31 Reyes: Victoria Sobre el Yo
Parte VI
XXIX. ORACIONES EGOÍSTAS
No hay nada que suene tan egoísta como las oraciones de muchos creyentes. Se mueven en un círculo más o menos del tamaño de su propio cuerpo y alma, su familia y quizás su iglesia particular, y la sufriente casa de fe y el mundo que perece casi nunca son tocados por sus simpatías ni sus intercesiones. La mayor oración es la de amor desinteresado, y cuando aprendemos a orar por otros y llevar la carga del mundo moribundo en nuestros corazones, nos hallamos mil veces enriquecidos como resultado, y comprobamos que es cierto que “más bienaventurado es dar que recibir” (Hch. 20:35).
XXX. ESPERANZAS EGOÍSTAS
El futuro de muchas personas es tan egoísta como su presente. Viven soñando de gozos y triunfos venideros, y su visión es toda terrenal y muchas veces sin base así como las nubes desvanecedoras que flotan en el cielo veraniego. La verdadera esperanza del Evangelio traga todas estas visiones egoístas y esperanzas terrenales. Buscando esa bendita esperanza y la gloriosa aparición de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo (Tit. 2:3), mantenemos todas las demás perspectivas subordinadas y sujetas a la Suprema perspectiva. Aún la antigua esperanza del cielo que era a veces un hastío egoísta y una ansia de descanso se ha cambiado por esa alta y gloriosa búsqueda de Su venida que nos alza fuera de nosotros mismos a una mayor bendición que ha de traer a millares. Nos anima a más altos y nobles esfuerzos a trabajar para apresurar la gloria venidera y la preparación del mundo para encontrarse con Él. Sólo Dios puede dar esta nueva y celestial esperanza, que es tan divina como es alta e inspiradora.
XXXI. NUESTRA VIDA
Nuestra vida no debe ser considerada una posesión egoísta sino un fondo sagrado. “Ni estimo preciosa mi vida para mí mismo” (Hch. 20:24a) es el espíritu de consagración; “con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús” (Hch. 20:24b). Ese es el significado de la vida y el único objetivo por el que debe ser preciada. Así encontramos que el mismo apóstol dice: “Y confiado en esto, sé que quedaré, que aún permaneceré con todos vosotros, para vuestro provecho y gozo de la fe” (Fil. 1:25). La vida libre de egoísmo es una vida segura, y es inmortal hasta que cumpla su gran propósito.
Parte VI
XXIX. ORACIONES EGOÍSTAS
No hay nada que suene tan egoísta como las oraciones de muchos creyentes. Se mueven en un círculo más o menos del tamaño de su propio cuerpo y alma, su familia y quizás su iglesia particular, y la sufriente casa de fe y el mundo que perece casi nunca son tocados por sus simpatías ni sus intercesiones. La mayor oración es la de amor desinteresado, y cuando aprendemos a orar por otros y llevar la carga del mundo moribundo en nuestros corazones, nos hallamos mil veces enriquecidos como resultado, y comprobamos que es cierto que “más bienaventurado es dar que recibir” (Hch. 20:35).
XXX. ESPERANZAS EGOÍSTAS
El futuro de muchas personas es tan egoísta como su presente. Viven soñando de gozos y triunfos venideros, y su visión es toda terrenal y muchas veces sin base así como las nubes desvanecedoras que flotan en el cielo veraniego. La verdadera esperanza del Evangelio traga todas estas visiones egoístas y esperanzas terrenales. Buscando esa bendita esperanza y la gloriosa aparición de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo (Tit. 2:3), mantenemos todas las demás perspectivas subordinadas y sujetas a la Suprema perspectiva. Aún la antigua esperanza del cielo que era a veces un hastío egoísta y una ansia de descanso se ha cambiado por esa alta y gloriosa búsqueda de Su venida que nos alza fuera de nosotros mismos a una mayor bendición que ha de traer a millares. Nos anima a más altos y nobles esfuerzos a trabajar para apresurar la gloria venidera y la preparación del mundo para encontrarse con Él. Sólo Dios puede dar esta nueva y celestial esperanza, que es tan divina como es alta e inspiradora.
XXXI. NUESTRA VIDA
Nuestra vida no debe ser considerada una posesión egoísta sino un fondo sagrado. “Ni estimo preciosa mi vida para mí mismo” (Hch. 20:24a) es el espíritu de consagración; “con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús” (Hch. 20:24b). Ese es el significado de la vida y el único objetivo por el que debe ser preciada. Así encontramos que el mismo apóstol dice: “Y confiado en esto, sé que quedaré, que aún permaneceré con todos vosotros, para vuestro provecho y gozo de la fe” (Fil. 1:25). La vida libre de egoísmo es una vida segura, y es inmortal hasta que cumpla su gran propósito.
A.B. Simpson (la conclusión vendrá, d.v., en el próximo número)
Al leer el Nuevo Testamento, no podemos por menos que notar la gran parte que la iglesia ocupaba en las vidas de los primeros creyentes. Una vez que había nacido la iglesia (Hechos 2), entonces la mayor parte del Nuevo Testamento fue dirigida a las iglesias locales o tenía que ver con ellas. Se daba por sentado que cada creyente tomaría su lugar como parte vital de una iglesia local. ¿Cómo describimos la relación de los creyentes a la iglesia local? A veces usan de la palabra: “miembros”. Pero esto es engañoso, porque trae a la mente la idea de ser parte de una organización o asociación. El Nuevo Testamento nunca habla de ser miembro de una iglesia. Sí, emplea la palabra “miembro” (1 Co. 12:12-27), pero en el sentido de miembros vivos del cuerpo humano (como manos o pies), no como miembros casuales de un club. En lugar de miembro, la Biblia presenta la comunión como uno de cuatro aspectos esenciales de la vida de la iglesia (Hechos 2:42). La comunión habla de compañerismo, de estar unidos, juntos (2 Co. 6:14). Nos dice que nuestro lazo no es incidental ni trivial, sino fundamental y crucial. Pero esto nos conduce a otro punto de confusión, porque al hablar de comunión en una iglesia, lo que muchas veces viene a la mente es la recepción a la comunión—el proceso por el cual los creyentes nuevos (y los que vienen de otros lugares) son oficialmente reconocidos como parte de una asamblea. Sin embargo, cuando la Biblia habla de comunión en la asamblea, normalmente habla de algo bastante distinto. Dejando a un lado de momento la cuestión de la recepción oficial, preguntemos: ¿Participo en la comunión de la asamblea, de la cual habla la Biblia? ¿Estoy en comunión en sentido práctico? – porque este ciertamente es el sentido en que la palabra se usa típicamente en el Nuevo Testamento. No es una pregunta insignificante, porque hay muchos creyentes que están oficialmente “en comunión” pero quienes—en todos los términos prácticos—hace décadas que están fuera de comunión con sus hermanos y hermanas en Cristo. Ciertamente el Señor no está engañado. Él no les considera “en comunión” simplemente porque sus nombres han sido anunciados en una reunión ni porque estén en alguna lista. Ser recibido a la comunión de la asamblea es mucho más que un mero “permiso para tomar los símbolos en la Cena del Señor”. La participación en la Cena del Señor no es un fin en sí, sino la expresión de nuestra comunión con el Señor y con los Suyos. Nuestra responsabilidad de estar en comunión en la asamblea local no termina cuando somos recibidos oficialmente. Al contrario, tiene que ver con nuestra forma cotidiana de vivir. La comunión no es un evento puntual en nuestra historia, sino algo al cual debemos dedicarnos continuamente, como dice: “perseveraban” (Hechos 2:42). Como tal, permíteme mencionar dos factores que pueden preveniros de realmente estar en comunión práctica en una asamblea. Nuestra actitud puede privarnos de comunión. Si considero a la asamblea como “yo” y “ellos”, o guardo amargura hacia otros hermanos, o tengo un espíritu criticón, o si meramente tolero la asamblea, considerando que ella simplemente es la mejor o la más conveniente de varias opciones, entonces no estoy realmente en comunión. ¿Amo a la asamblea, aunque está compuesta de pecadores (¡como yo!)? Nuestro comportamiento puede privarnos de la comunión. Si no me comprometo respecto a las reuniones, si no me animo a servir si no tengo interés en los demás creyentes durante la semana y vivo feliz sin ellos, entonces no estoy realmente en comunión. ¿Realmente les amo y deseo su compañía, oro por ellos, paso tiempo con ellos, o sólo quiero verles presentes en a las reuniones? ¿Me dedico con amor a la asamblea, tanto en las reuniones así como fuera de ellas? Siempre hay una tendencia de reducir a lo “oficial”, lo “debido” (por ejemplo: la asistencia) y así ahogar la vida cristiana. Una manera de hacer esto es pensar en ser miembros de una asamblea en lugar de pensar en tener comunión en ella. Otra es pensar en la comunión como un evento puntual en lugar de la ocupación diaria de todo creyente. Que cada uno de nosotros evalúe su actitud y comportamiento, y entonces, preguntése: “¿Estoy realmente en comunión?”
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¿ESTOY REALMENTE EN COMUNIÓN?
¿ESTOY REALMENTE EN COMUNIÓN?
Al leer el Nuevo Testamento, no podemos por menos que notar la gran parte que la iglesia ocupaba en las vidas de los primeros creyentes. Una vez que había nacido la iglesia (Hechos 2), entonces la mayor parte del Nuevo Testamento fue dirigida a las iglesias locales o tenía que ver con ellas. Se daba por sentado que cada creyente tomaría su lugar como parte vital de una iglesia local. ¿Cómo describimos la relación de los creyentes a la iglesia local? A veces usan de la palabra: “miembros”. Pero esto es engañoso, porque trae a la mente la idea de ser parte de una organización o asociación. El Nuevo Testamento nunca habla de ser miembro de una iglesia. Sí, emplea la palabra “miembro” (1 Co. 12:12-27), pero en el sentido de miembros vivos del cuerpo humano (como manos o pies), no como miembros casuales de un club. En lugar de miembro, la Biblia presenta la comunión como uno de cuatro aspectos esenciales de la vida de la iglesia (Hechos 2:42). La comunión habla de compañerismo, de estar unidos, juntos (2 Co. 6:14). Nos dice que nuestro lazo no es incidental ni trivial, sino fundamental y crucial. Pero esto nos conduce a otro punto de confusión, porque al hablar de comunión en una iglesia, lo que muchas veces viene a la mente es la recepción a la comunión—el proceso por el cual los creyentes nuevos (y los que vienen de otros lugares) son oficialmente reconocidos como parte de una asamblea. Sin embargo, cuando la Biblia habla de comunión en la asamblea, normalmente habla de algo bastante distinto. Dejando a un lado de momento la cuestión de la recepción oficial, preguntemos: ¿Participo en la comunión de la asamblea, de la cual habla la Biblia? ¿Estoy en comunión en sentido práctico? – porque este ciertamente es el sentido en que la palabra se usa típicamente en el Nuevo Testamento. No es una pregunta insignificante, porque hay muchos creyentes que están oficialmente “en comunión” pero quienes—en todos los términos prácticos—hace décadas que están fuera de comunión con sus hermanos y hermanas en Cristo. Ciertamente el Señor no está engañado. Él no les considera “en comunión” simplemente porque sus nombres han sido anunciados en una reunión ni porque estén en alguna lista. Ser recibido a la comunión de la asamblea es mucho más que un mero “permiso para tomar los símbolos en la Cena del Señor”. La participación en la Cena del Señor no es un fin en sí, sino la expresión de nuestra comunión con el Señor y con los Suyos. Nuestra responsabilidad de estar en comunión en la asamblea local no termina cuando somos recibidos oficialmente. Al contrario, tiene que ver con nuestra forma cotidiana de vivir. La comunión no es un evento puntual en nuestra historia, sino algo al cual debemos dedicarnos continuamente, como dice: “perseveraban” (Hechos 2:42). Como tal, permíteme mencionar dos factores que pueden preveniros de realmente estar en comunión práctica en una asamblea. Nuestra actitud puede privarnos de comunión. Si considero a la asamblea como “yo” y “ellos”, o guardo amargura hacia otros hermanos, o tengo un espíritu criticón, o si meramente tolero la asamblea, considerando que ella simplemente es la mejor o la más conveniente de varias opciones, entonces no estoy realmente en comunión. ¿Amo a la asamblea, aunque está compuesta de pecadores (¡como yo!)? Nuestro comportamiento puede privarnos de la comunión. Si no me comprometo respecto a las reuniones, si no me animo a servir si no tengo interés en los demás creyentes durante la semana y vivo feliz sin ellos, entonces no estoy realmente en comunión. ¿Realmente les amo y deseo su compañía, oro por ellos, paso tiempo con ellos, o sólo quiero verles presentes en a las reuniones? ¿Me dedico con amor a la asamblea, tanto en las reuniones así como fuera de ellas? Siempre hay una tendencia de reducir a lo “oficial”, lo “debido” (por ejemplo: la asistencia) y así ahogar la vida cristiana. Una manera de hacer esto es pensar en ser miembros de una asamblea en lugar de pensar en tener comunión en ella. Otra es pensar en la comunión como un evento puntual en lugar de la ocupación diaria de todo creyente. Que cada uno de nosotros evalúe su actitud y comportamiento, y entonces, preguntése: “¿Estoy realmente en comunión?”
James Martin, traducción adaptada de su artículo en la revista Uplook, abril, 2008
Sr. Alonso: “¿Podría ser feliz en el Cielo una persona que tuviese un familiar en el Infierno...?”
Ésta es una pregunta que muchos se hacen y que la Biblia contesta, por ejemplo en Isaías 65:17, “Porque he aquí que YO crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento”. Y añade Dios que borrará todo recuerdo del pasado, y además: “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apocalipsis 21:4).
En el libro de Job, se nos aclara aun más el asunto: “La sequía y el calor arrebatan las aguas de la nieve; así también el Seol a los pecadores...nunca más habrá de ellos memoria” (Job 24:19-20). Se estremece uno al pensar en esto, pues el estado miserable del “perdido” le permitirá conocer que está olvidado de Dios y de sus seres queridos y amigos rescatados en el cielo. En los nuevos cielos y en la nueva tierra, no habrá ningún recuerdo de los pecadores. Serán absolutamente olvidados para siempre...(!!!).
¡¡¡Cuán diferente será con el Pueblo de Dios!!!
“En memoria eterna será el justo”, nos dice el Salmo 112:6, en contraposición con el impío, que eternamente será olvidado. Esto es, que el aguijón de la muerte –el pecado– produce una vida arruinada, devastada, un alma perdida, tras el Muro de la Eternidad, ¡envuelto en tinieblas eternas!
Algunos preguntan: ¿Cómo un Dios de Amor puede obrar así con los pecadores que rechazaron el Evangelio? Y la respuesta es, que Dios ama la Justicia, mucho más que al pecador. Dios es justo, ama la justicia, y los rectos contemplarán Su rostro; pero odia al malo, que hace violencia...“sobre los malos hará llover calamidades; fuego, azufre y viento abrasador serán la porción del cáliz de ellos. Porque el Señor es Justo, y ama la justicia; el hombre recto mirará su rostro” (Salmo 11).
Entonces, ¿qué hay del Gran Amor de Dios? El Amor de Dios es SANTO y la Salvación que ofrece es pasar de una vida de pecado a una Vida Santa, porque el pecado es incompatible con la Naturaleza Divina. ¡Dios ODIA el pecado!
Hubo un tiempo en que Dios amó a Lucifer, pero ya no le ama, ni tampoco a los ángeles caídos, convertidos en diablos irreversibles. No hay nada en ellos que pueda responder al amor de Dios. Un día el Eterno detendrá Su amor hacia los que le rechazan, pero se deciden por Satanás, con quien compartirán el Infierno Eterno (Mateo 25:41).
La Buena Nueva es que Dios quiere que TODOS sean salvos; Jesucristo ha derramado Su Sangre, para salvar a los pecadores que se arrepientan, y ha RESUCITADO para “certificarlo”; pues no rechazará jamás a los que vengan a Él, creyendo que es su Único y Suficiente Salvador. ¿LO ES TUYO...? Hoy es Día de Salvación, no lo demores.
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¿¿¿Cielo o Infierno...???
¿¿¿Cielo o Infierno...???
Sr. Alonso: “¿Podría ser feliz en el Cielo una persona que tuviese un familiar en el Infierno...?”
Ésta es una pregunta que muchos se hacen y que la Biblia contesta, por ejemplo en Isaías 65:17, “Porque he aquí que YO crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento”. Y añade Dios que borrará todo recuerdo del pasado, y además: “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apocalipsis 21:4).
En el libro de Job, se nos aclara aun más el asunto: “La sequía y el calor arrebatan las aguas de la nieve; así también el Seol a los pecadores...nunca más habrá de ellos memoria” (Job 24:19-20). Se estremece uno al pensar en esto, pues el estado miserable del “perdido” le permitirá conocer que está olvidado de Dios y de sus seres queridos y amigos rescatados en el cielo. En los nuevos cielos y en la nueva tierra, no habrá ningún recuerdo de los pecadores. Serán absolutamente olvidados para siempre...(!!!).
¡¡¡Cuán diferente será con el Pueblo de Dios!!!
“En memoria eterna será el justo”, nos dice el Salmo 112:6, en contraposición con el impío, que eternamente será olvidado. Esto es, que el aguijón de la muerte –el pecado– produce una vida arruinada, devastada, un alma perdida, tras el Muro de la Eternidad, ¡envuelto en tinieblas eternas!
Algunos preguntan: ¿Cómo un Dios de Amor puede obrar así con los pecadores que rechazaron el Evangelio? Y la respuesta es, que Dios ama la Justicia, mucho más que al pecador. Dios es justo, ama la justicia, y los rectos contemplarán Su rostro; pero odia al malo, que hace violencia...“sobre los malos hará llover calamidades; fuego, azufre y viento abrasador serán la porción del cáliz de ellos. Porque el Señor es Justo, y ama la justicia; el hombre recto mirará su rostro” (Salmo 11).
Entonces, ¿qué hay del Gran Amor de Dios? El Amor de Dios es SANTO y la Salvación que ofrece es pasar de una vida de pecado a una Vida Santa, porque el pecado es incompatible con la Naturaleza Divina. ¡Dios ODIA el pecado!
Hubo un tiempo en que Dios amó a Lucifer, pero ya no le ama, ni tampoco a los ángeles caídos, convertidos en diablos irreversibles. No hay nada en ellos que pueda responder al amor de Dios. Un día el Eterno detendrá Su amor hacia los que le rechazan, pero se deciden por Satanás, con quien compartirán el Infierno Eterno (Mateo 25:41).
La Buena Nueva es que Dios quiere que TODOS sean salvos; Jesucristo ha derramado Su Sangre, para salvar a los pecadores que se arrepientan, y ha RESUCITADO para “certificarlo”; pues no rechazará jamás a los que vengan a Él, creyendo que es su Único y Suficiente Salvador. ¿LO ES TUYO...? Hoy es Día de Salvación, no lo demores.
Benedicto L. Alonso, Apartado 2389, 46080 Valencia, España
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