Una Vez En Cristo, Para Siempre En Él
William MacDonald
Desde temprano en la historia de la Iglesia, esta cuestión crucial ha sido debatida: ¿Es el creyente salvado eternamente, o puede perder su salvación mediante el pecado? En un lado están los calvinistas,1 que enseñan la perseverancia de los santos,2 o mejor dicho, la perseverancia de Cristo. En el otro lado están los arminianos,3 que enseñan que la salvación es condicional o probacional. Esta disputa doctrinal seguirá tanto tiempo como la Iglesia esté en este mundo.
Siendo perfectamente franco, hay Escrituras que parecen apoyar cada lado. Hay versículos, que si los tomamos aislados, confirman a un metodista o un pentecostal cuando por ejemplo cree lo que a veces se llama “la doctrina de caer de la gracia”. Y hay muchos otros pasajes que aseguran a los bautistas conservadores y muchos otros creyentes que su salvación está segura para siempre.
Encontrarás a verdaderos creyentes en ambos lados. Juan Wesley era un arminiano fuerte, y más adelante Charles Spurgeon era de tendencia calvinista. Tomaron puntos de vista opuestos sobre la cuestión. Sin embargo, ¿quién dudaría de la realidad de su experiencia de conversión? Ambos eran verdaderos cristianos. Ningún lado puede jactarse de un monopolio en el nuevo nacimiento.
Y ningún lado puede jactarse de un monopolio en la santidad. Las vidas piadosas de hombres y mujeres de ambas escuelas de pensamiento deben hacernos ser prudentes, para no rechazarlos sin causa ni hablar de ellos sin amor.
Por lo tanto, al hablar del tema, es inútil intentar establecer nuestro punto mediante referencias a cristianos prominentes. El otro lado puede hacer esto también con igual eficacia. Aun el hecho de citar palabras de esos líderes carece de valor, a menos que sus palabras sean basadas en las Escrituras y ayuden a ilustrarlas.
Otra forma inútil de argumentar es apelar a la experiencia humana. A menudo escuchamos este tipo de argumento, como si fuera definitivamente: “Pues, yo conozco a alguien que...” Pero esta forma de proceder descuida el hecho de que hay muchas clases de experiencia humana. Y todavía más importante, olvida que, para tener valor como prueba de algo, toda experiencia espiritual debe conformarse a la Palabra de Dios.
Al formar nuestras convicciones sobre el asunto, debemos acercarnos a las Escrituras en humildad. Hay problemas en ambos lados de la cuestión de seguridad, condicional o incondicional. Debemos enfrentarlos honestamente.
Debemos acercarnos a las Escrituras con una actitud de oración, pidiendo al Espíritu Santo que nos guíe e ilumine con la verdad mientras leemos y estudiamos la Palabra.
Y debemos mirar las Escrituras objetivamente. En lugar de meramente buscar argumentos que apoyen nuestra posición preconcebida, o tradicional, debemos estar constantemente abiertos a la enseñanza del Espíritu, en la Palabra de Dios. De acuerdo que esto es difícil. Una vez que hayamos tomado públicamente una posición sobre un tema controversial, es difícil cambiar, porque nos hace quedar mal.
Al estudiar objetivamente, debemos seguir estas cuatro normas sencillas:
1. Un versículo debe estudiarse en su contexto inmediato. Si el contexto tiene que ver con servicio, no debemos aplicarlo a salvación.
2. Un versículo debe interpretarse a la luz de todo el resto de la Palabra de Dios. Ningún pasaje solo, cuando es correctamente entendido, va a contradecir docenas de otros versículos.
3. Las definiciones deben incluir todo uso principal de la palabra.
4. Toda doctrina debe basarse sobre todo lo que la Biblia enseña acerca de la cuestión.
Está claro por el mismo título de este libro que el autor está persuadido de que el creyente está eternamente seguro. En el resto del libro, procura demostrar la base bíblica de esta posición. Pero también examinará y explicará aquellos pasajes bíblicos que son empleados más comúnmente para alegar que un cristiano puede perder la salvación.
Algunos se preguntarán por qué citamos tan pocos textos del Antiguo Testamento para apoyar la seguridad eterna, y por qué tan poco espacio es dado a explicar textos del Antiguo Testamento que se usan para apoyar la salvación condicional. ¿Por qué es así?
La razón es que éstos no son temas claramente desarrollados en el Antiguo Testamento, Por ejemplo, hay muy pocos pasajes que tratan el tema de vida en el cielo después de la muerte. No cabe duda que los judíos creyentes fueron salvados por la fe en el Señor. Y no tengo ninguna duda de que era una salvación eterna. Aunque el pueblo del Señor tenía una esperanza celestial (He. 11:16), su expectación principal era el reino del Mesías aquí en la tierra. El tema del más allá se quedaba en nubes de oscuridad. Esto da sentido especial al anuncio de Pablo: “...nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio” (2 Ti. 1:10). Verdades que existían solo en forma semilla en el Antiguo Testamento están completamente desarrolladas en el Nuevo.
Para que nadie piense que al no tratar los pasajes del Antiguo Testamento, quisiéramos evitar dificultades, debemos mencionar que algunas de las obras definitivas sobre la salvación condicional también limitan su atención al Nuevo Testamento.
1 Los calvinistas siguen las enseñanzas de Juan Calvino, un teólogo francés (1509-1564). Él vino a ser el líder principal de la reforma en Suiza y puso gran énfasis sobre la soberanía de Dios. Extrañamente, muchos calvinistas consideran que la seguridad de la salvación es una doctrina peligrosa.
2 La perseverancia de los santos no significa que sean salvados mediante su perseverancia, sino que los verdaderamente salvos perseverarán hasta el fin. Curiosamente, muchos de ellos no creen que es posible saber si uno es salvo hasta que llegue al final. Pero Dios dice que el que tiene al Hijo tiene la vida (1 Jn. 5:12), así que, no es presunción que un creyente sepa que tiene vida eterna.
3 Los arminianos siguen las enseñanzas desarrolladas por el teólogo holandés Jacobus Arminius (1560-1609). Enfatizaba la libre voluntad del hombre como el factor principal en la salvación, y que podría luego perderse.
Capítulo 1 del libro: Una Vez en Cristo, Para Siempre en Él, disponible de Libros Berea
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“Y Jehová le cerró la puerta” (Gn. 7.16).
Los que iban en el arca estaban seguros, porque Dios, no ellos, cerró la puerta. De igual manera nuestra salvación depende de Dios.
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Hablaron Desde El Infierno (parte 2)
Sr. Dives Rico: Lucas 16.19-31
Nota del entrevistador.
Al tratar de sostener una entrevista con el señor Rico, me encontré en la zona más densamente ocupada del Hades. Aparentemente, el número de aquellos que han descuidado una salvación tan grande, excede de lejos al de los que eran culpables de crímenes violentos de abierta hostilidad a Dios y de rechazo de Su gracia.
Pero aun aquí, en circunstancias tan amontonadas, no había ninguna comunión en el sufrimiento o simpatía mutua. Cada alma perdida estaba sola en su condenación. Era una paradoja extraña: ¡solos en multitud!
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Mientras me abría paso a través de las multitudes de almas atormentadas en mi búsqueda del señor Rico, una y otra vez oí palabras que repetían su eco en aquellas cámaras de horror: “¡Demasiado tarde! ¡Demasiado tarde!”
Finalmente localicé al señor Rico. Me impresionó su apariencia. Si no hubiera sabido nada de su existencia mortal, habría presumido que era un hombre delicado, exitoso, honesto y de disposición gentil.
De lo que he observado en el Hades, el abuso y la corrupción del cuerpo en la vida terrena, necesariamente lleva una deformación del alma. Y mientras pasaba de una cámara de tormento a otra, en mi búsqueda del señor Rico, vi almas tan horriblemente grotescas y bestiales que tenía que darme vuelta, a la vista del horrible cuadro.
Ahora, al fin, estoy delante del señor Rico. Y entonces, ¿cómo se saluda a uno encarcelado en el Hades? Esto era una nueva experiencia para mí.
Por supuesto, era imposible estrechar la mano. Y hubiera sido algo ridículo decir: “Buen día, señor”. No hay auroras de esperanza en un nuevo día. No hay nada bueno o hermoso o alentador en el Hades. Es un lugar de noche sin fin, en medio de llamas de tormento. No hay valor en los lamentos ni hay períodos de gracia. Los cielos nunca son azules, y no hay pájaros para anunciar la llegada de la primavera con sus hermosas flores y suaves brisas. La única música es el clamor de desesperación y la única canción el continuo y discordante lamento del fútil remordimiento.
Acercándome lo más cerca que era posible, dije:
—Señor Rico, he recibido permiso para venir aquí y pedirle que me conceda una entrevista. La decisión depende de usted, pero sentiría mucha gratitud si me permitiera hacerle varias preguntas. Usted puede terminar la conversación en cualquier momento y, por supuesto, negarse a contestar cualquier pregunta que le parezca demasiado personal o penosa. ¿Qué me dice, señor?
Por un largo tiempo, me miró fijamente sin contestar. Comencé a sentir que era él quien quería hacer la entrevista, de modo que él fuera quién tuviera preguntas que quería hacer. Más tarde descubrí qué era lo que tenía en mente.
Hubo un ligero asentimiento con su cabeza. Y entonces dijo:
—Si usted quiere, puede seguir con sus preguntas, y contestaré lo mejor que pueda dentro de mi capacidad, y dentro de los límites de la Sagrada Escritura. Pues bien, ¿por dónde empezamos?
—Quisiera empezar con el fondo de su vida mortal, pero cuando dijo que contestaría “dentro de los límites de la Sagrada Escritura”, eso me puso una definida restricción sobre lo que pueda preguntarle en cuanto a su historia terrena. Vea, cuando el Señor Jesús usó su trágico destino para ilustrar su experiencia, dijo más sobre su experiencia después de la muerte que sobre su existencia en vida terrena. De hecho, todo lo que sabemos sobre usted es que era rico, usaba ropas espléndidas, vivía alegremente, hacía fiestas sin inhibiciones y cuidaba bien de sus perros. ¿Le importaría decirme cómo acumuló su riqueza? Excuse mi rudeza, pero, ¿fue honestamente?
—No necesita disculparse —dijo—. Aun cuando yo era mortal, la mayoría de la gente pensaba que no se puede ser rico y honesto a la vez. Para contestar su primera pregunta, diré que no acumulé yo mi riqueza. La heredé. Mi padre era un hombre muy rico y yo era su hijo favorito. De modo que me llegó honestamente.
“Inclusive cuando era niño, no supe nunca lo que era la necesidad o falta de algo. Mis padres me concedieron todos los deseos y peticiones. Para mí, la opulencia y el lujo eran la norma. La gente sin riqueza y abundancia era anormal. Eran inferiores y no merecían mi atención o amistad.
—Señor Rico, permítame otra pregunta sobre su riqueza. ¿Tienen algo que ver su riqueza y posesiones con su encarcelamiento en este lugar de tormento?
—No exactamente —respondió—. No fue por el dinero que yo poseí que vine aquí, sino por mi amor y mi mal uso de él. ¿Entiende lo que quiero decir?
—Sí, creo que sí —contesté—. De hecho, la Sagrada Escritura declara que no es el dinero, sino el amor a él que es la fuente de una variedad de males. De modo que usted está diciendo que no es el montón de las riquezas que poseía, sino su apego a ellas lo que le impidió cumplir la voluntad de Dios para su vida.
—Así es. Durante mis días mortales, conocí unos pocos hombres que poseían muchas más riquezas que yo, pero que nunca permitieron que su riqueza afectara su relación con el señor Dios. De paso, quizás usted haya oído hablar de uno de ellos. Su nombre era José y venía de la ciudad de Arimatea.
“Si, señor, puede que la gente que es muy rica no ame al dinero más que la gente que es muy pobre. Si yo hubiese sido un mendigo, es probable que hubiese sido infectado por el mismo vicio. Parece que…”
—Perdóneme, señor Rico —le interrumpí—, pero estoy algo confundido. Nunca pensé que la gente pobre fuese culpable de “amor al dinero”. Y a la vez, ¿por qué esa debilidad es tan seria como para contribuir a su confinamiento en este horrible lugar?
Por un momento, no contesto. Luego dijo:
—Primero, déjeme decirle que usted se sorprendería del número de gente que está aquí en estas llamas del tormento, cuya caída comenzó con el amor al dinero. Y la mayoría de ellos, mientras era mortales, eran gente pobre. Es posible amar el dinero que uno no tiene, tanto como el que sí tiene. ¿Ha pensado alguna vez en eso?
—Para decir la verdad, no —respondí—. Pero usted aún no ha contestado mi pregunta. ¿Por qué esa debilidad de amar al dinero tiene consecuencias tan serias?
El señor Rico dudó antes de contestar.
—El amor al dinero no es, como usted dice, una debilidad; es un pecado. Me he dado cuenta que, cuando era mortal, era ciego y necio. Me hubiera horrorizado de encontrar un ídolo o imagen sobre cualquiera de mis propiedades. Sin embargo, todo el tiempo estaba poniendo mi riqueza por encima de Dios. ¡Había llegado a ser mi ídolo! Al amar al dinero, no estaba amando a Dios con el amor que Él merece y requiere. ¿He sido claro?
del c. 1 de Hablaron Desde El Infierno, por C. Leslie Miller. continuará, d.v., en el siguiente número.
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Jesucristo El Renuevo
“He aquí el varón cuyo nombre es el Renuevo, el cual brotará de sus raíces, y edificará el templo de Jehová. Él edificará el templo de Jehová, y él llevará gloria, y se sentará y dominará en su trono, y habrá sacerdote a su lado; y consejo de paz habrá entre ambos” (Zac. 6.12-13).
Este texto habla proféticamente del Señor Jesucristo, el Mesías que un día salvará a Israel y reinará sobre todo el mundo.
1. “He aquí el varón”
Es hombre. También fueron las palabras de Pilato cuando sacó a Cristo ante la multitud. “¡He aquí el hombre!” Enfatizan la humanidad de Cristo, que es Dios manifestado en carne (1 Ti. 3.16).
2. “Cuyo nombre es el Renuevo”
“He aquí, yo traigo a mi siervo el Renuevo” (Zac. 3.8). Isaías profetizó de este siervo de Jehová: “He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones” (Is. 42.1). En Su primera venida no reinó, sino fue rechazado y condenado a muerte. Pero resucitó, vive a la diestra del Padre, y volverá al mundo – el Renuevo – para reinar sobre las naciones.
3. “El cual brotará de sus raíces”
Significa literalmente: “de sí mismo”. Crecerá por Su propio poder. Intentaron acabar con Él, pero como predicó Pedro en el día de Pentecostés: “al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella” (Hch. 2.24).
4. “Y edificará el templo de Jehová”
El profeta Amós mencionó ese templo: “En aquel día yo levantaré el tabernáculo caído de David, y cerraré sus portillos y levantaré sus ruinas, y lo edificaré como en el tiempo pasado” (Am. 9.11). Desde que el segundo templo fue destruido por los romanos, Israel no tiene templo. Ahora un edificio pagano – la mezquita de Omar – ocupa el monte santo. Los judíos tienen deseos y planes de edificar otro templo, pero aunque consigan hacerlo, será de corta duración. Cuando venga el Mesías, Él edificará el templo milenario (Ez. 40-44).
5. “Él llevará gloria”
La gloria de Dios que salió en Ezequiel 9-10, volverá en la Persona del Mesías Jesucristo. Vendrá “con poder y gran gloria” (Mt. 24.30). “…Vendrá el Deseado de todas las naciones; y llenaré de gloria esta casa, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Hag. 2.7).
6. “Y se sentará y dominará en su trono”
Esta frase anticipa el reino literal y visible de Cristo sobre todo el mundo, desde Jerusalén. El Salmo 110 declara: “Jehová enviará desde Sion la vara de tu poder; domina en medio de tus enemigos” (v. 2). Con razón Dios declara en el Salmo 2, “Pero yo he puesto mi rey sobre Sion, mi santo monte” (Sal. 2.6). El asunto ha sido decidido soberana y unilateralmente por Dios. No habrá referéndum en las naciones, ni hará falta el permiso de las Naciones Unidas, ni de ningún otro grupo. Él dominará. “Su señorío será de mar a mar, y desde el río hasta los fines de la tierra” (Zac. 9.10).
7. “Será sacerdote sobre su trono” (Biblia de las Américas).
Es una mejor traducción, en lugar de “Y habrá sacerdote a su lado” como dice la Reina Valera. No es que habrá un sacerdote con Él, sino que Él es el sacerdote. “Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec” (Sal. 110.4). El Renuevo, el Señor Jesucristo, es Sacerdote, Profeta y Rey.
8. “Y consejo de paz habrá”.
Solo cuando Él reine habrá paz, pues es el “Príncipe de paz” (Is. 9.6). El premio Nobel es un invento vano, porque lo dan a hombres pecadores que nunca han podido traer paz al mundo. Pero en cuanto a Jesucristo: “Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto” (Is. 9.7).
¡Gran día y único en la historia del mundo será aquel cuando venga el Señor Jesucristo a reinar y administrar con justicia los asuntos del planeta! “En aquel tiempo el renuevo de Jehová será para hermosura y gloria, y el fruto de la tierra para grandeza y honra, a los sobrevivientes de Israel” (Is. 4.2) “He aquí que vienen días, dice Jehová, en que levantaré a David renuevo justo, y reinará como Rey, el cual será dichoso, y hará juicio y justicia en la tierra” (Jer. 23.5). “En aquellos días y en aquel tiempo haré brotar a David un Renuevo de justicia, y hará juicio y justicia en la tierra” (Jer. 33.15).
Por eso seguimos esperando en Su reino y gobierno, separados del mundo y sin involucrarnos en la política y los movimientos sociales. Con razón nos enseñó a orar así: “Venga tu reino, hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mt. 6.10). Solo cuando venga el Renuevo habrá justicia y paz.
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A Dios Le Importan Nuestras Lágrimas
“Pon mis lágrimas en tu redoma; ¿No están ellas en tu libro?” Salmo 56.8
¡Cuántas lágrimas han caído a lo largo de la historia humana! ¿Ha habido siquiera una cara que no se ha mojado de lágrimas? No podemos olvidar al patriarca anciano, Abraham, que había conocido tantas tristezas durante su vida. Se inclinó sobre el cuerpo muerto de su amada Sara, y lloró la despedida de una amiga de toda la vida, que había compartido con él tantas experiencias en la senda peregrina (Gn. 23.2). ¿Quién no se conmovería por las lágrimas de un padre? Cuando el rey David oyó de la muerte trágica de Absalón, su hijo rebelde, lloraba desconsoladamente (2 S. 18.33). ¡Qué lágrimas se soltaron cuando Herodes cruelmente causó la muerte de los niños en el tiempo del nacimiento de Cristo (Mt. 2.16-18). “Grande lamentación, lloro y gemido; Raquel que llora a sus hijos, y no quiso ser consolada, porque perecieron” (v. 18). Esas escenas desgarradoras se han repetido millones de veces durante la triste historia de la raza humana. En verdad el mundo que atravesamos es un valle de lágrimas.
Hermanos, al Señor le importan nuestros dolores y tristezas, y los comprende, pues “no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades” (He. 4.15). Él no descarta la aflicción y el dolor que causan nuestras lágrimas. La primera pregunta que el Señor Jesús hizo a la triste María que se detenía ante el sepulcro fue: “Mujer, ¿por qué lloras?” (Jn. 20.15). Cobremos ánimo, pues pronto toda tristeza pasará. “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas” (Ap. 21.4-5). Entonces exclamaremos: “Has cambiado mi lamento en baile; desataste mi cilicio, y me ceñiste de alegría”, y le alabaremos para siempre (Sal. 30.11).
Roy Reynolds (Irlanda del Norte), de la revista “Assembly Testimony”
(enero/febrero 2023). Traducido y adaptado
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El Precio de la Redención
“Los que confían en sus bienes, y de la muchedumbre de sus riquezas se jactan, ninguno de ellos podrá en manera alguna redimir al hermano, ni dar a Dios su rescate (Porque la redención de su vida es de gran precio, y no se logrará jamás)” Salmo 49:6-8
La redención no es por plata ni oro. Sería injusto si fuera así, porque entonces los ricos tendrían más posibilidad de salvarse que los pobres. Pero Dios no hace acepción de personas. Ninguna ofrenda puede comprar el perdón. Las riquezas y el rango social no pueden conseguir consideración especial ante Dios.
La raza humana no tiene a ningún redentor en sus filas – nadie hay que pueda pagar el alto precio demandando por el Dios Santo y Justo. Pero el eterno Hijo de Dios se hizo hombre: "Dios manifestado en carne". En ese cuerpo se sacrificó – dio Su vida para pagar ese gran precio que mencionó arriba el salmista. Terrible precio de incontables agonías bajo el juicio de Dios durante aquellas de tinieblas cuando estaba en la cruz. Pagó el gran precio.Nuestra redención es solo por la preciosa sangre de Jesucristo (1 P. 1:18-19).
"Precioso es el raudal,
Que limpia todo mal,
No hay otro manantial;
Solo de Jesús la sangre".
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El Huerto
Craig Munro
Todo comenzó en un huerto
Dios hizo un huerto hermoso, y puso ahí a los primeros seres humanos. El huerto se llamó Edén, y leemos la historia en Génesis 2. Ahí estaba toda delicia, y además, abundaron paz, gozo y amor. En ese lugar Adán y Eva tenían comunión con Dios.
Todo se arruinó en un huerto
Pero el pecado entró en aquel huerto. Génesis 3 nos da la historia de cómo sucedió. Solamente había una prohibición, y Adán y Eva la violaron. Y Dios dijo: “morirás”. Dios expulsó del huerto a Adán y Eva. Muchos animales se tornaron carnívoros, y la raza humana comenzó a matar, hurtar y mentir. Todo el dolor que vemos en el mundo hoy, y en nuestros propios corazones, comenzó en ese huerto.
Todo fue resuelto en un huerto
El Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, entró en un huerto, Getsemaní, justo antes de ir a la cruz para morir (Jn. 18.1). Su oración fue profunda, marcada por tremenda presión, pero pese a eso, dijo: “hágase tu voluntad”. En el Calvario Dios iba a tratar en su totalidad la cuestión del pecado. Todo lo horrible de ese juicio fue anticipado en el huerto de Getsemaní. El Señor Jesús salió de ese huerto para morir por la raza humana, para que nuestros pecados nos fuesen perdonados. Después de Su muerte voluntaria, fue sepultado en un huerto (Jn. 19.41). De ese huerto Él resucitó al tercer día. El poder del pecado había sido destruido, la muerte había sido derrotada, y Él vive. Ahora toda la humanidad puede gozarse de la paz con Dios, la hermosura y el gozo de la salvación, mediante el arrepentimiento y la fe en nuestro Señor Jesucristo.
Todo terminará en un huerto
Dijo el Señor al ladrón moribundo que se arrepintió y confió en Él: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc. 23.43). En su raíz, la palabra “paraíso” conlleva la idea de un huerto. El Cielo es comparado a un huerto. La Biblia describe el Cielo como una ciudad jardín: “me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto” (Ap. 22.1-2). Todo creyente anhela estar en ese huerto. Cuando María Magdalena vio a Cristo resucitado, supuso erróneamente que era el hortelano de aquel lugar (Jn 20.15).
Pero en otro sentido tenía razón, porque el Señor Jesús es el Hortelano de las almas de los seres humanos. ¿Conoces al Hortelano? ¿Estarás en Su huerto celestial? Permítele restaurar en tu vida la hermosura, paz y gozo de Edén, y no pierdas todo el bien que Dios tiene preparado, porque entonces acabarás en el lugar de juicio eterno, que no es un huerto sino el lago de fuego.
De la revista Present Truth, Fife, Escocia, agosto 2022, www.truthdefended.com
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