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viernes, 31 de mayo de 2024

EN ESTO PENSAD junio 2024

 

Cristo: El Gran “Yo Soy”

David Gilliland

Textos:  Éx. 3.13-14; Jn. 18.1-6
Los lectores de las obras de William Shakespeare conocen la pregunta de Juliet: “¿Qué hay en un nombre?” Para muchos hoy, los nombres y apellidos carecen de significado, y simplemente son tradiciones familiares. Pero generalmente, en tiempos bíblicos los nombres tenían un significado especial. Esto es especialmente así con los nombres de Dios. Para comunicar Sus características a Sus criaturas, Dios seleccionó nombres que revelan quién y cómo es Él. Uno de los más expresivos era el título que en nuestra Biblia es “Jehová”, que fue revelado a Moisés en el monte. Para el judío éste vino a ser el más sagrado nombre de la deidad, inescrutable, santo e incomprensible. Es el Tetragrámaton  impronunciable.
    El significado de este gran título se ha hecho más comprensible por la encarnación del Señor Jesús. Estuvo en el mundo uno cuyo nombre humano: Jesús, incluía el eterno Jehová. Frecuentemente, y sobre todo en el Evangelio según Juan, el significado de este título se aclara cuando el eterno “Yo soy” es revelado como el Verbo de Dios encarnado.
    A veces el Salvador reclama el título y lo utiliza sin calificativos. Cuando quiso impresionar a Sus oyentes con Su eternidad, declaró: “Antes que Abraham fuese, yo soy (Jn. 8.58). En otras palabras: “Sí, Abraham fue, pero yo soy”. Junto al pozo declaró a la mujer: Yo soy, el que habla contigo” (Jn. 4.26). Advirtió a los que dudaban de Su deidad: “… si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis” (Jn. 8.24).
    En siete ocasiones en este mismo Evangelio, acompaña la afirmación: “Yo soy” con una metáfora que enseña más acerca del Cristo inmutable. Estas declaraciones nos presentan un retrato comprensivo de la suficiencia del Salvador ante cualquier necesidad. A los espiritualmente hambrientos, dice: “Yo soy el pan de vida” (Jn. 6.35). A la oveja indefensa dice: “Yo soy la puerta” (Jn. 10.9), y “Yo soy el buen pastor” (Jn. 10.11). Consuela a los afligidos, diciendo: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn. 11.25). A los que están perdidos dice: “Yo soy la luz del mundo” (Jn. 8.12) y “Yo soy el camino” (Jn. 14.6). A los infructíferos declara: “Yo soy la vid verdadera” (Jn. 15.1).
    Comencemos nuestro día con la certeza de Su deidad, eternidad y suficiencia ante toda y cualquiera necesidad humana.

David Gilliland, Lurgan, Irlanda del Norte
lectura del 17 de febrero, Day by Day, Christ Foreshadowed (“De Día en Día, Cristo Revelado”), Precious Seed Publications

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 La Iglesia Local Profetizada
Camilo Vásquez Vivanco

“No será quitado el cetro de Judá, ni el legislador de entre sus pies, hasta que venga Siloh; y a él se congregarán los pueblos”. Génesis 49.10

El lugar de Siloh
Dios, conociendo las inclinaciones de los seres humanos hacia el mal,  estableció principios desde el Antiguo Testamento, a fin de redimir al pecador y atraerlo hacia Su Persona. No solo era necesaria la salvación, sino también la comunión entre un Dios Santo y Sus redimidos. Para esto el anciano Jacob profetizó dónde y en qué nombre sus descendientes deberían buscar a Dios. Su profecía indicaba que el cetro de Judá, es decir el pueblo que saldría de sus lomos, llamado Israel, perdería su dominio como nación cabeza y su legislador o gobierno sobre la tierra, sería quitado cuando viniera “SILOH”, y que a ÉL se congregarían las naciones. ¿No le parece sugerente lo dicho por el Señor Jesús respecto a esta verdad?


¿Quién Es Siloh?

    Es un lugar, y es una persona. Es un lugar donde Dios colocaría Su Nombre, y es una persona en cuyo nombre las naciones se congregarían. No cabe duda que la persona es CRISTO, y que el lugar es aquel donde Él ha puesto Su Nombre, en la actualidad LA IGLESIA LOCAL. Estos dos principios son suficientes para decirnos donde está hoy Dios como persona junto a Su pueblo. ¿Dónde ha prometido estar Él en persona? ¿Cuál es el lugar de Su Nombre? “Si tú no lo sabes, oh hermosa entre las mujeres, Ve, sigue las huellas del rebaño…” (Cant. 1.8)
 
Revisemos Cómo Silo Fue el Lugar para Su Tabernáculo

    Silo estaba en la tierra prometida en Canaán donde los israelitas llegaron tras el cruzar el río Jordán: “Toda la congregación de los hijos de Israel se reunió en Silo, y erigieron allí el tabernáculo de reunión, después que la tierra les fue sometida” (Jos. 18.1). Era allí en Silo donde moraba Dios en el tabernáculo de reunión: “... y mandó Josué a los que iban para delinear la tierra, diciéndoles: Id, recorred la tierra y delineadla, y volved a mí, para que yo os eche suertes aquí delante de Jehová en Silo” (Jos. 18.8).
    Ese lugar y el tabernáculo eran el diseño de Dios para colocar Su Nombre entre Su pueblo y para habitar en medio de ellos. Dios buscaba que se cumpliera lo que solo en Apocalipsis se consigue finalmente: “Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios” (Ap. 21.3). Este es Su deseo morar con nosotros y para esto nos ha dado instrucciones a fin de garantizar que Él esté entre nosotros. ¿Puede quedar esto a nuestro criterio? Se ve que Dios traza principios que apuntan a establecer cómo sería ese lugar donde Él estaría en la persona del Hijo y donde colocaría Su Nombre.
    Dios había dado a Moisés expresas instrucciones de cómo hacer Su habitación: Conforme a todo lo que yo te muestre, el diseño del tabernáculo, y el diseño de todos sus utensilios, así lo haréis” (Éx. 25.9). Tomó a Moisés cerca de 74 días construir el tabernáculo, la morada de Dios, para levantarlo en el segundo año de su salida de Egipto (Éx. 40.17). Y es Él mismo quién aprobó la construcción del tabernáculo de reunión colocando Su gloria en una muestra de Su absoluta satisfacción por lo hecho en perfecta obediencia: “Y Moisés hizo conforme a todo lo que Jehová le mandó; así lo hizo” (Éx. 40.16). Todo fue hecho conforme al modelo que Dios le mostro, nada quedó en la improvisación, sino todo era según la voluntad de Dios. Entonces y solo entonces Dios lo aprobó con Su gloria. “Entonces una nube cubrió el tabernáculo de reunión, y la gloria de Jehová llenó el tabernáculo. Y no podía Moisés entrar en el tabernáculo de reunión, porque la nube estaba sobre él, y la gloria de Jehová lo llenaba” (Éx. 40.34-35).

¿Tanto Detalle y Hermosura solo se Refería a un Diseño para Israel?

    El Espíritu nos dice claramente que el tabernáculo fue “figura y sombra de las cosas celestiales” (He. 8.5) de manera que todo lo que había en ese tabernáculo apuntaba al verdadero tabernáculo celestial “aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre” (He. 8.2). ¿Qué tabernáculo es ese? Algunos piensan que el Espíritu aquí está hablando del cuerpo del Señor Jesús como tabernáculo, sin embargo, el contexto y la revelación del Nuevo Testamento apunta hacia una morada y esta se da a entender en la Escritura en tres sentidos. Primero al creyente como templo del Espíritu y lugar de adoración (Jn. 4.21-24; 1 Co. 6.19; 2 Co. 5.1), segundo la iglesia como morada de Dios (1 Co. 3.16-17) y tercero a la ciudad celestial cual tabernáculo final de la habitación de Dios (Ap. 21.3). El libro de Hebreos parece referirse a la ciudad celestial como la morada final y verdadera (He. 11.16; 12.22), la cual fue a preparar el Señor (Jn. 14.2). Es cierto que el tabernáculo y sus muebles son también figuras de la persona de Cristo, pero siempre en vista de preparar un santuario donde Él moraría junto a Su pueblo. Ese santuario hoy en la tierra es Su iglesia local y para ella existe un orden basado en la antigua morada que Israel no supo apreciar. El sacerdocio, el incienso, los sacrificios aromáticos, las vestiduras santas, la expiación anual, y todo lo demás apuntaban a una santidad que no existía pero que hoy Cristo ha conseguido para Su pueblo. No somos llamados a practicar el judaísmo ni a realizar holocaustos, ni a guardar los sábados, ni los días de luna, pero sí somos llamados a congregarnos alrededor del sumo sacerdote que traspasó los cielos y eso requiere un orden revelado en el misterio de Cristo por el apóstol Pablo. Ese orden se llama “EN IGLESIA” y los ángeles vienen a contemplarlo como antes lo hacían sobre el propiciatorio (1 Co. 11.10 y 18 “como iglesia” = “EN IGLESIA”). Recomiendo que lea el artículo publicado como “LA IGLESIA FORMAL”.

continuará, d.v. en el siguiente número

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  Cristo En La Creación


Texto: Génesis 1.1-2.3
La Biblia comienza con esta declaración majestuosa: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”, y dirige nuestra atención a la fuente de toda vida y todo ser creado, esto es: Dios. De esta manera, en la primera línea de las Escrituras, se nos presenta la Persona principal del universo y de la Biblia: Dios. Su nombre aparece 32 veces en el primer capítulo, y en todos menos cinco de los primeros 31 versos. El primer verso declara que Él creó “los cielos y la tierra”. Manifiesta una verdad que hoy está bajo fuerte ataque: que nada existe debido al alzar, sino que Dios creó todo.
    El escritor de Génesis no intenta demostrar la existencia de Dios, sino la da por sentado. Los primeros dos capítulos de las Sagradas Escrituras enfatizan Su obra creadora. Luego, hallamos que textos en el Nuevo Testamento declaran que Cristo es el Creador. “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Jn. 1.3). En Colosenses 1.16 leemos: “Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él”. De modo que, el Nuevo Testamento explícitamente conecta la obra de la creación al Señor Jesucristo. Pero, ¿hay alguna indicación de eso en el Antiguo Testamento? La respuesta es afirmativa, pues se aplica el refrán: “El nuevo está ocultado en el antiguo, y el antiguóoestá revelado en el nuevo”.
    La primera mención de “Dios” es significativa. El nombre es la palabra plural: “Elohim”, sin embargo, el verbo creó es singular. En esto hay una fuerte sugerencia de la Trinidad actuando en unidad. Los tres miembros de la Deidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, operaban en la creación. Así que, en el primer verso de la Biblia está presente el Señor Jesús. Esto es desarrollado más en el verso 26 del capítulo 1, donde leemos: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”. No es que Dios consultara a las huestes angelicales, sino que se refirió a sí mismo en plural. Es otra fuerte indicación de la Trinidad, y que el Señor Jesús actuaba en el proceso de la creación que produjo la humanidad.
    Por lo tanto, nuestro Salvador es eterno, como el segundo miembro de la Trinidad, y Él creó este gran universo. Nuestro es el sublime privilegio de conocer a Dios, servirle y adorarle.

Paul Young, Gales, Reino Unido,  lectura del 1 de enero, Day by Day,
Christ Foreshadowed (“De Día en Día, Cristo Revelado”), Precious Seed Publications

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Los Efectos Perjudiciales del Pecado 

Vistos en 1 Juan


1. Pérdida de Comunión        1 Jn. 1.3, 6-7
    con Dios y con los hermanos
2. Pérdida de Gozo            1 Jn. 1.4

3. Pérdida de Luz            1 Jn. 1.6

4. Pérdida de Amor            1 Jn. 2.5, 15-17
    y el brote de otros amores
5. Pérdida de Paz            1 Jn. 3.4-10
6. Pérdida de Confianza en Oración    1 Jn. 3.19-22
7. Pérdida de Confianza en Su Venida 1 Jn. 2.28; 4.17

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Hallado Inocente

Texto: Daniel 6

    De todas las vidas de hombres que la Biblia presenta, Daniel era uno de los hombres más limpios de carácter y conducta. En su relación con Dios y los hombres, es descrito como “fiel”, y cuando sus rivales y adversarios buscaban ocasión para acusarlo, no hallaron ningún error o falta en la ejecución de su oficio como primer ministro. El testimonio de Daniel era: “ante él [Dios] fui hallado inocente” (v. 22). El profeta Ezequiel rindió homenaje al carácter justo de Daniel (Ez. 14.14, 20). Éste es el patrón y la meta para todos los siervos de Dios: integridad irreprochable y fidelidad firme en todas sus responsabilidades y relaciones. ¡Nuestro carácter debe corresponder a nuestro credo!
    La palabra que describe a Daniel también fue empleada para describir a otra persona. “Yo no hallo en él ningún delito” (Jn. 18.38) fue el veredicto de Pilato sobre Cristo. Aunque hombre, Él nunca pecó en pensamiento, palabra o hecho, ¡pues le era imposible pecar! No solo Pilato sino también otros inconversos lo llamaron “justo” (Mt. 27.19), “inocente” (Mt. 27.4), “ningún mal hizo” (Lc. 23.41), “era justo” (Lc. 23.47). Sus seguidores le declararon “sin mancha y sin contaminación” (1 P. 1.19). “El cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca” (1 P. 2.22). “No hay pecado en él” (1 Jn. 3.5). “No conoció pecado” (2 Co. 5.21); “sin pecado” (He. 4.15); “se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios” (He. 9.14). Él mismo profesó la perfección: “yo hago siempre lo que le agrada” (Jn. 8.29), y retó a Sus enemigos: “¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?” (Jn. 8.46). Durante Su vida terrenal, dos veces el Padre habló del cielo con una voz oída en la tierra, y testificó que Su Hijo siempre le complacía: en Su bautismo (Lc. 3.22) y en Su transfiguración (Mt. 17.5).
    Nunca tenía remordimientos de conciencia. Nunca se ruborizó con vergüenza. Nunca tuvo que lamentar ni retractar nada que había dicho, ni nunca tuvo que disculparse o pedir perdón. No solo era el mejor de los hombres, sino también el único hombre infalible, impecable; el único sustituto adecuado para nosotros los pecadores.


    “Se dio a sí mismo en amor, por hombres pecadores Él vino
    El pecado no le manchó, mas con nuestros pecados cargó”.
                                                            
–  Christopher Porteous
    

Alan Linton, Bristol, Reino Unido
lectura del 26 de noviembre, Day by Day, Christ Foreshadowed (“De Día en Día, Cristo Revelado”), Precious Seed Publications

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 EJERCÍTATE 
parte 3

viene del nº de abril

    Aunque Timoteo no era un apóstol, y además no tenía la edad de Pablo, podía seguir su ejemplo. Tenía la misma doctrina, conducta, propósito, fe, longanimidad, y paciencia. Además, en las pruebas, o cuando sufría por causa de su fe o piedad, reaccionaba como Pablo a las persecuciones y padecimientos. Se ejercitó para la piedad. No se echó atrás, aunque fuera encarcelado por su fe (He. 13.23).
    Si dejamos de congregarnos, como algunos hacen (He. 10.25), no vamos a crecer debidamente ni tener la fuerza y la salud necesarias para glorificar a Dios. Desde Hechos 2.41-42 en adelante, vemos que los creyentes “perseveraban” en la asamblea del Señor. Hoy unos no se congregan, pues no consideran importante la iglesia, y otros se congregan en lugares que no se conforman a las Escrituras. Eso deshonra al Señor, e impide que ellos crezcan en piedad, porque no hay obediencia a la Palabra de Dios. Si queremos crecer en la piedad, debemos congregarnos como el Señor dice, entre los que no toman otro nombre, y cuyas reuniones se conforman a Su Palabra. La iglesia que agrada al Señor anda en la verdad, “conforme al mandamiento que recibimos del Padre” (2 Jn. 4).
    Resumiendo, la salvación depende totalmente de Dios, pero nuestro crecimiento no es automático, ni es un don espiritual. Nuestra fortaleza viene de Él. Pero la piedad viene cuando cooperamos con Dios, y aprovechamos los medios que nos da para la piedad. Entonces, cada uno debe preguntarse: ¿Qué ejercicios hago o debo hacer para crecer en la piedad? Por ejemplo:

¿Leo cada día la Palabra de Dios? (Hch. 17.11; 1 P. 2.2)
¿Oro cada día, e intercedo por otros? (Ef. 6.18; Col. 4.2)
¿Adoro al Señor, y crezco en la adoración? (Jn. 4.23-24, Ro. 5.11; 1 Ti. 1.17)
¿Dedico tiempo al estudio personal de la Biblia? (Esd. 7.10; 2 Ti. 2.15; 3.15-17)
¿Me disciplino y organizo mi vida para aprovechar bien el tiempo? (1 Co. 9.27; Ef. 5.16)
¿Tengo metas para testificar del Señor y el evangelio? (Hch. 1.8; Ro. 15.19-20; 1 Ts. 1.8)
¿Controlo, refreno mi lengua? (Sal. 141.3-4; Pr. 18.21; 21.23; Ef. 4.29; Stg. 1.26; 3.1-2). ¿La uso para adorar a Dios? (Sal. 45.1).
¿Asisto a todas las reuniones de la iglesia, y saco provecho de ellas? (Hch. 2.42; 20.7; He. 10.25)
¿Me esfuerzo para leer buenos libros cristianos, y aplico lo que aprendo? ¿Paso más tiempo leyendo que en el teléfono o en internét? (1 Ti. 4.13; 2 Ti. 4.13)
¿Sirvo a otros creyentes, o me he acostumbrado a ser atendido y servido? (Mr. 10.45; 1 Co. 16.15)
¿Confieso el pecado y me mantengo en la luz de la comunión con el Señor, y con los hermanos? (Stg. 5.16; 1 Jn. 1.9)
¿Me esfuerzo para purificarme? ¿Hay algo que debo eliminar de mi vida? (He. 12.1; 1 Jn. 3.3)
¿De qué manera me ejercito para crecer en mi carácter y conducta? (2 P. 1.5-7)

Estos solamente son unos ejemplos, para invitarnos y estimularnos a pensar más en ejercitarnos para la piedad. La Palabra de Dios está llena de instrucciones acerca de cómo ejercitarnos y crecer en la piedad. Si tenemos ojos para ver, hay algo en cada página de las Escrituras que nos ayudará. Recordamos la condición de la bienaventuranza: “Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis” (Jn. 13.17). No seamos indolentes ni pasivos. “Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 P. 3.18).

Carlos

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Todavía No Nos Toca Reinar

“Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos” (Mt. 16.19). Algunos intentan usar este verso como prueba de que los creyentes pueden ocupar puestos de autoridad en el mundo. Pero observa bien: Pedro no recibió las llaves de la Iglesia, ni las del gobierno ni las de un sistema político, sino solo del reino de los cielos. Vemos qué sentido tiene esto, en el día de Pentecostés, cuando ofreció reconciliación a Israel. Cristo había llamado a Israel a arrepentirse ante el acercamiento del reino de los cielos (Mt. 3.2; 4.17). El reino fue predicado antes del comienzo de la iglesia, y será predicado después del arrebatamiento.
    Pero en nuestros tiempos, es vano todo intento de conseguir poder temporal. Los que reinarían en esta vida deben hacerlo sin los apóstoles (1 Co. 4.8), pues no pueden contar con su aprobación ni su apoyo.
    2 Timoteo 2.12 enseña que, “si sufrimos, también reinaremos con él”. Pero habla del futuro, cuando Cristo reinará sobre el mundo. En Apocalipsis 20.4 Juan vio ese día todavía futuro: “reinaron con Cristo mil años”. Al vencedor Cristo dará “autoridad sobre las naciones” (Ap. 2.26), y concederá “que se siente conmigo en mi trono” (Ap. 3.21). En el cielo cantan al Cordero de Dios y anticipan ese día: “reinaremos sobre la tierra” (Ap. 5.10), pero eso no habla de hoy, sino del futuro. Ahora estamos sujetos a las autoridades (Ro. 13.1; 1 P. 2.13-14). No somos los gobernadores, sino los gobernados, pero luego reinaremos con Cristo. El creyente no debe meterse en la política ni presentarse como candidato para una elección. De todos modos, si somos fieles al Señor, ¡nadie nos votará! Cristo advierte: “Seréis aborrecidos... por causa de mi nombre” (Mt. 10.22; 24.9; Mr. 13.13; Lc. 21.17), y se aplica en todo este tiempo presente, no solo en la Tribulación. Considera los siguientes textos.
    “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece. Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra” (Jn. 15.18-20). El creyente debe tomar su lugar con Cristo, fuera del sistema del mundo en todos los sentidos – político, social, religioso – y llevar Su vituperio. El Señor nos eligió “del mundo”, y no somos del mundo. Esto debe apagar cualquier aspiración de poder.
    “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn 16.33). La relación entre el discípulo de Cristo y el mundo es adversarial, siendo el mundo el adversario. No debemos amar al mundo (1 Jn. 2.15) ni las cosas que están en el mundo, como por ejemplo las riquezas, el poder político, la fama y el prestigio.
    “Nosotros somos insensatos por amor de Cristo, mas vosotros prudentes en Cristo; nosotros débiles, mas vosotros fuertes; vosotros honorables, mas nosotros despreciados. Hasta esta hora padecemos hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados, y no tenemos morada fija. Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos. Nos difaman, y rogamos; hemos venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de todos. No escribo esto para avergonzaros, sino para amonestaros como a hijos míos amados. Porque aunque tengáis diez mil ayos en Cristo, no tendréis muchos padres; pues en Cristo Jesús yo os engendré por medio del evangelio. Por tanto, os ruego que me imitéis” (1 Co. 4.10-16). Nadie que desea imitar el ejemplo de Pablo se enredará en la política ni buscará poder en este mundo.
    “Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Ti. 3.12). Nuestro deseo debe ser: “vivir piadosamente en Cristo Jesús”, no conseguir puestos en el gobierno o la sociedad. En estos postreros tiempos, seamos fieles al Señor, como la iglesia en Filadelfia (Ap. 3.8).

Carlos

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La Autoridad del Señor en Cada Iglesia Local 


Cada asamblea es responsable directamente al Señor... La idea de ser responsable a un evangelista, misionero o maestro es ajena al Nuevo Testamento... En las esferas del mundo, la asamblea local no tiene autoridad (1 Co. 5.12-13). Pero congregada en el Nombre del Señor Jesucristo, tiene Su autoridad, y debe actuar de acuerdo a Su santo Nombre en toda disciplina o corrección. Ninguna asamblea tiene autoridad sobre el gobierno de otra asamblea.  Cada iglesia local es responsable a Aquel que anda solo en medio de las iglesias (Ap. 1.12-20 y cc. 2-3). El Señor que está en medio de las iglesias tiene la última palabra de autoridad sobre cada una de ellas.

extracto de un artículo por Dennis Williamson, en la revista Assembly Testimony, marzo/abril 2023.

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BOCA CERRADA


 


  
El dicho: “En boca cerrada no entran moscas”, señala que nuestra boca causa muchos problemas. A menudo hablamos primero y pensamos luego... “no hubiera dicho esto”. En realidad, el problema es mucho peor de lo que pensamos.
    ¿Nunca has visto a una persona falsamente acusada? Casi seguro que lo has experimentado, desde los dos lados. Cuanto más acusaciones le caen, más se molesta. En tal situación, la cosa que menos se ve es una boca cerrada.
    En lugar de guardar silencio, más bien contraataca, expresa ira o indignación, y suele salir de la boca un torrente de palabras (y no muy bonitas o agradables).
    Cuando nos acusan, la realidad es que nos defendemos, argumentamos y dejamos bien declarado... “No tengo la culpa”, u “Otros son peores que yo”.
    Qué contraste cuando leemos en la Palabra de Dios de alguien que, aunque era inocente, reaccionó de manera totalmente diferente cuando le acusaron.
    Ese suceso fue profetizado por Isaías: “Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca(Isaías 53.7).
    Fue tan impresionante que Pilato, el gobernador romano, fue impactado y quedó perplejo. “Pero Jesús no le respondió ni una palabra; de tal manera que el gobernador se maravillaba mucho” (Mateo 27.14).
    A los seres humanos nos es difícil mantener la boca cerrada cuando pensamos que somos inocentes. ¿Y qué si somos culpables?
    ¿Has visto a un culpable tratar de justificarse o defenderse? Quizás no, porque es raro que una persona, aunque culpable, se dé por vencida. A veces lanza su propio ataque, y acusa o insulta a su acusador. De una manera u otra, y con muchas palabras, el culpable trata de esquivar la culpa o cambiar el enfoque para salir del asunto. Vemos esa reacción a menudo en el hogar, en la escuela, en el trabajo, en las redes sociales, y aun en el juzgado.
    A nadie le gusta ser acusado de un mal hecho, ni mucho menos sufrir las consecuencias. En realidad, muchos han evitado el castigo por sus malas obras, con la elocuencia de su defensa, o debido a su apellido, popularidad, posición social, o dinero.
    ¿Será que funcionarían esas estrategias cuando te presentes delante de Dios y eres acusado de tus pecados? La Sagrada Escritura contesta: “Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios” (Romanos 3.19).
    Cuando el Señor habla, declara y con toda justicia juzga aun los secretos de los hombres, todo ser humano quedará con la boca cerrada. Ni una palabra podrá sacar en su propia defensa. Si piensas que podrás discutir con el Señor, medita en esto: “Y nadie le poría responder palabra; ni osó alguno desde aquel día preguntarle más” (Mateo 22.46).
    ¿Por qué? Porque el Señor Jesucristo tiene la razón, no se equivoca,  y Su juicio es justo e inapelable. ¿Qué realmente podría decir la persona que rechazó a Jesucristo?

“El cual no hizo pecado,
ni se halló engaño en su boca;
quien cuando le maldecían,
no respondía con maldición;
cuando padecía, no amenazaba,
sino encomendaba la causa al que juzga justamente;
quien llevó él mismo nuestros pecados
 en su cuerpo sobre el madero...
y por cuya herida fuisteis sanados”.

1 Pedro 2.22-24


Amigo, no eres inocente, pero Jesucristo sí. Nunca dijo nada indebido. Sin embargo, Él cargó tus pecados en Su cuerpo, sufrió y pagó por tus culpas. Si te arrepientes y confías en Él, tendrás un perdón completo y vida eterno, porque Él sufrió y murió por ti.