31 Reyes: Victoria Sobre el Yo
Parte VII - Conclusión
Parte VII - Conclusión
CONCLUSIÓN
¿Cómo venceremos estos gigantes anaceos? ¿Cómo ganaremos la victoria sobre el yo? ¿Cómo poseeremos a Hebrón, la ciudad de amor?
1. Debemos entrar definida y enteramente en el significado de ese gran dicho: “No sois vuestros” (1 Co. 6:19). Debemos rendirnos tan completamente que jamás podamos volver a poseernos a nosotros mismos. Debemos entregar nuestro yo y todos sus derechos en un eterno pacto y dar a Dios el derecho absoluto a poseernos y controlarnos para siempre. Y debemos permanecer en esta actitud y nunca reclamar nuestra entrega irrevocable.
2. Debemos dejar que Dios haga esto realidad en detalle, al traer cada día sus pruebas y conflictos, y al venir cada uno de estos 31 reyes a enfrentarnos cara a cara. Aquello que hicimos en general debe ser cumplido en particular, paso por paso, debemos establecernos en la completa experiencia de autorenuncia y entera consagración. A la vez que se nos presenta cada uno de estos asuntos, Dios nos pregunta lo siguiente: “¿Eres tuyo, o eres mío?” Y mientras nos mantengamos fieles a nuestro pacto, Él lo hará realidad. Debemos decidir que cada nuevo “Agag” ha de morir, y Dios hará esa muerte efectiva en el momento que firmemos su sentencia de muerte.
3. Debemos recibir el gran remedio para el yo – el amor de Cristo. Hemos visto el poder del amor en la vida humana transformando a una muchacha egoísta – viviendo para los placeres de la sociedad y la satisfacción de su amor propio – en una esposa y madre paciente y auto-sacrificadora, dispuesta a soportar cualquier privación y hacer cualquier cosa para el hombre que ama con todo su corazón. En un sentido mucho más alto el amor de Cristo, y nada más, puede destruir el poder del amor propio y hacernos capaces de decir: “Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Co. 5:14-15).
4. Por último, necesitamos no sólo el amor de Cristo, sino a Cristo mismo. No es un principio, ni una emoción, ni un motivo que ha de transformar nuestra vida y conquistar a estos enemigos determinados, sino una Persona viviente. Cristo pondrá Su corazón en nosotros y así vivirá en nosotros, y viviremos así Su vida, amaremos en Su amor, y pensaremos, hablaremos, y actuaremos en Él en todo, de modo que sea que “ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gá. 2:20). Así que, recibámosle a Él, el Remedio del yo, el Señor de amor, el Conquistador del corazón.
Sobre el Autor:
Albert Benjamin Simpson (1843-1919) fue una figura mayor entre los evangélicos norteamericanos al final del siglo XIX. Fundó la Alianza Cristiana Misionera, editó una revista mensual durante más de cuarenta años, escribió más de cien libros, pastoreó iglesias, levantó obras sociales, fundó un instituto y escribió docenas de himnos y cánticos evangelísticos.
El gran evangelista D. L. Moody comentó sobre la habilidad de Simpson de comunicar el amor de Dios en sus predicaciones: “Ningún otro hombre toca mi corazón como él”.
Título en inglés: 31 Kings: Victory Over Self, copyright 1992, Christian Publications, Camp Hill, Pennsylvania
¿Cómo venceremos estos gigantes anaceos? ¿Cómo ganaremos la victoria sobre el yo? ¿Cómo poseeremos a Hebrón, la ciudad de amor?
2. Debemos dejar que Dios haga esto realidad en detalle, al traer cada día sus pruebas y conflictos, y al venir cada uno de estos 31 reyes a enfrentarnos cara a cara. Aquello que hicimos en general debe ser cumplido en particular, paso por paso, debemos establecernos en la completa experiencia de autorenuncia y entera consagración. A la vez que se nos presenta cada uno de estos asuntos, Dios nos pregunta lo siguiente: “¿Eres tuyo, o eres mío?” Y mientras nos mantengamos fieles a nuestro pacto, Él lo hará realidad. Debemos decidir que cada nuevo “Agag” ha de morir, y Dios hará esa muerte efectiva en el momento que firmemos su sentencia de muerte.
3. Debemos recibir el gran remedio para el yo – el amor de Cristo. Hemos visto el poder del amor en la vida humana transformando a una muchacha egoísta – viviendo para los placeres de la sociedad y la satisfacción de su amor propio – en una esposa y madre paciente y auto-sacrificadora, dispuesta a soportar cualquier privación y hacer cualquier cosa para el hombre que ama con todo su corazón. En un sentido mucho más alto el amor de Cristo, y nada más, puede destruir el poder del amor propio y hacernos capaces de decir: “Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Co. 5:14-15).
4. Por último, necesitamos no sólo el amor de Cristo, sino a Cristo mismo. No es un principio, ni una emoción, ni un motivo que ha de transformar nuestra vida y conquistar a estos enemigos determinados, sino una Persona viviente. Cristo pondrá Su corazón en nosotros y así vivirá en nosotros, y viviremos así Su vida, amaremos en Su amor, y pensaremos, hablaremos, y actuaremos en Él en todo, de modo que sea que “ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gá. 2:20). Así que, recibámosle a Él, el Remedio del yo, el Señor de amor, el Conquistador del corazón.
Existe un adversario cuyo ocultado poder
Todo aquel que es cristiano bien debe temer.
Que el mal innato, más sutil; y al corazón, de más querer.
El poder del egoísmo es; el obstinado Yo.
Si Cristo en mí ha de vivir, mi Yo ha de morir.
Existen aún gigantes como los hijos del viejo Anac,
Buscar lo Mío, Confiar en Mí, Mi Gloria, Mi Voluntad.
La espada de Caleb aún tendrá que ejecutar
A los altivos anaceos que persisten en incordiar.
Entonces las alturas del Hebrón alcanzarán
En victoria nuestros pies; allí el amor podrá reinar.
Sálvame, oh Señor, de mi altiva voluntad,
Que en Tu sagrado Trono intenta ella sentar.
Mi voluntad se pierda en la Tuya, oh Señor;
Cúmplase Tu voluntad, que es mucho mejor.
De autosuficiencia y de confianza en mí
Guárdame, y deja que me apoye sólo en Ti.
Mi fuerza cambiaré por la Tuya, que es mayor.
De buscar lo mío propio ruego sálvame, Señor.
Como sacrificio vivo me presento en Tu altar,
Ya no mío, sino siempre en Tu posesión estar.
Vanagloria y orgullo ayúdame a desechar;
En lugar de fama y aplauso, quiero a Cristo la honra dar,
y que en todo sea Su Nombre el que hemos de alabar.
Jesús, mi Yo destruye con Tu aliento consumidor;
Enséñame Tus llagas, Tu corazón, y Tu dolor;
Amaste mi alma hasta la muerte, mi hermoso Salvador.
Cuando el fuego de la Gloria sobre el monte descendió,
Ni Moisés pudo hablar - cuarenta días enmudeció;
Así mi ser Tu gloria llene, para siempre muerto el Yo.
Ven y mora en mí, Jesús, anda Tú en mi caminar,
En mi vida vive Tú, y ama en mi amar,
Hables Tú en mi hablar, mi pensar sea Tu pensar,
Cada hecho mío sea Tu forma de actuar.
Sólo entonces será posible con verdad poder decir:
Que ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí.
Todo aquel que es cristiano bien debe temer.
Que el mal innato, más sutil; y al corazón, de más querer.
El poder del egoísmo es; el obstinado Yo.
Si Cristo en mí ha de vivir, mi Yo ha de morir.
Existen aún gigantes como los hijos del viejo Anac,
Buscar lo Mío, Confiar en Mí, Mi Gloria, Mi Voluntad.
La espada de Caleb aún tendrá que ejecutar
A los altivos anaceos que persisten en incordiar.
Entonces las alturas del Hebrón alcanzarán
En victoria nuestros pies; allí el amor podrá reinar.
Sálvame, oh Señor, de mi altiva voluntad,
Que en Tu sagrado Trono intenta ella sentar.
Mi voluntad se pierda en la Tuya, oh Señor;
Cúmplase Tu voluntad, que es mucho mejor.
De autosuficiencia y de confianza en mí
Guárdame, y deja que me apoye sólo en Ti.
Mi fuerza cambiaré por la Tuya, que es mayor.
De buscar lo mío propio ruego sálvame, Señor.
Como sacrificio vivo me presento en Tu altar,
Ya no mío, sino siempre en Tu posesión estar.
Vanagloria y orgullo ayúdame a desechar;
En lugar de fama y aplauso, quiero a Cristo la honra dar,
y que en todo sea Su Nombre el que hemos de alabar.
Jesús, mi Yo destruye con Tu aliento consumidor;
Enséñame Tus llagas, Tu corazón, y Tu dolor;
Amaste mi alma hasta la muerte, mi hermoso Salvador.
Cuando el fuego de la Gloria sobre el monte descendió,
Ni Moisés pudo hablar - cuarenta días enmudeció;
Así mi ser Tu gloria llene, para siempre muerto el Yo.
Ven y mora en mí, Jesús, anda Tú en mi caminar,
En mi vida vive Tú, y ama en mi amar,
Hables Tú en mi hablar, mi pensar sea Tu pensar,
Cada hecho mío sea Tu forma de actuar.
Sólo entonces será posible con verdad poder decir:
Que ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí.
traducido por Mary Elizabeth Knott (2006)
Sobre el Autor:
Albert Benjamin Simpson (1843-1919) fue una figura mayor entre los evangélicos norteamericanos al final del siglo XIX. Fundó la Alianza Cristiana Misionera, editó una revista mensual durante más de cuarenta años, escribió más de cien libros, pastoreó iglesias, levantó obras sociales, fundó un instituto y escribió docenas de himnos y cánticos evangelísticos.
El gran evangelista D. L. Moody comentó sobre la habilidad de Simpson de comunicar el amor de Dios en sus predicaciones: “Ningún otro hombre toca mi corazón como él”.
Título en inglés: 31 Kings: Victory Over Self, copyright 1992, Christian Publications, Camp Hill, Pennsylvania
- - - - - - - - - - - - - - - -
¿Cuán Importante Es La Doctrina Del Infierno?
Donald Norbie
Donald Norbie
Ha surgido la pregunta: ¿Puede uno ser cristiano si no cree en un infierno literal y eterno? Hoy en día algunos creen en la reconciliación universal, una frase que quiere decir que al final todos estarán en el cielo, en la presencia de Dios. Muchas personas dirían que un Dios de amor no puede mandar gente a un castigo después de la muerte. Con todas las pruebas y agonías de esta vida, ¿no es esto bastante infierno?
¿Es la doctrina del infierno vital, realmente importante, o es una enseñanza secundaria sobre la cual los cristianos pueden discrepar y tener sus opiniones y creencias personales? Los cristianos pueden discrepar sobre algunos detalles de la venida del Señor y en cuanto a cómo entienden la predestinación. ¿Es la doctrina del infierno una sobre la cual nosotros debemos mostrar tolerancia?
¿Qué es el Evangelio? Si el Evangelio salva, entonces los contenidos del Evangelio son vitales, y uno tiene que creerlos si desea ser cristiano. Pablo declara el Evangelio claramente en 1 Corintios 15:3-4: “Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras”. Y el versículo 2 afirma: “por el cual asimismo...sois salvos...”. Evidentemente uno tiene que creer estas verdades como cristiano para ser salvo.
¿Por qué murió Cristo? “Por nuestros pecados”, respondería Pablo. ¿Y qué quería decir Pablo con esto? “Cristo nos redimió de la maldición de la ley” (Gá. 3:13). Pablo creía en un día venidero de juicio después de la muerte, cuando Cristo juzgará al mundo (Hch. 17:31). La muerte en sí no puede ser la paga del pecado, porque en esta vida todos mueren, tanto los salvados como los perdidos.
La muerte de Cristo conlleva muchísimo más que la mera muerte física; Su alma fue hecha sacrificio por el pecado. Si no hay un infierno, no hay castigo después de la muerte, y entonces Cristo murió en vano (Gá.2:21). Entonces, ¿de qué seríamos salvos, si no hubiera un infierno después de la muerte? Por lo tanto, mantenemos que el juicio y el castigo del infierno son parte integral del Evangelio.
continuará, D.V., en el siguiente número
¿Es la doctrina del infierno vital, realmente importante, o es una enseñanza secundaria sobre la cual los cristianos pueden discrepar y tener sus opiniones y creencias personales? Los cristianos pueden discrepar sobre algunos detalles de la venida del Señor y en cuanto a cómo entienden la predestinación. ¿Es la doctrina del infierno una sobre la cual nosotros debemos mostrar tolerancia?
¿Qué es el Evangelio? Si el Evangelio salva, entonces los contenidos del Evangelio son vitales, y uno tiene que creerlos si desea ser cristiano. Pablo declara el Evangelio claramente en 1 Corintios 15:3-4: “Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras”. Y el versículo 2 afirma: “por el cual asimismo...sois salvos...”. Evidentemente uno tiene que creer estas verdades como cristiano para ser salvo.
¿Por qué murió Cristo? “Por nuestros pecados”, respondería Pablo. ¿Y qué quería decir Pablo con esto? “Cristo nos redimió de la maldición de la ley” (Gá. 3:13). Pablo creía en un día venidero de juicio después de la muerte, cuando Cristo juzgará al mundo (Hch. 17:31). La muerte en sí no puede ser la paga del pecado, porque en esta vida todos mueren, tanto los salvados como los perdidos.
La muerte de Cristo conlleva muchísimo más que la mera muerte física; Su alma fue hecha sacrificio por el pecado. Si no hay un infierno, no hay castigo después de la muerte, y entonces Cristo murió en vano (Gá.2:21). Entonces, ¿de qué seríamos salvos, si no hubiera un infierno después de la muerte? Por lo tanto, mantenemos que el juicio y el castigo del infierno son parte integral del Evangelio.
continuará, D.V., en el siguiente número
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
SÓLO DOS CREENCIAS
"Realmente hay sólo dos creencias en el mundo. Están los que creen que se pueden salvar a sí mismos, y luego están los que creen que necesitan un Salvador. Sólo el cristianismo ofrece un Salvador. Y sólo el evangelio cristiano garantiza a cada creyente un lugar en la casa del Padre. Porque “la salvación es de Jehová”, ¡y punto!"William MacDonald
No hay comentarios:
Publicar un comentario