La Seguridad Del Creyente
En Romanos 8
William MacDonald
En los versículos 29 y 30, el apóstol delinea cinco pasos en el gran programa de Dios para nosotros, de la eternidad a la eternidad.
“Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó” (Ro. 8.29-30).
Él antes nos conoció. En la opinión del autor, esto significa más que saber de antemano, en la eternidad pasada, quiénes escogerían a Cristo como su Salvador.1 En otro pasaje leemos que Dios también conoció antes a Israel (Ro. 11.2). Esto parece significar que Él escogió la nación de Israel para ser Su pueblo terrenal.2 Ciertamente no significa que el pueblo de Israel le escogió a Él, pues su historia demuestra que no lo hizo. Todo fue por la gracia. Sin embargo, el preconocimiento de Dios no absuelve al hombre de su responsabilidad.3
Él nos predestinó. La meta divina era que todos los que Él conoció –los creyentes– llegasen a ser como Su Hijo, moral, espiritual y físicamente, en cuerpos glorificados.4 Todos los que creen en el Señor Jesús son hijos de Dios. Pero Él solo tiene a un Hijo único. Y el Padre ha determinado que el Señor Jesús ocupará el lugar de más alto honor (el primogénito) entre Sus otros hijos e hijas.
Él nos llamó. Su conocimiento de antemano y predestinación de los creyentes, estaban antes de la fundación del mundo. Su llamado tomó lugar en el tiempo. En un sentido real, Él llama a todo aquél que escucha la predicación del evangelio (Ap. 22.17). Pero aquí el apóstol está pensando en el llamado de aquellos que responden al evangelio y se convierten.
Él nos justificó. Cuando nos arrepentimos y creemos, Dios nos declara justos. Él nos absuelve de todo acusación en nuestra contra. Es más que ser declarado no culpable. Él realmente imputa, o pone la justicia a nuestra cuenta. Estamos delante de Él, vestidos de Su propia justicia.
No es un veredicto condicional que dependa de nuestro comportamiento. Es la declaración de una vez por todas que el pecador que cree ha sido totalmente absuelto. El sacrificio de Cristo expió todos sus pecados, desde su nacimiento hasta su muerte, de modo que Dios el Juez no halla un solo pecado por el cual castigarle con la muerte segunda.
Él nos glorificó. ¡Éste es el punto de énfasis en los cinco pasos del argumento! El Espíritu Santo se atreve a poner el verbo en el tiempo pasado—Él nos glorificó—aunque nuestras imperfecciones presentes nos recuerdan con viveza que todavía no hemos llegado al estado glorificado. El punto es que si una persona ha sido justificada, su glorificación está tan segura como si ya la tuviera.
Pero Pablo no ha terminado. El resto del capítulo hace hincapié en la posición inalterable de la persona que está en Cristo. Explora el universo en busca de cualquier cosa que podría separar al creyente del amor de Dios, pero no halla absolutamente nada.
“¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 8.31-39).
Ahora el apóstol presenta cinco argumentos para demostrar que nadie está más eternamente seguro que la persona que ha confiado en Cristo como su Salvador.
Dios es por nosotros. Puesto que Dios está en nuestro lado, nuestros adversarios son adversarios de Dios. Nada puede ser más inútil que luchar contra Dios. A largo plazo ningún ataque contra nosotros puede tener éxito.
Lo mayor incluye lo menor. Dios ya ha hecho el sacrificio más grande, cuando envió a Su Hijo a este mundo. Y Él ya ha dado la dádiva más grande, al entregar a Su Hijo por nosotros. Entonces, sigue que con Él también nos dará todas las cosas. Y “todas las cosas” incluyen el don de salvación perfecta, completa y eterna. Puesto que es un don gratuito, es incondicional, esto es, no tiene condiciones. Todo depende de la generosidad del Dador, no del mérito del receptor.
Nadie nos puede acusar. La idea es que nadie lo podrá hacer justamente o con éxito. El diablo nos acusa día y noche (Ap. 12.10). Pero ¿qué más da, ya que la justicia de Dios ha sido puesto a nuestra cuenta?
“Aunque el acusador ruja de males que he hecho,
Los conozco bien, y miles más, pero Dios no halla ninguno”.
Samuel W. Gandy
Nadie puede condenarnos. La razón es, que Cristo ha muerto para llevar nuestra condenación en la cruz. Él ha resucitado, y esto demuestra que Dios está plenamente satisfecho con Su obra terminada a favor nuestro. Él está a la diestra de Dios como nuestro Sumo Sacerdote y Abogado. Intercede por nosotros, asegurándonos de Su poder para guardarnos seguros.
No hay condenación para los que están en Cristo Jesús. Su deuda ha sido pagada, y Dios, siendo justo, no la requerirá dos veces.
“Tú mi libertad procuraste,
Y en mi lugar toda ira divina sufriste,
La paga dos veces Dios no demandará,
Primeramente a mano de mi Sustituto,
Y otra vez de mí”.
Augustus M. Toplady
“¡No hay condenación, ni infierno para mí!
¡El tormento y el fuego mis ojos jamás verán!
Para mí no hay sentencia, ni de muerte el aguijón,
Porque Cristo el Señor me salvó y bajo Sus alas me guardará”.
Paul Gerhardt
Nada nos puede separar. En una gran declaración profunda, Pablo busca en el tiempo y el espacio cualquier cosa que pueda separar al creyente del amor de Dios que es en Cristo Jesús. La búsqueda queda sin fruto.
Nota la expresión: “ni ninguna otra cosa creada”. Algunos argumentan que aunque nadie más puede separar al creyente de Dios, él puede separarse a sí mismo. Éste no es un modo digno de tratar las Escrituras. Seamos sensatos y reconozcamos que el creyente mismo está incluido en la frase: “ni ninguna otra cosa creada”. El Espíritu Santo insiste que nada ni nadie, incluso el creyente mismo, puede separarle del amor de Dios.
¿Qué más necesidad tenemos de argumentos? ¿Qué más necesidad de testigos? ¡Nos basta la Palabra de Dios!
Notas:
1 Pese a su opinión, hay gran diferencia entre preconocer y determinar. ed.
2 La elección de Israel no fue para salvación individual, sino para ocupar un lugar especial en el cumplimiento de los propósitos de Dios. Muchos de los elegidos en Israel no fueron israelitas verdaderos (Ro. 9.6), pues no gozaron de una relación viva con Dios. La elección de Israel se basó en el linaje físico: los hijos de Abraham, Isaac, Jacob y sus doce hijos.
En cambio, la elección del creyente se basa en el nuevo nacimiento. Tenemos vida eterna y no pereceremos jamás (Jn. 3.16). Pero nadie es escogido para ser salvo. Dios escoge salvar y perfeccionar a los que creen. Él sabe de antemano, pero no determina quiénes son. El determinismo es una filosofía, no una doctrina bíblica. ed.
3 Como en cualquier relación de amor humano (El amor inmutable de Dios es el tema concluyente de Romanos 8), si un hombre ama y escoge a una mujer para ser su esposa, ¿concluimos entonces que ella no tiene voz ni voto en el asunto? Al contrario, ella también tiene que escoger amarle, y el Nuevo Testamento está lleno de semejantes llamados a “venir”, “recibir”, “creer”, “confiar”, etc. ed.
4 Como hemos notado, la predestinación no tiene que ver tanto con dónde estarán los que reciben a Cristo (cielo o infierno), sino con qué serán por la gracia de Dios (ver también Jn. 1.11-12). Nadie es predistinado a ser salvo. ed.
capítulo 4 de Una Vez En Cristo, Para Siempre En Él, Libros Berea
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¿Cuán Importante Es El Señorío De Cristo?
¿Puede una persona recibir a Jesucristo como su Salvador, pero no como su Señor? Temprano en mi ministerio, tras escudriñar las Escrituras, llegué a la firme convicción de que el gobierno soberano de Cristo y Su gracia salvadora van juntos. “A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados” (Hch. 5.31). Notemos el orden. Su posición como Príncipe precede Su poder para perdonar.
Previamente yo me hubiera opuesto a semejante declaración. Pero la honestidad intelectual demandó que estudiara el tema. Así comenzó mi estudio del Nuevo Testamento para comprender bien esta verdad. Puesto a observar “qué dice la Escritura”, hallé que Jesucristo es mencionado 16 veces como Salvador, ¡pero es llamado Señor más de 470 veces! Relucen ciertos textos muy conocidos y usados, como por ejemplo, Hechos 16.31, “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo”. El señorío de Cristo no es algo opcional para considerar después de ser salvo. Al contrario, es parte del evangelio, de modo que está entretejido en la salvación, y además, es un propósito de Dios en ella.
Ciertas conclusiones son inevitables. La enseñanza popular del señorío opcional, no solo deshonra a Cristo, sino trastorna el evangelio, y es una doctrina nociva. En muchos casos produce “convertidos” que son paridos muertos, como abortivos. Son personas que luchan con una falsa noción de la salvación. Creen que van al cielo, pero nunca han reconocido a Cristo como Señor (Col. 2.6). De ahí viene su inhabilidad de vivir la vida cristiana. Pero los mismos que predican esa doctrina les aseguran que su problema es que son “cristianos carnales” que deben consagrarse más. Lo cierto es, que el que rechaza el señorío no va al cielo.
Elmer H. Murdoch, traducido del prefacio de The New Sovereignty (“La Nueva Soberanía”), por Reginald Wallis, Loizeaux Publishers, Neptune, NJ. EE.UU.
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Jesucristo Omnisciente:
Dios Manifiesto En Carne
R. E. Harlow
Nota del editor: Hay quienes enseñan que cuando el Hijo de Dios se encarnó, dejó en el cielo Sus atributos divinos y no los utilizó. Este error es contestado aquí por el hermano Harlow.
1. OMNISCIENCIA
Dios es omnisciente, esto es, todo lo sabe. Esta doctrina se basa indudablemente sobre las Escrituras, como podemos ver a continuación.
Los Pensamientos:
1. Dios sabía que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal. Génesis 6.5.
2. Sabía la integridad del corazón de Abimelec. Génesis 20.6.
3. Conocía los pensamientos del pueblo de Israel, lo que se proponían de antemano. Deuteronomio 31.21.
4. Sabía lo que había en el corazón de Eliab, porque Dios mira el corazón. 1 Samuel 16.7.
5. Escudriña los corazones de todos, y entiende todo intento de los pensamientos. 1 Crónicas 28.9.
6. Ve y sabe los secretos del corazón, Salmo 44.21.
7. Entiende desde lejos nuestros pensamientos. Salmo 139.2.
8. Entiende las cosas que surgen a nuestro espíritu, todas ellas. Ezequiel 11.5.
9. Conoce los corazones de todos los hombres. Lucas 16.15; Hechos 1.24; 15.8.
10. Conoce los pensamientos de los sabios. 1 Corintios 3.20.
11. Conoce a los que le aman de corazón. 1 Corintios 8.3.
El Futuro:
1. Dios anuncia cosas nuevas y las hace notorias antes de que acontezcan. Isaías 42.9.
2. Anuncia lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho. Isaías 46.10; 48.5
3. Conoce las oraciones de los creyentes antes de que ellos oren. Isaías 65.24.
4. Conocía a Su siervo escogido antes de que naciera. Jeremías 1.5.
5. Reveló a Nabucodonosor lo que sucederá en los postreros días. Daniel 2.28.
6. El Padre sabe el día y la hora del retorno de Cristo. Mateo 24.36.
7. Conoce Sus obras desde el principio del mundo. Hechos 15.18.
Todas Las Cosas:
1. Todas las cosas están desnudas y abiertas ante Él. Hebreos 4.13.
2. Dios sabe todas las cosas. 1 Juan 3.20.
JESUCRISTO
La mayoría de lo dicho en esas listas es igualmente verdad en cuanto a Dios el Hijo, y un lenguaje similar es empleado acerca de Jesucristo después de Su encarnación.
Los Pensamientos:
1. Jesucristo sabía los pensamientos de los escribas. Mateo 9.4; Marcos 2.8; los de los fariseos. Mateo 12.25 y los de ambos grupos. Lucas 5.22; 6.8.
2. Él percibió los pensamientos de los corazones—el orgullo de los discípulos. Lucas 9.47.
3. Conoció la integridad del corazón de Natanael. Juan 1.47.
4. Sabía el pasado de la vida de la mujer de Samaria. Juan 4.16-18.
5. Conocía la carencia del amor de Dios en los judíos de Jerusalén. Juan 5.42.
6. Conocía [y todavía conoce] a Sus ovejas. Juan 10.14, 27.
7. Es quien escudriña los corazones de los creyentes. Apocalipsis 2.23.
El Futuro:
1. Cristo dijo a Pedro, Jacobo, Juan y Andrés muchas cosas antes de que pasaran. Mateo 24.25.
2. Sabía que Judas le iba a traicionar. Mateo 26.46; Juan 13.11.
3. Sabía que Pedro le iba a negar, Marcos 14.27, 30; y los detalles acerca de lo que iba a suceder pronto. Lucas 22.10; Juan 18.4.
4. Sabía desde el principio quiénes eran los que no creían. Juan 6.64.
5. Sabía que había salido de Dios, y a Dios iba. Juan 13.3.
Todas Las Cosas:
1. Jesús sabía lo que había en el hombre, conocía a todos. Juan 2.24-25.
2. Sus discípulos estaban seguros que Él sabía todas las cosas. Juan 16.30.
3. Pedro también estaba seguro de esto, después de la resurrección. Juan 21.17.
La doctrina de la omnisciencia no quiere decir que Dios esté siempre consciente de todos los pensamientos viles y sucios de todas los hombres y las mujeres rebeldes de todas las épocas, pasado, presente y futuro. Por supuesto que podría, pero ¿lo quiere hacer? El profeta sabía por el Espíritu que Dios es muy limpio de ojos para ver el mal, y no puede ver el agravio, Habacuc 1.13. Dios no puede tolerar la maldad, no la puede mirar con ecuanimidad. Jesucristo no conoció pecado, eso es, por experiencia propia.
Podemos pensar en la omnisciencia como la habilidad que Dios tiene de saber todo, pasado, presente y futuro, incluso los íntimos pensamientos de los hombres. Nada puede ser ocultado de Él. Esto hace paralelo con la omnipotencia de Dios, que no significa que a todos haga todo, sino que Él puede hacer todo, si quiere. El patriarca Job aprendió esto: “Yo conozco que todo lo puedes, y que no hay pensamiento que se esconda de ti” (Job 42.2).
del libro: Las Teorías de Kenosis, Publicaciones Cotidianas, Canadá
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La Preocupación Con Uno Mismo
Satanás retó a Jesucristo a hacer un espectáculo al llevarlo al pináculo del templo y decirle: “Si eres Hijo de Dios, ÉCHATE DE AQUÍ ABAJO” (Lc. 4.9). ¿Qué hombre no estaría tentado a buscar la admiración y el aplauso? Los medio hermanos de Jesucristo vivían antes del Facebook, Snapchat y Twitter, pero incluso ellos no podían imaginarse a una persona que no hablara de sí misma y que no compartiera cada detalle de su vida, especialmente si podía hacer milagros. Ellos dijeron: “MANIFIÉSTATE AL MUNDO” (Jn. 7.4). ¡Haz que todo el mundo se fije en ti y hable de ti! Pero esa no era la manera de pensar de Cristo. Incluso en los horribles sufrimientos de la cruz, “ni aun Cristo se agradó a sí mismo” (Ro. 15.3). En cambio, Él sólo buscaba “los intereses de los demás” (Fil. 2.4 NBLA). Teniendo en mente el estándar de Cristo, Pablo nos advierte: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria” (Fil. 2.3).
Juan Dennison, Devoción a Diario, lectura 23 mayo, Publicaciones Pescadores
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La Palabra Profética Es Para Nosotros
Al comenzar la dispensación de la gracia, la edad de la Iglesia, los apóstoles de Cristo señalaron repetidas veces la importancia de la palabra profética, pues todo lo profetizado se cumplirá. En la epístola a los Romanos, Pablo comenzó hablando del “evangelio de Dios, que él había prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras” (Ro. 1.1-2). El escritor de la epístola a los Hebreos abre con estas palabras: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo” (He. 1.1-2). El Hijo de Dios ha cumplido y cumplirá la palabra profética. Al final del libro de Apocalipsis el ángel dijo al apóstol Juan: “El testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía” (Ap. 19.10).
Pablo afirmaba el valor del Antiguo Testamento para los cristianos. No es solo la historia de Israel. Los mensajes de los profetas no son solo para esa nación. “Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Ro. 15.4). “Mas estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros” (1 Co. 10.6). “Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos” (1 Co. 10.11). El que descuida la lectura y el estudio del Antiguo Testamento lo hace en daño y perjuicio suyo.
En su primera epístola, Pedro señala que los profetas, sin saberlo, profetizaron para nosotros. Hablaron a los de su nación y generación, es cierto, pero además, se dirigen a nosotros:
“Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos. A éstos se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles” (1 P. 1.10-12).
En su segunda epístola, Pedro asegura que es mejor tener la Palabra de Dios que repetir su experiencia en el monte de la Transfiguración. “La palabra profética” alude en primer lugar al Antiguo Testamento, pero es aplicable a toda la Biblia, pues los escritores inspirados eran portavoces de Dios. Es la lámpara y lumbrera que nos guía en este mundo de tinieblas (Sal. 119.105). Hacemos bien en prestar atención a ella.
“Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones; entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 P. 1.19-21).
Establecida la Iglesia, y completado el Nuevo Testamento – palabra de Cristo y de los apóstoles enviados por Él e inspirados por el Espíritu Santo – no hay más mensajes de Dios. Dios ha hablado por el Hijo. No hay nuevos profetas o apóstoles verdaderos, ni más revelaciones. Tenemos toda la Palabra de Dios, las Escrituras, y está prohibido añadir o quitar de este Libro Divino. Hay muchos falsos profetas (y apostoles) en el mundo (1 Jn. 4.1), pero tenemos en nuestras manos las Sagradas Escrituras, la completa provisión para toda buena obra (2 Ti. 3.17). Nuestro deber es tener “memoria de las palabras que antes han sido dichas por los santos profetas, y del mandamiento del Señor y Salvador dado por vuestros apóstoles” (2 P. 3.2). Pongamos atención diligente, con fe, y seamos fieles hasta el fin. “Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos” (He. 2.1).
del libro Los Profetas Escritores, por Carlos Tomás Knott, Libros Berea
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¿Realmente Eres Un Cristiano?
Todos sabemos que la respuesta es “no” a cada una de esas preguntas. Pero muchos se equivocan de manera similar en cuanto al cristianismo. Si dices: “Soy cristiano”, eso no te hace uno. Si dices: “Creo que soy cristiano”, o “me siento cristiano”, tampoco es cierto. Si tu familia o amigos, o aun un pastor te dice: “eres cristiano”, nada cambia, pues no por eso eres cristiano. Si tienes una Biblia en casa y la lees de vez en cuando, eso tampoco te hace cristiano. Ni lo eres si te reúnes con cristianos y los imitas. Algunos piensan que son cristianos porque han nacido de padres creyentes, y que desde la niñez siempre han asistido a reuniones de iglesia. Otros, porque se han bautizado o tenido una experiencia emocionante. Otros porque han hecho una oración. Pero nadie es cristiano por esas cosas. La verdadera conversión no es así. Hay que entender mejor qué es ser cristiano, y cómo estar seguro.
Para ayudarnos a pensar con más claridad en este tema tan importante, un siervo de Dios, O. Jean Gibson (1921-2006), escribió lo siguiente:
“La fe es nuestra responsabilidad. No es un don de Dios. Es creer a Dios, creer lo que Él dice, confiar en Él; es la condición que Él pone para la salvación. ¿Cómo viene a ser eficaz esa fe? Requiere más que decir ciertas palabras en una oración, confesar tus pecados, pedir perdón, levantar la mano, ponerse de pie, pasar al frente de una congregación, o estar intelectualmente de acuerdo con ciertos datos bíblicos. Tampoco es una emoción. Involucra la mente, la voluntad y las emociones (todo nuestro ser), en un hecho decisivo y sincero que cambia la vida. Es una entrada personal y transformadora a la vida nueva con el Señor Jesucristo. Considera los aspectos que las Escrituras indican:
· Oyes el mensaje del evangelio (Ro. 10.14; Ef. 1.13) y crees que es verdad.
· Entiendes y estás convencido que Jesucristo pagó por tus pecados en Su muerte en la cruz, resucitó de los muertos y hoy vive y te llama a sí mismo (1 Co. 15.1-4).
· Abandonas toda esperanza en tu propia bondad –ya que es ficticia– y cualquier esperanza en una iglesia, los sacramentos, los diez mandamientos u otras cosas para darte favor con Dios (Ro. 4:.4-5; Gá. 2.16). De este modo no estarás bajo maldición por intentar hacerte aceptable delante de Dios por tus esfuerzos (Gá. 3:10). Solo Cristo puede limpiarte. La salvación es el favor inmerecido y divino a los pecadores (Ef. 2.8-9). No somos dignos de ser aceptados por Dios ni podemos merecer Su salvación.
· Entras por la Puerta de la vida eterna, que es Cristo mismo (Jn. 10.9), y no esperas en la iglesia, los rituales ni en buenas obras para abrirte el camino.
· Reconoces a Jesucristo como tu Señor y Salvador. Cierto es que no sabes todo lo que esto significará en el futuro, pero por fe lo haces sin reservas, porque confías en Él. En el futuro todos tendrán que doblar la rodilla ante Él, incluso los perdidos y condenados (Fil. 2.10-11). Pero tú, ahora, por la fe estás preparado para confesar que Jesucristo es el Señor (Ro. 10.9). Irás aprendiendo a lo largo de la vida lo que significa Su señorío, pero estás dispuesto.
· Naces de nuevo, y al instante el Espíritu Santo entra en tu vida (Jn. 3.6-7). El Espíritu es quien te capacita para vivir una vida cambiada, diferente, por el poder de Dios. Vienes a ser nueva criatura. Las cosas viejas pasan (2 Co. 5.17). Has pasado de muerte a vida (Jn. 5.24), de las tinieblas a la luz (1 P. 2.9; Col. 1.13). No eres perfecto en la vida en este mundo, pero inmediatamente comienzas a vivir una vida nueva que irá cambiando y madurando en la medida que permitas a Cristo controlar tu vida y moldear tu carácter.
· Reconoces que Cristo te ha salvado con el propósito de vivir una vida que le sigue en la tierra. Él no te da un “vale” para entrar en el cielo, dejándote libre para vivir como te place ahora, sino que te ha salvado de la vieja manera de vivir. Ahora Jesucristo, no tú, es el Señor. Él es tu nuevo Amo (1 Co. 6.19-20)”.
O. Jean Gibson, “Soy Cristiano”. ¿Verdad o Falso?, Libros Berea
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