"Perseveraban en la oración" (Hch. 2:42)
Orar es una forma de tener comunión con Dios. También es un ministerio de ataque, defensa, resistencia y vigilancia. No es nada aburrido, excepto a la carne, y debido a la condición carnal en muchas iglesias la reunión de oración es la de peor asistencia. Gracias al Señor, en nuestra asamblea no es así. Pero si la reunión de oración es índice de la salud y fortaleza de la iglesia, entonces hay muchas iglesias “grandes” el domingo por la mañana pero que realmente están enfermas y languidecen, porque ese gran número de “domingueros” no da importancia a la oración. Mucha gente en muchos lugares necesita nuestra oración. ¿Quién orará por ellos? Sólo los creyentes, pero en muchos lugares los que se llaman creyentes no toman parte en la reunión de oración, ni oran mucho o nada en su propio hogar. Si viesen la importancia y el poder de la oración, orarían cada día con fervor y las reuniones de oración estarían llenas y tendrían buena participación. Debemos pedir así: ¡Señor, abre nuestros ojos! ¡Señor, perdónanos, y avívanos! Dios quiere que cada asamblea cristiana sea un lugar fuerte de oración. No debemos abandonar ni descuidar esta reunión ni este ministerio toda la semana.
La supervivencia de la iglesia está en la reunión de oración, porque nació en una reunión de oración. En Hechos vemos que los primeros cristianos perseveraban en la oración (Hch. 2:42). En cuanto a Israel en nuestros tiempos, el antiguo pueblo de Dios no se pone sobre los muros para orar, porque todavía no cree. Este día de su restauración vendrá, gracias a Dios, pero nosotros los que creemos debemos ponernos a orar y no reposar hasta tener la respuesta. No es tiempo de reposar, sino de orar. No es tiempo de dar tregua sino de insistir y prevalecer. ¿Qué debemos hacer? Orar. Pedir por la paz de Jerusalén. Pedir por la conversión de Israel y su gloriosa restauración y bendición. También debemos pedir por los inconversos en todos los países, y por los hermanos que trabajan predicando el evangelio. Debemos rogar a Dios por la condición del cristianismo.
No hay que ir a seminario para aprender a orar. Dios no mandó a nadie a seminarios ni institutos para aprender a orar. No existieron estas cosas en el tiempo de los apóstoles y entonces todos los creyentes oraban muchísimo más. No es asunto de teología sino de “rodillalogía”. Se aprende a orar leyendo la Biblia y poniéndose de rodillas y orando. Allí aprendemos. La Biblia contiene muchas oraciones, instrucciones y promesas acerca de la oración. Vemos como otros oraban. El lenguaje de los Salmos y de las oraciones de hombres y mujeres piadosos en todos los siglos nos enseña cómo orar. Luego es cuestión de práctica. El único test es este: ¿Oramos o no oramos? La oración es la única forma de ver las cosas cambiadas, personalmente, en la familia, la iglesia y la nación. Entonces, ¿que más queda por decir? No necesitamos más información. ¡Hermanos, necesitamos orar!
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EL DISCERNIMIENTO:
SEÑAL DE MADUREZ
Uno de los signos de la madurez es la habilidad de “hacer diferencia” (Lv. 11.47) y distinguir entre lo bueno y lo malo. Un patólogo observa a través de su microscopio y puede ver la diferencia entre una célula sana y otra cancerosa. El músico experto puede oír la diferencia entre una nota correcta y otra casi correcta, y el escritor experto conoce la diferencia entre “cualquier” palabra y la palabra correcta. De igual manera, los creyentes maduros pueden ejercitar su discernimiento, identificar lo que es impuro y evitarlo. Recuerden, los niños son propensos a andar en el barro y ensuciarse.
Lo que el profeta Oseas dijo a Israel en su día es cierto de muchos que profesan ser cristianos hoy: “Caerás por tanto en el día, y caerá también contigo el profeta... Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento” (Os. 4:5-6). “Pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal” (He. 5:14). Vance Havner, comentando sobre 1 Corintios 2:13-16, dijo: “Nada es más raro en las iglesias hoy que el discernimiento”.
“yo lo doy todo” 1 Crónicas 21:23
Aquí y en 2 Samuel 24 leemos de la plaga de castigo divino sobre Israel y cómo Dios mandó a David poner altar en la era de Ornán el jebuseo. Ornán ofreció a David todo lo que necesitaba para el urgente sacrificio, diciendo: “yo lo doy todo”. Sin embargo David lo compró por su justo precio,sacrificó al Señor, y la plaga paró. Siglos después, en este mismo monte de Moriah, el Señor Jesucristo murió en sacrificio para que cesara la plaga del pecado y la muerte. Verdaderamente Él pudo decir: “yo lo doy todo”.
Por ti inmolado fui, por gracia te salvé.
Los Pecados No Confesados
En 1 Juan 1:9 tenemos esta afirmación: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. No es el evangelio. Nadie se salva porque ora y confiesa. Este texto habla a los creyentes. En otras palabras, si los creyentes confesamos nuestros pecados, Él nos perdonará. Él es fiel debido a que Él prometió y Él es justo porque Él expió. El pecado confesado es pecado perdonado, y el pecado perdonado es un pecado limpiado. Y, puedo añadir, la confesión tiene que incluir una renuncia, porque si no se renuncia al pecado, no será perdonado, a pesar de que haya sido confesado (Pr. 28:13).
La razón de que hay tantos que son tibios, fríos o indiferentes, que tantos no se gozan de su salvación, que no se gozan en la lectura de la Palabra de Dios, ni en la oración, y que no reciben respuestas a las oraciones, que no tienen testimonio, es que o no son realmente creyentes, o si lo son, hay algún pecado secreto, oculto que no ha sido confesado, y que está ahí, en el corazón, donde tiene cobijo y persiste causando daño a toda la vida espiritual.
¿Por qué no lo confiesas? Sabes que no lo puedes ocultar de Dios. Él conoce todo acerca de ese pecado. ¿Por qué no hacer una confesión total y plena a Dios y ser así perdonado y limpiado como Él promete? Mientras no lo hagas, Él no puede hacer absolutamente nada por ti.
"Dilo A Dios"
“Llevo esto conmigo a todos los lugares. Lo tengo metido en mi Biblia, y de vez en cuando lo saco y lo leo. Fue escrito por Fenelon, un gran santo y piadoso de la Edad Media”. — J. Vernon McGee
"Dile a Dios todo lo que hay en tu corazón, como uno descarga su corazón a un amigo muy querido, contándole todas sus alegrías y penas. Cuéntale tus problemas, para que Él te consuele; cuéntale tus alegrías, para que Él las haga sobrias. Dile tus añoranzas, para que Él las purifique; háblale de las cosas que te disgustan, para que Él te ayude a vencerlas. Explícale tus tentaciones, para que Él te escude de ellas; muéstrale las heridas de tu corazón, para que Él las sane. Enséñale tu indiferencia hacia lo bueno, tus gustos depravados respecto al mal y tu inestabilidad. Dile cómo el amor propio te hace injusto a los demás, cómo la vanidad te tienta a ser insincero, y cómo el orgullo te disfraza delante de los demás.
Si así expones todas tus debilidades, necesidades y problemas, no te faltarán palabras para decir al Señor. Nunca acabarás el tema. Se renueva constantemente. A los amigos que no tienen secretos el uno del otro nunca les faltan temas de conversación. No pesan sus palabras, porque no hay nada que retener ni encubrir. Tampoco tienen que buscar algo que decir, porque habla de la abundancia del corazón, sin considerarlo antes, simplemente piensan en voz alta, porque entre amigos hay confianza para esto. Bienaventurados los que lleguen a tener una relación así con Dios, familiar y sin reservas".
"Necesito dinero". "Necesito un buen trabajo". "Necesito una casa más grande". Todos queremos mejorar y superarnos, pero ¿cuál es nuestra necesidad más grande? Si pudieras pedir a Dios cualquier cosa, ¿qué pedirías?
Personalmente, no pensaría en lo temporal, sino en lo eterno, porque necesitamos Su perdón. Todos hemos ofendido a Dios de una u otra manera. La Biblia dice: “No hay justo en la tierra” (Eclesiastés 7:20) y “por cuanto todos pecaron” (Romanos 3:23).
Si eres honesto contigo mismo, reconocerás que no das la talla ante Dios, porque Él es perfecto, santo y justo en todo. Todos hemos roto Sus leyes. Cuando preguntaron al Señor Jesucristo cuál era el gran mandamiento de la ley, respondió: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Éste es el primero y grande mandamiento” (Mateo 22:37-38). Ninguno de nosotros ha hecho esto, ni somos capaces de hacerlo.
Porque hemos roto tantas veces las leyes de Dios, Él está airado con nosotros. La Biblia declara que “Dios es juez justo, y Dios está airado contra el impío todos los días” (Salmo 7:11). Este mundo malo, pecaminoso, anda rumbo al juicio de Dios.
Por eso, amigo, si mueres como pecador, serás juzgado por Dios y castigado en el infierno. La Biblia dice que “está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9:27). En aquel día del juicio Dios dirá: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno” (Mateo 25:41). Eso es porque, como hemos visto, Dios es santo y justo, y Él castigará a los malhechores. Por eso muchos temen la muerte, porque saben en su corazón que no están preparados para estar delante de Dios.
Pero hoy no es día de juicio, sino de salvación. Dios se dispone a perdonarte y darte una vida nueva, y puede hacer esto sin pasar por alto tus pecados, porque Jesucristo llevó tus pecados en Su cuerpo cuando fue crucificado. El juicio de la cruz no fue lo que hicieron los romanos o los judíos, sino lo que hizo Dios durante aquellas horas de tinieblas, cuando Su Hijo Jesucristo, cargado con nuestros pecados, sufrió nuestro castigo de la mano del Padre, como nuestro Sustituto.
¿Qué pide Dios de ti? Que te arrepientas de tus pecados y confíes en el Señor Jesucristo para ser salvo. Él hizo todo para que seas perdonado – solo queda que confíes en Él. ¡Esto es lo que realmente necesitas – perdón y vida eterna en el Señor Jesucristo!
Seremos hipócritas si predicamos a los inconversos que se arrepientan y que hay que actuar sin demora porque hoy es día de salvación, si nosotros estamos sin arrepentirnos. Hay siete iglesias en Apocalipsis 2 y 3, y a cinco de las siete el Señor las llamó al arrepentimiento. Hay casos cuando los creyentes y las iglesias también deben arrepentirse.
La iglesia en Éfeso fue llamada a arrepentirse (Ap. 2:4-5), porque pese a sus muchas actividades había dejado su primer amor. “Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido”. Es un ultimátum del Señor. “¡Vuélvete, porque si no...!” Las primeras obras son las hechas con amor puro al Señor, celo por Él, y conforme a Su Palabra. En Éfeso había mucha actividad, pero poca devoción al Señor. Esa falta del primer amor fue como la grieta que amenaza ruina, y condujo al colapso total que vemos en la séptima iglesia, Laodicea, al final de la edad de la iglesia.
La iglesia en Esmirna es una de dos que no tenían que arrepentirse. Sufrió por su fidelidad. Pero el Señor le anima con estas palabras: “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Ap. 2:10). ¡Ojalá que siguiéramos su ejemplo! Hoy necesitamos más creyentes e iglesias que sean fieles al Señor y Su Palabra, hasta la muerte – fieles hasta el fin – sin aflojar, sin cambiar. Pero ¿quién va a decir que las asambleas no han cambiado en los últimos cincuenta años?
La iglesia en Pérgamo fue permisiva – no cuidaba la recepción a la comunión. Admitía en su medio a personas con doctrinas erróneas, unas que retenían la doctrina de Balaam y otras con la doctrina de los nicolaítas que el Señor aborrece. Hoy también hay iglesias que han crecido numéricamente mediante la tolerancia y la permisividad, pero el Señor no las aprueba. “Arrepiéntete; pues si no, vendré a ti pronto, y pelearé contra ellos con la espada de mi boca” (Ap. 2:16). La espada de Su boca es la Palabra de Dios, que no solo enseña y edifica, sino también reprende, amonesta y corrige. Es cosa seria que el Señor pueda pelear contra una iglesia, pero así advirtió, y si fue así en el primer siglo, ¡cuánto más hoy cuando se tolera casi todo!
La iglesia en Tiatira también fue permisiva y tolerante, y eso desagradó al Señor. Toleraba la enseñanza de una mujer que se decía ser profetisa. Es el único ejemplo en el Nuevo Testamento de una mujer enseñando en una iglesia, y queda tajantemente desaprobada. La instrucción divina, dada en doctrina apostólica, es así: “no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio” (1 Ti. 2:12). Toda mujer que enseñe o predique hoy está violando las instrucciones divinas, como esa Jezabel. El Señor le avisó y dio tiempo para arrepentirse, pero Su paciencia tiene límite. Ella no quiso arrepentirse. Hay mujeres en las asambleas hoy que tampoco quieren arrepentirse de su usurpación y desvío, y el juicio viene. Romanos 2:4-5 habla de la dureza y el corazón no arrepentido de los que aprovechan la misericordia y benignidad de Dios para seguir en su mal camino. Cuando manifiestan que no quieren arrepentirse y someterse a la Palabra del Señor, es tiempo de juicio, aun en las iglesias.
La iglesia en Sardis también fue llamada a arrepentirse. El Señor no halló sus obras perfectas delante de Dios (Ap. 3:2). En lugar de disculparla diciendo lo que oímos mucho hoy: “no hay iglesia perfecta” – el Señor la corrige, amonesta y llama al arrepentimiento.“Acuérdate, pues, de lo que has recibido... y guárdalo” ¿Qué había recibido? ¡La Palabra de Dios! Tenía la fe una vez dada a los santos, la gracia de Dios para vivir conforme a Su voluntad, y “espiritu... de poder, de amor y de dominio propio” (2 Ti. 1:7). Cristo, Señor de las iglesias, manda y advierte: “...Arrepiéntete. Pues si no velas, vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti” (Ap. 3:3). Es otro ultimátum divino. Pregunto con genuino amor, ¿Puede aplicarse a algunos de nosotros? La respuesta es: Sí, si no guardamos lo que hemos recibido del Señor.
La iglesia en Filadelfia es la otra que no fue llamada a arrepentirse. Tenía poca fuerza – probablemente no era muy grande ni tenía creyentes ricos o influyentes, pero había guardado Su Palabra y no había negado Su nombre (Ap. 3:8). Ésa es una iglesia digna de imitar, pobre pero fiel. No necesitamos a ricos ni poderosos, sino al Señor y Su aprobación. ¿Somos capaces de rechazar y parar la influencia de los fuertes y perder su favor, para obedecer al Señor y serle fieles? Hay cosas peores que pobreza y poca fuerza. En Lucas 6:24-26 Cristo dice: “Mas ¡ay de vosotros, ricos! porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados! porque tendréis hambre. ¡Ay de vosotros, los que ahora reís! porque lamentaréis y lloraréis. ¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! porque así hacían sus padres con los falsos profetas”. A la iglesia en Filadelfia el Señor promete venir pronto, y manda: “Retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona” (Ap. 3:11). No hay corona para los que no retienen la Palabra de Dios sino que cambian para ponerse al día y tener “éxito” a corto plazo. Cuando uno no retiene la Palabra, aunque diga que ha madurado, la verdad es que ha sido infiel. Las coronas son para los fieles.
La iglesia en Laodicea también fue reprendida, castigada y amonestada a arrepentirse. "Laodicea" significa “el pueblo gobierna”, y nada hay más adecuado para describir las iglesias evangélicas en nuestros tiempos. Son democráticas; el pueblo tiene voz y voto. Las mujeres se hacen oír e incluso a veces mandan. Los jóvenes también. Los hombres de negocio, también, porque hacen abundantes contribuciones. La congregación influye a los pastores y ancianos para que efectúen los cambios deseados. Y los hombres, sin principios bíblicos, o sin convicciones, o temerosos (Pr. 29:25), aflojan como Pilato y ceden a la voluntad del pueblo. La iglesia en Laodicea es la patrona de los tales. Era una iglesia afluente, desobediente, sin Cristo y espiritualmente ciega – ignorante de su condición. Decía que no tenía necesidad de nada, ¡y ni siquiera tenía a Cristo – Él estaba fuera! Es difícil saber en qué sentido era todavía una iglesia. Había sido una iglesia. Todavía profesaba ser una. Estaba pronto a ser vomitada de la boca de Cristo (Ap. 3:16). Su reprensión y castigo eran señales de Su amor (Ap. 3:19). Pero no es un amor tolerante: “sé, pues, celoso, y arrepiéntete”. Sin esto, Él no puede estar en tales iglesias. En el versículo 20 manifiesta Su deseo de comunión, pero para que sea posible, manda y promete lo siguiente. “Si alguno oye mi voz”, es decir, hazme caso. Busca al individuo: “alguno”. No hay que esperar a los demás. “Abre la puerta”, esto es, reacciona y búscale. “Entraré a él, y cenaré con él”. No entrará a todos, sino a los que responden al Señor, es decir, los arrepentidos.
¿Quién las llama al arrepentimiento? No fue un hombre, ni siquiera el apóstol Juan, sino el Señor mismo. Es Cristo que manda que esas iglesias y otras como ellas se arrepientan. En el Antiguo Testamento Dios llamó a Su pueblo Israel al arrepentimiento. Por ejemplo, el profeta Joel vio venir el juicio y exclamó: "Proclamad ayuno, convocad a asamblea; congregad a los ancianos y a todos los moradores de la tierra en la casa de Jehová vuestro Dios, y clamad a Jehová" (Joel 1:14). Pero no quisieron, y vino el juicio.
Aprendamos de la historia, porque "estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos" (1 Co. 10:11). Las asambleas no hallarán la bendición en en locales nuevos, ni en métodos o músicas contemporáneos, sino en volver al buen camino (Jer. 6:16). Desde los tiempos de los apóstoles los fieles siervos del Señor han indicado claramente la doctrina y práctica de la iglesia y la vida cristiana. La fe ha sido una vez dada a los santos (Jud. 3). Hay que obedecerla, y combatir fervientemente por ella. A los que tienen agenda de introducir cambios la Biblia advierte: “No traspases los linderos antiguos que pusieron tus padres” (Pr. 22:28). Los avivamientos en la Biblia tomaron lugar cuando hubo una vuelta a la Palabra de Dios, con arrepentimiento, quebrantamiento y lágrimas, con firme resolución a obedecer a Dios. Hermanos, en nuestros días más que nunca hay necesidad de arrepentirnos, personas e iglesias, volver al patrón de la Palabra de Dios, guardar lo que hemos recibido y ser fieles hasta la muerte. Es el camino que el Señor marca. Las palabras de Cristo a esas siete iglesias también son para nosotros, hermanos. A cada una de esas iglesias el Señor añade esta exhortación: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”. El Señor de las iglesias ha hablado. El Espíritu de Dios ha hablado, ¡a nosotros! Recibamos y obedezcamos Su Palabra con amor y fe, hasta que el Señor nos llame a Su presencia.
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"Oh, no, pues soy creyente, y la lluvia no me tocará. No me mojaré porque Dios me protege. Tengo fe". Y así salió sin paraguas.
A mitad de camino comenzó a llover fuerte. Y ¿sabes qué?
¡Se mojó! Se le arruinaron el traje y los zapatos. Su cuerpo se enfrió y él se enfermó.
¿Fue culpa de Dios? No. ¿El Señor le falló? ¿O no tuvo él suficiente fe? No, el problema era sencillamente que no llevó paraguas. De haber usado paraguas, no se habría mojado. Así de sencillo.
Salió sin mascarilla para ir a la reunión. "Acuérdate de la pandemia" alguien le dijo, "lleva mascarilla, usa gel desinfectante y guarda la distancia".
"Oh, no, pues soy creyente, y el virus no me tocará. No tengo que seguir esas normas. No me enfermaré porque Dios me protege. Tengo fe". Citó el Salmo 91 y repitió: "la plaga no me tocará".Y así salió sin mascarilla. No usó gel desinfectante. Se sentó en la congregación, junto a los demás, que tampoco llevaban mascarilla, porque, decían todos que tenían fe que Dios no les dejaría enfermar ya que se reunían para alabarle. Varios se enfermaron, y no se sabe quién contagió a quién. Unos se enferman, y otros mueren.
¿Es culpa de Dios? No. ¿El Señor les falló? ¿O no tuvieron suficiente fe? No, el problema era sencillamente que se descuidaron. No llevaron mascarilla ni respetaron las distancias ni usaron desinfectante. De haberlo hecho, no se habrían contagiado. Así de sencillo.
Acuérdate del paraguas, y de la mascarilla, y no te mojes.
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Vientos de Doctrina
Enseñados por el Señor, los apóstoles reconocían los peligros que amenazaban a las iglesias, y que no tardarían en venir. A los efesios Pablo escribió: “para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error” (Ef. 4:14). Advirtió a Tito de los que “trastornan casas enteras” (Tit. 1:11). Aún en tiempos de los apóstoles algunos se desviaron de la verdad (2 Ti. 2:17-18). Había “profanas y vanas palabrerías” (2 Ti. 2:16). El error no se limita a la doctrina de Cristo o el evangelio, sino apunta también a la iglesia debido a su relación especial con Cristo y su testimonio en el mundo. El dios de este siglo quiere que la iglesia sea como el mundo, y esto incluye la conducta y el ministerio de las mujeres cristianas.
Hay quienes dicen, en palabras de cierto misionero inglés que estuvo en España: “tenemos que potenciar el ministerio de la mujer”. Su agenda no era bíblica, sino liberal y feminista, pues él mismo cuidaba la casa y contestaba el teléfono para que su esposa preparase sermones para predicar a las mujeres. Las mujeres fueron tan “pontenciadas” en esa asamblea que surgió el deseo de no manifestar su sujeción con el velo ni con el silencio en la congregación. La asamblea se reunió para debatir el asunto, y decidió que las mujeres podían llevar el velo o no llevarlo, según el deseo de cada una. Y las que querían orar o leer un texto bíblico audiblemente, o pedir un himno, podían y las que no, podían continuar en silencio (como la Biblia manda). Resulta ser como en los días de los jueces cuando “cada uno hacía lo que bien le parecía” (Jue. 17:6; 21:25). Hay un Señor y una fe (Ef. 4:5), y no debe haber esas discrepancias. 1 Corintios 1:10 nos llama a hablar “una misma cosa...unidos en una misma mente y un mismo parecer”. Filipenses 2:2 dice: “unánimes, sintiendo una misma cosa”. En Filipenses 3:16-17 el apóstol manda: “sigamos una misma regla, sintamos una misma cosa”, y en el siguiente versículo dice: “Sed imitadores de mí, y mirad a los que así se conducen según el ejemplo que tenéis en nosotros”. El ejemplo es el de los apóstoles, y la misma regla no es la que decida un comité, ni la opinión mayoritaria, sino la doctrina apostólica, la Palabra de Dios, que no admite cambios. Entonces, ¿porque han cambiado tanto las asambleas, si no es porque ya no se ciñen a la doctrina y el ejemplo de los apóstoles, sino que se dejan llevar por la corriente del mundo.
Un hermano facilita la siguiente información en un artículo titulado: “Mujeres Predicadores”.
"La Biblia dice claramente que el varón es cabeza de la mujer, y que él debe liderar en el hogar y en la iglesia, y que el deber de la mujer es someterse al hombre como cabeza. Pero existe una rebelión muy extensa a este plan divino, no sólo en el mundo, sino que ha invadido la iglesia, y hoy muchas mujeres que profesan ser “cristianas” llegan a ser nombradas a posiciones de liderazgo en las iglesias. Considera los siguientes datos de nuestros archivos:
“Hay casi 4.000 mujeres licenciadas y ordenadas en las “Asambleas de Dios”.
En el año 1984, la Convención de Bautistas del Sur adoptó una resolución diciendo que la Biblia “excluye a las mujeres del liderazgo pastoral”. Como muchas de las cosas afirmadas por esa Convención, la resolución queda practicamente sin sentido. En septiembre del 1993 una reunión del Comité Ejecutivo de la Convención de Bautistas del Sur rechazó con unanimidad una moción para expulsar de la Convención a las congregaciones que ordenan a mujeres. En el otoño del 1997, el periódico de las mujeres bautistas en el ministerio, llamado “Folio”, reportó que hay 1.225 mujeres ordenadas entre los Bautistas del Sur. Aproximadamente 200 de ellas sirven como pastoras y asistente pastoras. En el año 1979 sólo hubo 58 mujeres ordenadas entre los bautistas, pero ese número ha crecido rápidamente durante las décadas de los 80 y los 90, durante el mismo tiempo cuando los “conservadores” dominaban la denominación a nivel nacional.
La Iglesia de los Metodistas Unidas (United Methodist Church) ha ordenado a las mujeres desde el año 1956 y hoy por hoy tiene a 4.743 mujeres en el “clero”.
La Iglesia Presbiteriana (U.S.A.) tiene a 2.419 líderes femeninas. En el año 1979 la Iglesia Unida Presbiteriana, antecedente de la Iglesia Presbiteriana U.S.A., adoptó una resolución REQUIRIENDO que las congregaciones elijan a mujeres como ancianas (pastoras). Esta denominación políticamente correcta también votó a prohibir la ordenación de cualquier varón que se oponga a las mujeres en el clero, y dio a tales hombres 10 años para cambiar su opinión o salir (EP News Service, 21 de junio, 1980). Así que resulta que en comparación los modernistas no son los únicos que tiene una actitud aperturista.
La Iglesia Unida de Cristo tiene a 1.803 mujeres como líderes.
La Iglesia Luterana Evangélica de América tiene a 1.358 mujeres ordenadas. Hasta el año 1994, 16 de las 30 comuniones independientes anglicanas en el mundo habían aprobado la ordenación de mujeres como sacedotisas.
La Iglesia Episcopal en los Estados Unidos, que aprobó la ordenación de mujeres en 1976, tiene a más de 1.000. Los episcopales ordenaron a la primera obispa anglicana en 1989. El sínodo general de la “madre iglesia”, en Inglaterra, aprobó el concepto de mujeres como sacedotisas en 1993. En 1991 la Reina Elisabeth manifestó su aprobación de esto mediante la designación de una mujer como capellana real en Escocia.
La Iglesia de Escocia aprobó la ordenación de las mujeres en el año 1968 y ahora tiene a 100 mujeres en el ministerio.
La Iglesia Luterana – Sínodo de Misouri, aunque es mas conservadora que las otras iglesias luteranas, ha comenzado a permitir que las mujeres prediquen en las reuniones regulares de la iglesia. Una encuesta manifestó que aproximadamente 1.000 hombres del clero de esta raman de la iglesia luterana no se oponen a la ordenación de las mujeres (Christian News, 13 febrero, 1989).
“Los líderes de Juventud Con Una Misión, (YWAM) designaron por primera vez a una mujer como directora nacional en marzo, para dirigir a 200 personas en sus oficinas en Suiza. En una conferencia el año pasado, Loren Cunningham, fundador de YWAM, habló fuertemente contra lo que él llamó un “prejuicio cultural” contra las mujeres. También advirtió que podría quitarse de YWAM la bendición de Dios si no comisionara a mujeres como líderes” (Charisma, julio, 1993).
“Las mujeres ahora constituyen la tercera parte de los alumnos en las principales escuelas interdenominacionales de divinidad; y en Yale y Harvard constituyen más de la mitad de los alumnos” (Ibid.).
“El número de mujeres ordenados a ministerio a tiempo completo en los EE.UU. en 1986 ascendió a 20.730, habiendo sido 10.470 en 1977, y representaron un 7,9 % de todo el clero en los EE. UU., según un estudio recientemente hecho por el Consejo Nacional de Iglesias (National Council of Churches). ...La encuesta informó que 84 de 166 denominaciones ordenan a mujeres a ministerio a tiempo completo...” (National & International Religion Report, 13 marzo, 1989).
Estos datos dan evidencia de la apostasía de la hora. En el mundo, los hombres y las mujeres, habiendo rechazado la verdad de la Biblia, están confundidos acerca de las cosas más básicas. Muchos hombres intentan ser como las mujeres en su vestidura y comportamiento, mientras que muchas mujeres demandan el derecho a ser como los hombres, a vestirse como hombres, a hacer el mismo trabajo que hombres, a jugar los mismos deportes que los hombres, a pelear en los ejércitos como hombres.
Demandan más que igual remuneración por trabajo igual. Demandan ocupar el lugar del hombre en el hogar, en la iglesia y en el estado. Tristemente, la iglesia siempre es afectada por la sociedad. Así que, la rebelión de las mujeres en el mundo está causando problemas similares en las iglesias, y encontramos que las mujeres demandan puestos de liderazgo en muchos grupos cristianos".
Podía haber apuntado también la situación en España, porque en muchas partes las asambleas también se van doblando ante la presión feminista. Mujeres que antes se contentaban de recibir las predicaciones y los estudios de varones, ahora quieren ser “líderes” y “pastoras”. Quieren una parte vocal, una participación audible - como los hombres - porque su equivocada idea de igualdad es que tengan “derecho” a hacer como los varones. En el año 2008 una hermana fiel escribió desde Galicia, lamentando la situación. He aquí un extracto editado solo para remover la información personal:
“El motivo de ir a Orense los domingos, fue que hace unos meses unos hermanos fueron echados de esa congregación, por levantarse ellos e irse cuando las mujeres se levantaban a leer, etc. Trataron con los ancianos la doctrina, pero no sólo no fueron oídos sino que los echaron e insultaron públicamente, con lo cual decidieron irse en paz... fueron momentos de tristeza después de tantos años que estaban integrados pero ya no es extraño aquí en Galicia, sólo queda una [asamblea] que no sucumbió a las practicas modernas del no velo y las mujeres [hablan] inclusive [en] la cena del Señor en algunas, lo cierto es que así viajamos mucho pero podemos consolarnos...”
No solo pasa esto en España. También hay quienes andan protagonizando las reuniones de hermanas en las asambleas en los países de Latinoamérica. Lamentablemente hay ancianos, obreros y aun misioneros entre ellos. Algunos citan lo que ellos o sus esposas han visto en Norteamérica o en Europa, pero nada de eso sigue el patrón bíblico. Son las presiones, las corrientes y los vientos de cambio que ahora soplan. Quieren permitir que las mujeres vistan y actúen como los hombres. Su intención es permitirles alguna participación pública en la asamblea, o alguna reunión femenina para tenerlas contentas. Buscan borrar las distinciones y piensan que esto traerá “igualdad”. Es la filosofía del mundo. Dicen que las iglesias se están quedando atrás. ¿Por qué? ¡Porque no permiten lo que el mundo permite! Quieren introducir en las asambleas reuniones estudios de mujeres, enseñadas por mujeres, conferencias de mujeres, mujeres “maestras” y predicadoras, y ya lo han conseguido en algunos lugares. Uno de sus argumentos típicos es que citan a personas como María la hermana de Moisés, Débora la juez o la profetisa Hulda en tiempos de Josías, como ejemplos de mujeres que predican y enseñan. Pero esta suposición y razonamiento suyo está equivocado.
W. E. Vine, respetado autor del Diccionario Expositivo, comenta:
“En el mundo, la usurpación por mujeres de las funciones de los varones se manifiesta en todas partes. Las ventanas de la iglesia están abiertas hacia el mundo, y su ambiente entra insidiosamente. Sin darnos cuenta, empezamos a conformarnos a este siglo....”
“Los tiempos de Hulda, como los de Débora, eran de grave degeneración de los caminos rectos de Dios. El libro de la ley se había perdido, y gran tinieblas cubrían la tierra, hasta que Dios levantara a un rey que guardaría Sus caminos. Entonces la misma providencia que levantó a Josías, causó también el hallazgo del libro de la ley durante la reparación del templo. Parece que el escuchar las palabras de Dios sugirió a Josías que Dios les hablaría nuevamente. De ahí que mandó preguntar a Hulda; pero el texto no dice nada de ella en conexión con ministerio público. Cuando Isaías habló de la profetisa (Is. 8:3), el contexto deja fuera de duda que se refirió a su esposa. No hay nada que indique que ella tuviera ministerio público”.
De todos modos esos ejemplos carecen de peso alguno en la edad de la iglesia, porque esas mujeres no estaban en la iglesia. En el Nuevo Testamento las mujeres son específicamente instruidas y mandadas – doctrina apostólica – a no hablar ni enseñar ni ejercer dominio sobre el hombre, “sino estar en silencio” (1 Ti. 2:12). María, Débora y Hulda eran israelitas, pero la iglesia no es Israel. El nuevo pacto no es lo mismo que el viejo. No había doctrina apostólica en el Antiguo Testamento, pero hoy sí, y manda: “vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar” (1 Co. 14:34). En la edad de la iglesia, en cualquier congregación o grupo de creyentes que se congreguen, la mujer debe guardar silencio en todo grupo así. No dice “reunión de la iglesia” como algunos, que luego intentan con eso definir cuáles reuniones son “de la iglesia”, y cuales no. El siguiente paso es decir que en las reuniones que no son “de la iglesia” las mujeres pueden hablar. Pero la Biblia no dice esto. Puede ser dos o tres personas que se juntan. Entonces no puede hablar ni enseñar a ningún grupo de personas, ni siquiera si solo hay mujeres presentes. Además no se ven reuniones de mujeres creyentes en ningún lugar del Nuevo Testamento. Es algo inventado en estos últimos tiempos por los que promueven el feminismo y el protagonismo de la mujer. Nada bíblico es.
Algunos citan a Ana la profetisa en Lucas 2:36, como ejemplo neotestamentario de mujeres hablando y enseñando públicamente. Pero el caso fue excepcional, no un patrón a seguir en la iglesia. El Hijo de Dios solo se encarnó una vez en la historia del mundo, y ella tuvo el privilegio en ese momento puntual de hablar de ver al Mesías niño la primera vez cuando fue José y María lo presentaron (Lc. 2:22) y ofrecieron el sacrificio de purificación para María (Lc. 2:24). Ana era una viuda de “edad muy avanzada” – más de cien años (vv. 36-37). Se había dedicado continuamente, no a la enseñanza ni la predicación, sino servía “de noche y de día con ayunos y oraciones” (v. 37). Por eso estaba en el templo cuando presentaron al niño Jesús. Dio gracias a Dios y hablaba del niño a los de Jerusalén. Eso nunca volvió a suceder, y además la iglesia ni siquiera existía en ese tiempo, por lo que no es patrón para la iglesia.
Nuevamente comenta W. E. Vine:
“Ana, una viuda de edad muy avanzada que “no se apartaba del templo”, y cuando vio al niño Jesús, daba gracias a Dios, y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén”. Su irrupción de acción de gracias y testimonio de ningún modo crea un precedente para el ministerio público deliberado en circunstancias normales. Además, mucho que ser inapropiado en una mujer más joven, podría permitirse en una persona de “edad muy avanzada”, porque aparentemente Ana tenía más de 105 años”.
Se equivocan también cuando citan a mujeres que estaban bajo la ley de Moisés para justificar su conducta o actividad en la iglesia. Es correcto tomar ejemplo del carácter y la conducta de la mujer piadosa en Proverbios 31, en casa con su familia. Pedro habló de Sara y citó la conducta y el atavío de “aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos” (1 P. 3:5). Pero la iglesia no está en el Antiguo Testamento, y las mujeres cristianas no están bajo la ley, ni viven en aquella dispensación, ni quisieran hacerlo. Aprendemos del Antiguo Testamento, pero enseña el orden divino para la iglesia. Recurren al Antiguo Testamento porque el Nuevo no apoya lo que ellas decieron que quieren hacer – tener reuniones femeninas y potenciar a las mujeres – que es netamente la filosofía del mundo.
Otro error es que no aceptan que es Dios que da los dones espirituales y asigna las responsabilidades a cada uno en la iglesia, el cuerpo de Cristo. En la iglesia hay diversidad de ministerios y de operaciones (1 Co. 12:5-6). No cumplen todos la misma función, ni tienen las mujeres porqué hacer lo mismo que los hombres. 1 Corintios 12:8-11 enseña que es el Espíritu Santo que decide y reparte a cada uno su función en el cuerpo, “repartiendo a cada uno en particular como él quiere” (v. 11). Y Él no da el don de maestro a la mujer, sino Su instrucción es que calle, esté en sujeción y no enseñe. En los versículos 15-17 Dios enfatiza que si uno no tiene cierto don o ministerio, eso no quiere decir que no sea del cuerpo, ni le quita valor. El pie no debe intentar ser la mano, ni debe la oreja intentar ser ojo. Su función es diferente y es parte de la decisión sabia y soberana de Dios. “Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso” (v. 18). Hermana, no como tú quieras, sino como Dios. Él decide, no tú ni la sociedad. ¿Estás dispuesta a sujetar tu voluntad, deseos y opiniones a la voluntad de Dios? No tenemos voz ni voto en las decisiones y disposiciones divinas. El versículo 24 enfatiza: “Dios ordenó el cuerpo”, y cierto es que Él no pone a mujeres cristianas como maestras ni predicadoras. De modo que las que actúen así, no lo hacen por la voluntad de Dios, sino por la suya propia o porque siguen la corriente del mundo donde el feminismo está en pleno auge. El versículo 28 vuelve a la carga: “Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros...” Insiste que es Dios que coloca a las personas en la iglesia y las dota de dones para servir. Cuando un anciano, obrero o misionero permite a las mujeres enseñar, no honra el deseo de Dios para la iglesia, expresado en Su Palabra. Entonces no son fieles. Cuando un marido permite a su mujer asistir o participar en tales cosas, deshonra a Dios y en esto es infiel.
Los apóstoles y profetas fueron dones del tiempo apostólico, en el comienzo de la iglesia, antes de que se completara las Escrituras, pero hoy tenemos “la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Jud. 3), y esos dones fundamentales y temporales han cesado. Así que tampoco sirve de nada que citen como suelen a las cuatro hijas de Felipe que profetizaban (Hch. 21:9), por al menos dos razones. Primero, porque ese tiempo ya terminó. Segundo, porque nada menciona de grupos de personas congregadas. En el Nuevo Testamento no hay ni un ejemplo de una reunión de mujeres para evangelizar, orar o estudiar la Biblia. No hay patrón bíblico para hacer así. Las congregaciones incluían siempre hombres y mujeres. Las mujeres aprendían del ministerio de los varones, no de mujeres maestras. Recuerda, es Dios que decide qué función y coloca a cada uno en la iglesia, y Él pone a los varones como maestros, no a las mujeres. No manda que la mujer predique o enseñe, sino: “La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción” (1 Ti. 2:11). Se sujeta a lo varones que enseñan, y a Dios que manda eso. “No permito a la mujer enseñar” (1 Ti. 2:12) es también una instrucción divinamente inspirada, no la opinión de Pablo. En la iglesia los ancianos tienen que ser aptos para enseñar (1 Ti. 3:2; 2 Ti. 2:24; Tit. 1:9). Su ministerio junto al de otros varones que Dios levanta como maestros es suficiente instrucción para toda la iglesia, incluso para todas las mujeres. Debemos reconocer y someternos a la sabiduría y soberanía de Dios y respetar el orden que Él estableció en la iglesia, y no ceder a las presiones de la sociedad y el mundo. Seamos fieles hasta el fin (He. 6:11; Ap. 2:26).
Considera qué pasaría si uno varones comenzaran a enseñar errores doctrinales en la iglesia, o trataban de introducir prácticas mundanas en la asamblea. Los ancianos tendrían que intervenir y pararlo, mandando “que no enseñeen diferente doctrina” (1 Ti. 1:3). Es una instrucción apostólica. A los tesalonicenses el apóstol mandó: “estad firmes, y retened la doctrina que habéis aprendido” (2 Ts. 2:15). Tito 1:9 demanda que un anciano sea “retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen”. Así que, si las mujeres hablan en la congregación, o se juntan para que una mujer les enseñe, están en error doctrinal. La doctrina apostólica es que se callen, que no enseñen, que estén sujetas y que aprendan en silencio. Los que niegan esta doctrina, sean varones o mujeres, deberían ser reprendidos y callados. No hay que tolerar los desvíos doctrinales. La Palabra de Dios es inspirada y “útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Ti. 3:16). Pablo felicitó así a Timoteo: “Pero tú has seguido mi doctrina” (2 Ti. 3:10), pero hoy no podría decirlo a muchos.
También se equivocan las mujeres que abren la boca para enseñar porque violan las Escrituras que demandan su silencio. ¿Cómo pueden guardar silencio y enseñar? ¡Es una idea absurda! Es Dios que ordena su comportamiento: callar, estar en sujeción y aprender en silencio. Las que no quieren hacerlo no se oponen a los hombres, sino a Dios. En verdad que hoy en el mundo las mujeres tienen protagonismo y ocupan muchos de los mismos puestos que los hombres, incluso les quitan puestos de trabajo. Está en pleno auge el feminismo, prevalece en muchos lugares e intimida a los que se oponen. Y ahora, debida a la baja condición espiritual de la iglesia, las mujeres cristianas desean seguir esa corriente.
Amados hermanos, recordemos que el Nuevo Testamento enseña que si quisieran aprender algo, deben preguntar en casa a sus maridos (1 Co. 14:35). No dice que asistan a un estudio de mujeres, ni hay un solo ejemplo de eso en todo el Nuevo Testamento. ¿Por qué? Porque a las mujeres no les es permitido enseñar, y esa restricción es válida para toda la edad de la iglesia y de la gracia, en todo país y cultura, hasta que venga el Señor. “Guarda lo que se te ha encomendado” (1 Ti. 6:20).
Cuando objetan citando Tito 2:3-4, cometen otro error. Este texto en nada apoya la agenda feminista. “Maestras del bien” (v. 3) no les da pie para enseñar o predicar. No es el término normal para los que son maestros. Es una sola palabra en griego: kalodidaskalos, que significa según A. T. Robertson, experto en el texto griego, “maestras de buenas cosas”. Indica su ministerio a nivel personal, práctico y hogareño como bien indica el versículo 4, el contexto inmediato. Son mujeres ancianas que han vivido en piedad y han criado una familia. No son mujeres jóvenes ni cuarentonas con ansia de salir de casa, presidir estudios, dar conferencias, ser pastoras o lucir conocimientos teológicos. Presentan enérgicamente sus argumentos, y hay hombres de renombre que les apoyan, escribiendo sus “análisis” de textos y dando explicaciones basadas en cultura mediterránea del siglo I. Otros hablan de la evolución socio-cultural y la adaptación de la iglesia, como si fuesen cosas buenas y necesarias. Pero la Biblia de Dios dice que “la erudición de los necios es necedad” (Pr. 16:22). No les gusta la palabra “fiel”, pero Dios sí, porque los fieles le honran.
Es muy importante y necesario hoy el ministerio de la mujer en Tito 2:3-5. Pero tiene que ser como Dios dice. No enseñan doctrina, no dan estudios bíblicos, no predican, sino que toman bajo sus alas a mujeres jóvenes y las enseñan “a amar a sus maridos y a sus hijos, a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada” (Tit. 2:4-5). No dan estudios públicos. No están al frente de ninguna congregación, ni siquiera de mujeres. No enseñan la profecía, ni estudios expositivos sobre libros de la Biblia, ni nada así.
De su propia experiencia en casa, en familia, en el matrimonio, dan consejos prácticos apoyados por su ejemplo, para que las mujeres jóvenes NO vayan por los caminos del mundo, sino se queden en casa, no amen ni deseen una carrera y un trabajo en el mundo, sino amen de manera práctica a sus maridos y sus hijos. La mujer de Proverbios 31:10-31 es un gran y buen ejemplo de este amor práctico al marido y a sus hijos – y ella nunca lideró un estudio ni predicó. Les enseña la prudencia y la castidad en su manera de vestir y su comportamiento, la bondad en sus hechos, y la sujeción a sus maridos. Todo esto tiene gran valor, porque además de ser un ministerio práctico en el hogar y beneficioso para su familia, evita que la Palabra de Dios sea blasfemada – que es lo que pasa cuando la mujer profese ser creyente pero siga los caminos feministas y mundanas.
Seamos Fieles
Dios valora la fidelidad. Su Palabra declara: “se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel” (1 Co. 4:2). Esto es para todo creyente. Pero deben tomar especial nota nuestros apreciados hermanos ancianos, porque Tito 1:7 indica que “administrador” se aplica especialmente a ellos: “es necesario que el obispo sea irreprensible, como administrador de Dios”. Cada uno debe ser “retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada” (Tit. 1:9) por los apóstoles. “Pero vosotros, amados, tened memoria de las palabras que antes fueron dichas por los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo” (Jud. 17). Algunos intentan desvirtuar esos textos apelando a su contexto. Hablan de cuestiones en Corintio, o de Timoteo en Éfeso, o de Tito en Creta, o que Judas advierte acerca de los apóstatas. Dicen que por eso nada tiene que ver con el tema de la mujer cristiana. Se equivocan. El contexto es importante, pero no limita la aplicación de los preceptos bíblicos que contiene. La fidelidad siempre es importante a Dios. Recordar y retener la doctrina apostólica es el deber de todo creyente y toda iglesia. No pueden invocar “la autonomía de la iglesia local” para enseñar y practicar lo que el Señor de las iglesias prohibe. “Oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias” (Ap. 3:22).
Aquí se aplica el principio enunciado en Isaías 8:20, “A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido”. La piedra de toque es la Palabra de Dios. No nos dejemos engañar ni influir por las presiones y modas del mundo. No temamos la crítica, la desaprobación o el rechazo del mundo. Su opinión no importa.
Hagamos lo bueno “a los ojos de Jehová”, no a los ojos ciertas personas, de la sociedad, la cultura, la mayoría. No seamos sabios en nuestra propia opinión (Pr. 3:7). No cambiemos el orden divinamente establecido para las iglesias para satisfacer a algunas personas que quieren “ponerse al día” con el mundo sobre el cual preside Satanás. No temamos que algunos se vayan de la iglesia si no cambiamos – pues las salidas de tales personas resultarían bien para la salud espiritual de la asamblea. Sería mejor para ellas que reconocieran su error y se volvieran al buen camino (Jer. 6:16). Más quisiéramos que fuera así. Sin embargo, el profeta Amós declaró un principio importante: “¿Andarán dos juntos si no estuvieren de acuerdo?” (Am. 3:3). Recordemos las palabras del apóstol Juan: “Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros... no todos son de nosotros” (1 Jn. 2:19). Cuando Abraham se separó por fin de Lot (Gn. 13:9-17), Jehová se le apareció y le confirmó Su bendición.
Estimemos a nuestras hermanas, mujeres que profesan piedad. Animemos a toda mujer creyente a no abandonar su amplio campo de ministerio en la familia, en el hogar y en obras de servicio y misericordia en la asamblea, pues es ahí que el Señor les llama a servir, y las que son fieles recibirán galardón.
Recordemos que viene el Tribunal de Cristo, y ahí lo único que importará y que se examinará es si hemos sido fieles a Él y al LIBRO que Él nos dio: “la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Jud. 17), y nunca ha sido revisada. ¡Qué gozo si en aquel día le escuchamos decir: “Bien, buen siervo y fiel” (Mt. 25:21, 23).
Asamblea Bíblica
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