No nos gusta que se hable mal de ella sin mencionar nada bueno que decir de ella y defenderla. Sentimos la obligación de velar por sus intereses y su reputación. Miramos a la persona que le trata mal casi con la misma antipatía con la que miraríamos a alguien que nos hubiera tratado mal a nosotros. Pues bien, lo mismo sucede entre el verdadero cristiano y Cristo. El verdadero cristiano mira con celos piadosos todos los esfuerzos por menospreciar la palabra, el nombre, la iglesia o el día del Señor. Lo confesará delante de los príncipes, si es necesario, y sentirá vergüenza si se le deshonra. No se callará y permitirá que la causa de su Maestro sea avergonzada, sin testificar en su contra. ¿Y por qué es todo esto? Simplemente porque lo ama.

continuará, d.v., en el número siguiente

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 Tenemos Esperanza

"Y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5.5).

Algunas veces las palabras del vocabulario cristiano tienen un significado diferente al que tienen en el uso normal. “Esperanza” es una de estas palabras.
    En lo que se refiere al mundo, la esperanza a menudo significa aguardar con ansia algo que no se ve pero sin certeza alguna de que se cumpla. Un hombre en medio de un grave problema financiero puede decir: “Espero que todo salga bien”, pero no tiene seguridad de que ocurra así. Su esperanza no pasa de ser una ilusión. La esperanza cristiana también aguarda con ansia algo invisible, como en Romanos 8.24 Pablo nos recuerda : “La esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo?” Toda esperanza trata con la esfera del futuro.
    Pero lo que hace que la esperanza cristiana sea diferente es que está basada en la promesa de la Palabra de Dios y por lo tanto es absolutamente cierta. “La cual tenemos como segura y firme ancla del alma” (He. 6.19). La esperanza es “fe que descansa en la Palabra de Dios y vive en la seguridad presente de lo que Dios ha prometido o predicho” (Woodring). “Notemos que utilizo la palabra esperanza para dar a entender ‘certeza’. La esperanza en la Escritura se refiere a los eventos futuros que sucederán pase lo que pase. La esperanza no es una ilusión engañosa para mantener a flote nuestros ánimos y evitar que avancemos ciegamente a un destino inevitable. Es la base de toda la vida cristiana. Representa la realidad esencial” (John White).
    Ya que la esperanza del creyente está basada en la promesa de Dios, nunca nos avergonzará o desilusionará (Ro. 5.5). “La esperanza sin las promesas de Dios es vacía y es inútil y a menudo hasta presuntuosa. Pero cuando se basa en las promesas de Dios, descansa sobre Su carácter y no puede llevar a la desilusión” (Woodring).
    Se dice de la esperanza cristiana que es una “buena esperanza”. “Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre, el cual nos amó y nos dio consolación eterna y buena esperanza por gracia” (2 Ts. 2.16).
     También se le llama “esperanza bienaventurada”, refiriéndose particularmente a la venida de Cristo: “aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tit. 2.13).
    El apóstol Pedro la llama “esperanza viva”. “Según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos” (1 P. 1.3).
    La esperanza del cristiano le capacita para soportar las esperas aparentemente interminables, la tribulación, la persecución y hasta el martirio. No debemos olvidar que estas experiencias son solamente alfilerazos comparadas con la gloria venidera.

William MacDonald, De Día En Día, CLIE

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 Jesucristo Es El Señor

“Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como vuestros siervos por amor de Jesús” (2 Co. 4.5).

Si preguntara en cualquier congregación un domingo por la mañana: “¿Creéis en el señorío de Jesucristo?”, seguramente la respuesta sería afirmativa. Pero si preguntara a cada uno individualmente: “¿Es Jesucristo el Señor de toda tu persona y vida?”, ¡probablemente pasaríamos una mañana incómoda y reveladora! Cualquier congregación puede cantar: “¡A Cristo coronad!”, pero no todos los que lo coronan con los labios lo hacen en los hechos.
    Un predicador habló de “verdades que nombramos tanto que pierden su poder, y yacen en el dormitorio del alma”. El señorío de Cristo es una de estas verdades. Alguien dijo que la palabra “Señor” es una de las palabras de más interés en todo el vocabulario cristiano. A.T. Robertson dijo que el señorío de Cristo es la piedra de toque de nuestra fe, y G. Campbell Morgan lo llamó: “la verdad central de la iglesia”.
    El señorío de Cristo fue confesada por todos en la iglesia primitiva. “... Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Ro. 10.9). Cuando un judío convertido en la iglesia primitiva decía: “Jesús es el Señor”, esto significaba que Jesús es Dios y manda en su vida, y cuando un creyente gentil decía: “Jesús es el Señor”, quería decir que César ya no era su dios ni su señor. Policarpo de Esmirna, discípulo del apóstol Juan, fue a su muerte afirmando el señorío de Cristo, en contra de lo que César reclamaba.
    El Nuevo Testamento nunca dice: “Cristo y . . .”,  porque nunca se puede añadir nada a Jesucristo. Él es el Alfa y la Omega, y todas las letras del alfabeto entre ellas. La forma correcta de hablar es “Cristo o...”, es decir, “... o el mundo, ... o Belial, ...o Egipto, ...o César”.  El cristianismo primitivo demandaba una rotura limpia y completa con el mundo, la carne y el diablo. Esta postura duró hasta que Constantino popularizó y diluyó al cristianismo. Entonces multitudes de paganos entraron livianamente, trayendo consigo sus ídolos, actitudes, valores  y pecados, y la iglesia bajó el listón para acomodarlos. Nunca nos hemos recuperado de ese error.
    Hoy, aunque César no vive, demasiadas personas en iglesias evangélicas intentan servir a dos señores: a Cristo y a César, a Dios y a las riquezas. Esas iglesias se llenan de inconversos bautizados que viven vidas dobles, que temen al Señor y sirven a sus propios dioses (2 R. 17.33). Se acercan a Dios con la boca, y profesan honrarlo con sus labios (Is. 29.13), pero solo en canciones y reuniones. Le llaman “Señor, Señor”, pero en la práctica, no hacen lo que Él les dice (Lc. 6.46). No practican el señorío que sus labios confiesan. No debemos adorar y seguir al Señor solo el domingo, sino también debemos servirle toda la semana.
    El señorío de Cristo es la confesión auténtica del cristiano. “Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo” (1 Co. 12:3). Llamar sinceramente a Jesús “Señor” es la obra auténtica del Espíritu Santo, porque el viejo Adán nunca se dobla ante el señorío de Cristo.
    Pero hoy,  hacemos distinción artificial entre confiar en Cristo como Salvador y confesarle como Señor. Hemos hecho dos experiencias de algo que bíblicamente es una sola. Así acomodamos en las iglesias a personas que no se someten al Señor. Hay muchos que han “aceptado a Cristo”, pensando que así no irá al infierno sino al cielo, pero ahí termina su interés. No se preocupan en absoluto por reconocerle como Señor de sus vidas, ni quisieran hacerlo. Tienen en sus manos las riendas de vida, y no las dejan en manos de Cristo. Le permiten acompañarles, como pasajero, pero no le dejan conducir.
    La salvación no es como un restaurante donde uno escoge del menú lo que desea y deja lo demás. No podemos tomar a Cristo como Salvador y rechazar Su señorío.  Es decir, la fe no es creer con reservas, condiciones o discrepancias. Alguien dijo: “Es todo o nada”, que quiere decir que no podemos recibir a Cristo poniendo condiciones, ni con reservas. Cierto es que uno no entiende todo lo que implica el señorío en el momento de la conversión, pero confiamos en Él respecto al camino. Nadie puede ser salvo confiando en un medio-Cristo que es Salvador pero no Señor.
    Pablo dijo al carcelero en Filipos: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo”. Le presentó todos los nombres y títulos: Señor, Jesús, Cristo, como Amo, Mediador y Mesías. No le dio la opción de recibir a Cristo como Salvador y postergar la cuestión de Su señorío.
    Solo tenemos dos opciones: recibir al Señor o rechazarlo. No hay medias tintas. Y una vez que le recibamos, ya no nos queda opción. Entonces ya no somos nuestros, pues hemos sido comprados por precio (1 Co. 6.19-20). Somos Suyos. Él tiene la primera palabra y la última. Demanda nuestra confianza y lealtad, pero tiene derecho a hacerlo. “Amor tan grande y divino demanda mi alma, mi vida, todo mi ser”. ¡Ante el sacrificio sublime de Cristo, no tiene sentido decir: “Es mi vida, y nadie me va a poner la mano encima ni decirme cómo vivir”. No es lenguaje de creyentes.
    Personalmente, cuando confié en Cristo, era un joven campesino, y no entendía todas las ramificaciones del plan de la salvación. Pero entendía lo que Cristo hizo por mí, y confié en Él sin reservas. Aunque no sabemos ni entendemos todo, confiamos en Él, y estamos dispuestos a que Él tome las riendas y guíe nuestra vida. No tengo que saber todo, pues el Señor lo sabe y yo confío en Él. No entiendo todo acerca de la electricidad, ¡pero no pienso vivir en la oscuridad hasta que la entienda del todo! Una cosa sí entendí como joven: entendí que me salvó y por eso estaba bajo dirección nueva. Sabía que pertenecía a Cristo y Él era mi Señor.
    He aquí la razón de la triste condición de muchos “cristianos” y muchas iglesias. Abrigan una versión barata y fácil de “fe” que en realidad no lo es, y una forma de “recibir” que realmente no recibe al Señor, pues no reconoce que Jesucristo es el Señor. Es significativo que la palabra “Salvador” aparece sólo 24 veces en el Nuevo Testamento, pero la palabra “Señor” se halla 433 veces.
    Todo verdadero cristiano es un creyente, un discípulo y un testigo del Señor. Los primeros creyentes fueron llamados “discípulos” antes que “cristianos”. La gran comisión no nos llama a conseguir “decisiones”, sino a  hacer “discípulos”. Dios no obra solo para salvar a los pecadores, sino además, Su plan es hacerlos santos y que sean como Su Hijo. El momento crucial de la conversión por la fe es el comienzo de una vida de seguir al Señor. “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos” (Jn. 8.31).
    Pensemos en Pedro. Era creyente, aunque no actuó como discípulo cuando negó a su Señor. Luego el Señor le restauró como discípulo con las palabras “sígueme” (Jn. 21). El ángel delante del sepulcro dijo: “Id, decid a sus discípulos, y a Pedro” (Mr. 16.7). El creyente viene a Cristo para ser salvo, y como discípulo va en pos de Él. “Para el Señor” describe la manera de vivir de los que confían en Él.

Vance Havner, extracto de su libro Repent or Else (“Arrepiéntete, y si no...”),
1958, Fleming H. Revell Company.  Traducido y adaptado

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Los Dones Espirituales

Hay tres pasajes principales en el Nuevo Testamento que tratan el tema de los dones espirituales: 

1 Corintios 12 apunta nueve dones. Romanos 12.3-8 apunta siete dones. Efesios 4.8-12 apunta cinco dones.
    Son espirituales, no talentos naturales. Se manifiestan en la iglesia, no en el mundo, en los que tienen el Espíritu de Dios, esto es, los creyentes en el Señor Jesucristo. Cada creyente tiene un don – “la manifestación de Espíritu para provecho” (1 Co. 12.7). Tener un talento o una habilidad no es lo mismo que un don espiritual. Cantar bien o tocar un instrumento no son dones, sino talentos. Tener agilidad o fuerza como atleta no es un don espiritual. Hay personas que tienen naturalmente más facilidad de hablar, pero eso no quiere decir que en la iglesia sean maestros o ancianos.
    Vienen con la salvación, en el mismo momento, así como todas las bendiciones espirituales (Ef. 1.3). No son cosas que el creyente adquiere posteriormente, en otro momento de la vida.
    Hay una diferencia entre los dones y las responsabilidades comunes. Hay diversidad de dones, pues son diferentes funciones, pero hay responsabilidades que todos tenemos en común. Por ejemplo, el amor fraternal no es un don, sino una responsabilidad común. En cambio, no todos son maestros (1 Co. 12.29). Romanos 12.3 aconseja que ninguno tenga más alto concepto de sí que lo debido, sino servir humildemente conforme a la voluntad de Dios. Todos debemos servirnos los unos a los otros, pero algunos están especialmente dotados para servir y ayudar. Todos debemos ofrendar al Señor (1 Co. 16.1-2), pero algunos están preparados por Dios para repartir: “el que reparte, con liberalidad” (Ro. 12.8). Todos debemos testificar del Señor, pero algunos tienen el don de evangelista (Ef. 4.11).
    Contribuyen a la función de una iglesia local en particular. Pablo dijo a los de Corinto: “Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular” (1 Co. 12.27). No hablaba de la Iglesia universal, sino de Corinto, una iglesia local.
    No los recibimos por petición ni deseo, sino Dios los da soberanamente. Ha colocado los miembros en la iglesia “como él quiso” (1 Co. 12.18). No da los dones a los de cierta familia, ni a los con más poder adquisitivo (1 Co. 1.26). Dios ya ordenó el cuerpo (1 Co. 12.24). Dios no da a la mujer el don de pastor o maestro.
    Pueden y deben ser desarrollados mediante el ejercicio espiritual. Lastimosamente, a veces esto es descuidado (1 Ti. 4.14). Esa negligencia tiene efectos negativos en el creyente y también en los que podrían beneficiar del uso de su don. En lugar de hacer un cuestionario para “descubrir tu don”, debes presentar tu cuerpo a Dios en sacrificio vivo (Ro. 12.1-2), y buscar oportunidad para servir en la iglesia local.
    Ninguna persona tiene todos los dones, pues son repartidos entre todos los creyentes (Ef. 4.11; 1 Co. 12.7-11; Ro. 12.6-8; 1 P. 4.9-11).
    Algunos dones eran temporales, pero otros son permanentes (1 Co. cc. 12-14). En otras palabras, algunos dones han terminado y desaparecido, pero otros todavía funcionan en nosotros. El desempeño público de estos dones en la asamblea es regulado por Dios, para la máxima edificación de toda la iglesia (1 Co. 14.21-33).
    Todos los dones son dados y recibidos en base a la gracia de Dios. Por eso, gloriarse uno en el don que tiene es totalmente improcedente, ya que surge de la carne (1 Co. 4.7; 2 Co. 10.17).
    Algunos dones son más públicos que otros, pero todos son necesarios para la función correcta y la edificación de la asamblea (1 Co. 12.22-27). Todo miembro del cuerpo físico tiene una función, y todo creyente también tiene una función importante en la iglesia, aunque no sea pública (1 Co. 12.21-25). Todos somos necesarios (vv. 21-22), y no debemos privar a la iglesia de nuestro servicio.
    Todos los dones deben ser ejercitados decentemente y con orden (1 Co. 14.40), y para la gloria de Dios (1 Co. 10.31).
    Mediante el uso de los dones, practicamos el sacrificio vivo de nuestro cuerpo, para servir al Señor y a los hermanos en la iglesia. No es necesario que seamos apreciados ni que nos den las gracias. Pablo dijo: “yo con el mayor placer gastaré lo mío, y aun yo mismo me gastaré del todo por amor de vuestras almas…” (2 Co. 12.15).
    Nuestro uso de ellos será revisado en el Tribunal de Cristo (1 Co. 3.13-15). Esto es porque Dios ha dado a cada creyente un don “para provecho” (1 Co. 12.7), es decir, para el beneficio de otros en la iglesia. ¿Qué hemos hecho con el don que Él nos dio?  

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 La Introspección

 “Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien...”
Romanos 7.18

Si un joven creyente aprende esta lección al comienzo de su vida cristiana, se ahorrará después un mundo de problemas. La Biblia nos enseña que NO HAY NADA BUENO en nuestra naturaleza vieja, mala y no regenerada. Ésta no mejora un ápice cuando nos convertimos. Tampoco cambia tras muchos años de vida cristiana consistente. De hecho, Dios no está tratando de mejorarla. La ha condenado a muerte en la cruz y desea que la mantengamos en esa condición.
    Si en verdad creo esto, me librará de una búsqueda inútil. No buscaré algo bueno donde Dios ya ha dicho que no existe. Me librará de la decepción de no encontrar nada bueno en mi interior, sabiendo, en primer lugar, que no lo hay.
    Me liberará de la introspección. Debo comenzar con la premisa  de que en el yo no hay victoria. De hecho, ocuparme de mí mismo es un presagio de derrota.
    Me guardará del error de consejos psicológicos y psiquiátricos que enfocan todo en el yo. Semejantes “terapias” solamente agravan el problema en vez de resolverlo.
    Me enseñará a ocuparme en el Señor Jesús. Robert Murray McCheyne decía, “Por cada vez que miras al yo, mira diez veces a Cristo”. ¡Éste es un buen equilibrio!  Alguien dijo que aun un yo santificado es un pobre sustituto para un Cristo glorificado. Y un himno dice: “Cuán dulce es huir del yo y refugiarse en el Salvador”.
    Es muy común en la predicación moderna y en los nuevos libros cristianos, el animar a la gente a ocuparse de la introspección, pensando en su temperamento, su imagen propia, sus temores e inhibiciones. El movimiento en su totalidad es una tragedia de pérdida de perspectiva bíblica, que deja tras sí una estela de escombros humanos.
    Es mejor reconocer: “Soy demasiado malo para ser digno de pensar mucho en mí mismo; lo que deseo es olvidarme de mí y mirar a Dios, quien sí que es digno de todos mis pensamientos”.                                        

   William MacDonald

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LA PUERTA ESTRECHA 
Y EL CAMINO ANGOSTO

“Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mateo 7.13-14).

  Mirando al mundo religioso actual, vemos numerosas religiones, denominaciones y sectas. Y sin embargo, hay solo dos religiones, como nos dice el texto de hoy. Por una parte, hay una puerta ancha y un camino espacioso, con muchos carriles muy transitados, que lleva a la perdición. Por otra parte está la puerta angosta y el camino estrecho, escasamente transitado, que lleva a la vida. Todas las religiones pueden clasificarse bajo una u otra. La característica que distingue a las dos es ésta: Están en el camino espacioso las personas que piensan que deben hacer cosas para ganar o merecer la salvación. Pero el camino angosto es de los que entienden que  Dios ha hecho todo para proveer la salvación. Es el camino de fe, no de obras.
    La fe cristiana auténtica es única porque llama a los hombres a arrepentirse y recibir la vida eterna como dádiva de Dios, por medio de la fe. Las religiones dicen que hay que ganar la salvación por las obras. Pero el evangelio nos muestra cómo Cristo llevó a cabo la obra necesaria para perdón y salvación. En cambio, los  sistemas desarrollados por los hombres indican cosas que uno debe hacer para redimirse a sí mismo: cumplir sacramentos, hacer rezos, guardar los Diez Mandamientos,  hacer buenas obras, ayunar, ofrendar, hacer peregrinaciones, etc. La diferencia está entre HACER y HECHO.
    La idea popular es que las personas buenas van al cielo, y las malas al infierno. Pero eso es un error, porque la Biblia enseña que nadie es bueno (Romanos 3.12), y que los únicos que van al cielo son los que confían en Jesucristo. A los del camino espacioso eso no les gusta, pero es la verdad. Por su fe en Él, los creyentes son salvos por la gracia de Dios, es decir, no por mérito. El evangelio de Jesucristo elimina la jactancia; le dice al hombre que no hay obras meritorias que pueda hacer para ganar el favor de Dios, porque está muerto en delitos y pecados. Todas las demás religiones inflan el orgullo del hombre implicando que puede y debe hacer algo para salvarse a sí mismo o para ayudar en su salvación, que debe “aportar su granito de arena”.
    Todas esas religiones son: “camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte” (Pr. 14.12). A la mente no regenerada la salvación por la fe en el Señor Jesús le parece “demasiado fácil”, pero éste es el camino que lleva a la vida. En las religiones Cristo no es nada, o es quizás un mero accesorio entre otras muchas cosas, mientras que en la verdadera fe cristiana Cristo es todo. Muchos dicen que creen en Cristo, pero también creen en la Virgen y los santos, y esperan que Dios tenga en cuenta su propia sinceridad y buenas obras. Entonces, su fe no es única y exclusivamente en Jesucristo. Demuestran que no han entendido el evangelio, ni han entrado por la puerta estrecha. Siguen en los carriles del camino ancho donde hay lugar y tolerancia para muchas ideas, creencias y prácticas. ¡Ahí cabe todo!
    Miran alrededor suyo, ven a muchos otros, y piensan que tantas personas no pueden estar equivocadas, pero se equivocan. La puerta ancha y el camino espacioso no conducen a la vida, sino a la perdición.
    No puede haber salvación ni seguridad en las religiones, porque uno nunca sabe si ha hecho suficientes buenas obras o las correctas. Entre ellos están algunas iglesias evangélicas que enseñan uno puede perder la salvación, y eso está basado en el concepto de que Cristo no ha hecho todo. Creen que las personas contribuyen algo por su perseverancia, y así muestran que están todavía en el camino espacioso.
     En cambio, el creyente en el Señor Jesucristo puede saber que es salvo, porque esto no depende de sus obras, ni de su perseverancia, sino más bien de la obra de Cristo hecha a su favor. “porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10.14).
    Solamente hay dos puertas. La puerta estrecha es Jesucristo mismo, que dijo: “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo” (Juan 10.9).
    Solamente hay dos caminos y dos destinos. Solamente hay dos religiones: una de la ley y de mérito, la otra es solo de la gracia. Una de las obras, la otra de la fe en Jesucristo. Una de hacer obras, la otra de creer en la obra que Cristo hizo. Una de intentar, la otra de confiar. La primera es espaciosa, y lleva a muchos a la condenación y la muerte, la perdición. La segunda es angosta, y lleva solo a los creyentes a la justificación, la vida eterna, y el cielo. ¿En cuál de esos dos caminos estás, estimado lector?